"Headcanon": Creepyhouse

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Idea para la Creepyhouse, una que ya publiqué en mi libro titulado con ese mismo nombre. Hay varias advertencias necesarias antes de continuar:

—Body horror (Incluyendo descripción de vísceras, infección y arquitectura).

—Existencialismo.

—Surrealismo.

...

Somewhat of a creepy house

Nació del mismo modo que hace un hijo, arrastrándose con garras hasta que su cabeza fue tocada por la luz del sol. Maldita desde nacimiento y condenada por el hecho de haber nacido en primer lugar, observando un mundo en el que sus ventanas apenas podían observar los alrededores, con los horizontes obstruidos por las casas vecinas. Se supone que una casa es construida, pero él nació ese día, consciente de que algo raro había sucedido.

Nació como lo haría un diente definitivo en la boca de un adolescente, desde una herida sangrante en la que antes había habido algo. Empujó entre encía, sangre y hueso hasta alzarse entre filas de otras cosas iguales, pero ella seguía sangrando, inflamando la tierra en la que se asentaba. De algún modo, jamás pudiéndolo entender, La Casa siguió creciendo, incluso si la vereda era la misma y jamás “tocó” a los otros dientes en esa mandíbula de calle sin salida. Creció tanto y con cada nueva habitación se iba encontrando igual de vacía, incluso si conseguía llenar las estancias con muebles y decoraciones lujosas. Una casa no se puede hacer plena con materiales, sino con gente.

De algún modo jamás dejó de sangrar, cada día sintiendo que perdía cosas importantes, pero nunca pudiendo detener esa sensación de que moriría si no encontraba una solución. Comenzó a existir y nada tenía sentido, nada estaba yendo del modo en que debería. Sola y sin haber podido ver un solo inquilino, La Casa se preguntó:

“¿Qué estoy haciendo mal?”

Días se convirtieron en semanas, y semanas en meses, así hasta que dejó de poder discernir si ya podía celebrar su primer cumpleaños.

Con el tiempo su arquitectura se volvió extraña. Entre las paredes podía sentir el movimiento de tripas intentando acomodarse entre tuberías y cables, descansando entre madera y metal, sangrando hasta oxidar cada cosa que tocaba. Incluso en sus ventanas pudo sentir las venas hundiéndose en el cristal, haciendo que su mirada se irritara al intentar entender el mundo alrededor suyo. Su sótano se llenó de ácido como lo hace un estómago vacío, pero con bocas en sus habitaciones que habían comenzado a masticar las camas, salivando ante la idea de tener a gente en su interior. Sus pulmones tosían humo en las chimeneas, ahogándose en el miasma de cada fluido corporal ocupando los espacios desocupados por la humanidad.

Enferma, La Casa volvió a preguntarle a la nada:

“¿Por qué me está pasando esto?”

Y no hubo respuesta en absoluto.

Enferma, La Casa estuvo mucho tiempo asfixiándose en el olor metálico de sus paredes sangrantes, mismas que se comprimían al sufrir de arcadas por el fétido aroma del pus brotando de sus heridas abiertas. Creciendo, creciendo más de lo que una casa debería, él sintió cada unión en su interior romperse, intentando obedecer ese impulso por seguir expandiéndose.

“Quizás podré alcanzar a alguien.”

Se dijo en duda, intentando entender lo que le estaba pasando. Pero la fiebre acompañó a la infección, mientras su bilis subía por las escaleras del sótano, humedeciendo las alfombras y atrapando aquel tóxico mundo en su interior. Queriendo vomitar, pero incapaz de abrir sus puertas. Una casa no puede moverse, no puede defenderse y no puede estar viva.

Ojos y bocas surgieron por doquier, pero ninguna capaz de expulsar la inmundicia que se estaba fermentando entre sus paredes. Del mismo modo en que nace un rey rata, sus lenguas se fueron enredando entre ellas, sus propias vísceras quedaron entretejidas en la red que formaban sus intestinos. Cada mañana podía saborear estos órganos tan alienígenas para una construcción.

Quizás conozcas una sensación similar, esas ganas de querer gritarle al mundo, pero verte incapaz de provocar el sonido más pequeño posible. Lo sientes en la garganta, a veces en la boca, tienes claro todo de lo que quisieras quejarte e insultar. Lo has pensado tantas veces y lo repites hasta el agotamiento, pero nunca puede salir. Se queda dentro y sientes cómo ese pensamiento se va pudriendo en tu interior, consigue atrapar tantas cosas que te olvidas de cómo disfrutar todo lo demás que tienes.

Quieres gritar, pero crees que todo se derrumbaría si lo hicieras. Tantas horas idas en intentar ser algo, fingir ser alguien para que todo en esta enredada vida siga siendo normal. Es muy fácil confundir lo cotidiano con lo fácil. Si has alcanzado cierta edad podrás recordar la sensación de que tus huesos crecían más rápido que tu carne. También cómo tu mente envejecía y todos te resultaban desagradables.

¿Alguna vez has sentido que tus pensamientos amenazan con corroer tu cráneo hasta caer en tu boca?

¿Temes a la idea de que eso salga a la luz?

¿Qué harías si vidrio creciera entre tus dientes hasta juntarse en una sola pared sólida que mantiene tu mandíbula unida?

Quieres gritar, pero ya no tienes boca para hacerlo. Todos queremos gritar, todos tenemos tantas cosas que se mantienen ocultas en los oscuros rincones de nuestros cerebros. Tantas cosas que suceden y nadie podrá ver jamás, y, quizás, eso daría una media vuelta a todo lo que hemos construido.

La Casa siguió esperando y creciendo. Con sus paredes cubiertas por llagas secretando pus, con la carne debajo negra al ser consumida por la infección. Sus huesos de madera se rompieron, reemplazados por dientes que se unían hasta formar una única pared ósea. La escalera se torció hasta dejarla paralizada. Aún así, sus cortinas se mantuvieron abiertas, mientras él observaba a la espera de personas.

“Todo será mejor si soy una buena casa.”

Se dijo entre dientes, luchando por ignorar la tortura de estar viva y despierta.

Cada mañana era la misma tortura, jamás durmiendo y, aún así, casi olvidándose de que la noche había pasado. Pero jamás había gente cerca; ni en las calles; mucho menos delante de sus puertas. Sin importar cuánto esperara, nadie parecía saber de su existencia.

Nadie, hasta que un hombre sin rostro se detuvo delante de su puerta. Estuvo ahí tres días sin moverse, hasta que a la cuarta mañana tocó al timbre y esperó una respuesta. La Casa no supo qué hacer, así que su respuesta fue un silencio sepulcral que duró hasta la noche. De todos modos, ese hombre no se movió de su lugar en la entrada.

Intentó sonreír por primera vez, pero cada músculo en su cuerpo estaba mal colocado, con astillas y cristal metido entre sus fibras. Lo intentó hasta conseguirlo, pero sus dientes se quebraron de lo podrido que estaban. No era una casa, jamás podría ser una casa.

Sin embargo, ese hombre le sonrió de vuelta, pudo saberlo al notar las arrugas moverse en ese rostro sin órganos.

Las primeras palabras que La Casa pudo oír en su vida fueron:

“Eres justo lo que estaba buscando.”

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