Capítulo 7. Y a partir de ahora... ¿guerra?

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

¡Hola, amores! ¿Cómo estáis? Traemos capítulo nuevo, después de toda la avalancha de emociones que sucedieron en el cap anterior. ¡Una vez hayáis terminado de leer este capítulo, pasad por el perfil de cristy811994 a leer la segunda parte!

--Mil gracias a Amanthyss por este edit tan bonito--


*Capítulo 7. Y a partir de ahora... ¿guerra?*
(Orden de lectura 1º)

Tan pronto como pude ponerme en pie, le dije a Hermione que era el momento de buscar respuestas a todas aquellas preguntas que nos inquietaban. Seguía taciturna, demasiado sorprendida por el modo en el que su vida estaba resultando desde que había llegado al castillo. Seguro que eso no era lo que ella había esperado el día en el que le habían dicho que tendría que casarse con el príncipe del mundo mágico.

—¿Qué te agita? —le pregunté.

La princesa se encontraba sentada en la silla de madera ante el escritorio. Desde hacía minutos observaba ese documento que ella misma había escrito en el que recopilaba toda la información que había logrado recabar respecto a su familia. Para mí, verla así resultaba frustrante y no sabía muy bien cómo ayudarla, pero tenía claro que quería hacerlo. Jamás habría imaginado que el bienestar de esa mujer me preocuparía.

—Es solo que... todo esto es muy confuso —contestó ella—. Draco, no sabemos por dónde empezar a buscar. Es todo un lío terrible y, además... —su tono de voz fue más bajo de repente—, además tenemos que lidiar con alguien que intenta matarte.

No, no era alguien. Era la Disidencia. Pero ya había hablado con ella sobre esa organización. Le había contado algunos detalles, evitando angustiarla aún más. Tampoco había mucho más decir: la Disidencia no soportaba la idea de que los muggles y los magos pudiéramos convivir.

—Por eso debemos contratacar —dictaminé.

—¿Y si al final consiguen lo que se proponen, Draco? —preguntó ella—. ¿Vas a arriesgarte a morir?

—Sí.

No lo dudé, hablé sin pensar. ¿Desde cuándo yo, Draco Malfoy, era un valiente? Siempre había estado más centrado en mis propios intereses que en los del resto de personas a mi alrededor y ahora, de pronto, sentía que la sangre real que corría por mis venas sí servía para algo. Ahora me preocupaba asegurarme de que la Disidencia se mantenía a raya.

—No quiero que lo hagas, no por mí.

—Hace tres días te morías por saber quién era tu padre, Hermione. ¿Por qué ahora no quieres investigar más al respecto?

—Hace tres días no te había tenido tendido en el suelo, a punto de morir.

Ella chasqueó la lengua, tan cabezota como siempre.

—Draco. Mi madre se... se suicidó —consiguió pronunciar estas palabras con cierta dificultad—, lo hizo porque yo le confesé que había hecho magia. Si esto es tan peligroso como creo que es, quizás deberíamos escuchar su consejo y no hacer más averiguaciones.

Suspiré. No podía soportar esa actitud en Hermione, no cuando sabía que ella misma ansiaba averiguar sus orígenes más que nada en el mundo. Ella era valiente y curiosa, la única razón por la que ahora tenía miedo era porque creía que me estaba poniendo en peligro a mí.

—Hermione... —susurré—, jamás vas a seguir adelante si no descubres quién es tu padre. Los dos lo sabemos.

No necesitaba conocerla desde hacía años para saber eso. Su sufrimiento no terminaría hasta que ella no conociera la verdad que envolvía la muerte de su madre y su propia naturaleza mágica. No podría esconderse durante mucho tiempo, además, pues su magia ya había sido liberada.

¿Cómo podría reaccionar el reino muggle ante una princesa que, para sorpresa de todos, era bruja? Algunas personas incluso considerarían eso como una traición. Quizás por eso se había suicidado la reina.

—Pero no quiero ponerte en peligro... —dijo ella con un hilo de voz.

Acaricié su cabello con suavidad, maravillándome de esos rizos esponjosos y fragrantes que llevaba días queriendo tocar. Ella se mostraba ligeramente esquiva conmigo y yo sabía perfectamente la razón de eso. Cerró los ojos, como si se estuviera debatiendo entre ceder a mis caricias o poner distancia entre nosotros, librarse de mi roce.

—No te alejes —le pedí con voz ronca.

Era capaz ya de ver con total claridad esa atracción que ella me generaba. No era solo físico, no solamente quería enterrarme en su cuerpo y escucharla gritar de placer con su piel acariciando la mía... era algo mucho más intenso, más aterrador para mí.

—No sé si... —comenzó ella.

—¿De verdad te preocupa eso? —pregunté.

Y ella me observó con sus ojos grandes y castaños. Frunció el ceño sin entender a qué me refería y yo no pude más que explicarme mejor. Me alejé de ella unos centímetros. Su vestido rojo se ceñía a cada una de las curvas de su pecho y caía en un vuelo largo y pomposo sobre sus piernas.

—¿Te preocupa que yo solo me sienta atraído por tu magia?

Sus ojos se apartaron de mí. La princesa alzó la cabeza, orgullosa.

—Has sido hiriente conmigo desde el principio, príncipe. No me preocupa, sino que me... da miedo. Nunca he tenido magia, jamás hasta este momento... y yo soy mucho más que eso.

Y tenía razón. Pardiez que sí tenía razón, por supuesto que era más que magia. Siendo muggle había conseguido doblegarme, contestarme con coraje y ser firme o dulce conmigo, según lo requiriera la situación. Demonios, si siendo muggle ya habría conseguido que yo me arrodillara ante ella si hubiera sido preciso... ¿qué demonios importaba ahora que tuviera magia?

—Lo sé. Y te recuerdo que antes de verte haciendo magia yo ya... —me aclaré la garganta, sentía que me costaba pronunciar esas palabras—. Yo ya había querido hacerte mía.

—No hablo de algo físico, príncipe —contestó ella con decisión—, hablo de respeto, de amor.

¿Amor? Yo nunca había amado a una mujer, no sabía qué quería decir con eso. Ella había llegado a mi vida como un torbellino, tan inesperada que yo ni siquiera me había parado a hacerme esa pregunta. ¿Sentiría amor por la princesa Hermione? Desde luego, ella me fascinaba y cada momento a su lado era una sorpresa.

—¿Hablas del mismo amor de Romeo y Julieta? —pregunté, encogiéndome de hombros—. ¿Hablas de morir el uno por el otro? Sigo pensando que no es algo inteligente ni lógico, en realidad.

No podía mentirle. Si eso era amor, quizás yo no lo sentía así... pero sí sentía que me derretía cada vez que la miraba y que en ese momento quería ver su sonrisa. Y, si la única forma de conseguir que ella sonriera era encontrando a su padre, yo no dudaría un instante en comenzar a buscarlo.

Hermione suspiró frente a mí y dejó el documento que tantas veces había mirado sobre el escritorio. Después se puso en pie y me observó cara a cara.

—Hablo de que siento algo por un hombre que hasta hace unos días me odiaba por no tener magia. Y ahora mismo tengo miedo de todo lo que podría suceder en el futuro, Draco. De todo. No sé qué hacer.

—Soy un hombre que te odiaba porque no te conocía; que ha sido educado para detestar todo aquello diferente a mí, pero... tú misma lo dijiste, Hermione: somos iguales. La magia no tiene nada que ver, no cambia lo que hay en nuestro interior.

¿Me creería?

Me morí de ganas de besarla, de poder demostrarle en un beso que nada me importaba, que con magia o sin magia, ella no iba a cambiar para mí.

Pero no lo hice.

Me eché atrás en el último momento. Si Hermione creía que iba a besarla, no se mostró abiertamente decepcionada cuando no lo hice. Estaba claro que mis palabras no conseguirían convencerla, así que tendría que hacerlo con mis acciones, entonces.

A esas alturas, solamente había una cosa que podía hacer para demostrar, tanto a Hermione como a mí mismo, que no estaba dispuesto a permitir que la Disidencia siguiera amenazándonos.

—Te prometo que no tendrás que preocuparte por la Disidencia —dije con convicción.

Después, antes de que Hermione pudiera contestarme, me di la vuelta y me dirigí a la puerta de nuestros aposentos. La miré una vez antes de marcharme de allí.

Por primera vez en años, sentía que estaba a punto de hacer algo útil.

***

Entré a las mazmorras del castillo con decisión. El guardia de la puerta me observó al hacerlo, pero no se atrevió a decirme nada. Al fin y al cabo, yo era el príncipe y ese era mi hogar.

—¿Dónde está? —pregunté.

No tuve que añadir a quién buscaba, el guardia apretó los labios y señaló la segunda celda de esas oscuras mazmorras. Yo le dirigí un gruñido afirmativo y pasé frente a él sin titubear un momento. El lugar olía a humedad, pues estaba situado en el piso subterráneo del castillo. Las mazmorras habían sido construidas más de ochocientos años atrás y eran oscuras y frías. Normalmente no contábamos con prisioneros, pues nadie se atrevía a atacar el castillo... pero corrían tiempos oscuros para la magia y era posible que esos calabozos se llenaran muy pronto.

El suelo de piedra resonó cuando llegué hasta la celda y alcancé a ver su figura en cuanto llegué, su silueta quedaba tenuemente iluminada por una antorcha fijada a la pared. La celda contaba con solo una silla y un colchón de paja tirado sobre el suelo. Observé un instante al prisionero, sus manos estaban esposadas a su espalda y él se encontraba sentado sobre esa silla. Imaginé que llevaba allí unas setenta y dos horas.

El señor Angus Parkinson siempre había sido un hombre alto y elegante. Rondaba los cuarenta años y su cabello, negro y espeso, caía sobre sus hombros otorgándole una apariencia grácil. Ahora era muy distinto, la criatura que se encontraba ante mí era un hombre derrotado, sucio y desaliñado.

—Así que fuiste tú —dije.

Solo nos separaban los barrotes de la celda y Angus levantó la mirada. Sus ojos verdes se fijaron en mí durante un largo rato, después bajó la cabeza.

—¿Qué quieres? —preguntó.

Era un hombre orgulloso, no se callaría frente a mí. Que él hubiera sido vencido en esa batalla no significaba que no fuera a morir con la cabeza bien alta. Así eran los miembros de la Disidencia: soberbios y presuntuosos. También yo había sido así... quizás aún lo era.

—Quiero que mandes un mensaje a la Disidencia.

—¿Y por qué no lo haces tú mismo?

—Porque quiero tú lo hagas, Angus —contesté, endureciendo la voz—. Quiero que tú mismo les entregues mi mensaje... y mi advertencia.

El hombre soltó una ligera carcajada.

—Van a matarme, Malfoy. Yo no puedo mandar ningún maldito mensaje.

¿Eso creía? No, no lo mataríamos. Estaba seguro de que mis padres querrían hacerlo... una parte de mí también lo deseaba, no podía negarlo, pero no lo haríamos. Él había intentado matarme, pero asesinarlo podría desencadenar otra guerra. El resto de los disidentes podrían martirizar a Angus Parkinson, convertirlo en una víctima de su causa. No, matarlo no era la solución, sino el inicio de otro problema.

—¿Matarte, Parkinson? No. Cuenta con que eso no va a suceder.

Esta vez su rostro se tornó curioso cuando volvió a levantar esa cabeza de cabellos largos y despeinados. Pude distinguir, aunque fuera a contraluz, que su frente estaba manchada de sangre. Me pregunté si él recordaría lo que le había sucedido, ¿sabría que mi esposa lo había atacado? ¿Sería él consciente de que la princesa Hermione era una bruja?

—¿No?

—Te vas a quedar aquí. Te quedarás en esta prisión tanto tiempo que te arrepentirás a cada segundo de haberte atrevido a atacarme. Sé que tú no das las órdenes, tú no eres el comandante de la Disidencia, pero vas a hablar con él y le vas a hacer llegar este mensaje. Le dirás que Draco Malfoy va a acabar con la Disidencia, que la paz con los muggles está firmada y que todo aquel que se atreva a romperla se convertirá en tu compañero de celda perpetuo.

El hombre apretó los labios. La luz del fuego iluminaba esos rasgos aristocráticos y los volvía oscuros, siniestros...

—No lo creo, Malfoy. No olvides tus orígenes, tú también fuiste uno de nosotros una vez.

Mi gesto no se alteró al escuchar eso. Yo lo sabía perfectamente, jamás había intentado negarlo. Pero ahora las cosas eran diferentes. ¿Cómo sabía él que yo había formado parte de la Disidencia? Eso no importaba.

—Pero, aun así, voy a destruiros —juré—. Díselo al comandante, por favor. Estoy seguro de que él contactará contigo de algún modo.

Me di la vuelta, dispuesto a marcharme, pero Angus Parkinson habló una vez más. Su voz fue casi un susurro, así que, por un instante, me pregunté si de verdad estaba escuchando la voz del hombre. Me quedé parado para lograr oír mejor su voz y por fin distinguí lo que quería decirme con sus palabras.

—Malfoy, harías bien en cuidar de tu esposa. Es una presa fácil.

Tomé aire. Mis puños querían apretarse, de pronto sentía la necesidad de abrir la verja de la celda, entrar y darle su merecido a ese hombre. Pero me controlé, lo logré porque esa no era la imagen que yo quería dar. No me interesaba que me percibieran como un enemigo inestable, que caía en provocaciones fácilmente.

Miré a Angus Parkinson un momento y después seguí caminando hacia la puerta de las mazmorras.

Acababa de firmar la guerra y era consciente de ello. No solamente había dejado claro que yo contraatacaría ante sus ofensas, sino que, además, buscaría activamente a la Disidencia y la destruiría yo mismo si eso era necesario. Encontraría al comandante y lo derrotaría.

El guardia de las mazmorras se despidió de mí con un movimiento de cabeza y yo le correspondí del mismo modo. Subí las escaleras y crucé numerosos pasillos hasta llegar al ala de los Malfoy en ese castillo. Mentiría si dijera que no me había dejado frío esa última amenaza por parte de Angus Parkinson.

Ni siquiera quería pensar en lo que sentiría si le hacían daño a Hermione. Aún no entendía bien mis sentimientos por ella, pero sí sabía que estaba dispuesto a matar a quien fuera si con eso podía protegerla.

Caminé hasta mis aposentos a paso más rápido del que yo mismo quería seguir. Sentía una presión en el pecho y una voz dentro de mí me decía que algo podría haberle sucedido a Hermione en esos minutos en los que yo me había ido. ¿Y si alguien de la Disidencia había aparecido en esa estancia? ¿Y si le habían lanzado un hechizo? Ella no sabía defenderse y, definitivamente, eso era algo que tenía que solucionar. Enseñaría a Hermione a utilizar la magia, a usar hechizos y a defenderse en un duelo si era necesario. La iba a proteger.

Empujé la puerta de mis aposentos en cuanto llegué allí y mi corazón se aceleró cuando no la encontré ante el escritorio, donde la había dejado. Ahogué un gemido y por fin pude relajarme cuando la vi sentada sobre la cama, con su rostro fijo en ese libro que tanto le gustaba: Romeo y Julieta.

Levantó la vista de las páginas y me miró. Una pequeña sonrisa se estableció en su rostro y pude ver que también ella había estado preocupada por mí durante ese tiempo en el que habíamos estado separados, pero el orgullo de ambos nos impedía reconocer en voz alta que no queríamos separarnos, que teníamos que protegernos el uno al otro.

—¿Dónde estabas? —preguntó la princesa Hermione.

Y yo me acerqué hasta ella, pero no contesté a su pregunta. Le quité el libro en un gesto impulsivo y lo dejé cerrado sobre la cama. Después, sin pensármelo más, me dispuse a besar a la princesa.


Mil gracias por leer, nos vemos el domingo ;)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro