ㅤㅤㅤ O3. SONREÍSTE

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   Anastasia resopló frustrada mientras llenaba los formularios de las causas de muerte del señor Flinch, aunque resultaba muy obvio que la causa de su muerte había sido su adicción a los cigarrillos, por mucho que su familia se negaba a creer eso.

―Otro día aburrido en la morgue, Frank ―suspiró y miró el techo. ―Supongo que el buen humor que me ha provocado Charlie ya desapareció. Oh, muero de ganas de que pase algo interesante, un homicidio o algo ―Ana tuvo la intención de seguir divagando pero el sonido de las sirenas de la ambulancia a lo lejos la desconcertó. ―¿Una ambulancia? ¿Crees que la señora Woods se haya vuelto a descolocar la cadera? ―se rio para sí misma. Dejó los formularios sobre la mesa auxiliar y miró a Frank. ―Iré arriba a ver qué tal, ya que obviamente tú no estás de buen humor ―sonrió con burla antes de alejarse hacia la puerta.

La morgue se encontraba en el sótano, un lugar frio y oscuro que resultaba perfecto para Cullen. El silencio era más cómodo para ella que lo ajetreado de la sala de emergencias, además de estar plagado de gente constantemente. A nadie le gustaba el sepulcral sonido y el frío así que nunca la visitaban. Mejor para ella, disfrutaba de la compañía de los cadáveres.

Tal vez le gustaba más de lo normal la morgue, pero en su defensa ella no era normal.

Terminó de subir por las escaleras, el ascensor se tardaba demasiado, y abrió la puerta para comenzar su camino hacia la recepción.

―¡Doctora Cullen! ―expresó sorprendida Mónica al verla. ―¿Qué haces aquí? ―preguntó mientras la miraba como si fuera una extraña. La mencionada sonrió.

―Trabajo aquí ―se recostó ligeramente en la mesada alta de la recepción. ―¿Pasó algo interesante? ―pregunta casual.

―La hija del jefe Swan tuvo un accidente en auto ―respondió la recepcionista entretanto tecleaba en la computadora con tranquilidad.

―¡¿Qué?! ―chilló histérica y las puertas se abrieron, entraron varios enfermeros con una camilla. En algún momento sus pies se movieron solos y comenzaron a seguirlos. ―Isabella, ¿me escuchas? ―cuestionó inclinándose sobre ella.

―Sí ―murmuró la chica. Ana palmeó el bolsillo delantero del enfermero que había a su lado hasta dar con una pequeña linterna.

―Isabella, ¿ves la luz? ¿Puedes seguirla? ―la castaña siguió con la mirada la pequeña luz, tenía los ojos de su padre. ―Las pupilas están respondiendo correctamente ―informó en voz alta. ―¿Qué te duele? ¿Te sientes mal? ―la joven negó con la cabeza y la rubia frunció el ceño. ―¿No tuviste un accidente? ―preguntó y comenzó a palmear en el cuerpo en busca de heridas, tal vez la adrenalina estaba afectando la percepción de la menor.

―Sí, pero fue extraño ―respondió y Ana la miró más confundida.

―¿Extraño cómo?

―La camioneta me iba a golpear, pero él apareció de la nada y la detuvo, con una sola mano ―Bella se encontró con las miradas de confusión de las cuatro personas que estaban con ella.

―¿Él? ―preguntó suavemente Cullen, dándose una idea de a quién se refería.

―Edward Cullen ―la mujer apretó los labios y apartó la mirada para mirar a sus compañeros.

―Debe estar confundida ―la defendió de las miradas de rareza. ―Prepárenla para radiografía ―ordenó y ellos asintieron.

―Pero me siento bien ―se quejó ceñuda la adolecente, siendo ignorada.

Ana volvió a la recepción y dejó que los enfermeros se encargaran hasta que su hermano llegara. Si no estaba equivocada él tenía cita con la embarazada y recién casada pareja Parkinson.

―Mónica, ¿dónde está el de la camioneta? ―la cuestionó sin acercarse demasiado.

―Tyler Crowley, sala de emergencia ―le informó y ella asintió mientras se dirigía al lugar.

―¿Llamaste al jefe Swan?

―¡Sí, también a los padres de Crowley! ―gritó al verla caminar sin parar, innecesario pero ella no lo sabía.

Cullen no dio respuesta y se dispuso a ir a atender a otra persona involucrada en el accidente, también quería obtener algunas respuestas.

( · · · )

   Anastasia estaba supervisando silenciosamente a Jackie hacerle un chequeo general a Isabella. Trataba de mostrarse paciente, pero ella no lo era.

―¿Le entregaste a mi hermano las radiografías? ―pregunta mientras la ve completar el análisis.

―Sí, no debe tardar en venir ―le respondió la enfermera, sin prestarle verdadera atención.

La mujer iba a quejarse pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta con un olor la golpeó, uno único en el mundo para ella.

Vainilla y café dulce.

Su cerebro se desconectó totalmente de la situación y se escondió un poco detrás de la mujer mayor, quien la ignoró con calma.

La puerta se abrió y Ana sentía que se estaba ahogando de la mejor forma posible con ese intenso y característico olor que llenaba su mente, nublándola por un segundo.

―Bella ―llamó el hombre, en una mezcla de molesto y aliviado. ―¿Estás bien? ―preguntó y su voz se escuchó más cerca. ―Tú y yo vamos a hablar ―ella no lo estaba mirando pero sabía que le estaba dando un mirada matadora al joven y sonrió para sí misma. ―¿Estás bien? ―volvió a preguntar con la voz más suave.

―Estoy bien, papá. Cálmate ―pidió la menor. Tyler balbuceó disculpas, como lo llevaba haciendo desde que llegó. ―Lo sé, está bien.

―No, créeme que no está bien ―dijo el mayor, un poco irritado.

―No sea muy duro con el muchacho, jefe Swan ―habló la rubia, provocando que el castaño se sobresalte.

―¡Ana! ―exclamó exaltado y ella le sonrió. ―¿Qué haces aquí? ―la miró con el ceño ligeramente fruncido.

―Es curioso, últimamente me preguntan mucho eso, después de años uno creía que ya se darían cuenta que trabajo aquí ―dijo burlona haciendo al hombre rodar los ojos. ―Te tomaste muy en serio eso de venir a visitarme.

Él no pudo evitar una pequeña sonrisa.

―No es gracioso.

―Sonreíste, así que sí es gracioso ―dijo autoeficiente.

―¿Ustedes se conocen? ―preguntó Bella, mirándolos con una mezcla de confusión y sospecha.

Los adultos se miraron con cierta duda y los labios entre abiertos.

―Oí que la hija del jefe está aquí ―interrumpió una voz y Ana puso los ojos en blanco.

―Sí, fui yo quien te lo dijo ―lo miró mal. ―No te preocupes, hermano, ya hice todo tú trabajo.

―¿Atendiste a Bella? ―preguntó Charlie, señalando a la mencionada.

―¿Por qué todos continúan sorprendiéndose? Soy una doctora ―habló con falsa indignación.

―Una forense ―comentó Carlisle y con una seña le indicó a Jackie que se podía ir.

―¿Qué? ―murmuró la adolecente, cada vez más confundida.

―Pero soy doctora al fin y al cabo ―repuso y el castaño soltó una risa que camufló como una tos cuando la mujer le dio una mala mirada.

―Isabella ―llamó el rubio, ignorando a su hermana.

―Bella ―lo corrigió al instante.

―Bueno, Bella ―asintió comprensivo. ―Soy el doctor Cullen, quien te atendió es mi hermana, Anastasia Cullen ―miró a la mencionada. ―Por cierto, lo hiciste muy bien ―la mujer se cruzó de brazos.

―Habla como si fuera una novata ―se quejó en voz baja con el jefe, provocando que él sonría y se ría.

―Esa caída fue fuerte, ¿cómo te sientes? ―le preguntó revisando el análisis.

―Bien ―respondió. Carlisle de todas formas le hizo un chequeo a los ojos de la chica.

―Podrías experimentas estrés postraumático o desorientación ―explicó. ―Tus signos vitales están bien y no hay lesión en la cabeza, creo que vas a vivir ―dijo simpáticamente.

―Lo cual es bueno porque no queras conocer mi oficina todavía ―habló divertida y miró a Charlie. ―¡Y no digas que no es gracioso porque sonreíste! ¡Gané! ―celebró burlona.

―No lo hice ―se quejó en voz baja como niño caprichoso, haciéndola reír.

—Mentiroso —le murmuró con malicia. Y él hizo un gesto de falsa indignación.

―Pudo haber sido peor si Edward no hubiera estado ahí, él me salvo ―la felicidad de Ana se desvaneció y los hermanos se miraron, tensos.

―¿Edward? ¿Tu muchacho? ―preguntó el jefe mirando al doctor, aunque mantenía un ojo en el cambio de emoción de Ana.

―Sí, fue muy impresionante como llegó tan rápido, no estaba cerca de mí ―Bella miró a los Cullen fijamente, buscando una reacción inusual, una que nunca llegó.

―Tal vez solo estés confundida ―le dijo con tranquilidad. La rubia asintió energéticamente.

―Yo le dije lo mismo ―coincidió con la misma tranquilidad que su hermano.

―Charlie, Bella ―se despidió el mayor antes de irse.

―Isabella, lamento que tuviéramos que conocernos en estas circunstancias. Pero fue un placer salvar tu vida ―la muchacha le sonrió. ―¿Te gustaron las galletas?

―¿Fuiste tú? ―preguntó sorprendida y la mujer le dio una mirada asesina al castaño. Él hizo una mueca de disculpa.

―Se me olvido, te lo juro ―se explicó y ella asintió.

―Sí, bueno, no importa ―mintió, sintió un pinchazo en su frío corazón. ―Ten cuidado, Isabella ―sus ojos dorados fueron de la hija al padre. ―Adiós, jefe Swan ―se despidió engreída y salió de la sala, sin esperar respuesta.

Siguió fácilmente el olor de Carlisle, encontrándose con él, sorprendentemente a Rosalie y a Edward. Estaban teniendo una pequeña reunión casi en el medio del pasillo.

―No estoy molesto contigo, hijo ―le dijo consoladoramente al cobrizo.

Ana se acercó y golpeó la nuca de su sobrino, causando que la rubia menor riera un poco.

―Yo sí estoy molesta ―dijo ceñuda. ―¿Qué haces? No sabía que tenía un sobrino tan idiota. Sé que la discreción no nos caracteriza a los Cullen, pero esto es ridículo.

―¿Debí haber dejado que el camión la aplastara? ―preguntó con irónico. La rubia le dio otro golpee, que resultaba tonto porque no les dolía.

―No me hables en ese tono, Edward ―se quejó. ―Ahora ve allá y arregla esto. Tienes noventa años, actúa como tal.

―¿Qué caso tiene? De todas formas nos tendremos que mudar ―dijo Rosalie igual de ceñuda que su tía.

―Yo no me pienso mudar ―dijo la rubia casi con histeria.

La sola idea de estar lejos de Charlie la enfermaba, odiaba con todo su frío ser ese escenario. No volver a ver el brillante cabello castaño o los dulces ojos chocolate, no volver nunca a embriagarse con el mejor olor que existía en el mundo.

―Nadie se mudara ―impuso Carlisle la paz, interrumpiendo sus dolorosos pensamientos. ―Ella está atrás.

Los cuatro se giraron y, en efecto, allí estaba Bella. Lucía avergonzada pero no retrocedió.

―¿Puedo hablar contigo? ―preguntó con falsa valentía, mirando a Edward.

―Andando, Rosalie ―ordenó Ana al verla casi dar un paso hacia la chica.

Carlisle rodeó con un brazo a su hija y la guió por el pasillo, siendo seguidos por la rubia.

―Charlie te agrada ―comentó el Cullen mayor y miró a su hermana. ―¿No es así?

―Sí, es un humano especial, no hay muchos como él ―se encogió de hombros para que no se notara tanto sus sentimientos en cada palabra.

―¿Le has dicho que estudiaste ciencias forenses? ―ella frunce el ceño.

―¿Por qué le diría eso? ―preguntó pero ya sabía a donde se encaminaba la conversación.

―Podrías trabajar con él en la estación, no tienen criminólogos ―Ana puso sus ojos en blanco.

―Tampoco los necesitan, este es el pueblo más aburrido del mundo. Lo único interesante somos nosotros, pero eso no lo saben ―Rosalie rio por su comentario.

―Está bien, pero considera la idea ―insistió Carlisle y ella asintió de mala gana. ―¿Sabe Esme de tu contrabando de sus galletas? ―la rubia mayor apretó los labios.

―Ella cree que se las estás dando a las enfermeras ―dijo su sobrina con burla.

―No, y agradecería que no se lo dijeras. Ninguno de ustedes ―les dio una falsa mirada asesina a ambos.

―¿Y por qué se las das a él y no a las enfermeras? ―preguntó la menor con curiosidad. La mujer se encogió de hombros.

―Ya lo dije, es especial, único ―trató de no darle importancia al asunto. ―Ahora, sí me disculpan, Frankie me espera. Ya debe extrañarme.

Ana se giró con una sonrisa de diversión mientras Rosalie y Carlisle se reían en voz baja por sus ocurrencias. Se dirigió a la morgue para divagar un rato, ya no había cadáveres que examinar.

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