Halloween sangriento

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


En el centro del cielo, una luna roja refulgía como una reina en su trono, la extensa cola negra de estrellas palpitantes complementaba el atuendo.

Desde el balcón de una casa de arquitectura antigua, ojos ámbar la escudriñaban con embelesamiento y celo, deseaba estar en la misma jerarquía dominante que esa dama roja. Malditos fueran esos aldeanos que la mataron aquella vez y le quitaron la oportunidad.

El olor a carne chamuscada de su propio cuerpo aún estaba presente. La piel consumida por las llamas, liberando sangre que se filtraba a través de la carne hirviendo, desangrando al cuerpo mientras este luchaba por repararse así mismo.

Muerte.

Fue lo que sobrevino. Mas por algún extraño embrujo volvió a la vida, por llamarlo de alguna manera. Se había convertido en un ser de la noche, hambriento de sangre. Sus primeras víctimas fueron esos infelices habitantes, cuyos cuerpos terminaron amontonados en una pila humana, de la cual ascendió un humo inusual que debieron notarlo en las campiñas vecinas.

Muertos, caviló sonriendo pérfida.

Ahora vivía en una nueva región: la llanura colombiana. Con su pareja. La única persona inmune a sus encantos.

—Verina, cielo, ¿regodeándote con la masacre que hiciste?

—Jericho, cariño, ¿de nuevo leyendo mis pensamientos?
—correspondió sarcástica.

—Tus pensamientos se escuchan por toda la casa. Te sugiero no pensar con tanta intensidad -soltó malicioso—. Vengo a decirte que los invitados a la fiesta de Halloween han llegado. Tontos, no saben lo que les espera. Una vez entraron todos, volví a poner las guardas...

El viento gimió en los aleros, revelando a un personaje oculto tras unos matorrales.

—Ahí está de nuevo, ese monstruo y su repugnante mascota. Criaturas básicas que moran estas tierras. —El rostro de Jericho se arrugó de asco.

—Como si en nuestra tierra no los hubiera —contestó ella.

Ambos fijaron la vista en el ente que los observaba, que ya no se molestó en ocultar su presencia.

La criatura de altura desmedida se plantó frente a ellos, con la vista fija en el ventanal. Una mano caía a un costado del esquelético cuerpo, la otra arrastraba un saco, cuyo contenido evidenciaba huesos humanos. Junto a él, un perro del infierno le mordía los talones sin piedad.

El engendro lanzó un silbido y dio la vuelta, enviándoles un mensaje implícito.

—¡Condenado monstruo! —maldijo Jericho—. No deja de vigilarnos. Al menos las guardas no le permiten entrar.

—Y a nosotros no nos dejan salir. ¿No es peligroso eso? ¿Y si alguien intenta atacarnos en nuestro hogar?

—¿Lo dices por esos mortales insignificantes que están en el salón? —arrugó el ceño con desdén—. Ellos no pueden lastimarnos de ninguna forma. Lo que me intriga es él —señaló al lugar donde estuvo la criatura—. El Silbón.

—Vamos, Jericho, ¿no me digas que le temes? —Verina enarcó la ceja. Un brillo misterioso palpitó en los ojos—. Esa cosa no puede hacernos nada, tú me lo dijiste.—Le acarició la cabellera azabache que enmarcaba unos glaciales rasgos masculinos.

—No te confundas —dijo él, apartándose del contacto femenino—. No le temo. Me repugna, nada más. ¿Estás lista? —Cambió de tema—. Espero que esta vez seas paciente.

—¿Cuánto tiempo habré de esperar antes de cenarme a nuestros vecinos? —esbozó una sonrisa maquiavélica—. ¿Ni siquiera un aperitivo?

—No eres la única que quiere adelantar el festín. Tengo una ganas inmensas de matar a esa estúpida vecina que no deja de traernos postres de calabaza, y hoy no fue la excepción. Condenadas calabazas, las odiaba en vida y las sigo odiando de muerto —siseó rabioso—. Pero debemos esperar hasta las doce de la noche, cuando la luna roja es más poderosa. Ven. —Tomó a Verina de la mano, llevándola al lugar del evento.

A mitad del camino ella adujo olvidar algo en su habitación, Jericho esperó en el pasillo a que volviera. Pocos minutos después retomaron el camino al primer piso.

El gran salón estaba decorado con motivos de Halloween. Calaveras se apostaban en varias esquinas, como guardianes custodiando la fiesta. Telarañas se extendían por las esquinas del techo, en forma de cascadas sangrantes debido a la iluminación granate que bañaba cada rincón de la estancia. En el centro, diferentes tipos de monstruos platicaban entre ellos, algunos preguntándose mutuamente qué tipo de disfraz llevaban. Otros, interesados en saber la localización de los anfitriones. Y atraídos por el pensamiento, los dueños de casa hicieron acto de presencia.

—¡Buenas noches, vecinos! Bienvenidos sean todos —saludó Jericho descendiendo por la escalera, acompañado de Verina.

Los hombres fijaron la vista descaradamente en la dama de rojo, hipnotizados por la salvaje cabellera grafito, cuyas ondas acariciaban la piel alba.

Peligro.

Nadie lo percibió en Verina.

—Nos alegra tenerlos en nuestra casa —prosiguió Jericho—. ¡Disfruten de lo que hemos preparado para ustedes!

La gente aplaudió por tan encantador trato. La multitud se esparció por el salón, maravillada de los aperitivos y bebidas dispuestas a lo largo de una mesa ovalada. Todo era exquisito.

Los invitados comieron y bebieron hasta hartarse. El alcohol inhibió sus sentidos, alebrestando su actuar. El pudor fue desplazado para ser dominados por el libertinaje.

Gritos enajenados se estrellaron en las paredes. Era impresionante lo que la bebida mezclada con ciertas sustancias podía hacer. Estaban completamente embrutecidos. El verdadero festín había llegado.

—Pienso que ya es hora de cenar, ¿no lo crees, Verina? —De la boca de Jericho surgieron unos colmillos amenazantes—. Adelante, disfruta de tu obsequio de cumpleaños.

Ella sonrió en respuesta.

Se acercó al gentío ondeando sus caderas, ellos la contemplaron embelesados. Les dedicó una sonrisa maligna, que por breves segundos pareció sacarlos de su letargo, mas fue tarde, estaban condenados.

Verina desgarró cuellos y desmembró cuerpos sin piedad, hundió sus dientes en lo profundo de la piel. Extinguiendo todo rastro de vida. Los cuerpos caídos en pose antinatural se asemejaban a fichas de dominó. Charcos carmesí se habían formado debajo de la mesa, recorriendo los canales de las baldosas.

Una vez se sintió saciada, dirigió la atención a Jericho, quien miraba la escena fascinado. Iba a decirle algo cuando el timbre de la puerta sonó.

—Voy yo —dijo ella.

Jericho asintió con la cabeza, sin prestarle mucha atención.

Verina agarró una cesta de dulces, intuyendo la naturaleza de la visita. En cuanto abrió, el clásico "dulce o truco" pasó desapercibido. En su lugar una petición diferente fue recitada:

—Diablillos somos, del infierno venimos, pedimos dulces para nuestro camino.

La vampiresa sonrió y les entregó muchos dulces.

—Este se lo das a quien ya sabes —guiñó un ojo al mayor del grupo. El aludido guardó en el bolsillo de la bata un dulce en forma de tridente que atravesaba el cuerpo de un infeliz, bañado en el más fino chocolate.

Los pequeños seres dieron la vuelta y desaparecieron por el sendero.

La mirada de Verina se oscureció de maldad, de reojo observó una figura escurrirse dentro de la casa. El festejo de noche de brujas aún no había concluido.

—¿Quién era? —inquirió Jericho, viéndola entrar por la puerta.

—Unos niños vinieron a pedir dulces y se los di. —La mujer esperó tranquilamente la reacción de él.

—Niños. No saben el peligro al que los exponen sus padres...

Jericho dejó de hablar, sí, ya se había dado cuenta.

—¿¡Esos niños atravesaron las guardas de la casa?! ¡imposible! Es una broma tuya, ¿verdad? —El rostro del vampiro se contrajo de furia y desmedida preocupación—. Eso solo podría suceder si...

—¿Acaso es miedo lo que estoy percibiendo en ti, Jericho? —interrumpió Verina. Se acercó en un peligroso andar—. Si las protecciones eran quitadas, ¿es lo que quisiste decir?

Jericho escudriñó a Verina con detenimiento. La postura amenazante de ella no le preocupó. A menos que... Una alarma saltó en él. Verina no se atrevería a retarlo si no estuviera segura de ganar la contienda.

—Mientes. Tú no conoces el cántico que hay que recitar. Solo yo lo sé. Además, en ningún momento desapareciste de mi vista. Así que es imposible que lo hayas hecho.

—¿Estás seguro? —esbozó una sonrisa torcida.

La expresión de Jericho cambió. Sí, ahora que lo recordaba hubo una ocasión en que ella desapareció de su vista: cuando retornó al dormitorio porque había dejado algo.

—¿Se te olvidó también que fui una bruja en vida? Mis poderes no desaparecieron cuando morí —prosiguió Verina, soltando una punzante carcajada—. Iluso. Ningún secreto de la oscuridad me es ajeno.

—¿Ahora te rebelas? ¿Siendo yo quien te salvó? —exclamó él—. Recuerdo tu cuerpo carbonizado, aferrándose a los últimos vestigios de vida. Un total horror —soltó, asqueado.

—Fue una mala decisión —concedió ella—. ¿Creíste que salvándome me tendrías para siempre bajo tu dominio?

—¡No puedes hacerme daño! —arremetió Jericho, viendo claro el panorama—. ¡Fui quien te creó!

—No pensaste en eso antes de entregarme a esa criatura inmunda. Querías que bajara la guardia con este festín humano que montaste para que él acabara conmigo. —La mirada de la vampiresa rezumó odio—. Pues sabes qué, a nuestro amigo el Silbón le interesó el trato que le propuse.

—No conseguirás que ese monstruo te obedezca —exclamó Jericho—. No sin el poder que yo tengo.

—No necesito tu poder. Si manipulas las cuerdas correctas, todo es posible. Una imagen por ejemplo. —Verina adquirió la forma de una mujer de piel aceitunada, cabellera castaña lisa y vestimenta campesina—. ¿Siquiera te tomaste la molestia de averiguar toda la historia respecto a él? Sabías que tuvo esposa antes de ser maldecido? Claro que no, solo te concentraste en querer controlarlo, pero no lo conseguiste al estar el Silbón en tu mismo nivel.

A continuación llamó al engendro, este apareció en el centro del salón. La sangre del piso impregnó la bolsa que traía consigo.

—No gastes energías —dijo, anticipando las intenciones de Jericho—. Volví a recolocar las guardas, no sin antes dejar entrar a un último invitado. No podrás salir.

—Si muero tú también perecerás —advirtió él, examinando el nuevo aspecto femenino, maldiciendo no haber pensado en ello—. ¿Creí que amabas la inmortalidad?

—La amo, y por lo mismo me niego a renunciar a ella. Lo de morir es un engaño que has usado para controlarme. No estoy ligada a ti.

—¡Podemos hacer de él nuestro sirviente! —gritó, acorralado por la situación.

—No estoy interesada en compartir. Lo quiero todo, lo impar no funciona para mí. —Se carcajeó Verina—. Adiós querido.

Verina le sonrió dulcemente al espeluznante inquilino que, dominado por la visión, ejecutó lo que su dama le pidió. Devoró a Jericho, cuyos poderes abandonaron el cuerpo para formar parte de la esencia maligna de la vampiresa.

Una vez llevada a cabo la orden, el Silbón fue a postrarse a los pies de la mujer. Ella le acarició la deforme cabeza y dijo con voz escalofriante:

—Prepárate, tenemos otros llanos que visitar.

Arriba en el cielo, la luna pareció llorar sangre.









◇◆ FIN

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro