Cordones

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¡ CONTIENE SPOILER DE LA PELÍCULA
"JOJO RABBIT" !

Han pasado 10 años desde que no permití que te fueras con los cordones desatados.

10 años desde que papá jamás pisó el suelo de nuestra casa, quedando abatido con certeza en el campo de batalla, luchando por Alemania contra los aliados.

10 años desde que, olvidando las mariposas del estómago, comencé a amar a Elsa como a mi hermana mayor, a aquella joven que una vez escondías en la pared de tu cuarto mientras yo era un apasionado del Führer y uno más entre las Juventudes Hitlerianas.

10 años desde que Klenzendorf me salvó de ser fusilado como un alemán creyente de su raza aria y su supremacía.

Y aunque él recibió los disparos por ser un ser descorazonado, sé hoy que en su alma tenía destellos de bondad y, quizá, nunca quiso una guerra.

Porque si no fuera por él, madre, no escribiría esta carta; Elsa habría sido ahorcada en la plaza junto a ti cuando la Gestapo inspeccionó la casa; yo habría perecido si no decidiera haberme escupido en la cara y llamarme judío con odio fingido para que me liberaran.

10 años desde que le debo al capitán lágrimas por haberte querido, demostrándome que, tras ese nazi, había un humano de verdad.

10 años desde que la guerra había acabado y 10
desde que mi década de niñez había presenciado tu partida.

A veces pienso, si te soy sincero, que todo fue culpa mía por haber sido un fanático de un hombre que lavaba cerebros y acusaba a otros de hacerlo, de un hombre de bigote afeitado por los bordes que usaba la filosofía de Nietzsche en sus palabras y discursos más trascendentes.
Otras niego todo y, empleando a fondo la razón entre dolores de cabeza, concluyo que, de todas formas, no teníamos salida y que poco podría haber hecho contigo incluso si hubiéramos puesto en marcha todas las posibilidades que estaban en nuestras manos para escapar con una hebrea.

Hoy es tu cumpleaños.
Podríamos coger la bicicleta y dar un paseo largo en ella hasta el atardecer; disfrutar de las vistas del agua que corre por el río siempre calmo al que solíamos ir; bailar para celebrarlo como quisiste hacer cuando pensabas en el fin de la contienda y en ser una mujer libre.

Sé, a mi pesar, que eso no podrá suceder. Estamos lejanos para cumplirlo.

Pero sí puedo escribirte esta carta que tendrá como destino un cajón de madera polvoriento, repleto de tinta y papeles cuyo receptor está a tu nombre, para decirte que tu Jojo sigue siendo un conejo valiente que jamás volverá a ser cobarde, uno que tiene otro concepto de valentía diferente al que tenía en los viejos tiempos:

Ser valiente significa afrontar los problemas que surgen a lo largo del camino. Ser valiente es darle la espalda a aquello que no estás dispuesto a realizar porque no está en tus principios aunque por ello te reconozcan por la insignia de cobarde.

Ser cobarde es unirse a la monotonía de los demás sin buscar tu propia personalidad y olvidar el significado de ser audaz.

Y cuando mis zapatos raídos son mi arma para no andar descalzo y vulnerable, me ato fuerte los cordones, como tú me enseñaste.
Para no tropezar nunca, madre, nunca...
Para volar sobre el suelo y danzar cuando surja como si nada importara, evadiendo con esto algunas complicaciones por un mero chasquido de dedos para lo corta que es la vida.
Para ser feliz, vivir.

Y para no caer también hay que tener paciencia, algo que yo con anterioridad no poseía mientras tú te demorabas en unir dos cuerdas de hilos finos, que solían colgarme como inertes gusanos a cada lado de mis pies.

Por ello aprendí con el tiempo y ahora estoy listo ante casi cualquier nuevo obstáculo, siempre que mi impulsividad no sea cómplice de la traición, mi mente sea inaccesible para palabrería que cuesta cara y no olvide en la vejez que el valor existe.

Y puedo decirte que hoy soy digno de ser tu hijo, digno de haber sido concebido al mundo por ti.

Digno de Rosie Betzler, que me hizo saber que alimentarse de  basura no era un calvario inmenso y cuidar del hogar con Elsa, siendo ambos menores, no sería tan horrible como pensé al creer en nuestra valentía para cualquier cosa después de haber estado en constante peligro entre la navaja y la pistola de cualquier alemán de ideas retorcidas que se podía ocultar entre las sombras, dispuesto a atacar a cualquier judío y a matar a los que estén respirando el mismo aire que "un cornudo y demoníaco hebreo".

Merecedor de la mujer que me abrió los ojos y curó mi ceguera, aquella que sabía que su niño todavía existía detrás de un muro de nazismo que le impedía ver la realidad de los asesinatos de gente inocente, del adoctrinamiento de jóvenes cuyas prácticas consistían en lanzar granadas que dejaron de recuerdo una cicatriz en mi rostro pálido y en retorcer los cuellos de pequeños conejos.
Conejos que me costaron un apodo que ahora luzco con orgullo.

Ahora ato mis zapatos con fuerza, sí.
También, a veces, amarro los de mi hermana cuando pierde la ilusión y las ganas de continuar, aparte de redactarle cartas como si su Nathan vencido por la tuberculosis resucitara.

Aquí es cuando me revela que su corazón estará a disposición eterna de ese muchacho y que teme a un futuro incierto y yo, destrozado por su pena, me fundo con ella en un abrazo interminable para decirle que juntos podemos darnos el calor que nos falta.
Porque a veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples y lo único que necesitemos para subsistir seamos nosotros mismos sin necesidad de otros contribuyentes y de poseer lujos.

Que siempre cuando uno no tenga los cordones
formando un lazo resistente solo deberá, tan siquiera  sin pensarlo, acudir al otro para que la balanza siga equilibrada.

Como tú y yo hacíamos, sobre todo tú.

Gracias por educar, aún sin estar presente, al hombre que soy actualmente...

Hoy, después de 10 años, por el día de los enamorados de 1955, deseo un feliz cumpleaños a la persona que más amo y admiro en este planeta junto a Elsa.

Hasta la próxima carta,
madre.

Tuyo siempre,
Johannes Betzler.
Tu JoJo Rabbit.

Dedicado a llenadesol

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