Capítulo 10

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Cuando Mía abrió la puerta de su casa se encontró a su madre sentada en postura india en el centro de la gran alfombra de rombos negros que cubría el piso del living. Había movido un poco el sofá contra uno de los laterales, los sillones estaban ubicados unos centímetros más lejos que su lugar habitual y la mesa de café había desaparecido por completo. La mujer también había trazado los bordes de la alfombra con sal gruesa y llevaba en la cabeza el pañuelo verde que usaba cuando practicaba su arte.

La joven creyó ver por un segundo, mientras sendas velas se apagaban en cada punta de la alfombra, que los ojos de su mamá estaban blancos y con solo parpadear habían vuelto a ser los de siempre, con su color normal y su ávida curiosidad. Mía cerró la puerta finalmente, dejó caer la mochila y se sentó en uno de los sillones a observarla.

Frente a Tatiana había tres cuencos de cerámica negra. Estaban llenos de agua y varias piedras de ónix negro se encontraban desparramadas por el lugar. A simple vista parecían canicas que se habían salido de su contenedor, pero estos objetos distaban mucho de ser un simple juguete. Tenían símbolos tallados en color dorado y, de seguro, su disposición alrededor de los cuencos tenía algún significado importante para su madre. Algo que ella todavía no lograba comprender.

—¿Viste algo raro, mamá? —cuestionó.

Era martes y también era la segunda jornada en la semana que tres de sus compañeros faltaban. Cada vez que alguien estaba ausente era motivo de alarma y miradas preocupadas por todo el salón, aunque las autoridades del colegio se encargaban de constatar acerca del bienestar de sus alumnos si sus padres no avisaban el motivo de la falta o presentaban un certificado. De dos de ellos se sabía que estaban enfermos y el nuevo, bueno, era raro. Había algo que Mía observó en su aura el único día que Isaac había estado en la escuela.

—Hola, hija. Recién caigo en la cuenta de que volviste —comentó Tatiana por fin mirando el mundo real. Mía no tenía dudas de que no la había visto y confirmó eso que había observado antes—. El agua se revolvió para mostrarme dos rostros: el de una chica y el de un chico. Ella está protegida por una luz de sanación y manos bondadosas. Él, por un halo de autoridad y mirada decidida —agregó su madre mirando las piedras y estiró el cuello para observar dentro del tercer cuenco. Parecía que ese no había mostrado nada.

—Déjame adivinar... La chica tenía el pelo oscuro y una sonrisa traviesa. El chico es de pelo castaño y pecas en la nariz.

—Sí. ¿Los conoces acaso? —cuestionó su madre sin sorpresa alguna, pero levantó la mirada para ver a su hija.

—Mar y Elías. Son amigos inseparables y van a mi curso. El papá del muchacho es el comisario a cargo de la investigación de los crímenes de esos adolescentes y la mamá de la chica creo que es enfermera o médica, porque la molestaron con eso un día. Dijeron algo horrible.

—No sé qué haya sido eso que le dijeron. Sí estoy segura de que ellos tienen el libro de la abuela. Algo hicieron porque eso que dijiste que iba a llegar... —Tatiana suspiró y sus ojos se fueron a un mundo del pasado. Tal vez veía imágenes hechas de niebla y oscuridad—. Creo que ya está aquí, en el pueblo. Son varias cosas, como capas superpuestas. Es confuso.

—¿No viste otra cara? ¿La de un rubio de ojos azules? Es el chico nuevo. En realidad, son tres hermanos que se mudaron hace unos días a Rincón Escondido. No me gustó su aura. Parecía torturado y... era como si debajo de esa primera percepción escondiera cosas más oscuras.

—Tienes que ir a la casa de esos chicos y pedirles el libro, Mía. No es bueno que cualquiera esté hurgando en esos hechizos y si hicieron algo indebido, podríamos ayudarles a deshacerlo completamente. Es difícil desatar cintas y nudos si no eres como nosotras.

—Está bien. Pero, ¿qué se supone que diga? "Soy su compañera, la bruja, y por eso sé que están jugando con un libro de magia y..."

—¡No! —se adelantó Tatiana evitando reírse de las ocurrencias de su hija. Sabía que, en el fondo, le dolían esos chismes—. Diles que ese día viste que ellos tomaban tu libro y no te animaste a pedirlo por vergüenza a lo que pudieran ver en él y lo que iban a pensar de ti.

—Como si no lo hicieran ya... —comentó la chica en un suspiro—. Pero me parece lo mejor. Entonces, almorcemos y luego iré hasta la casa de uno de los dos. Supongo que están juntos, siempre lo están.

Comieron pastas caseras con una salsa deliciosa llena de condimentos que se dejaban sentir sobre la lengua. Además de tener un don con las videncias, su madre tenía talento para la cocina.

Antes de irse de la casa, como al pasar, Tatiana le gritó que su padre llegaría a instalarse en la casa en unos días. En todo el trayecto hasta la calle donde vivían los amigos, Mía no dejó de pensar en él y sonreír. Debía haberse enterado de lo que estaba sucediendo en Rincón Escondido y podía imaginarlo. A veces era tan sobreprotector con sus mujercitas que de seguro se sentía culpable por haberlas dejado solas allí, en una moderna casa junto al bosque.

La caminata no duraba más de quince minutos y el tiempo se le pasó volando al pensar en cómo su padre se adaptaría al lugar y las actividades que podrían hacer juntos los fines de semana. La sonrisa se le borró del rostro inmediatamente y se quedó sin aire por unos cuantos segundos, lo que volvía aquello en un juego peligroso. Una pluma negra cayó a sus pies e inmediatamente observó al cielo. Una bandada de pájaros oscuros volaba en dirección a las montañas. De un momento a otro, era como si la luz del lugar se escapara doblando por las esquinas de las calles. Torció su cabeza a un lado y vio un par de ojos que desaparecieron detrás de una cortina que volvió a su lugar. Un detalle llamó su atención: sobre la puerta de la casa había un llamador, era una mano dorada que apuntaba hacia abajo. De repente se dio cuenta de que estaba en la calle correcta. A su derecha estaba la casa de Elías, así que se abrazó a sí misma alejando unos escalofríos surgidos de la nada y subió rápidamente cuatro escalones de madera hasta llegar a su puerta y tocar el timbre. Giró sobre sus pies mientras esperaba y se quedó observando la casa extraña. Hasta hacía un tiempo, había letreros de una inmobiliaria allí y ahora parecía estar habitada.

—Hola —dijo la voz de un chico al tiempo que la puerta chirriaba. Eso distrajo a Mía de su momento perceptivo.

—Buenas tardes, Elías. Disculpa que te moleste. Sé que has estado faltando a la escuela por estar enfermo, pero necesito hablar contigo y tal vez con... —estaba diciendo cuando alguien asomó el rostro por sobre el hombro del chico pecoso. En verdad él era muy lindo, aunque ella sabía en qué lugares no tenía sentido meterse. Era obvio que detrás de él estaba Mar, con ese cabello oscuro como alas de cuervos y el rostro pálido—. Justamente con Mariana.

—Hola, Mía. ¿Qué tal? —saludó ella tirando de un brazo de su amigo—. Déjala pasar, Eli. ¿O quieres mirar el cielo?

—Lo siento, me tomaste por sorpresa —se disculpó el muchacho haciéndose a un lado.

No lo culpaba. Ellos no eran amigos ni mejores compañeros. A pesar de que Mía llevaba en el pueblo unos cuantos meses, nunca la habían invitado a hacer un trabajo grupal o a compartir una tarde.

—Gracias. Necesito hablar acerca de algo importante con ustedes —comentó siendo guiada hasta la sala de estar y ocupó uno de los sillones individuales mientras los amigos se sentaban en el sofá.

—¿Otra charla más de esas? No voy a soportarlo —comentó Mar recostando toda la espalda en el sillón.

Mía no entendía de qué estaba hablando, pero notaba en la cara de Elías cierto nerviosismo.

—¿Qué querías decirnos? —intervino el muchacho.

—Yo sé que ese día que el grupo de idiotas los estaba molestando se me cayó un libro y ustedes lo tomaron.

Los ojos de los otros se encontraron en el mismo momento y luego se fueron a una pila de libros escolares sobre la mesa frente a ellos y, debajo de todo, Mía distinguió el tomo de tapas rojas.

—Ese mismo que está debajo —señaló la chica de cabellos enrulados.

—Mía, no te lo tomes a mal y mira que agradezco cómo nos defendiste ese día... —comentó Mar, sentándose apropiadamente sobre el sofá—. Es solo que... hay cosas raras allí.

—Lo sé y por eso no pueden tenerlo ustedes. Mi madre... —dijo suspirando. Todavía dudaba si debía confirmar las teorías de la gente del pueblo—. Ella ve cosas y yo puedo percibir leves detalles. Creemos que ustedes, tal vez, usaron el libro.

—No, para nada. Si no entendemos nada. Solo lo guardamos porque nos dio miedo —dijo Elías y Mar levantó las cejas.

—Es mentira. ¡Lo usaron! —el tono de Mía fue tajante y su mirada seria—. Tus ojos se vuelven más oscuros cuando mientes.

—¡Tonto! —exclamó Mar dándole un codazo—. Te acaba de decir que percibe cosas e intentas mentirle. ¡Por Dios!

—No lo metamos en esto, a Dios me refiero —agregó Mía y los observó fijo—. ¿Qué fue lo que hicieron? ¿Qué tipo de hechizo?

Mar movió los otros libros a un lado para tomar el de tapas rojas y buscó la página correcta. Extendió su brazo para que la rubia lo tomara. La chica miró un segundo y luego los volvió a observar.

—Un hechizo de invocación —dijo cerrando el libro con fuerza y eso produjo una explosión que hizo saltar al muchacho—. ¿Qué pretendían lograr? Por suerte no pasó nada.

—Queríamos saber quién estaba detrás de la muerte de Juan Cruz y por lo otro... —comentó Elías rascando su nuca.

—¿Qué? ¿Qué pasó?

—Trajimos tres demonios y uno de ellos es nuestro compañero de clase —soltó Mar y se sometió a la mirada fulminante de su amigo.

Mía sacó del bolsillo de su chaqueta la pluma negra que había caído a sus pies unos minutos atrás.

—Y díganme algo. ¿Por casualidad son los que están ocupando la casa vieja que estuvo meses en venta?

—Si... ¿Cómo sabes eso? —cuestionó Elías y Mar resopló.

—¡Por Dios Eli! ¡Ella es una bruja! —exclamó la chica de cabellos oscuros exasperada con su amigo y al instante pareció darse cuenta de lo que había dicho—. Lo siento, Mía. Yo no quise.

—Está bien —dijo la otra encogiéndose de hombros—. No es nada nuevo para mí. Estoy acostumbrada a que la gente nos llame así y sea esa misma gente la que se mete en cosas que no debe. No tendrían que haber hecho esto.

—Ellos vinieron a frenar a algo más grande... —explicó Elías tratando de alejar las aguas peligrosas—. No están aquí para hacer daño. Prometieron no lastimarnos porque nos necesitan para regresarlos a su... mundo o plano, lo que sea. Dijeron que los dos lugares corren peligro, el de ellos y el nuestro.

—Más les vale. Eso no quita que ustedes no tenían derecho a hacer esto —Mía negó con un movimiento leve de la cabeza—. ¿Saben? Si se hubieran acercado a mí alguna vez, si hubieran intentado conocerme de verdad, mostrarme algo de amistad, tal vez yo les hubiera contado acerca de estas cosas. Les hubiera mostrado trucos simples. En cambio, ustedes han tenido durante días un libro poderoso que me pertenece y encima invocaron demonios.

—Mía... —Mar intentó hablar cuando la chica rubia se puso de pie y aferró el libro bajo su brazo.

—No... Tú bien sabes lo que es sufrir comentarios horribles acerca de tu madre y gracias a lo que ustedes dos hicieron, hay tres demonios y otra cosa matando adolescentes —los ojos se le habían vuelto cristalinos—. Y tú papá, Elías, llegó a mi casa ayer para entrevistarnos haciendo un espectáculo de todo esto. Pero esas brujas que, si pudieran, ahorcarían en la plaza, son las que van a tener que ponerse a investigar y ayudar.

Mía no quería ponerse a llorar ahí mismo, por lo que dio media vuelta y se fue dando un portazo. Ni siquiera miró a la casa de los Pietro. Por más que hubiera querido hacerlo, tenía la vista borrosa. Por meses había observado a Mar y Elías con la intención de acercarse. Le encantaba la relación que tenían y cómo se divertían en clase y también en los recreos. Los había ayudado el día que esos chicos los estaban molestando y ellos le pagaron robando un libro importante que desencadenó fuerzas que ayudaban a que la gente del pueblo apuntara dedos a Tatiana y a ella. Puede que nadie pensara en demonios, pero animales y chicos muertos calificaba como algo raro y terrible. Ellas eran consideradas raras, así que no era difícil sacar conclusiones.

La joven no regresó de inmediato a su casa. Caminó sin rumbo alguno hasta que terminó llegando al lago. Había una glorieta blanca llena de enredaderas verdes en sus postes con flores amarillas. Se paró allí a observar el horizonte y tomó la pluma otra vez. Tenía el color de sus sentimientos en ese preciso instante. La sopló despacio, con una plegaria silenciosa, y la dejó volar por sobre el lago donde los destellos del sol habían decidido jugar a dar saltitos.

De camino a su casa se sintió perseguida y observada en todo momento. Había criaturas escondidas en la oscuridad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro