26 | Lo que añoramos

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Los sonidos de las pesadas botas blindadas se fueron hacia un lugar diferente. Ella estaba escondida tras un corredor, cuya pared lo separaba del acceso por el cual había venido. Se trataba de un camino ubicado en el sexto nivel de La Coraza, uno que tenía pilares de metal arqueados hacia el techo, actuando como generoso apoyo de las paredes de roca.

Iriadi estaba con la espalda contra el muro, entonces se dejó caer lentamente hasta quedar sentada. Allí dentro hacía calor, la edificación subterránea era como cualquier cueva a la que una se adentraría. Se olía un aroma muy poco natural, como el de químicos y combustibles, además del mismo metal.

Había activado Invisibilidad en su máximo nivel. Contaba con la fortuna de que se trataba de una de las Habilidades de Efecto con más duración. Con ella, Iriadi logró escabullirse tranquilamente y luego regresar en busca de Bloaize, pero no lo encontró. Él no estaba en el quinto piso, así que bajó al sexto.

Magnífico.

El lugar era un lío por todas partes. Las alarmas habían sonado, sacando con histeria al personal de sus funciones, para luego convertir esto en una desenfrenada cacería de intrusos egnaranos.

«Piensa», se dijo ella. «Sé que puedes hacerlo. ¿A dónde iría Bloaize en una situación así?». Era posible que hubiera bajado, ya que no lo creía capaz de dejarla. Era un tipo pesimista y sobre preocupado, tanto que de seguro estaba muriendo mientras imaginaba que Iriadi peligraba. Tenía que reconocer que esa lógica admitía que Bloaize, si quería, era lo suficientemente virtuoso como para abrirse camino por cuenta propia. Ella se ocultaba bien, pero debía evitar las confrontaciones.

Habían dejado al chico adgenano a su suerte. Muy mal, aunque era difícil sacarlo de eso. A veces tenías que resignarte y abandonar cosas que solo harían de piedra en el zapato. Iriadi oraría a Ormun por él después.

Se sacudió del cansancio de haber trotado por el largo corredor. Alzó su mano ante su rostro, luego observó su transparencia y la empuñó. Sus fuerzas la acompañaban. Tenía ganas de bajar la cabeza ante el abrumador peligro al que se enfrentaban, pero lo resistiría.

Iriadi sonrió e infló el pecho. Todo estaba bien. Estábamos hablando de ella después de todo. Los días transcurrirían y la misión en la capital de Veliska sería una más de sus hazañas. Les presumiría a sus amigos que se infiltró en La Ciudad de los Cielos, actuando genialmente, burlándose del rey Kantier en sus propias narices. El idiota de Bloaize la habría ayudado, aunque solo un poco. El mérito principal recaería en ella y tendrían que adorarla. Sueños bastante realistas.

Dio un largo respiro y entonces se levantó. Su vestido negro no era un impedimento para moverse. Al contrario, Iriadi usaba ropa de mujer manteniendo el estilo y al mismo tiempo la funcionalidad. Hasta eso hacía bien.

De lo que tendría que cuidarse, era de los tipos raros esos, los de aura azul. ¿Pero qué demonios eran esas criaturas?

La chica sintió un escalofrío que recorrió su columna. Recordó ese momento; el golpe que hizo un cráter en la pared.

«Si Bloaize no me lanzaba...», Iriadi tragó saliva. Quizá no estaría viva para contarlo. Ni siquiera lo había percibido cuando se lanzó contra ellos. Estaba claramente en desventaja sin esa capacidad de localizar alteraciones de Convergencia. Era peor, como ella estaba usando una habilidad, podrían llegar hasta su ubicación sin enterarse.

—Maldita sea —murmuró y echó a correr.

No era posible garantizar la seguridad dentro de un nido de ratas velinesas. De todas maneras, Iriadi no se había detenido por mucho tiempo en un mismo punto. Estaba recorriendo todo el sexto piso y luego pensaba descender hasta el séptimo. Incluso podría encontrarse con...

Se detuvo.

«¿Con quién?», pensó. «Estaba segura de que no éramos solo yo, Bloaize y el muchacho pelirrojo. Buscábamos a alguien aquí».

Esa sensación, estaba ocurriendo de nuevo. La maldición había caído sobre alguien más en sus memorias.

Claro, lo había anotado. Iriadi sacó de un bolsillo las notas que había escrito antes. Leyó:

—¿Ziruai?, ¿era un espía como nosotros? —susurró, pestañeando repetidas veces. Estaba consternada. Por un breve tiempo la imagen borrosa de sus recuerdos se aclaró. Por supuesto, Ziruai... y todo quedó en penumbras otra vez. Nada tenía sentido.

De repente, su cabeza comenzó a doler. También su cuerpo, pero era un dolor distinto al usual. Era más bien una sensación tortuosa, de afligimiento. Era como si Iriadi escuchara susurros que garabateaban con malicia.

Se tomó la sien.

«Esta presencia... es la misma que sentí, es quien me siguió por la calle». De un momento a otro, la muchacha se dio cuenta del peligro que corría. El sentimiento poco a poco iba maximizándose. Él se acercaba.

Tomando una dirección contraria a la de su perseguidor, la joven apuró el paso y se internó a través de un túnel que conducía aparentemente, hacia el lado norte de La Coraza. Todavía contaba con el mapa en algunas esquinas, como en cada nivel.

Iriadi corría sin encontrar a nadie en su camino. Era raro. Al parecer la atención estaba volcada hacia otro sector. Y eso causó que la presencia de quien le pisaba los talones se tornara angustiante. Casi podía presentir las manos agarrándola, impidiendo que huyera.

Los latidos de su corazón se volvieron frenéticos, la respiración temblándole, como si le doliera seguir haciéndolo. El sudor comenzó a empaparle la frente, y de un momento a otro, tuvo que detenerse para darse cuenta de que no tenía idea a donde iba.

¿Qué estaba haciendo?, ¿qué era lo correcto?

Deseó que alguien se lo dijera. Iriadi no podía ser ella misma, no podía auto complacerse. Le era insuficiente.

Se sintió sola.

«Cálmate, hay que pensar mejor las cosas. Ordena tu mente», pensó. Para su mala fortuna, el aura amenazante no se había alejado. Estaba presente desde algún punto cercano, intentando triturar su calma, un flujo de energía furioso e invasivo.

Iriadi no podía sentir las alteraciones convergentes, pero estaba segura que esta era una de ellas. Quien poseía este poder lo hacía a propósito, se revelaba para arrinconarla, para intentar desgastarla con asedios y quebrarla mentalmente. No se lo permitiría. La muchacha fue hasta las escaleras que estaban cerca y descendió al séptimo nivel.

Al tonto de Bloaize más le convenía que estuviera ahí.

Una voz dentro de su mente le decía que se diera por vencida. Las palabras le parecían que eran justas de alguna manera, que se merecía caer y ser asesinada. «No», pensó. «No. Yo quiero vivir. No es mi hora aun».

En el nivel inferior notó que el lugar estaba alborotado. Había personas que corrían con desesperación, al parecer, yendo a sus camarotes para asegurarse. Era el lógico proceso de evacuación, y eso era conveniente, ya que mientras más desoladas se hallaran las áreas, sería mejor para escabullirse sin ser vista. Si tan solo accediera a una sala de control, podría desactivar su poder y quedarse allí.

Pero, ¿qué sentido tenía eso? Estaba buscando a su compañero, ¿no?

Ella echó a correr hacia su derecha, dirigiéndose según el mapa, donde debería haber salas espaciosas. Salió de la zona de alojo del personal y entonces logró adentrarse en una habitación enorme, parecida a una capilla. En realidad, era una. Iriadi cerró la puerta, extrañamente de madera, y con sus ojos negros apreció la multitud de asientos que estaban de cara a un altar. Este último, tenía un libro y velas que brillaban en tonos azules y celestes. También había copas de oro.

La chica caminó por el acceso ante el cual los palcos se separaban, una línea angosta desde la entrada hasta la tarima. En los rincones de la gran sala, los pilares tenían una base ahuecada, coronada en el techo por una bóveda con bajorrelieves hermosos. Y qué decir de los vitrales azules, dorados y grises, los cuales en la parte frontal se elevaban filtrando la luz desde algún lugar externo.

Iriadi se sintió como una tonta. Se dio cuenta de que había descuidado el tiempo de su hechizo, y ahora mismo estaba culminando su efecto.

Agitada, corrió a esconderse entre los asientos barnizados. El aire de la catedral subterránea olía a incienso.

La puerta entonces se abrió.

Hubo silencio, luego pasos que golpearon lentamente. Esa persona estaba caminando recto en dirección al altar. Iriadi estaba agachada sin poder ver, aunque lograría hacerlo a cambio de un alto riesgo de ser descubierta. La iluminación del lugar era un problema, pues las lámparas abundaban en las paredes cercanas a los palcos. Había una opción para ocultarse mejor, y se trataba de los pasillos laterales, los cuales estaban medio ensombrecidos.

Se armó de valor, entonces comenzó a gatear muy delicadamente sobre las frías y relucientes baldosas, hacia el rincón de la gigantesca habitación.

—Dónde te escondes, mujer egnarana.

Iriadi se ruborizó. La voz grave y reverberada, pero solemne, del hombre que la perseguía, fue como un cuchillo que le perforó el pecho. Era, en efecto, quien la había visto de antes, allá cuando fue marcada luego de ir a cambiar dinero. Era imposible no haber sido reconocida.

Mientras continuaba arrastrándose hacia un rincón, Invisibilidad se acabó por completo. Entonces el hombre dejó salir un murmulló dudoso.

—¿Qué hiciste? —preguntó con cierta alteración. El sonido vibraba con eco en cada rincón de la capilla.

Con mucho esfuerzo, la joven logró alcanzar el pasillo exterior y quedó de espaldas contra una pared, mucho mejor oculta que antes. Si se hubiera quedado como estaba, la habría encontrado de seguro. El hombre ya iba en la fila de asientos que ella usó de escondite.

—¡Oye, responde!, ¡¿qué carajos...?! No me digas... —para su sorpresa, el perseguidor se movió con rapidez hacia el altar, luego dobló hacia la que parecía ser la única puerta, a parte de la entrada principal. El crujido se escuchó una sola vez, seña de que abrió sin cerrar. Tras un momento, el hombre regresó a la gran sala, corriendo y murmurando con disgusto. Fue hacia la puerta de salida, donde por un momento, Iriadi aprovechó de echar un vistazo. Era un velinés rubio, de pelo muy corto en los costados, casi calvo. Su rostro no podía dilucidarse muy bien, pero era moreno y alto, vistiendo un chaquetón largo y negro. El tipo antes de salir, revisó el área con la mirada una vez más.

Finalmente se fue.

Iriadi dejó salir un largo suspiro.

El lugar, contrastando con las otras locaciones dentro del edificio, era frío. Tenía elegancia, transmitía la misma sensación que estar en una iglesia real. Bueno, esta debía serlo igual. Iriadi las odiaba. Creía en Ormun, de forma casual pero al fin y al cabo lo hacía. El tema era que jamás toleró los espacios de culto. Le perturbaban los cánticos, al punto de que cuando era niña, pataleaba para que sus padres no la llevaran a alguna ceremonia.

Recuerdos nostálgicos llegaron a su cabeza.

Le debería evocar sentimientos negativos, pero ahora, ellos se mezclaban con familiaridad y deseo. De pronto se encontró queriendo regresar con sus seres queridos. ¿Podría esta vez, como tantas otras, salirse con la suya y volver integra?

Quería creer que sí.

Sentada, con la espalda apoyándose en la pared de piedra, Iriadi se abrazó a sí misma. Sí, se amaba, pero lo hacía porque su cuerpo estaba entumecido. Afuera debía ser plena noche, y no era raro que el sueño y el hambre la acuciaran.

Decidió que se quedaría escondida hasta que sus habilidades regresaran. Un largo tiempo. O sino, cuando alguien amenazara con capturarla.

Esa espera se convertiría en una tortuosa lucha por no cerrar los párpados. El mundo de los sueños la estaba llamando, susurrándole tentadoramente a Iriadi, que le entregara su consciencia.

Tal vez debía hacerle caso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro