|Capítulo 9: Consecuencias (+18)|

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Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Durante los primeros vestigios de los albores que teñían de tonos rosados los cielos, Gael caminaba hacia la habitación en la que descansaban Pouri y Virav. Su semblante estaba desfigurado, con la frente arrugada y una angustia reflejada en esos ojos morados. Cuando se posicionó frente a la puerta, emitió un suspiro a la par que trataba de relajarse.

Tocó la puerta.

A los pocos minutos, y a medio vestir, Pouri la deslizó con una expresión serena.

—Buenos días, joven Pouri —saludó el mayor con una falsa sonrisa—. Hoy los voy a ayudar a entrenar con las armas antes de que vayan a ayudar al Klan. Por desgracia, Dante no podrá. Así que los espero en la entrada.

De repente, el semblante del albino se ensombreció.

—¿No podrá...? ¿Le ocurrió algo? —cuestionó—. Seguro es por lo que no dejaba de tocarse el pecho.

—Nada más tiene fiebre alta —respondió Gael en un tono bajo—. Estará bien una vez que descanse. Lo espero en la entrada.

Gael ejerció una reverencia y dándose vuelta, avanzó hacia la habitación principal. Por su parte, Pouri hizo una leve mueca y se encargó de levantar a Virav con una suave patada. Al cabo de algunos minutos, en compañía de Syoxi, se encontraban encaminándose en dirección a donde se localizaba el Mestizo.

Este se hallaba hincado frente a su protegido, quien se hallaba en un lecho y respiraba a un ritmo acelerado. Gael los observó unos instantes antes de regresar la atención a Dante para ponerle una pasta untada en una hoja en la frente. Después se puso de pie.

—¿Listos? Coman primero.

En completo silencio, los tres se sentaron a la mesa y tomaron un cuenco.

—¿Se quedará solo en ese estado? —cuestionó Syoxi, lo que Pouri agradeció.

—No, llamaré a un Curandero para que esté al pendiente. La fiebre no se quitará con nada, pero lo mantendrán estable —explicó en medio de una mueca a la par que se acordaba en un cojín—. Por lo pronto, más tarde, pueden ir preguntando en qué pueden ayudar en el Klan. Seguro les harán unas pruebas de combate, no es complicado.

—Oh... Bien —respondió la Daivat tras dar los últimos bocados a la comida.

En cambio, Pouri atisbó a Dante cada cierto intervalo de tiempo. Pese a que Gael tendía a cambiarle la pasta de la frente, la fiebre no parecía disminuir. Su rostro moreno estaba empapado de sudor y tenía los labios abiertos para poder respirar. Al paso de unos momentos, Gael colocó los cuencos limpios en la superficie de la mesa y se colgó una bolsa en el hombro. Miró a sus invitados y anunció:

—Andando.

Los tres habitantes del Na'Farko se incorporaron y fueron tras el mayor cuando este salió de la cabaña.

El exterior los recibió con la claridad del amanecer. El aroma floral flotaba en el viento y el susurro del aire acariciaba el cabello de los presentes. Los Nacidos de las Nubes andaban por el pueblo, ejerciendo sus hábitos con naturalidad. Lo primero que Gael hizo fue buscar a un Curandero, pidiéndole de favor que cuidara de su protegido mientras estaba ausente. Para esto, solamente bastó con decir que él no contaba con su Soul.

Acto seguido, condujo a Pouri y compañía hacia los Guerreros, quienes les pidieron que les enseñara su manejo de las armas para saber si eran para el combate contra los nidos o no.

En ese proceso, Syoxi demostró ser la más diestra en el uso de tres de estas: bastón, espada y dagas. Pouri le siguió en el manejo de la segunda con una habilidad sorprendente e intuitiva, perfeccionada por sus entrenamientos habituales con Dante. Por último, Virav conocía lo básico del arte con aquella arma larga y de filo certero, aunque la torpeza de sus movimientos quedaban en evidencia.

Con tales resultados, mandaron a Syoxi a los escuadrones que se encargaban de eliminar nidos, mientras que a Pouri con los Exploradores y a Virav con los Curanderos.

Una vez que Gael se aseguró del buen trato hacia sus invitados, regresó a la cabaña. Cargaba en una canasta hierbas que logró conseguir para regularizar el desequilibrio de energía en Dante, algo que lo ayudaría durante unos días antes de que volviera a caer por la alta fiebre.

Por lo menos, todavía no tosía sangre.

En lo que vigilaba a su protegido, ojeaba los libros y apartaba los que tenían relación con la mención de la flor. Era en verdad cuando le dijo a Pouri que desconocía si aquello podría existir; sin embargo, comenzaba a notar que se hacía mención —con otras palabras— de forma constante sobre eso.

Gael apartó aquel fragmento en la mesa para más tarde preguntarle a Pouri su opinión.

Durante largas horas, solo se concentró en leer sus anotaciones y cuidar de Dante.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Cuando el crepúsculo llegó a los cielos de Nebesky Les, el primero en regresar a la cabaña de Gael fue Virav Tsarki. Se encontraba un poco agotado, aunque no tuvo problemas en memorizar plantas y flores, así como procesos para la elaboración de medicinas y ungüentos.

El mayor de los Mestizos terminó por colocar la pasta en la frente del Guardián y se levantó.

—¿Tiene hambre? La cena está servida —dijo, señalando los cuencos sobre la mesa.

—Muchas gracias —pronunció el Aisur antes de situarse en un cojín y tomar uno—. Ha sido una labor interesante la que me han puesto a desempeñar...

El hombre deslizó una sonrisa y optó por acompañarlo frente suyo. Cogió el libro, buscaba una página en blanco en total calma.

—¿Sí? ¿No existe algo así con ustedes? —preguntó con la vista fija en el libro. Enseguida cogió una pluma que le adicionó tinta, listo para escribir.

—Sí existe, pero, por lo general, lo desempeñan personas que se especialicen en esa área o cuyo Ha tenga afinidad por la sanación —respondió después de tragar de forma apropiada.

—No hay diferencia —expuso el Aventurero, escribiendo lo que el joven le relataba—. Los Curanderos escogen ser uno. Siempre y cuando hayan pasado las pruebas.

—En Oge no lo colocarían a hacer eso a usted, en caso contrario —comentó en un tono bajo—. Incluso si tuviera cierto conocimiento, no lo permitirían. En cambio, aquí me han puesto a ayudarlos —resaltó su punto—. Por cierto, ¿Pouri y Syoxi no vendrán?

—¿Y por qué no me lo permitirían? —Prosiguió con la escritura, interesado. Sus ojos morados emitía un brillo en particular—. He estado cuidando a Dante, desconozco su paradero.

—Porque no tiene la formación adecuada —dijo con una leve sonrisa nerviosa—. Verá, yo me formé en el área de Artes de Liderazgo para desempeñar funciones gubernamentales. Los sanadores deben especializarse en Medicina Mágica, pues también se emplea el Ha para tratar heridas. No sólo hierbas.

—En Nebesky Les solo existía un Clan con la energía capaz de sanar lo imposible —comentó Gael con una mueca en los labios—. Por desgracia, Azael los exterminó a todos. Bueno, solo sobrevivió uno, pero ahora arde en fiebre.

El semblante de Virav se tornó ligeramente sorprendido por una fracción de segundo.

Ante el silencio, Gael aprovechó para acercarse a su protegido y comprobar la temperatura de su cuerpo. Al notar que no mejoraba, apretó los labios. Se incorporó y buscó a su Soul, quien apareció de inmediato.

—Akna, ¿puedes buscar a un Curandero? Te lo agradecería —musitó en un tono de preocupación.

Virav observó a Gael, curioso. Seguía escuchando ese nombre con frecuencia, pero no conseguía ver lo que él resto de ellos sí.

La tigresa aceptó al instante y se retiró de la cabaña.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Pouri atravesó la entrada principal con un semblante sereno. En cuanto lo vio, Gael le ofreció alimentos. Pero, en esa ocasión, no se despegó del Ángel, atento a sus facciones para actuar con rapidez si la situación empeoraba. Pouri se acercó a la mesa y no demoró en ingerir los alimentos, mientras una sombra de preocupación se reflejaba en sus ojos violáceos.

—¿No ha mejorado? —cuestionó.

—Y no lo hará por hoy —respondió Gael en un murmullo—. Al amanecer se despertará, eso espero.

Pouri efectuó una ligera mueca, mas no dijo nada.

Curioso, Virav analizó a su compañero. En ocasiones anteriores, este solo se mostró preocupado de manera genuina por sus hijos, nadie más parecía figurar en esa lista. O tal vez se trataba de su imaginación. Una vez que finalizó de comer, se fue a asear.

En eso, la puerta resonó y apareció el Curandero solicitado. Tanto él como Gael comenzaron a hablar sobre la condición del Guardián en tonos bajos, decidiendo qué tipo de medicina usar o remedios. Entretanto, Pouri atendía desde su lugar en silencio. Luego de que el Nacido de las Nubes se retiró, Gael extrajo las flores y mieles señaladas por él. Sentándose en un cojín, machacó los pétalos para formar una pasta.

—¿Necesita que lo ayude con algo? —preguntó Pouri tras finalizar de comer.

El hombre de piel morena emitió un respingo ante las inesperadas palabras. Contempló al contrario por unos segundos, hasta que apartó el cuenco y se llevó la diestra a la frente para darse masajes.

—Mientras la magia de Dante esté así de inestable, solo podemos tratar la fiebre.

Pouri asintió despacio. Se ocupó en limpiar el cuenco antes de aproximarse a los Mestizos.

Gael le retiró la pasta anterior para poner la nueva. Se colocó a un lado y se quedó en silencio. Pensaba quedarse despierto durante toda la noche.

—Si gusta, puedo ocuparme para que usted descanse —pronunció con la vista fija en el semblante pálido y sudoroso de Dante.

—No quiero molestarlo con eso —expresó Gael con prisa.

—No será molestia —susurró.

—¿Seguro? No deseo que se sienta presionado ni nada —articuló este con la duda reflejada en los ojos.

—Sí, no se angustie —respondió en un tono apacible.

—Está bien —accedió junto a una suave sonrisa—. Te lo agradezco.

Gael se retiró de la habitación principal y se encaminó a la suya. Una vez solo, Pouri posó una mano en el pecho de su pareja con delicadeza. La respiración del Guardián era lenta y todo el cuerpo se sentía caliente. En eso, el albino dejó suaves caricias en aquella zona.

Con el paso de las horas, solía cambiarle la pasta o limpiarle el sudor con una tela húmeda y suave. A pesar de los cuidados, la fiebre de Dante no disminuyó en ningún momento.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Al siguiente amanecer, con sumo esfuerzo, los ojos azules de Dante empezaron a abrirse. De a poco, recobró la consciencia. Trató de levantarse, pero el cuerpo le pesaba y el agotamiento lo invadía, como si hubiera luchado contra más de un nido.

En esas horas, Pouri apenas había podido descansar unos minutos. Por lo que, al sentir los movimientos ajenos, se incorporó y observó al moreno. En eso, le tocó la frente, y en respuesta, Dante la arrugó e intentó enfocar su vista borrosa en la silueta del albino.

—¿Qué haces? —inquirió el Guardián en un tono ronco y grave.

—Cuidando de ti —susurró y tomó un trozo de tela húmeda para limpiarle la piel con delicadeza—. El señor Gael ha descansado luego de haber estado atendiéndote durante todo el día.

—¿Todo el día? —cuestionó incrédulo—. No recuerdo nada.

—Con la fiebre tan alta que tenías, no es de sorprender —dijo y, al finalizar su labor, le dedicó una apacible expresión.

Dante arrugó más el entrecejo. Le resultaba difícil de comprender, el cambio de actitud del albino. Lo notaba más abierto y relajado frente a él, cosa que no sucedió al principio.

¿Qué había de diferente?

—Gracias —expresó Dante en un murmullo.

—Te prepararé desayuno —comentó a la par que se colocaba de pie.

—Yo puedo hacerlo —insistió el moreno. Sin embargo, al momento de querer ponerse de pie, perdió fuerzas y se desplomó en el lecho.

Pese a que Pouri hizo caso omiso al comentario, cuando dio un vistazo por encima de su hombro, se apresuró en llegar a un costado de su pareja.

—Ni siquiera puedes mantenerte en pie, deja que me encargue —insistió mientras lo ayudaba a que, por lo menos, pudiera sentarse.

Ante aquella debilidad, Dante tensó la quijada y masculló una maldición en un volumen tan bajo que había probabilidades que Pouri no le hubiera entendido.

—Solo por hoy. Puedo hacer las cosas por mi cuenta —recalcó Dante con hostilidad. Guardó silencio, en lo que observó el rostro del contrario, unos cuantos minutos y agregó—: ¿Quieres venir conmigo al bosque?

Pouri rodó los ojos con cierto disimulo ante la terquedad ajena. Aun así, se alejó de nuevo para preparar comida para todos, no solo para su pareja. Luego de escasos minutos, respondió:

—Claro... Te acompañaré, cuando estés mejor.

—Es insignificante lo que tengo —recalcó, todavía molesto consigo mismo. Volvió a tratar de levantarse y no le importó notar que su vista se tornaba negra, nada más caminó hasta la mesa y se sentó con la espalda recta.

—Si tú lo dices —susurró en un tono neutro, centrándose en su labor.

Una vez que el Guardián presintió que podía moverse con mayor ligereza, se ofreció a ayudarlo. No obstante, el albino no se lo permitió. Y en respuesta, Dante alzó una ceja. Sin mayor alternativa, agarró un libro con información de Afym para aprender los puntos débiles del enemigo y no sentirse inútil en ese momento.

Transcurridos diversos minutos, Pouri sirvió los cuencos y le entregó uno a Dante, colocándolo frente a él en la mesa. Dejó otro a un costado de este, donde tomó asiento. En silencio, el moreno comenzó a comer. Después de su quinto bocado, Gael apareció con unas manchas oscuras en los párpados inferiores; no obstante, cuando vio al Guardián con un mejor semblante, esbozó una extensa sonrisa.

—Gracias, Pouri, por cuidar de él. —Realizó una reverencia en su dirección.

—No hay problema —susurró, enfocando su vista en el Guardián con una apacible sonrisa.

Este evitó su mirada, queriendo ocultar el tinte carmesí en las mejillas y deseando alejar los latidos desenfrenados del corazón.

—¿A qué hora suelen despertar Syoxi y Virav? —inquirió el Aventurero, también comiendo.

—Si los deja por su cuenta, hasta mediodía —respondió Pouri, ahora contemplando a Gael.

—¿Los despierto? Me gustaría compartir algo con ustedes.

—Yo iré —anunció Pouri al finalizar de comer y levantarse.

No esperó una respuesta, se encaminó a la habitación en la que sus compañeros descansaban y, minutos después, salió con ambos que se frotaban los párpados. Gael esperó a que esos dos despabilaran, luego cogió el libro y les mostró el párrafo que llamó su atención, sobre la flor azul.

—¿Qué piensan?

Virav quedó confundido al no entender lo que este decía. Mientras tanto, Pouri y Syoxi lo leyeron con calma.

«En la antigüedad, cuando los hijos de Gaia empezaban a sobrevivir a la amenaza de los Afym, ella los observaba con dolor.

Los hombres, bestias y los espíritus que Ella había creado se llenaban de maldad, debido a la desesperación de no ser devorados por esos colmillos putrefactos.

Mientras la luna llena iluminaba Nebesky Les, Gaia se acercó a una flor azul solitaria que crecía en un valle encerrado en el mutismo. Su belleza y pureza destacaban en medio de la desolación.

Con el corazón afligido, se arrodilló y lloró. Sus lágrimas cristalinas sobre los pétalos y estos brillaron. De ese modo, la delicadeza del tallo fue bendecido con el poder de sanar lo impuro y de llevarlos al lugar al que en verdad pertenecían».

—Tal vez sea la respuesta —comentó Pouri, apuntando la frase «llevarlos al lugar al que en verdad pertenecían»—. Aun así, quedaría investigar cómo. Dudo que la flor, por sí sola, pueda conseguir eso. Es posible que requiera como una especie de ritual.

—Dado que la señorita Syoxi y usted saldrán junto con Dante, podrán preguntar a los Nacidos de las Nubes —sugirió Gael.

En respuesta, Pouri y Syoxi asintieron.

Gael no tenía más palabras que pronunciar, por lo que Dante aprovechó para dirigirse a la bañera. Necesitaba desprenderse del sudor cuanto antes. Al salir, vestido, regresó a la habitación principal, dispuesto a conducir al albino a la torre de vigilancia.

Todavía estaba un poco débil, pero lograba moverse con mayor libertad.

—Vamos —expresó Dante con su rostro sin ninguna emoción al albino.

Ante la inesperada obediencia de Pouri, la joven Daivat frunció el ceño, mas permaneció en silencio. Por su parte, Dante miró de reojo al Aventurero, quien lo contemplaba con una suave sonrisa debido a su recuperación. El moreno, en respuesta, inclinó la cabeza a levedad y abandonó la cabaña.

En el exterior, agarró a Pouri desde la muñeca y lo arrastró hacia el este del Klan, perdiéndose entre el follaje de los abetos. Durante todo el camino, no pronunció ningún vocablo, al contrario, lo veía innecesario.

Pouri lo seguía con una ceja enarcada; ¿no iba con demasiada urgencia para querer pasear en el bosque? Respiró hondo y mantuvo el silencio.

Por fortuna, cuando arribaron a la torre, ningún Nacido de las Nubes estaba por los alrededores. Dante aprovechó el mutismo del viento para trasladar al hombre de hebras nevadas hasta el segundo piso, donde había un lecho y baúles, donde buscó un frasco de aceite, cuyo contenido colocó a un costado de las mantas. Al ver que contaba con lo necesario, arrinconó al contrario contra la pared y estrechó sus labios deprisa.

Deseaba tanto probarlo que no se contuvo en demostrarlo.

Con el corazón latiendo a un ritmo desenfrenado, y un intenso carmesí tiñendo sus pómulos, Pouri le correspondió el beso. Sus manos estremecidas con ligereza se alzaron para sostenerlo de la nuca, enredando los dedos con los mechones oscuros que nacían y caían allí.

Ser correspondido, provocó que Dante acelerara el ritmo del contacto.

Llevó las manos que anhelaban su piel debajo de la camisa y recorrió cada músculo con vehemencia, disfrutando de esa parte que le arrancaba suspiros. Por ese día, no se contendría.

Rompió el beso, rozó la nariz y los labios en el cuello ajeno, saboreando la dulzura que este desprendía mientras buscaba bajarle el pantalón. Su aliento caliente chocaba en la blancura de esa zona que olía tan bien que necesitaba respirar con regularidad para impregnarse de ese aroma. Su acción generó que un ligero escalofrío recorriera cada centímetro de piel que tocaba de Pouri, haciendo que el calor lo embargara.

Aquella sensación era reconfortante, placentera.

Pouri presionó más los párpados y los labios se encontraban entreabiertos, permitía que los roncos jadeos escaparan de ellos. Una de sus manos se aferró más al cabello ajeno, a la vez que la otra se deslizaba por la espalda de este; delineó esos contornos por encima de la camisa.

Cuando sintió que no era suficiente, Dante se alejó y contempló con sus ojos dilatados al hombre que arropaba entre los brazos. Su pecho subía y bajaba ante la acelerada respiración y comenzaba a experimentar incomodidad en su erección.

Presuroso, trató de desprenderle toda vestimenta.

Con suma calma, Pouri lo ayudó, quitándose algunas de las partes del uniforme que llevaba. Entretanto, sus luceros violáceos recorrieron las facciones desinteresadas de su pareja. Una vez que las telas ya no cubrían su pálido cuerpo, una oleada de emoción lo recorrió cuando buscó ayudar a Dante a desvestirse de igual manera. Sus manos aún temblaban, delatándolo. Sin embargo, no admitiría, al menos por ese instante, que esa sería la primera vez que alguien lo tocaría de aquella manera.

A diferencia del albino, el Guardián se quitó lo que le cubría con rapidez. De inmediato, lo empujó hacia el lecho y se posicionó encima de él. Deslizó los labios, con algo de delicadeza, por el pecho contrario. Besaba y lamía cada zona que miraba, bajando hasta llegar a sus muslos, mordiendo y jadeando en el proceso.

En un gesto instintivo, Pouri se mordió los labios y le jaló el cabello con suavidad al moreno. Su corazón latía a un ritmo desenfrenado, ocasionando que su respiración se tornara errática. El cosquilleo que le ardía en la piel era tan intenso que sentía como si de un fuego abrasador se tratara. En ese momento, tan solo se dejó llevar por la cadencia que Dante marcaba, quien soltó un gemido por el jalón.

De prisa, Dante tomó el aceite, poniendo gran cantidad en su mano para, enseguida, separar más las piernas del albino. Con suavidad, aunque rápido, introdujo un dedo en esa cavidad para empezar a prepararlo.

Un gemido gutural escapó de la garganta de Pouri y su cuerpo se estremeció. Volvió a jalarle el cabello a Dante, mientras que la otra mano se aferraba a las mantas bajo su cuerpo. Su rostro estaba enrojecido y su pecho empezó a subir y a bajar al ritmo de la respiración. Cerró los ojos. Pese a que sentía cierta incomodidad, se permitió disfrutar de la sensación placentera que poco a poco fue invadiendo sus sentidos.

Dante no se detuvo bajo ninguna circunstancia, continuó moviendo y agregando más dedos hasta que el dolor de su erección lo incitó a proseguir. Apartó los dedos y, de inmediato, cogió las piernas de Pouri para que rodeara su cintura, quien así hizo. Antes de adentrarse a su interior, volvió a besarlo, aunque esa vez con mayor sutileza. Entre delicadas mordidas y respiración alterada, lo penetró.

Al sentir el calor rodearlo, y apretarlo, movió la cabeza hacia atrás y liberó un gemido.

En ese instante, Pouri gimió entre dientes mientras sus uñas se clavaban en la piel de la ancha espalda de Dante. Una nueva oleada de placer nubló sus sentidos, dificultándose ser capaz de admirar aquel rostro que, a su perspectiva, era el más hermoso que había visto a lo largo de su existencia.

Con cada embestida del moreno, iba sintiéndose mejor, adaptándose.

Cada movimiento, cada vez que experimentaba aquella calidez y éxtasis rodándolo, Dante liberaba fuertes jadeos que llegaban a Pouri. Respiraba el perfume de su cuello, empapándose del aroma que no quería admitir que le encantaba. Lo besaba, mordía y lamía al mismo compás que sus arremetidas. Verlo retorcerse de placer entre sus brazos, generaba que acelerara sus embestidas y tomara el miembro contrario en las manos para tocarlo.

Cuando supo que llegaría al orgasmo, apretó el agarre en las caderas ajenas y apresuró el ritmo de las penetraciones.

Al paso de unos minutos, su cuerpo se tensó y dejando escapar un ronco gemido, alcanzó la cúspide del placer. Casi al mismo tiempo, Pouri también llegó a ese estado inefable, con cientos de emociones y pensamientos que revoloteaban en su entendimiento. Se aferró a la espalda ajena y cerró los ojos, intentando regularizar su respiración.

Mientras tanto, Dante recargó la frente en su pecho, besando esa piel sudorosa.

Luego de algunos minutos, Pouri deslizó sus dedos y contorneó los músculos en la espalda del Mestizo. Trazó círculos y líneas sin prisa, a la vez que una sonrisa apacible se dibujó en el rostro. A pesar de sentirse más sereno, su corazón aún latía con frenesí. Sabía lo que eso significaba: de forma inequívoca, Dante era especial para él.

—¿Te duele? —Fue el Guardián quien rompió el silencio, todavía con la voz entrecortada.

Pouri le dedicó una mirada serena.

—Un poco, pero se pasará, ¿no?

—Te acostumbrarás —dijo, dando entender que quería repetir aquello con él.

Pouri deslizó una ligera sonrisa y condujo una mano al rostro ajeno, acariciándolo. Por un momento, Dante pensó en apartarse; no obstante, al final optó por no hacerlo. Elevó la cara para verlo con fijeza, detallando cada parte de él. En verdad le gustaba ese rostro y cuerpo.

Pouri no cesó el tacto en el rostro ajeno hasta luego de algunos minutos, aunque luego empezó a jugar con los mechones de cabello de Dante que caían en la frente. A su vez, detalló con minuciosidad los rasgos de ese rostro caoba. La nariz recta, los labios delgados que lo habían besado con un ímpetu que no había experimentado antes y, por supuesto, esos profundos ojos azules que parecían cautivarlo cada vez más al verlos de nueva cuenta.

Ante el toque y la mirada contraria, de pronto, el corazón de Dante latió a toda prisa. Sus mejillas se tiñeron de un tinte carmesí. Sin comprender su propia reacción, se apartó de Pouri y se vistió con algo de prisa. En cambio, Pouri tan solo se incorporó en el lecho y disfrutó de la vista y los movimientos ajenos.

Antes de que pasara más tiempo, también se colocó su indumentaria, aunque con la ligera diferencia de que estaba calmado al respecto.

—Hay que regresar —articuló Dante, sin atreverse a contemplarlo, para que Pouri no se percatara de su sonrojo.

¡Gracias por leer!

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