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Entro a la sala, con mi chaqueta de cuero negra y cuchillos en el cinturón del pantalón, sin embargo, cuando cruzo el umbral, un decorado de flores entre dos columnas, mi ropa cambia. Tengo un vestido color rosa salmón, y un enorme moño lila opaco, en mi cintura. ¿Dónde se encuentran mis armas? Este fantasma está jugando conmigo, se burla de mí.

—¡Sal, guardián de las fechas! —lo llamo, pero no aparece, solo empieza a sonar una música, una danza lenta, como un vals.

—¿Bailas? —dice detrás y me giro, observo su mano, pero no la acepto.

Ya no es translúcido, su cuerpo se ve sólido.

—¿Qué pretendes? —Entrecierro los ojos—. ¿Qué intentas?

Inicia el mismo interrogatorio de antes:

—¿Qué es lo que deseas? ¿Cuál es tu objetivo? ¿Para qué puedo servirte?

—No evites mis preguntas —le recrimino—. ¿Por qué estamos aquí?

Mantiene la mano levantada.

—Primero responde tú —contraataca.

Bufo.

—Nada, la vida ya no tiene sentido, no me queda nadie. Mi objetivo es esperar a mi muerte, el cual espero que llegue en mi cumpleaños. Ni idea para qué me servirías, no sé quién eres. Listo, respondí todas tus malditas preguntas, ahora contesta las mías.

—Claro, si no comes carne humana, morirás, perderás la vida eterna que te dio aquella maldición —afirma, luego ríe—. O quizás no.

—¿Tú qué sabes?

—¿Por qué no mueres antes y ya? ¿No prefieres un deseo mejor? Como que te regresen a la vida a tus amigos.

Enarco una ceja.

—¿Disculpa? Eso no es posible.

—Qué sé yo, lo tendrás que descubrir. —Mueve sus dedos para que los agarre—. ¿Bailas? —insiste.

Tomo su mano de manera abrupta y siento la de él en mi cintura.

—Más vale que respondas.

Nos movemos al compás del vals, la tonada cada vez se vuelve más lenta, cambiando a un sonido sensual y confuso. Lo ignoro por completo, pues no vine a prestarle atención a la música. Solo debo salir de aquí, cueste lo que me cueste.

—Dime, Belia, ¿ya has decidido cambiar tus deseos? —dice con una voz en eco.

—¿Eres como un genio de la lámpara?

—Soy el que juzga la eternidad, por eso le doy fechas a cada humano. Guardo con suma importancia cada una, y si la tuya es para siempre, hay un precio.

—¿Y los otros con la maldición? —Arrastro la voz, sintiéndome cansada.

—También los visito, pero tú eres la que rechazó el regalo que se te fue dado, y solo quiero saber, si terminarás entregándolo. ¿Has pensado qué ocurre después de la muerte? No te lo has planteado, ¿verdad? Eres alguien diferente, como para creer que terminarás como un fantasma.

—¿Y qué sugieres? No seguiré matando gente, menos me comeré su carne.

—Ya veo, esa es tu decisión final —susurra.

—Sí.

—Entonces deberás quedarte conmigo —murmura, próximo a mi boca.

Estoy tan cansada, y no comprendo a este ser.

—¿Por qué? —consulto, por lo bajo.

—La eternidad se acaba y tú tomaste tu elección.

Mi cuerpo cae en una cama, como si nunca hubiéramos estado en el salón. De repente, empezamos a besarnos, como si me atrajera de toda la vida. Es una tentación desconocida. Gimo cuando sus manos bajan mi vestido y luego me acarician los muslos.

¿Acaso estoy muerta? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo terminé teniendo una fantasía sexual con un fantasma? El cual, para nada, se parece al tierno de Gabe. Siento que estoy traicionando al único amor de mi vida, y sin siquiera desearlo.

—¡No! —Reacciono y lo empujo, luego me subo el vestido—. La muerte no puede ser así.

Se relame los labios.

—¿Así cómo? ¿Placentera?

—Confusa —recalco mis pensamientos.

—No sé a qué te refieres.

—Me preguntaste sobre mis deseos y, definitivamente, no son estos.

Me levanto de la cama y me sigue con la vista. Una vez que cruzo la puerta del cuarto, regreso al cementerio. Por un momento creo que he vuelto, pero al instante noto que sigo con el vestido, y tengo tanto frío. El reloj de la cripta suena, entonces reacciono.

Ya es mi cumpleaños. 

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