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Buenos Aires, Argentina

Aeropuerto Ezeiza

A Nayra apenas se subió al avión, una azafata la condujo al sector de primera clase.

―Creo que debe de haber un error.

―No señorita, su pasaje dice primera clase. No hay ningún error ―le dijo con una sonrisa.

―¿Y este es mi asiento?

―Exacto. Ya cuando despeguemos le daré una manta y una almohada para que pueda dormir un poco más. A las ocho y treinta daremos el desayuno.

―De acuerdo, gracias ―comentó con una sonrisa y se sentó.

El vuelo duró once horas y algunos minutos más.


🌻🌻🌻


Chicago, Illinois, Estados Unidos

Aeropuerto Internacional O'Hare

Para cuando bajó del avión y salió a la entrada, un hombre con traje sostenía un cartel con su nombre y apellido, y de quien venía.

Hi! Do you speak spanish? (¡Hola! ¿Habla español?) ―preguntó con amabilidad.

Hi! Poquito (¡Hola!) ―dijo el hombre con su acento americano.

Don't worry (No te preocupes) ―respondió con una sonrisa―, I speak english (Hablo inglés) ―contestó.

Great! (¡Genial!) ―admitió con entusiasmo y el pulgar hacia arriba.

Mientras caminaban hacia el coche que estaba en la playa de estacionamiento, fueron conversando. El hombre muy amable le abrió la puerta trasera y ella se subió. Pocos minutos después emprendieron el viaje hacia el estudio de abogacía como Ander le había indicado anteriormente, luego de haber presentado los papeles en la aduana. El lugar se encontraba en el centro de la ciudad y era tan imponente la fachada como sobria y elegante también.

―Señorita, debo esperar hasta que vea al señor Aritzmendi ―dijo el chofer.

―De acuerdo.

Nayra se bajó del auto junto con los papeles que había firmado y entró al estudio. La secretaria que atendía la entrada fue tan amable que le dijo que pasara cuando ella le comentó quien era y que la estaban esperando.

Un solo golpecito bastó para que el hombre dentro le dijera que pasara y la joven se llevó una sorpresa cuando vio de nuevo a Aaron.

―Debí imaginarme esto.

―Lo siento ―sonrió levantándose de la silla y acercándose a ella para estrechar su mano.

―Hubiera sido mucho conocerlo en persona ―acotó.

―Siéntate por favor ―le ofreció la silla.

―Vine para que veas los papeles que firmé, es lo que pidió tu hijo ―comentó y se los entregó.

―Sí, gracias. ―Los miró con atención―, para mí están bien las firmas.

―De acuerdo.

―Ahora lo único que restaría, sería que el chofer te lleve hasta la casa de mi hijo para ir a ver a la beba, está con mi esposa.

―Me parece bien.

Ambos se levantaron de las sillas y él la acompañó hasta la puerta para despedirla. En el mismo momento en que ella salía, el abogado lo hacía también desde su despacho. El choque fue inminente y lo peor de todo fue el pisotón que le metió en unos de sus pulcros zapatos.

Casi se la come viva.

―Perdón ―apretó la boca cuando se dio cuenta que lo había pisado.

El ambiente se tensó entre ellos, la secretaria miró atenta la escena y no habló, pero él y ella quedaron mirándose por un buen tiempo sin decirse nada. Absortos de aquel momento. La mirada del hombre era tan intimidante que Nayra creyó que la desnudaba.

―No te preocupes ―dijo con sequedad.

―Discúlpame de nuevo. Tengo que irme ―respondió desconcertada.

―Será lo mejor ―sonrió de lado.

―Gusto en conocerte, Ander.

―Doctor Aritzmendi mejor.

―Vas a tener que conformarte con que te llame por tu nombre. Perdón si no estoy a tu altura. Aunque puedo subirme a un banquito y así estaremos bien.

―El chofer te espera. ―Arqueó una ceja sin ninguna expresión en su cara.

Se dio media vuelta y se fue de allí.

La secretaria se preparó un vaso con agua luego de presenciar la tremenda escena. Daba calor verlos.

Nayra dentro del coche quedó mirando fijamente un punto imaginario de la parte trasera del asiento del copiloto. Estaba abrumada. Ni siquiera se dio cuenta que había llegado a la casa del abogado hasta que el chofer le habló:

―Hemos llegado ―confirmó.

―Está bien. ―Salió del auto.

El chofer le bajó la maleta y ella con amabilidad le dio las gracias por todo. Caminó hacia la entrada y tocó el timbre. Una señora encantadora de mediana edad con una bebé en brazos la recibió.

―Nayra.

―Sí ―sonrió―. Pasa. ―La joven aceptó su invitación.

De a poco y quitándose la vergüenza de encima fue hablando con la mujer a medida que ella le preguntaba varias cosas y tenía en brazos a Agnes.

Las dos bebieron algo caliente hasta esperar por su hijo para irse a su casa.

―Supongo que debo hacer los quehaceres del hogar, ¿verdad?

―Una señora viene una vez cada quince días para limpiar a fondo la casa y después si quieres puedes mantenerla pero no estás obligada porque no es tu trabajo.

―¿Y con respecto a las comidas?

―Ander suele pedir mucho pero creo que no le vendría mal comer algo hecho en casa.

―Entiendo.

―¿Sabes cocinar?

―Sí, vivo sola, así que aprendí sola también.

―Me parece bien ―sonrió con amabilidad.

A Nayra le pareció una mujer encantadora y sencilla. Sin pretensiones y nada asquerosa. Siempre pensó que su madre sería así como aquella mujer.

Una llave en el cerrojo de la puerta de entrada se escuchó desde la cocina y a Nayra se le erizó la piel. Intentó disimularlo viendo a la beba durmiendo que tenía en brazos.

―Es hermosa ―confesó a su abuela.

―Gracias.

El hombre apareció en la entrada de la cocina como si esperara una reverencia de sus súbditos.

―Hola, querido. Estaba esperando a que llegaras ―le contestó levantándose de la silla y lo mismo hizo Nayra quedándose alejada de él.

―¿Todo bien?

―Sí. Parece que ya congeniaron muy bien ―sonrió mirando la escena.

―Para eso vino ―acotó y la joven abrió más los ojos sin dejar de observar a la bebé.

―Me iré. Hasta pronto ―saludó a ambos y le dio un beso en la frente a su nieta.

Cuando Brittany se retiró de la casa, él la miró de nuevo.

―Te dejo el papel con todo lo organizado de Agnes ―lo sacó del cajón de la cocina y se lo dejó sobre la mesa delante de sus ojos―. Los horarios de las comidas tuyas puedes elegirlos cuando quieras.

―¿No quieres que prepare las comidas? —formuló con intriga.

―No me importa pero si las haces, avísame antes de pedir a los restaurantes a que la envíen al domicilio.

―De acuerdo. ¿Hoy no preparo nada? ―quedó desconcertada.

―No, mañana si quieres.

―Bueno ―acotó sin poder decirle algo más.

―Pediré, así que no te preocupes. Estaré en mi oficina. Creo que mi madre ya te dijo todo.

―Sí, sí.

El abogado desapareció por el pasillo que conectaba algunas de las habitaciones y entró en una de ellas. La muchacha quedó desencajada ante toda la actitud del hombre y prefirió leer el papel que le había dejado sobre la mesa.

―Pobrecita de ti cuando seas más grande, Agnes. Qué padre estrecho te tocó —confesó mirando cómo dormía la beba.

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