Quinta parte

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

**Día 12**

Despertó sobresaltada por un trueno retumbando por todas partes.

Por la ventana vio que afuera diluviaba y los relámpagos iluminaban la oscura y triste mañana.

Se estiró, bostezando, y de pronto lo recordó.

De un salto se puso de pie, mirando a todos lados buscando la ropa, a punto de llorar.

–¿Shelagh?

–¡No me toques!

Siguió buscando el vestido de Trixie hasta que lo encontró sobre una silla. Lo tomó, no estaba sucio ni arrugado, por suerte. Igual comenzó a llorar mientras se lo ponía.

–Shelagh.

Estaba parado detrás de ella. Sintió que ponía una de sus manos en uno de sus hombros. No quería mirarlo, pero tampoco estaba enojada con él.

–Ven, ponte esto, estás helada. –la envolvió en un cárdigan enorme de color azul. Se quedó mirándola y ella tragó saliva.

–Esto no debió suceder. No...así, ni aquí, ni nada.

Él asintió sin decirle nada, pero igual la llevó hasta la cama, donde la sentó y le tapó las piernas con las mantas. Se sentó a su lado, mirándola.

Ella se secó las lágrimas, sintiéndose estúpida por todo. Nunca debió ceder y aceptar su amistad, y tratar por un momento de ser otra persona. Ahora todo estaba arruinado, y ni siquiera podía mirarlo por la vergüenza que sentía.

Y sin embargo, pese a todo eso, no estaba arrepentida.

–Esto no debió suceder. –repitió.

–Pero sucedió.

–Sí.

Lo oyó tomar aire y soltar lentamente.

–Lo siento. Bueno, no. No estoy arrepentido.

Lo miró sintiéndose furiosa con su tranquilidad.

–Tú nunca te arrepientes de nada pero siempre haces lo que quieres y la que paga las consecuencias soy yo.

–Está bien, lo siento.

–¡Acabas decir que no!

–¡Sólo soy sincero, algo que tú no eres!

Se quedó callada, queriendo llorar otra vez. Tenía razón.

–Está bien, te seré sincera. Yo tampoco me arrepiento. Pero esto no tuvo sentido, ¿sabes? Porque tú...tú todavía quieres a tu esposa, y yo...bueno, es obvio que ya no seré monja. No puedo ponerme ese hábito nuevamente, por vergüenza y porque no siento que deba usarlo, hace mucho tiempo que siento eso.

–Ok. En dos días me iré, y no me veras más. Buscaré trabajo en otra parte, no quiero que te sientas molesta porque debes trabajar conmigo o verme. Me mudaré lo más lejos que pueda.

–¡No!

Se encontró tomándolo de una mano, luego quiso soltarlo pero él la tomó de la muñeca.

–Shelagh te amo. Está bien, sí, a veces extraño a mi esposa. Falleció, no me abandonó ni nos divorciamos. La quería mucho, pero ya no está, hace mucho tiempo que se fue. Y siempre pensé que no querría a nadie más pero apareciste tú. Te juro que lo intenté, que no quise ni que notaras lo que me pasa contigo, pero comencé a ver que tú también...En fin. Esto no debió pasar, tienes razón.

Tragó saliva, intentando procesar lo que escuchó.

–¿De verdad me quieres?

–No dije que te quiero. Dije que te amo. Y sí, es verdad, y desde hace mucho tiempo.

–Entonces no te vayas, por favor.

–No me iré si me dices que también sientes lo mismo. Por favor, no me mientas.

–Patrick, es que todo es muy complicado...

–Lo sé, y sé que todo pasó muy rápido. Sé que necesitas tiempo, pero ten la seguridad de que cuando tomes una decisión, yo estaré esperándote. Te esperaré siempre si eso es lo que quieres. Aunque me gustaría llamar a un sacerdote para casarnos ahora mismo.

Muy a su pesar, soltó una risita.

–Ya sé que soy intenso...–él también rió un poco.

–Sí, lo eres. Pero no es necesario que nos casemos ahora. Sí necesito tiempo, hay tanto que arreglar, no tengo nada, y...¡por Dios, todo lo que la gente dirá!

–La gente está ocupada con el virus, nosotros seremos una nota de color dentro de lo importante.

Se quedaron en silencio, un rayo cayó cerca, sobresaltándolos.

–Shelagh...no me contestaste.

Lo miró, y le sonrió.

–Yo también te amo. Y también desde hace mucho tiempo.

Se acercó y lo besó apenas, cuando quiso alejarse, él la abrazó.

–Entonces, ¿qué dices? ¿Saldrás de esta cuarentena conmigo? –susurró en su oído.

Ella se separó, sonriendo.

–Sí, lo haré.

***

No se sorprendió con su reacción. Cuando la vio quedarse dormida en sus brazos, sonriendo y tranquila, sabía que cuando despertara, las cosas no serían tan idílicas.

Había mucho en el medio que los separaban y si ella no se atrevía a pasar por encima de eso, todo quedaría resumido en una noche que pasaron juntos por pura soledad y nada más.

Cuando ella le aseguró que lo amaba, y que sí dejaría todo, casi no pudo creerle. Le pareció que estaba en uno de sus tantos sueños locos que tenía seguido con ella como protagonista.

La besó una, dos, mil veces más, hasta que ella se separó riéndose a carcajadas por el ruido de sus estómagos hambrientos.

–Tú te quedas ahí. –le ordenó, acomodándola en su estrecha cama y tapándola–Yo iré a preparar nuestro desayuno, así puedes dormir un poco más.

Ella sonrió y se acomodó en la cama tibia, tapándose hasta la cabeza.

Caminó por el pasillo débilmente iluminado, pensando si ella realmente dejaría este lugar. Tenía toda una vida entre esos muros. Una casa, una familia, una profesión. Nunca rezaba, pero al pasar por la capilla, pidió que la dejaran continuar trabajar aquí. Era una enfermera excelente, y quería mucho a sus pacientes. Estaría muy triste si la alejaban de ellos y Poplar perdería a una profesional sin igual.

Después, bajando la cabeza, le pidió perdón a Dios, aunque sabía que Dios estaría preparando para él a alguno de esos rayos que estaban cayendo.

Sin embargo, no pudo evitar salir sonriendo de la capilla, y seguir así mientras preparaba café y tostadas. En su cabeza se repetía una y otra vez todo lo que pasó la noche anterior: él simplemente la besó porque ya no podía ocultarle ni un segundo más lo que le pasaba, y ella le dijo su nombre. Terminaron en su habitación, sacándose la ropa lentamente y besándose y acariciándose. Le preguntó cien veces si estaba segura y ella le dijo que sí con su boca y con su cuerpo. Sabía que jamás en la vida iba a olvidarse de su piel, de su aroma, de sus suspiros y gemidos. No lo había planeado pero se aseguró de que fuera perfecto para ella, aún sabiendo que ella se arrepentiría.

Ahora sabía que no, así que pasaría el resto de su vida asegurándose de que siempre fuera perfecto para ella. La amaría y la adoraría siempre.

Cuando terminó de preparar todo y fue a la habitación, ella dormía y hasta roncaba un poco. Ahogó una risa para no despertarla y puso la bandeja sobre la mesa de luz. Su cabello estaba enmarañado, cayendo por toda la almohada. Lo apartó de su cara y le dio un pequeño beso en la nariz.

Temió que ella despertara otra vez odiándolo, pero sonrió y bostezó, desperezándose para sentarse.

–Oh, ¡esto huele muy rico! –su estómago gruñó otra vez y rió, haciéndole  lugar en la cama. Comenzó a toser.

–Toma, pastillas de menta –le alcanzó una y ella se la llevó a la boca, de inmediato la tos cesó. Ella revolvió el café, pensativa, mientras Patrick se sentaba a su lado y tomaba su café.

–¿Crees que podamos volver a enfermar? –lo miró con ojos tristes.

–Dicen que quedamos inmunizados, pero no lo sé...

–Odiaría enfermar otra vez, o que te enfermes tú. –tomó su mano y la besó–Patrick, sé que en tu cabeza tú tienes todo arreglado, ¿pero qué le dirás a Timothy?

–Tim te quiere mucho. Has pasado mas tiempo con él que yo.

–Bueno, pero eso ha sido porque tú no puedes cuidarlo y él viene aquí. Y no está sólo conmigo, está con todas las chicas. Será distinto para él, no quiero que me odie.

–No te preocupes, no lo hará. Come esta tostada, vamos, necesitas comer –le alcanzó una tostada, pero ella no la mordió.

–Patrick, hablo en serio. Mira, mi madre murió cuando yo tenía nueve años. Si mi padre hubiera llegado de un día para otro con una mujer, yo me hubiera escapado, o lo hubiera matado, o no sé...Así que entiendo cómo puede reaccionar tu hijo, y me preocupa. Tengo mis inconvenientes, pero tú también.

–Lo sé, Shelagh, lo pensé muchas veces, aunque en mi cabeza siempre todo era maravilloso. Hablaré con él, las cosas no serán de golpe. No te sientas mal por eso, ahora tú debes darle de comer a ese estómago quejoso, y luego pasaremos el día aquí.

–¿Aquí?

Cuando la miró, pensó que se encontraría con una mirada escandalizada. Soltó una carcajada cuando lo que vio, fue una mirada llena de picardía y lujuria.

–Aquí, sí, en esta cama, todo el día.

**Día 13**

Ambos bostezaron mientras miraban la televisión. Un día antes de que terminara la cuarentena, se dignaron a traerles una.

Shelagh sonrió al imaginar que este aparato sería usado por la hermana Monica Joan, que estaría encantada por su tamaño, colores, y alta tecnología. Si antes no podían despegarla del viejo televisor del convento, ahora directamente deberían resignarse a que olvidara todo lo demás para concentrarse en ver television las 24 horas.

–Trajeron esto sólo para que veamos que hay cada vez más contagios. Sólo hay noticias o documentales de la BBC sobre delfines. –Patrick seguía pasando los canales, cada vez mas indignado.

–Déjalo, me gustan los delfines.

–¿Si? A mí me gustas tú.

–Pero yo no soy un animal.

–Podría decir dónde eres un animal, pero a veces recuerdo que estoy en un convento así que no lo diré.

–¡Patrick!

Él le dio un beso, pero ella se separó.

–Tengo cosas que hacer. –dijo poniéndose de pie.

–Ah, yo también tengo cosas que hacer, como sacarte de esos jeans que te quedan espectaculares.

–Turner, basta. Además los jeans son de Cynthia, deberé pedírselos prestados o comprárselos porque no tengo nada para ponerme.

–No es necesario que te pongas nada...

–Ay, hablas como un acosador. Me voy.

Patrick la siguió por el pasillo y ella rió.

–Shelagh puedes comprarle los pantalones, o a Trixie el vestido ese que te gusta tanto. Cuando salgamos puedes comprar lo que más quieras o te guste. No soy el príncipe Harry, sabes que sólo tengo un sueldo de médico pero puedo comprarte lo que necesites.

Se detuvo, suspirando. Sólo faltaba un día, y estaba tratando de juntar coraje, aunque a veces saber que saldría a un mundo muy convulsionado sin siquiera ropa propia para ponerse la asustaba muchísimo.

–Patrick, no es necesario. Eres muy amable, pero cuando entré a la Orden traje algún dinero conmigo, que supuestamente si te vas, te lo devuelven. Compraré algo con eso, no debes darme nada.

–Está bien, como quieras, pero me gustaría ayudarte. O regalarte cosas, si no quieres ayuda. Por favor.

Sonrió, no podía negarle nada a esa súplica.

–Muy bien, aceptaré. Ahora, ¿me ayudas? Tengo que entrar a la oficina de la hermana Julienne y...ahora es un poco difícil.

Él tomó su mano y entraron.

***

–¿Tú te encargas de todas las cuentas? –dijo mirándola escribir en unos gruesos libros con caligrafía impecable.

–Sí. Aunque no lo creas, en un convento hay muchas cuentas que pagar.

–Y eso que no tienen wifi.

Dio vueltas por la gran oficina, mirando los cuadros de santos, los libros de religión, los muebles que parecían de la Edad Media. Abrió un archivo, estaba lleno de carpetas con nombres de distintas monjas.

–Aquí está la mía. –dijo sacando una con el nombre "Hermana Bernadette" escrito en la portada.

–Patrick ese es mi legajo, déjalo ahí. ¡Ay no, qué vergüenza!

–¿Vergüenza? Ahora quiero verlo.

Se sentó y cuando abrió la carpeta, varias fotos cayeron.

–¿Esta eres tú cuando te recibiste de monja?

–No se dice recibir...¡ay, por favor, no!

Ella se levantó del escritorio mientras él se reía de su enojo y sostenía una fotografía de una niña pecosa a la que le faltaban un par de dientes.

–¡Dios, mira qué criatura tierna eras! Bueno ahora sigues siendo tierna pero al menos tienes todos los dientes.

–Ahora quiero ver fotos tuyas, si es que se había inventado la fotografía en tus tiempos. –ella le sacó la lengua y una foto, poniéndose en cuclillas a su lado–Oh, aquí estoy en mi primer día de escuela. La traje conmigo cuando ingresé al convento porque allí están mis padres. Y porque ese  día lo recuerdo muy bien, ¡estaba tan feliz de aprender a escribir y leer de una vez por todas!

–Siempre fuiste muy inteligente. –le dio un beso en la frente.

–Guarda eso, por favor. Cuando hable con la hermana Julienne ella me las devolverá.

–¿Cómo se tomará todo esto?

–No lo sé, espero que bien. ¡Pero más vale que tengas un bunker en tu casa porque la hermana Evangelina te buscará por todas partes para colgarte en la plaza!

**Día 14**

–Shelagh. Shelagh despierta, ya casi es la hora.

Ahogó un sollozo. Nunca creyó que el día que terminaría la cuarentena estaría tan triste. Prefería seguir enferma si eso significaba estar aislada de todos y sola junto a Patrick.

Se giró, Patrick tenía los ojos tristes, mirándola desde su cama. Habían juntado las camas hacía dos noches, lo que trajo accidentes y caídas y muchas risas. Ahora todo se acabaría.

–No quiero irme. –dijo buscando su mano.

–Shelagh, puedes quedarte. Todas pueden entenderte, estoy seguro.

–No me refería a eso. No quiero irme y que todo esto termine.

–Bueno, tratemos de contagiarnos otra vez. –hizo una mueca graciosa, pero ella no sonrió.

–De verdad, no quiero que todos se enteren y nos miren y nos digan cosas. Dirán cosas terribles.

–La gente siempre habla. Mira, así no haya pasado nada entre nosotros seguramente hablarían igual, y deben haber hablado todo este tiempo. ¿Un hombre y una mujer, solos en un lugar por varios días? Seguro fuimos la comidilla del barrio. Démosles el gusto entonces.

Se acercó para darle un beso, que aceptó. Quiso desprender su pijama, pero él se apartó con una sonrisa.

–Alto ahí señorita. Por mucho que me gustaría, te dije que ya casi es la hora y vendrán por nosotros.

Resignada, se sentó en la cama y buscó el suéter negro y los jeans de Cynthia que definitivamente iba a tener que pedirles prestados. En su mente repasó lo que le diría a los médicos que llegarían muy pronto, lo que le diría a Cynthia a Trixie, a todas las enfermeras. Sobre todo, lo que le diría a la hermana Julienne, a Evangelina cuando comenzara a gritar y maldecir. Si tenía suerte, la hermana Monica Joan solo tendría ojos para el nuevo televisor.

Patrick había desaparecido así que se vistió y se hizo una cola de caballo en el pelo, y fue a la cocina, donde él preparaba el último desayuno. Se sentaron y comieron en silencio.

Tocaron la puerta y de inmediato ingresó un grupo de personas, todos con trajes, barbijos, máscaras y un gran equipo.

Los separaron para hacerles los estudios, si todo salía bien, estarían en libertad en unos minutos.

Mientras dos médicas la llevaban a su antigua celda, mirándola con curiosidad, Shelagh miró atrás.

–No lo olvides, estaré esperándote. –le dijo Patrick, antes de que lo llevaran.

***

–Muy bien Dr. Turner, no hay rastros del virus, está completamente sano. –dijo uno de los médicos–Por unos días no debe trabajar y sólo debe permanecer en su casa. Lo llamarán luego para hacerle estudios y ver cómo están sus pulmones, y si ha logrado inmunizarse.

–Gracias. ¿Puedo estar con mi hijo?

–Claro. Los niños, al parecer, no se contagian así que no hay riesgos para él. Pero no atienda a enfermos de coronavirus hasta que no estemos seguros de que está inmunizado.

–Perfecto. Juntaré mis cosas y me iré.

Los médicos salieron y él se quedó guardando las pocas pertenencias que tenía. Escuchaba las voces de las mujeres, y trató de saber lo que le estaban diciendo a Shelagh.

Las vio salir y caminar por el pasillo, saludándola.

Cuando se fueron, ella se apoyó en la puerta, mirándolo.

–¿Y?

–Estoy bien, no hay nada.

Se acercó a ella para darle un beso, pero ella se apartó.

–Van a entrar para desinfectar todo, así que debemos irnos ahora. Las doctoras me dijeron que...las hermanas están afuera. Y también están las enfermeras, ¡y unos periodistas también! Patrick.–lo miró asustada–Patrick, me olvidé de todo lo que iba a decirles.

–Sólo di la verdad. Puedes...puedes no hacerlo si quieres. No voy a obligarte a nada.

Ella negó varias veces mirando el suelo.

–No, será mejor decir todo ahora.

Caminaron hasta la puerta de entrada. Ella parecía llena de dudas aún, así que le dio un pequeño beso que la hizo sonreír.

–¿Vamos? –tomó su mano y le dio un beso.

–Vamos.

Juntos abrieron la puerta.  


Bueno acá termino esto muy contenta porque sigo estornudando pero todavía no me morí ahre

Quiero agradecerle especialmente a Kitty (síganla y lean sus cosas que son muy buenas) porque ella fue la que tuvo la idea de Patrick y Shelagh en cuarentena, o sea es la autora intelectual (la que se fumó el porro, digamos la verdad) (no me mates Kitty). Sin ella no se me hubiera ocurrido la idea, o capaz sí pero no hubiera tenido el ánimo de ponerme a escribir, así que gracias Kitty.

Espero que todos estén en sus casas, lavándose las manos y portándose bien. 

Me despido, arrivederci. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro