1 | La Ciudad de los Cielos

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Trechiv caminaba con la cabeza levantada hacia el cielo, los ojos levemente abiertos, con una expresión que lo hacía ver atontado. Le dolía el cuello por repetir una y otra vez el mismo movimiento, pero era la única forma de satisfacer la constante curiosidad que estaba sintiendo allí, en esa enorme metrópolis.

«Era verdad», pensó. «El viejo búho tenía razón».

Ante él, y a sus rincones, y a sus espaldas, como lanzas afiladas queriendo romper el cielo, se erguían edificios refinados. Monstruosidades de roca gris, con elegantes salientes y relieves. Las magníficas catedrales que rendían tributo a Lord Dimatervk se hallaban por montones, pero era más que eso, pues la mayoría de las edificaciones no eran templos religiosos. La ciudad entera de Terunai relucía por su arquitectura. Una urbe infinita que parecía desafiar las leyes naturales. Si la mirabas desde lejos, de seguro que parecería un millar de cuchillas afiladas. Estaban por todas partes; Trechiv solo necesitaba imaginarlo un poco, porque en la práctica era imposible de comprobar. Allí abajo, en una calle junto a una multitud de personas moviéndose como insectos, lo único que podía hacerse era doblar la cabeza hacia arriba y dejarse sorprender.

Cerró la boca, avergonzándose por mostrarse así en público.

Luego de comprobar sus alrededores y no ver a nadie burlándose de él, Trechiv empuñó la correa de su bolso, la cual le cruzaba el pecho, y retomó su viaje.

Aunque había decidido seguir adelante, continuó (de forma más disimulada) observando las maravillas que ofrecía la capital de Veliska. No podía culparse, era la primera vez que se adentraba en una urbe con este nivel de complejidad. Después de todo había venido hasta Terunai, la que todos conocían como la ciudad más innovadora, próspera e interesante de todo Hayinash.

Terunai poseía enormes edificios largiruchos y siniestros, te intimidaba sin que pudieras apartar la mente de su esencia. Trechiv se sentía abrumado. Tan pequeño, como un ratón que huía de un grupo de humanos dentro de un comedor, sin siquiera una ranura miserable para cobijarse. Y obviamente no era solo eso. La gente de este lugar iba con la cabeza levantada, luciendo cabelleras rubias y lavanda. Rostros con rasgos cuadrados, bien definidos. Era común en hombres y mujeres ver cejas remarcadas por su grosor. Pómulos inflados y rostros orgullosos.

Los hombres, en su mayoría, llevaban chaquetones azul oscuro y pantalones con bordados. Predominaba el mismo tono de colores en la mayoría de la gente. Solo cambiaba el hecho de que unos eran refinados, y otros no tanto. Sin embrago, Trechiv no era capaz de indicar si alguno de los que veía era pobre. Quizá no había nadie, o tal vez la escala de clases estuviera muy alta con respecto a otras naciones.

El caso de las mujeres era un poco más diferente. Ellas vestían tonos azules más claros. Azul rey, la media general. Las prendas preferidas solían ser vestidos con costuras que bajaban por la cadera, los que también tenían una abertura cerca de la clavícula izquierda. Los diseños eran diferentes unos de otros, pero había un estándar: todos llegaban como máximo hasta la rodilla.

El muchacho siguió caminando sin dejar de chequear sus alrededores, luego llegó a una intersección de calles y dobló hacia la izquierda. Su memoria no debería fallarle: le habían dicho que su destino probablemente, estaba cerca de donde iba en ese momento.

Trechiv ahogó un suspiro, y luego respiró hondo a través de su nariz; el aroma del aire frío trajo consigo algo parecido a la humedad. Una sensación como después de llover. Miró el suelo, nervioso, entonces se detuvo y golpeó la dura roca con la planta de su bota.

Le costaba respirar. Al principio creyó que era una ilusión, una especie de reacción típica al experimentar nuevas vivencias. Pero no fue así para nada. Estaba tenso, sintiéndose raro y algo torpe.

«Esto es tema de altura, ¿lo sabíamos, cierto?».

A lo largo del tiempo que había pasado leyendo, incluso en su trabajo, donde recordaba haber abordado el tema, había leído artículos que decían que a mayor elevación costaba respirar aún más. ¿Irónico no? Se suponía que si estabas en una montaña, mientras más cerca del cielo, mayor flujo de aire. ¿O no funcionaba así? Trechiv quería que alguien se lo explicara. Fuera como fuese, la mayor particularidad de la capital velinesa, derivaba de esta situación:

Terunai era una ciudad que se elevaba en los cielos, a una altura estimada de quinientos metros. Una maldita y gigantesca masa de tierra con forma triangular en su base, y que en cuya superficie plana se asentaba una urbe, la cual fácilmente ganaba el premio a la ciudad más grande que Trechiv vio en su miserable vida.

¿Cómo habían hecho los velineses posible semejante obra? El estómago de Trechiv se apretaba con cada paso que daba. Maldición de Dimatervk si el terreno cedía y se venía todo abajo. No sobreviviría nadie. Absolutamente nadie.

Como no había manera posible de llegar hasta Terunai por medios ordinarios, se habían elaborado plataformas en los rincones de la ciudad. Estos tenían una contraparte en el terreno de abajo, y cuando las personas se metían dentro, los guardias encargados las elevaban hasta anclarse en las plataformas de la ciudad.

Algo que dejó sin aliento a Trechiv, fue que debajo de la masa de terreno flotante estaba un inmenso lago. Era fruto de lo que había sido la ubicación original de Terunai, hace unos quince años atrás cuando ascendió a los cielos.

Con la curiosidad devorándolo como el hambre embravecida, Trechiv preguntó qué mecanismo mantenía a Terunai en la altura. El encargado que correspondió a su transporte, explicó que la ciudad tenía en su base quinientos sellos de repulsión gravitatoria. Todos estos tenían un opuesto debajo del lago. Allí en el fondo había más sellos que se repelían con los de arriba. Una perfecta sincronización de núcleos opuestos. Una locura.

El sistema que elevaba las plataformas era similar, pero el efecto era contrario: en vez de repelerlas, las atraía. Trechiv no preguntó esto, pero intuía que debía existir un símbolo de Convergencia que se alternaba, lo cual permitía modificar si el resultado era atracción o repulsión.

Vaya sistema. Si algún malintencionado astuto pudiera y quisiera, podría lograr que la ciudad se viniese de narices abajo. Aunque la velocidad a la que lo hiciera marcaría el resultado. Si fuese un descenso lento, entonces no habría riesgo, y hasta podría decirse que sus arquitectos lo tenían predispuesto de esa forma.

Mientras salía de la calle a un sector residencial, tuvo la sensación de que ya estaba muy cerca de su destino. Asegurándose de elegir la dirección específica, Trechiv abrió el bolsillo superior de su bolso y sacó un papel que contenía el número de esa casa. Volvió a leer y sin posibilidad de errar, llegó hasta un edificio de cinco plantas con un letrero que ponía Krisav, muy diferente a las construcciones puntiagudas abundantes de Terunai. Entró en ella, apartando el escalofrío que recorrió su espina dorsal al cruzar la puerta. Dentro del primer nivel estaba una sección de conserje, la cual se encontraba desolada.

Trechiv frunció el ceño, gesticulando una expresión amarga. Supuso que sería ilegal meterse en una residencia sin permiso. Tendría que esperar a que la persona que atendía la entrada regresara. Y lo hizo dentro de un largo rato.

El conserje en cuestión era un hombre de mediana edad, el cual tenía cabello corto y rubio. Su rostro era tan cuadrado como predecible, y su nariz parecía aplastada, desparramándose hacia sus mejillas. Apareció desde una de las habitaciones que flanqueaban la pared derecha, donde estaban las escaleras. El conserje se acercó sin decir una palabra. Observó a Trechiv con aire de desconfianza, pasando a través de él, hasta luego llegar a su escritorio y tomar asiento.

—¿Sí? —preguntó con voz grave.

—Busco a un hombre, un pariente llamado Netarim. Se aloja en esta residencia.

El velinés sopesó las palabras de Trechiv por un momento, luego comenzó a buscar en sus registros. Al cabo de un momento, se detuvo.

—Netarim, ¿el sastre?

El muchacho asintió en aprobación. Había una minúscula satisfacción en él.

—¿Eres su familiar? —ante la pregunta incrédula del conserje, Trechiv hizo un intento de relajarse, desviando la mirada hacia los pisos superiores.

—No soy pariente sanguíneo, pero sí un viejo amigo.

Fue acosado una vez más por la hostigadora mirada del hombre. Se preguntó si algo andaba mal. Después de soportar un momento, y de reflexionar acerca de la actitud del conserje, reparó en que había razones para llamar la atención:

Trechiv tenía el cabello cobrizo, como los mahukarenos. Su etnia era una mezcla de Mahuk y Veliska; raro de por sí. Como resultado, había nacido con la piel semi-morena y un rostro no tan cuadrado, además de ese llamativo pelo rojo. La mayoría de sus rasgos eran velineses, pero era imposible no llamar la atención con unas mechas así. Al principio le había costado asimilarlo, no obstante, se había acostumbrado a las bromas por parte de sus cercanos.

El velinés hizo una mueca de resignación y se puso de pie con actitud vaga.

—Sígueme.

Ambos ascendieron por las escaleras. Trechiv aprovechó de escanear el área ahora que podía. Había bajorrelieves de hombres con lanzas apuntando hacia el cielo, cerca de una pared al costado izquierdo. En dirección opuesta, estaba el pasillo de habitaciones del segundo nivel. Fue allí mismo por donde el conserje lo guio, hasta llegar frente a una puerta que tenía el número veintitrés: la habitación de Netarim.

Había un olor agradable en el área, parecía ser madera barnizada. Su estómago se apretó cuando el encargado golpeó delicadamente dos veces la puerta. Había pasado mucho tiempo. Años en los que no veía a aquel hombre, uno de los responsables de que se viciara leyendo libros, y responsable indirecto del rumbo que había tomado su vida laboral. Netarim era más que eso incluso, pues había influenciado en cada uno de sus aspectos. Sus recuerdos de niño, buscando un refugio a la desagradable vida de campo; sus viajes mentales por lugares encantados, donde vivían criaturas que parecían sacadas de sueños y pesadillas; las historias que hablaban de dioses y las creencias de todo Hayinash, junto a...

La puerta se abrió, sacando con violencia a Trechiv de sus recuerdos nostálgicos. Desde dentro de la habitación, emergió una figura enorme y flacucha con ojos celestes, además de una cabellera corta que parecía mucho más desteñida a como la recordaba.

Netarim abrió un poco los ojos y estudió con curiosidad al joven que tenía en frente.

—Disculpe, señor sastre. Este muchacho lo andaba buscando. Dice que es pariente suyo.

—¿Trechiv?, Niño, ¿eres tú? —la voz también se le había secado. Tenía esa tonalidad añeja de un viejo cualquiera. Además, su acento estaba más cercano al velinés natural, y no al adgenano.

El sorprendido sastre se quedó mudo.

«Por Dimatervk, antes le decíamos 'viejo búho' por la frente», pensó Trechiv con un extraño sentimiento de tristeza. El apodo venía por esa forma de "v" que se exhibía con pasividad. Ahora, las entradas se habían cobrado su lugar, dejando franjas como cuernos en los costados opuestos de la línea capilar.

—Soy solo un extraño que conocía a un viejo en una granja. Aprendí a leer gracias a él —rio Trechiv.

Netarim sonrió.

—Y apuesto a que ese viejo loco después se marchó.

El conserje alternó la mirada entre ambos, captando de inmediato la sintonía que existía. Ya no tenía dudas, su expresión ahora era de relajo. Netarim dio un paso adelante y Trechiv anticipó su acción; abrió los brazos y ambos se saludaron calurosamente.

—Pero si ya no eres un mocoso gruñón. Mírate, eres todo un hombre. Santo Dimatervk.

—Tú en cambio estás más desaliñado, viejo búho. Aunque sigues tan enérgico como siempre —el abrazo del anciano parecía que le quebraría la espalda. Netarim aflojó y se apartó con un refinado paso atrás. Sí, era un viejo, pero de esos con estilo. Trechiv siempre pensó que si Netarim hubiera sido su padre, se lo hubiera presumido a medio mundo.

—Bueno, creo que entonces no hay problema. Si necesitan algo me encuentran en la entrada —el conserje velinés se irguió, dándose la vuelta para marcharse. Netarim hizo ademán de agradecimiento.

—Vamos, entra. Si te quedas allí te volverás a encoger como tomate.

Trechiv hizo una mueca burlesca e ingresó a la habitación. «Tomate, ¿eh?». Eso también le traía recuerdos.

La pieza donde residía el viejo era bastante amplia. Tenía dos ventanas con marcos adornados, y cortinas blancas que llegaban hasta el suelo. Había un espacio amplio, el comedor, que aparentemente Netarim usaba como base operacional; allí sobre las mesas había pedazos de sedas recortadas, agujas, cilindros de hilo y hasta cuero. Cualquiera pensaría que una persona con todos esos elementos armaría un revoltijo, pero el viejo sabía darle orden a todo. Los materiales estaban bien organizados, y no estaban regados en lugares donde no correspondían. En un rincón había maniquís de busto, tanto femeninos como masculinos, los cuales tenían puestos vestidos y abrigos.

La habitación estaba fresca, incluso más que fuera del edificio, donde el calor del mediodía ya dictaba que sería un día pesado. Las cortinas se agitaban, ondulando por el suave viento que soplaba.

El sonido de la puerta cerrándose a espaldas de Trechiv se dejó oír.

—Toma asiento. Debes estar agotado luego del viaje —dijo Netarim, dirigiéndose hacia lo que parecía ser la despensa. Trechiv se sacó el bolso que llevaba cruzado, y se desplomó en un cómodo sillón.

Donde estaba el hombre, había dos puertas más, de seguro que dormitorios.

—Cuando me avisaste que querías venir, me sorprendiste. ¿El niño queriendo salir de su país?, ¡Si ni siquiera salías de tu casa! —Netarim se rio con voz rasposa.

—Yo tampoco lo hubiera creído. Mi yo de hace años probablemente se caería de espaldas si supiera hasta donde llegué.

—Y tampoco se creería que su humor mejoraría, ¿Dónde está esa respuesta enojada?

—Ya tuve suficiente de eso. Enojarse mucho hace ningún bien, aunque a veces puedo darme gustos.

Netarim hizo una risa nasal, luego asomó desde el pasillo con una copa que contenía líquido azul: el sumo de berries velinés. Trechiv lo aceptó con un agradecimiento y comenzó a beber. La sed despertó apenas probó el dulzor de la bebida, para luego dormir otra vez.

—Te has hecho con una buena habitación.

—Luego de que Mirk falleciera me mudé aquí —el hombre de canas y pelo lavanda hizo una pausa, de espaldas a Trechiv. Este no pudo ver su rostro, pero de seguro que por el tono de su voz, le era difícil hablar del tema—. No podía seguir en nuestra antigua casa. Supongo que es comenzar de nuevo.

Hubo un momento de silencio.

Trechiv lamentó que la dirección de la conversación cortara directamente hacia ese tema, pero era inevitable. En algún momento, el nombre de la difunta esposa de Netarim sería pronunciado.

Buscó otro interés para superar la tensión, y antes de que lo hiciera, el velinés se le adelantó:

—Habías dicho que estabas trabajando en una casa editorial. ¿Cómo va eso?

—Bastante bien. Gano lo suficiente para mantenerme sin hambre. Era menos aburrido de lo que pensaba, sobre todo si hablamos de mi primer trabajo. Aunque no creo divertirme tanto como tú —el pelirrojo echó un breve vistazo a los materiales del sastre.

Netarim suspiró.

—Me gusta confeccionar ropa, aunque es un poco difícil lidiar con algunos clientes. A veces tengo que ir personalmente a sus mansiones. Si no lo hago, sus pobres pies se ensuciarán.

«¿El viejo le confecciona ropa a la nobleza?, eso sí que es sorprendente».

Luego de un rato hablando de sus trabajos y rutinas, Netarim se dio la vuelta y lo miró a los ojos, como esperando que el muchacho le volviera a decir el asunto que lo traía a su hogar. Era cierto que tenía ganas de verlo, pero sería muy ingenuo de su parte mentir y decir que era solo para eso.

—Viejo, cómo es eso de que...

Algo falló en su mente.

Se escurrió, como si se tratara de una persona intentando parar una corriente de agua con las manos, o de la misma forma, intentando que el polvo no se dispersara por el aire.

—¿Sí? —preguntó Netarim, con una expresión confusa.

—Bueno, sobre... —otra vez. «¿Eh?, qué extraño». Algo no andaba bien en la mente de Trechiv.

Netarim se movió hacia su mesa de trabajo, pensativo.

—Querrás decir que, espera —entrecerró los ojos y acarició su barbilla—. Olvidé lo que iba a decir.

—Pues eso mismo me pasa.

Trechiv contempló los edificios colindantes, los cuales eran visibles a través de todo el espacio de las ventanas. Los techos compuestos por sucesiones de tejas azules, complementados por el beige de las paredes.

¿Qué estaba pasando?, ¿Había olvidado el motivo de su viaje?

No, no lo había hecho. Por lo menos no en absoluto.

Había una pequeña parte de su mente que aún conservaba la información que buscaba; sin embargo, cada vez que intentaba arrastrarla hacia el exterior, se le resbalaba y caía más profundo. Trechiv intentó rebuscar una y otra vez, pero no logró recordar lo que había olvidado.

Comenzó a pensar que podía estar sufriendo algún tipo de desorden mental, no obstante, Netarim tampoco podía hallar la respuesta a eso que debería saber.

Con ninguno de los dos pensando lúcidos, dejaron un momento para relajarse y hablar de forma casual. Y como era imposible no distraerse de la perturbación de sus memorias, parecía que intentaban rodear aquello que buscaban.

¿Cómo se supone que Trechiv debería haber afrontado eso?, ¿Era normal olvidar algo tan súbitamente?

Su pecho punzaba suave, pero angustiante. Estaba pasando por alto algo no menor. ¿Era algo?, ¿o alguien?

—Tu madre debió armar un escándalo cuando te fuiste —estaba diciendo Netarim—. ¿Cómo te dejaron ir?, además, tu padre quería que lo ayudaras con las cosechas.

—Les dije que no era su esclavo. Si quería un hijo para manejarlo como un juguete, ese no era yo.

Netarim cerró los ojos y dejó salir un silencioso suspiro.

—Son tercos. Hace tiempo les dije que sus hijos no eran objetos; que les llegaría el momento de verlos marchar. Cuando era joven también me escapé de mis padres. Ha sido de las mejores decisiones que he tomado en la vida.

Normalmente hubiera resoplado con diversión al escucharlo, pero esta vez, Trechiv sintió que su memoria se distorsionaba al oír cierta parte de lo último. «¿Sus hijos?, ¿sus?», pensó atemorizado.

¿No era Trechiv hijo único?

Un sonido como un susurro sacudió su mente, y de inmediato se llevó la reflexión que acababa de hacer.

—¿Ocurre algo? —preguntó Netarim, percatándose de la cara aturdida del muchacho.

—No. O quizá sí. ¡Ah, me siento frustrado!, ¿qué habías dicho?, ¿podrías repetirlo tal cual?

El hombre bebió un sorbo de su copa. Se había servido lo mismo que Trechiv.

—No me acuerdo —sus hombros se agitaron. Netarim parecía asombrado, pero también sonreía con sarcasmo—. Tal vez es la vejez.

Sintiendo que la frustración se mezclaba con angustia y ansiedad, Trechiv cayó en la cuenta de que ese vacío lo ocupaba un dato tan básico, pero que le estaba siendo mortalmente esquivo.

Una persona realizando el viaje de su vida, con una motivación que sería lo último que olvidaría. Así de la nada, se había ido.

Qué estupidez. ¿Cómo era posible? Se suponía que había dejado de ser un niño. Esto no era un juego.

Sin los recuerdos que debería tener, su futuro en Terunai estaba en duda.

Tenía que ordenarse a pesar de este fenómeno extraño. Decidió que debía descansar. Luego de eso vería si mejoraba, y de no ser así, dedicaría su tiempo a investigar.

En la ciudad había algo que lo había hecho venir, y no importando lo que fuese, seguía allí. Lo presentía. Netarim también parecía estar en el mismo problema, así que todo convergía hacia la Ciudad de los Cielos.

—Viejo búho, ¿tienes lugar para un muchacho campesino en tu humilde choza? —preguntó Trechiv poniéndose de pie.

Netarim se levantó, luego se rascó la nuca.

—Me estaba asustando. Habría sido muy decepcionante si no te quedabas a alojar.

Ambos sonrieron a pesar de su aturdimiento.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro