Capítulo 8

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Bañarse resultó una tarea más sencilla de lo que Mar había imaginado. El agua tibia se volvió fría a su espalda mientras la temperatura de su cuerpo menguaba poco a poco. Eso no quitaba que se sintiera fatal, pero ayudaba bastante.

Ya arreglada con unos jeans desgastados y una camiseta suelta de color crema, tomó un impermeable por si acaso la lluvia arremetía más tarde y cruzó a la casa de su mejor amigo. El clima se había vuelto impredecible esos días.

Llamó a la puerta y esperó. La humedad del ambiente sumada a la fiebre que volvía a marcar presencia, le generaban una sensación de ahogo poco agradable.

Una brisa de aire cálido le llevó de regalo un aroma que hacía años no sentía. Una fragancia marcada, mezcla de menta y vainilla, la llevó lejos, a una época que ya no volvería.

Estaba con su padre, escalando un cerro. El paisaje era diferente al de Rincón Escondido, mas guardaba ciertas similitudes. La familiaridad entre vecinos y la tranquilidad del pueblo la hacían sentir en casa. Las tierras rojizas y los cactus creciendo aquí y allá le transmitían el mismo mensaje que las montañas de su hogar: es posible creer en la magia en sitios como esos.

Federico había decidido hacer ese viaje con su familia para presenciar una fiesta popular. Los lugareños se vestían con ropas de colores fuertes, los tambores y las quenas resonaban mientras el carnaval cobraba vida y creaba un espectáculo ancestral y maravilloso. Habían sido las últimas vacaciones que Mar pudo tener con su papá.

Para cuando Elías abrió la puerta, su amiga estaba apoyada contra el marco, con el rostro empapado de lágrimas que se mezclaban con el sudor de la fiebre.

Él no precisó hacer preguntas. Sabía que Mar tenía ese tipo de recaídas de tanto en tanto. A veces por una voz parecida a la de su padre, otras veces por un perfume. Incluso una melodía de alguna de las canciones preferidas de Federico podía convertirse en un arma de tortura emocional para la muchacha.

Sin dudarlo, la abrazó en silencio. Durante algunos minutos, ella se limitó a llorar y él a contenerla. Hasta que Mar descubrió que la humedad en la ropa de su amigo no era producto de sus lágrimas, al menos no por completo. Elías transpiraba, tanto o más que ella. La piel parecía arderle y aquello era muy preocupante.

—Eli, vamos al sillón —se alejó un poco de él, tratando de mirarlo a los ojos—. Ven, allí podrás recostarte.

Con dificultad, recorrieron los pocos metros que los separaban del sofá de tres cuerpos que ocupaba buena parte del living con sus brazos tapizados en terciopelo color crema.

Mar buscó su teléfono y marcó sin dudar. Cuando del otro lado de la línea alguien respondió, la voz de la joven surgió cargada de emoción:

—Mamá, ven pronto. Es urgente. Estoy en la casa de Elías.

Al entrar a casa de los Blanco, Camila aún tenía rastros de tierra en los pantalones que delataban el tiempo que había estado trabajando en el jardín. Escuchar a su hija tan preocupada la puso en alerta, aunque se había colocado la máscara de tranquilidad que acostumbraba a usar con sus pacientes.

Luego de auscultar a Elías, la doctora se volvió hacia su hija y comenzó con las preguntas de rigor:

—¿Cuánto lleva en este estado?

—Parece que hoy se levantó así.

—Tú también tienes fiebre. Te ves decaída y estás sudando mucho. Debe ser algo contagioso. ¿Estuvieron en contacto con alguien más que pueda estar presentando esos síntomas ahora?

—No, pero... hicimos una actividad de plástica y... Elías se hizo sangrar un dedo, yo también.

—¡Ay, Mariana! ¿Cómo es que tienes dieciocho años y no llevas cuidado en las tareas con objetos punzantes?

—Lo siento, mamá —Mar desvió la mirada.

Odiaba mentirle a Camila, pero le preocupaba contarle el verdadero motivo por el que su Eli y ella cargaban cicatrices casi idénticas en sus dedos.

—¿Se desinfectaron las heridas? —tomó las manos de su hija y miró sus dedos con atención. Al observar la zona de piel que se estaba reconstruyendo, la acarició con cuidado—. Tienes el dedo afiebrado. ¿Puedes sentirlo? Tu cuerpo está reaccionando a algún tipo de bacteria y eso hace que aumente tu temperatura corporal. No te preocupes, te indicaré un antibiótico de gran espectro y en unos días ya te sentirás mejor.

—Elías parece estar más grave...

—Bueno, cariño, cada organismo reacciona diferente. Puede que tu amigo se encuentre con las defensas bajas —desvió la mirada al muchacho y lo observó dormir con gesto intranquilo—. Iré al hospital a buscar algunas ampollas y material descartable. Si les administro el antibiótico inyectable, actuará más rápido y no precisarán hacer tratamiento extendido.

Mar vio a su madre salir a la calle con paso rápido. El hospital no quedaba muy lejos, así y todo, Camila prefirió ir en auto para ahorrar tiempo.

Pocos minutos más tarde los adolescentes tenían, además de cicatrices mellizas en sus dedos, pinchazos mellizos en sus traseros. Camila acompañó al muchacho hasta su habitación y lo arropó. Ya le había dado aviso a su madre, quien prometió cerrar el local antes para ir a cuidarlo. Las mujeres López esperaron la llegada de Analía Blanco en silencio.

Los pensamientos de Mar viajaban hasta la escena que había visto a hurtadillas pocas horas antes y aunque quería enfrentar a su madre, no se sentía en condiciones para hacerlo. Además, ¿qué iba a reclamarle? ¿El vecino le había estado coqueteando? ¿Ella lo había mirado de manera dudosa? No se imaginaba a su mamá saliendo con alguien y dejando a un lado el amor que le tenía a su papá, aunque llevara cuatro años muerto. Menos podía imaginarla comenzando cualquier tipo de relación con alguien que bien podía ser su hijo. ¿Pero quién era ella para juzgar los procesos de su madre al fin y al cabo?

En algún momento, ella también cayó en sueños. Extraños flashes luminosos le mostraban imágenes sueltas. Una sonrisa. Un rostro de facciones marcadas. El aroma dulce de una loción para después de afeitarse. El sonido de un corazón latiendo a ritmo suave y constante.

Mar despertó con la calidez del sol iluminándole el rostro. Abrió los ojos poco a poco. Sentía la lengua pastosa y, aunque ya no se notaba con fiebre, su ropa guardaba la humedad de sus últimos sudores. Palpó la superficie de la mesita de noche buscando su celular. Con algo de esfuerzo enfocó la mirada y leyó la hora. "10 am" rezaba el recuadro de color negro que decoraba el centro de la pantalla táctil al estar bloqueada. No era lógico. Captó su error al verificar la fecha. Era domingo, no sábado. Había perdido medio fin de semana durmiendo.

—¿Qué diablos me inyectaste, Camila? —preguntó en susurros—. ¿Y cómo hiciste para traerme hasta aquí arriba?

—Yo no te cargué... —la voz de su madre la hizo reaccionar de golpe.

—¿A qué te refieres?

—Ayer, cuando Ana regresó para cuidar a Elías, tu compañero nuevo, Isaac, pasó a saludar y ver si todo iba bien. Al parecer, él había estado un rato antes que nosotras en casa de Elías y se había llevado lo trabajado en la última semana de clases. Notó a Eli bastante mal y se preocupó por él. Es un chico adorable ese muchacho. Bueno, igual que el resto de su familia.

—Sí, parecen muy especiales...

—Hablo en serio, Mar. Deberías de estar agradecida. Isaac buscó a su hermano y fue el propio Leonardo quien te cargó en brazos y te trajo hasta tu habitación.

La joven miró a su madre sin ser capaz de cerrar la boca. ¿El adonis griego la había llevado en brazos? ¡Eso era un completo y total bochorno! Aunque lo que más le dolía era no haber podido disfrutar del momento como correspondía. Casi le recriminó a su madre que permitiera que el vecino la viera en ese estado. Su ropa había estado empapada y su aspecto era el peor.

—Yo... —suspiró—. Tendré que ir a darles las gracias cuando me recupere.

Se giró sobre la cama y se acurrucó entre las sábanas.

—Elías se siente mejor. Ana me avisó que despertó hace un rato y que ha estado muy preocupado por ti.

—Lo llamaré luego de asearme un poco.

—Él te va a necesitar y mucho, Mar —el tono de la voz de Camila preocupó a su hija—. Ana también me dijo que Jeremías no volvió anoche a dormir. Hay periodistas persiguiendo cada paso que da y tanto el intendente como la familia Acosta están ejerciendo una gran presión para que resuelva el caso de inmediato.

—Los otros cuerpos que encontraron...

—Sí. Eran Juana y Antonio. Sus padres no han podido llevar adelante los entierros, la policía científica sigue buscando pistas que los acerque al responsable. Están devastados.

Mar se tapó el rostro con la almohada.

—Siempre me quejé de lo aburrido que es el pueblo —su voz llegaba apagada al atravesar el relleno de vellón—, pero esto es el otro extremo. Una cosa es que mis compañeros sean unos tremendos idiotas y otra muy distinta es lo que les hicieron luego de matarlos. Quiero creer que ya estaban muertos y no que los descuartizaron en vida.

—Por todo esto, Elías va a precisarte. Por un tiempo su papá no volverá a casa y hasta es probable que alguna camioneta de los noticieros de la capital se instale fuera de su casa.

—No te preocupes, mamá. Yo le haré compañía, igual que él estuvo para mí cuando papá murió.

—No espero menos de ti, cariño —con suavidad, levantó la almohada y contempló el rostro de su hija. Sus ojos oscuros eran un calco de los de Federico, aunque de ella había heredado los labios finos. Le acarició la mejilla y le dejó un beso en la frente, antes de bajar a preparar todo para irse al trabajo.

Mar se quedó mirando por la ventana de su habitación, donde los rayos del sol generaban un clima cálido y radiante, aunque estaba segura de que afuera el viento debía de mantener el verano a raya.

Elías llevaba un buen rato despierto cuando el timbre de su casa resonó. Su madre estaba en el patio, colgando la ropa recién lavada, por lo que no le quedaba más remedio que ir a atender.

Al abrir la puerta, una sonrisa que ya lo había conquistado lo saludó con calidez.

—¡Hola! Me alegra saber que estás mejor —Isaac sonaba sincero. En sus manos, un manojo de hojas iba guardado dentro de un libro cuyo título Elías no alcanzaba a leer.

—Sí. Nada como un buen descanso para renovarse a pleno —le resultaba imposible mostrarse de mal ánimo frente a su nuevo vecino—. ¿Quieres pasar?

—Solo vengo por un momento, debo ayudar a mi hermano con un asunto de la casa. Quería devolverte las actividades que me prestaste y darte esto —extendió la mano y le ofreció el libro a Elías.

—¿Astronomía? —dijo el muchacho con interés al contemplar la tapa del ejemplar.

—Sí, bueno... es que... —Isaac se mordió la comisura de los labios antes de regalarle una nueva sonrisa que le tiñó el rostro de escarlata—. Puede que nunca te hayas puesto a pensarlo, pero parece que llevas dibujado a Eridanus en el rostro.

—¿Tú crees que...?

—Sí. Pienso que tus pecas asimilan una constelación con tal belleza que es imposible dejar de admirarte. Quiero decir.... como es tan parecido el patrón y estás cerca y no a años luz... Lo siento, eso sonó raro.

Elías se quedó sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Isaac sonrió una vez más, antes de murmurar:

—Ojalá te guste el libro. Ten buen domingo, Eli. Nos vemos mañana en la escuela —sin más, se retiró caminando a paso tranquilo.

Elías lo vio alejarse sin dar crédito a lo que había visto y escuchado. ¿Qué había sido todo eso?

Luego del almuerzo, Mar recorrió el living de su casa en silencio. Parecía un alma en pena, vagabundeando por lugares que le resultaban distantes y extraños. Por momentos no reconocía el sitio donde había nacido y crecido. Rincón Escondido estaba mutando de una manera tan oscura como angustiante. La sangre derramada no era de inocentes, pero nada le daba derecho a nadie a proceder de esa manera.

La joven se acurrucó en el sillón de su living y encendió la televisión con el control a distancia. No debía salir de su casa y su amigo tampoco podía ir a visitarla.

"Si Elías y tú pasan esta noche sin cambios de temperatura, mañana podrás ir a verlo y él tendrá el visto bueno para venir. Les extenderé un certificado para que no asistan a clases hasta el miércoles, así se recuperan como corresponde", rezaba la nota que Camila le había dejado a su hija en la puerta de la heladera a modo de recordatorio, aunque ya habían hablado del asunto antes de que saliera a trabajar.

Mar leyó la nota de su madre por quinta vez antes de que su teléfono resonara.

—Tengo una constelación dibujada en el rostro y jamás me di cuenta —la voz de Elías llegaba apagada. Puede que estuviera hablando en susurros para que su madre no lo escuchara—. Supera eso, López.

—Me cargaron en brazos hasta mi habitación... —ambos rompieron a reír.

—Tenemos que ponernos al día con muchos chismes, nena. ¿Te sientes mejor?

—Bastante. Sigo algo cansada, pero mamá dijo que es normal luego de la fiebre que pasamos.

—Sí, algo de eso le escuché decir a mi mamá cuando hablaba con papá para ponerle al tanto.

—¿Qué tal lo llevas?

—Es extraño. Todavía no lo proceso por completo. Son... demasiadas cosas juntas.

—Todo irá bien.

—Ojalá...

—Piensa que al menos a ti no te sucedió de ver al vecino sexy coqueteando con tu madre y que después sea ese mismo vecino el que te lleve hasta tu habitación mientras te vas en fiebre y sudores.

—¡Ay, nena! Definitivamente, jamás cambiaría de lugar contigo.

Otra vez estallaron en risas. Su conversación se extendió durante horas, hasta que el sol cayó y dio paso a la luna.

La quietud y el silencio que tantas veces habían criticado del pueblo, habían sido desplazados por el ruido de los autos que iban y venían sin respetar siquiera el sentido de tránsito de las calles. Mientras, tres familias lloraban una pérdida irreparable, el cementerio se preparaba para recibir nuevos moradores y el responsable de todo seguía libre.

En su oficina, el comisario Blanco observaba la pizarra donde iba anotando cada dato y pista que obtenían. Aquello no podía ser obra de una sola persona. ¿Cuántos serían los implicados ¿Cuánto tiempo debería pasar lejos de su familia hasta dar con los responsables? ¿Lograría cerrar el caso o el caso lo cerraría a él? Exhausto, Jeremías se durmió contra el respaldo de su sillón anhelando que los periodistas desistieran y se marcharan al despuntar el sol el día siguiente.

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