3.4) Iliana, la aprendiz

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Día 1

Tan solo eran los primeros minutos de la madrugada pero las tejas de piedra de la Riva ya transmitían el calor del sol. La Riva fue construida hace más de una década por el gran señor, para dar un hogar a los sirvientes de palacio y así dar la intimidad que merecían.
Pero la verdad es que los muros de la Riva escondían hogares independientes de varias familias, por ello parecía más un poblado que una residencia común. Para los sirvientes que habían decidido ir a vivir y trabajar sin su familia, tenían sus habitaciones en el ala norte de la Riva donde compartían su estancia con otros sirvientes.

Melion un hombre alto y fuerte de aspecto rudo y mirada profunda, aporreaba la puerta de una de las habitaciones de las sirvientas. Dentro de dicha habitación una sirvienta dormía sola sin compañeras de habitación, pero los gritos y golpes la despertaron bruscamente.

—¡Vamos, Iliana! ¡despierta ya! ¡que tienes que despertar al sr. Xaramandher!! ¡lo necesitan en palacio! ¡¡vamos, despierta!— gritaba Melion, una y otra vez hasta que obtuvo respuesta.

Así fue como en su tercer día de trabajo esta joven corría por los pasillos de la Riva. Odiando la incomodidad de los atuendos del servicio a la par que limpiaba el uniforme de los cabellos rojizos como si de moscas se tratasen. Por que tenía que tener un cabello tan llamativo, si fuera sido un cabello como el de su madre no se notaria que no le había dado tiempo de acicalarse mucho y mira que recogía todo su cabello pero siempre alguno se le escapaba.
Lo que jamás llegaría a entender es porque los sirvientes no dormían en palacio, desde su punto de vista solo empeoraba las cosas pues tenían una distancia que recorrer mucho superior a lo habitual en cualquier caserón o palacio.

Al doctor Xaramandher no le habia hecho falta preguntar por la emergencia medica, al entrar a palacio le habia bastado con seguir los gritos que rebotaban por las paredes de todo palacio. Estos gritos junto las fuertes respiraciones de él y de la sirvienta que le habían asignado, daban un aura de los mejores cuentos de terror que el doctor había leído o escuchado.
Aunque jamás lo reconocería estaba disfrutando de ese ambiente pues se sentía como un caballero a punto de rescatar a una princesa de la temibles garras de una bestia, él era Sir Xaramander el caballero sanador que la duquesa necesitaba. Pero todas esas fantasías acabaron cuando abre la puerta de los aposentos.

La duquesa y la dama a duras penas podían sujetar a Leowen, que estaba en la cama, considerablemente alterado y cubierto de rasguños que le habían levantado la piel. Iliana y el doctor estaban completamente horrorizados por la escena, pero ambos tenían claro que debían actuar.
El doctor fue directo a sujetar las piernas mientras le pedía vendas, brebajes e instrumentos a Iliana, juntos trabajaban muy sincronizados. Después de las curas el doctor le suministró a Leowen una pócima que actuaba como calmante y al momento surtió efecto, Leowen cayó dormido.

—Ya pueden soltarle los brazos— dijo el doctor, después se giró y miro hacia Iliana —no sabia que contaban en el servicio con una curandera.

—No lo soy, mi madre tenía muchos conocimientos de remedios medicinales con plantas y con el paso del tiempo algo aprendí— respondió la aludida.

—Pero, ¿y los utensilios? apenas tuve que describírtelos.

—Intuición, me resulta fácil saber para que sirven nada más.

—Admirable sin duda— responde el doctor haciéndola sonrojar.

—Gracias a los dos, estábamos muy asustadas— dijo la dama.

—¿Qué es lo que ha pasado?— le pregunta el doctor intrigado

—Me despertaron sus gritos aterradores, mire a mi alrededor y Lhynna no estaba, cuando fui a ver a mi hijo, estaba autolesionándose, y aunque lo desperté seguía alterado, no sé que pesadilla habrá tenido o que le ha pasado, pero sin duda ha sido horrible verle amanecer así después de lo que aconteció en el día de ayer— dijo la duquesa mientras se sentaba en el sillón abrumada e asustada.

—Es normal que haya pasado mala noche, debí de haberlo sabido y estar con él toda la noche, pero ya no volverá a pasar, le he dado un calmante descansará y esas heridas se le curarán, pero si debo pedirle algo duquesa.

—Solo debe decirlo, después de todo lo que está haciendo por mi hijo, solo dígalo.

—Deben de dejarlo solo en sus aposentos, yo vendré cuando despierte, pero ahora necesita descansar.

—Dejar solo al señorito... pero doctor— suplicaba la dama cuando la duquesa la interrumpió

—Así se hará doctor, verdad Lhynna.

—Si señora— dijo la dama con cara de desolación, como cuando a una loba le quitan a su cachorro.

Había pasado menos de una hora desde que el sr.Xaramandher y ella habían curado a Leowen. Sabia que el chico debía descansar, pero aquellas palabras que escucho de Leowen el día anterior la habían marcado, sentía un instinto de saber si se encontraba bien pero Lhynna había frustrado todo sus intento de entrar a los aposentos del chico, hasta que la duquesa ordeno a la propia Lhynna que se fuera para realizar sus otros quehaceres y que otra sirvienta asegurara que no molestaban al chico.

Era su oportunidad, Iliana podría fácilmente zafarse de la vigilancia de esa sirvienta de piel rosada y cabello rubio, suponiendo que estuviera vigilando, pues la sirvienta estaba sentada en el banco con sus herramientas de costura confeccionado gruesas telas de lana.

Una vez dentro vio a Leowen tumbado en su cama, avanzando hacia él, uno de sus pasos hizo crujir el suelo. Eso hizo que Leowen se levantara gritando pero la sirvienta salto a su cama para taparle la boca e evitar que entraran y la pillaran dentro.

Pero no resulto tan fácil pues ambos empezaron a batallar, Leowen para liberarse y la sirvienta para evitar que gritara de nuevo. Comenzaron a haber codazos en el trasero, clavamiento de la barbilla en los hombros, pies a modo de ventosa y lametazos por doquier. En esa ridícula y ardua batalla a Leowen se le cayeron las vendas.

—¡Que!, ¿¡y tus heridas!?— dijo la Iliana sorprendida.

—Mis heridas sanan rápido igual que a mamá, aunque a mi mucho más rápido, pero— respondió Leowen perdiendo toda su energía mirando sus piernas.

Ella supo al momento que no debía de preguntarle por la pesadilla, quien no hubiera tenido una mala noche en su situación. Leowen se limpia la cara y empieza a dejarse llevar por una risa floja.

—¿Qué pretendías asustándome y lamiéndome la cara?— dice Leowen con una sonrisa.

—Señor, yo no pretendía asustarle, y no quería que gritara, y no quería hacerle daño— responde la sirvienta de cabellos rojizas preocupada, —nos van a castigar si no para de gritar señor— dijo a modo de enmienda.

—¿Quiénes?, ¿nos van a castigar o te van a castigar?— ante la obviedad a la sirvienta se le sonroja la cara.

Varios golpes similares a un trote se oyen por todas direcciones de la habitación, seguidos de crujidos similares a arañazos.

—¡Ya vienen!, ¡corre!— dijo Leowen.

—¡Que! ¡quienes!— dijo ella desorientada.

—¡Al baúl!, ¡métete en el baúl!, ¡rápido!, ¡es mejor que no se enfaden! ¡ métete ahora!

—Si señor, ya voy.

Para Iliana resultaba extraño obedecer sin más, pero debía de hacerlo, si quería mantener su nuevo trabajo, así que saco algunas de las telas del baúl, que había a los pies de la cama, y se metió dentro. Aunque no era del todo incómodo, lo que más la inquietaba era el hecho de que fuera lo que fuera que estaba por venir podía enfadarse, o eso había dicho el señor, y esos sonidos no parecían para nada humanos. A través de la cerradura apenas podía ver algo pero sin duda el revoloteo aumento y le pareció ver como uno de los sillones se movía.

Continuará...

CRÓNICAS DE ZEEHÏRO

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