36 | La coraza de la debilidad

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—¿Cómo me encontraste? —preguntó Iriadi, recostada tras la muralla de roca que antecedía al inmenso agujero. Allí, frente a ellos se hallaba una impresionante columna de luz que caía como si el cielo se hubiese abierto.

Bloaize quitó de ahí sus limitados ojos a través del yelmo, y los redirigió hacia la joven.

—En parte fue coincidencia, y en parte no.

—¿Y cómo es eso, compañero?

—Quería llegar al centro y subir. Por un momento creí que podrías dirigirte hasta aquí, aunque... la verdad planeaba escapar por mi cuenta —le avergonzó admitirlo—. No quería dejarte, ¿sí? Solo que sin saber nada estaba un poco complicado.

Iriadi bufó divertida, luego soltó una pequeña risita.

—Eso es cruel, ¿sabes? Tienes la hipocresía de llamarme malvada, pero a veces puedes ser peor que yo.

—No había de otra. Fui incapaz de encontrarte, las cosas podían tornarse más feas si no hacía un esfuerzo por salir. Hay información que vale la pena transmitir —aunque a pesar de estar afirmándolo en pleno uso de razón, le afectaba ser obligado a tomar decisiones tan drásticas como esas. Por supuesto que haría lo correcto, sin embargo, disfrutarlo no estaba incluido.

—Relájate, hacías lo adecuado. Si muero o me vuelvo un estorbo, tú solo corre sin mirar atrás —entonces la muchacha desvió la mirada hacia otro lado. Bloaize detectó en ella un ápice de tristeza, pero sabía que Iriadi cuando se planteaba algo, lo ejecutaba en serio. Él no quería escapar solo, quería compartir ese mismo destino con su compañera y más aún todavía cuando se habían reencontrado. Daría lo mejor de sí para conseguirlo. Ya no era tiempo de dudar o creer que la situación fuera a liarse, ahora era el momento en que Bloaize caminaría con la cabeza en alto sin importar lo que pasara.

Lo que estaban contemplando era lo más especial que hallarían dentro de La Coraza. Esta era la cámara central, donde seguramente la energía que estaba chirriando ante ellos se trataba de nada más y nada menos, que de la fuente principal de poder del mecanismo aéreo. Ambos egnaranos estaban agazapados detrás de las paredes de un pasillo que desembocaba allí mismo. Una plataforma metálica en forma de caracol recorría la cavidad, rodeando la luz azul.

Por ahora ningún enemigo los había pillado.

—Hace momentos atrás tenía miedo —Iriadi reacomodó su flequillo, quitándolo de encima de sus almendrados ojos negros—. Y bueno, ahora lo sigo teniendo, pero creo que no seré cohibida por él. Me encantaría decir que todo saldrá bien, aunque creo que no es momento de ser optimista ¿o sí? —rio.

—Definitivamente no —respondió Bloaize, arqueando una ceja de insatisfacción. Le siguió un suspiro que se contuvo dentro del casco.

—Lo que hacemos es sin arrepentimientos. Así que insisto, si no puedo seguirte el paso, te marchas solo. De todas maneras me sentiré orgullosa de haber colaborado.

A Bloaize no le gustaba nada hacia donde apuntaban sus frases. Durante un breve instante clavó sus pupilas en el brazo de su compañera, el cual estaba vendado y ella se tomaba constantemente con la otra mano.

—Hablas como si este fuera el lugar de nuestra despedida. Qué desagradable.

Al oírlo, Iriadi abrió un poco la boca, sorprendida. Ella sonrió con melancolía; era sorprendente que se le diera tan bien como cuando lo hacía con malicia. Una dualidad magnífica, sin dudas.

—Bueno, nunca se sabe —ella se encogió de hombros, todavía con una expresión alegre—. Por supuesto, si tengo que abandonarte yo a ti, lo haré encantada.

«Mentirosa», pensó él.

El área estaba demasiado tranquila como para ser creíble, como un oasis dentro de todo el caos que habían visto hace tiempos recientes. Era imposible plantearse que un lugar tan importante no estuviera vigilado. Quizá qué trampas les esperaban, sus enemigos debían estar con los dientes afilados, esperándolos para saltar hacia ellos y acribillarlos de una vez por todas. El deber de Bloaize era extender el juego un poco más.

Habían ideado una estrategia básica para ascender a través de las escaleras y llegar al castillo. Bloaize sostuvo la espada cuya guarda era circular, decorada con aspas de oro que giraban alrededor de la base de la hoja. Iriadi se había decantado por el cuchillo debido a las obvias complicaciones del miembro dañado. Sería una tarea difícil, de eso no había duda.

Llegado el momento, salieron cautelosamente del corredor y entraron de una vez por todas a la gran habitación. Bloaize levantó la cabeza y escaneó hasta donde ascendía la línea de luz. Se dio cuenta de que el techo estaba muy lejos, tanto que parecía oscuro como un vacío. Luego puso atención en el nivel en el que se encontraban en la actualidad, el cual los dejaba bastante cerca del fondo del agujero.

—Tal vez debí considerarlo —susurró el hombre mientras arrugaba la nariz. Lo que estaba frente a ellos eran cinco estatuas esculpidas en preciosa piedra blanca. Figuras de túnicas y cascos, portando en sus manos libros que ofrecían hacia la energía, la cual caía sobre una base de oro con relucientes anclajes laterales.

—Las Cinco Calamidades de Rynai —Iriadi dio un paso adelante con una mano puesta sobre su pecho—. Es un culto, el rey Kantier es un fiel seguidor de la doctrina tervkiana. Pero siento algo más... ¿crees que ellos aún viven? —ella entonces se volvió con ojos preocupados hacia su compañero.

Bloaize negó con la cabeza.

—No, deben haber desaparecido de la faz de la tierra. Estas son solo imágenes creadas por sus fanáticos. Esta energía es distinta, pero no quiere decir que provenga de un ser sobrenatural.

—Tengo un mal presentimiento.

«Bendito Ormun, por favor que no robe mis líneas».

Ahí fue cuando los ojos de las figuras petrificadas comenzaron a emitir un sonoro brillo azulado. Los forasteros se tensaron ante la terrorífica escena.

—Rápido, hay que subir cuanto antes —Bloaize preparó su arma y comenzó a escribir Desliz de Plumas. En los alrededores comenzaron a oírse voces y torpes golpeteos provenientes de arriba y abajo. Cuando observó la entrada al pasillo por el que vinieron, se llevó una desagradable sorpresa—. ¿Qué?, ¿no está?

Iriadi siguió la dirección y gruñó con frustración al notar también que increíblemente, la pared se había solidificado sin dejar rastro de esa y otras salidas. En este punto solo podían dirigirse hacia un solo lugar.

No.

Descendiendo a paso lento, se aproximaban tres figuras azuladas que bloqueaban la subida. Eran esos malditos fenómenos.

«Mierda, no tengo otra opción», pensó Bloaize preparándose para la batalla, pero su compañera irrumpió con una advertencia que lo empeoró todavía más.

—Vienen más por allá —indicó Iriadi. Estaba apuntando hacia las estatuas, pues detrás de estas habían puertas desde donde otros soldados se aproximaban con ese mismo brillo y esa misma sensación repugnante—. ¿Qué hacemos?

La decisión fue el resultado de un reñido debate en su cabeza, pero Bloaize tenía una sola opción. Activó Desliz de Plumas y entonces se inclinó hasta ponerse en una rodilla. Gimiendo de sorpresa, la chica se le quedó viendo con la boca entreabierta.

—¡Que subas mujer! —exclamó Bloaize, y luego Iriadi se acercó hasta él todavía perpleja. Se subió a su espalda y puso los brazos alrededor del cuello blindado.

—Más vale que sepas lo que haces, porque no creo que puedas llegar hasta arriba saltando.

—Saltaré, aunque no precisamente arriba —antes de que ella comenzara a mover sus labios para preguntarle, Bloaize saltó hacia el precipicio. Iriadi dejó salir un grito, despavorida ante la súbita acción del líder de equipo, luego este último aterrizó en el suelo con un contundente golpe. Pero la caída no había sido desde tanta altura y, además, Desliz de Plumas acomodaba cualquier impacto de su cuerpo con los espacios que le rodeaban.

Recomponiéndose al tiempo que se agarraba como un cangrejo con sus pinzas, Iriadi se apartó:

—Casi me matas del susto. Dunai tonto, ¿Qué pretendes que hagamos ahora?, nos han rodeado.

Bloaize se irguió y puso un pie delante del otro, a continuación, sostuvo su espada sin perder de vista a los ocho enemigos que se hallaban cerca.

—Lucharemos, y preferiría hacerlo en un lugar espacioso como este.

Ahora ambos estaban parados cerca de la base de la energía, frente a los pies de las enormes estatuas que debían tener una altura estimada de unos cinco a siete metros. Que se movieran era lo único que faltaba.

Los soldados velineses bloqueaban las puertas y el acceso a las escaleras. Uno de ellos se adelantó, plantándose con un aura amenazante mientras apoyaba la punta de su espada en el suelo.

—Fin del camino —dijo lleno de seguridad—. No cometeremos el mismo error dos veces —luego tomó posición de combate. Ellos no parecían darles chances de rendirse.

Bloaize sentía la necesidad de moverse, la euforia recorrer sus venas. Estaba tan histérico que, no pudo contener las ganas de soltar algo que había querido decirle a uno de esos imbéciles.

—Imagino que el espía de Tezvir barrió con ustedes —rio. Por supuesto que lo decía en broma—. Si lo dices de esa forma, no podría creer que haya sido distinto.

En la distancia, le pareció que al hombre se le arrugaba toda la cara como cuando apretujabas una hoja de papel.

—Todavía tienes el descaro de burlarte de mis camaradas fallecidos. Te juro, por el nombre nuestro Dios y de los Sagrados Encadenadores, que tomaré sus cabezas.

Los cuerpos de los adversarios potenciaron su brillo, alcanzando una distorsión que le hizo dar nauseas a Bloaize. Parecían una sinfonía de presencias que invadían el espacio, consumiéndolo y corrompiéndolo. Al lado, Iriadi, tal como habían acordado, activó el hechizo de Invisibilidad. Ella desapareció, pero aun podía ser detectada por el uso de Convergencia.

—Sabes que es un suicidio, compañero —la voz de la muchacha le susurró desde su lado izquierdo—. Te ayudaré, y no es una sugerencia.

No tenía caso pedirle a Iriadi adelantarse, eso por un lado lo alegró.

—Está bien. Despístalos y evita ir de frente. No saltes a menos que sea seguro ir hacia sus espaldas.

—No soy una novata, tonto.

Dado a que eran poderes definitivamente, contrastantes, Bloaize podía saber la ubicación de Iriadi y diferenciarla incluso teniendo cerca a los soldados. Le sorprendía que de verdad parecieran no venir más refuerzos. Tal vez ese espía había causado estragos a niveles catastróficos.

Aquí venían.

El primero de los enemigos, quien poseía brazos anchos e inyectados de energía, blandió un mandoble diagonal que el egnarano bloqueó con muchos problemas. La fuerza monstruosa del hombre lo obligó a retroceder para evitar un posible quiebre de la espada.

«Será mejor evadirlo», concluyó Bloaize. Retrocedió otra vez y se preparó para la emboscada que le preparaban cuatro soldados, repartidos por ambos flancos del primer enemigo. La chica había tomado distancia y los tres restantes fueron por ella. Aunque podían sentirla, era distinto a ver exactamente la figura de la muchacha y saber qué movimiento estaba ejecutando. Bloaize se aferraba a que eso la mantendría a salvo, a pesar de que su brazo estuviera malogrado.

Uno de los adversarios cerró fácilmente las distancias con él, sorprendiéndolo al notar recién que en sus pies yacía la anormalidad de este. El sujeto balanceó su espada sin mucha prolijidad, pero con suficiente fuerza como para separar un miembro. Bloaize en todo caso contaba con una armadura, de la cual sacó provecho poniendo su antebrazo para controlar el impacto. Hubo un sonido metálico y entonces sintió la energía golpearle como una corriente. El metal del protector se había abollado, pero al fin y al cabo fue capaz de cumplir con su objetivo.

Bloaize hizo una finta y entonces engañó a sus enemigos yendo hacia la derecha. Su cuerpo accionó como un hombre sin nada de peso encima, como si solo llevara ropas. Esta era la ventaja. Al principio le costaba entrar en concentración, pero ahora era cuando le comenzaba a agarrar el ritmo.

Los soldados gruñeron con incredulidad al darse cuenta de su agilidad incluso con una armadura.

—¡No lo dejen salir!, ¡Hay que rodearlo! —gritó uno de ellos. Al instante lo intentaron, pero no lo consiguieron. Bloaize contaba con una habitación tan grande como el salón principal de un castillo. Dejó atrás en un abrir y cerrar de ojos al grupo que había ido por él y, entonces, se dirigió hacia los que seguían a Iriadi.

—¡Va a por ustedes!

Cuando estos se volvieron hacia sus espaldas, se encontraron con un problema muy duro. Bloaize se metió entre los tres hombres, los cuales no iban completamente blindados, y atacó a uno directo al cuello. Fue un mandoble que si bien en un principio pareció esquivar, pronto el velinés notó que en su garganta se abría un tajo derramando líquido rojo. Cayó de inmediato al suelo balbuceando atragantado.

«Uno menos», Bloaize salió del rango de los otros hombres, quienes atacaron desordenados por el inesperado ataque. Más que no haberlo previsto, lo que los sacó de quicio, naturalmente, debió ser la velocidad a la que se había llevado a cabo la maniobra.

Justo cuando se preparaba para otra embestida, notó que al soldado caído le pasaba algo extraño. Su herida estaba sanando; una luz azul, más clara que la otra, hormigueaba en esa zona y desvanecía la sangre.

El egnarano maldijo y cargó para rematarle, pero en ese momento los compañeros le bloquearon el paso. Deteniéndose frustrado, observó al ahora sano velinés levantarse con una sonrisa provocativa.

Eso tampoco era propio de la Convergencia. No existía ningún poder que curara mágicamente heridas y, encontrárselo de la nada en manos enemigas, cambiaba el rumbo de la pelea. A Bloaize no le quedaba otra que decapitarlos o atravesarles el corazón, sospechaba que daños así de extremos debían ser imposibles de remediar.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un suceso inesperado: el ojo del hombre que recién se había curado explotó, convirtiéndose en una cavidad negra de la que emergió sangre. El sonido de pisadas delató de mejor forma a Iriadi, quien se había aprovechado de la desinteligencia del grupo, quienes estaban concentrados en Bloaize, y había clavado su cuchillo invisible hasta perforar mortalmente a su víctima. El velinés se derrumbó otra vez como si de una repetición se tratase, y entonces no se movió más.

—¡Oh mierda, la chica!, ¡¿Dónde se metió?! —soltó con enojo uno de los dos guardias restantes, abriendo la boca y chispeando saliva para todos lados. Observó de aquí para allá confundido. Al parecer su sentido de alteraciones convergentes no era tan preciso, debía de enredarse entre las presencias de sus compañeros y la del mismo Bloaize.

Por el otro lado, el grupo con los cinco enemigos venía aproximándose. Para evitar quedar encerrado, el intruso echó a andar en círculos. Iriadi lo hacía por el extremo opuesto de la habitación, una decisión inteligente que dejó sin respuesta a unos confundidos soldados.

—Concéntrense únicamente en el de armadura. A la muchacha solo no la dejen acercarse mucho. ¿Entendido?

—¡Sí capitán! —gritó la cuadrilla al unísono. Los siete enemigos faltantes se enfocaron en Bloaize y lo persiguieron repartiéndose en una formación como flecha, con el líder al frente y tres hombres en cada lado.

El cansancio todavía no se hacía presente en el cuerpo del forastero, quien por el contrario, cada fibra de su piel y huesos se hallaba fresca y energizada.

Como respuesta a la ofensiva enemiga, hizo lo que probablemente no esperaban: corrió directo hacia ellos y cerró la distancia con una zancada espectacular. El rival de turno no poseía músculos por ninguna parte. Extraño. Bloaize intentó conectar un golpe en el casco del soldado, pero entonces este evadió. Bien, lo intentaría otra vez. Balanceó la hoja de su arma mientras bajaba su centro de gravedad y buscó la cadera derecha.

Fue sorprendido.

El hombre ni siquiera bloqueó, sino que repitió los resultados y se deslizó hacia atrás, evadiendo el ataque a la perfección. Con una armadura no debería moverse así, o mejor dicho, no debería ser capaz de anticipar tan fácilmente las embestidas de Bloaize.

Miró hacia sus ojos. Estaban brillando, ese era su don.

«¿La visión?, ¿puede ver mis movimientos antes de que lleguen?», pensó asumiendo otra pose, preparado para recibir a los otros enemigos. «Eso no lo esperaba».

—¡Te tengo! —gritó uno de los hombres. Bloaize se volvió a tiempo (milagrosamente) y saltó hacia su derecha. El de músculos en los pies separó el aire con un corte, y entonces casi se lleva a su compañero de ojos ávidos, quien había estado tapado por el egnarano en esa misma dirección. Una pantalla hecha de forma inconsciente; casi había funcionado.

—Necio. Ten más cuidado —advirtió el afectado con un grito nervioso. Bloaize volvió a distanciarse del equipo, ignorando la discusión que se libraba por el accidentado ataque del velinés. Lo estaban regañando desde el capitán hasta el último de ellos.

Sumido parcialmente en sus pensamientos, Bloaize entrecerró sus ojos dentro del yelmo. Cuando se hablaban de tácticas de combate, unos pocos momentos bastaban para dar una impresión de cómo se debía afrontar la brega en cuestión. Su instinto y razón estaban formando una impresión respecto a la manera de enfrentar al grupo.

Era hora de intentar eso.

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