Horacio

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Horacio, poeta latino romano lirico y satírico, escritor de Odas, Sátiras, Epodos y Epístolas, siendo uno de los romanos más conocidos en el mundo literario, inspirando a grandes personajes como Garcilaso, Petrarca, Ronsard, Luis de León, Moratín, Guillen, etc., siendo uno de los escritores romanos latinos clásicos junto a Cicerón, Virgilio, Ovidio, etc. Caracterizado por expresar diversos temas en sus odas como alabanza, amor, amistad, naturaleza, etc. El siguiente trabaja expondrá a este personaje en tres puntos, el primero será una breve biografía, el segundo será su obra literaria en general y el tercero será sobre sus odas, tema principal del que hablare, publicando algunas y dando un breve análisis general a los 4 libros que las contienen.

Quinto Horacio Flaco, su nombre completo, simplemente conocido como Horacio, nació en Venusia, hoy Venosa, Basilicata, el 8 de diciembre de 65 a. C. y murió en Roma, el 27 de noviembre del 8 a.C. Fue un poeta latino romano y el principal poeta lírico y satírico en lengua latina.

Fue hijo de un esclavo liberto, naciendo cuando su padre ya gozaba de la libertad. Su padre, aunque pobre, invirtió mucho dinero en la educación de su hijo, acompañándolo a Roma donde inició sus estudios de Gramática con Orbilio y, probablemente, los de retórica con Heliodoro. A los 20 años se trasladó a Atenas para estudiar griego y Filosofía en la Academia con Teomnesto, donde tomó contacto por primera vez con el epicureísmo. También fue alumno de Cratipo de Pergamo. Siempre reconoció los cuidados y el gran sacrificio que su padre hizo por él, siendo la relación con su progenitor uno de los más bellos episodios de amor filial que sobreviven del periodo clásico.

Se haría cónsul de la república romana durante el gobierno de Julio Cesar, pero tras el asesinato de este, se unió al partido republicano, formando parte del ejército que Marco Junio Bruto preparaba en Grecia para oponerse a Octavio y Marco Antonio en la tercera guerra civil romana, siendo nombrado tribuno militar. El ejército republicano fue derrotado en la doble batalla de Filipos en el año 42 a. C., en la cual, dadas sus escasas actitudes militares, hubo de escapar para salvar su vida. Cuando Octavio gano la guerra civil y se proclamó Cesar Augusto, decretó una amnistía a favor de aquellos que habían luchado en su contra, Horacio volvió a Roma, conociendo entonces la noticia de la muerte de su padre y la confiscación de sus propiedades. Sumido en la pobreza, consiguió trabajo como escribano de cuestor, un puesto que le permitió practicar su arte poético.

Con el tiempo, Horacio se fue ganando el respeto y la admiración de los círculos literarios romanos, al que pertenecían Virgilio y Lucio Vario Rufo, quienes le presentaron a Mecenas en el año 38 a. C., amigo y consejero del emperador César Augusto. El emperador le brindó su protección, llegándole a ofrecer un puesto como secretario personal, pero declinó la oferta debido a sus principios epicúreos. Mecenas llegó a convertirse en su protector y amigo personal, tanto que obsequió a Horacio una finca en Tiber, en los montes Sabinos en el año 33 a. C., donde el poeta se retiraría a redactar sus obras y donde moriría finalmente.

Su Obra literaria se compone de poesía. Su poesía destaca por que fue un poeta reflexivo, que expresa aquello que desea con una perfección casi absoluta. Los principales temas que trata en su poesía son el elogio de una vida retirada («beatus ille») y la invitación de gozar de la juventud («carpe diem»). Además escribió epístolas o cartas, siendo la más conocida, su Epístola a los Pisones, mejor conocida como Arte Poética.

Su obra poética no se redujo al subgénero de la lírica, también tocó otros aspectos del conocimiento. Varios críticos proponen dos periodos de su producción:

En el primer período compuso las Sátiras, poesía crítica con abundantes elementos autobiográficos que persigue un fin moral y los Epodos, composiciones de carácter lírico donde también hay crítica social. Algunos de los epodos de Horacio conservan este carácter, pero otros son de carácter eminentemente lírico. Destaca aquel cuyo comienzo, "Beatus ille", ha dado nombre a un tema literario, la alabanza de la vida en el campo.

En el segundo periodo escribiría sus Odas y Epístolas. Sus odas son composiciones de carácter lírico que constituyen su obra cumbre de la lírica latina. En ellos se jacta de haber sido el primero en trasplantar al latín, utilizando la lírica eolia en su conjunto, imitando temas y metros líricos griegos, sobre todo de Alceo, Safo y Anacreonte. Sus epístolas se enfocan en la reflexión moral y filosófica, siendo la más conocida, la Epístola a los Pisones o Arte Poética.

Enfocándome en sus Odas, como mencione al principio, estas están distribuidas en cuatro libros, siendo en total 104. Sus Odas tienen el componente fundamental de ser líricas y se dividen en varios grupos temáticos, por ejemplo: Alabanzas a Augusto, Elogio de la Amistad, Tema Filosófico y Moral, Dioses como Mercurio, Diana o Apolo, El Amor, Alabanzas a otros poetas como Mecenas, Virgilio, etc. y finalmente, El Campo y La Naturaleza.

Analizando los cuatro libros y cada Oda, me doy cuenta que Horacio se enfoca en tres cosas principalmente, aparte de lo que ya nombre en el punto anterior, estas serían las alabanzas al emperador Augusto y sus alabanzas a otros poetas como Mecenas y Virgilio, la segunda sus odas a la naturaleza y la tercera sus odas a sus amigos y a Lidia, que expresan sus sentimientos amorosos.

Empezando con las alabanzas al emperador Augusto, esto se debe a que el emperador Augusto le brindo su protección por medio de Mecenas y se ganó el favor de Horacio, a pesar que este lo dejo en la pobreza, aun así el poeta lo alaba casi siempre en sus odas, como si lo hubiera perdonado. Siguiendo con las alabanzas a otros poetas, alaba principalmente a Mecenas, porque este fue un gran amigo suyo, llegando a ser su protector personal, mostrándose claramente agradecido con él, de hecho, fue tal su amistad que ambos fueron enterrados el uno al otro.

Otro poeta al que alaba es a Virgilio, que fue otro amigo suyo, lamentando su muerte en una de sus odas, pero estas segundas alabanzas se diferencian por ser de amistad y no de admiración como Augusto. Pasando a la naturaleza, Horacio expresa algunas veces su amor a la naturaleza y al campo, como sus odas Contra un Árbol y La Fuente Bandusia, dando a entender que fue un gran amante de lo natural y del campo.

Finalmente, enfocándome en sus amigos, Horacio muestra odas donde los menciona, expresando su cariño por ellos, y con Lidia, esta fue su antigua novia, pero aunque fuera así, Horacio le guarda un gran aprecio al expresar sus sentimientos hacia ella en sus odas, aunque en algunas se expresa como ambos tienen otros amantes y como deciden retomar su amor, Horacio le guarda gran aprecio como si fuera un gran recuerdo para él. Resumiendo, las odas que Horacio más hizo son tres: odas de alabanza, odas enfocadas en la naturaleza y odas de amistad y amor.

Para terminar, revisando estos cuatro libros, presentare las odas que más me llamaron la atención, poniéndolas libro por libro y las pondré de ejemplo, sobre todo las que reflejan los grupos temáticos que dije anteriormente, para que se note más de cerca, el arte poético de Horacio.

Libro I

I A MECENAS

Mecenas, descendiente de antiguos reyes, refugio y dulce amor mío, hay muchos a quienes regocija levantar nubes de polvo en la olímpica carrera, evitando rozar la meta con las fervientes ruedas, y la palma gloriosa los iguala a los dioses que dominan el orbe.

Éste se siente feliz si la turba de volubles ciudadanos le ensalza a los supremos honores; aquel, si amontona en su granero espacioso el trigo que se recoge en las eras de Libia.

El que se afana en desbrozar con el escardillo los campos que heredó de sus padres, aun ofreciéndole los tesoros de Átalo, no se resolverá, como tímido navegante, a la travesía del mar de Mirtos en la vela de Chipre.

El mercader, asustado por las luchas del Ábrego con las olas de Icaria, alaba el sosiego y los campos de su país natal; mas poco dispuesto a soportar los rigores de la pobreza, recompone luego sus barcos destrozados.

No falta quien se regala con las copas del añejo Másico, y pasa gran parte del día, ora tendido a la fresca sombra de los árboles, ora cabe la fuente de cristalino raudal.

A muchos entusiasma el clamor de los campamentos, los sones mezclados del clarín y la trompeta, y las guerras aborrecidas de las madres.

El cazador, olvidado de su tierna esposa, sufre de noche las inclemencias del frío, y persigue la tímida cierva con la traílla de fieles sabuesos, o acosa al jabalí marso que destroza las tendidas redes.

La hiedra que ciñe las sienes de los doctos me aproxima a los dioses inmortales; la fría espesura de los bosques y las alegres danzas de las Ninfas con los Sátiros me apartan del vulgo, y si Euterpe no me niega su flauta, si Polihimnia me consiente pulsar la cítara de Lesbos, y tú me colocas entre los poetas líricos, tocaré con mi elevada frente las estrellas.

II A CÉSAR AUGUSTO

Ya el padre de los dioses envió a la tierra bastante nieve y asolador granizo, y su encendida diestra, vibrando el rayo contra los sagrados templos, llenó de espanto a Roma y puso terror en el orbe de que volviese el funesto siglo de Pirra con sus monstruosos portentos; cuando Proteo condujo sus rebaños a las cimas de los montes, los peces quedaron suspendidos de las copas de los olmos, donde antes se recogían las palomas, y los tímidos gamos nadaron sobre el mar extendido por la campiña.

Vimos el rojo Tíber, rebatidas con fragor sus ondas en el litoral etrusco, lanzarse a destruir el monumento del rey Numa con el templo de Vesta; y orgulloso de ser el vengador de su desolada esposa IIía, desbordarse por la siniestra ribera sin la aprobación de Jove.

Muy pocos jóvenes oirán las guerras provocadas por los delitos de sus padres, y sabrán que los ciudadanos aguzaron contra sí mismos el hierro forjado para aniquilar a los temibles persas.

¿A qué dios invocará el pueblo en la ruina del Imperio? ¿Con qué preces ablandarán las púdicas doncellas a Vesta, sorda a sus clamores? ¿A quién dará Júpiter la misión de expiar tan horrendo crimen?

Apolo, dios de los augurios, te rogamos que nos asistas, velando tus hombros en cándida nube; o si te place más, llega tú, sonriente Venus, en cuyo torno revolotean los Juegos y Cupido; o tú, si miras aún con ojos propicios la suerte del pueblo menospreciado y sus descendientes, padre de Ia ciudad, a quien entusiasma el clamoreo bélico, los cascos relucientes y el aspecto feroz del mauritano frente a su enemigo cubierto de sangre; poned pronto término a nuestras discordias.

O mejor tú, alado hijo de la venerable Maya, si pretendes tomar en la tierra la figura de un heroico joven, y que te llamen todos el vengador de César.

Ojalá retrases tu vuelta a los cielos, y permanezcas gozoso largo tiempo con el pueblo de Quirino, sin que huyas en alas del viento, ofendido por nuestras culpas.

Aquí anheles conquistar solemnes triunfos y ser llamado príncipe y padre de la ciudad; y no toleres que, siendo César nuestro caudillo, cabalgue impunemente el medo por dondequiera.

VIII A LIDIA

Por todos los dioses te lo ruego, dime, Lidia, ¿por qué precipitas con tu amor la ruina de Síbaris? ¿Por qué odia ya el campo de Marte, donde sufrió mil veces las molestias del polvo y el sol? ¿Por qué no cabalga esforzado entre sus compañeros, ni reprime la fogosidad del bridón galo con el freno de dientes de lobo? ¿Por qué teme cruzar las rojas ondas del Tíber, y el aceite de los atletas le infunde más horror que el veneno de las víboras? ¿Por qué no muestra en sus brazos las señales lívidas de las armas, ni se gloría de arrojar el disco o el venablo más allá del término señalado? ¿Por qué se esconde como el hijo de la marina Tetis, según es fama, antes de la ruina lastimosa de Troya, para no lanzarse, vistiendo la armadura, a la matanza contra las falanges de Licia?

XXIV A VIRGILIO

¿Qué consuelo ni resignación cabe en la pérdida de tan caro amigo? inspírame canciones lúgubres, Melpómene, a quien el padre Jove dio con la lira una voz melodiosa. ¿Conque duerme el eterno sueño Quintilio? ¿Cuándo hallarán quien [se] le iguale el pudor, la verdad sincera y la fe incorruptible, hermana de la justicia?

Murió acompañado por las lágrimas de todos los buenos, pero nadie le lloró como tú, Virgilio, que en vano pides a los dioses te devuelvan a Quintilio, no nacido para ser inmortal; y aunque pulsaras más blandamente que el tracio Orfeo la lira escuchada por los árboles, no volvería la sangre a reanimar la vana sombra que Mercurio, sordo a las preces para revocar los decretos de los hados, empuja hacia el negro rebaño con su horrendo caduceo. <Es triste, pero más llevadero hace la paciencia aquello que corregir se nos veda>.

Libro II

V A UN AMIGO

Aún no tiene fuerzas para soportar en la domada cerviz el yugo, ni compartir los trabajos de un igual, ni tolerar el enorme peso del toro inflamado por los arrebatos del amor.

El ánimo de tu novilla solo apetece regalarse en las verdes praderas, defenderse en el río del calor sofocante, y buscar solícita los terneros que retozan entro los húmedos sauces.

No pretendas coger la uva que aún está verde; día llegará en que el otoño, rico de frutos, te ofrezca sus maduros racimos teñidos de púrpura.

Entonces ella misma te buscará; pues el tiempo, que vuela sin descanso, le habrá añadido los años robados a tu juventud; entonces Lálage, con frente desembarazada, pedirá un esposo, y será mucho más querida que Cloris y la inconstante Fóloe, cuando deslumbra [los ojos] con sus espaldas blancas como la luna reflejada en el mar, o [con su rostro tan hermoso] como [el de] Giges, que, metido en un corro de doncellas, engañaría respecto al sexo los ojos más perspicaces por su abundante cabellera y sus facciones delicadas.

XIII CONTRA UN ÁRBOL

Maldito sea aquel que te plantó el primero en infausto día, y luego te trasladó con mano sacrílega, para que fueses la ruina de su descendencia y el oprobio del lugar.

Creo que degolló a su padre y mancilló por la noche su casa con la sangre del huésped, y supo confeccionar los venenos de Colcos, y atreverse a cuanto es capaz de concebir el ingenio más infame, el que te plantó en mi campo, árbol inicuo, que habías de caer sobre la cabeza de tu inocente dueño.

Por más peligros que evite, nunca tendrá el hombre la cautela de evitarlos todos. El marino de Cartago mira con horror la entrada del Bósforo, y no ve los riesgos con que en otra parte le acecha su adverso destino; el soldado romano teme las saetas y la rápida fuga del partho, y éste las cadenas y el esfuerzo del romano; pero la muerte arrebata de improviso, y seguirá arrebatando a las gentes.

Cuán cerca estuve de visitar el tenebroso reino de Proserpina, el tribunal de Éaco, los sitios apartados de las almas piadosas, y a Safo quejándose en la lira eolia de las doncellas de su patria y a ti, Alceo, que pulsas varonilmente <más plenamente> las cuerdas con tu plectro de oro, cantando las borrascas del mar, los trances de la guerra y las amarguras del destierro.

Las sombras escuchan con admiración sus cantos <los cantos de ambos>, dignos de un religioso silencio, pero la inmensa muchedumbre del vulgo presta oídos más atentos al fragor de las batallas y los tiranos destronados.

Y no es de admirar cuando el monstruo de cien cabezas, poseído de estupor, humilla sus negras orejas al son de sus versos, y se estremecen de alegría las sierpes enlazadas en los cabellos de las Furias.

También Prometeo y el padre de Pelops hallan en tan dulces acentos alivio a sus trabajos, y Orión se olvida de perseguir los leones y los tímidos linces.

XVII A MECENAS ENFERMO

¿Por qué me entristeces con tus amargos lamentos? Mecenas, mi mayor gloria, mi sostén más firme, ni los dioses ni yo queremos que me precedas en la muerte.

¡Ah! Si un sino despiadado te arrebatase a ti, parte principal de mi alma, ¿para qué había de vivir yo privado del entrañable amigo, y sobreviviéndole sólo en la mitad de mi ser? El mismo día verá la ruina de los dos; no hago pérfidos juramentos. Iremos, iremos a donde vayas, como compañeros dispuestos a emprender el último viaje.

No me apartará de ti el aliento de fuego que vomita la Quimera, ni aunque resucitase Gías <Giante> el de los cien brazos; así lo decretaron las Parcas y la soberana Justicia.

Ora la Balanza o el pavoroso Escorpión, ora el Capricornio que tiraniza el mar de Hesperia hayan presidido con violencia mi nacimiento, nuestros destinos están unidos con lazo indisoluble. La brillante tutela de Jove te libró del impío Saturno, y detuvo las rápidas alas de la muerte cuando la muchedumbre del pueblo hizo resonar tres veces sus alegres aplausos en el teatro. Un tronco caído sobre mi cabeza hubiera dado cuenta de mí, si Fauno, protector de los favoritos de Mercurio, no evitase el golpe con su diestra. No olvides ofrecer las víctimas y erigir el templo que prometiste. Yo sacrificaré una humilde cordera.

Libro III

II A SUS AMIGOS

[Amigos], aprenda el joven robusto en la dura escuela de la milicia a soportar <amigablemente> la ingrata pobreza, y, caballero temible, persiga a los feroces parthos con su lanza.

Sufra <Pase la vida bajo> las inclemencias del cielo, y realice tan intrépidas hazañas que, contemplándolo desde las murallas enemigas la esposa del tirano a quien combate, con su hija ya núbil, suspire, ¡ay!, porque su real esposo, ignorante del arte bélica, no provoque el encuentro de león tan indomable, cuya cruenta rabia se goza en la atroz carnicería.

Es dulce y glorioso morir por la patria. La muerte acosa en la fuga al cobarde, y no perdona al joven <no perdona las corvas del joven> sin arresto que vuelve al peligro las tímidas espaldas.

La virtud, no acostumbrada a la torpe repulsa, resplandece por sí misma con brillantísimos fulgores, y no toma o depone las segures al antojo del aura popular.

La virtud se abre paso por caminos jamás hollados, eleva al cielo a los que ganan la inmortalidad, y desprecia en sus atrevidos vuelos el fango de la tierra y el aplauso del vulgo.

El silencio fiel tiene asimismo su premio reservado. Yo procuraré que no habite conmigo bajo el mismo techo, ni monte conmigo en el mismo esquife el indiscreto que osó divulgar los misterios de Ceres. Muchas veces Júpiter ofendido hiere de un golpe al culpable y al inocente, y es muy raro que la pena, con su pie cojo, no consiga alcanzar al perverso que huye de ella acelerado.

V ELOGIO DE AUGUSTO

Por los truenos espantosos creemos <creimos> que Júpiter reina en el cielo; Augusto es <será> reconocido como dios en la tierra, por haber sometido a su imperio los bretones y los formidables persas.

El soldado de Craso vivió en torpes lazos maritales con esposas extranjeras. ¡Oh curia, cuánta corrupción! El marso y el apulio han podido envejecer en los campos de los enemigos hechos sus parientes y prosternarse ante un rey medo, olvidados de los escudos anciles, el nombre, la toga y el fuego eterno de Vesta, reinando incólume Jove y la ciudad de Roma.

El magnánimo Régulo quiso precaver tanta vergüenza, rechazando condiciones humillantes de paz y oponiéndose a tratos que habían de sernos funestos en el porvenir si no se dejaba perecer aquella juventud cautiva e indigna de compasión. «Yo he visto, dijo, las enseñas romanas y las armas rendidas sin combatir, que adornaban como trofeos los templos cartagineses; he visto los brazos de libres ciudadanos atados fuertemente a las espaldas, las puertas de la ciudad de par en par abiertas, y en cultivo los campos que devastaron nuestros ejércitos.

» ¿Volverá más valeroso a la patria el soldado que se rescate a precio de oro? ¿Queréis añadir el daño a la ignominia? Ni la lana, una vez teñida de rojo recobra su primitivo color, ni la virtud que se pierde una vez vuelve a levantar los ánimos envilecidos. Antes la cierva luchará por romper el lazo donde cayó, que luche bravamente quien se ha entregado a los pérfidos enemigos, y humille al cartaginés en nuevas campañas el que por temor de la muerte sufrió impasible las correas que amorataban sus brazos, y por salvar cobardemente la vida antepuso la paz a los horrores del combate <mezcló la guerra con la paz>. ¡Oh baldón, oh Cartago engrandecida sobre las ruinas miserables de Italia!

Es fama que se negó a recibir los ósculos de su púdica esposa y sus tiernos hijos, como si fuese un vil esclavo, y con torvo ceño clavó en tierra los ojos, hasta que los senadores vacilantes se resolviesen a seguir el dictamen que sólo era capaz de dar su heroísmo <su consejo nunca antes dado>, y como egregio desterrado pudiese volver a su cautiverio entre el llanto de sus amigos.

Y sabía cuan horribles tormentos le preparaban sus verdugos; no obstante, apartó a sus parientes que le cerraban el paso y al pueblo que le detenía en su marcha, no de otro modo que si después de haber arreglado los negocios de sus clientes y compuesto sus diferencias, marchase a descansar en las campiñas de Venafro o en la ciudad de Tarento, que fundaron los lacedemonios.

IX DIÁLOGO ENTRE HORACIO Y LIDIA

HORACIO. – Cuando tú me amabas y ningún rival poderoso oprimía tu cuello con sus brazos, me sentía más feliz que el rey de los persas.

LIDIA. – Cuando no ardías más por otra y Lidia no reinaba en tu corazón después de Cloe, la fama de Lidia llegó a ser más ilustre que la de la romana Ilia.

HORACIO. – Ahora me domina Cloe de Tracia, que a su voz dulcísima reúne el arte de pulsar tacítara, y por ella no temería morir si los hados perdonasen su vida, que me es tan adorable.

LIDIA. – Calais, el hijo de Órnito de Turio, me abrasa en su propia llama, por quien sufriría dos veces la muerte si así lograba que el destino respetase a joven de mí tan querido.

HORAClO. – ¿Y si vuelve el amor que antes nos profesábamos y sujeta con férreos lazos nuestros corazones?' ¿Y si doy al olvido a la rubia Cloe y abro mi puerta a Lidia, a quien rechacé?

LIDIA. – Aunque mi amante es más hermoso que un astro y tú más ligero <leve> que el corcho y más iracundo que el oleaje del Adriático, seré feliz en tu compañía, y moriré gozoso contigo.

XIII A LA FUENTE BANDUSIA

¡Oh fuente Bandusia!, de mayor transparencia que el cristal y digna de las ofrendas de dulce vino y pintadas flores, mañana te sacrificaré un cabrito, a quien apuntan los cuernos en la túrgida frente, destinándolo a las luchas y al amor; pero en vano, que este vastago de padres lascivos ha de teñir pronto ron su sangre tus heladas márgenes.

Los rayos insufribles de la ardiente Canícula no se atreven a tocarte, y ofreces tus cristalinos raudales a los bueyes fatigados de labrar y a las tímidas ovejas.

Tú serás la más noble de las fuentes cuando celebre la encina que arraiga entre las peñas de donde manan y corren tus linfas murmuradoras.

XIV SOBRE LA VUELTA DE AUGUSTO, VENCEDOR

¡Oh plebe! César, semejante por sus hazañas al esforzado Hércules, acaba de conquistar nuevos laureles a precio de sangre, y vuelve a Roma vencedor de los cántabros españoles.

Salga a recibirle, después de hacer sacrificios a los justos dioses, la esposa que cifra en él toda su felicidad, con la hermana del preclaro caudillo, y las madres de las doncellas y los jóvenes que regresan salvos de la campaña, acudan con las sienes ornadas por las vendas de las suplicantes. Vosotros, mancebos y mujeres que ya gozáis las caricias de un esposo, no pronunciéis palabras infaustas.

Este día, verdaderamente festivo para mí, ha de librarme de negras inquietudes. Siendo César el dueño del orbe, no temeré morir en el tumulto de la sedición ni por el hierro de un malvado.

Anda, muchacho, tráeme ungüentos y coronas y el ánfora contemporánea de la guerra de los marsos, si pudo librarse alguna de las rapiñas y excursiones de Espartaco.

Y di a la cantatriz Neera que se apresure a recoger sus cabellos impregnados de mirra; mas i un odioso portero te prohíbe la entrada, vuelves sin tardanza.

Mis cabellos, que ya blanquean, reprimen los ímpetus del ánimo, antes tan propenso a contiendas y riñas escandalosas. En el ardor de mi juventud, cuando era cónsul Planeo, no hubiera yo sufrido tamaño desdén.

Libro IV

XII A VIRGILIO

Ya los vientos primaverales que soplan de la Tracia hinchan las turgentes velas y aplacan el mar; ya los prados no blanquean con la escarcha, ni los ríos estruendosos se precipitan cargados de nieve.

Gimiendo tristemente por la muerte de Itis, dispone su nido la infeliz Progne, eterno oprobio de la casa de Cecrops, por haber vengado de modo tan atroz las torpes liviandades <las bárbaras lujurias> del rey.

Los guardianes de las blancas ovejas, tendidos sobre el verde musgo, acompañan con la flauta sus canciones pastoriles, y regocijan al dios [Pan], protector de los rebaños y los sombríos collados de Arcadia.

El calor nos aviva la sed; más si deseas probar el vino que se coge en las laderas de Cales, ¡oh Virgilio!, cliente de jóvenes ilustres, en pago de mi néctar tráeme tus esencias de nardo.

Por un lindo frasco de nardo haré vaciar el ánfora, encerrada en los graneros de Sulpicio, donde se guarda un vino que despierta risueñas esperanzas y disipa eficazmente las penas más amargas.

Si no rehúsas acudir a la fiesta, ven pronto con tus perfumes; que no he de regalarte sin recompensa con mis vinos, como el dueño de una mansión opulenta.

No retrases, pues, tu venida; deja los afanes interesados, y acuérdate de las llamas que han de quemarnos en la pira; y ya que nos es lícito, mezclemos a los graves consejos alguna que otra locura, es muy dulce a ratos <a tiempo> dar al olvido la razón.

XV ELOGIO DE AUGUSTO

Deseaba cantar las batallas y las ciudades vencidas; pero Apolo me prohibió con su lira que me aventurase en humilde bajel a los peligros del Tirreno.

En tus días, César, los campos rebosan con la abundancia de frutos, se restituyen a nuestro Jove las enseñas arrancadas a las soberbias columnas de los templos parthos, la paz ha cerrado las puertas de Jano, el orden y la ley reprimieron la licencia que vagaba sin freno y extirparon los crímenes, haciendo brillar las antiguas artes que engrandecían el nombre latino, el prestigio y la fama de Italia, y la majestad del Imperio extendido desde la cuna del sol hasta el mar de Hesperia.

Rigiendo Cesar los patrios destinos, no turbaron nuestra tranquilidad la fuerza ni la discordia civil, ni la ira que forja las espadas y atiza el odio entre las míseras ciudades.

No osaron romper los edictos de Julio los que beben las aguas del profundo Danubio, los getas, ni los chinos <o los persas falsarios>, o los que pueblan las riberas del Tanais.

Y nosotros, en los días festivos y sagrados, entre los dones joviales de Baco, después de invocar debidamente a los dioses en compañía de nuestros hijos y esposas, mezclaremos los cánticos con las flautas lidias, y celebraremos, según costumbre de los antepasados, a los caudillos gloriosos, a Troya y Anquises, y a la progenie de la radiante Venus.

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