2. Cuando regresás en la madrugada

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Un golpeteo despertó a Darío. Pestañeando, estiró el brazo, tanteó la mesa de luz hasta dar con su celular y con un estallido de luz que lo encandiló, miró la hora. Era casi las tres de la mañana y gruñó, intentando ignorar el sonido, pero se hizo más y más insistente y no tuvo otra opción que levantarse a regañadientes en el medio de la oscuridad de su dormitorio. Tropezó con el colchón inflable vacío que estaba debajo de la ventana y lo corrió un poco para meterse entre él y la pared. Los golpes seguían sonando contra los postigos y los abrió de un tirón, somnoliento e ignorando que podía ser un ladrón o cualquier cosa que pudiera atentar contra su vida.

—En serio, mijo, demoraste siglos —bufó una voz en la oscuridad y Darío se sobresaltó.

Una sombra se irguió sobre el alféizar de la ventana como un demonio al acecho y el muchacho adormilado quiso retroceder del susto, pero tenía el colchón contra los talones y terminó tropezando otra vez con él, sintiendo que caía de espaldas. Tanteó el aire buscando algo para sostenerse y sus dedos se aferraron al cuello de la campera de Alexis.

Con un estrépito, ambos cayeron sobre el colchón. Darío sintió el golpe de la frente de Alexis contra su boca y el sabor a sangre le llegó a los labios al cortarse con sus propios dientes. El rubio soltó un quejido, con el aliento a alcohol y el olor a cigarrillos impregnado en la ropa.

—¡Sos un desastre! —se quejó, irguiéndose con las manos apoyadas a cada lado del torso de Darío, que había quedado aprisionado bajo su cuerpo.

En la oscuridad, solo se oía la respiración de Alexis y el ruido del viento que soplaba afuera. Darío era consciente de su corazón latiendo rápido por la adrenalina del sobresalto y temiendo que quizá no fuera solo por eso. Esperaba que no se oyera.

Entonces la puerta del dormitorio se abrió de par en par, dejando entrar la luz del pasillo. Las siluetas de Héctor y Julieta aparecieron en el umbral, con la expresión desencajada mientras los dos muchachos se quedaban inmóviles. La mujer soltó un grito y se tapó la cara con las manos y su marido aporreó el interruptor para encender la luz.

—¿Qué... qué están haciendo? ¡Pensé que alguien entraba a robar y están...! —No terminó la frase, no era necesario porque obviamente había malinterpretado.

Darío estaba solo de boxers metido debajo de Alexis, con el labio hinchado por el golpe y que tapó con una mano al notar lo que veía su padre. Entonces, ambos muchachos se miraron y dieron un respingo, separándose con la velocidad de dos imanes que se repelen.

—¡Es tu primo, Darío! —exclamó Héctor.

El aludido quedó pálido, no sabía si era porque a su padre parecía no importarle suponer que su hijo fuera homosexual o que le pareciera mucho peor tener algo con su primo con el cual siquiera compartía sangre. Había una razón por la cual eran tan distintos físicamente siendo hijos de hermanos gemelos: Hugo había adoptado a Alexis como hijo cuando se emparejó con su madre al ser este muy pequeño, por lo que todos en la familia lo querían como tal.

—Esperá, tío —dijo Alexis rápidamente, levantando las manos en modo conciliador—. Me iba a escapar y tu hijo trató de detenerme. Nos peleamos un poco y terminamos cayendo.

Héctor frunció el ceño, pasando la mirada de uno a otro con los labios apretados y convenciéndose de la respuesta. Entonces señaló a su sobrino con un dedo.

—Alexis, por favor, eres grande, no necesitás nuestro permiso, solo avisá —exclamó Héctor bajando los brazos—. Pero salir cuando tus padres acaban de fallecer me parece una falta de respeto. Pero hacé lo que quieras.

Pareció que aquellas últimas palabras surtieron efecto y Alexis se quedó en silencio. Asintió apenas y se pasó una mano por la cara. Héctor, sabiendo que quizá se había pasado un poco, no se disculpó y se fue deseando buenas noches en murmullos malhumorados. Julieta le dedicó una mirada cargada de culpa a su sobrino y se fue despacio, cerrando la puerta detrás de sí.

Alexis esbozó una sonrisa que temblorosa y se dejó caer sentado en el suelo junto a su guitarra.

—¿Viste la cara de tu viejo? —soltó en un intento de chiste, pero el temblor en el mentón evidenció que a él tampoco le hacía gracia.

Su primo le lanzó el libro de matemáticas que era el que tenía al alcance, sobre la mesa de luz y se irguió del colchón inflable con la expresión seria. Se metió en su cama, ignorándolo por completo. La risa de Alexis murió y se levantó para cerrar la ventana y tirarse en su colchón con la ropa puesta.

Darío no durmió. Sentía la frente dolorida de tanto fruncir el ceño y el corazón a mil sin saber por qué. Pasó un buen rato hasta que el sueño comenzó a adormilarlo, pero los sollozos de Alexis lo trajeron de vuelta a la realidad. Se quedó inmóvil e incómodo, mientras su primo intentaba ahogar sus lágrimas en la almohada.

 ¿Alguna vez ustedes se han escapado de la casa (o volvieron muy tarde) y tuvieron que entrar por la ventana? Yo sí jajaja 

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