Epílogo

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Voy a pedirte por favor

Que no te vayas más

Yo no me quiero ir más

No te imaginás - No te va a gustar

Tres años y medio después...

Sus amigos insistieron en salir y Darío terminó cediendo solo porque los parciales habían terminado y tanto él como sus alumnos podían descansar. Las vacaciones de invierno estaban a la vuelta de la esquina, no tenía excusas para rechazar la propuesta.

No solía salir. De echo, era la primera vez en años que iba con sus amigos a algún lado. Ramiro intentó levantarle el ánimo años atrás, llevándolo a varios bailes y pubs para divertirse y quizá conocer a alguien. Sin embargo, su corazón se negó volver a enamorarse y él no era del tipo de personas que iban a la cama sin sentimientos de por medio.

Optaron por ir a un pub que había inaugurado hacía un año, pero que él nunca había visitado a pesar de sus buenas recomendaciones, por lo que estaba bastante abarrotado de gente. Ramiro lo apuró mientras se metían en la fila para entrar, con la música escapándose por la entrada y las luces haciendo juegos en la vereda. Afuera habían muchos vehículos y adolescentes con parlantes en los coches y conversaciones en un volumen alto. Incluso podía sentir el aroma a marihuana en el aire, lo que hizo que torciera la nariz.

Dentro, la oscuridad perforada por la luz led de colores hizo que buscara de inmediato la barra y se apoyara sobre el mostrador con un suspiro. Lucas le dijo que iba a sacar una conocida a bailar y Ramiro se fue con su novia Gimena a dejar su abrigo, por lo que se quedó completamente solo. Sacó el celular y revisó si tenía alguna notificación, pero lo único que tenía era el calendario avisándole el plazo de entrega de uno de los trabajos de matemáticas que ya había terminado.

Sintió la presencia del barman al otro lado del mostrador.

—¿Ibas a pedir algo?

Su corazón se detuvo y se giró despacio sosteniendo el aire. Las penumbra y las luces hacían juegos en el rostro del muchacho de pelo corto parado al otro lado de la barra, pero reconoció de inmediato la voz.

—Ale.

—Dari.

Se llamaron por los diminutivos casi por inercia. Incluso con los cambios a través de los años —la cara afeitada de Darío, el cabello corto de Alexis— no fue impedimento para que aquellas emociones, otrora enterradas, volvieran a surgir con fuerza y sin piedad, golpeándolos con punzadas de dolor y alegría.

Alexis sonrió con sinceridad y Darío no supo qué responder ante aquel gesto. Muchas cosas pujaron en su garganta pidiendo salir, pero no se animó a soltar ninguna. Hacía tanto tiempo ya que creyó que lo había superado, pero nada más era una herida remendada que perdió los puntos sin terminar de cicatrizar.

—¿Cómo has estado? —preguntó Alexis rompiendo el silencio. Su forma de hablar se había vuelto más seria, sus facciones eran más duras y la mirada se había vuelto más seria y azul, o quizá era el juego de luces y la oscuridad del ambiente. Tres años y medio sin verse pareció en ese momento una eternidad.

—Tanto tiempo —soltó con torpeza.

No esperaba encontrarse con él de forma tan casual. Tampoco esperaba que su corazón lo traicionara de aquella forma, latiendo desesperado por saber más de él.

—La verdad, mijo.

Darío se pasó la lengua por lo labios resecos y se ajustó los lentes.

—Lo último que supe de ti fue que estabas en la capital.

Su primo respondió encogiéndose de hombro.

—Hace un tiempo ya, no me adapté y volví.

El silencio, ocupado solamente por el reguetón de fondo, se puso entre ellos como una brecha a sortear. Alguien llamó por Alexis y él le dijo que aguantara un segundo para poder atender un muchacho que le pedía una cerveza. Cuando volvió, Darío se había tomado el tiempo para tranquilizar su inquieto corazón, pero su estómago aún se revolvía con nervios. Su primo le dejó una botella pequeña de pepsi frente a él.

—Cortesía de la casa —dijo, y le guiñó un ojo.

Darío esbozó una media sonrisa, observando el tatuaje que Alexis se había echo en la muñeca izquierda. Era nuevo, ya que cuando estaban juntos no tenía ninguno. Le tomó la mano de forma involuntaria para poder verla, pero el contacto lo llenó de emociones abrumadoras que lo terminó soltando tan rápido como pudo.

—¿Y eso? —preguntó incómodo, pero lleno de curiosidad, lo que logró que Alexis soltara una risa embarazosa. Hasta podía jurar que se había sonrojado.

—Es la ecuación de dirac.

—Sí, ya sé. Pregunto por qué te hiciste eso, eh. No sabía que a vos te gustaba la mecánica cuántica.

Su primo volvió a sonreír. No sabía cuánto extrañó aquel gesto hasta que lo volvió a ver.

—En realidad, lo vi en tik tok y pensé que era matemáticasconfesó—. Me gustó su significado.

Darío calló de inmediato, entendiendo la indirecta. La ecuación de dirac explica, básicamente, que si dos sistemas interactúan durante un cierto período de tiempo y luego se separan, se describen como dos sistemas por separado. Sin embargo, siguen enlazados de manera sutil y siguen influyendo uno en el otro a pesar de estar a kilómetros luz de distancia.

Por más lógico que fuera, Darío no quiso despejar aquella ecuación, incluso si su significado lo relacionaba a él también. Le dolía demasiado interpretarlo de esa manera.

Alexis, viéndose expuesto y a su primo abochornado, decidió dar el primer paso como siempre solía hacer.

—Che, si me aguantás, puedo arreglar para salir en media hora. Tengo horas extras a rolete para tomarme y no me van a hacer drama.

—Dale —respondió Darío sin pensarlo, su boca traicionándolo como solía hacer cuando recién estaban enamorándose.

La sonrisa que Alexis le dedicó ya premiaba cualquier espera.

Se quedó afuera, congelándose de frío con las mejillas rojas y la nariz entumecida. Se quejó en voz baja, con las manos metidas en los bolsillos de los jeans y los hombros fruncidos. Hacía ya media hora que estaba esperando, preguntándose si debía irse o quedarse cinco minutos más.

Habían pasado tres años y pico, ¿por qué su primo aún le removía las tripas? Terminaría su carrera al final del año si todo iba bien y lograba salvar las materias que estaba recursando. Tenía un grupo a cargo y su profesora siempre le recalcaba lo bien que le iba a ir cuando se recibiera. No quería distracciones en un momento tan importante, y menos por Alexis, quien se había marchado dejándolo atrás.

—¡Dari!

Alexis se acercó con pasos largos. Tenía una campera encima de la remera con el logo del pub y lo miraba con los ojos brillando mientras se acercaba. Parecía feliz porque realmente se había quedado a esperarlo.

Darío pensó en mil cosas para decirle, en muchas preguntas que quería hacerle, pero Alexis no dejó de avanzar. Sin darle tiempo a nada, pasó una mano por su cuello y lo atrajo hacia sí, presionando su boca contra la suya buscándolo con desesperación.

Pasaron años y Alexis durante todo ese tiempo había buscado aquellos labios con tanta ansiedad en otros, pero ninguno sabían como los de su primo. Nadie pudo encajar en su boca con tanta facilidad como él, no importaba con quién lo intentara.

Le llenó de felicidad que Darío respondiera con las mismas ganas.

—Perdoname, mijo —susurró Alexis contra sus labios, aspirando de su aliento que tanto había extrañado—. Fui un boludo y no supe cómo pedirte perdón después. Perdoná.

Su primo se alejó, tratando de contenerse. No podía caer tan fácil, no cuando tenía su vida ya planeada sin contarlo a él.

—Me rompiste el corazón, eh. Pero supongo que vos necesitabas irte, siempre quisiste hacerlo.

Alexis lo envolvió, lo presionó con fuerza contra sí y le besó el cuello, como antes, y a Darío le costó no terminar derretido.

—Vamos a mi depa, hablemos allí y no acá congelándonos las pelotas.

Su primo dudó, pero terminó aceptando porque también ansiaba saber más de él. Alexis estaba alquilando un departamento en un edificio en el centro de Maldonado por una módica suma que podía costear con su trabajo como barman y las propinas. También le contó que los jueves tocaba en ese mismo bar, así que lo invitó para que fuera a verlo algún día, sin comentarle que tenía un perfil en Instagram donde le había dedicado más de una canción.

Conversaron como antes, como cuando no tenían preocupaciones más allá de que los descubrieran. Pero ya no tenían más que temer, habían asumido sus miedos y dudas, y crecieron mientras estuvieron separados. Quizá esta vez podría funcionar mejor, en una relación más madura. Tenían mucho que charlar y trabajar para lograrlo.

Sin embargo, cuando llegaron al departamento, lo menos que hicieron fue hablar.

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