Capítulo 21

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

La noche caía cuando Helena llegó a la casa de Mía amparada por las sombras, manifestándose en docenas de cuervos negros que sobrecargaban las ramas de los árboles que se ubicaban en torno a la casa.

La demonio sabía que no podía correr el riesgo de ir en persona. No con sus oponentes ocupando los cuerpos de los padres de la muchacha. Por muy fuerte y capaz que se supiera, exponerse sola era firmar su sentencia de muerte. Aunque para ella significara el regreso a su mundo, y poco le valía la vida de un humano como el que poseía, no podía dejar a sus hermanos librados al azar. Necesitaban del poder de los tres. Por separado poco podían lograr.

La residencia que habitaban los Gutiérrez era un lugar reacondicionado y poco práctico para el bosque. Sí, el pueblo era tranquilo. Sí, los cristales de las paredes traseras podían tener aislamiento térmico. Así y todo, era exponerse a lo que podía morar en la oscuridad que habitaba la arboleda. Para dos mujeres como Tatiana y Mía, con los dones que poseían, esa idea era la peor de todas. ¿O sería que acaso Fabricio lo había hecho a propósito? ¿Hacía cuánto que hospedaba al demonio traidor?

Evitando perderse en preguntas cuyas respuestas poco valían, Helena indicó a los cuervos que se desplazaran en torno a la casa, en busca de un punto de vista que le mostrara a la humana que había prometido proteger. La encontró en su habitación, que también poseía una de las paredes de vidrio transparente. Al parecer, Mía estaba sentada en su cama, observando algo que escondía en su regazo.

Frunció el ceño y se regañó por no haberle pedido el número de teléfono. Se reprendió una segunda vez. Llamarla era tan peligroso como ir en persona a su casa. Levantó la mano y movió su dedo índice, como si golpeara una superficie invisible. En respuesta, uno de los cuervos sobrevoló desde el árbol más cercano y quedó suspendido junto al enorme ventanal. Con destreza, el pájaro picoteó el cristal. En un principio, Mía reaccionó asustada, pero poco tardó en comprender lo que sucedía.

Helena vio a la joven recorriendo el patio con la mirada, como si acaso llevara la cuenta de la cantidad de cuervos que alcanzaba a contar desde la calidez de su cama. La muchacha volteó hacia sus espaldas y volvió la atención al cuerpo que revoloteaba cerca del vidrio. El animal golpeó la superficie fría y translúcida una vez más, en un punto bajo, cercano al libro que Mía ocultaba. Ella descubrió lo que pretendía y le mostró la página que estaba leyendo. Era la invocación que Elías y Mar habían hecho. El hechizo con el que la propia Helena y sus hermanos habían llegado a ese pueblo perdido entre montañas y bosques. El cuervo movió la cabeza, negando. Mía pasó algunas páginas y volvió a levantar el libro hacia la ventana. Otra invocación, aunque de carácter más violento y oscuro. La menor de los Pietro repasó las líneas con celeridad, antes de obligar a que el cuervo se instalara sobre un pino cuyas ramas llegaban a acariciar las paredes y techo de la cabaña. Contempló a Mía una vez más, que observaba al ave. Creyó verla estremecerse, antes de que algo impulsara a la muchacha a cerrar el libro y esconderlo envuelto entre unas telas. Pocos minutos después, Tatiana ingresó a la habitación con una bandeja en sus manos. Helena cortó la conexión directa en ese preciso momento, pero dejó a sus vigías cuidando de la humana. Tenía suficiente con la información que había obtenido y que confirmaba sus sospechas.

Jeremías estaba organizando la cena junto a sus oficiales. Había podido compartir el almuerzo con Analía y, al menos por unos minutos, se había desconectado de la realidad que lo envolvía, escondiéndose en la mirada cálida de su mujer. Pero la tarde se había desgranado entre resultados de pericias mientras Ana había regresado a trabajar a la panadería. Con la noche cerniéndose sobre el pueblo y algunos periodistas rondando aún el lugar sin atender a los pedidos judiciales, el comisario contaba una noche más comiendo y durmiendo junto a sus compañeros. Extrañaba la paz que sentía al atravesar el umbral de su casa, compartir tiempo con Elías y pasar horas completas planeando sus próximas vacaciones en familia.

Llevaba más de una semana persiguiendo a ciegas a un sospechoso que iba cambiando de rostro a medida que imaginaba los posibles motivos que podían llevar a alguien a cometer asesinatos tan brutales. El sueño de verse trabajando con su esposa le resultaba tan distante como cercano, pero no pensaba dejar que la ansiedad lo manejara. Se lo debía a Juan Cruz, Antonio, Juana, Carmen y, sobre todo, a Lorena, que había caído víctima de su investigación.

—Bien, entonces, serán tres pizzas de mozzarella, dos especiales y una vegetariana —comentó Guzmán—. Si las encargamos ahora, podremos comer temprano.

Jeremías lo vio alejarse. Era su turno de cubrir la mesa de entrada, por eso le fue sencillo ver a Rita Acosta bajando de su lujoso auto y abriendo las puertas de la comisaría con la mirada perdida y el pánico haciéndole estremecer el cuerpo.

—Necesitamos hablar —dijo cuando el oficial en jefe abandonó el escritorio y fue a su encuentro—. Es urgente. No puedo esperar a medianoche.

El padre de Elías comprendió que ella era la responsable de la misteriosa llamada que había recibido temprano en la mañana, aunque ese momento parecía distante, tanto como si hubiera ocurrido en otra vida. Había notado una familiaridad en la voz que antes había sido anónima.

Asintió en silencio y la condujo hasta su oficina, no sin antes llamar a uno de los novatos para que ocupara su puesto en el hall del edificio.

—Aquí podremos hablar tranquilos —explicó, cerrando la puerta a sus espaldas.

Cuando volvió la atención a Rita, la encontró frente a los pizarrones donde estaba volcada toda la información del caso. Imágenes de cada víctima, de los lugares donde habían hallado los cuerpos y de los restos, tal y como se los había encontrado. La mujer comenzó a llorar.

—Mi pobre bebé... ellos me lo quitaron —murmuró—. No tenían derecho. Ningún derecho. Ellos necesitaban sangre joven y lo asesinaron.

—¿A quiénes te refieres?

—¡Oh, Jeremías! La pobre Camila está encerrada sin culpa alguna mientras esos malditos andan libres, disfrutando la vida que le arrebataron a Juan.

—Cálmate, por favor —el comisario tomó a Rita por los hombros. Parecía que ella estaba ida, presa de las emociones y sin comprender dónde se encontraba en realidad—. Vamos. Respira profundo y dime qué sucedió. ¿Quién asesinó a tu hijo?

—Ellos. Ellos fueron. Y tú... querían.... Ellos querían... —escondió el rostro en el pecho de Jeremías, empapándole la camisa y manchándosela con maquillaje—. Prometieron que me lo devolverían. Dijeron que pueden. Dicen que pueden regresarlo. Pero no. Sé que no debo creerles. Ellos me lo quitaron. No puedo permitir que destruyan más familias.

—Rita, siéntate. Ven —él la acompañó a una de las sillas y se agachó en cuclillas para mirarla a los ojos—. Te traeré un poco de agua. Tranquila. Prometo que los responsables pagarán por lo que hicieron.

La mujer se aferró al comisario, tomándolo de las muñecas.

—No. No lo entiendes. No entiendes lo que planean. Ellos... ¡Oh, Dios! Ellos...

Rita se llevó las manos al tórax. Un gemido escapó de sus labios mientras intentaba tomar el aire que parecía faltarle a sus pulmones.

Sin perder tiempo, Jeremías la recostó en el suelo y llamó pidiendo ayuda. Guzmán atendió a sus gritos.

—Ve y trae a Camila.

—Pero...

—Sí, ya sé que está detenida. Es médica y tenemos una urgencia. ¡Ya!

Sobre la alfombra, Rita jadeó. El jefe de la policía alejó los muebles y trató de acomodar a la mujer colocándole su chaqueta arrollada debajo de la nuca para abrirle las vías respiratorias.

Camila llegó rápido. Se arrodilló junto a Jeremías y controló los signos vitales de Rita.

—Parece que está teniendo un paro —señaló la doctora—. Intentaré reanimarla. ¿Sí? Pero pidan una ambulancia. Aquí no podremos sostenerla mucho tiempo.

El comisario asintió y corrió a dar aviso, en tanto Camila colocaba sus manos sobre el tórax de Rita para hacer las compresiones. Comenzó a contar en voz baja y a ritmo constante.

Para cuando Jeremías regresó, ella se detuvo. Él la vio inclinarse sobre la mujer y darle respiración boca a boca. Por un momento, la médica observó si el pecho de su paciente se elevaba. Al no tener respuesta, le dio una nueva respiración. La reacción de Rita fue casi nula. Camila inició un nuevo conteo con las compresiones torácicas y volvió a darle respiración boca a boca a Rita.

—¡Maldita sea! —urgió al no ver cambios—. No puedes morirte así, Rita.

La tercera serie de compresiones y respiraciones tampoco generó cambios. Camila volvió la mirada al reloj de la oficina. Un grupo de urgencias llegó entonces. Con diligencia, cargaron a Rita sobre una camilla y reiniciaron la resucitación cardiopulmonar mientras la trasladaban a la ambulancia escoltados por varios miembros de las fuerzas policiales.

La oficina del comisario quedó en silencio, con él y la madre de Mar mirándose sin saber qué decir.

—Esta es la sexta muerte en ocho días —comentó Jeremías después de unos minutos al desplomarse sobre una silla y esconder el rostro entre las manos—. Seis, sin cortar la desaparición de Don Cosme. Necesito que esto termine cuanto antes. Ya no lo soporto.

Camila le acarició la espalda.

—Todo saldrá bien. Sé que podrás descubrir a los culpables y que resolverás todo —intentó sonreír, pero el gesto quedó a medias.

—Mañana podrás volver a casa. Lamento lo que te tocó pasar.

—Está bien, de verdad. Tranquilo.

Jeremías se puso de pie y acompañó a Camila a su celda. No podía borrar de su cabeza las palabras de Rita y la angustia de esa mujer que parecía haber descubierto a los homicidas de su hijo. ¿Quiénes eran? ¿Qué tan lejos o cerca estaban esas personas que la madre de Juan Cruz Acosta quiso denunciar sin éxito? ¿Por qué necesitaban sangre? Tal vez la investigación de Lorena no estaba tan errada. ¿Podía deberse todo a un grupo satánico? ¿Desde cuándo Rincón Escondido era hogar de gente tan enferma y desquiciada?

Luego de la cena, Mar limpió los platos con ayuda de Leonardo. Bien podía malacostumbrarse a su compañía, pero entendía que él anhelaba volver con su familia, tanto como ella soñaba con irse lejos del pueblo. De tanto en tanto, Elías le mandaba mensajes. En compañía de Isaac, su amigo se limitaba a escribirle para no dejar en evidencia los temas conversación que mantenían frente al demonio, algo que ella entendía perfectamente con Leo como su sombra en todo momento.

—Necesito que hablemos de algo importante —el mayor de los Pietro llamó su atención. Estaban subiendo las escaleras en dirección a la habitación de la joven.

Ella se acomodó al borde de su cama y asintió con una media sonrisa.

—¿Es un asunto serio?

—Mañana, cuando todo termine, Helena invocará el hechizo que te comenté para eliminar los recuerdos de todos. Les haremos creer que se trató de un grupo de fanáticos del oscurantismo.

—Bueno...

—Si todo sale bien, mientras mi hermana hace lo suyo, Elías y tú deberán abrir el portal para que regresemos a nuestro mundo. Se supone que los cuerpos que nos contienen quedarán ilesos.

—¿Los Pietro sobrevivirán?

Leonardo desvió la mirada.

—Espero que Isaac y Helena sí lo logren.

Mar parpadeó varias veces, intentando procesar aquello.

—¿Tú...?

—No. Yo no voy a morir, no al menos en términos de lo que conoces como muerte. Mi idea es alcanzar a cruzar el umbral.

—Pero Leonardo Pietro fallecería. ¿Eso es lo que quieres decir?

—Sí. No soporto repasar sus recuerdos y ver lo que ha hecho a sus hermanos —negó con la cabeza—. Isaac se hará mayor de edad en unas semanas y podrá hacerse cargo de Helena. Tienen una buena herencia familiar, nada les hará falta. Será lo mejor para ellos.

—¿Por qué me dices todo esto?

—Necesitaba hablarlo con alguien y contigo se me da muy natural. También quería pedirte...

—¿Si?

—¿Tocarías tu violín una vez más, por favor? —el tono del demonio no era provocador, sino tierno. Alguien con su poder pidiendo un favor tan simple.

Mar buscó el maletín y regresó a la cama en silencio. Se detuvo cerca de Leonardo y cerró los ojos decidiendo qué melodía interpretar. Estaba a punto de apoyar el arco sobre las cuerdas cuando él la besó tomándole la cabeza por la nuca.

—Lo siento —murmuró—. Pero es que sé lo que vendrá y...

—Mmmh, creo que la música suena mejor durante el día —ella se mordió el labio inferior—. Pensaba ir a darme una ducha. ¿Te gustaría acompañarme?

En respuesta, el muchacho volvió a besarla, estrechándola contra su cuerpo. Mar sentía que debía aprovechar esas últimas horas. Era como si una burbuja la envolviera y le hiciera ver solo lo mejor del. De lado dejaba a Camila, cuya liberación imaginaba para el lunes, y la preocupación por Elías y la angustia que habría de vivir cuando todo aquello terminara y la criatura en Isaac se fuera. No. No pensaba detenerse a pensar en eso. Iba a vivir el momento. Ese momento, en que se sentía tan libre y tan ella como nunca antes.

Elías se retiró a su cuarto ni bien terminó de cenar con su madre. Se había excusado diciendo que quería quedarse hasta la madrugada hablando con Mar en la comodidad de su habitación, algo que acostumbraba a hacer, y esperó a que Isaac elevara el conjuro que insonorizaba el cuarto con un dejo ansiedad que se preocupó por contener. Esa sería la última noche con el demonio de cabellos rubios y ojos azules y deseaba que las horas se hicieran eternas, aunque sabía que algo así era imposible.

Estaban abrazados, acurrucados el uno contra el otro, cuando Isaac le dio un beso en la punta de la nariz antes de susurrar:

—Cierra los ojos —Eli dudó, pero le hizo caso—. Ahora, ábrelos.

Por un momento, el pecoso se sintió perdido. No parecía estar su habitación contemplando el cielo raso blanco. En cambio, era como si estuviera suspendido en medio de algún punto perdido en el espacio. Veía estrellas de todos los tamaños tan cerca, que parecía posible alcanzarlas con las manos.

—Es hermoso —murmuró maravillado.

—En los milenios que llevo existiendo, nunca creí posible sentir lo que siento en este cuerpo humano —Isaac se encogió de hombros y suspiró—. Así como hay estrellas que llevan tiempo sin vida, pero su luz continúa viajando por el universo... así sucederá con lo que siento por ti. Aunque ya no me tengas a tu lado, seguiré pensándote, no lo dudes.

Elías sonrió, sabiendo que le estaba siendo sincero.

—Gracias. Sé que no olvidaré esto que compartimos juntos.

Se besaron una vez más. Con urgencia. Con necesidad el uno del otro. Comprendiendo que el tiempo transcurría demasiado rápido cuando la situación se disfrutaba y que la mañana llegaría por mucho que quisieran retrasarla.

Nada podía preparar a nadie para lo que sucedería el día siguiente. De ninguna manera. En ningún sentido.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro