Capítulo 17

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Era media mañana cuando Mar despertó envuelta entre sábanas que emanaban un perfume que le era ajeno. Sonrió. Los recuerdos de la noche que había pasado con Leo le resonaban sobre la piel y le hacían cosquillas en la parte interna de su cuello. Deseaba que él también guardara una buena impresión de lo que habían compartido, pero toda su sensación de bienestar se desvaneció cuando el teléfono comenzó a sonar en la mesa de luz.

—Eli, más vale que tengas un buen motivo para llamarme o me voy a enojar mucho...

—Nena, esto es grave. Ven a casa en cuanto puedas —la voz de su amigo acarreaba una preocupación que nunca antes había mostrado.

La joven de cabellos oscuros saltó de la cama, presurosa. ¿Qué sería lo que Elías tenía para comentarle?

Jeremías caminaba por su oficina, ensimismado en sus pensamientos. No podía dejar de observar la pizarra colmada de imágenes y datos importantes, donde había tenido que sumar el asesinato de Lorena Sáenz. Sobre la extensa mesa de trabajo, decenas de papeles de varios colores se distribuían con un orden que solo el comisario podía entender.

Cerró los ojos, repasando la conversación que había tenido hacía casi una hora con una de las forenses:

—Comisario, tenemos los resultados de los estudios que estuvimos realizando a las muestras obtenidas en el bosque y a la víctima —la mujer de cabellos canosos extrajo un sobre de uno de los bolsillos de su bata y se lo alcanzó a Jeremías, que había tomado asiento junto a la mesa—. Nuestras ideas preliminares se confirmaron. Encontramos restos de azufre y tiza molidos en la zona donde ocurrió el hecho.

El comisario se rascó la barba a medio crecer.

—Por favor, dígame que tiene información que me permita dar con algún sospechoso. Necesito detener esta cadena de sangre y muerte cuanto antes —no había angustia en su voz, pero quienes lo conocían, podrían haber detectado la beta de enojo escondido.

—Lo lamento. El cuerpo estaba limpio de evidencias. Ni huellas, ni muestras de ADN. Sin embargo, dimos con algo... —la forense dudó por un momento—. Los cortes infringidos en la víctima son idénticos a los que manifestaba el cuerpo del joven Juan Cruz Acosta. Dan muestra de un manejo experimentado de armas blancas.

—Eso es de poca ayuda, doctora —Jeremías se cruzó de brazos y negó con la cabeza—. Este es un pueblo de pescadores y cazadores. La mayoría de los vecinos sabe desmembrar un animal sin problemas.

—Sí, pero las marcas no corresponden con cuchillos de caza o carnicería.

—¿Está insinuando que...?

—Las heridas de ambas víctimas mostraban bordes finos, afilados y nítidos, con segmentación completa hasta el hueso. Ese tipo de cortes solo son causados por bisturís. Las marcas en los huesos lo confirman. El sospechoso que buscamos debe desempeñarse como personal de salud.

Jeremías se llevó las manos a la cabeza.

—Tenemos un intento de hospital con dos médicos y tres enfermeras que se turnan para cubrir la jornada completa.

—Bueno, comisario, tiene usted cinco sospechosos. Al menos uno de ellos debe ser el culpable.

Blanco abrió los ojos y golpeó la mesa con fuerza. Las cámaras del hospital habían dado coartada a las enfermeras y uno de los médicos ni siquiera estaba en la ciudad desde hacía varias semanas. Todas las sospechas apuntaban sobre Camila López, una de sus amigas de la infancia y madre de Mariana, la mejor amiga de su hijo. Aquello no podía estar pasando. De ninguna manera.

Cuando Mar cruzó la calle, Elías la esperaba en el umbral de entrada de su casa. Su respiración se notaba entrecortada y la palidez en el rostro resaltaba las pecas que lo caracterizaban.

—Eli, ¿estás bien? ¿Le pasó algo a tu papá o a tu mamá? ¿Qué...? —ella no alcanzó a terminar la pregunta. Su amigo la abrazó y rompió en llanto.

—Vengan, chicos. Pasen a la sala, así hablamos más tranquilos —invitó la madre de muchacho desde el living.

Elías no dejaba de llorar y Mar se iba imaginando lo peor a medida que los minutos pasaban.

—Linda, primero y principal, queremos que sepas que estamos para cuidarte y acompañarte en todo momento —Ana se estremeció y contuvo el llanto, tratando de mostrarse fuerte frente a su hijo y la joven que conocía desde bebé—. ¿Si? Todo saldrá bien.

—¿A qué se refiere? No entiendo. ¿Le pasó algo a mi mamá? —Mar cayó en la cuenta de que no tenía mensajes ni llamadas de Camila desde la noche anterior, cuando se había ido a trabajar, algo que no era nada normal en ella.

Un teléfono sonó y la madre de Elías se apresuró a atender. Activó el altoparlante para que todos escucharan al interlocutor.

—¿Mar, estás ahí? —la muchacha reconoció la voz grave de Jeremías al tiempo que sentía a Elías apretándole la mano con fuerza.

—Sí —responder significó una tarea compleja para ella.

—Cariño, sabes que Ana y yo te queremos como a una hija más. Valoramos la amistad que tienes con Elías, porque los vimos crecer juntos...

El pecoso largó un quejido lastimero y Mar sintió las lágrimas escapando de los ojos y rodando por sus mejillas.

—La situación es esta... —la impasibilidad en la voz del comisario daba cuenta de cuán afectado estaba—. Anoche alguien mató a mi compañera, Lorena Sáenz. Analizando el caso, los forenses determinaron que esta nueva víctima guarda relación con el asesinato de Juan Cruz Acosta. El arma que se usó en ambos homicidios es de uso médico. Lo lamento mucho, de verdad. Prometo hacer todo lo que esté en mis manos para resolver esto a la brevedad.

—No entiendo. ¿Qué sucede?

—Tu mamá es la principal sospechosa. Está bajo custodia. Sabes que asumiremos su inocencia hasta que se demuestre lo contrario, pero debe quedarse aquí, en la comisaría, hasta aclarar todo.

—Quiero ir a verla. Necesito...

—Lo siento —Jeremías la interrumpió—. Camila no quiere visitas.

—Soy su hija, ¿por qué no querría verme?

—Quiere evitarte angustias innecesarias. Después de todo, si no damos con más evidencia, en un par de días podremos liberarla y...

Mar no terminó de escuchar a Jeremías. Poco le importó que él mencionara que ella era mayor de edad y no precisaba intervención del servicio social o que le garantizara que su madre estaría a resguardo y no correría ningún riesgo. Todos sus pensamientos se enfocaron en las atrocidades que afectaban al pueblo desde hacía varios días y en los verdaderos responsables. Ella sabía que su madre no era culpable. Los Pietro se lo habían garantizado al comprometerse a cuidarlos. ¿Cómo podía explicarle al jefe de la policía lo que estaba sucediendo sin parecer demente? La información que Elías y ella manejaban era muy delicada y el comisario dudaría de lo que tenían para contar, incluso aunque el que hablara fuera su propio hijo. Además, tenían pocas evidencias para tratar a Camila como sospechosa. ¿Solo por un bisturí podría llegar a ser la asesina?

Con la cabeza colmada de todo tipo de ideas, la muchacha se puso de pie y atravesó el living, directo hacia la puerta. Elías la tomó del brazo.

—Mar, quédate con nosotros —pidió él enjugándose las lágrimas.

—Necesito ir a casa —desvió la mirada—. Luego hablamos.

—Pero...

—Estoy bien, Eli. Déjame ir, por favor. Gracias por preocuparte por mí.

Abandonó la casa con paso rápido. Sabía que su amigo seguía mirándola y esperaría a verla entrar en su hogar. No se giró para volver a saludarlo, solo atravesó la puerta de la cabaña y se dejó caer con la espalda apoyada contra la madera. Envolvió las rodillas con los brazos y agachó la cabeza antes de romper en llanto. Quería convencerse de que todo estaría bien, pero el miedo le oprimía el pecho. Alguien estaba plantando falsas evidencias para acusar a Camila. No quedaba dudas de que debía tratarse del verdadero asesino, ese a quien los Pietro llevaban buscando desde su llegada al pueblo.

Una mano cálida le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y ella levantó la mirada, sorprendida. Se vio reflejada en dos ojos ambarinos que la observaban con preocupación. Dejó que él la abrazara sin decir más nada. ¿Cómo era posible que su vida se hubiera volteado de tal manera en tan solo unas horas?

Elías se encerró en su habitación intentando controlar sus emociones. Su madre había salido a llevarle algo de comer a Jeremías como excusa para poder ver a Camila y asegurarle que todo saldría bien. Ella sabía que su amiga no era culpable y se lo había dejado muy en claro a su hijo y su marido, aunque ellos no habían dudado nunca de la inocencia de la madre de Mar.

El muchacho se mordió las uñas de los dedos, nervioso. ¿Cómo podía ayudar? ¿Qué podía hacer para demostrar lo que era evidente? ¿Quién podía estar detrás de todas las muertes y tendría los medios para plantar evidencias falsas? Lo peor de todo era que con Mar nunca habían estado separados en una situación así. Se la imaginaba llorando, sola en la cabaña, y eso le estrujaba el corazón.

—Te ves lindo incluso cuando te encierras en tus pensamientos —la voz de Isaac lo hizo reaccionar.

—¿Volviste a entrar por el balcón o puedes teletransportarte?

—Sí, lo siento. Leo mencionó algo de que Mar estaba en problemas y pensé debías de estar afectado también —el rubio se encogió de hombros—. Creí que te gustaría algo de compañía.

Elías asintió en silencio y se quedó observando al demonio de ojos azules cuya mirada resultaba tan intensa como humana.

—Gracias —replicó después de un momento—. Tenemos que descubrir quién está detrás de los asesinatos. Necesitamos descubrir a quienes ofician de cómplices para la criatura que ustedes están cazando, porque han acusado a la mamá de Mar como responsable de dos de las muertes y sabemos que ella no tiene nada que ver.

—Tú vives aquí desde que naciste. ¿Quién podría hacer algo así?

—¿Matar por gusto? Nadie... no lo creo, al menos.

—Piénsalo de otra manera. ¿Quién se beneficiaría de la ayuda de una entidad demoníaca? ¿Quién podría estar dispuesto a vender almas ajenas para obtener favores especiales?

El pecoso suspiró mirando la pizarra sobre su escritorio donde acostumbraba a anotar fechas de exámenes o armar redes conceptuales cuando debía preparar alguna exposición para la escuela. Se puso de pie y buscó un marcador. Con mano temerosa, escribió un nombre y luego otro y otro más. En ese momento se dio cuenta de que se había transformado en su padre. Recordaba haberse quedado mirando el pizarrón de la jefatura cuando lo visitaba de pequeño.

—No tiene coherencia —dijo sin apartar la mirada de la pizarra—. Solo son suposiciones y hasta chocan unos con otros por lo que sabemos que sucedió.

—No sabemos qué sucedió —Isaac se le acercó y lo abrazó por la espalda—. Lo único que tenemos es lo que dejaron ver con cada muerte.

—Entonces, ¿todo es una tremenda farsa?

—No... —el aliento cálido del muchacho le acarició la nuca con suavidad—. Les conviene hacer una gran puesta en escena. Necesitan causar paranoia y miedo en la población.

—Y necesitan alejar toda sospecha de sus personas.

Elías se giró para abrazar a Isaac, aunque sus pensamientos estaban fijos en su amiga, que debía de estar aún más angustiada que él, sufriendo por su madre. El otro joven le rodeó el cuello con los brazos y le acarició el cabello con un gesto tan tierno, que nadie podría pensar que se trataba de un demonio poseyendo un cuerpo ajeno.

Mar logró calmarse después de un buen rato de llanto desmedido. Sentado en el suelo, a su lado, Leonardo se limitaba a abrazarla en silencio. Cuando notó que ella había recuperado la calma, se atrevió a hablar:

—Sé que lo que diré no suena muy alentador, pero hoy es jueves. El traidor y la entidad que liberó intentarán atacar el sábado por la noche, aprovechando la luna llena. A lo sumo, tu madre estará retenida un par de días. Todo saldrá bien, ya verás.

Ella tragó saliva y asintió al tiempo se limpiaba los restos de lágrimas del rostro.

—¿A quién se supone que atacarán el sábado? ¿Cómo esperan detenerlos?

El muchacho bajó la mirada antes de responder.

—Ellos intentarán destruir el pueblo. La fuerza de tantas almas humanas permitiría que la entidad abandone por completo nuestro mundo y se establezca aquí. Si eso sucede, nada quedaría de mi hogar ni tendría lugar al que regresar. Y todavía peor, iniciaría el infierno entre humanos y sería mucho más terrible que las últimas guerras o cualquier tragedia a nivel mundial que puedas imaginarte.

Mar se detuvo a observar las líneas del rostro de Leo. Sabía que aquel aspecto no era propio del demonio, sino una máscara que utilizaba para andar entre los humanos.

—¿Por qué ellos son agresivos mientras tus hermanos y tú parecen tan apacibles? No los veo lastimando a nadie por placer ni asesinando gente —cuestionó dándole vida a la duda que guardaba desde hacía un tiempo. Los gestos lindos que estaban teniendo con ellos, el abrazo reciente y la compañía que le brindaba en ese momento delicado, no se condecían con la imagen que ella tenía de un demonio.

—¿Por qué algunos de los tuyos asesinan, violan o agreden? —Leo se encogió de hombros—. Tú te distingues por tener un cuerpo físico y gozar de emociones ligadas a ese cuerpo. Yo soy etéreo, un cúmulo de energía y pensamientos que observa y racionaliza todo lo que lo rodea. Más allá de nuestras diferencias, hay cosas que nos afectan por igual.

—Los deseos y ambiciones que nos mueven...

—Sí. Hay quienes se ven tan afectados que no miden los medios ni las consecuencias para cumplir sus objetivos. Si un humano es peligroso por sí mismo, imagina de lo que es capaz si convoca a un demonio y se vende a cambio de un favor. Para el demonio, el favor no significa nada excepcional porque lo que le interesa es llegar y establecerse fuera de su plano, algo que solo es posible si se lo invoca.

—Ustedes son la excepción a la regla en todo sentido —Mar sonrió sin alegría.

—Una invocación como la que hiciste con Elías no suele ser tomada en serio —él le devolvió la sonrisa—. Fue lo que mostrabas en pensamientos lo que nos movió a venir. Si ustedes no hubieran dado aviso, nos hubiéramos percatado demasiado tarde de lo que estaba sucediendo y la existencia de nuestro plano y el suyo estaría pendiendo de un hilo.

—¿Es muy grave la cosa? Solo vinieron tres...

—Del otro lado tengo a varios hermanos trabajando para refrenar a la criatura. Sin su esmero, no alcanzaría nuestra visita. Sin nuestro trabajo, de nada serviría su labor.

—Escuché a Helena decir que son príncipes.

—Sí. Veintiún príncipes reinando en grupo. Veintiún demonios que, hace milenios, contuvimos y encarcelamos a esta entidad que ahora pretende andar suelta por el pueblo.

—Esto es irreal —Mar cerró los ojos y tragó saliva una vez más.

—Lo mismo pensaba yo sobre los humanos y sus sentimientos. Mírame aquí, consolándote cuando nada me obliga a ello...

El demonio apretó su abrazo sin terminar la frase. Ya bastante se había expuesto como para ir más allá y mostrarse por completo ante aquella joven que lo cautivaba con cada respiro, aunque no pensaba reconocerlo.

Isaac tomó aire y lo exhaló lentamente, antes de alejarse de Elías y mirarlo a los ojos.

—Tenemos que hablar con mis hermanos. Hay que contarles lo que piensas y ver si es posible seguirle la pista a alguno de tus potenciales sospechosos —murmuró —. No podremos atacarlos antes del sábado, porque solo esa noche ellos serán tan vulnerables como para enfrentarlos y ganarles. Sin embargo, nos conviene ir sacando del medio a los cómplices.

—Hay que buscar a Mar. La policía irá a su casa a buscar evidencias y sería mejor si ella viene a quedarse aquí, ¿no crees?

—Sí. Hay que mantener perfil bajo. En la radio hablaban de que se limitaría el tránsito de gente en el pueblo, pero Helena tiene manera de acceder a diferentes lugares sin llamar la atención y nosotros podríamos cuidar de ustedes y sus familias sin problema.

—¿Camila corre peligro?

—En absoluto. Pienso que al verdadero asesino le conviene tenerla encerrada mientras él se prepara para el sábado —Isaac se llamó al silencio. Sabía que no sería sencillo el enfrentamiento y le preocupaba los decesos de inocentes, pero no tenían más opción. Salvarían a tantos como les fuera posible, antes de ajusticiar al traidor y regresar a la entidad a su calabozo. Luego, regresarían a su mundo y ya no volverían a tener contacto con Elías, Mar ni nadie del pueblo, por mucho que eso les pesara.

Un cuervo graznó sobre un poste de luz frente a la jefatura y entendió que en esa mujer no había una culpable. Con las alas extendidas y el viento bajo sus plumas que se tornaban azuladas bajo el sol, volvió a reunirse con sus hermanos en una bandada negra que llegó hasta el patio de la casa de los Pietro. Las aves se amontonaron y chillaron todas juntas causando un revuelo de alas. Volaban en círculo rodeando a Helena, que los manipulaba en silencio.

La chica demonio tuvo sus ojos oscuros por un minuto, como si se le hubieran llenado de brea espesa hasta que salió de su trance. Los pájaros se dispersaron, buscando las ramas de árboles cercanos, a la espera de nuevas órdenes. Aquella habilidad era mínima comparada con sus verdaderos poderes, pero la naturaleza de ese cuerpo humano que la contenía limitaba sus habilidades. No era momento aun para dejar salir su verdadera esencia. Le bastaba con cubrir el pueblo sin ser vista. Podía moverse con astucia por todo Rincón Escondido resguardando su identidad y ubicación, algo que sus enemigos no lograban por completo. Ese punto vulnerable significaría la caída del traidor y el pasaje de regreso a su reino.

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