37._ House of memories (Teeth continuación)

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Me disponía a dar los buenos días cuando su conversación llamó mi atención.

Flash Back

-¿Crees que Mira esté bien? – preguntó Zeldris.

Fueron esas palabras las que me impulsaron a ocultarme y escucharlos.

-Seguramente, ella es bastante independiente. Aunque estaría más tranquilo si alguno de nosotros la hubiera acompañado a Tokio –respondió mi primogénito.

¿Tokio? ¿Qué se suponía que tenía que hacer ella en Tokio?

-Siento lo mismo ¿Crees que sus trámites tarden mucho?

-No demasiado, pero de todos modos actualizar toda su documentación será un poco complicado. En especial en el registro universitario, sinceramente no sé cómo hará –explicó Meliodas revelando su preocupación.

¿Actualizar su información? ¡Qué carajos!

Nada de lo escuchado calzaba en mi mente, pero, al menos de algo me había servido estar de chismoso. Ahora sabía dónde buscarla.

Fin del Flash Back

No esperé obtener lo que anhelaba de esa manera, aunque siempre sospeché que mis hijos sabían el paradero de ella; no obstante, la tristeza no era buena amiga a la hora de usar el cerebro para obtener información discretamente. Consideré esa casualidad una señal ¡Una oportunidad para recuperarla!

Muy dentro de mí reconocía la carga inmensa de mis errores, y, a pesar de reconocerlo, me empeñé en creer que una explicación de mis retorcidas acciones la haría perdonarme. Me sentía en el absurdo derecho de exigirle que me escuchara, pero, nuevamente sólo era víctima de la soberbia que gustaba de gobernarme usualmente; y, aunque me excuse en el cliché de qué: "el amor no entiende de razones", igualmente mi fuero interno siempre me recordaba lo equivocado que estaba.

Me apresuré en prepararme para viajar, solamente había usado ropa cómoda y pijamas los últimos días, así que todos mis trajes estaban impecables. Me encargué de ordenar yo mismo la maleta, aun con las manos temblorosas por la expectativa de verla. Con cada doblez repasaba cada una de las palabras apropiadas para convencerla de ver la situación con mi óptica. Ignorando nuevamente a aquella voz interna que me recordaba lo estúpido que era.

El tiempo que pasé organizando todo me permitió calmar mis nervios y pensar con claridad; si planeaba ausentarme, al menos debía pasar por la oficina cerciorándome de que no requerirían mi presencia de manera inmediata.

Al presentarme en la oficina todos me miraron como si vieran algo extraordinario. Me encargué de todo lo que podría necesitar mi aprobación y le avisé a Meliodas y Zeldris que viajaría sin una fecha estipulada de regreso. Mis hijos no son tontos, todo lo contrario; por sus miradas me imaginé que descubrieron que espié su conversación. Disimulé todo lo que pude mi bochorno, haciendo uso de la misma cara de póker con la que hago negocios, o puede que en realidad no lo supieran y todo era idea mía.

Para esa tarde ya me encontraba en Tokio, me hospedé en una de las propiedades que tenemos en la ciudad, un apartamento bastante amplio y cómodo. Volvía a estar lleno de expectativa, y el exceso de energía me llevó a tener insomnio. Miraba la ciudad a través del gran ventanal del departamento, cuando me percaté de que no sería fácil encontrarla en esa enorme selva de asfalto por mis propios medios.

Sabía que ella detestó la idea de que envié a un detective a investigarla, pero en esa situación no tenía de otra, no podía llamar a cada hotel de la ciudad y exigir saber si Mirana se hospedaba allí.

Terminé llamando a Maes nuevamente, esa simple acción debió decirme que estaba volviendo a cometer los mismos errores del pasado, y que sólo por ello todo resultaría mal.

En el fondo lo sabía, por lo qué sólo le pedí al investigador que obtuviera la dirección del hotel en que se hospedaba, lo demás lo averigüé a la antigua, siguiéndola. Admito que en cada oportunidad me sentí como un acosador, y muchas veces mientras la veía ingresando a la oficina del consulado francés sentí la imperiosa necesidad de volver a llamar a Hughes, me mataba saber qué era lo que ella hacía allí. Pero me contuve.

Me tomó un tiempo llenarme de valor para atreverme a acercarme. Aunque, era durante las tardes en que me sentía más cercano a ella. Siempre era la misma rutina, a las cuatro de la tarde, sin falta, Mirana con mochila deportiva al hombro, ingresaba al recinto de la pista de hielo.

Yo entraba al lugar unos veinte minutos después para que ella no me notara, y me sentaba en los últimos asientos de las gradas. Observé como con una dedicación única mi albina se dedicaba a calentar durante al menos cuarenta minutos, fuera y dentro de la pista. Eventualmente, ella simplemente comenzaba a realizar complejos giros y saltos en la pulida superficie; muchas veces al verla caer sentí la imperiosa necesidad de sacarla de allí y llevarla a un médico; pero ella era terca. Terca y decidida, no paraba de practicar el mismo movimiento hasta alcanzar la fluidez que necesitaba.

Verla con esa determinación llenaba mi cabeza de preguntas, pero también acrecentaba el profundo amor que le tengo. Antes me llevó a verla patinar y fue una experiencia maravillosa, como ver a un ángel bailando entre las nubes; pero esto era diferente, era tener un pase directo a ver un alma luchando contra sus demonios. Cada frustración, sus lágrimas, algunos golpes irritados al hielo, morderse los labios para evitar gritar, y, en otros momentos podía ver algo más: amor, odio, tristeza, diversión y pasión.

Mi cabeza no podía armar el rompecabezas de todo lo que miraba ¿Por qué ella parecía sufrir y amar tanto esos momentos? ¿Por qué lloraba? ¿Por qué sonreía con una nostalgia que me era imposible de comprender?

Con el pasar de los días la vi florecer. Dejó de tener esa imagen de princesa cautiva del miedo, para volverse una guerrera; y supongo que los otros usuarios de la pista también encontraban algo especial al verla, porque Mirana se hizo con una pequeña cantidad de fanáticos. Las personas despejaban la pista para ver sus interpretaciones, que aunque carecían de perfección, porque caía, era capaz de sumirnos a todos en su burbuja. Nos volvía prisioneros de la música, sus expresiones y giros.

Yo no entendía de patinaje, más de una vez consulté el nombre de sus piruetas en Google; pero lo que yo sí entendía es que: verla sobre el hielo, libre, sonriente o llorosa; la hacía aún más hermosa y admirable de lo que yo la consideraba hasta ese momento.

Cuando reuní el valor de acercármele, ella estaba ayudando a un chiquillo, dándole consejos; lo que no era raro. Mirana había llamado tanto la atención, que muchos se le acercaban por su evidente experiencia en el deporte. Recordaba que ella me comentó que su padre fue un reconocido patinador artístico, pero jamás encontré información de alguno con el apellido Arelian, sólo mujeres.

Flash Back

La música bajó mientras me acercaba.

-Señorita Mirana ¿Cómo es que obtuvo tanta experiencia? –preguntó el muchachito.

-Participé en una o dos competencias cuando era joven –respondió dejándome impresionado; aunque por su nivel, no debería de parecerme extraño.

-¿Sí? ¿Por qué no continuo? ¡Seguramente pudo ser campeona del mundo!

EL jovencito realmente parecía ilusionado y extasiado mientras la alagaba, realmente creía lo que decía.

-Logré lo que quería antes de retirarme, aunque me habría gustado permanecer mucho más tiempo en el hielo. Pero lo dejé porque mi mamá no quería esa vida para mí.

Dejé de escuchar su respuesta ¿Qué tanto había incursionado ella en ese mundo? Otro misterio de mi amada, de la mujer de quien aparentemente no sabía nada. Lo que me hizo doler el corazón.

-¿Quién era su entrenador?

La pregunta del adolescente me intrigó, con esa respuesta podría revelar tantos misterios. Un nombre, sólo necesitaba un nombre.

-¡Suficientes preguntas!

Me quedé hecho piedra, esa exclamación acabó con todas mis ilusiones de respuestas. Ella retrocedió lentamente hasta el muro de contención y habló en voz alta.

-¿Creíste que revelaría el nombre de mi papá? ¿Por eso te acercaste?

Cuando el pequeño terminó de ejecutar los pasos que Mirana le había pedido ella volteó hacia mí. Al fin volvía a mirarme con esos hermosos zafiros que tenía por ojos.

-¿Acaso se te congeló la lengua, Damián? –preguntó con una sonrisa burlona en su rostro.

Quedé mudo por algunos instantes ¿Ella me había notado? ¿Cuándo?

-¿Sabías que estaba aquí? –me decidí a cuestionar.

-¡Por Dios, Demon! Las mujeres de hoy en día debemos estar muy alerta de las personas a nuestro alrededor –explicó- En especial de los hombres de gabardina negra larga, que usan guantes y sombrero bajo techo.

Miré mi atuendo avergonzado y no pude estar más que de acuerdo con su argumento, por lo que me quité el sombrero.

-¿Mirana, podemos hablar? –pedí.

-¿Acaso vienes a suplicar?

Su altanería casi me molestó, pero tenía que contener mi mal genio. Vine a recuperarla, no a alejarla más ¿Lo último era siquiera posible?

-Un Demon no suplica –susurré por inercia, arrepintiéndome de mi respuesta en el acto.

-Lastima. Si lo hubieras hecho, tal vez te habría escuchado.

La miré desconcertado ¿Había nuevamente arruinado la posibilidad de que me escuchase? ¿Eso era lo que se necesitaba? ¿Qué suplicara? Por ella, la idea no me pareció tan aberrante.

-Mirana, por favor, yo necesito... -susurré con el corazón desbocado dentro de mi pecho, pero ella me cortó a media oración.

-No, Demon. Lo que necesitas es recuperar tu relación con tus hijos, analizarte a fondo –dijo cruzada de brazos.

-Pero nosotros...

-Escúchame ¿De verdad crees que podría estar con un hombre que pisotea a sus propios hijos para conseguir lo que quiere? ¿Alguien que destruye los sueños de los que debería amar con una rapidez pasmosa? –inquirió sin suavizar ni un poco sus palabras.

-Mirana, podemos hablarlo. Yo sería mejor para ti, tú y yo....

-¡Detente! –exclamó exasperada-Tu prioridad en la vida son tus hijos, esos niños que amaste mientras Elise estuvo en vida y que pareces haber olvidado querer por el sufrimiento que cargas –aconsejó con una mirada piadosa en sus ojos- Y en lo que respecta a mi... -suspiró- Solo podrías recuperarme luego de pasar por algo peor que las doce tareas de Heracles*. Y créeme; como el hombre que eres ahora, no podrías superarlas.

Cada palabra saliendo de sus rosados labios fue un puñal tras otro, una bofetada contundente de realidad; pero al darme la espalda me derrotó por completo, y quise, tuve la pasmosa necesidad de echarme a llorar como un niño en ese momento. Pero tenía tanta experiencia ocultando mis sentimientos, que verla durante unos pocos instantes más y darme la vuelta para abandonar el recinto no fue difícil.

Fin del Flash Back.

Decir que regresé pisándome las orejas es poco para cómo me sentía, literalmente tenía la moral desplomada. Y lo que más mal me sentó, fue regresar a una casa sin alma, totalmente silenciosa. Me recibió en la puerta el mayordomo, y como cosa habitual en las últimas semanas, anhelé a Mirana, que ella me recibiera con una cálida sonrisa, preguntando por mi día y ayudándome a quitar el saco de mis hombros ¿Cuánto tiempo llevaba ella llenando aquel espacio de las pequeñas grandes cosas que hacen las esposas por los hombres amados? ¿Cuánto tiempo he desperdiciado y sigo desperdiciando?

Mi fiel empleado me ayudó con las maletas y con eficiencia me informó de los pormenores: Meliodas estaba enclaustrado en la oficina, Zeldris en alguna salida con la chica Edinburg, Liz en alguna entrevista de su trabajo y el correo acumulado me esperaba en la oficina.

Sinceramente necesitaba ocupar mi mente en otra cosa que no fuera Mirana y la soledad que me aprisionaba el pecho, por lo que hice lo que mejor sé hacer: enfocarme en el trabajo para no tratar con las emociones. Pero primero, una ducha, y tal vez un capítulo nuevo del último libro de economía que publicó Melascula.

Correctamente cómodo en mi pijama fui hasta la oficina para leer un poco antes de ponerme con el correo acumulado; aunque, técnicamente no esperaba nada especialmente importante. Menos cuando literalmente Meliodas estaba a cargo de casi la totalidad de la empresa. He de confesar que me causaba cierta culpa saber que mi primogénito estaba trabajando hasta la extenuación debido a mi causa, pero nuevamente me forcé en decirme a mí mismo que era sólo una etapa y que ya se le pasaría.

No quería que la culpa se asentara también en mi pecho junto al desamor, por lo que terminé observando el pequeño fajo de cartas sobre el escritorio, captando el sobre blanco grande que fue mencionado por Tanaka. Me ganó la curiosidad.

No esperaba que estuviera a punto de abrir una versión de papel de la caja de Pandora*.

Pasé mucho tiempo viendo su caligrafía como para no reconocerla al primer vistazo: "Mi currículo, patrón". Arranqué con premura el pequeño cuadrado azul, revelando la típica foto de identificación, y aún en esas fotos dónde todos lucíamos más feos y amargados que de costumbre, ella se veía encantadora, desbordando amabilidad y coquetería en la curva de sus labios rosados.

¿Dupré Volkova? ¿Rusa?

Al menos sí conocía su edad y profesión.

La demás información era basura para mí, eso era lo que yo sabía de ella. Pero con su verdadero nombre podía arrojar luz a las miles de dudas que tenía en la cabeza, o eso creí.

Google no resultaba ser mi amigo a la hora de obtener respuestas. Pero allí estaban algunas piezas del misterio de la mujer que amaba. Y es que la amo tanto, que ni sus secretos han sido capaces de extinguir lo que siento por ella.

Hija de un fallecido y eminente patinador artístico de la selección francesa. Ella era la siguiente prodigio del patinaje junto a su único hermano, a los que les cambiaron el apellido luego de que sus padres se divorciaron y su madre se volvió a casar. Un hermano mayor que se fue a vivir con su padre y ella que quedó junto a su madre y padrastro.

Una vida de reflectores, donde ella era una aclamada princesa de un deporte hermoso, pero esa sonrisa no era la que yo conocía, no era sincera, no brillaba. No era la sonrisa que la vi esbozar tantas veces mientras jugaba con Meliodas y Zeldris, o la sonrisa de esa mujer que llevé de la mano a citas, mucho menos de la dama que le regresó la felicidad a la mansión Demon luego de la tragedia; esa no era nuestra Mirana, era un cascarón vacío, un ave enjaulada.

No supe cuánto tiempo pasé viendo viejos videos en Youtube de ella patinando. Era difícil prestar atención a algo o alguien que no fuera ella y al magnetismo que desprendía mientras estaba en la pista; y creo que fue por ello que me costó tanto embonar la idea de que el rubio a su lado y el chico que estaba a su lado durante el funeral de su padre, ambos luciendo brillantes cabelleras plateadas, eran exactamente el mismo chico y hombre del cual estuve locamente celoso; el de los dibujos, el de las fotos, era: Maxon Dupré. El hermano que ella amaba con su alma.

Sabía que aquello sólo era un fragmento del iceberg que era Mirana, pero, aun así, sin saberlo todo; mi amor y admiración por ella no paraba de crecer con cada pequeña cosa que lograba conocer.

Si en ese momento, creí conocer lo que era la agonía emocional, estuve muy equivocado, y sólo estaba empezando los niveles fáciles del juego del amor, de un corazón roto.

A los pocos días de perderle la pista, ella volvió a aparecer, más no en mi puerta deseosa de volver a mi lado, como sólo ocurría en mis más locos sueños.

No, Mirana reapareció en las portadas de las revistas de farándula de Asia, y no sola. Su rostro una y otra vez, cada día, tanto en medios impresos como digitales, cada noticia con una especulación más dolorosa que la anterior. La vinculaban siempre de manera romántica con el hombre a su lado en las fotografías, un socio comercial de años, Ren Tao, un hombre que casi rozaba los cincuenta años, pero con la apariencia lozana de alguien que apenas pisaba los cuarenta; viudo, con un hijo adolescente y heredero de toda su fortuna familiar. Y para peor de mis males, ambos lucían increíblemente cómodos y familiares el uno con el otro, tanto que dolía.

Cada imagen era combustible para el dolor que me dominaba, parecían felices y perfectos juntos, incluso más cuando los captaban con el jovencito, mismo que abrazaba a mi albina con un amor pasmoso, demasiado para un niño que incluso yo calificaba de inexpresivo. Parecían una familia, ella parecía su madre. Y por mucho que mi mente racional se esforzara por recordarme que Ren Tao estuvo casado y de esa unión fue producto su hijo, mi adolorido corazón interpretaba de las imágenes otra cosa, una idea aún más devastadora, alimentada por las palabras de aquellos reportajes sensacionalistas.

Y ese flujo de pensamientos terminó pudiendo conmigo, devolviéndome al hoyo sin fondo en el que caí desde que no la tengo.

Flash Back.

Una tarde a mediados de semana, Estarossa llegó a visitarme, obviamente me avergoncé del estado deplorable que mostraba ante mi sobrino. Llevaba días sin afeitarme, usando siempre pijama, ojeroso y con el despacho hecho un desastre.

-Tío –me saludó- Espero que su aspecto se deba a que ha descansado apropiadamente y no porque ha decidido cambiar de estilo.

-¿Qué te trae por aquí, Estarossa? –pregunté con voz pastosa.

-Visitar a mi único tío en el mundo, quien lleva reportándose enfermo cerca de dos meses –se aclaró la garganta- Es algo de preocuparse ¿No le parece?

-Estoy bien, solo decidí tomarme un descanso –respondí devolviendo la mirada al periódico.

-Pues no parece estar siendo efectivo – dijo sentándose frente a mí.

Apenas pasaron unos minutos de silencio cuando comentó.

-Parece que al fin consiguió lo que quería.

-¿De qué hablas? –cuestioné confuso y levantando mi cansada mirada por primera vez al rostro del visitante.

-De la niñera –especificó con un tono de voz que me resultó irritante- Es curioso que aquí mantuviera una relación con usted y al no funcionar cambia de país y de objetivo. Una pasmosa habilidad si me lo pregunta. Aunque he de aplaudírselo, no es fácil acercarse a Tao.

-¡Mirana no es así! –bramé levantándome de mi silla como si esta me hubiera quemado la espalda.

Imagino que mi rostro destilaba toda la furia que sentía, porque vi a mi sobrino saltar casi imperceptiblemente hacia atrás en su asiento. Luego por su rostro pasaron ciertas emociones difíciles de conectar: lástima, rabia, desconcierto y determinación.

-¿De verdad crees que tengan algo? –pregunté en tono lastimero luego de cansarme del tenso silencio entre ambos.

La incredulidad en su mirada su evidente.

-Hablo de Tao y Mirana –especifiqué volviendo a sentarme, mirando la imagen de ella con melancolía.

-Tao es un hombre desconfiado, para dejar que se acerque a él y a su hijo, algún pasado han de tener –argumentó cruzado de brazos y piernas- Eso, o las armas de esa mujer son de excelente calidad.

En parte Estarossa tenía razón. Tao es un hombre que desconfía de su propia sombra. De hecho, su fórmula del éxito estaba basada en él mismo supervisando cada operación y paso de su compañía; por lo que, para darle entrada a Mirana de manera tan intempestiva ellos debían estar relacionados con anterioridad ¿Pero de cuándo?

Antes de poder formular un nuevo cuestionamiento para mi sobrino este se despidió y salió del despacho a paso rápido; dejándome sólo con un nuevo montón de preguntas e ideas.

Fin del flash back.

Con el paso de los días más se sintió su ausencia. El frío aumentaba y la época decembrina saltaba a la vista, no había un canal de televisión dónde no hubiera titulares o propaganda alusiva a las fiestas. La nieve tapizaba todo el jardín y las casas de los vecinos ya brillaban con luces de colores; y por primera vez en muchos años, la mansión Demon no tenía ni un mísero muérdago colgado del portal, mucho menos centros de mesa de coloridas nochebuenas, guirnaldas, o demás parafernalia. Pero sinceramente, lo que más extrañaba era su voz cantando alegres villancicos por las habitaciones, el aroma de galletas recién hechas y el sabor de aquel delicioso chocolate que ella me convencía de tomar al menos una vez en las festividades.

La mansión se sentía deshabitada sin ella, aun cuando estuviera llena de gente.

Pronto llegó el 24 de Diciembre, y me vi obligado a dejar mi encierro, era menester que estuviera presente en la fiesta navideña realizada en la empresa; literalmente esas convivencias desbordantes de lujo eran las que mantenían en alto la moral del personal que trabajaba para Demon Enterprises, sobre todo porque el discurso que daba la presidencia era transmitido a todas las sucursales alrededor del mundo.

Sólo bajo ese concepto salí, me afeité y usé el mejor de mis trajes hasta la fecha; no podía hacer nada por las ojeras, pero cubriría lo demás con la mejor actuación que pudiera hacer.

No hubo nada nuevo o especial. Llegar a la Torre Demon con mis hijos y Estarossa, los tres flanqueándome mientras recibía saludos y felicitaciones por parte de los Diez Mandamientos, empleados e invitados ajenos a la compañía.

Pasé la noche casi en automático. Bebí, charlé y di el discurso habitual de la manera más breve posible, incluso preferí darle la palabra en el atril a Meliodas de manera improvisada, y aun así, él supo perfectamente como tomar las riendas de la situación, lo que me enorgulleció.

Admito que no sé cómo soporté toda la fiesta con tanta calma, más aún cuando sólo deseaba volver a la cama y a la comodidad del pijama. Lo que eventualmente sucedió a eso de las cuatro de la madrugada.

Algunas horas después fui despertado por unos golpes ligeros en la puerta, seguidos de la voz de Zeldris llamándome, murmuré una escueta respuesta y escuché la puerta cerrarse nuevamente. Con lentitud me incorporé en la cama y suspiré, aquello sería duro: afrontar el anual desayuno de 25 de Diciembre de los Demon sin Mirana.

Sin su luz, voz cantarina, vestida como si fuera una ayudante de Santa Claus escapada del polo norte o sus cursis panqueques de masa verde y forma de pino navideño. La sola idea me sacó algunas lágrimas.

Derrotado, me levanté de la cama y me lavé rápidamente el rostro, mis hijos y sobrino me esperaban en la mesa.

Cuando me reuní con ellos, noté que los cuatro vestíamos de manera informal, sin trajes o corbatas; de hecho, la vestimenta de los menores si tenía un aire festivo: Meliodas usaba un suéter rojo de cuello de tortuga, Zeldris un suéter verde de cuello en V, incluso Estarossa usaba una bufanda de franjas rojas y blancas.

A diferencia de lo que creí, los cuatro compartimos en un ambiente agradable, conversando sobre temas sin demasiada importancia; incluso mis hijos intercambiaron palabras con su primo de manera tranquila. Mientras ellos bromeaban entre sí de lo sucedido en la fiesta de anoche, aproveché para revisar brevemente las noticias desde la tablet.

Mi mundo se paralizó, estaba tan absorto con lo que veían mis ojos que no noté que tiré mi taza de café con el brazo.

Y cómo si el diablo me persiguiera me levanté de la silla y corrí escaleras arriba. Pero correr no iba a alejar de mi cerebro lo que había leído.

¿Novia secreta? ¿Mi Mirana? ¿Ex novios? ¿La nueva señora Tao?

¡Imposible!

Entré con desespero a mi habitación, sé que Zeldris me hablaba, pero ya no viviría más con la incertidumbre dominándome. Empecé a empacar. Mi mente estaba clara por primera vez en semanas, iría por respuestas, las exigiría de ser necesario.

Zeldris me hablaba y yo respondía en automático, ni siquiera procesaba qué estaba contestándole mientras metía apresurada y desordenadamente ropa a mi maleta.

Cerré con furia la cremallera y tomé el celular de mi mesa de noche, separándolo de la pared con todo y cargador; sólo para comunicarme de urgencia con el piloto del jet privado y exigir la salida más pronta del país con destino a China.

Luego de horas de viaje, admito que bajé del jet con el corazón en la garganta, no estaba seguro de lo que me esperaba en la fiesta de los Tao, pero estaba determinado a descubrirlo, aún si eso me destrozaba.

Cómo era de esperarse, no habían pasado ni 32 horas desde mi llegada a China cuando a mi habitación de hotel llegó la invitación física para la fiesta en Tao's Security, aquello era una mera formalidad, ya que con anterioridad se me había notificado por correo electrónico que junto a mis hijos y sobrino estaba invitado a la celebración. Pero, que llegara una invitación formal, artísticamente elaborada, a mi habitación de hotel era algo típico de los Tao; no era sólo por cortesía con sus socios, era un acto de despliegue de poder, intimidación elegante, como un pavorreal extendiendo su cola.

Me esforcé por pasar en tranquilidad los días anteriores a la fiesta de año nuevo; jugando al golf y reuniéndome con algunos de mis socios y conocidos en el país No obstante, he de confesar que no era mucho lo que podía hacer para controlar mis pensamientos a cada segundo del día, porque instante que tenía libre, momento en que empezaba a cavilar en el futuro encuentro con Mirana y los Tao.

Admito que pasé mucho más tiempo del necesario arreglándome frente a los diversos espejos de la habitación cuando llegó el aterrador 31 de Diciembre, desde el instante en que me rasuré, hasta que finalmente me puse el traje, fui metódico y exhaustivo, quería verme a la perfección. Supongo que, en mi mente, eso haría inclinarse la balanza en mi favor y no al de Tao, que gozaba de tener años menos de ventaja.

Al entrar al salón de fiestas alquilado para la ocasión, fui recibido por los mayores de la familia Tao: el abuelo y los padres de Ren, pero ni señal de quienes vine a buscar en primera instancia.

-Buenas noches, Damián. Es un placer tenerte aquí hoy –saludó con amabilidad el robusto hombre que era el padre de Ren.

-El placer es mío, En. Años sin vernos –correspondí el saludo a mi viejo amigo en su idioma.

-Toda una sorpresa tenerte aquí, pero nos alegramos por ello –comentó cantarinamente la hermosa madre de Ren.

-Ran, estás tan hermosa como siempre, también estoy feliz de poder compartir esta noche con ustedes –comenté depositando un caballeroso beso en el dorso de la mano femenina.

-Yo no lo llamaría una sorpresa, hija –dijo el anciano de cabeza calva y sagaces ojos dorados, Ching Tao- ¿Has venido a buscar algo, niño Demon? –me cuestionó con burla.

Sonreí para disfrazar mi irritación ante el conocimiento de que toda la familia, seguramente, estaba al tanto de mis propósitos de esa noche.

-Sólo una noche fuera de lo normal, señor Tao –respondí.

-Pues, esperamos poder ofrecerte lo que buscas, Damián –dijo En esbozando una sonrisa que ocultaba muchas cosas.

Me despedí del grupo familiar y me mezclé entre la multitud. Habían pasado cerca de 40 minutos y ya tenía mi segunda copa de champaña en la mano, cuando por fin las cosas se movilizaron. La voz de En resonó por los altavoces del salón, por lo que dirigí mi atención al escenario en el centro de la habitación.

-Sean bienvenidos todos: empleados, socios, amigos y familia a la anual fiesta de año nuevo de Tao's Security. En esta noche tenemos mucho que agradecer como familia por todos los éxitos cosechados durante el año, pero no me corresponde decirlo a mí, sino a mi hijo, el CEO de Tao's Security, el hombre que ha llevado al nuevo siglo a la empresa familiar: Ren Tao.

De tras bambalinas aparecieron tres figuras, dos masculinas y una femenina. Decir que presté atención a los hombres o al resto del cuadro que se presentaba en el escenario era una tremenda mentira. Mi vista se quedó enganchada a la dama de cabellos blancos, ataviada en un hermoso y prístino traje tradicional celeste.

Mirana se veía como un ángel, adornada por elementos dorados que recogían su cabello y decoraban sus manos, cuello y orejas; estaba fabulosa. Pero mi embelesamiento fue roto por el rostro masculino que se acercó a besarla en la mejilla frente a todos, obligándome a bajar de mi nube.

Los camarógrafos presentes se volvieron locos con los obturadores. Mirana inclinando levemente la cabeza sobre el hombro del hombre de largos cabellos negros y ojos dorados, posando ambas manos sobre los hombros del hijo de este: un pequeño platinado que era un calco de su padre, excepto por el color del cabello. Aunque, lo que me revolvió el estómago fue una de las manos de Ren sobre la cintura femenina, manteniendo la grácil figura contra él, y la otra mano sobre una de las femeninas, juntas sobre el hombro del pequeño heredero.

Verdaderamente parecían una familia, más aún cuando Ran y Jun Tao, posaron alegremente con Mirana; o cuando todo el cuadro familiar se juntó.

-Parecen ciertos los chismorreos –comentó en voz alta una mujer a mi lado, pronunciando todo en un perfecto inglés británico.

Volteé a ver a la desconocida. Ella tenía el cabello rojo como el carmín, ojos oscuros como pozos sin fondo; iba elegantemente vestida de un llamativo rojo cereza que combinaba con el lápiz labial del mismo tono; daba la imagen de haber surgido de un charco de sangre, o del fuego del mismísimo infierno. Normalmente no juzgo, pero esa dama no me transmitió nada bueno.

-¿A qué se refiere? –cuestione en su idioma haciéndome el desentendido.

-De ella –señaló a Mirana con una uña perfectamente manicurada y pintada de color vino- La mujer sin color –especificó despectivamente.

-¿La conoce? –pregunté curioso.

-Lamentablemente –respondió con asco en su voz, y volteó a verme directamente- Un gusto, Iracebeth D'Crims –se presentó extendiéndome su mano.

-¿D'Crims? ¿Es usted pariente de Robert D'Crims? –inquirí luego de besar caballerosamente el dorso de la mano que me ofreció.

-Precisamente, soy su hija y heredera –explicó apartando con su mano uno de sus perfectos rizos en actitud coqueta, exponiendo más la curva de su hombro.

-Soy Damián Demon, de Demon Enterprises, su padre es mi socio –argumenté al presentarme. Tal vez si entraba en confianza podría obtener nuevas piezas del rompecabezas que es Mirana.

-Un placer, señor Demon.

-¿Y qué trae a una mujer tan hermosa a esta fiesta? ¿Viene con su padre? Me gustaría saludarle –seguí el hilo de la conversación.

-No, en realidad vine por un favor a mi madre. No soy de estos ambientes, son aburridos –argumentó despectiva, haciendo pucheros con sus carnosos labios.

-Puede ser porque no tiene la compañía adecuada, señorita –le hice la pelota- Pero debe ser usted una muy buena hija si vino a una situación que la incomoda por hacer un favor a su madre.

-Efectivamente, ella debería valorar lo que hago al venir aquí, pero esa mujer sólo estaba interesada en confirmar de primera mano si de verdad era esa la que estaba en las portadas de sociales con Tao junior –comentó enfadada.

-Lo siento, pero no la entiendo –expresé con falso gesto de pena y confusión.

-Esa mujer, la que parece una asquerosa rata blanca de laboratorio, es la hija de mi madre, mi media hermana –confesó dejándome atónito.

-P-pues, no le veo el parecido, es usted mucho más hermosa –me esforcé por no dar por acabada la conversación.

-¡Evidentemente! Pero a mi madre sólo parece importarle esa desagradecida. Desaparecida por años, aun cuando mi padre le dio su apellido, estudios y patrocinó su carrera deportiva; a ella y su igualmente insípido hermano –contó con irritación- ¿Y cómo le pagaron? ¡Desapareciendo! El muchacho era un caso perdido, dice mi padre que jamás pudo comportarse a la altura de la reputación familiar ¡Un salvaje total! –explicaba como si aquello fuera una tragedia griega- Obligó a mi pobre padre a tomar la dura decisión de enviarlo a vivir con su padre biológico ¡Otro desobligado y soñador! Era un miserable patinador artístico de poca monta, no sé qué le vio mi madre, debió estar loca en su juventud.

¿De poca monta? El tipo era una leyenda deportiva ¡Era considerado un héroe nacional en Francia!

-Mis padres siguieron tratando de llevar a esa niña por el buen camino, pero era igual a su padre y hermano. Debió ser genético. Los tres, igual de pálidos e insípidos, cabellos blancos y ojos azules ¡Era como ver el invierno personificado! –continuó parloteando con un desmesurado gesto de horror- En lo personal, prefiero el verano, otoño y primavera, llenos de color, vibrantes ¡Rojos, amarillos, naranjas! –explicó con una expresión fascinada y brillante.

-Los padres pueden ser injustos a veces ¿Por qué su madre le pediría buscar a una hija así? –cuestioné intentando reencausarla a lo que me importaba.

-No lo sé, pero ella cambió mucho desde que el varón murió, se mató en un accidente automovilístico en Francia. Seguro iba ebrio.

¿Muerto? ¿Máxon estaba muerto?

-Mi madre perdió el juicio desde que supo que murió, y empezó nuevamente a buscar a Mirana; pero se la había tragado la tierra –contó poniéndose de morros recurrentemente mientras hablaba- Mi madre hizo contacto con su hijo pocos años antes de morir, pero él le juró que no sabía dónde estaba Mirana. Estoy segura que mintió. Eran tan malos hijos que mi pobre madre supo de la muerte de su hijo hasta casi un año después, ni la esposa de este se tomó la molestia de avisarle ¿Qué clase de persona hace eso?

Esta mujer parecía que había abierto la caja de Pandora de sus pensamientos, y ahora no había manera de contenerla de soltar sapos y culebras. Y con cada nuevo comentario parecía aumentar un poco más su entonación, llamando la atención de los invitados cercanos.

-Y se lo puedo jurar, mis padres hicieron todo para darles lo mejor: escuelas privadas, posición social que obtuvieron al ser reconocidos por mi padre, incluso les cambiaron de imagen para que se parecieran más a mamá y que así la gente no pudiera hablar de buenas a primeras ¡Unos totales desconsiderados! Se mueren y nadie avisa ¡Ella debió buscar a mamá para consolarla! Perder a Máxon la trastornó ¡La dimos por muerta! ¡Y ahora reaparece de entre los muertos de la mano de un millonario que supuestamente es su ex! ¡Qué barbaridad! Es que: ¡Mírela! –señaló a Mirana que hablaba tranquilamente con las acompañantes de algunos invitados- Ataviada en sedas y oro como una preciada muñeca. No parece haber pasado trabajo ni un día en su vida. Seguro estuvo casada y enviudó, y ahora viene a intentar echarle el lazo a Tao, bueno... No la culparía por eso ¡Es divino! –argumentó mirando a Ren con ojos soñadores, causando que mi repulsión por ella aumentara.

Esta mujer estaba vacía por dentro, su percepción del mundo estaba totalmente torcida. A quien ella describía no era la Mirana que yo conozco, no es la mujer que cuidó de mi esposa convaleciente, ni la que crió a mis hijos como unos hombres hechos y derechos, menos la dama que mandaba mensajes para recordarme abrigarme correctamente en cada viaje que hacía.

- ... Pero bueno, bien dicen por allí: "La mala semilla es genética". Le explico, en el caso de los perros, si algo malo tienen los perritos es culpa de los progenitores. Y ciertamente yo soy perfecta, mi madre siempre lo dice –sacudió uno de sus rizos y miró un instante en mi dirección batiendo las pestañas para lucir "encantadora"- Así que esos dos vienen fallados de su padre, y es que eran tres gotas de agua, si los viera... -fingió temblar del asco como si hablara de cucarachas.

-Y ciertamente usted debería aprender que hay tonos de voz adecuados y otros que no para tener una conversación entre dos personas –se escuchó una tercera voz en inglés, más infantil, pero que goteaba desprecio- Pero, si algo malo tienen los perritos es culpa de los progenitores, seguro su sordera viene de allí.

Miré al niño que dijo eso: cabello plateado, ojos dorados, saco dorado, pantalones y corbata negros. Men Tao.

-¿Qué dices, niño? ¡Y no deberías intervenir en las conversaciones de los adultos! –chilló la pelirroja irritada.

-Sólo vine a decirle que debería modular su tono de voz, no debería chillar tanta basura tan alto, esta es una fiesta de gente educada –explicó cruzado de brazos en actitud altanera.

La manzana no cae lejos del árbol. Men era fiel copia de su padre. Incluso en la manera en que sus ojos dorados parecían endurecerse cuando estaba molesto.

-¡No toleraré tal agravio de un mocoso! –gritó Iracebeth llamando la atención de cada vez más personas a nuestro alrededor.

-¡Men, cariño! ¡No te separes así de mí! –se sumó una cuarta voz, pero esta hablando en Chino.

Ella era un ángel definitivamente. Habló con el menor reprendiéndolo con gesto maternal, casi pude evocar la imagen de cuando ella hacía lo mismo con Meliodas y Zeldris, aún en su adultez.

-Así que la bestia sin color hace su aparición ¿No es así, Mirana? –pronunció Iracebeth con tono despectivo.

-Y la reina roja seguramente está ansiosa por ordenar que decapiten a alguien –respondió Mirana en inglés con el mismo gesto de desprecio.

-¿Aún usas esas patéticas referencias a cuentos infantiles, hermana mayor? –inquirió destilando veneno con sus palabras.

-Pues cada quien tiene su manera de insultar ¿No lo crees? –cuestionó irónica reposando una mano sobre la cadera- Particularmente, así como tú me denominas como una bestia sin color, yo te encuentro muy parecida a la reina roja: envidiosa, sin gracia, egocéntrica, iracunda y, más importante aún, nadie la ama –devolvió el insulto con contundencia.

-¡Eres una bastarda asquerosa! –Iracebeth alzó una de sus manos con perfecta manicura escarlata dispuesta a abofetear a Mirana.

Estuve por detenerla, pero alguien se me adelantó; un hombre de largos cabellos negros atados en una coleta alta.

-¿Algún problema con mi dama, madame? –cuestionó Ren Tao con una voz glacial que paralizó los murmullos de la sala.

Tao bajó con delicadeza la mano ajena alzada, fulminando con la mirada a la mujer de cabellos escarlata.

-¡Padre! ¡Esta mujer estaba hablando cosas terribles de Mi La! –acusó Men con su perfecto chino.

Ren miró a su hijo y luego extendió una mano en dirección de la albina, y ella, para el dolor de mi corazón, tomó esa mano con confianza y dejó que ese hombre le rodeara la cadera con un brazo en gesto protector.

-Señorita D'Crims, su comportamiento, sobra decir que es más que inadecuado para esta celebración, tendré que solicitarle que se retire –prácticamente exigió Ren en inglés.

-¡No puede echarme! ¡Esto es una ofensa! –exclamó la pelirroja.

-Ofensas las múltiples calumnias que ha lanzado contra mi dama. Simplemente le solicito con toda la amabilidad que se retire por sus propios pies y que no me obligue a llamar a seguridad.

En ese momento, varios invitados y la misma Iracebeth voltearon, captando la presencia de varios hombres trajeados de negro y usando gafas oscuras, seguramente los empleados de seguridad de los Tao.

-Esto es un gran agravio a la relación forjada entre D'Crims y los Tao –arremetió Iracebeth dando un fuerte pisotón al suelo.

-Para nada, de hecho, en lo que a mi respecta, puede volver a asistir a todos los futuros eventos de Tao's Security, siempre y cuando venga acompañada de su padre. Sólo así, hasta que vea un cambio en su comportamiento para asistir sola. Espero que esta llamada de atención pública le permita a Robert entender que su hija aún no está lista para estos ambientes –suspiró audiblemente- Insisto con lo antes dicho, solicito que se retire -repitió con falsa tranquilidad.

-Así siempre ha sido ¿No, Mirana? Siempre hay un hombre protegiéndote. Ya no están tu padre, ni Máxon ¿Ahora harás uso de Tao? Eres una asquerosa rata sin color que no puede defenderse a sí misma –se burló en voz alta Iracebeth mostrando una falsa altura moral.

-Te equivocas, Iracebeth. No me escondo. Ya no soy Alicia huyendo por el país de las maravillas, soy la jodida reina blanca, y voy a reclamar todo lo que me pertenece –dijo Mirana llena de altanería- Incluso si tú te interpones en ello; por eso, te recomiendo que te apartes de mí camino, desaparece en silencio, o vas a recordar lo que es que una bestia sin color te arrebate todo lo que crees que te pertenece.

-¡Eres una perra desagradecida! –bufó.

-Y tú una monarca sin pueblo, que ha perdido todas las batallas, que no tiene tropas y que no quiere admitir la derrota –suspiró y se cruzó de brazos, acercándose un par de pasos a su media hermana- Aléjate de mí, y podrás seguir viviendo en tu fantasía de inferioridad. No quiero nada de los D'Crims, y para lo único que visitaría a tu madre sería para recuperar algo que legítimamente me pertenezca, y más le vale no poseer nada que no deba –amenazó claramente- O la siguiente cabeza que rodará será la de ella –se alejó unos pasos de la pelirroja y sonrió con falsa gentileza- Ahora, hermanita –pronunció en evidente sarcasmo- Más te vale retirarte de la fiesta de mi familia o me obligaras a tomar acciones por tu comportamiento.

El equipo de seguridad se acercó y rodeó a Mirana, recordándome aquella vez que solicitó que contuvieran a Meliodas, la misma firmeza férrea que admiré y temí.

-¿Crees que tienes algún tipo de poder aquí? ¿Me harás pagar por insultarte? –cuestionó Iracebeth con un puchero que destilaba burla.

-No, te haré pagar por insultar al heredero de la dinastía Tao –aseguró alzando la barbilla- Puede que Ren decidiera manejar las cosas por la vía pacífica, sólo por él no he hecho que te saquen a la fuerza por haber agredido a mi niño. Así que, toma la amabilidad de Ren y obedece, o me daré el placer de sacarte y llevarle el video a Minerva y Robert, para que vean a su princesa hacer el ridículo en alta definición, si es que no lo hago viral primero en internet.

Iracebeth dio un último grito de exasperación y se retiró dando pisotones y murmurando blasfemias.

Sólo cuando la pelirroja se perdió de vista fue que pude volver a recordar mi objetivo en esa fiesta.

No pude evitar escanear de cerca las facciones de Mirana, que aun endurecidas por el disgusto, me seguían pareciendo preciosas y perfectas. Ella para mí nunca sería algo distinto de extraordinaria.

La vi intercambiar algunos comentarios con Ren y su hijo, incluso como el menor se abrazaba a sus caderas bajo la atenta mirada de su padre. De no haber sido porque me encuentro en desventaja frente a ese par que me quiere robar a mi albina, hasta me parecería tierna la escena. La faceta maternal de ella siempre ha tenido ese poder sobre mí.

Me obligué a concentrarme y acercarme a la pareja que dialogaba entre murmullos.

-Mirana –pronuncié su nombre con anhelo en mi propia lengua- Es una sorpresa encontrarte aquí –y por mucha mentira que fuera aquel comentario, no se me ocurrió nada más para tantear el terreno.

Ella me miró sorprendida por un instante, y luego su cara tomó una expresión serena.

-Pues permítame ponerlo en duda, señor Demon –respondió con formalidad en japonés.

-No es necesario que seas tan formal –comenté dada la incomodidad que me generó ser llamado así por ella- No es como que seamos desconocidos –esbocé una sonrisa conciliadora intentando que entierre el hacha de guerra.

-No sabía que se conocían –intervino la voz autoritaria de Ren en fluido japonés.

Aquello me descolocó ¿Ella no habla de mí? ¿Se avergonzaba? ¿No debería Tao saber algo de dónde estuvo oculta todos estos años?

Todo era cada vez más confuso para mí, y eso era doloroso.

-Sí, trabajó para mí por años. Es como una segunda madre para mis hijos –respondí y extendí la mano para saludar apropiadamente a Ren- Excelente fiesta, Tao. Te ves bien, parece que dejaste atrás a ese muchacho bajito e iracundo –intenté demeritarlo sutilmente.

-Gracias por venir, Demon. A ti los años te han maltratado un poco ¿Verdad? -¡Cabrón! Obviamente semanas de mal dormir y alcoholismo no se desaparecen en tres días- ¿Así que cuando me cuentas de Mel y Zel son los herederos Demon? –inquirió Ren mirando con adoración a Mirana y sujetándola de la cadera.

Allí me hirvió la sangre.

-Sí, ellos son mis príncipes –respondió rebosante de felicidad y con una sincera sonrisa.

Inmediatamente intervino el menor, haciendo que ella lo mire.

-¿Pero y yo? –cuestionó Men en un levemente tosco japonés- ¿Acaso no me amas, Mi La?

-Por supuesto que te amo, Men. Tu eres mi pequeño guerrero –consoló acariciando los cabellos platinados- No importa cuán lejos hemos estado, ni que corta sea nuestra relación; yo te amo de una manera que no podrías siquiera explicar –finalizó aquello dejando un amoroso toque sobre la respingada nariz ajena.

-¡Yo también te amo, Mi La!

Con esa exclamación el preadolescente se abrazó fuertemente a las caderas de ella y escondiendo su rostro contra el vientre de Mirana, me dedicó una mirada de desafío.

-Nosotros te amamos mucho, por eso queremos que te quedes –pronunció Men a sabiendas de frente a quien lo decía. Ese niño no era un simple preadolescente.

Ren y Mirana intercambiaron una sonrisa tierna entre ambos.

Me sentía como si hubieran puesto un grueso muro entre ellos y yo, vi con impotencia como los tres representaban el perfecto núcleo familiar, uno donde yo no podría inmiscuirme ¿Era esta mi derrota final?

-Espero que pronto te decidas a aceptar ser mi mamá oficialmente –comentó nuevamente Men separándose de las caderas femeninas.

Y ese fue el último clavo de mi féretro.

-¿No es cierto, padre?

-Claro que sí, Men –coincidió el pelinegro.

-¿No cree que hacemos una familia hermosa, señor Demon? –cuestionó el menor con doble intención- ¿Sabía usted que Mi La y mi padre estuvieron por casarse hace años? De no ser por ciertos eventos desafortunados ella sería mi mamá biológica; aunque no me malinterprete, amo a mi madre. Pero padre y yo hemos decidido que Mi La es la adecuada para ser la señora Tao; mi nueva madre y su esposa.

No conseguía digerir esa información. Todo aquello pasaba por mi mente como una vorágine. Tenía un mar de sentimientos que amenazaba con mandarme a la oscuridad más profunda. Había perdido. La cabeza me martillaba como si estuviera en medio de una construcción.

-Sí –susurré para mi disgusto- Mirana es una mujer muy capaz, y es afortunado quien sea que la tenga en su vida; y un gran imbécil quien se dedique a perderla. Espero que, así como ella cuide de ti como su hijo, cuides de ella como tu madre, joven Tao. Felicidades, pasen una excelente noche. Yo... Me retiro.

Odié sentirme destrozado, odié saber que la perdí, y odié aún más, la certeza de que mi rostro, voz y postura mostraron lo desolado que me sentía; porque Mirana no merecía sentirse culpable por la idea de haberme herido, debí dejar que se marchara en paz, que cerrara nuestra historia pacíficamente, que pudiera volar libre sin una cuerda que la retenga.

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