Vendetta

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Agazapado tras un frondoso árbol de ciprés, Pacífico Santana observaba el monstruoso hipermarket inaugurado hace unos pocos meses atrás. El movimiento humano en los pasillos de alimentos, bebidas y demás, se reflejaba a través de los grandes ventanales.

Contempló a toda esa clientela con envidia. El dueño del establecimiento tenía el bolsillo gordo de tanto dinero que se embolsaba gracias a ellos, mientras que él estaba comiéndose la camisa.

Hubo un tiempo en que también ostentó similar grandeza y economía vigorosa, pero eso ya era historia. De su negocio solo quedaban tablas roñosas y unos cuantos productos prescritos reposando sobre éstas, como recordatorio de un éxito pasado.

Apretó los dientes. Furioso, derrotado... No, derrotado no. Rectificó.

Desde pequeño le enseñaron a no albergar sentimientos venenosos. Pero ¿de qué le había servido ser tan magnánimo y moralista?

Dejó que el odio y la venganza fluyeran sin obstáculos.

Se acabó el ser bueno, de respetar normas de conducta aceptadas por la sociedad.

Esas virtudes no eran más que su punto débil para otras personas. Los últimos acontecimientos le habían enseñado que era preferible ser un hijo de puta antes que dejarse ver la cara de pendejo.

Examinó a una de sus víctimas salir del almacén, con una perversidad aterradora. Todos los que se aprovecharon de su buena voluntad pagarían su osadía, empezando por esa fémina.

Iba a rescatar la escasa dignidad que le quedaba.

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