Especial 9/9

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Antes de leer... Nota actualizada a marzo 2018: este especial puede considerarse un final alternativo para quienes quieran tomarlo. No obstante, continúa abierto de acuerdo a su interpretación. Si tengo noticias, pronto se las estaré dando por estos medios. Muchas gracias por quedarse, comentar y querer la historia que no sería nada sin ustedes. Los quiero un montón a todos los que me leen y a los que han sido fieles desde el inicio. Gracias por sus mensajes, su apoyo, sus críticas y sus comentarios porque todo me ayuda a mejorar. Fue un honor escribir para ustedes. Recuerden que pueden pasar por mis otras historias. ¡Feliz cumpleaños a los que nacieron este día! ¡Tengan una buena lectura y una magnífica Cacería!
***Este especial no está editado así que puede contener errores. Lo subí en el 2016 así que podría no concordar con la nueva edición. Solo decidí subirlo porque lo mencionan a cada rato y crean confusión. NO me saturen de mensajes diciendo que tampoco entendieron. Y NO hagan pdf. Besitos.

9 de septiembre de 2017.

Sur de Senfis.

Los estudiantes del instituto de Senfis, lanzaron sus birretes al aire.

Resonaron una multitud de exclamaciones de emoción y alegría, un montón de silbidos muy acordes al ambiente de celebración. Entre todos los estudiantes, Padme, enfundada en su toga no emitió sonido como los otros. Solo sonrió ampliamente y eso le bastó, como también le bastó avanzar hacia su madre cuando los demás corrieron eufóricos hacia sus familiares para lanzárseles encima. Ella no lo hizo únicamente porque sabía que ese entusiasmo llegaría solo. Claro, porque su familia, como todo en su vida, era distinta a la del resto de los presentes en los jardines del instituto.

—¡Felicidades, amorcito! —exclamó su madre apenas se acercó para apretujarla y envolverla en un abrazo de oso. La mujer lucía su mejor vestido color blanco y parecía una versión más madura y avejentada de la propia Padme—. ¡Mírate, graduada! Estoy tan contenta, Padme, y tan orgullosa como también lo estaría tu padre. Él estaría tan feliz...

Prefería no acordarse, pero desde el día anterior sabía que iba a ser inevitable que su madre no fuera a mencionarlo en la graduación. Apenas seis meses atrás había muerto su padre en un accidente de auto, la mañana en la que había salido apurado porque se le hacía tarde para el trabajo. Había sido tan dura la perdida que por esa razón habían tenido que abandonar Asfil para residenciarse en Senfis que quedaba al sur del país pero que a ella le parecía el final del mundo. Senfis no era un feo lugar, pero sí muy caluroso y repleto de tierras y ranchos que no le agradaban en lo absoluto. Pero su madre estaba sobreponiéndose y eso era lo que importaba. Sin embargo, extrañaba muchísimo a su padre, más que eso, extrañaba mucho su vida anterior, la vida que con horas de terapia le querían hacer olvidar. Pero no podía, Padme no podía olvidar tan fácil.

—Lo sé, estaría muy contento —respondió, manteniendo la sonrisa.

—¡Pero no nos pondremos tristes ahora! —dijo su madre, tomándole las manos y apretándolas con suavidad. Ella parecía más afectada, aunque trataba de disimularlo—. Quiero darte lo que te has ganado. Estuvimos... tu padre y yo estuvimos ahorrando bastante para eso, y él quería dártelo, así que considéralo más un regalo de su parte, ¿de acuerdo?

La mujer sacó algo del bolso rojo que le colgaba elegantemente de un hombro. Un segundo después, Padme reconoció una llave.

—¡¿Un auto?! —se le escapó por la sorpresa. Estiró la mano y cogió la llave—. Mamá, no... esto es...

—Lo que te mereces —le interrumpió ella con los ojos humedecidos. Padme observó la llave con asombro y luego reaccionó. Le dio un abrazo muy fuerte a su madre.

—Gracias, gracias a ambos.

—Ambos te amamos, Padme, y aunque él no esté, haríamos todo por verte feliz. —Ambas se apartaron—. ¡Pero ve a probarlo, da un paseo!

—¿Yo sola? —preguntó con cierta duda y aún más asombro.

—¡Por supuesto! Te esperaré en casa, llega a las seis. A las seis en punto, por favor.

Durante el tiempo que transcurrió desde que pasó «aquello», su madre la acompañaba a todos lados sin excepción alguna, incluso a las clases en el instituto al que pudo ser transferida, pero ese día la dejaba ir sola. Sola. Y Padme pensó, todavía entre su sorpresa, que quizás se había acostumbrado a andar acompañada, porque se imaginó yendo sola a algún sitio y la duda la atacó, toda esa duda que las terapias también querían hacerle olvidar. Pero era capaz porque antes lo había hecho y hacerlo ahora no podía ser diferente. Aunque ella era diferente... ¿o no?

—Sí, a las seis, sí, ahí estaré. ¡Gracias! —dijo rápidamente.

—¡Está aparcado detrás del nuestro! —gritó su madre mientras la veía alejarse por los metros de grama que conformaban el jardín de la institución.

Corrió hasta la acera y se detuvo para examinar la fila de autos de distintas marcas y tamaños que estaban aparcados. Ubicó el de su madre y justo detrás de él observó el que ahora era suyo, uno pequeño, hermoso, gris y no tan nuevo ni tan viejo que ante sus ojos lucia perfecto. Fue hasta él, abrió la puerta y se introdujo en un santiamén. Su reflejo en el espejo retrovisor la recibió antes que nada. No parecía ella y como cada vez que se miraba, le desagradó, pero no se concentró en eso porque su cambio radical de apariencia se había debido a la petición de su madre de ir a la peluquería juntas, y como había estado tan deprimida, quiso complacerla. Ahora tenía el cabello hasta por la línea del cuello, castaño casi rubio y eso aclaraba totalmente los rasgos de su cara, incluidas esas cejas más finas que probablemente eran el punto que lo diferenciaba todo. Alejó los pensamientos relacionados a su apariencia y se enfocó en el auto. Adentro olía a cuero, a nuevo y a felicidad, una que intentó mantener hasta que posó las manos sobre el volante y su mente se volvió un caos de recuerdos.

Lo recordó todo como siempre: a ella pasando por una acera parecida fuera del instinto de Asfil, a él llegando a clases cada mañana y a ella en el asiento trasero de un reluciente convertible negro junto a los demás, yendo a un lugar que para ese momento se le antojaba terrorífico. Y cerró los ojos, inhaló hondo y trató de recordar las palabras de su terapeuta que en realidad era un psicólogo o un psiquiatra pero que su madre prefería llamar así, como si eso pudiera aliviar el hecho de que obligarla a verlo ya la hacía sentir...

¿Demente? ¿Loca? ¿Esquizofrénica? No tenía nombre. Lo que ella padecía, que le habían dicho que era un padecimiento que podía confundirla, no tenía nombre aún, o quizás no quería dárselo porque muy en el fondo sentía que no se trataba de eso, porque por encima de ese fondo ella sentía que no se trataba de enfermedad, ni de terapia, ni de alucinación, sino de realidad. Pero en un inicio, antes de que su madre la obligara a asistir a la terapia, cuando trató de comprobar que sus suposiciones eran ciertas, solo encontró señales de que no lo eran.

En primer lugar, en su álbum no había ninguna foto de aquella persona llamada Eris, ni de esa otra persona llamada Alicia, y al parecer, nadie las conocía. Pero ella las conocía, o al menos las había conocido y también las recordaba: sus rostros, sus voces, sus ocurrencias. Entonces, ¿cómo todo había desaparecido? Se negaba a pensar, aunque fingía que ya no lo pensaba, que todo había sido una mentira. Sin embargo, sabía cómo actuar, sabía responder como se suponía que debía responder y darle a entender a los demás lo que debía darles a entender. Parecía cuerda, se sentía cuerda, y más que eso se sentía inteligente y astuta. ¡Pero como no lo había sido! ¡Al descubrir aquel mundo qué estúpida y temerosa había sido! ¡Y ni hablar del tiempo que había perdido!

El tiempo en el que pudo haber hecho tanto con él, con Damián.

Damián, el Damián que era su vecino desde que tenía memoria, que permanecía callado, que emanaba misterio y a su vez demandaba ser descubierto. Damián el asesino, el muchacho de piel blanca cuyos lunares contó una noche, cuyos ojos eran tan negros como las chaquetas de cuero que solía vestir, cuya frase favorita pudo haber sido: «eres tan ruidosa...», cuya actitud indiferente y fría a veces dolía, y cuyas acciones eran egoístas y macabras. Ese Damián, ese que la salvó, la amenazó, la acompañó, la besó e incluso le hizo el amor. Ese no podía ser una mentira.

Porque todavía recordaba el día en el que se grabó en su memoria para siempre:

Desde el momento en que las manos de Damián la desnudaron sin sutileza, despojándola de cualquier asomo de control y juicio que pudiera tener, entendió que el acto no sería romántico, ni común, pero sí especial. Ella estaba sobre él y eso le permitió, al ya incontrolable muchacho, apretujar cada parte escandalosa de su cuerpo como sus pechos, sus muslos y sus nalgas. Padme todavía recordaba cómo él había mordido sus labios con fuerza, pero no tanta, y luego también había mordido las partes más carnosas de su anatomía. Todavía recordaba los dedos de Damián haciéndola suspirar, mezclándose con sus fluidos, enrojeciendo su piel, y sobre todo recordaba las embestidas violentas, lentas y luego más rápidas y luego más suaves que le causaron un placer inigualable cuando él por fin decidió acabar con esa llama ardiente que los quemaba a ambos. Todavía lo recordaba expuesto, despojado de su ropa, guapo, despeinado y jadeante entre la oscuridad y la luz que entraba por la ventana. Todavía lo recordaba cálido, fuerte, emanando un aroma masculino y embriagador producto del deseo, los gemidos y el frenético y salvaje ritmo que llevaba. Lo recordaba apasionado y sin una pizca de cuidado, pero con un mortal y erótico control sobre lo que hacía en cada deliciosa posición. Todavía, después de la maldita terapia, después de obligarse a pensar en otras cosas, ella recordaba a Damián haciéndole el amor y diciéndole al oído con la voz ronca y llena de excitación que era suya, que le pertenecía, que solo él podía tocarla a su antojo, manipularla y devorarla. Todavía sentía su sabor, la humedad, el sentimiento profundo que eso había despertado y el amor... el amor que le tenía. Entonces no entendía, de ninguna jodida manera, de qué modo se había esfumado todo.

Incluso trató de aceptarlo, contempló la posibilidad de que realmente estaba loca, pero no pudo y no se rindió. Antes de mudarse visitó las casas de las que antes habían sido sus amigas, pero en ellas no halló a nadie. Se encontró con que una había sido vendida y en la otra los dueños habían emprendido un largo viaje. Eso no le aclaró nada, la dejó en el mismo y confuso lugar, por lo tanto, quiso investigar más yendo a la cabaña del bosque, pero su madre no se lo permitió, siempre estuvo cerca, además, los medicamentos recetados la dejaban tan absorta, tan débil, tan somnolienta y pasiva que eso frustró muchos de sus planes, todos para tratar de llegar a la verdad.

Pero quizás no había verdad.

O quizás no había mentira.

Solo había algo: las preguntas y las respuestas que probablemente solo se encontraban en Asfil, al que no pudo regresar porque no podía salir por su propia cuenta; pero como ahora estaba sola parecía la oportunidad perfecta para darle un final al martirio en el que se había convertido la confusión que traía desde hacía un año. Debía ir a Asfil, debía visitar el lugar representado como el final, ese en donde todo había terminado: su amistad con Eris, la manada y la poca pureza que le quedaba. El lugar en el que había descubierto a los asesinos, el sitio en el que había nacido. Y fuera lo que fuese que encontrara ahí, mucho o nada, nada o mucho, lo aceptaría y con ello cortaría el único hilo que aún la ataba a Damián y su mundo. Porque si continuaba así, confundida, entre una realidad y otra, no podría seguir viviendo y ella quería vivir, sí que quería vivir.

Encendió su nuevo auto y tomó la calle principal, recordando que la persona que le había enseñado a conducir había sido su padre a los dieciséis años, evocando ciertos momentos felices, todos antes de Damián y ninguno después de él. No era que con él nunca fuera feliz, en realidad esa no era la palabra para representar lo que había vivido con el muchacho, pero podía separar su vida en dos momentos: antes y después de él; y el antes había sido mucho más bonito con sus padres, sus amigas y la vida que creía normal. Por eso le gustaba recordar ese antes a veces, tanto como le gustaba recordar el horrible y no tan horrible después. ¡Y qué cansada estaba de que su vida se tratara de solo rememorar!

Tenía que acabar con ello.

Conocía el camino que se le hizo muy largo. Era obvio que no llegaría a casa a las seis, pero no le importó en lo absoluto. Era la primera vez después de mucho que salía sola y la aprovecharía. Se sintió bien estando lejos de todo: de los medicamentos que le decían que debía tomar, de la terapia, de su madre, de su triste habitación y del caluroso Senfis. Condujo las horas que se le asemejaron a aquel día gris y lluvioso en el que el extrovertido Poe condujo rumbo a la mansión Hanson, y recordó entonces lo mucho que también la había marcado el rubio. Se acordó de sus chistes con doble sentido, de su insistencia sexual, de la elegancia marcada en su ropa y soltó una que otras risas nostálgicas por eso. Ahora estaría en Europa haciendo quien sabía qué cosa, matando a quién sabía cuantos y dejando huella en los que podían conocer su secreto. Los extrañaba a todos, a Archie y a Tatiana, que de seguro ya estaría bien, aunque sin poder caminar, pero bien, siendo la prueba viviente de que un asesino y una presa podían amarse entre la disfuncionalidad y la toxicidad de ese sentimiento. Ellos habían tenido la suerte que ella no, ¿por qué? ¿Acaso ella no había amado tanto a Damián como Tatiana a Archie y por eso no lo merecía? No, por supuesto que no. Lo amaba incluso más, incluso cuando amar significaba morir.

Pronto comenzó a llover, como si Asfil advirtiera su llegada, aunque ese tipo de clima era típico allí. Las carreteras se empaparon y se tornaron resbaladizas, y por un instante mientras Padme conducía, le pareció ver un resplandor brillante en medio de ella como un aro que atravesó a toda velocidad. Pero había sido solo un destello, nada más. Se relajó en el asiento como nunca antes se había relajado y se sintió cómoda con los vidrios empañados, las nubes ennegrecidas y el olor a tierra mojada que entraba por el pequeño espacio que había dejado abierto en la ventanilla para que no les cayera el chaparrón a los asientos. Quería regresar, quería vivir de nuevo ahí, pero no podía.

Pasó el tiempo que no disminuyó la tormenta. Asfil y Senfis se separaban por cinco horas que parecieron el triple con cada kilómetro que dejaba atrás. Su teléfono de repente sonó en modo de alarma recordándole que era hora de tomar dos de sus pastillas, pero no iba a hacerlo, así como no lo había hecho esa mañana, aunque su madre se las entregó. En realidad, llevaba cuatro días sin tomarlas, solo ejecutando un truquillo de meterlas bajo su lengua para simular que era obediente, y sentía bien, alerta, sin esa incomoda pesadez en el cuerpo que le exigía mantenerse quieta como si solo fuera un cuerpo sin mente. Sabía que su madre quería lo mejor para ella, que su supuesto padecimiento no la alejara de la realidad, pero Padme no deseaba estar ausente, no más.

Cuando divisó el cartel de: «usted está entrado a Asfil, sea bienvenido», su cuerpo se estremeció. Padme apretó con fuerza el volante e inhaló hondo. No faltaba nada, nada, estaba ahí en el lugar al que pertenecía, del que una vez tuvo oportunidad de escapar pero no lo hizo. No lo pensó dos veces y condujo hacia su antigua casa. Le tomó unos diez minutos, así que justo al aparcar frente a la acera permaneció quieta en el asiento, observando con inquietud el lugar en el que antes de mudarse habían dejado un cartel de «se vende» que ya no estaba. ¿Acaso habían comprado la casa? ¿Cuándo? Su madre había prometido avisarle, pero no lo había hecho. Se inclinó para ver a través de la ventana repleta de gotitas y no observó ninguna luz encendida.

Entonces abrió la puerta del auto y el salvajismo de la lluvia la empapó en un santiamén. La ropa se adhirió a su cuerpo, sin embargo, no corrió. Avanzó tranquilamente hasta la entrada y tocó un par de veces. Aguardó, pero nadie acudió. Tocó de nuevo y al no obtener respuesta colocó la mano sobre la manija, la impulsó hacia adentro y la puerta, su puerta, cedió ante ella y se abrió. Inspiró hondo y entró. El pasillo estaba iluminado solamente por la luz diurna que irrumpía desde afuera, y lo demás que ahora eran espacios vacíos en los que una vez estuvieron sus cosas y su vida, se hallaban sumidos en una ligera oscuridad. Continuó hasta las escaleras y subió los peldaños, deslizando la mano por la barandilla cubierta por una delgada capa de polvo. Ya en el segundo piso, todo era silencio espeso y olor a encierro, casi a olvido. Caminó por el corredor, se situó frente a la puerta de su habitación y justo cuando entró el lugar se le antojó como era antes, con la cama, el armario, la alfombra, todo en su lugar, y no supo si fue su mente o ella misma que quiso verlo así, pero de nuevo era de noche, ella despertaba y una silueta oscura se encontraba sentada en el borde de la ventana. Lo vio a él ahí, como aquel día y escuchó su voz:

—¿A dónde piensas irte, Padme?

Pero era un recuerdo, como todo. La verdad era que la habitación estaba vacía, que olía a polvo y a encierro y que no había nadie además de ella, pero... sí había algo. Una chispa de algún sentimiento que no pudo identificar le recorrió la espalda, porque en el centro de todo, en el suelo, había un rectángulo de papel sobre el que morían las débiles luces del cielo nublado.

Una carta.

Se apresuró a cogerla y apenas sus dedos palparon el papel supo que no habría psiquiatra en el mundo que pudiera hacerle creer que eso era producto de su imaginación, porque ella estaba tocando la carta y era tan real como la emoción que estaba experimentando. Leyó las letras escritas en el sobre:

«Para cuando decidas regresar».

¿Sería posible que fuera...? Inhaló y exhaló ruidosamente al mismo tiempo que el corazón comenzó a latirle con fuerza. No había miedo ni confusión, sino una emoción enorme la que hacía temblar sus dedos, porque por primera vez después de tanto, había algo completamente real en sus manos, algo que podía ser una pista o una respuesta... algo del mundo que le querían hacer olvidar. Antes que nada, acercó el sobre a su rostro y el inconfundible olor masculino la inundó, ese olor que no podría borrarse de su memoria jamás. Sí, efectivamente tuvo que haber sido de Damián, él tuvo que haberla dejado ahí. Así que, primeramente, decidió que fuera lo que fuese que hubiera en ella no iba a confundirla más, sino darle lo que necesitaba.

Sacó la carta sin cuidado mientras todo su cuerpo temblaba de manera nerviosa. La extendió y, finalmente, leyó:

Jamás fui bueno escribiendo, nunca he considerado que eso me vaya a servir para algo, porque, de hecho, siempre he pensado que no necesito ni siquiera hablar cuando lo más importante para mí no requiere de palabras sino de acciones. Así que si escribo es porque este será el único modo de comunicarme contigo cuando decidas buscar respuestas. Sé que las querrás, porque primero: eres muy terca y muy tonta; y segundo: será inevitable que tu mente, si es que despierta, te exija explicaciones.

Te preguntarás entonces qué fue lo que pasó antes de que despertaras en tu casa. Bien, te lo explicaré. Después de que hicimos lo que hicimos, que por cierto estuvo muy bien, te quedaste dormida y permaneciste así por muchas horas más porque le pedí a Anie que pusiera un sedante en tu comida. Necesitaba que perdieras la consciencia porque solo así sería más fácil hacer lo que debía hacer. En primer lugar, te pido que no explotes, no hagas drama ni armes un escándalo. No lo planeé yo solo, mi egoísmo jamás me lo habría permitido. Poe, Archie, Tatiana e incluso Gea, la dirigente, me ayudaron.

Justo después de que todos se enteraron de que Hanson quiso asesinarnos por haberte incluido en nuestra manada sin haber nacido el nueve del nueve, se armó un desastre en la cabaña que terminó en protestas porque muchos estaban en contra de la exclusión, mientras que otros estaban a favor de ella, lo cual fue catalogado por los dirigentes como una división muy peligrosa para la supervivencia de nuestra especie. En pocas palabras, Padme, tú desataste un revuelo entre asesinos desquiciados que ahora no pueden verse sin agredirse. Lo gracioso podría ser que resultó que no solo nosotros ocultábamos a personas ajenas a este mundo como parte de nuestras manadas, los demás también lo hacían rompiendo así cada una de las reglas. Debido al caos generado, Gea me llamó incluyendo a Tatiana, Archie y Poe que nunca se fue a Europa, y nos reunimos para hablar sobre ti, decidiendo que no pertenecías ni pertenecerás a este mundo, por lo tanto, lo mejor sería hallar una solución rápida. Me pidieron elegir entre alejarte de nosotros o permitir que ellos, en un acto público parecido a la Cacería, te asesinaran. Como te dije aquella noche, jamás accedería a que alguien que no fuera yo te pusiera una mano encima, por ende, nos vimos obligados a actuar de forma abrupta para poder salvarte. Teníamos que separarnos para que pensaras que todo había acabado cuando en realidad estaba empezando y empeorando; y luego debíamos hacerte creer que nada había existido. Pero mucho más importante, debíamos incluir a tus padres. Hablar con tu madre fue lo más complicado, hacerla entender casi acaba con mi paciencia, incluso quise estrangularla, hasta que finalmente tu padre cedió y logró convencerla de ayudarnos, de ayudarte para siempre. Con mi madre fue más fácil, ella accedió a irse y abandonar la casa porque nada le costaba no objetar ante ninguna de mis exigencias. ¿Y la anciana? Nos las arreglamos para que dijera lo que tenía que decir. De esa forma parecía estar todo resuelto, tu madre eliminaría cualquier rastro de Alicia y Eris a tu alrededor y luego te obligaría a ver a un psiquiatra, pero entonces tu padre murió y no en un accidente como seguro has de creer, sino por culpa de Hansom que ordenó que lo asesinaran.

Precisamente hoy que escribo es su funeral y te he visto devastada, aunque tú no me has visto a mí. Quizás no comparto el sentimiento de dolor por la pérdida ni lo compartiré nunca, pero Tatiana me ha dicho que como mínimo debería darte palabras de aliento por aquí si no puedo acercarme. Lamento su muerte, aunque la misma me ha hecho entender que Antonius está más cerca que nunca y que su propósito no sería únicamente matarte, sino capturarte para desatar la peor de las guerras entre los del noveno mes.

Sobre Eris no sabemos absolutamente nada, pero suponemos que ha de estar conspirando junto a él en algún lugar. Probablemente no lo comprendas, que estés enojada, pero conservar esta especie es el objetivo principal del plan de Gea, no del mío. Mi plan que, aunque está ligado a ese, en un inicio fue distinto, tan distinto como lo que despertaste en mí desde la infancia. No creo que llegue a existir otra persona a la que pueda atarme como lo hice contigo y tampoco creo que pueda haber alguien en este mundo por quien reprima mi deseo de matar, aunque sea una noche.

Recuerdo que ese día me dijiste que me amabas y que yo no pude decirte lo mismo. Puede ser cierto que no te amo ni te amaré, porque quizás mi manera de amar es esta obsesión toxica de la que acabo de alejarte y que nunca terminará. Es posible que para cuando leas esto, Antonius me haya atrapado y matado, o es posible que todavía esté rondando Asfil como una sombra; en realidad nada es seguro, solo una cosa: me perteneces y me pertenecerás siempre, y la manda siempre seguirá siendo la manada y tu formarás parte de ella como el hijo bastardo que se acoge en una familia rica. Buena comparación, ¿eh? De acuerdo, antes de finalizar, Poe me ha pedido que agregue unas palabras de su parte. No dejaré que las escriba él mismo para que la hoja no se convierta en un lienzo de penes y pechos, pero te pondré exactamente lo que dijo con una expresión que seguro te has de imaginar: "Jamás te olvidaré, pastelito, ni tu aroma a virginidad, ni el amor secreto que seguro sentiste por mí pero que no quisiste demostrar para no hacer sentir  mal a Damián, ni lo valiente que fuiste cuando cualquier miserable humano se hubiera acobardado o suicidado. A pesar de todo eres de las nuestras, y esto nunca te lo dije, pero tienes un culazo que deberías aprovechar, ¿o sí te lo dije? De todos modos, me agradaste". Tatiana y Archie también me han pedido que te diga que fue un honor matar contigo, y especialmente Archie quiso enfatizar que si fueras una heroína de Marvel no serías ninguna de las que ya existen, sino una nueva que él ya ha pensado para hacer un comic que de seguro no sale nunca de su sótano.

Entonces, con esta carta no te estoy pidiendo nada, ni que te mantengas al margen ni que no me busques, todo lo contrario, con ella te estoy dando las respuestas a las dudas que posiblemente te han atormentado o te han hecho creer que el que tuvimos no fue un buen final. Tu vida me la entregaste aquel día que me seguiste hasta la cabaña y como no logré convertirte en lo mismo que soy, como logró prevalecer tu aburrida humanidad, te la regreso enteramente. Ahora que hemos tomado caminos distintos, tú decidirás cuando morir, pero sobre todo decidirás cómo termina esta historia tan disfuncional.

Así que, en cuanto a mí... si existí o no dependerá de lo que quieras creer.

Tuyo, para siempre tuyo desde la primera vez que tocaste a mi puerta,

Damián.

***

31 de diciembre de 2016.

Bosques de Asfil.

El reflejo de la luna sucumbía sobre el metal que sostenían. No había momento más hermoso que aquel en el que la noche producía algunos destellos intermitentes sobre cada cosa que no fuera naturaleza, pero cuando lo hacía sobre el lago, al pie del que se encontraban dos figuras altas y esbeltas, el ambiente se tornaba tranquilo, puro e infinito, tanto como a ambos les habría gustado permanecer siempre. Una de las cosas que caracterizaba a los del noveno mes, era el extremo apego hacia lo que siempre habían conocido, así que esas tierras, esas aguas, esos árboles, ese cielo mayormente nublado, era su hogar y sería su tumba. El silencio, en esos momentos, se rompía por culpa de algunos grillos o de los saltos de algunos conejos, pero por un instante se interrumpió gracias a una voz áspera, suave y sigilosa como el mismo emisor:

—¿Poe?

—¿Sí, Damián?

—¿Crees que hicimos lo correcto?

—Amigo, jamás habíamos hecho algo tan correcto.

El silencio volvió a reinar. Damián se llenó de una calma nunca antes sentida, tan grande que relajó su cuerpo. Se sintió parte de las sombras, ya que siempre había sido parecida a una. Quizás todo él con su negrura y su mutismo era simplemente eso y claro que no estaba mal, ¿qué había de malo en no ser nadie, pero de repente ser mucho? Él representaba el vacío y la soledad que en un segundo podía simbolizar la muerte. Le gustaba, por supuesto que sí. No hubo momento de su vida en el que Damián se sintiera arrepentido de lo que era, ni que odiara su naturaleza y menos que quisiera cambiarla. Él era eso y a pesar de todo, de lo repugnante que resultaba, alguien lo había amado así tal cual y agradecía por ello. Probablemente en otras circunstancias, pensó, las cosas habrían sido diferentes, todas muy buenas. Supuso que, si él hubiera nacido un día antes del nueve o el día después, habría sido distinto, normal, un asqueroso humano cualquiera con sentimientos comunes que fácilmente podría llegar a amar, pero esas nada más eran conjeturas, no la realidad en donde solo podía hacer suposiciones, aunque entre todas estaba totalmente seguro de algo: que jamás olvidaría a una muchacha de cabello negro, ojos temerosos y al mismo tiempo valientes, llamada Padme; y por supuesto, que jamás dejaría de fantasear con el día en que la viera morir en sus brazos, porque entonces él moriría después junto a ella.

—¿Damián?

—¿Sí, Poe?

—¿Moriremos esta noche?

—Amigo, jamás habíamos estado tan cerca de la muerte como ahora.

—Entonces, fue un placer matar contigo, hermano.

—Claro que lo fue, hermano.

Damián y Poe se dieron vuelta y esbozaron una sonrisa amarga que en cada uno se diferenciaba, pero que al mismo tiempo entre la oscuridad era semejante. Ahí estaban, tan distintos pero leales a sí mismos que eso los había unido y los uniría hasta la muerte. Apretaron con fuerza las armas en sus manos: un tubo y un bate envuelto en alambre de púas, que eran la primera opción mientras que la segunda les colgaba de la espalda en un amarre improvisado: un par de hachas. Observaron la extensión del denso bosque que tenían en frente y en unos segundos avistaron un punto de luz naranja perteneciente a una antorcha que poco a poco se convirtió en muchos puntos más. A medida que los miembros de la cabaña se acercaban, esos que estaban en contra de la inclusión y por ende en contra de ellos, Damián contó dos, tres, cuatro, seis, nueve, doce y luego decidió no contar más cuando el número se agrandó. Eran los suficientes como para que lo que venía se transformara en una matanza, así que, justo cuando el reloj dio las doce y en el pueblo festejaron el año nuevo, y en Senfis una Padme sumisa gracias a los medicamentos abrazó a su madre frente a la mesa repleta de comida navideña, Damián y Poe los asesinos, los nacidos el nueve del nueve, los muchachos misteriosos que salvaron a una muchacha de una horrible muerte pero que de igual modo fantasearon con ella de una forma perversa, sostuvieron sus armas con ambas manos y frente a una multitud de homicidas furiosos dijeron juntos y al unísono cuatro palabras que marcarían el inicio o el final de algo:

—Qué empiece la Cacería.

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