Cuidados Mortales

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Allen y Aisha Hicks me habían contratado para cuidar su casa y a su mascota, un loro llamado Zira, puesto que se iban de vacaciones al norte de Europa.

Obviamente acepté, ya hace unos años que llevo haciendo esto. Me explicaron como cuidar a Zira y que no preste atención a los vecinos, tratarán de asustarme. Eso mucho no lo entendí, pero no me dieron tiempo para preguntas, pues salieron con prisa. Supuse que llegaban tarde y su vuelo se iría.

Me senté en el sofá de la sala de estar, junto a la gran televisión que habia enfrente, colgada en la pared. Suspiré, sin saber que hacer. Los primeros días eran aburridos.

Fui a la cocina, donde me dijeron que estaba la jaula de Zira. Me explicaron que debía comer varías veces al día, 7 aproximadamente. Vi que el plato estaba vacío, asi que le serví.

Me fui a explorar la casa, a memorizarme la casa, para evitar perderme aunque sea algo chica. Consta de un solo piso, ático y sótano.

Luego de explorar, salí al jardín trasero, para tomar un poco de aire fresco.

De pronto, una mujer me habló, la vecina de al lado.

—Tu has de ser... Ivy creo que dijeron.

Asentí amablemente.

—Sí, me contrataron para cuidar la casa.

—Sí, siempre que se van de vacaciones los Hicks contratan a alguien para cuidar la casa, aunque... siempre desaparece.

Fruncí el ceño, sin entender eso. Luego recordé lo que dijeron: "no prestes atención a los vecinos, tratarán de asustarte. Ignoralos".

—¿Es una broma?— sonreí.

Se quedó callada unos segundos.

—Obvio— comenzó a reír.

Luego de eso, se despidió y se fue dentro de su casa, pues me estaba hablando desde el otro lado de la cerca.

Volví a suspirar y entré. Suficiente aire por hoy.

...

Al día siguiente, volví a llenar el plato de Zira, anotando en un papel cuantas veces le sirvo, asi evitar darle de mas o de menos.

Me preparé el desayuno y comencé a limpiar un poco la casa.

De pronto, un golpe en el ático me desconcertó. ¿Hay alguien allí arriba o qué?

Me acerqué con cautela, tirando de la cuerda para bajar las escalera. Asomé un poco la cabeza pero na había nada.

—Habrán sido ratas... odio las ratas.

Volví a bajar y un ruido en la cocina me asustó.

Al llegar, estaba la comida de Zira tirada en el piso.

—¿Zira, que hiciste?

—Yo no fui, yo no fui— dijo, con el tono característico de los loros.

¿Habrá aprendido a decir eso de los dueños? Que... extraño.

Levanté la comida y la tiré a la basura, no quería arriesgarme a que le haga mal. Volví a llenar el bol.

Fui al patio trasero, para tomar aire.

—Hola, linda— me saludó la misma vecina de ayer.

—Hola...

—Soy Trisha— sonrió.

—Hola Trisha— sonreí.

—¿Cómo estás?

—Bien, aunque creo que hay ratas en el ático— dije, rascándome el cuello.

—Creo que fumigaron hace poco.

—Hicieron un mal trabajo en ese caso.

—O no eran ratas— murmuró.

—¿Qué has dicho?

—Oh, ¡nada! Debo irme, un gusto verte de nuevo— sonrió y se fue.

—Adios... supongo.

Volví a dentro de la casa, extrañada.

Escuché unos golpes en la puerta principal, asi que me dirigí hacia ella.

Al abrir me encontré con un chico de mi edad, unos treinta y pico mas o menos.

—Hola, Trisha me ha contado que has venido.

—Oh, si, soy Ivy— sonreí.

—Si, Trisha me había dicho tu nombre. Soy Carson, vivo al frente— sonrió.

—Entiendo.

—Si necesitas cualquier cosa, estoy disponible casi cualquier hora. Ah, y si escuchas ruidos en el sótano, no bajes bajo ningún término.

—¿Disculpa?

—Te lo advierto por tu bien. No bajes.

—¿Por qué?

—Solo... hazme caso. No vayas hacía allí abajo.

—D-de acuerdo.

—Hasta la próxima— sonrió, yéndose.

—Sí, hasta... hasta la próxima— dije, cerrando la puerta.

Fruncí el ceño y me fui a la sala de estar. Me senté en el sofá y me puse a ver la televisión.

De repente, escuché un fuerte estruendo. Apagué la TV, para ver si volvía a sonar, y lo hizo. Venía del sótano.

Me dirigí hacia la puerta del sótano y puse mi mano en el picaporte, y recordé lo que Carson dijo: "no bajes al sótano bajo ningún término".

Dudé pero abrí la puerta y bajé.

Al llegar a bajo, vi dos viejas estanterías tiradas. Fruncí el ceño.
De pronto un susurro en mi oído me hizo asustar.

—No debiste haber bajado.

Me giré de inmediato, pegando un grito. Pero no había nadie.

De pronto, un grito sonó de atras mío, de donde estaban las estanterías.

—¡Fuera de aquí!

Me giré asustada, y había una masa negra, como si fuera... plasma. ¿Es un... fantasma?

Volví a gritar y corrí hacia la cocina, sin mirar atrás.

No se porque, pero algo me decía que tenía que ir a ver a Zira. Por suerte, estaba bien.

Unos golpes se escucharon en la puerta principal.

Fui hacía allí y abrí. Era Carson.

—¿Bajaste al sótano?

—¿Qué?

—¿¡Bajaste al sótano!?

—S-sí.

—¡Te dije que no bajes!

Comencé a asustarme mas.

Él suspiró.

—Lo siento. ¿Qué has visto?

—N-no lo sé. Escuché un susurro en mi oído y luego un grito... había algo negro... era... ¿transparente?

—¿Parecía adolescente?

—Creo que sí.

—Mierda... tienes que irte.

—¿Qué?

—Vete de la casa, aun no es tarde.

—Pero me contrataron para...

—¡Debes irte!

—¿Y Zira? No puedo irme.

—Te estás poniendo en peligro.

—¿De qué estás hablando?

—Los Hicks tenían un hijo, Joshua Hicks. Desapareció hace catorce años, cuando tenía quince años. Desde entonces, todo aquél que entre a la casa, desaparece. Los Hicks por ese motivo se van de vacaciones muy seguido.

—E-eso no tiene sentido.

—Tu lo has visto.

—Yo... no puedo irme. Debo cuidar la casa así los Hicks me pagarán, debo ahorrar para poder mudarme de Estados Unidos. Lo siento.

—Bien, pero luego no digas que no te lo advertí— dijo, para luego marcharse.

Cerré la puerta. Eso no puede ser verdad, ni en chiste. Ha de ser una broma de muy mal gusto.

Fui con Zira y le alimenté.

...

En la noche, un fuerte estruendo proveniente del sótano me despertó. Asustada, intenté prender la luz del velador, en vano, habían cortado la luz.

Tomé mi celular y prendí la linterna. Comencé a caminar lentamente hacia el sótano, aterrada y recordando todo lo que Carson me había dicho. Si moría aquí, no podría viajar a Suecia para estar con mis padres.

Al llegar a la puerta, la abrí y bajé las escaleras. De pronto, una ola de frío me azotó cuando llegué al suelo del sótano. Parecía que abajo hacían bajo cero grados.

Pude ver como una de las estanterías, que antes de irme a dormir levanté, estaba tirada. ¿Por qué siempre se cae?

—Largo... de aquí— susurraron en mi oído.

—Joder... ¿Qué es... ese olor? Proviene de... la estantería.

La levanté como pude y la intenté abrir, pero estaba cerrada con llave.

—Parece vieja... tal vez si hago fuerza...

Procedí a dar tirones a la puerta de la alacena y se abrió luego de poco tiempo.

Allí había algo horrendo y asqueroso: un cuerpo de un adolescente. Posiblemente de Joshua Hicks.

Grité, sin poder creer lo que mis ojos veían. ¿Los Hicks habían matado a su hijo?

De pronto, una fuerza invisible me jaló. Comenzó a golpearme contra las paredes y el piso hasta que me desmayé.

...

—Noticias de última hora, encuentran a una mujer de treinta y cinco años inconsciente, Ivy Drakenberg, una sueca que, según los vecinos, la familia Hicks habían contratado para cuidar la casa mientras estaban de vacaciones en Noruega. Drakenberg presenta signos de golpes bruscos contra la pared y el suelo del sótano de la casa. También encontraron el cadáver de Joshua Hicks, que llevaba catorce años desaparecido. Allen y Aisha Hicks aún siguen siendo buscados por posible asesinato de su hijo. Aun no saben que le pasó a la mujer. Está en coma en el hospital de Texas. Los médicos dicen que posiblemente no despierte. Ahora, vayamos con el clima...— la TV se apaga.

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