Capítulo II

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Desde la vez en que su hermano Arlan lo invitó a la despedida de solteros de un amigo gay, Karel se volvió un asiduo visitante del Dragón de fuego. Iba de miércoles a sábados, que eran los días en los cuales el joven que lo había hechizado bailaba.

Llevaba casi un mes asistiendo. Llegaba media hora antes de la función, se sentaba en la barra y pedía un gin-tonic. No hablaba con nadie, mucho menos bailaba, eran solo él y su bebida hasta que el joven de cabello negro y piel blanca como porcelana aparecía. Entonces, en ese mezquino espacio que representaba su realidad momentánea, solo había cabida para el bailarín y sus movimientos hechizantes; para el cabello negro que flotaba cada vez que la fuerza de algún movimiento lo agitaba; para las piernas y los brazos; para las caderas y la cintura que hacían parecer un baile, que seguro era difícil, sencillo, hermoso y delicado. Y, por supuesto, había cabida para el rostro encantador. Para los ojos negros, profundos de expresión desafiante y al mismo tiempo indiferente, para la boca rosada, de labios llenos y perfilados, para los pómulos altos, cuya divina simetría era interrumpida por un pequeño lunar en el derecho.

Todo ese mes había querido hablarle. Llegaba al Dragón de fuego, se sentaba frente a su bebida e imaginaba qué le diría cuando lo tuviera enfrente. Así, recreó decenas de conversaciones en su mente, pero cuando el baile terminaba y Lysandro se perdía detrás de la puerta que daba a los camerinos, la valentía lo abandonaba. Permanecía sentado en esa barra, absorto, rememorando la presentación hasta que terminaba el gin-tonic.

Esa noche había ocurrido exactamente lo de siempre: el joven terminó de bailar y desapareció cuál si fuera un sueño, un espejismo, una visión irreal.

—¿Te gusta?

—¿Qué? —Karel respingó al darse cuenta de que el cantinero se dirigía a él casi a los gritos, para hacerse oír por encima de la música.

—Lysandro. —El cantinero señaló con la cabeza la pequeña tarima donde el joven había bailado

—¿Lysandro?

—Sí, el bailarín de bellydancer —continuó el cantinero, colocándole enfrente otra bebida—. Te gusta ¿no? Es que te he visto. Vienes antes de que empiece el baile, después te quedas embobado viéndolo y cuando se termina te vas. Así que creo que te gusta.

—¿Se llama Lysandro?

—Sí, pero es bastante arisco. No recibe a nadie y apenas termina su presentación, se larga. Solamente lo he visto un par de veces aquí en la barra y es porque esperaba a que lo vinieran a buscar.

Karel apuró un gran trago y volvió los ojos verdes hacia el cantinero.

—Y .... ¿Quién lo viene a buscar? ¿Tiene pareja?

—No sé si es su pareja. Siempre lo viene a buscar un chico. —El cantinero se acercó más a la barra y se inclinó en su dirección con cara de confidencias—. Yo podría ayudarte, si es que quieres conocerlo. Claro, tendrías tú también que ayudarme. Ya sabes, este trabajo es duro y a veces no hay muchas propinas.

—¿Cómo me ayudarías?

—Bueno, es difícil. Como te dije hace rato, él es arisco, no recibe a nadie.

—Okay —dijo Karel y sacó un billete de gran denominación que colocó sobre la barra.

—Bien, bien. —El cantinero sonrió y tomó el billete—. Espera aquí, vuelvo enseguida.

Mientras el cantinero se perdía en el mar de personas rumbo a la parte trasera del pequeño escenario, Karel volvió a beber. El corazón le palpitaba con fuerza, el momento de hacer realidad las decenas de pláticas imaginarias había llegado.

El cantinero volvió, la mirada que le dirigió le indicó que esa noche no sería.

—Ya se fue. Parece que se siente mal o algo así. Lo siento hermano. ¡Pero ven mañana! Hablaré con él antes de la función y lo convenceré de recibirte.

—No, mejor no. —En el fondo, Karel se sintió aliviado. Reflexionando, no era muy correcto pagarle a alguien para conocer al bailarín—. Quédate con el billete.

Karel bebió el último sorbo del vaso, se levantó y salió del lugar. Afuera hacía frío, se subió la cremallera de la chaqueta de cuero negra y caminó hasta el sitio donde había dejado estacionada su motocicleta, se colocó el casco y arrancó.

Por un momento creyó que realmente tendría la oportunidad de conocerlo, sin embargo, lo mejor siempre era lo que pasaba. Si ese encuentro no se había dado, por algo tenía que ser.

La vía estaba desolada a pesar de que no era tan tarde. Cuando llegó a esa calle inclinada, algo raro le llamó la atención. Una joven con coleta de caballo se apoyaba de la pared como si tuviera problemas para caminar, parecía estar a punto de desmayarse. En ese instante un auto apareció desde el final de la calle y se estacionó frente a la joven. Karel bajó la velocidad de la motocicleta y permaneció en la distancia, observando lo que sucedía.

La muchacha, en lugar de dejarse ayudar por el tipo que había bajado del auto, se alejaba de él, sin embargo, su estado de descoordinación era tal que no se le permitía. Finalmente, ella se resbaló y cayó al suelo. El tipo se acercó y la tomó por debajo de las axilas y comenzó a arrastrarla al vehículo. A Karel la situación le pareció demasiado extraña, así que decidió aproximarse.

Aceleró la motocicleta y se detuvo justo antes de que el tipo introdujera a la joven en el auto.

—Hey, amigo, ¿sucede algo? —preguntó Karel conduciendo hacia el auto.

La muchacha yacía boca arriba, mientras el hombre se afanaba en subirla al coche. Al acercarse más, Karel vio el rostro de la joven y se dio cuenta de que no era como él creía, era el bailarín, Lysandro. Sus ojos estaban idos, tenía la mirada perdida y balbuceaba cosas ininteligibles. ¿Sería drogadicto y ese era el novio que lo buscaba? No obstante, algo en la situación le daba mala espina.

—¡¿Qué estás haciendo?! —bramó.

En cuanto el hombre lo vio se puso en alerta. Soltó al joven en la acera, entró al auto, lo arrancó y aceleró a toda prisa. Definitivamente, algo no estaba bien en esa situación. Karel se acercó al bailarín que se movía en el suelo como si tratara de levantarse y no lo consiguiera.

—A, a, ayu, ayuda —logró decir con la mirada desenfocada.

—¡Mierda!

Karel sacó el teléfono móvil y marcó el número de emergencias. Después de pedir ayuda y dar la dirección donde se encontraban, se inclinó sobre el joven. Le examinó con la linterna del teléfono las pupilas y vio que estaban dilatadas, le tomó el pulso y lo encontró taquicárdico.

—Lysandro, ¿me escuchas? —preguntó Karel mientras le subía las mangas del abrigo y buscaba estigmas de pinchazos ¿Tomaste algo? ¿Estás drogado?

—Flu, flor. La, la flor.

Karel frunció el ceño. Más adelante, sobre la acera había una flor roja.

—Muy bien, Lysandro, escucha. Ya viene la ayuda, ¿sí? Quédate tranquilo.

El joven continuaba moviéndose, tratando de levantarse. Unos minutos después llegó la ambulancia.

***SIGUE LEYENDO


¡Ay, qué vergüenza estar por aquí otra vez con Lys y Karel! Ya debería dejar a esta gente en paz, quizá algún día, pero ese día todavía no llega, así que soporten jajajaja.

Espero que les esté gustando la historia y los haya logrado enganchar y quieran saber que va a pasar con estas dos personitas. Cada tarde publicaré un capítulo, en total son siete, así que quedan 5 más. (No sé por qué esto quedó tan largo)

Bueno, nos leemos en comentarios, besitos. 

Ay, casi lo olvido, especial agradecimiento a mi novia jakirasaga que me ayudó con la portada, ¿Qué haría sin ti, bebé?.


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