𝗩𝗜. ━ Witchcraft.

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♛ 𝗩𝗜. BRUJERÍA ♛
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( 274 d.C. )





AL DORMIR, BRIELLA SOÑÓ CON SU HOGAR. Imponentes pilares y robustos muros de piedra amarilla, las vidrieras y estatuas de Roca Casterly. En sus sueños, el castillo era exactamente como ella lo recordaba años anteriores a la muerte de Joanna Lannister; cálido y lleno de luz. En esos sueños ella era una niña de nuevo, su familia estaba unida y el reino no amenazaba con arder en cenizas. En su sueño estaba feliz, lo más feliz que había sido en su vida.

Cuando despertó, la lenta comprensión de que esas cosas se esfumaron la dejó hueca.

Tuvo frío mientras se despertaba, entrecerrando sus ojos contra los arroyos de medianoche que se derraman a través de la solapa abierta de su ventana junto con el aire frío. Se sentó lentamente en la cama, pasando una mano contra su cara para frotar el sueño de sus ojos y acunar su palpitante cabeza.

Ser Arthur Dayne lo arrojó todo con el combate contra ella, como se esperaba de él. Y Briella tenía una corona de rosas amarillas en su soporte de cama como un cruel recordatorio. Porque, por supuesto, a los leones no se les daba bien perdonar.

Lann fue lo suficientemente astuto y generoso como para comerse la corona sin que Briella siquiera le indicara que lo hiciera. Cuando regresó de su reunión con Tywin y Jaime, si su tío gritando durante horas podría llamarse una reunión, encontró la corona entre sus dientes.

Briella lo había elogiado e incluso le permitió dormir en la cama a su lado.

Los domadores de perros se referirían a su forma de alabar esa conducta como una insensatez. ¿Cómo puede un león distinguir una corona de flores de la mano de un humano en un futuro? Una vez que un león tomaba sin permiso y se le premiaba por ello, ¿quién lo detendría? La respuesta era simple y relacionada con previas reflexiones: los leones no eran idiotas.

Briella tardó tiempo en darse cuenta de que no solo los leones, sino muy probablemente todos los animales que podían ser domesticados, sabían de simbolismos. Al igual que las personas, entendían el valor sentimental, conocían la diferencia entre el hambre de supervivencia y el hambre de alma. Cuando sintieron la amargura que tenía la domadora hacia las flores apretadas en su puño, lo supieron. Sin embargo, como depredadores, esperaron el momento para atacar.

Ella entendía a los animales mejor que cualquiera y por eso era una Domadora de Bestias.

Lann estaba descansando a su lado, extendiendo su cuerpo boca abajo a lo largo de la cama. Al dormir, su hocico en algún momento debió de rozarle el rostro. Y acostado en el suelo, Loren también estaba dormido con la panza hacia el cielo.

¿Estaba loca? Tal vez, pero aquella era la única Briella que conocía, la que había sobrevivido. ¿Eran los leones felices a su lado? Parecían contentos, pero siempre se preguntaba si ella lo era...

—A Melara la ha matado una bruja...

Una bruja. La palabra se desvió por su mente y se acordó. Todas las mujeres que eran capaces de lo imposible podían ser fácilmente llamadas brujas, incluso ella. Pero al menos Briella nunca sugirió la muerte de Melara.

La razón por la que Briella se conmocionó después de despertarse fue al darse cuenta de que Melara nunca volvería a disfrutar de una familia. La despojaron de la elección a una temprana edad. El padre de la doncella, Ser Tybolt Hetherspoon, había cedido a su única hija para que sirviera a la Casa Lannister, igual que él, y así pudiera relacionarse con la alta cuna del Oeste. Ser Tybolt pensó que era él quien se enfrentaba al peligro en su papel como caballero. ¿Quién pudo advertirle de que su hija estaba siempre al borde del peligro al servir a la insaciable Cersei Lannister?

Briella todavía sentía la picadura que atravesó su corazón cuando le dio la noticia a Ser Tybolt. El caballero sostuvo la cabeza en alto y no se estremeció en ningún momento antes de irse, incluso hizo una breve reverencia... Pero ella lo sabía.

Maggy la Rana, como la llamaban en Lannisport, era la mujer a la que Cersei había visitado y la que Briella pretendía visitar en busca de explicaciones. O mejor, el destierro. Bajó las escaleras de caracol y salió al pasillo después de cambiarse a su atuendo de caza, su espada escondida en su cinturón. Esta vez no tendría a nadie en su camino, nadie que la ralentizara en lo que planeaba hacer dentro del bosque. Especialmente ningún bebé como Stephen al que cuidar. Por desgracia, tenía que prescindir de sus leones para mantener el sigilo.

Briella recorrió los pasillos que sabía estaban desolados en ese momento, aunque la capucha de su capa todavía le cubría la cara por precaución.

Sin embargo, alguien más fue lo suficientemente inteligente como para descifrar las rotaciones de los guardias que Tywin había orquestado.

—¿Vuestro padre y sus caballeros os dejan salir a estas horas, Alteza?

Rhaegar giró la cabeza, las manos en alto.

—Lady Lannister —saludó con el mismo tono bajo y discreto que la leona implementó mientras bajaba sus manos a su cintura.

—Debemos dejar de encontrarnos en los pasillos.

Solo estaba tratando de hacer que la situación fuera amena porque ambos sabían perfectamente la razón por la cual no debían de estar merodeando.

—¿Realmente debemos? Sería una lástima.

—No voy a decir lo obvio. Así que, por favor, Alteza, regrese a sus aposentos

—No podía dormir... Quería explorar la ciudad.

—Intente dormir con más ganas.

—Es más simple decirlo que hacerlo.

—Rhaegar, lo digo en serio.

De repente, sonrió. Su sonrisa brillaba en la noche.

—¿Por qué estáis sonriendo? —Briella redujo sus ojos verdes, confundida cada segundo.

—Me llamasteis por mi nombre.

Sonrió como si esperara que ella hiciera lo mismo por inercia. Briella no se estremeció, demasiado enojada teniendo en cuenta que ahora el príncipe era un testigo de su escape de medianoche y por si fuera poco no estaba dispuesto a cooperar.

—Si sois así de terco... sígame. Sin reproches.

Su corazón estaba martillando al imaginar lo que una bruja podría hacerle si llegaba a encontrarla. Su meta era que la bruja se fuera, o al menos poder llegar a un compromiso para que no interfiriera con la gente del puerto. Lo más importante era que tenía miedo de que la bruja hubiera maldecido a Melara solo porque estaba aburrida. Lo último que alguien quería que hiciera una bruja era aburrirse y empezar a divertirse con la vida de los demás. Las brujas tenían ideas muy erráticas sobre lo que consideraban divertido.

Sin embargo, ya había llegado a un acuerdo con eso cuando decidió investigar y su corazón estaba cada vez más preocupado porque Rhaegar estuviera cerca. La leona se mordió el interior del labio para darse un dolor en el que concentrarse. Ella tenía que estar firme. Ella no podía vacilar, no cuando Rhaegar podía ver a la poderosa leona fracasar.

Ella miró hacia atrás, percatándose de que Rhaegar había dejado de moverse.

Simplemente estaba de pie, mirando la alfombra roja.

—Me desprecia.

—¿El rey? —preguntó, aunque ya lo sabía.

—La única razón por la que me dio una espada fue porque esperaba que me apuñalaran durante una pelea, esa es la única razón por la que me permite participar en los torneos. No para ganarlos —su voz sonaba ligera y conversacional, como si hubiera olvidado que aún estaba entre los vivos.

Su timbre fue igual que el que usó aquella vez que lo escuchó cantar con su arpa.

Briella esperó, insegura de qué decir. Era perturbador verlo así, comportándose como si no fueran parte de una dinastía que había hecho sangrar a los siete reinos desde su unión. Pero Rhaegar siempre le pareció un hombre melancólico. Incluso cuando sonreía delante de las multitudes. Tan absorto en esos pensamientos y en melodías que la hacían llorar...

Después de un momento, pareció volver a sí mismo.

Sus ojos se centraron en ella.

—Tu entiendes lo que se siente, ¿verdad?

Briella recordó a su padre a través de los moretones del combate que cubrían su piel.

—Estamos cerca —desvió.

Pasaron de pasillo en pasillo hasta que finalmente salieron por el antiguo pasaje que se usaba para traer a los leones de la roca desde el bosque.

—Vuelva antes del amanecer y mantenga su capucha alzada, Alteza. Su cabello os delata.

—¿Y a dónde va usted, si se me permite preguntar?

—¿Me está ordenando que se lo diga?

—Vos tenéis una espada en el cinturón. No estoy en posición de ordenarle nada.

—Un punto justo. Tan solo zanjaré un asunto con una bruja de los bosques, nada más.

—¿Una bruja de los bosques? Por lo general son inofensivas. Tienen algunos conocimientos de las hierbas y saben hacer de matronas, pero...

—Según mis caballeros, medio Lannisport ha acudido a ella en busca de consejo y pócimas. La gente del pueblo la llama Maggy y nadie sabe cómo llego, si los hechizo a todos para que aseguraran su estadía en Lannisport como algo de siempre.

—¿Maggy? ¿No querrás decir Maegi?

—¿Así lo pronunciáis vos?

—Yo no, particularmente. En Essos. Y si la bruja es foránea entonces su magia es magia de sangre, la forma más negra de hechicería... Hay quien dice que también es la más poderosa.

No era lo que Briella quería oír.

—Permítame que la acompañe —añadió.

Eso tampoco quería oírlo.

—No podría estar tranquilo si os dejo ir sola...

Era irónico pues todo el asunto de la bruja era culpa del mismísimo Targaryen.

Cuando vio al príncipe durante la bienvenida al Oeste al rey, Briella notó que Cersei estuvo a punto de ahogarse en la profundidad de sus tristes ojos. Qué feliz había sido aquel día tras ver a Rhaegar, de lo contrario no se habría atrevido a visitar la carpa de la bruja si no estuviera ebria de la emoción. Si iba a ser reina, ¿qué podía temer de una vieja? Dijera lo que dijera la vieja, planeaba ser la esposa del príncipe y ser reina. Su padre se lo había prometido y la palabra de Tywin Lannister valía tanto como el oro.

"Comparado con Rhaegar, hasta Jaime parece un cualquiera", reconoció Briella al detallar al príncipe frente a ella una vez más.

Su tío Tywin le había prometido a Cersei el mundo y la bruja debió revelarle que era una mentira.

Todo hubiera sido más sencillo si Rhaegar insistiera estar con Cersei tanto como insistía estar con ella. Pero Briella ya estaba comprometida, ¿acaso no aceptó un compromiso con Eddard Stark, asentado lejos de su Colmillo Dorado, para evitar que hombres interfieran con su deber? No existía manera de que el príncipe estuviera interesado en alguien como ella que desafiaba abiertamente la docilidad de una mujer al correr entre leones y blandir una espada. Nunca podría esperar ser amada por otro siendo así; su devoción estaba con los Lannister, su familia.

Además, odiaba a los dragones. ¿Hacía falta que lo escribiera en su frente?

—Soy consciente de todo lo que contiene el reino que no he visto —insistió—. Debo enfrentarme a la realidad para conocer las tierras que heredaré.

Briella bufó, quitándose su capucha.

—Mientras que no me estorbéis...

No había duda de que Rhaegar era un hombre hábil tras el torneo. Dos de sus tíos cayeron ante su lanza, al igual que una docena de los mejores justadores de su tío, la flor y nata del Oeste. Eran sus hipnotizantes ojos añiles y melancólicos, su sonrisa adolorida, lo que no quería que le estorbaran.

Caminaron por el bosque donde todos los árboles se inclinaban en la misma dirección, como si hubieran sido soplados por un fuerte viento desde que eran jóvenes. Conocía esos bosques mejor que la mayoría y con una breve descripción de los cazadores ya conocía el paradero de la bruja.

En algún momento de su juventud, después de la partida de Terrowin pero antes de la llegada de Tywin, Briella hizo el intento de escapar de sus padres durante una partida de caza, prefiriendo perderse en el bosque que perder su vida. Pasó una semana entera viviendo de las bayas silvestres y en algún momento terminó cara a cara con una manada de leones que la rodearon y luego la dejaron a sus cosas. Esos mismos leones fueron a los que la arrojaron durante Las Lluvias, y los mismos que domó para erradicar a su padre.

El día que los cazadores la encontraron fue el día en que recibió la primera cicatriz en la espalda. Su padre había tomado una espada, le había abierto una herida y dejó que se la curaran de inmediato porque la muerte habría sido demasiado fácil para escapar de él.

Fue la primera de muchas más cicatrices.

—¿Os duelen las heridas del combate? —preguntó Rhaegar—. No estaréis acostumbrada a tal trato.

—Mis leones me han golpeado con más fuerza que muchos caballeros presentes en el torneo —reprochó al quitar una rama de su visión.

—Entiendo. En caso de sentir dolor...

—¡No me duele nada! —exclamó de golpe para encararlo—. No soy una damisela.

—Lo sé, pero tenéis unas hojas enmarañadas en el cabello. Si me permite quitarlas.

Los dedos pálidos del dragón pasearon delicadamente por las hebras de su cabello, peinándolo con una caricia. Estaba concentrado en su esporádica tarea mientras la mano de Briella Lannister estaba a un toque del pomo de la espada. Sus adentros deseaban desenvainarla, de un tajo limpio cortarle la mano, pero muy dentro quería que la siguiera tocando con esa gentileza. Recordar un toque tan amable cerca de su rostro debía remontarse hace muchos años atrás...

—Briella... —se acercó con cautela, inclinando su rostro con inocencia. Estaban muy cerca.

Ese mismo rostro que odiaba, esos ojos...

—Briella —se separó, sus ojos bien abiertos. Con su índice señaló detrás de la rubia.

Ella escuchó el meneo de tela. Briella desenvainó su espada y giró en su mismo lugar. Delante de ellos, se había manifestado una carpa.

Una voz de graznido les habló desde el interior, su silueta levantando una mano:

—Os estaba esperando, pasen, pasen —alentó—. Niña, baja esa espada que te sacarás un ojo.

Se trataba de la bruja.

Después de compartir una mirada, siguieron la voz hasta el interior con la mayor cautela posible.

El interior de la carpa era una maravillosa amalgama de colores, aromas y texturas que los transportaron a un lugar totalmente diferente. Rhaegar sacó la cabeza y volvió al interior tras corroborar que no se estaba volviendo loco, y Briella se valió de su comprobación para deducir lo mismo sobre ella. La carpa desgastada del exterior palidecía con la acogedora y repleta casita de madera en el interior. Era tan cálida que al atravesar la puerta nuevamente se enfrentarían con el frío de la noche. Ahora, el fuego de la chimenea la hacía sudar.

El suelo estaba cubierto por una alfombra gruesa y desgastada, decorada con intrincados diseños que parecían contar historias antiguas. En las paredes, estantes de madera sostenían frascos y botellas de todos los tamaños, llenos de hierbas secas, cristales brillantes y líquidos de colores desconocidos. El aroma de las hierbas llenaba el aire, mezclándose con el perfume dulce de las velas que parpadeaban en candelabros de metal oxidado.

En el centro de todos los cachivaches esparcidos estaba un gran caldero burbujeante sobre un fuego alimentado por la nada, llenando el espacio con su chisporroteo y su aroma a especias exóticas.

Todo fue tan inesperado para Briella que comenzaba a dudar de su plan iniciar. Ahora, ¿cómo iba a espantar a la bruja?

—Hace mucho tiempo que no tengo el placer de conversar con la corona del reino.

—¿Sabe que soy el príncipe? —se sorprendió

—O simplemente te vio el cabello —obvió Briella en un intento por mantener el control.

—No le hagas caso —miró al Targaryen con una sonrisa misteriosa que revelaba apenas un par de dientes desgastados—. Reconozco la sangre de dragón, al igual que a un domador de leones. Diganme, ¿esperan una lectura de mi parte?

—En realidad, esperaba que —carraspeó Briella—, usted pudiera abandonar Lannisport.

La bruja asintió con solemnidad, como si hubiera esperado esas palabras.

—Con tu sangre solo basta con que llames mi nombre y acuda a ti. ¿Enserio harías que esta pobre anciana busque otro hogar? —advirtió con voz suave—. La Madre y la Anciana estarían decepcionadas de tu comportamiento.

—Dudo que creamos en los mismos dioses.

—La mayoría de las brujas no creen en los dioses —explicó la anciana con una sonrisa pícara—. Yo sé que los dioses existen, por supuesto. Incluso trato con ellos de vez en cuando. Pero no les creo, los conozco demasiado bien para creer en ellos...

—Entonces crea en mi —interrumpió—. Lo estoy pidiendo de la forma más amable posible. Matasteis a una niña, Melara...

—Yo no maté a nadie.

Por un momento las velas y chimenea del espacio se apagaron. El frio repentino les carcomió los huesos. Por fortuna, la bruja recobró la compostura en cuestión de segundos y todo volvió a la normalidad antes de que Briella desenvainara su espada.

—La niña quería saber su destino, y yo se lo dije. Al igual que lo hice con tú prima —justificó.

—El destino no es una cuestión de azar, es una cuestión de elección. ¿Cómo pudo escoger morir siendo una doncella tan joven?

—Solos la suma de todo lo que pasó antes de nosotros, de todo lo que nos han visto hacer, de todo lo que nos han hecho. Somos cualquier cosa que sucede después de que nos hayamos ido y que no habría sucedido si no hubiéramos llegado. El destino es eso. No es un final, sino una mezcla de decisiones que se deshacen en la boca del presente. Si esa niña no hubiera tenido tanto miedo de su muerte, habría prestado más atención a su entorno. Le dije que si seguía el mismo camino donde huellas más grandes pisaron iba a morir; pudo ser intentando usurpar un matrimonio, poniéndose unos zapatos más grandes y tropezándose. Pero apresuró lo inevitable y murió del susto.

—Ningún padre querrá escuchar que su hija murió por estar distraída.

—Pero es la verdad.

"Todas las ancianas se parecen", trató de decirse, pero esta tal Maggy o Maegi era diferente a las viejas brujas que había escuchado en las historias. Lo cierto era que la hechicera encorvada de los libros no tenía nada que ver con la anciana delante de ella. Su rostro era arrugado, pero no se le hacía espacioso. La sabiduría la llevaba cargada en el resto y su cabello revoltoso de rojizo con gris, a diferencia del cabello de Rhaegar, era un manifiesto de los años transcurridos.

Años, décadas, siglos... No podía dejar de pensar que la anciana parecía haber vivido más de una sola vida a través de esos ojos de cristal como si se tratara de una mujer contenida dentro de otra por millares de años. Pero eso era una idea infantil.

Quizás en otra vida pudo ser una tierna abuela.

—En ese caso, lamentamos profundamente la acusación —habló Rhaegar.

—Rhaegar Targaryen, siempre formal, siempre agachando la cabeza en el tocón, ¿viniste para conocer la profecía que te atormenta? Cuando la estrella sangre y la oscuridad se reúna, Azor Ahai nacerá de nuevo en medio del humo y la sal.

Lo que prosiguió después de la pregunta fueron palabras que Briella no pudo entender, una lengua antigua que solo el peliplata comprendió. Aún sin saber ni entender, lo que entendió se trataba de la susodicha profecía hizo que se le erizara el vello rubio de sus brazos.

—Si... El humo sería del fuego en el Refugio Estival y la sal de las lágrimas de los que lloraron allí.

—Necesito su sangre, joven dragón.

—Creo que es demasiado, Alteza —habló Briella.

—¿Te espanta la sangre? —inquirió la mujer mayor—. La conoces desde tu nacimiento. En el vientre de tu madre, en el camino que trazaste para tu padre. Sangre fuimos, sangre somos, sangre seremos.

Briella parecía la única consternada por las afirmaciones macabras. Entonces fue cuando todo cobró sentido; nada había sido una coincidencia.

—Me engañaste —acusó Briella a Rhaegar—. Nunca quisiste ir al pueblo... Querías encontrar a la bruja para hablar de tu profecía y sabías que yo la buscaría tras el accidente de Melara.

Y tenía razón pues él no se mostró ofendido. Soltó el aire de sus pulmones como si finalmente estuviera dejando la mentira ir.

—Cuando naces de una tragedia, toda tu vida buscas respuestas del por qué. ¿Por qué tantas vidas a cambio de la mía? ¿Por qué estoy aquí? Tú también debes de tener esa misma curiosidad...

¿Era posible perder en una discusión acerca de ella misma? Si respondía en afirmación, sería una derrota. Y si se negaba, estaría mintiendo, entrando en un debate por tener la razón. A la leona le encantaba discutir y discutir, pero con pocos hombres y para ella; porque hacerlo como espectáculo y entretenimiento frente a la bruja, y hacer del ingenio y de las palabras un desfile era, en su desinteresada opinión, impropio de alguien con orgullo por su nombre.

Briella deseaba intervenir. El problema con la propuesta era demasiado evidente a sus ojos incluso si ella también sentía la morbosa curiosidad de saber más. Pero era necesaria una intervención. Sin embargo, no pasó nada; Briella sintió como si un hechizo mágico la hubiera paralizado. Se podría pensar que, estando paralizada, no podría sentir el escalofrío recorrer su columna. Pero no era así. No podía moverse y sentía miedo. Más de lo que jamás hubiera imaginado. Podría haber hablado si hubiera querido, pero su cuerpo se sentía entumecido... y no era la bruja, era algo... alguien más tomando control de su cuerpo y cubriéndolo de miedo. Como si se suponía que esto iba a suceder quisiera o no y ella fuera sólo una mera espectadora.

El escenario pertenecía al príncipe y la bruja.

Rhaegar sintió la blandura de las encías de la bruja cuando le sorbió la sangre del dedo.

—Tienes la sangre del que fue prometido, pero el dragón debe tener tres cabezas para protegernos...

...Toda su visión se volvió oscuridad y sus pies cedieron. Su cabeza giró; ella se había ido.

No recordaba haberse desmayado, tan solo despertó en los brazos de Rhaegar. El calor reconfortante de su cuerpo la envolvía, y el aroma de su piel mezclado con el del bosque nocturno la tranquilizaba.

Abrió los ojos lentamente, sintiendo cómo la luz plateada de la luna se filtraba entre las hojas de los árboles y bañaba su rostro.

—Deberías tener más cuidado, a duras penas logré reaccionar —bromeó el peliplata con ternura, aunque su preocupación seguía palpable.

Briella frunció el ceño con un destello de molestia.

—No lo hice a propósito... ¿Dónde está la bruja?

Él arqueó una ceja.

—¿A qué te refieres?

—La bruja, su carpa, vinimos hasta aquí...

—Y te desmayaste, Briella —interrumpió—. Estábamos caminando y de un momento a otro perdiste noción. Gracias a los dioses logré agárrate a tiempo.

Quiso reclamar, pero, ¿y si tenía razón? Alrededor no había indicios de una carpa, ni de brujas, ni de nada remotamente mágico aparte de la ilusión de que ellos eran las únicas bestias en el bosque, las únicas personas en todo el reino.

—Se sintió tan real...

—Intenté despertarte, pero ni caso. Eres tan testaruda como un gato, incluso te acurrucas como uno —agregó con una risa cálida.

Aunque Briella intentaba mantener su semblante serio, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante la comparación.

—¿Un gato, dice? Supongo que eso significa que tengo estilo incluso cuando estoy desmayada —bromeó, dejando escapar una risa suave.

Rhaegar la miró con afecto, sus ojos brillando.

—Siempre —murmuró.

Briella desvió la mirada, sintiendo cómo el rubor le subía a las mejillas. Aunque intentaba mantener su distancia, no podía evitar detallar las facciones de Rhaegar con cautela ante la luz de la luna, admirando cada línea y cada rasgo tallado en su rostro. A pesar de su enojo por haberse desmayado, no podía negar el consuelo y la seguridad que encontraba en los brazos de Rhaegar, ni la leve atracción creciendo como una lucha de leones en su vientre.

Pero luego lo recordó. Si no había bruja, no había a quien reclamar por la muerte de Melara y no había a quien gritarle que el destino de una persona no estaba trazado el día de su nacimiento.

—Pareces enojada...

—Muy observador... —se zafó de su agarre y tras enfrentar un breve mareo al levantarse de golpe, limpió la tierra de su ropa.

—Realmente no es enojo —continuó—. Estás frustrada... frunces el ceño cuando quieres olvidar algo y tomas una bocanada de aire antes de arreglarte el cabello y mirar adelante, a los ojos de la primera persona que encuentras con la intención de intimidar.

Ella rodó los ojos. Cuánto odiaba que la conociera mejor que su propio tío. ¿Desde cuándo eran sus mentiras tan simples y esquemas tan descifrables?

—¿Quiere un premio, Alteza? —recurrió a la rabia, pero el dragón era más astuto.

—Quiero ayudarte, Briella. ¿Qué te atormenta?

Hay muchas cosas en el corazón que nunca podría contarle a otras personas. Era ella, tus alegrías y tristezas privadas, y nunca podría contarlas, incluso si era solo para jugar a fingir. Se abarataría a sí misma, por dentro, si le dijera sus problemas a otra persona ajena. Pero en su sueño ambos no eran tan diferentes; corona o no, él también era fruto de un tormentoso día, era una víctima de su padre, y tenía altas expectativas para traer honor a su Casa.

Briella escogió rendirse un momento, recostándose sobre un árbol en busca de apoyo.

—Todo —sacudió su cabeza, apartando imágenes de su padre, su madre, todos aquellos que asentaron su destino como la hija de un cruel señor—. No es solo la bruja, es todo lo que significa. Es el peso de la culpa que nadie quiere cargar, el dolor de una vida perdida y el terror de pensar que pueda volver a ocurrir. Es la frustración de no poder cambiar nada, que nadie piensa proteger a las niñas de las abominaciones que hay en el reino, que tengan que reducirse a una bruja para conocer su valor. Es...

Briella sintió un nudo en su garganta, su ira bullendo justo bajo la superficie. La rabia, contenida durante tanto tiempo, pugnaba por salir. Apretó los puños con fuerza, sus uñas clavándose en las palmas de sus manos. Su cuerpo temblaba de la intensidad de sus emociones, la frustración acumulada durante años estallando en un torrente incontrolable de gritos animales mientras rondaba por el claro como un depredador arrinconado.

El príncipe permaneció en silencio, observando con atención.

—¡Estoy harta! —exclamó, su voz rompiéndose—. ¡Quiero que alguien más sienta esta maldita carga por una vez!

El aire quedó en silencio después de sus palabras, su grito resonando aún en sus oídos. Rhaegar permaneció a su lado, su presencia calmante pero sin invadir su espacio. No la interrumpió, no trató de detenerla ni de consolarla con palabras vacías. Entendía que este era su momento de desahogo, de liberar todo lo que llevaba dentro.

Briella respiró hondo, tratando de calmar el temblor en su cuerpo. La adrenalina empezaba a disiparse, dejándola con una sensación de vacío y una leve vergüenza por su explosión. Se recompuso lentamente, enderezando la espalda y aflojando los puños.

—Perdón —dijo finalmente, con la voz más controlada, aunque todavía tensa.

Rhaegar la miró con comprensión y una calma que le brindó una inesperada sensación de consuelo.

—No hay nada que perdonar —dijo suavemente—. Si os hace sentir mejor... Podemos imaginar un nombre para la bruja e imaginar que la destruiste.

Briella miró al príncipe, sorprendida por la sugerencia. Era una solución absurda, pero la idea de personificar su dolor en una figura tangible, aunque imaginaria, le ofrecía una extraña sensación de consuelo.

—Incluso escribiré una canción en tu nombre —agregó.

—¿Qué tal si la llamamos Agatha? —sugirió Briella con un tono sarcástico—. O tal vez Morgath, para darle un aire más siniestro. O Elspeth, la hechicera del bosque negro. No olvidemos a Fendrel, la que envenena pozos y lanza a niñas por ellos —añadió Briella, rodando los ojos—. Todos nombres tan trillados...

—¿...Y qué hay de Morrigan? —sugirió él.

—¿Morrigan? —fue tan ortodoxo, específico e instantáneo que no pudo ser una coincidencia—. ¿Acaso es un adelanto a la próxima princesa de los siete reinos?

—¿Morrigan Targaryen? —Rhaegar soltó una melodiosa risa carente de tragedia—. Lamento decepcionarlos pero no será el caso. Solo recordé un libro.

Briella esbozó una sonrisa leve. Pocas personas, aparte de su familia cercana como Jaime o Tyrion, mostraban genuina felicidad de la compañía de la leona.

—Tiene razón, mis disculpas. Probablemente el nombre de vuestra madre debería preservarse... O si vuestro hermano es Viserys, quizá el nombre de Rhaenyra haría referencia a la danza.

Traer al presente los trágicos nombres del pasado sería el final poético que Tywin Lannister esperaba.

—No tiene que —argumentó.

—Continue.

—Siempre me ha gustado Raegan...

—¿Raegan? ¿Cómo Rhaegar?

—Rhaegar se traduce a "la fuerza del rey" en alto valyrio, Raegan es "descendiente del rey"... o impulsivo, dependiendo de cómo se escriba.

—Muy apropiado. Raegan Targaryen.

Dicen que una profecía de la cual no se habla acaba por ser olvidada; no se hará realidad. Después de todo, las palabras y acciones trazan los caminos de la profecía... Y mientras caminaron de regreso a la Roca, sobre una de las hojas caídas en el suelo se posó una gota de la sangre de Rhaegar Targaryen.








NOTA DE AUTORA:

Rhaegar: Mansplain, Manipulate, MaleWife ✨

. • •・ PUBLICADO: 21 / 07 / 2024

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