CAPÍTULO 7. DEL OTOÑO A LAS CENIZAS (I)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Caminaba por la calle. Mangas de camisa y la bicicleta. Cuando hacía buen tiempo dejaba la moto aparcada en el barrio y me aventuraba a surcar la ciudad en bicicleta hasta para ir a la universidad. Me llevaba tres cuartos de hora cada trayecto. Pero últimamente era la única manera en que me sentía capaz de dejar aparcada por un momento la rabia que sentía hacia todo.

Había tenido oportunidades de hablar. Para mi fortuna tenía una amiga maravillosa, Andy, que pese a estar siempre en mil fregaos nunca se olvidaba de mí. Y también tenía un proyecto de amigo, el rarito de Jason, que había demostrado ser de otra pasta a la que me imaginaba.

Me había colado varias noches por el cementerio, escondido en lugares que probablemente solo yo conocía, con la grabadora del móvil. Desesperado por conseguir alguna prueba de lo que estaba pasando con los cadáveres.

Pero no había rastro de nadie.

Andaba despistado. Las clases no me decían nada más allá de cosas inútiles. Y mi estilo pictórico se había transformado de la noche a la mañana. Después de ver la imagen de mi padre solo me sentía capaz de pintarla una y otra vez. De pintar todas aquellas imágenes terroríficas que me impedían dormir, y que había visto en los informes. Y lograr despertar ese sentimiento de inquietud que encontramos en los ojos de las personas que han muerto. Vacíos. Más parte ya de ese espacio intangible que nos separa, que del mundo al que pertenecieron.

En ese momento me volví a dar de bruces con la realidad.

Pero esa vez no mandé al suelo a nadie, el que terminó en el suelo fui yo. Paré la caída con el codo. Pero no me quejé. Me había dejado sin piel codos y rodillas un millón de veces. Y lo que vieron mis ojos nada más revisé a mi alrededor para visualizar con qué había chocado me borró el disgusto de un golpe, y de forma inexplicable.

Ahí estaba.

La sonrisa de la chica de la bufanda amarilla que con la primavera había cambiado la bufanda por una cazadora amarilla. Se había hecho trenzas de estas que quedan pegadas a la cabeza y son diminutas. Pero solo en la raíz del pelo. El resto era una mata rebelde de rizos indomables y voluminosos.

Arqueó las cejas y me tendió una mano. Ya no llevaba muleta.

―Parece que siempre nos las arreglamos para tropezar ―sonrió. Agarré su mano, pero puse todo el esfuerzo de mi parte para levantarme sin que tuviera que hacer fuerza. una vez estuve de pie nuestras manos se quedaron entrelazadas, por varios segundos, mientras nos mirábamos sin responder.

De repente me di cuenta de que no la soltaba, sonreí, y dejé escabullirse una risa nerviosa. Nos soltamos.

―Estás despistado últimamente, eh, Libermann ―añadió. Señaló a mi codo, que comenzaba a sangrar y puso una mueca―. Te invito a un café, por los daños colaterales.

Los dos nos reímos.

Últimamente no me apetecía pasar por casa. Mi madre trabajaba mucho y el abuelo se pasaba el día con los jubiletas en el bar del mercado, comentando el fútbol. Apenas estudiaba. Presentaba los trabajos a última hora y me daba igual todo. Ya no iba a perder la beca. No tendría que preocuparme más por eso. La media de mis compañeros estaba a años luz de la mía. Y podía permitirme algo de tranquilidad ese último cuatrimestre. Que por otra parte estaba siendo una auténtica locura.

―No tengo nada mejor que hacer ―respondí, correspondiendo a su sonrisa―. ¿Quieres que te lleve la mochila?

Me sacó la lengua mientras comenzábamos a andar.

―Nada de paternalismos, Gris ―respondió, en tono de advertencia―. Jason dice que en el barrio te llaman así.

―Ya veo que lo de Jason no es ser discreto.

Sonrió.

―Es un bocachancla, pero no engaña, ya le ves venir de primeras.

―Pese a todo me cae bien ―admití.

Caminamos en silencio, saliendo del campus, recorriendo George VI Street. Había muchas tabernas y bares por esa zona, cerca de las universidades.

―¿Tienes algún sitio predilecto?

Arqueó las cejas.

―Tenía en mente tomar un té. En Fardel's tienen una carta enorme de tés ―aclaró―. Es un sitio bonito, y ponen buena música, a un volumen que puedo oír. No sé si has estado.

Sonreí.

―No he estado. Depende de lo que califiques como buena música no sé si compartiremos opiniones al respecto. Y tengo entendido que la cafeína y la teína no son muy buenas aliadas en las enfermedades autoinmunes.

Frenó en seco y me observó de arriba abajo.

―Pues hoy lo vas a descubrir. No sé si podré transigir como te gusten Enrique Iglesias o Maluma, igual me da un mal. Y tercero, ¿Ahora eres médico? ―rompió a reír―. Creía que seguías pensando que artrosis y artritis eran lo mismo.

Suspiré.

―Me he informado ―admití, casi avergonzado. No sabía muy bien por qué lo había hecho. Pero después de lo que Andy dijo había pensado bastante―. Ya sabes, no quería seguir metiendo la pata.

Sonrió.

―Pues si no quieres seguir metiendo la pata, no me digas lo que tengo que hacer ―Me pidió con amabilidad―. Te recuerdo que ya hay un porrón de cosas que los médicos me prohíben. ¿Qué la cafeína y la teína no son lo idóneo en las enfermedades autoinmunes? Pues, colega, de algo hay que morir.

Esta vez me reí yo.

―Colega, eso ha sonado muy chungo ―Me burlé.

―Con lo chungos que sois por Flicmond me tendré que ir poniendo la pila ―correspondió. Aunque mi casa es prácticamente Enfield.

Me reí.

―Tampoco es que Enfield sea muy aburguesado.

Ahí nos reímos los dos.

Llegamos a la entrada de un antro. Era un bar de madera, con una terraza cubierta, y muchísimos carteles de grupos de rock. El aspecto dentro era curioso, tenía un rollo steampunk, con diferentes rejerías de hierro forjado, plantas colgando, y mesas pintadas a mano con motivos étnicos y tribales. Sonaba Kansas City 90210 de From Autumn to Ashes.

Ella sonrió y me guió hacia una mesita que estaba al final del todo. Parecía el vagón de un tren decimonónico con plantas naturales colgando del techo. Y una vela en medio.

―¿Te mola From Autumn to Ashes? ―preguntó, sentándose, y dejando la mochila a un lado.

Sonreí. Gratamente sorprendido.

―Uno de mis preferidos ―suspiré―. De niño fui con mi madre a una tienda de discos en el barrio de Greenhall. Allí suele haber anticuarios, tiendas de época, y bueno... es bastante pintoresco. Y ella solía ir con mi padre. Me dejó escoger dos discos por mi cumpleaños. Estuvimos cerca de tres horas dentro mirando y escuchando cds. De todos los que había le dije, quiero estos. Uno era Short Stories with Tragic Endings ―admití.

Arqueó las cejas, impresionada.

―Un buen gusto temprano, si señor ―valoró―. ¿Y el otro?

―Era un directo de Iron Maiden ―admití―. Death on the Road ―sonreí―. No lo había escuchado, pero me enamoré de la portada. Cuando llegué a casa solo quería copiar a Eddie vestido de jinete del apocalipsis sobre ese carruaje de caballos fantasma. Luego lo escuché. Y me volví un friki absoluto de Maiden.

Rompió a reír.

―Pero primero lo primero, ya apuntabas maneras. Eso está bien.

En ese momento vino el camarero. Nos preguntó qué queríamos tomar.

Yo no tenía ni idea de tés.

―Tomaré lo que pida la señorita ―Le dije, resuelto.

Ella me observó sorprendida. Y asintió.

―Ahora no me pidas nada que lleve pimienta ―Me burlé.

―Pon dos tés de violeta con jengibre ―sonrió. El camarero, que llevaba unas pintas alucinantes de pirata steampunk apreció su elección y se marchó.

―Este sitio es muy peculiar.

―¿Te mola el steampunk?

Me reí.

―Me mola el punk. No sé si vale.

Golpeó la mesa con entusiasmo.

― ¡Está bien! ―declamó―, ¡Admitido!

Se me fue la sonrisa como un idiota.

No sé por qué pero en ese momento sobraban palabras. Fue como si hubiera conocido a Lily de toda la vida. No sabía muy bien de qué hablar. Solo sabía que no quería irme.

―¿Y la muleta? ―pregunté, de súbito.

―Magia ―sonrió―. Llevo varias semanas muy buenas. Parece que el nuevo tratamiento empieza a hacer efecto ―cruzó los dedos.

El camarero vino con los tés.

― ¿Es otro de esos de quimio que te daban hace tiempo? ―pregunté.

Negó, satisfecha.

―Es un tratamiento biológico. Me lo ponen cada tres semanas en el hospital. Es una mañana un poco latosa porque tienes que estar ahí enchufada. Te ponen más cosas para que no te dé reacción, porque son medicaciones un poco peligrosas ―suspiró―. Pero me doy por satisfecha. Los efectos secundarios no me duran más que un par de días. Y en general llevo menos inflamación así que estoy contenta.

Mi impulso fue levantar el té para brindar como si fuera una cerveza. Pero quemaba la ostia y solté la taza, tirándome encima la mitad. Me quedé callado, con cara de tonto. Y ella rompió a reír.

―¡Cuidado que se hunde el Titánic! ―gritó. Se levantó a por servilletas a la mesa de al lado―. ¿Te has quemado? ―preguntó tendiéndome las servilletas mientras se sentaba de nuevo y alejaba sus cosas para que no les cayera té encima, ya que el líquido se iba expandiendo por la mesa.

―No, para nada ―uno tiene que mantener su reputación.

―Un tipo duro ―Se burló poniendo cara de malota.

Me reí.

―En realidad soy un poco idiota ―admití. Nunca pensé que diría algo así. Pero fue lo primeo que me salió de las tripas.

―No me lo pareces ―sonrió―. Tendríamos que ir a un concierto de From Autumn to Ashes ―cambió de tema de súbito, abriendo mucho los ojos, con entusiasmo― ¡Creo que habrá uno allá por verano!, Ayer vi un cartel.

Asentí, mientras un regusto a entusiasmo inundaba mis entrañas.

―Me gusta la idea. ¿Quiénes son los teloneros? ―pregunté.

―Funeral for a Friend ―suspiró―. No sé si los conoces.

Arqueé las cejas, gratamente sorprendido.

―Me gustan.

Ella sonrió.

―¿Sabes que tengo más de tres camisetas de Maiden en el armario?

Asentí, satisfecho.

― ¿Y Metallica?

Puso una mueca.

―Algunas canciones sí. Pero prefiero Maiden.

―Respuesta correcta de un buen fan de Maiden ―admiré―. Nunca lo habría imaginado.

―No me gustan las etiquetas, así que no llevo ningún rollo en particular. Procuro hacer lo que me da la gana sin que la sociedad me imponga nada. Aunque a veces sea difícil.

Sonreí.

―Es casi imposible escapar a la cultura de masas. Todos caemos con algo. Después de todo, somos hijos de nuestro tiempo ―reconocí, señalando mi móvil, que si bien no era un i-phone tampoco era como el de mi abuelo―. Pero no deja de ser bonito que existan personas con ese romanticismo idelógico anti-capitalista latiendo en su interior. Es como volver a luchar contra el fascismo. Con Churchill gritando que Inglaterra no se rendirá.

Los dos nos reímos.

―Me gusta que me hablen de estas cosas ―admiró―. Historia era una de mis asignaturas preferidas en el instituto. Hice todas las materias que pude al respecto hasta que me tuve que especializar en educación más a fondo.

―Hace tiempo le dije a un... ―cojonudo, estuve por decir amigo―. A una persona, que la Historia no era más que una gran prostituta.

Asintió.

―Cada generación y cada ideología cuenta su verdad en función de lo que le conviene ―suspiró―, ¿Esa persona no sería por casualidad aquel amigo con el que estás peleado?

Arqueé las cejas, desconcertado.

―Veo que Jason y tú no tenéis secretos.

Sonrió sin poder contener la risa.

―A efectos prácticos somos la misma persona.

―Perturbador ―bebí frunciendo el ceño. El té no estaba mal, tenía un sabor curioso. Me recordó al perfume que Lily usaba. Quizás por eso automáticamente me gustó.

Se hizo el silencio.

― ¿Es ese el motivo por el que estás así de ido? ―preguntó―. ¿Te ha afectado mucho discutir con él?

Suspiré. No sabía si quería seguir hablando de eso.

―No tienes por qué hablar de esto, si quieres cambio de tema ―dijo, casi leyéndome la mente. No sabía cómo se las arreglaba para entender con una simple ojeada lo que podía tener alguien en la cabeza. Tenía que ser algún tipo de magia. O sobredotación de inteligencia interpersonal.

Negué.

―Digamos que mi relación con esa persona no se puede arreglar ―suspiré―. Ha decidido tirar su vida por la borda, y todos los que estamos a su alrededor nos tendremos que posicionar de algún modo. A parte está el hecho de que conocía un secreto sobre la muerte de mi padre, y no fue capaz de compartirlo conmigo.

Su rostro se entristeció. Colocó su mano sobre la mía. Y aquel contacto evitó que mi mente se perdiera en el cieno de fotografías asfixiantes que se reproducían de forma constante cada vez que cerraba los ojos.

―Siento mucho que te enterases de esa forma de lo que le sucedió a tu padre ―suspiró―. Me gustaría decirte lo típico. "No puedo imaginar cómo te sientes"... pero lo cierto es que, por triste que sea, lo sé.

Asentí.

―Nunca imaginé que vuestro padre hubiera muerto de esa manera ―dije con frustración―. No puedo entender que exista gente así en el mundo. Capaz de...

― ¿Y el que le hizo lo mismo al tuyo? ―Se encogió de hombros―. Son fenómenos diferentes dentro de la violencia. Y el racismo es muy particular. Pero al final todo se resume en violencia.

―Estoy de acuerdo.

―Lo peligroso es que la violencia siempre engendra más violencia ―dijo mordiéndose el labio.

―Si hubieras podido hacer algo para encerrar a ese cabrón ―pregunté―. Si supieras que esa persona que apretó el gatillo sigue libre en alguna parte... ¿No apretarías tú el gatillo de vuelta?

Suspiró.

―No te niego que tendría que hacer un gran esfuerzo por contenerme ―admitió―. Y sé que quizás lo que te voy a decir no es lo que esperabas escuchar.

Guardó silencio, meditando por un momento.

La señalé con la cabeza.

―Habla, no te preocupes.

Asintió.

―Si aprietas el gatillo te conviertes en él. El odio hay que apagarlo. Hay que echarle agua hasta que deja de arder. Porque es como un incendio. Cuando se prende y no le prestas atención, acaba arrasando con todo. Lo bueno y lo malo.

La observé con atención.

―Al final pegarle un tiro no hará que vuelva tu padre.

―Lo sé. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que esa persona, sea quien sea ―dije para despistar―, sigue por ahí.

―Si no puedes verlo desde otro punto de vista vamos a hacer otra cosa ―suspiró―. Cierra los ojos, Roy.

La observé confuso.

―Haz lo que te digo ―Me insistió.

Yo obedecí.

―Quiero que imagines el rostro de tu padre. Que visualices el recuerdo más feliz y más pleno que tengas de su ser ―explicó, con voz calmada―. Concéntrate en ese sentimiento. No importa si no recuerdas bien su rostro, o su voz. Eso es secundario, ¿Lo tienes?

Visualicé la voz de mi padre cantando en el concierto de Bowie, llevándome a caballito, y diciéndome que lo diferente no era necesariamente malo. Sus gafas. Y su sonrisa. Gritando que podíamos ser héroes solo por un día.

Asentí, después de todo, conteniendo mi corazón.

― ¿Crees que si él hubiera sabido lo que le iba a pasar hubiera querido que tú crecieras odiando? ―preguntó―, ¿Crees que habría querido que te convirtieras en la persona que aprieta el gatillo?, ¿En la persona que juzga, aunque le hayan juzgado primero?, O por el contrario querría que fueras un hombre sabio. Capaz de distanciarse, por mucho que duela, y sentir lástima de su verdugo.

Abrí los ojos, inquieto.

― ¿Sentir lástima? ―pregunté―, ¿Tú sientes lástima de la persona que mató a tu padre?

Suspiró.

―Puede sonar raro, pero me da pena. No deja de ser un ser que por la educación que recibió y las experiencias que vivió terminó siendo disfuncional, y dejándose poseer por un odio que se le inculcó, porque los niños no nacen con odio. No deja de ser alguien que arruinó su vida y la de los que le rodeaban, pudiendo haber encontrado una manera de salir adelante.

Me sorprendió la respuesta.

―No quiero que me malinterpretes, no te estoy diciendo que de un día para otro vayas a dejar de odiar a esa persona a la que ni siquiera conoces ―reformuló―. Solo digo que, si tu padre hubiera tenido la oportunidad de conocerte, creo que estaría orgulloso de ti. Creo que estaría diciendo; "No desperdicies tu tiempo odiando. En lugar de eso demuéstrale a la sociedad que hay personas que están más allá de los prejuicios y que son capaces de salir adelante. Aunque el mundo les de golpes una y otra vez. Encuentra el lugar donde más prejuicios puedas aniquilar en el mundo. Y dirígete a él". Creo que querría que luchases para evitar que haya más personas como ese desgraciado que le mató. Demuestra que se puede luchar sin violencia. Y honra lo que te enseñó tu padre ―sonrió con tristeza―. No es algo que me esté sacando de la manga. Tú mismo me lo dijiste el día que nos conocimos, ¿Recuerdas? Me dijiste que querías evitar que otros terminasen como tu amigo. En este caso se trata de evitar que otros terminen haciendo cosas de las que se arrepientan, y arruinando la vida de otras personas y la suya propia.

Asentí. Sin ser consciente me había dado cuenta de que solo por sus palabras, por como hablaba, por la sinceridad de su voz... habría seguido a Lily hasta el final del mundo.

―Demuéstrale a tu padre que serás capaz de luchar a este lado de la línea. Porque lo que te separa de cruzarla son tus principios. Y creo que los tienes, Liebermann. Defiéndelos con tu vida, haciendo siempre lo correcto. Porque al final las personas capaces de hacer lo correcto marcan la diferencia.

Sonreí. Sin poder evitarlo.

―Lo siento, sé que a veces soy un poco pesada, pero...

―Es lo más coherente que me han dicho en mucho tiempo ―La interrumpí respondiendo a su sinceridad con toda la honestidad que me quedaba―. Gracias, Lilybeth.

Arqueó las cejas, sorprendida.

―Jason habla en dos direcciones. No te irás a pensar que eres la única con información privilegiada ―sonreí.

***

― ¿Ahora te pides una cerveza? ―Se burló dando un trago a su coca-cola―. Pensé que eras más de whisky.

―No quiero emborracharme, sería una pena perderme todas las aristas de esta conversación ―respondí, como movido por algo invisible que brotaba dentro de mí.

Al final un café se había convertido en un bocata en el bar de al lado, y un par de copas en el pub de la esquina. Todo sin movernos de la misma calle.

Solía frecuentar aquel sitio, pero ese viernes no había logrado liar a Andy. Y una cosa llevó a la otra. Nos encontramos en la esquina más oscura de la taberna Beray's. Estábamos de pie. Oyendo buena música. Apartados del resto de la gente, que iba, venía, bailaba, cantaba, y se emborrachaba para pasar el rato y olvidar lo que es importante de verdad.

Lily apoyó su espalda sobre la pared de madera, al lado colgaba una guitarra firmada. Era blanca. No me fijé de quién. Esos ojos marrones eran más atractivos que cualquier viejo retazo de la gloria del metal.

Yo me planté frente a ella, con la cerveza en la mano, y me detuve a mirarla como un idiota. Sus labios carnosos. Sus cabellera esponjosa y con ese olor a violeta. Los ojos más profundos en los que me hubiera perdido. Su piel, delicada, fina, sin una pizca de maquillaje. Esas aletas de la nariz que se movían con su risa. Y de repente esa sonrisa que por algún motivo que no estaba dispuesto a ignorar más me dejaba clavado en el sitio diciendo estupideces. En ese miserable Lily se convirtió en una de las indígenas de Gauguin. Con su contorno cloissonné. Sus colores estridentes en una peculiar armonía de contraste capaz de hipnotizar. Con el poderío del primitivismo en el que te sumergías al mirarla. Como si a través de sus ojos pudiera entrever un universo paralelo en el que todo lo que conocía quedaba relegado a las fuerzas de la naturaleza desatadas. A las culturas indescifrables que ansiaba conocer. A una filosofía que trascendía lo occidental para entregarme un horizonte de penJasoniento que resultaba aterrador y al mismo tiempo tan atractivo que me sabía incapaz de renunciar a él.

Tragué saliva.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro