Capitulo 16

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En el número 12 de Grimmauld Place se escuchaba los fuertes llantos de un pequeño infante recién nacido que estaba siendo mecido con cierta preocupación con su padre. Al cabo de unos minutos, por la puerta apareció la madre del bebé con aspecto furioso.

—¡Ya calla a ese maldito niño!—grito Walburga.

—¡Silencio! ¡Lo vas a alterar más!—grito Orión de vuelta.

—¡Ah! ¡¿Ahora es mi culpa que llore?!—camino hasta el y lo agito del brazo.— ¡¿Por qué no le pides a tu preciosa Eileen que lo cuide?! ¡Yo soy mil veces mejor que ella! ¡Esa maldita...!

—¡Ni siquiera te atrevas a insultarla!—grito Orión furioso. En ese momento apareció uno de los elfos y se llevó al pequeño Sirius.— La única razón por la que me case contigo es porque me obligaron. Nunca serás ella. 

Antes de que Walburga pudiera gritar algo más, una persona apareció en la sala, provocando que el matrimonio levantará las varitas en alto para defenderse, pero las bajaron inmediatamente al ver que quien había llegado era Theodore Nott, que los miró con una ceja alzada.

—Theo—saludó Orión.

—Buenas noches. Lamento importunarlos tan tarde. —dijo Theodore dando un paso al frente.— Orión, necesito hablar contigo.

—Por supuesto, ¿en que puedo ayudarte?

—Es algo sobre la guardia personal de nuestro señor, pero antes, ¿tendrás de casualidad un poco de esencia de díctamo? Tuve un enfrentamiento hace unos momentos y me quedo una fea cortada que no logré cerrar del todo.—dijo Theodore mostrando su mano que estaba vendada pero llena de sangre.

—Ya no hay, pero iré por ella a la botica más cercana.—intervino Walburga.

—Muchas gracias, Walburga.—sonrió Theodore— Ve con cuidado, ya es de noche.

—Soy una bruja, Nott.—se quejó con el ceño fruncido.

—Uno nunca sabe.—dijo Theodore con cierto misterio.

Walburga salió de su hogar con tranquilidad y se hizo aparecer en un callejón oscuro que estaba cerca de la entrada al Callejón Diagon, pero antes de que pudiera avanzar más, alguien le arrebato su varita y ella cayó al suelo, siendo aprisionada por cuerdas mágicas. Ella sintió como su cuerpo era levantado del suelo y como volvía a aparecerse en un lugar distinto. 

Fue ayudada a levantarse pero sin quitarle las cuerdas, logrando ver así que estaba frente a un enorme barranco que terminaba en unas enormes rocas puntiagudas que quedaban en medio del mar. Un sentimiento de terror invadió el cuerpo de Walburga y fue volteada nuevamente, quitándole esa vista y mostrando que ante ella, estaba quien menos espero.

Las cuerdas que aprisionaban su boca desaparecieron. Respiro profundamente, intentando tranquilizarse y con lagrimas en los ojos miró a su captor.

—Mi señor...¿Cuál es el mal que yo hice? ¿Por qué me hace esto a mí?—pregunto Walburga con la voz rota.

—Lo lamento, Walburgar, pero son cosas que pasan.—dijo Tom Ryddle con frialdad— Debo cumplir un deseo y para hacerlo debo sacarte del camino.

—Esto es obra de la estúpida de Eileen, ¿cierto?— cuestionó con furia— Claro, quiere alejarme de mi esposo...pero eso no pasará...Orión es y siempre será mío.

—Buen viaje, Walburga Black.—dijo Tom y con su mano, empujo a la mujer.

Tom contempló como el cuerpo de Walburga Black caía por el barranco, impactándose en las puntiagudas piedras causando que su cabeza se cortará  y como el mar se llevaba finalmente sus restos.

Se desapareció de ahí y fue directamente hasta la habitación de Eva, donde al entrar sin avisar, se encontró con que esta estaba vomitando. Camino hasta el baño que estaba cerrado con llave y toco.

—¿Quieres que llame al medimago, querida?—pregunto Tom desde la puerta con preocupación.

—Estoy bien.—dijo Eva y abrió la puerta, mostrando que se estaba cepillando los dientes.

—¿Eileen te ha dado algo para tus vómitos? No me parece normal—dijo Tom viéndola con preocupación mientras esta escupía el agua.

—Todo esta bien, solo es demasiado estrés.—dijo Eva y salió del baño.— ¿Qué ocurre?

—Vengo a informarte que esta hecho.—informó Tom con seriedad.— Walburga Black esta muerta. —Eva bajó la mirada.— ¿Qué ocurre? Pensé que estarías mas feliz.

—Nunca me alegrare por la muerte de una persona, Tom.—dijo ella negando con la cabeza.— pero muchas gracias por cumplir mi deseo. Yo me encargaré de lo demás.

Una semana más tarde, despues de que se reportará la desaparición de Walburga Black, salió en el periódico El Profeta una nota que afirmaba que Walburga Black se había suicidado. Nadie era amigo de la mujer, por lo que nadie discutió el tema y ese mismo día, Orión se presentó en el departamento de Eileen Prince, quien al abrir la puerta, lo miro impactada.

—Orión...¿Qué...?

Pero las palabras de Eileen murieron en sus labios, puesto que Orión había ingresado a su apartamento sin permiso, la había tomado de las caderas y ahora se encontraba besándola apasionadamente.

—Quédate conmigo, Leen...seamos una familia los cuatro.—pidió Orión al separarse del beso. Eileen lo miro unos segundos en shock y despues sonrió.

—Sí...¡SÍ!—aceptó emocionada y se abrazaron con fuerza.

Mientras que en el centro de Londres, Orión y Eileen festejaban su amor, en las afueras de Londres mágico, Eva Rosier caminaba por los pasillo de la mansión Ryddle cargando una enorme torre de documentos con una sonrisa. Esa misma mañana Orión la había ido a ver para decirle que buscaría a Eileen. Ahora solo quedaba esperar que fueran felices.

Al llegar a la puerta del despacho de Tom, toca dos veces y entra despues de que este le diera paso. Dejó los documentos sobre el escritorio y el hombre suspiró.

—Gobernar el mundo no solo es gozar, también es trabajar.—se burló Eva al ver que Tom no quería ver los papeles.

—Ya lo sé, pero estoy cansado.—masculló molesto, haciendo que esta riera. 

Ver a Eva reír hacia muy feliz a Tom, le llenaba el corazón de alegría y le brindaba una sensación de cariño inigualable. Se levanto de su lugar, fue hasta ella y ante los ojos sorprendidos de Eva, Tom la besó.

Sus labios recorrieron cada centímetro de los labios sabor durazno de Eva, quien no correspondió ni se movió durante el besó. Al separarse, Tom acuno el rostro de Eva entre sus manos y con voz suave y llena de sentimiento, dijo:

—Cásate conmigo, Eva.

Ella no dijo nada, solo lo miró con una expresión que mezclaba la incredulidad con el dolor, haciendo que Tom la mirará con el ceño fruncido, confundido, extrañado.

—Pensé que me había dejado en libertad.—murmuró Eva.

—Y así es.—confirmó Tom.

—¿Entonces que le hizo pensar que yo voluntariamente podría aceptar casarme con usted?

Tom soltó su rostro dando un paso hacia atrás. Las palabras de Eva le habían golpeado más fuerte que un Bombarda y dolido más que un cruciatus. Ninguno de los dos dijo nada hasta que Eva decidió retomar la palabra con los ojos cristalizados.

—Te aprovechaste de que era una adolescente inocente y con corazón puro, con baja autoestima y que buscaba la aprobación de mi familia...me quitaste la virginidad sin contemplaciones y siempre me dejaste tirada en la cama sin ni una palabra o caricia que no fuera para complacerte...

» Has tenido mi cuerpo todo este tiempo, Tom...pero jamás tuviste mi corazón. No se como pensaste que yo podría amarte cuando nunca fui más que un objeto para tu propio placer. 

—Admito que en un principio fue así.—dijo Tom con seriedad y la tomó de las manos.— pero conforme pasó el tiempo...tu misma viste que cambie, lo hice por ti...tu...me hiciste una mejor persona.

—Y-yo...—dudó Eva.

La vista se le nublo y sintió su cuerpo muy pesado. Tom la miro con preocupación y logró atraparla antes de que cayera al suelo. Eva se había desmayado.

—¡Eva! ¡Eva!— la llamaba preocupado, revisando su respiración.— ¡THEODORE! ¡LLAMA A UN PUTO MEDIMAGO AHORA!

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La fuerte luz de la habitación provoco que Eva abriera los ojos poco a poco, encontrándose con los rostros preocupados de Theodore y Tom. Ambos sentados a su lado, notablemente inquietos. Ella frunció el ceño y se incorporó un poco en la cama con ayuda de ambos.

—¿Qué ha pasado?—pregunto Eva con la voz rasposa. Tenía la boca seca.

—No lo sabemos, te desmayaste. El medimago ya viene para acá. Te hizo algunos análisis.—informó Theodore con voz suave.

Tom no hablo, simplemente tomó la mano de Eva entre las suyas y la apretó delicadamente, en un intento de demostrar su apoyo, a lo que ella le sonrió ligeramente, aún algo tensa al recordar la platica que habían dejado inconclusa.

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entró un medimago de una edad ya avanzada pero que Eva reconocía como el director del Hospital San Mungo. El hombre les sonrió con amabilidad.

—No tiene nada de que preocuparse, señor.—dijo a Tom.— su mujer esta completamente bien, ¡mas que bien!

—¿Y entonces porque se desmayo?—pregunto Tom con frialdad.

—Bueno, es normal en estos casos algunas veces.—admitió con tranquilidad.

—¿Estos casos?—repitió Eva, confundida.

—Sí—asintió el hombre y exclamó con emoción:— ¡Felicidades! ¡Esta usted embarazada, señorita Rosier!




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