Damián siempre obtuvo lo que quiso

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Damián siempre obtuvo lo que quiso

(***)

Soñé con un montón de sangre; personas desmembradas; personas acuchillando a otras; yo asesinando a alguien; balas que iban de un lado a otro y con la cabeza de una muchacha rubia hecha pedazos por un disparo.

Abrí los ojos y sentí que el auto se detenía. Vi a Damián en el otro extremo del asiento sin expresión alguna, y a Poe medio llevado por el sueño. Ni Tatiana, ni Archie ni Danna estaban ahí, y supuse que se habían quedado en algún lugar.

No sabía exactamente qué iba a hacer Archie con ella. Me imaginé cosas horribles, y aunque por traición las merecía, sus palabras asegurando que lo había hecho por amor, me hicieron recordar a mí misma. Si bien yo no habría hecho lo mismo que ella, quizás por Damián estaba dispuesta a arriesgarme.

—Llegamos —anunció Nicolas.

A través de la ventana vi cómo el cielo de la madrugada iluminaba una gran estructura. No era tan enorme como la mansión Hanson, pero aquella era una casa de clase alta. Estaba rodeada por unos enormes muros de hierba y parecía más de un estilo victoriano.

Nos bajamos y, con la ropa llena de sangre seca, seguimos a Nicolas. Subimos las escalinatas y esperamos en el porche a que él encontrara la llave correcta en un pequeño manojo. No tardó en hallarla. Abrió la puerta y lo primero que percibí fue un aroma delicioso, como de tocino recién hecho.

Avanzamos hacia el recibidor y por un pasillo que estaba conectado a lo que parecía ser la cocina, se asomó una muchacha. Miró a Nicolas y esbozó una sonrisa de entera felicidad, entonces corrió y se le lanzó encima y lo abrazó.

—¡Nicky! —exclamó, como si no pudiera creer que lo veía—. ¡Viniste! ¡Viniste!

—¿Cómo estás, Anie? —le dijo él, devolviéndole la sonrisa.

—¡Muy feliz ahora! —exclamó ella, apretujándolo.

—Mira, traje algunos amigos —dijo Nicolas después de que lo soltara.

Ella asintió y se nos quedó viendo, y ni siquiera se asombró por la cantidad de sangre que había en nuestros rostros y ropas.

—¿Se quedarán? —preguntó ella—. Estoy haciendo unos panqueques con tocino. Sé que todavía falta mucho para el desayuno, pero a esta hora me da más hambre que nunca.

Era, en realidad, la persona más tierna que había visto. Tenía un rostro muy delicado; una melena castaña llena de rizos incontrolables; ojos grandes de color avellana y no parecía medir más de un metro sesenta. Me pregunté si era algún familiar suyo, aunque no había ningún parecido.

—Sí. Ellos son Damián, Padme y Poe, y se quedarán aquí —dijo Nicolas, mirando a los muchachos—, con la condición de no lastimar ni matar a ninguna de las personas que habitan en esta casa.

Poe resopló.

—Cuantas limitaciones —expresó, falsamente ofendido—, pero está bien, sé controlarme.

—No tengo problema con ello —aceptó Damián.

—Perfecto, entonces creo que necesitan darse un baño, se ven algo sucios —comentó Anie, mirándonos la ropa—. Veo que no traen equipaje, pero no se preocupen que aquí hay mucha ropa que los de paso han dejado. Vengan.

Ellos la siguieron, e iba a hacerlo yo también, pero antes me volví hacia Nicolas.

—Gracias, en serio, muchas gracias —le dije, ofreciéndole una pequeña sonrisa que era lo único que podía esbozar.

—Báñate y luego baja a comer algo —fue lo que me dijo—. Tenemos que hablar

Seguimos a Anie a través de un corredor y luego por unas escaleras.

—¿Y cuántos años tienes? —le preguntó Poe, curioso.

—Los suficientes como para que no te atrevas ni a tocarla —gritó Nicolas desde abajo—. Eso va dentro de las condiciones también.

Poe negó con la cabeza lentamente y formó una fina línea con sus labios.

—Uno ya no puede intentar entablar una amistad porque creen que va con malas intenciones —resopló el rubio, reprimiendo una de sus risas.

La chica nos condujo por un ancho pasillo que tenía habitaciones y muchos cuadros de paisajes colgando de las paredes. La casa por dentro era muy hermosa y poseía un aire acogedor, como si fuera un verdadero hogar.

Anie se detuvo frente a una de las puertas.

—Ustedes dos —indicó señalando a Poe y a Damián— se pueden quedar aquí. No hay muchas habitaciones disponibles, pero supongo que no les molestará compartir.

—No creas, desde que Damián rechazó mi propuesta de un ménage à trois, supe que era un tipo egoísta —soltó Poe con diversión, guiñando el ojo.

Ambos entraron en la habitación y luego solo quedamos Anie y yo. Avanzamos unas puertas más y abrió una de ellas. Cuando entramos, se me hizo aún más agradable. La cama tenía una ventana encima del dosel que la cubría, y había un baño conectado a la habitación. Claramente, ahí no había muchos lujos, pero era todo tan bonito y al mismo tiempo tan sencillo que eso me reconfortaba.

—Aquí no hay ropa de mujer, pero si quieres entra a la ducha y te traeré lo más grande que tenga —dijo Anie, mirándome de arriba a abajo—. Eres más alta que yo, pero creo que podría servirte algo.

—Me conformaré con lo que sea —le aseguré en un tono amable.

—Bien, bien.

Ella se dirigió a la puerta, pero no se fue inmediatamente. Se dio vuelta sosteniendo el pomo y con los ojos entornados me dijo:

—Tú no eres del noveno mes, ¿verdad? Los otros sí.

Me pareció innecesario mentirle. De hecho, ya no quería mentirle a nadie. Me sentía realmente abatida.

—No, no lo soy.

—Lo sabía, tienes esa cara —expresó, como si fuera acertado en un juego de feria.

—¿Cuál cara? —inquirí.

—Esa, como de que la sangre que llevas encima te pesa mucho, como que no has despertado. A diferencia de tus amigos que parecían ni siquiera recordar qué aspecto tenían, como si se sintieran muy cómodos oliendo a muerte. —Hizo un gesto de indiferencia—. Bueno, Padme, ¿no? Como la de Star Wars, qué monada. Te dejo para que te relajes.

—De acuerdo, gracias Anie.

Desapareció y me dejó a solas con el silencio.

Ya en la privacidad de la habitación, lo primero que hice fue sacarme la ropa. Dejé la daga sobre la cama y saqué mi teléfono celular del bolsillo del pantalón. La pantalla estaba rota y se había puesto de un color negro.

Inmediatamente recordé a mis padres. No podía comunicarme con ellos, y lo más triste era que seguramente esperaban que para el lunes ya estuviera en casa, claro que, no lo haría, entonces ellos se preocuparían y días después llamarían a la policía porque no podía ni siquiera considerar regresar. Sin embargo, tenía muchas ganas de escucharlos, de explicarles todo, de sentir que aun así me apoyaban.

Lancé toda la ropa al suelo y pasé al baño. Era pequeño y no había bañera, pero la ducha sería suficiente. Me metí en ella, dejé que el agua fría cayera sobre mí y comencé a restregarme toda la sangre seca que tenía en el cuerpo mientras que, de forma inevitable, las lágrimas salían. Lloré ahí por la vida que había perdido. Lloré como si ese fuera el funeral de Alicia y al mismo tiempo el de Eris, y como si también fuera el mío. Pero luego, cuando sentí que la esponja no podía eliminar la suciedad de mis errores, dejé de hacerlo.

Tardé más de diez minutos. Cuando salí del baño envuelta en la toalla que había encontrado ahí, vi una pequeña pila de ropa doblada sobre la cama. Había un par de jeans y un par de camisas de tirantes. Me vestí rápidamente y bajé a comer algo porque se me había despertado el apetito.

En la cocina, que tenía un estilo muy clásico con baldosas marrones y utensilios decorados, encontré a Nicolas sentado en la isla mientras tomaba un vaso de jugo de naranja, y a Anie sirviendo varios trozos de tocino en tres platos.

Ella se giró para dejar la sartén a un lado y me vio.

—Te queda genial. ¿Viste, Nicky? Sabía que la ropa de Cami le serviría.

Nicolas asintió, de acuerdo con lo que Anie había dicho.

—Cami es mi prima, pero está de viaje —comentó él y me señaló uno de los asientos en la isla. Fui y me senté a su lado—. ¿Mejor? —me preguntó.

—Mejor —confesé.

Anie dejó un plato con tocino, pan tostado y huevos frente a mí. Me rugió el estómago y no tardé en comenzar a engullir.

—Los dejaré solos —comentó ella de repente y abandonó la cocina.

—Padme, ¿recuerdas cuando te hablé en la biblioteca? —inquirió Nicolas.

—Ajá... —contesté, tratando de no atragantarme.

Cogí el tocino con la mano y me lo metí a la boca sin importar que él estuviera ahí.

—Quería ofrecerte esto —confesó. Me le quedé viendo sin comprender nada—. Seguridad —aclaró.

—Ah... —emití, aunque no lo tenía del todo claro.

—Bueno, gracias, yo la verdad no pensé que...

—Padme, yo siempre quise ayudarte —me interrumpió, insistiéndome con la mirada—. Los mensajes, ¿los recuerdas? Era yo.

—¡Ah! —exclamé.

No pude tragar de inmediato. Otra cosa que me tomaba por sorpresa, así que me le quedé viendo con los ojos como platos. Él estaba bastante serio. De hecho, había un brillo de preocupación en su mirada. En ningún momento imaginé que podía ser él, sobre todo porque siempre creí que era la persona más peligrosa.

—Sé quién eres desde que me viste en el bosque. Intenté acercarme a ti para explicártelo, pero tú solo echaste a correr y para cuando te encontré ya estabas con Damián —confesó.

Mastiqué lentamente, atónita. Tragué y fruncí el ceño.

—Pero, ¿por qué mensajes anónimos? Pudiste decírmelo. —De repente sentí que mis palabras sonaban a reproche—. Sabías que Aspen nos vigilaba, ¿por qué no me advertiste directamente?

—No, no entiendes. —Echó un vistazo hacia la entrada de la cocina. Se aseguró de que estaba sola y dijo—: Yo nunca me referí a Aspen.

Un ramalazo de temor acabó con mi apetito. ¿Había más? ¿De verdad aún había más?

—Entonces, ¿a quién?

—A Damián —respondió en un tono de voz muy bajo—. Yo los escuché cuando iban saliendo del bosque. Él te dijo que solo tenías dos opciones, pero no era así. Este no es el único refugio de presas que conocen el secreto de los novenos. Hay más. Hay personas que te protegen y Damián lo sabe. Lo sabe porque lo descubrió hace un par de años y luego pactamos un silencio. Él te dijo que no tenías más oportunidad, pero sí la hay. Siempre la hubo.

—No, eso es imposible —repliqué, negando con la cabeza.

—Es más que posible, es la verdad —insistió—. Y si no te lo dije directamente fue porque él siempre estuvo tras de ti. Siempre estuvo muy cerca, vigilándote. —Estudió mi rostro y notó el desconcierto en él porque añadió—: ¿Es que tú no lo sabes?

—¿Qué tengo que saber? —inquirí, como si fuera absurda la conversación.

—Nunca estuviste atrapada por el mundo de los novenos, quien te atrapó en él fue Damián.

No pude moverme. Sentí que por el pasmo un parpado se me cerraba mientras que el otro no. Sentí que mi cuerpo era nada, que yo era nada.

—Él tuvo la oportunidad de alejarte de todo esto, pero no lo hizo —añadió. Después exhaló, hundió la mano en su bolsillo y sacó un teléfono celular. Lo reconocí—. Este es el teléfono de Damián. Se lo quité cuando se quedó dormido en el auto. Deberías ver la galería.

Tomé el celular con las manos temblorosas. Accedí a la galería de fotos y había un álbum entero llamado "Padme" que se desplegó con cientos de fotos mías: yo entrando al instituto, yo saliendo, yo en el jardín de la casa, yo hablando con Eris y Alicia, yo en el parque, yo en el centro comercial, yo en Ginger Café...

El recuerdo explotó. Las hojas en su habitación, aquellos números eran... eran mis horarios. Las horas en las que solía visitar algún sitio. Eché un vistazo a las propiedades de las fotos. La primera era de tres meses atrás.

—Él dijo que no había más opción... —murmuré, porque eso era lo que desde un principio había entendido—. Era esto o morir.

—Muchas de las personas que ahora viven en esta casa pasaron por lo mismo que tú, y tanto ellos como sus familiares siguen con vida —comentó Nicolas.

Me sentí patética, tanto que no sabía qué decir.

—Antes, Damián y yo solíamos reunirnos —continuó él—. Luego tomamos caminos distintos, pero ya lo conocía lo suficiente para saber cuándo andaba en algo extraño. Es posible que él te haya vigilado durante meses...

—El día que entró a Ginger no fue casualidad —murmuré—. Él lo sabía. Fue su forma de atraerme. Esto es... enfermizo.

—No es muy raro —señaló Nicolas, tratando de sonar sensato—. Nuestra naturaleza es...

—¡Estoy cansada de que se escuden bajo la maldita naturaleza! —solté bruscamente.

Nos quedamos en silencio por un momento. La atmosfera era extraña, o así la sentía.

—Mi intención era ayudarte —suspiró él. A pesar de todo, sus ojos parecían transmitir algún intento de consuelo—. Desde lo de mi hermano, eso he hecho. Pero esta decisión ahora es tuya, yo solo estoy cumpliendo con lo que me propuse. —Buscó mi mirada hasta que la encontró—. Padme, Damián es peligroso, ¿de acuerdo? En este momento mucho más. No creo que pueda hacerte daño, no ahora, pero quizás si las cosas no salen como él quiere, podría empeorar. Su intención es tenerte a su lado y hará lo que sea para que siga siendo así.

Las palabras de Diana adquirieron sentido. Las cosas jamás fueron como yo creía por la simple razón de que Damián nunca fue la persona que demostró ser. Lo entendí todo. Comprendí su advertencia, su nerviosismo cuando él apreció, y de repente la lucidez me permitió darme cuenta de lo que había detrás de sus acciones. El haberme besado en la mansión, el haberme dicho que quería estar conmigo, el haber mencionado cosas de mi pasado que sabía muy bien porque realmente nunca había sido tan ajeno a mí...

—Piensa en todo esto, porque eres tú quien tiene que decidir, debes decidir —continuó Nicolas—. Si necesitas mi ayuda, la tendrás, pero no quiero enfrentarme a él considerando su estado. Solo creo que puedes alejarte de esta vida. Uno no siempre debe acoplarse al mundo del otro, a veces uno debe quedarse en el suyo propio.

—Tenías que habérmelo dicho antes... —murmuré.

—Lo habría hecho, pero tú creías que era yo el peligroso, ¿verdad? Él habría logrado convencerte de que sí. —Se levantó del banquillo—. Tengo que ocuparme de algunas cosas, pero volveré luego. Ten cuidado con lo que haces.

Damián y Poe aparecieron justo después de que Nicolas se fuera y me dejara meditando sus palabras. No dije nada. Me guardé el teléfono de Damián en el pantalón y evité siquiera mirarlo a la cara.

Anie regresó dando saltitos, les ofreció la comida y después de que dejaron los platos vacíos, Poe anunció algo.

—Bueno, yo no me quedaré aquí —informó Poe después de tomar aire—. Me iré a Europa, tengo negocios allá y será por un tiempo, ya saben, para que se calmen las aguas. No estoy seguro de si regresaré a Asfil, porque entonces me harían picadillo, pero si no tengo absolutamente nada allá y no me quiero morir todavía porque, vamos, sería un desperdicio total, tengo que alejarme de este territorio.

—Pienso que es una buena decisión —le dijo Damián, palmeando su espalda.

El rubio se alejó del asiento y se colocó junto a mí. Sonrió ampliamente y yo no pude devolverle el gesto. ¿Acaso él lo sabía? Era su mejor amigo. ¿Poe lo había estado ocultando todo también? De repente, ambos me parecían unos desconocidos, tan desconocidos como la misma Eris en la mansión.

—Mira, pastelito, la vida es bastante cruel, ¿no es así? Pero te diré algo muy importante: lo que nos pertenece, nos pertenece, y no hay nada que pueda hacer nadie más. Tienes una valentía muy grande y eso es admirable —dijo.

Damián no comentó absolutamente nada y yo me limité a asentir.

Poe se despidió de nosotros después de eso, incluso me regaló un abrazo en el que casi me aprieta una nalga, pero fui más rápida y le di un manotón. Aseguró que estaríamos en contacto, que enviaría mensajes constantemente, y le creí, porque no era de las personas que se hacían olvidar. Por lo menos yo en lo que me restaba de vida, volviera o no volviera a ver al extrovertido Poe, jamás lo llegaría a olvidar.

***

Después de que Poe se fuera, Damián dijo que necesitaba descansar. Salió de la cocina yo me quedé allí, postrada entre el silencio, sin saber qué hacer a partir de ese momento.

Volví a sacar el teléfono celular y lo revisé enteramente. Había fotos mías, videos de mi caminando, comentarios sobre lo que hacía guardados en el bloc de notas, y me pareció tan enfermizo y tan repugnante que solo pude apretar el aparato con fuerza y contener toda la furia y la decepción que estaba experimentando.

Todas las personas en las que había confiado, me habían traicionado.

Incluso yo me había traicionado a mí misma.

Y no tenía salida, porque aunque aceptara la ayuda de Nicolas, jamás olvidaría la traición de Eris y las mentiras de Damián. No volvería a cerrar los ojos sin escuchar los lamentos de las personas en la mazmorra o sin recordar cómo había estallado la cabeza de Alicia. Y menos dejaría de repetirme a mí misma que en parte toda esa mierda era mi culpa por no querer ver otra posibilidad más que la de quedarme en ese mundo.

Nunca me convertí en una novena, siempre fui la presa del asesino.

Siempre sería su presa.

Por lo tanto, cuando finalmente pude moverme, me dirigí a su habitación para darle fin a todo aquello. Ya cuando no quedaba nada, cuando estaba tan destrozada emocionalmente, no esperaba más que un final.

Abrí la puerta de su habitación y lo vi ahí, de pie junto a la cama. Estaba de espaldas, haciendo algo que no pude ver, hasta que se volvió hacia mí y me contempló con los ojos más negros que nunca. Tenía las fosas nasales dilatadas y una mirada salvaje, casi desquiciada.

—Sal de aquí —pronunció.

—¿Qué pasa? ¿El Hito te está carcomiendo los huesos? —le pregunté tranquilamente.

—No sé, creo que... —pronunció con cierta dificultad.

—¿Que te vas a morir? —inquirí. Él frunció el ceño, desconcertado—. No, solo te volverás oficialmente loco.

—Sal y cierra la puerta por fuera —pronunció. Le temblaba una vena en la frente.

Me acerqué a la puerta, pero pasé el seguro por dentro.

—No —negué—. Quiero quedarme adentro con el verdadero monstruo.

—¿Qué...?

—Este es tu celular, ¿no? —le pregunté, mostrándoselo.

Sus ojos se abrieron tanto que se notó que estaban inyectados en sangre. Esperé a que respondiera y me quedé frente a la puerta, observando como la luz de la tarde iluminaba su oscura silueta, esa que siempre me había parecido intrigante.

¿Qué escondía aquella figura?

¿Qué escondía aquel rostro?

¿Qué escondía aquella mente?

Esas habían sido mis preguntas durante tanto tiempo. Ahora tenían respuesta. Damián era todo un universo de crueldad, un cosmos de malicia, de egoísmo puro, de muerte.

Él no dijo nada, así que tragué saliva porque el nudo se estaba acumulando en mi garganta y hablé:

—Estuviste muy seguro de que te seguiría aquella tarde, ¿verdad? —Sostenía el teléfono con tanta fuerza que se me enrojecieron los nudillos, pero mis palabras eran tranquilas—. Esa es tu verdadera característica dominante, eres manipulador y obsesivo.

Soltó un quejido y se pasó una mano por el cuello, tenso, casi como un demente que se hincaba las uñas en sí mismo.

—Tú lo querías así —dijo y cerró los ojos con fuerza—. Querías estar conmigo.

—No, yo no sabía quién eras, porque de haberlo sabido te habría despreciado —confesé. Estaba haciendo todo lo posible por no estallar—. Supiste jugarlo bien. Me hiciste pensar que no te interesaba y cuando notaste que eso me podía alejar de ti, cambiaste. Cambiabas cada vez que te veías amenazado por algo, ¿no? Como en el instituto con Cristian o cuando no supiste que hacía al salir de la casa de Poe y fuiste a mi casa para averiguarlo, o como cuando notaste que estaba dispuesta a escapar, o como cuando entraste a mi habitación y me viste tan decepcionada que temiste que prefiriera la muerte a quedarme en tu mundo.

Damián apretó los dientes y se puso las manos en la cabeza. Soltó un gruñido y se tironeó los cabellos.

—Padme, cuando tú sufres, algo dentro de mi... duele —repetí, haciendo referencia a algo que él recordaba muy bien. La voz se me quebró por un momento, pero carraspeé la garganta y continué—: No vuelvas a decir que me gustaría verte sufrir a manos de alguien más. Esas fueron tus palabras, ¿cierto? Porque en realidad lo que te dolía era que me hiciera sufrir alguien que no fueras tú.

—Tú no sa... no sabes... —balbuceó entre dientes mientras su rostro se contraía como si estuviera aguantando un dolor terrible—. Cállate. Cállate.

—El chico malo se enamora de la chica buena —dije y solté una risa tan burlona como falsa—. Eso hiciste creer, pero en realidad fue que el chico cruel y enfermo se obsesionó con la chica tonta y manipulable.

—¡Cállate, maldita sea! —gritó.

Quizás me lo esperé, aunque realmente me sorprendió. Damián avanzó hacia mí y me aventó contra la pared, acorralándome. Me puso una mano en el cuello y respirando como un animal rabioso y salvaje me miró a los ojos.

Un par de lágrimas se me escaparon, pero no forcejeé.

—La verdad nunca será la que quieres escuchar —habló. Su voz salía áspera, extraña, y bajo su piel las venas brotaban oscuras—. Tenías que haberte ido cuando iban a matarme, porque nada más así te habría dejado ir. Yo te quise dejar ir, Padme, pero te quedaste. Y si te quedaste... Tú lo escogiste. Siempre escogías permanecer, ¿lo ves? Lo querías tanto como yo. Querías que te corrompiera, que te ensuciara el alma, que te hiciera como yo. Y así fue porque mataste, lo hiciste. —Se relamió los labios y sonrió de una forma retorcida—. Eres mi asesina.

A pesar de que su mano apretaba mi cuello, pude hablar:

—Hice cosas terribles, fui en contra de mi moral, maté a un hombre, me alejé de mi familia, perdí a mis amigas... —expresé. Cada palabra me hacía arder y punzar la garganta—. Por ti. Y tú me mentiste.

—No... —emitió, alternando entre la risa y el dolor que posiblemente sentía debajo de la piel—. Yo siento esto desde la primera vez que te vi, y creció con cada visita que hacías a mi casa. Lo sentía cuando te veía por la ventana, o en el instituto, lo sentía con mucha fuerza. Quería tenerte, Padme, controlarte, saber que te interesaba, que despertaba algo en ti, y sabía que era insano, que era peligroso, pero entonces más quería sentirlo. Yo quería ser tu mundo entero, incluso si necesitaba hacerte temer —habló, pausadamente, como si cada frase le doliera—. Y sé que lo que quieres oír es que esto es amor, pero no lo es, porque muchas veces soñé con tenerte así y luego no tenerte más, con rodearte con mis manos hasta arrancarte la vida. —Proferí un quejido por el apretón que le dio a mi cuello—. Lo que yo siento por ti jamás podría ser bueno, ni sano. Te mataría con gusto, con ganas, porque lo deseo desde que era un niño, pero la verdad es que luego sufriría por eso, y luego no más, y luego de nuevo sí, y así estaría por siempre. —Cerró los ojos y cuando los abrió un hilillo de sangre brotó de su lagrima—. Te has metido tanto en mí, Padme, que nada te haría salir, nada. Y eso no es amor, es un sentimiento terrible que me consume lentamente. Un sentimiento mejor, más puro.

Intenté tragar, pero no pude. Su mano me comprimía la garganta. Su cuerpo era enorme comparado con el mío, y su rostro era espeluznante, hermoso y aterrador. Esa era la persona que yo quería y odiaba en ese momento, la persona que había querido a base de mentiras. La persona que me había dejado sin salida por pura crueldad.

—¿Por qué te quedaste? ¿Por qué, maldita sea? —Inclinó la cabeza hacia adelante y su frente golpeó suavemente contra la mía.

—Porque te amaba... —confesé en apenas un susurro agudo—. Siempre te he amado.

—Hice mi mayor esfuerzo, Padme, lo hago, tú sabes que lo hago —expresó rápidamente, apretando los ojos y los dientes con fuerza. Repentinamente, comenzó a sonar desesperado—. Pero no podré por siempre. En algún momento voy a ceder. En algún momento no me voy a aguantar y habré hecho lo mismo que hice con mi padre, lo mismo que tantas veces quise hacer con mi madre. No podré y te haré eso, ¿y sabes qué es lo peor? Que lo disfrutaré, que me gustará, porque la única razón por la que nunca dejé que nadie te lastimara, era porque deseaba hacerlo yo mismo. ¿Lo ves, Padme? ¿Lo ves ahora?

Lo veía, estaba segura de que todo lo que decía me aterraba, pero en ese mundo en donde ya había perdido la vida, en donde ya no podía regresar con mis padres, en donde había hecho lo peor que se le podía hacer a alguien, ¿valía la pena vivir? Damián no sentía amor, y quizás yo tampoco.

Nada de eso era amor. Nunca lo fue.

—Podemos estar juntos para siempre —propuso y soltó una risa muy extraña—. Ya no temes matar, ya no eres tonta, ya no eres tan manipulable. Ahora podemos hacer de esto algo más entretenido.

—Tú y yo no merecemos ser felices... —dije como pude. Elevé una mano temblorosa, la puse sobre su pálida mejilla y mis dedos tocaron la sangre que como una hermosa línea se había deslizado hacia el borde de su boca—. No sabemos amar, no sabemos lo que es la felicidad, somos... nada.

—¡Somos todo! —rugió, apretando más mi cuello. Su rostro por un instante se tornó borroso, pero luego se aclaró—. Esto no tiene que ser amor, no tiene que ser nada más que permanecer uno al lado del otro, que sentir la sangre juntos, que hacernos daño. Te gusta este daño, Padme, siempre te gustó. ¿Quién puede decirnos que está mal? ¿La maldita sociedad? ¿La hipócrita moral? Me cago en ellas.

Suavizó un poco el agarre y atrapó mi boca en un beso, uno muy intenso, uno que sabía a muerte y a ahogo. Me mordió los labios hasta que la boca me supo a sangre y sobre ellos susurró:

—No te voy a dejar jamás... Mi asesina. O estás conmigo o estás muerta.

—Quizás esto estaba destinado a terminar así, a morir por amor —pronuncié a pesar de que estaba apretándome el cuello mucho más fuerte—. No haremos daño nunca más.

Se quedó quieto cuando la misma daga que me había regalado atravesó su estómago. Sus ojos se abrieron tanto que parecieron a punto de salirse, y aunque emitió un extraño quejido, elevó la otra mano y apretó mi cuello con las últimas fuerzas que le quedaban.

Había algo en el aire. Chispas. Eran chispas. Partículas pequeñas que poco a poco se iban haciendo borrosas. Se inclinó hacia adelante, colocó sus labios sobre los míos y las chispas fueron muchas más.

Partículas blancas, partículas de sangre, partículas de un amor desvaneciéndose por lo mismo que lo había unido: el miedo de morir.

Quizás, antes de cerrar los ojos escuché la risa de una pequeña. La risa de tres pequeñas. La risa de la ingenuidad, y luego la ingenuidad corrompida por un misterio.

Qué tonta había sido esa niña.

Qué oscuro había sido ese misterio.

Qué amor tan enfermizo había sido aquel.

Una obsesión llamada Damián.

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Muchas gracias por leer mis historias. ❤ 

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