10. Cuando te contagiás

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El timbre insistente de una alarma lo despertó. Aún tratando de aferrarse al mundo onírico, Alexis se revolvió inquieto y apretó los párpados, sacando solamente el brazo buscando el teléfono para apagarlo. Su mano se topó con el vacío, el suelo ya no estaba al alcance y dio un brinco, asustado y abriendo los ojos.

Su celular sonaba en el piso junto a su desinflado colchón y él se encontraba sobre la cama de Darío. Se había olvidado por completo lo que había ocurrido en la noche, y se estiró de inmediato para agarrar el teléfono y apagar la molesta alarma. Una picazón en la garganta le indicó que quizá su primo apestoso le había contagiado la gripe y se dio la vuelta para corroborar que él seguía a su lado. Se quedó contemplándolo mientras él respiraba ruidosamente con la boca entreabierta, con la cara metida en la almohada. Tenía el cabello oscuro enmarañado, la barba incipiente se asomaba en su rostro y notó que tenía un lunar justo debajo del lóbulo de la oreja, al finalizar la línea de la mandíbula.

Le dolía también la cabeza. Tenía ganas de pegar un faltazo al trabajo. Chasqueó la lengua diciéndose que sí, que no iba a pasar nada que faltara un día y se volvió acurrucar para seguir durmiendo, pero las ganas de orinar le vencieron y se levantó para ir al baño. Salió al pasillo restregándose un ojo cuando oyó las voces de sus tíos en el living. No le hubiera dado importancia si no hubiera escuchado su nombre en la conversación susurrada.

Tratando de no pensar de forma negativa —pero sin evitar que su mente formulara un montón de escenarios en los que Héctor terminaba por echarlo a la calle—, se quedó parado en el pasillo fuera de la vista de sus tíos, a una distancia audible de lo que hablaban.

—...Y una cama y un colchón nuevo son como diez mil pesos* —dijo Héctor con un suspiro. Podía imaginárselo pasando la mano por su calvicie, como lo hacía su padre—. No podemos gastar tanto.

—No vas a dejar al Ale durmiendo en el piso como un perro —replicó Julieta en un tono severo—. Tampoco podemos obligar a Darío a compartir su cama como si fueran dos niños en una pijamada.

Oyó que su tío soltaba un suspiro pesado, cargado de frustración e impotencia. Lo único que rompió el silencio que vino después fue el ronquido del mate que alguno de los dos acababa de tomar. Alexis había olvidado que su tía iba a revisar a Darío temprano en la mañana por su gripe, por lo que seguramente los había visto durmiendo juntos. Por lo menos no se lo habían tomado mal o con segundas intenciones, era lo menos que quería en ese momento. Su primo no se merecía meterse en problemas por su culpa.

—Puedo sacarlo en la tarjeta —añadió Julieta, dubitativa.

—Las tarjetas son un cáncer. Cuando termináramos la heladera ibas a darle de baja.

—Sí, Héctor, pero creo que tenemos que hacer una excepción esta vez.

Alexis abrió la puerta del baño antes de oír la respuesta de su tío, con un nudo en la garganta y una picazón en los ojos. Por más que quisiera, no iba a poder faltar al trabajo como había deseado. Esa sensación espantosa de sentirse una carga inútil se instaló en el fondo del estómago, llenándolo de pesadez y angustia. Tenía muchas deudas con sus tíos y debía empezar a pagárselas. 

Ese día llegó tarde a trabajar.

Cuando Darío despertó, tenía una extraña sensación instalada en el pecho que no tenía nada que ver con la gripe que lo tenía de cama. Arrugó el entrecejo y puso un brazo frente a los ojos por la molestia que le provocaba la luz que entraba por la ventana. Soltando un gruñido, levantó un poco la cabeza y tanteó buscando su teléfono en la mesita al lado de su cama, encontrándose con la bolsa de la farmacia. Dio un brinco al recordar los remedios y los condones, y volvió a pegarse a la pared cuando rememoró lo que había ocurrido en la madrugada. La evidencia del colchón desinflado en el suelo del dormitorio no dejaba lugar a dudas: Alexis había dormido junto a él. 

Se tapó la boca con las manos, reteniendo un jadeo y sintiendo el corazón latiendo a mil. Y seguramente eso tampoco tenía que ver con su salud. 

El ruido del pestillo lo sacó de su estado de shock y su madre entró con una bandeja haciendo equilibrio en su brazo izquierdo.

 —Dari, despertaste. ¿Cómo te sentís? —preguntó de inmediato.

Se acercó a la mesa de luz para despejarla y a Darío casi le da un mini paro cardíaco al pensar qué podía decir su madre si se ponía a revisar el paquete de la farmacia, pero por fortuna solo la dejó en el cajón sin apenas prestarle atención. Depositó la bandeja sobre la mesita con el té y unas galletas untadas con dulce de leche y se sentó a su lado en la cama.

—Bien, mamá... Creo... —añadió al ver que su voz no había mejorado en absoluto.

Habilidosa por su trabajo de enfermera, Julieta sacó el termómetro del bolsillo de su saco y le tomó la temperatura. Al menos ya no hacía fiebre, lo que era un alivio. Lo obligó a tomar el té y a engullir las galletas y no lo dejó tranquilo hasta que se había acabado con todo. Entonces recién ahí, satisfecha, se levantó.

—Voy a aprovechar que tengo libre y voy a ordenar un poco tu cuarto...

—Ah, má, no empecés —se quejó el muchacho interrumpiéndola.

—Ah, nada. —Hizo un gesto brusco como si se cerrara la boca con un cierre y él obedeció. Parecía que Julieta no estaba de buen humor—. Ustedes dos parecen que viven en un chiquero. Con tu padre encargamos una cama nueva para el Ale, así que tenemos que hacer lugar.

Darío sintió que toda la sangre se le fue para el estómago en un revoltijo nervioso. Quedó duro por un par de segundos.

—¿Cama?

—Tu primo no va a dormir en el piso —acotó Julieta con obviedad—. Ese colchón ya estaba remendado, tu padre no puede parcharlo más. Y no queda bien que estés compartiendo la cama con él, tremendos gurises grandes... —terminó por suspirar, tomando la bandeja disponiéndose a salir de la habitación.

La sangre volvió a retomar su circulación para detenerse en su cara. Quería soltar alguna excusa, pero Julieta salió del dormitorio sin darle tiempo a nada. Se quedó inmóvil por unos momentos hasta que volvió a sí y tomó el celular. Tenía un par de mensajes de Alexis y otros de un par de compañeros, a los cuales ignoró para leer los de su primo primero.

Alexis: Me apestaste mijo 08:33 a.m.✔✔

Alexis: Tengo dolor de garganta ahora 08:34 a.m.✔✔

Alexis: Dejame algo de esos remedios que te compré 08:34 a.m.✔✔

Darío: Te dije, no? 10:51 a.m.✔✔

Darío: Dale, te dejo si 10:51 a.m.✔✔

Darío: Cuidate 10:51 a.m.✔✔

Se quedó con el teléfono en la mano mientras pensaba cómo abordar la situación.

Darío: Che, mama dijo que compraron una cama para ti 10:54 a.m.✔✔

Los dos tics azules le indicaron que Alexis estaba en línea. Le llevó varios segundos en responder.

Alexis: Si los escuche 10:55 a.m.✔✔

Alexis: No quiero joder. Asi que cuando pueda me mudo 10:55 a.m.✔✔

Mudarse. Darío no supo qué responder. Si bien era algo de esperarse, ya que él no podía vivir toda su vida con ellos, la idea de repente se le hizo dolorosa. Dejó el teléfono de lado y soltó un suspiro, consciente de que lo dejaba en visto, pero no tenía palabras para responder aquello, al menos por el momento.

Para cuando Alexis llegó en la tarde, Julieta ya había dado vuelta todo el dormitorio de los muchachos y junto a Héctor habían colocado la cama en el otro extremo de la habitación, paralela a la de Darío. Agradeció a sus tíos con voz queda y avergonzado por ser un gasto extra para ellos, pero no pudo disculparse por ello. Apenas se duchó, se metió en la cama, sintiéndose afiebrado.

—Che, ¿te sentís bien? —le preguntó Darío, quien estaba sentado en su propia cama con varias cuadernolas a su alrededor. Fruncía el ceño mientras lo contemplaba con atención.

Alexis refunfuñó.

—Me apestaste, loco, ¿cómo te parece que estoy?

—Bajá un cambio —se quejó su primo ante su tono duro—. Sólo te pregunté... —Suspiró y volvió a mirar sus cuadernos, intentando volver a las ecuaciones, donde se sentía más cómodo y seguro—. Te dejé caramelos y esos sobres de té en tu mesa de luz.

Darío señaló con el bolígrafo el nuevo mueble que sus padres habían comprado para el muchacho, quien estiró la cabeza para observarlo con dolor. Un gasto extra que no se merecía. Un silencio incómodo reinó entre ambos mientras él desenvolvía el caramelo y se lo metía a la boca. La miel nunca le había gustado, pero no era peor que la sensación de picazón en la garganta.

—Deberías quedarte en casa mañana.

—No puedo —respondió Alexis mordiendo el caramelo con un ruido fuerte y Darío sintió un escalofrío al pensar en sus pobres dientes—. Tengo observaciones por llegadas tarde.

Su primo dejó el bolígrafo sobre el cuaderno con un ruido sordo.

—Empezaste antes de ayer, ¿como podés tener tantas observaciones?

—Llegando tarde... —respondió con obviedad.

Darío soltó el aire por la nariz, incrédulo. Si seguía así no iba a durar nada, sin embargo, optó por callarse. Parecía estar molesto y un regaño podría empeorar su humor. Cuando terminó sus tareas y se volteó a observar a Alexis, lo encontró profundamente dormido, con el celular en las manos y la respiración pesada.

Julieta cuidó de él como lo hizo con Darío. 

*Aproximadamente 230 dólares americanos

Capítulo dedicado a @RavenYoru por su cumpleaños! Felicidades y perdón el retraso 😅

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