9 | No tengas miedo, que esta noche volaremos (parte II)

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Las miradas de algunos hombres cayeron en ella sin hacerse tardar. Tontos. Iriadi solo tenía ojos para un par, los cuales eran muy especiales.

Un hombre calvo, de buena figura y alto se le acercó haciéndose el desentendido.

—Vratk, ¿me haces el honor?

Iriadi lo miró con rostro inexpresivo. Se hizo la que no sabía nada.

—Vratk, ¿Cuánto por tu compañía? —repitió el velinés, cuya voz sonaba como caminar por terreno pedregoso de lo ronca que era.

«¿Compañía o algo más que eso?», pensó molesta. «Piérdete». Y siguió caminando, ignorando al atónito cliente, que veía como otros lo pisoteaban al acercarse en masa a Iriadi. Por supuesto, también los ignoró.

Se paseó por toda la habitación buscando a los hombres que había visto en el palacio. No había encontrado nada, era como si la roca los hubiera devorado.

No. Había un hombre que estaba casi derrumbado sobre un sillón.

Era gordo, y su calva quedaba expuesta con su sombrero tirado en el suelo. Estaba solo, sin mujeres ni el rubio que lo acompañaba. En su mesa las botellas de alcohol yacían vacías.

Ojalá no hubiera sido demasiado tarde. Si el tipo no podía hablar sería inútil.

Iriadi se agachó y tomó el sombrero con delicadeza, luego lo colocó sobre la cabeza del hombre. Este dio un respingo, asustado, y posterior a fijarse en que su gorro había vuelto a donde estaba antes, clavó sus pupilas en la joven morena y de pelo lavanda.

—¿Sí?, ¿Vratk? —dijo, con evidente distorsión en el habla.

Ella recordó que el nombre del noble, era similar a como sonaba el título de una dama de honor. No había sido capaz de memorizarlo en todo caso. Lo había oído una sola vez, cuando estaba oculta en el palacio, aturdida de nerviosismo.

Iriadi no se molestó en pedir permiso, avanzó y se sentó al lado del hombre decididamente. Presionó contra él, y este se deslizó hacia un lado, sorprendido por la convicción de la muchacha.

—¿En qué puedo servirte, Vratk? —el nervioso noble tenía los ojos temblando.

—Parece que te has acabado todas las bebidas, así que pensé que necesitabas una mano.

Ella puso una nueva botella de vino en la mesa. La había sacado de la de al lado (en la cual estaban todos borrachos y dormidos).

—¿Sí? —el noble miró su propia mesa, percatándose de que era verdad—. ¡Ah, es cierto!, gracias señorita. Gracias, gracias —y no perdió el tiempo. Destapó el recipiente y vertió más líquido en su vaso. Luego también lo hizo en otro, ofreciéndoselo a Iriadi.

Ella aceptó, o fingió hacerlo.

El gordo bebió un sorbo de su bebida, y la muchacha inclinó su vaso, sin llegar a beber el contenido. Sus labios ni siquiera tocaron el vidrio. Quizá qué persona había puesto la boca allí.

El noble eructó, y su aliento putrefacto a vino hizo que la joven se volviera disimuladamente hacia el otro lado, buscando un respiro.

—¿Se podría saber de dónde es mi señor?

—Yo... no sé por qué preguntas eso. ¿Quién eres tú?

Era un riesgo ser directa, pero Iriadi decidió que el tiempo (el rubio podría aparecer en cualquier momento) y las condiciones del hombre, no suponían mucho margen.

—Pregunto, porque pocas veces veo a hombres tan interesantes y apuestos como tú —la muchacha contuvo una risa burlesca, en parte hacia ella misma por decir tal atrocidad. Pero el noble lejos de mostrarse incrédulo, puso una sonrisa pervertida.

—¿En serio, crees eso?

Iriadi asintió, luego fingió dar otro sorbo a su bebida. Para su sorpresa, el viejo la tomó de la cintura y la atrajo hacia él. Casi se le cae el vino sobre el vestido.

«Este pedazo de mierda. Ya me vengaré más adelante», pensó mientras sus entrañas quemaban.

—Hoy es mi día de suerte, creo. Debes ser la segunda Vratk que consigo esta noche. ¿Hace cuánto que no logro eso? Bah, ni me acuerdo. Aunque la anterior se negó a llegar al... bueno, ya sabes.

Ni en sus sueños lo lograría.

—Ya veo —respondió ella, manteniendo la calma—. Debes tener días agitados. El trabajo debe estresarte, ¿no es así?

El gordo eructó otra vez.

—Sí. El palacio me tiene aburrido. Su Majestad no me quiere ni ver, solo habla con sus ministros. Es como si no importara, ¿eh?, ¿por qué hablo de esto contigo?

Iriadi dejó su copa sobre la mesa. Tenía que andarse con cuidado. La presión sobre esa cuerda debía ser no tan débil, y tampoco tan fuerte como para romperla.

—Es natural, mi señor. Todos necesitamos descargar nuestros problemas hablando. ¿Tu señora acaso te escucha? —allí, otra apuesta, sal en la herida.

El hombre negó con su cabeza. Puso una mirada agria de disgusto, torciendo la boca.

—Esa mujer solo se preocupa de sus hijos. Sus hijos, sus hijos y sus malditos hijos. A veces me pregunto por qué tuve a esas crías. Desde que nacieron no he tenido un miserable sexo.

«Ay, qué terrible», pensó Iriadi con sarcasmo. Quería golpearlo hasta dejarle la cara como saco de papas.

—Te entiendo. ¿Y es muy difícil lo que haces en palacio?

—Soy alto señor. Dependo de un ministro que es más joven que yo —rio—. Andaba conmigo, ¿no lo has visto? Franivk, un rubio solterón. ¡Ah!, el desgraciado está intimando con la Vratk. ¿Me dejarías empatarle?, te pagaré bien.

Y aquí había una abertura. La presa ofreciendo su cuello al feroz depredador.

Iriadi puso una expresión coqueta. Abrió un poco más su escote, y agarró la otra mano del hombre, poniéndosela sobre su pierna desnuda, donde el vestido tenía la abertura.

—Me lo pensaría, si hablamos un poco más y respondes a mis necesitadas dudas.

El noble sacudió su cabeza con motivación. Sus ojos estaban abiertos, reflejando ansiedad. Su boca casi salivando.

—Entonces, eres alto señor, y supongo que tu trabajo no es lo suficientemente valorado.

—Claro, tú sí me entiendes. Estoy todo el día yendo a reuniones con mercaderes. Hago lo que me dicen sin siquiera darme un ascenso. Debería ser ministro de economía.

—Veliska está muy bien desde hace años. En todo caso es muy buen trabajo.

—¿Sí?, puede ser. Hacemos lo que nos dice el rey y listo. No se aparece nunca, pero tiene talento. No sé cómo lo hace para mantener la ciudad en el aire.

«Así que lo mantienen apartado de los asuntos delicados. No será de mucha ayuda».

El local tenía casi a la mitad de su público dormido a esas alturas, y las empleadas salían desde las habitaciones guardándose el dinero ganado.

—Tienes razón. El rey es bastante quisquilloso. No lo vemos nunca —dijo Iriadi.

—Imposible. Aunque creo que últimamente planeaba algo. ¿Guardarías el secreto si te lo digo?

La joven sonrió, sin poder ocultar una mirada maquiavélica.

—Por supuesto.

—Bien. Como te decía, no me dejan saber nada, pero esto lo oí hace poco. Franivk estaba hablando sobre un intruso que se metió al castillo hace días.

La curiosidad estaba comiéndose viva a Iriadi. ¿Intruso?, ¿en el poderoso refugio del rey Kantier?, ¿Alguien lo había hecho antes que la genialísima Iriadi?

—El rey está bien, al intruso lo capturaron y mataron. Creo que era un espía de Tezvir. Esos malnacidos. Pero el rey estaba trabajando en algo que los mantendría a raya. Ojalá sea así, y deshacernos de esos pulgosos.

La muchacha se quedó quieta unos momentos, meditando sobre lo que había dicho el velinés.

De pronto, sintió que el tipo metía una mano por debajo de su vestido, con dirección a su entrepierna.

—¿Bien? Vratk, ya cumplí, ahora es tu turno.

Iriadi lo apartó de sopetón.

Al parecer, el tipo no tenía nada más que decir. Se había terminado.

—Pero... ¿qué estás haciendo? Dijiste que...

—Lo siento. Tengo que ir al baño. Vuelvo enseguida —Iriadi se levantó con avidez, y dejó atrás al asqueroso viejo.

Se odiaba a sí misma por llegar a estos extremos. Contuvo las ganas de llorar, y las reemplazó por ira.

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La mayor parte de la gente se había marchado. Iriadi estaba en el callejón posterior del local, donde iban las empleadas a tomarse un descanso. Las cosas habían salido relativamente bien, pues ninguna colega le dijo nada. Al final eran tantas, que siempre podría haber una nueva.

Palpó su cadera y su pierna.

«Estás de verdad muy loca», se dijo.

Intentó pensar en otra cosa.

¿Qué estaría haciendo Bloaize?, porque más valía que Iriadi no fuera la única trabajando con tanto esfuerzo.

Dejó salir un largo suspiro.

Miró el cielo. Las nubes abundaban, pero había vacíos que dejaban a las parpadeantes estrellas brillar. Hfazie y Wuran estaban por la mitad del cielo. La primera de las lunas con su curioso anillo de luz.

Su tormenta de sentimientos estaba apaciguando. Esto era trabajo, tenía que mantener la calma, además, ya había pasado.

Reflexionó sobre lo que había dicho el hombre.

¿Un intruso?, ¿y de Tezvir?, ¿cómo lo había logrado?

Tal vez Tezvir también estaba guardando secretos respectivos a la Convergencia. Porque sin ella, era imposible adentrarse en la fortaleza de Kantier. Así mismo, le preocupaba que este estuviera pensando en algo para hacerles frente.

Una ciudad voladora, un poder para hacer olvidar personas, y un poder para mantener a raya a sus enemigos. Algo grande se traía Veliska.

Bloaize estaría con la cara llena de terror cuando se lo dijera.

Era hora de marcharse. Iriadi se dio la vuelta para retirarse por la calle trasera.

Y ahí fue cuando eso ocurrió.

Alguien la tomó del brazo, luego cuando intentó soltarse, la retorció y estampó de espaldas contra el muro.

Adolorida, pero más sorprendida por el súbito ataque, la joven observó a su agresor. Era una silueta grande, con la cabeza perfectamente redonda, calvo.

—Estaba esperando esta oportunidad, Vratk.

«Esa voz, no puede ser», era la del hombre al que había rechazado. El calvo de voz pedregosa.

Iriadi no pudo responder. Estaba paralizada del miedo. La habían pillado con la guardia baja, sobre todo desde el punto de vista emocional.

Recién estaba encontrando la paz.

—¿Eh? —el hombre hizo una expresión de duda.

La muchacha estaba tan aturdida, que un momento después de sopesar la acción del hombre, dirigió una mirada al suelo.

Su peluca. Se le había caído cuando fue arrojada.

—¿Qué es esto, Vratk?, ¿No eres velinesa? —el calvo se acercó a su cara, examinándola—. Ya me había atraído el negro de tus ojos, pero resulta que eres egnarana. ¿Qué ocultabas?

—¡Suéltame!

—No, no, no. Tú eres especial. En serio, ¿qué hacías aquí? No me importaría guardar tu secreto si vienes conmigo. Después de todo, tengo curiosidad por saber cómo son las chicas de Egnarian en la cama.

Maldición. El tipo era fuerte. Iriadi no podía hacer que suelte su mano derecha, cuyo brazo estaba flexionado sobre su cabeza.

Tenía que hacer algo.

—Ven conmigo, antes que mi paciencia se agote.

El hombre planeaba hacer algo. Sacaría algo de su bolsillo.

Iriadi frunció el ceño. Estiró su mano izquierda, la cual estaba desocupada, y comenzó a acumular Partículas de Ury.

El hombre dudó al verla. Iba a hablar, pero se detuvo.

De inmediato, la afligida muchacha escribió la combinación de runas para Invocación; luego, tachó el escrito, haciendo que este destelle y se esfume.

Una daga apareció en su mano.

—Tú... ¡perra, ¿Eres...?! —el calvo apuró su mano desocupada, y sacó rápido un cuchillo de su pantalón.

No obstante, Iriadi fue más rápida.

La punta de la daga se clavó profunda en el cuello del velinés, quien tosió y su voz se mezcló con los fluidos que comenzaron a salir de su boca.

El cuchillo cayó al suelo con sonido metálico. El calvo se desmoronó y su cuerpo abatido empezó a convulsionar.

De inmediato, y con el corazón saltándole alborotado, la muchacha se puso detrás del hombre, y comenzó a arrastrarlo hacia un rincón apartado. La sangre, que bajo la noche se veía negra, brotó en masa de la herida y fue dejando un rastro por donde iban.

Su víctima dejó de moverse a mitad de camino.

Iriadi siguió arrastrándolo. El tipo era demasiado pesado, por lo que le costaba horrores progresar.

Una voz se oyó de cerca, desde dentro de los pasillos del burdel.

La egnarana se vio obligada a dejar el cadáver allí mismo, corriendo hacia un rincón oscuro y solitario.

Una de las empleadas se encontró con la macabra escena y soltó un grito desgarrador. De inmediato, otras más corrieron para saber qué estaba ocurriendo.

—¡Por Dimatervk, han matado a alguien! —dijo una de las recién llegadas.

Iriadi estaba en un callejón sin salida. Su única opción era saltar el muro, y así lo hizo.

Con un movimiento ágil, puso un pie en un basurero que había, tomó impulso, y alcanzó el borde. Al instante se tiró hacia el otro lado y apareció en otro callejón, el cual sí tenía una salida hacia una calle lateral.

No había nadie cerca.

La muchacha corrió sin mirar atrás. Volvería al hospedaje lo más rápido que pudiera, porque si se quedaba un rato más sola, colapsaría.

La luz de las lunas iluminó su regreso.

Iriadi miró sus manos manchadas de sangre, todavía sosteniendo la daga. Había dejado caer su peluca, pero eso ya no tenía importancia.

Lo había hecho otra vez.

Las voces comenzaron a resonar en su cabeza, ahora con una más entre ellas.

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