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Eris permaneció encerrada en su casa que ahora parecía como si un tornado hubiera entrado a destruir todo a su paso. Sentada en el sillón mientras observaba el fuego de la chimenea y tomaba de una copa de vino de la que ya había perdido la cuenta de cuántas había bebido. Se sentía tan sola y vacía ahora que ya no tenía ni un solo motivo para seguir existiendo. Había tenido la esperanza de encontrar a sus hijos pero ahora... ya no tenía nada más que le importara realmente. Además de Harry, pero no podía entrar en su vida como si no lo hubiera abandonado al nacer. Definitivamente no podía esperar una buena recepción de su parte.

La puerta de la sala se abrió pero Eris siguió mirando el fuego.

—Te traje algo de comer —escuchó la voz de Remus— no has probado ni un solo bocado en días.

—No tengo hambre —murmuró y le dio un sorbo a su copa que rápidamente se llenó de nuevo— y ya te dije que quiero que me dejes en paz.

Remus se acerco más para dejar la charola de comida en la mesa de centro.

—Me preocupo por ti, Eris. Yo... —

—Vete —lo interrumpió— y no regreses. Quiero estar sola.

Remus la miró desde su lugar durante un momento hasta que finalmente dio media vuelta para marcharse.

Eris se había encerrado tanto en su propia pequeña burbuja y ya nada de lo que pasaba en el exterior le importaba ni un poco. Podría ser el fin del mundo y a ella le importaría muy poco.

Sin embargo, quien si estaba realmente preocupado por ella era Remus. Le dolía verla de esa manera y se sentía bastante culpable. No sabía cómo ayudarla o tal vez sí pero no sabía cómo decirle la verdad pues temía la reacción que pudiera tener. Era un momento muy sensible y aunque quería esperar a que Eris se sintiera mejor, no estaba realmente seguro de que eso fuera a pasar pronto o tan siquiera alguna vez.

Así fue que los días comenzaron a pasar. Remus visitaba a diario a Eris para asegurarse de que comiera algo o ayudarla en cualquier cosa que necesitara.

Sabía que debía esperar el momento más adecuado pero no sabía cuando llegaría ese momento.

Eran alrededor del mediodía cuando Remus entró apresurado a la casa Lestrange y vio a Eris recostada boca abajo en el sofá sin despegar la mirada del fuego que él mismo se había encargado de mantener encendido a diario.

—Lo vencieron —dijo Remus desde la puerta y casi sin aliento por correr— mataron a Voldemort de verdad esta vez y están capturando a todos los mortífagos.

Eris se levantó para mirar a Remus con sorpresa. De todas las cosas que le pudo haber dicho, no esperaba eso.

—Vaya... —murmuró y una sonrisa casi se asoma en sus labios— me alegra saberlo.

Remus se aclaró la garganta y un pequeño suspiro escapó de sus labios.

—También... hay alguien que quiere verte.

Eris frunció el ceño. No deseaba ver a nadie pero le causaba un poco de curiosidad por el tono que había usado el hombre.

—¿Quién?

Remus se mantuvo en silencio un par de segundos.

—Yo... —escuchó una segunda voz y sus ojos se abrieron más al ver a Harry. Su rostro estaba lleno de suciedad y de lo que parecía ser sangre seca— me disculpo por mi aspecto pero... realmente necesitaba venir a verte.

Eris sintió que se hacía un hueco en su estómago y las lágrimas se volvieron a juntar en sus ojos pero se apresuró a limpiarlas y se aclaró la garganta.

—Esta bien. Pasa, Harry.

El chico asintió y entró a la habitación que ya no se veía tan desordenada gracias a Remus que había puesto todo en su lugar con magia.

—Los dejaré solos —dijo Remus y sin esperar respuesta salió de la habitación.

Harry caminó con cierto temor hasta estar frente a la mujer. Eris se acomodó en su lugar y golpeó suavemente junto a ella.

—Toma asiento, Harry.

El chico lo hizo pero se mantuvo serio y con la mirada en el suelo durante un largo momento. Eris no fue capaz de decir nada tampoco.

—Lo sé —dijo Harry por fin con lágrimas en los ojos, aunque no sabía si era de tristeza o furia— vi los recuerdos de Snape y sé que mi mad... que Lily no era mi madre... ademas, ella misma me lo dijo.

Eris miró fijamente a Harry sin saber qué decir. El aire parecía insuficiente en ese momento.

—Harry... —

—¿Por qué? —la interrumpió— ¿por qué no me lo dijiste antes?

Ella negó.

—No podía. Nadie debía saberlo. Rabastan te hubiera matado al saber que lo engañé incluso antes de casarnos y pensé que lo mejor era que te quedarás con tu padre. Nunca pensé... nunca creí que ellos morirían de esa forma. Pero aún así no podía traerte conmigo.

—¿No me querías?

Eris frunció el ceño.

—Harry yo te amo —le aseguró— no tienes ni idea de lo doloroso que fue para mi dejarte ir y luego no poder ni siquiera verte durante un segundo.

Harry se mantuvo en silencio un momento mientras miraba el suelo.

—¿Me lo ibas a decir alguna vez?

Eris se mantuvo en silencio.

—Tenía miedo de tu reacción —suspiró— jamás habría soportado que me odiaras si te enterabas.

Harry se apresuró a mirarla.

—Jamás te habría odiado —le aseguró— yo siempre... siempre soñé con tener una familia de verdad. Mis tíos eran las personas más horribles del universo.

—Por favor, Harry... perdóname. Aunque entendería perfectamente si... prefieres no saber nada de mi.

—Te perdono —se apresuró a contestar.

Eris sonrió con tristeza y tomó el pañuelo de tela que había dejado en la mesita de centro con el que se había estado limpiando las lágrimas los últimos días. Se acercó a Harry y comenzó a limpiar su rostro con suavidad. El chico cerró los ojos y dejó que su madre se hiciera cargo. De pronto, Harry sintió su corazón lleno de una calidez muy agradable que nunca antes había sentido y le gustó mucho.

Ambos siguieron hablando durando varias horas. Eris casi había olvidado el intenso dolor de su corazón. Casi. Pero el dolor regresó cuando Harry se marchó. Y aunque Eris le ofreció quedarse, Harry dijo que aún tenía cosas que arreglar pero volvería pronto.

Al menos se sentía aliviada de que Harry no le guardara rencor. En eso se parecía a James y le gustaba.





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