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Marqué el número de Pope en mi teléfono móvil, esperando a su respuesta. Habían pasado cinco horas desde que JJ se marchó y estaba demasiado preocupada como para pensar con claridad.

Era la tercera vez que lo llamaba y aún no me contestaba.

—Joder —susurré, de mal humor.

Di vueltas por la habitación, sin saber qué hacer. ¿Dónde estaban todos? ¿Qué estaba pasando? Suspiré frustrada pasando las manos por mi cara, intentando calmarme, sin éxito ninguno. Era muy propensa a la ansiedad, y en ese momento me iba a dar algo.

Hasta que escuché el timbre. Bajé las escaleras corriendo, y abrí la puerta, esperando encontrarme a JJ. Se trataba de Pope. Entró en la casa nada más abrir sin saludar. Lo miré confundida.

—¿Qué está pasando?

—JJ ha ido con Kiara a la iglesia. John B y Sarah no están allí.

—¿Qué?—pregunté preocupada.

—Llevan toda la noche buscándolos.

—Mierda —susurré pasando mi mano por mi pelo, echándolo hacia atrás—. ¿Dónde pueden estar? Joder...

—Eso no es todo.

Levanté la cabeza para mirarle a los ojos, estaba preocupado. Me miró tragando saliva, mientras colocaba bien su gorra.

—Tu padre está de camino. Ha descubierto dónde estás.

—No puede ser, ¿cómo?

—No lo sé —admitió preocupado—. Pero hay que salir de aquí, ya. Ve a la habitación y prepara lo que tengas que preparar.

—¿Y a donde voy a ir?

—Eso ya lo veremos. ¡Corre!

Salí corriendo hacia las escaleras y fui a la habitación. Realmente no tenía nada mío, eran más cosas que Kie nos había traído. Como cepillos de dientes, un peine, champú, gel y algo de ropa para poder cambiarnos. Lo metí todo en una bolsa grande, y después abrí un cajón. Ahí estaba la pistola de JJ, se le había olvidado. Justo cuando la necesitaría, no se la llevaba.

Resoplé y la metí con cuidado en la bolsa, temiendo que cualquier movimiento provocara un desastre.

Salí de la habitación y entonces escuché cómo se abría la puerta de la casa. Me dirigí a las escaleras con rapidez, para ver quién había entrado, hasta que escuché una voz no bienvenida.

Era mi padre. Estaba dentro de la casa. Me quedé en el medio de las escaleras mientras ponía la oreja para escuchar qué pasaba, aunque me temblaba el cuerpo entero.

—Pope —habló con voz intimidante—, hijo de Heyward.

—Antonio —respondió mi amigo—, hijo de puta.

—¿Perdona?

—Perdonado.

Hubo una pausa, así que bajé unos escalones hasta que pude asomarme un poco para ver lo que pasaba en la entrada de la casa. Mi padre estaba pasando su mano por la barba, pensativo, lo conocía demasiado bien como para saber que se estaba conteniendo porque estaba enfadado.

—Mira, no quiero problemas contigo también. ¿De acuerdo? Esto es una cosa de familia. Dime dónde está mi hija y te dejaré en paz. Ayuda a un padre desesperado por encontrar a su única hija, por favor.

—No te diré nada.

—Como no me lo digas ahora mismo te juro que entro y me pongo a buscar —comenzó a hablar con tono amenazante—. Además de denunciarte a la policía por el secuestro de mi hija.

Pope comenzó a reír, parecía muy confiado y seguro, pero seguramente estaba nervioso por dentro. Mi cariño hacia él aumentó en cuestión de segundos. Estaba ahí, defendiéndome, y ayudándome.

—¿Me lo dices tú? No eres el más indicado. ¿Crees que no sabemos que le pegaste? Ella se escapó, justo como habías planeado y después la secuestraron para sacarle información, algo que también habías planeado. —Mi padre lo miraba serio, impasible. —Así que será mejor que no hagas algo de lo que luego te puedas arrepentir.

Mi padre puso una mueca, respirando fuerte y acabó dándole un puñetazo a Pope en la mandíbula, tirándolo al suelo. Pope lo miró incrédulo desde el suelo. Tapé mi boca ahogando un grito. Mi padre se acercó a Pope y lo cogió del cuello de la camisa, para mirarlo con la cara muy cerca de la suya.

—Dime donde está —repitió.

Pope lo miró amenazante, con la boca cerrada. Sabía que estaba dispuesto a llevarse la paliza con tal de no hablar. Mi padre alzó el puño, dispuesto a volver a golpear a Pope.

Nerviosa, hiperventilando, saqué la pistola de la bolsa y bajé el resto de los escalones apuntando a mi padre mientras que él terminaba de darle el segundo puñetazo.

—¡Basta!

Los dos me miraron, incrédulos. Pope me miraba con los ojos muy abiertos, sorprendido. Mi padre soltó a Pope con brusquedad, y me miró con las fosas nasales muy hinchadas. No lo reconocía.

—Olivia, hija mía, ¿qué estás haciendo?

Aunque parecía tranquilo, estaba nervioso, y el movimiento de sus dedos inquietos lo demostraba. Yo sujetaba la pistola con firmeza, aunque nunca había utilizado ninguna, y la mano me temblaba a la vez que mis ojos se empañaban de lágrimas.

—Olivia, baja esa pistola, ¡ya!

—¡Cállate!—Chillé apretando la pistola con fuerza y cerrando los ojos.

Pope, a mi lado, se levantó con dificultad, y se colocó detrás de mi.

—Olivia, vámonos corriendo. Baja eso—me susurró.

Pero yo no quería huir, quería que fuese mi padre quien huyese. No le daría el placer de saber que me daba miedo. Tenía que ver que no le temía, que daba igual lo que me hiciese, que yo era más fuerte. Yo tenía el poder. Pero me enfermaba ver cómo estaba tranquilo mirándome. Sabiendo que yo no estaba segura de lo que estaba haciendo.

—Tenemos muchas que hablar, hija, lo sé—me dijo acercándose, lentamente, con aura tranquila— Pero así no vamos a arreglar nuestros problemas, así que por favor, compórtate como una persona civilizada.

—¡Deja de acercarte!—grité llorando—. No te acerques a mi, ni se te ocurra si quiera rozarme. ¡No eres nadie para decirme lo que está bien o lo que está mal! Eres un hipócrita de mierda.

—¡Ya está bien!—gritó él de vuelta, furioso mientras golpeaba la mesa de la entrada con fuerza, y la vena del cuello se le hinchaba. Pope y yo nos asustamos y nos echamos para atrás—. ¡Eres mi hija, así que yo mando! Empieza a aceptarlo deja de hacer las gilipolleces que estás haciendo.

Pero yo levanté la cabeza y la mirada, aún apuntándole, ahora con más fuerza, y anduve hasta él, más cerca. Quería que supiese que no estaba dudando.

—No te atreves —me dijo mirándome fijamente a los ojos—. Estás temblando, y llorando. Sabes que no quieres hacerlo, así que deja ya el teatro, y vamos a hablar.

—¡No sabes de lo que soy capaz!

—Sí lo sé, te recuerdo que te he criado yo.

Entonces levanté el brazo y disparé al techo, creando un agujero, y algo de pared cayó al suelo, entre mi padre y Pope y yo. Los tres nos echamos hacia atrás. Pero yo seguía mirando de manera retadora a mi padre. Él ahora me miraba con otros ojos.

—Te aconsejo que te alejes de esa puerta —comencé a decir, acercándome a él apuntando, él se echó hacia atrás, levantando las manos—, y que nos dejes salir por tu bien.

Él se quedó a un lado, aún con las manos levantadas, y mirándonos furioso. Pope fue el primero en salir, y yo, aún apuntándole, lo miré para decirle unas ultimas palabras antes de salir de ahí.

—También te aconsejo que dejes de subestimarme, porque para haberme criado me conoces muy poco.

Dicho esto cerré la puerta de la casa y salí corriendo hacia el coche. Pope arrancó al mismo tiempo que me abrochaba el cinturón, y salió a toda prisa por la carretera.

Apoyé mi cabeza en la ventana mientras suspiraba y limpiaba las lágrimas de mi cara. Pope me miraba de reojo de vez en cuando.

—Wow —dijo después de un par de minutos—. La princesita japo ha sacado las garras. No sabía que fueses tan malota.

Aunque aún me salían algunas lágrimas por el rostro, consiguió hacerme reír un poco. Miré las heridas de su cara. Tenía un lado de la mandíbula hinchado y el labio cortado.

—Siento que mi padre te haya hecho eso.

—¿Bromeas?—preguntó mirando a la carretera—. Ahora parezco peligroso, esto me hace ganas puntos. Además, has manejado muy bien la situación.

El coche siguió hasta entrar en las afueras de la isla. Y acabamos frente a una iglesia cochambrosa y sucia. Seguramente sin ser utilizada durante muchos años.

Pope y to bajamos con prisa y entramos. Estaba oscuro por dentro, algún rayo de Sol entraba por las ventanas rotas, pero no llegaba a iluminar del todo el lugar. Estaba todo sucio y el polvo flotaba en el aire.

—Sígueme —me dijo agarrándome del brazo y llevándome hasta unas escaleras.

Llegamos hasta la planta de arriba, y después abrió una trampilla, para dejarme subir primero. No hice ninguna pregunta, pero subí con rapidez.

Asomé la cabeza, y miré al interior. Estaba vacío. Entré, y después lo hizo Pope también. Me dio un teléfono móvil y me miró con intensidad.

—Quédate aquí. Volveré lo más rápido posible, ¿vale? No dudes en llamarnos a lo más mínimo.

—¿A dónde vas?—le pregunté asustada, agarrando su muñeca—. No me dejarás aquí sola, ¿verdad?

—Me tengo que ir, y aquí tú estarás a salvo. —me explicó con delicadeza mientras posaba su mano en mi hombro—. Volveré lo antes posible.

—Vale. —asentí tragando saliva. Tenía que calmarme—. Ten cuidado. ¿Vale? Y avísame cuando veas a JJ. Necesito saber que está bien.

—Así será.

Apretó mi hombro con cariño para después bajar de nuevo y dejarme sola en aquel lugar. ¿Allí era donde John B y Sarah habían estado esos días metidos? ¿Cómo podían haber hecho eso? Tenía frío, y no me gustaba ese lugar. Estaba sucio y me sentía incómoda.

Doblé mis piernas, para apoyar mi barbilla en ellas, y colocar mis manos en los tobillos, pensativa.

No me podía creer que estuviese huyendo de tanta gente. Ni cómo podía haber cambiado tanto mi vida en cuestión de un mes.

—————

¡Hola! Hoy actualizo un pelín más tarde, pero más vale tarde que nunca. Así que aquí os lo dejo.

No tengo mucho que decir hoy, así que, ¡hasta la próxima actualización!

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