Especial 1: Escarlin

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Dedicado a mi preciosa @SrtGenesisVillamar en su 19 cumpleaños. Felicidades linda, eres uno de los motores que impulsa esta historia. 

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Que Escanor y Merlín se conocieran era parte de su destino, tal vez no que fueran pareja, pero desde que el hombre castaño fue adoptado por los Camelot su futuro fue enlazado al de ella.

Las grandes familias empresariales de Japón tarde o temprano coincidían, más aun en el caso de los Demon y Belialuin, que eran vecinos desde hacía unas cuantas generaciones. Cuando Meliodas nació, la pequeña Merlín de dos años fue arrastrada por su familia a la enorme y aburrida fiesta que hicieron los Demon para presentar a sus amigos y socios al futuro heredero de toda la basta fortuna de la familia.

Por aquel entonces, Merlín vio con desinterés al bebé de escasos cabellos dorados. Más las cosas no siempre permanecieron así, con el pasar de los años, la tranquila Merlín siempre compartía tardes de juegos con Meliodas, si por jugar uno se refería a que ella leía mientras él aprendía a tocar el piano con su madre y nana. Eran niños y compartir a diario el mismo entorno los volvía automáticamente amigos, la azabache pasaba largas horas en silencio mientras el rubio llenaba el ambiente con sus inconexas melodías.

Todo aquello cambió drásticamente cuando Elise murió, los Demon no recibieron más visitas de "amiguitos" del vecindario, las fiestas de cumpleaños infantiles se acabaron y Merlín no volvió a tener contacto con el niño de ocho años y su hermanito. Siendo ella hija única, su exceso de tiempo libre fue ocupado por tutores privados, inculcándole conocimiento avanzado de muchas ramas de la ciencia, su favorita, la química orgánica.

Aquella predisposición que tenía la azabache por devorar cuanto conocimiento estuviera a su alcance la hizo ser adelantada dos años en el colegio. Para cuando entró a la secundaria Merlín era una erudito, una joven digna del apellido Belialuin, o eso decían los demás, era bien sabido por la sociedad que en cada generación de dicha familia siempre había, al menos, un ganador del nobel.

Menor que sus demás compañeros por casi dos años, Merlín permaneció sin relacionarse con nadie hasta que Escanor fue inscrito en la misma secundaria a mitad de curso.

-Chicos, mirada al frente –llamó la profesora.

Al lado de la educadora estaba parado un joven delgado de cabello castaño rojizo que estaba encorvado y temblando ligeramente, además de que tenía el rostro blanco y sudoroso, parecía que estaba a punto de tener una crisis de pánico.

-Este es Escanor Camelot, acaba de llegar del Reino Unido, espero que sean amables con él –presentó la profesora- ¿Algo que quieras decirle a la clase?

-Y-yo... M-me... -la voz temblorosa del joven no le permitió decir nada coherente por lo que calló.

-Tranquilo, puedes hablar en inglés, aquí todos podrán entenderte –trató de ayudar la adulta.

El joven negó repetidamente con la cabeza, por lo que la educadora desistió.

-Bien, te sentarás junto a Belialuin. Merlín ¿Podrías levantar la mano para que tu compañero te identifique? –solicitó la adulta.

La pequeña y tierna azabache alzó la mano y el castaño se acercó con paso vacilante.

-Yo... Un gust... -intentó presentarse el jovencito de gafas a la niña.

-Está bien, puedes hablar en inglés conmigo –pronunció ella en un perfecto y modulado inglés.

-Yo... No es que no pueda... Ha-hablar japonés –dijo él en su idioma natal.

-¿Entonces qué sucede? –preguntó la azabache curiosa volviendo al idioma nacional.

-So-soy algo ti-tímido –confesó.

-Entiendo –murmuró la azabache- Me gustan las personas silenciosas, yo no hablo mucho –finalizó la niña para volver a prestar atención a la educadora.

Aquella pequeña muestra de consideración dominó a Escanor, por lo que sin ella pedírselo, él se volvió su caballero de dorada armadura, más aun al enterarse de que era una niña en comparación de los crueles pre-pubertos que se ensañaban con ella por su disminuida altura y carita redondeada. Y aunque al salir a defenderla lograba que muchas veces lo dejaran morado a golpes, se consolaba con que siendo su escudo ella no tendría que sufrir aquellos dolorosos cardenales en su cuerpo durante semanas.

Así pasaron dos años, con recesos silenciosos mientras ella leía extensos manuales de química orgánica y él le hacía compañía, ambos bajo la sombra de algún árbol del patio escolar, o en las tardes quedándose en el laboratorio de química del colegio, ella experimentando y él leyendo en voz alta libros de poesía.

Para ellos, era natural estar juntos, inconscientemente se buscaban el uno al otro, y eso quedaba demostrado cuando al salir de las clases que tomaban separados, ella se quedaba parada junto a la puerta de su aula mirando a ambos lados del pasillo hasta que Escanor aparecía corriendo en su dirección, o cuando él pasaba toda la mañana inquieto porque la niña había faltado a clases por algún motivo familiar.

Al tercer año de conocerse, su rutina se tambaleó con la aparición de Meliodas Demon en el Internado Cross. Conocido por todos y temido por muchos, la sola mención de su nombre era un buen motivo para evitar ofender al heredero de la compañía que dominaba el comercio japonés, pero Meliodas había creado una reputación para sí mismo desde que estaba en la primaria. Reconocido por la sociedad como un prodigio, el rubio había dominado cuanto reto habían puesto frente a él, sus calificaciones siempre eran sobresalientes, desde muy joven dominó diversos estilos de artes marciales, excelente atleta, poliglota a sus cortos 11 años y como cereza del pastel poseía una mente sagaz y modales exquisitos.

Escanor se lo había topado en muchas de las galas a las que acudía con sus padres, por lo que fue bendecido con la virtud de tener la buena opinión del rubio, no podían llamarse amigos, pero su trato era cordial, cosa excepcional tratándose del elitesco ojiverde.

La primera vez que se toparon en el colegio durante el tiempo de receso, Meliodas los había abordado junto a sus inseparables amigos: Harlequin Fairy y Ban Hudson.

-¡Camelot! –exclamó el rubio a modo de saludo.

El nombrado no alcanzó a responder porque las miradas que se lanzaban Meliodas y Merlín lo dejaron mudo.

-Merlín –saludó Meliodas.

Escanor se sobresaltó, ya que Merlín no era de las que dejaba que cualquiera la tuteara, lo que iba de la mano con la costumbre del ojiverde de no llamar por su nombre a nadie con quien no tuviera un trato cercano.

-Meliodas –respondió la azabache para mayor impresión del castaño.

-¿S-se conocen? –preguntó Escanor sin poder contener su curiosidad.

-Somos vecinos –respondieron los dos aludidos al unísono.

Con el tiempo y gracias a la influencia de Meliodas y su grupo, Merlín se tornó más habladora, y como Escanor siempre estaba con ella como fiel sombra, él también fue integrado al grupo, dándole la maravillosa oportunidad convertirse en uno de los amigos del rubio, descubriendo así, que Meliodas no solo era un rico elitesco mas del montón, también era un muchacho con valores que protegía a su amigos, que desdeñaba y usaba a los hipócritas a su antojo como ellos pretendían usarlo a él. Eso quedó constatado cuando en una de las oportunidades en que acosaron a Merlín y Escanor hizo su papel de escudo humano, Meliodas intervino y prácticamente molió a golpes al trio de adolescentes que los habían agredido.

Esa vez Meliodas acompañó al herido Escanor a la enfermería, habiendo convencido a Merlín que volviera a sus clases.

-Deberías encontrar una mejor forma de protegerla –dijo el rubio mientras la enfermera vendaba el escuálido adolescente.

-¿Qué? –cuestionó avergonzado.

-Si logras que ella te quiera, sufrirá si sigues defendiéndola a costa de tu propia seguridad –razonó.

El adolescente de quince años sintió el rubor subir hasta sus orejas, había sido descubierto, él estaba enamorado de Merlín. Y aunque quiso responder algo al rubio, se mantuvo en silencio hasta que abandonaron la enfermería.

-Yo, yo no sé cómo... No soy bueno en los deportes o las artes marciales, no tengo la fuerza física para protegerla –admitió Escanor con el rostro bajo.

-¿Y la determinación? –preguntó Meliodas dándole la espalda.

-¿Qué? –inquirió confundido, levantando la cabeza en dirección del menor.

-¿Tienes la determinación de protegerla? –preguntó mirando directamente los ojos azules de su amigo.

-Es lo único que tengo –comentó en respuesta.

-Es lo único que necesitas –aseguró el muchacho con las manos enfundadas en el pantalón de su uniforme- Te ayudaré, nishishi.

Escanor nunca había presenciado una sonrisa tan sincera provenir de Meliodas, pero no por ello dudó de su palabra.

Los siguientes meses fueron intensos, él rubio se encargaba por las tardes de enseñarle a Escanor técnicas básicas de defensa personal, además de ayudarlo a obtener una mejor condición física con un entrenamiento diseñado específicamente para el castaño, dando progresos lentos y constantes.

Mientras Escanor se esforzaba por Merlín en secreto, ella se esforzaba por alguien más. Aquel día que la salvó, ella notó en Meliodas algo que la atrajo, no sabía a ciencia cierta si fueron sus habilidades físicas, el acto heroico de salvarla a ella y Escanor, o la confianza que desprendía su cuerpo al dominar a su adversario, pero desde ese momento, la azabache había quedado enganchada al rubio de manera romántica.

Pasó el tiempo, y mientras la contextura física de Escanor evolucionaba, Merlín también introducía cambios en su vida para llamar la atención de Meliodas.

Faldas más cortas, relleno en su brasier y usar el uniforme una talla más pequeña para que le marcara su exigua figura, fueron algunas de las tácticas de Merlín para parecerse más a las chicas con las que Meliodas jugueteaba. Pero jamás lo logró.

Meliodas en la secundaria se había convertido en un adolescente bastante inquieto en lo que se refiere al sexo opuesto, nunca amando a nadie pero divirtiéndose en grande con el amor que le profesaban. No obstante, el ojiverde nunca prometió a nadie más de lo que planeaba dar, y con Merlín siempre tuvo la misma deferencia, tratándola como su amiga, a veces como a una hermana mayor a la que le tenía aprecio y respeto, aunque nada más, por lo tanto Merlín siempre supo que luchaba una batalla que perdió antes de empezar, pero eso no le impidió intentar con todas sus fuerzas.

Cuando la azabache ingresó al segundo año de preparatoria le tocó ver a Meliodas ilusionado, prendado completamente de una humilde joven de su nueva escuela, un golpe duro para su corazón, porque conoció una faceta del rubio que anhelaba aunque le era desconocida, su hambre por conocer aquello que Meliodas vio de especial en aquella joven le llevó a espiarla, descubriendo cosas que no debió saber y en consecuencia cometió su más grande pecado, lo que la separó del ojiverde.

-Merlín, habla con él –la animó Escanor un día- Él te perdonó.

-No voy a hacerlo, tu no lo viste ese día... ¡Estaba triste, Escanor! Y la única vez que vi a Meliodas destrozado fue en el funeral de su madre, no se compara, pero su mirada opaca y la decepción en su rostro. No puedo enfrentarlo –argumentó la azabache- Es mejor que me mantenga alejada un tiempo.

-Bien, pero los chicos te extrañaran –comentó el entristecido castaño- Tú iluminas el grupo, tu presencia es como un rayo cálido de sol en el frio invierno.

-¿Ahora no solo lees poesía, sino que la haces? –indagó en tono amargo.

-Haces que aflore poesía de mis labios, Merlín Belialuin –explicó el muchacho con seguridad.

Luego de esas palabras la azabache permaneció en silencio. Por lo que, sabiéndose rechazado, Escanor le dejó sola bajo la sombra de aquel roble del patio escolar. Pero Merlín no lo había rechazado con su silencio, en realidad, ella había quedado sin palabras ¿Cómo pudo estar tan ciega? ¿Cómo no notó los sentimientos que abiertamente Escanor le expresaba a diario? Siempre creyó que el afecto que Escanor le profesaba era el de un chico mayor que protegía a la desvalida chica menor que veía como una hermana, algo platónico como la devoción de un caballero por su princesa. Esa era la naturaleza del castaño, proteger al débil, un joven criado a la antigua, típico de los chicos ricos de Inglaterra.

Al parecer siempre estuvo equivocada. Y aunque su descubrimiento era ciertamente impactante, prefirió no confrontar al principal involucrado, no cometería el mismo pecado dos veces, por lo que simplemente se mantuvo callada, sin saber cómo sentirse al respecto. Creando una muralla alrededor de su corazón.

La dinámica entre Escanor y Merlín siguió como siempre, mientras tanto, ella aprovechó la ausencia de Meliodas del Internado Cross para exorcizar de su corazón hasta los vestigios de cualquier sentimiento romántico que pudo albergar por él.

El día de su graduación tuvo la oportunidad de reconciliarse con el rubio, segura de sí misma aceptó el abrazo que Meliodas le ofrecía como felicitación por su logro.

-Muchas felicidades, Merlín –susurró el muchacho de casi quince años.

-Gracias, Meliodas. Por todo... -murmuró al separarse de él.

-A ti también te debo las gracias, eso y unas inmensas disculpas –admitió él rascando la parte posterior de su cabeza.

-No –dijo negando con la cabeza- No pienso escuchar una palabra al respecto –dictaminó.

-Entonces enterremos el pasado, nishishi –ofreciéndole su diestra para sellar el pacto entre ambos.

Y aunque Merlín jamás se perdonaría haber causado el sufrimiento de su amigo, aquella propuesta le pareció justa, y estrechó la mano del heredero.

Tras la graduación, el padre de Merlín decidió enviarla a Suiza durante un año, donde seria recibida por la comunidad científica con los brazos abiertos. Cuando su tiempo fuera del hogar concluyó, Merlín regresó a Japón convertida en una mujer, hermosa, decidida y sobretodo capaz.

Con dieciséis años recién cumplidos la unigénita Belialuin ingresó a la famosa Universidad de Tokyo, con calificaciones magnificas, por lo que fue aceptada sin problemas en el programa de pre-grado paralelo, que le permitía estudiar dos carreras en simultaneo.

En ese entonces, Escanor estudiaba Derecho Legal e Internacional en el mismo recinto, por lo que al escuchar los rumores de la brillante señorita que llegó de Suiza, se apresuró a localizarla, para él, no había mujer que encajara con tal descripción que no fuera su adorada Merlín. Ellos habían mantenido escasamente el contacto, ya que la fémina no era muy dada a las amistades a larga distancia.

Buscó durante horas, sin éxito, y cuando estuvo por darse por vencido, la vio, en la lejanía, cerca del arco de entrada a la universidad, con indiscretas miradas masculinas siguiéndola. Indudablemente ella. Su sol. Por un segundo, Escanor creyó ver con otra luz el mundo, como si luego de separarse de la azabache se hubiera colocado unas gafas empañadas y recién se daba cuenta.

-Se-señorita Merlín –le habló una vez que estuvo frente a ella.

-Escanor... Me preguntaba cuanto tardarías en aparecer –sonrió Merlín con actitud coqueta y confiada.

-¿La hice esperar demasiado? –preguntó galantemente.

-No mucho –respondió ella.

Con total naturalidad, Escanor y Merlín retomaron su dinámica de antaño, él cerca de ella, ella cerca de él, igual que la tierra orbita al sol o la luna a la tierra. Pero los años no pasan en vano, Merlín no era aquella niña del pasado, ahora era una mujer, encantadora, que a cualquier hombre volvería loco, más aun por la forma en la que su cuerpo se desarrolló con la pubertad, dándole la silueta torneada que por años ambicionó.

Al igual que Merlín, Escanor había madurado, su contextura física ya no era tan escuálida, su porte ya no parecía el de un cervatillo recién nacido y había desarrollado una personalidad un poco egocéntrica al moverse en el ámbito profesional. Aunque delante de la heredera Belialuin seguía tartamudeando de vez en cuando, ella no podía negar que el ojiazul había cambiado para mejor.

Durante el primer año que pasaron en la universidad, la joven de ojos ámbar notó con silencioso placer cada mínimo cambio en Escanor. Desde su espalda ligeramente fornida, la seguridad con la que hablaba sobre sus clases y por supuesto como la molesta timidez se había casi evaporado por completo. Y aunque le gustaban las mejoras en el castaño, también encontró adorable que aún bajo toda esa actitud egocéntrica se encontraba el mismo joven de antaño, el que disfrutaba de la poesía y que jugueteaba con el marco de sus lentes de lectura cuando estaba nervioso.

Cuando regresó a Japón la admiración masculina se había mantenido distante de Merlín, ya que los demás se sentían intimidados por su apellido y actitud. Pero al final de su segundo año, los hombres y algunas mujeres se habían vuelto descarados y algo bruscos. Coqueteando con la azabache de manera desvergonzada, tuteándola sin su permiso e incluso acosándola por los pasillos de la universidad.

Merlín era lo bastante inteligente para librarse de aquellas situaciones sin complicaciones, pero en cuanto se involucraba el factor físico estaba en desventaja.

En esa situación desafortunada fue que la encontró Escanor una tarde luego de acabar sus clases.

Un hombre alto de oscuros cabellos tenia acorralada a Merlín contra un pasillo poco transitado, inmovilizándola con su cuerpo y apretando bruscamente ambas muñecas de la joven, acercándose peligrosamente al cuello de esta.

Escanor podría haber jurado que su visión se tornó roja. Y horas después no supo cómo explicar lo rápido e instintivo de su actuar, él no recordaría nunca a detalle los sucesos del hecho, pero Merlín sí.

Con una rapidez impropia del castaño de sus recuerdos, Escanor se acercó hasta ella y su captor, envolviendo con el pliegue de su codo el cuello del agresor.

-Suelta a la señorita antes de que te rompa el cuello –murmuró con una voz tétrica que nadie se imaginaría que él podía producir.

El desconocido pareció resistirse hasta que el agarre en su tráquea comenzó a apretarse.

Las manos temblorosas del hombre se separaron de las muñecas enrojecidas de Merlín.

-A-ahora su-suéltame –pidió con la voz ahogada.

Escanor soltó su agarre del extraño, pero cuando este creyó estar a salvo, el de ojos azules lo giró bruscamente por uno de sus hombros y teniéndolo frente a frente le propinó un brutal golpe en la boca del estómago.

El agresor se dobló de rodillas sobre el suelo mientras sostenía su estómago con una mano y profería sonidos de arcadas.

Nuevamente y con paso tranquilo Escanor se aproximó hasta el hombre que se había atrevido a tocar a su preciada princesa sin su consentimiento, y le dio un puntapié en las costillas. El agresor se desplomó en el piso y giró sobre sí mismo para no reposar sobre su adolorido abdomen.

Con soltura, el castaño sacó su celular y le tomó una foto al rostro del agresor.

-Ahora voy a informarte la posición en la que estás –argumentó con calmada ira- Con esta foto y mis contactos no me costará encontrar toda tu información, este acto de aberrante agresión no quedará impune. Has intentado mancillar a la flor más preciada de la familia Belialuin, y yo, Escanor Camelot, me encargaré personalmente de hacer tu vida entera un infierno.

Mientras Escanor amenazaba a su agresor, Merlín no podía dejar de ver la espalda de él. Era como revivir aquel momento en que se ilusionó con Meliodas, solo que ahora era muy distinto, con el rubio no sintió más que un leve calor en sus mejillas. Pero en ese preciso instante sentía como su estómago se estremecía ante la profunda voz del castaño, tenía espirales de calor hormigueando en sus pómulos y anhelaba refugiarse en los brazos que la habían salvado para sentirse protegida; y luego de minutos eternos de revocar su autocontrol, logró dominar aquellos impulsos, solo para instantes después volver a sentirse agitada cuando el de ojos azules envolvió uno de sus brazos en sus hombros para conducirla por los pasillos del recinto universitario.

Escanor la llevó hasta el hospital universitario donde rápidamente le trataron las magulladuras en ambas muñecas. Y una vez curada Merlín se atrevió a seguir sus impulsos.

Parada junto al castaño se inclinó contra él, y alzándose en la punta de sus pies, depositó un pequeño beso de agradecimiento sobre el pómulo masculino.

El alto hombre pareció entrar en shock porque se quedó paralizado e instantes después se desplomó sobre el piso de baldosas con el rostro totalmente enrojecido.

Desde ese momento, Merlín se volvió más descarada en sus acercamientos al castaño, disfrutando del nerviosismo que causaba en este. De vez en cuando se recostaba sobre su hombro mientras el leía poesía en voz alta, le acariciaba el cabello cuando lo encontraba sentado en la cafetería o lo saludaba con besos en la mejilla; todo con la intención de que él se percatara de su atracción mutua.

Pero Escanor, siempre inocente, solo interpretó aquellos acercamientos como parte de los cambios que la chica había hecho en su conducta producto de la madurez. Y aunque trataba de tomarlos de la manera más natural, él siempre terminaba desmayándose, sonrojándose a niveles insanos o sufriendo ataques de timidez ante aquellas acciones.

El año siguiente Meliodas regresó a Japón e ingresó a la misma universidad, lo que provocó que la "pandilla" se reuniera, para no volver a separarse desde ese momento. "Los siete pecados capitales" les llamó y como símbolo de su lazo todos se tatuaron unos diseños dibujados por King, incluido el miembro más joven que apenas tenía dieciséis en aquel entonces: Zeldris, la serpiente de la envidia.

Seis meses luego de ese hecho, casi todos los miembros masculinos de los Pecados Capitales disfrutaban de sus alimentos en la cafetería más grande del recinto universitario.

-¡Por millonésima vez, Escanor! –exclamó King- ¡Le gustas a Merlín!

-¡Lánzate león! –animó Ban bebiendo felizmente de un vaso "sospechosamente" oscuro que había traído consigo.

-E-ella no está enamorada de mí –aseguró el castaño.

-Tienes razón –convino Gowther- Amar y gustar tienen conceptos distintos, a pesar de ser usados como sinónimos, pero aunque ella no te ame... Definitivamente le gustas.

-¿En qué te sustentas para decir eso? –cuestionó el irritado castaño mayor.

-Te besa la mejilla –dijo King.

-Te acaricia el cabello –se sumó Gowther.

-¡Te hace ojitos! –exclamó Ban.

-Es porque somos viejos amigos, solo es un poco amigable –dijo Escanor en negación.

-Pues yo soy su amigo de la infancia y puedo jurar sobre la tumba de mi madre que jamás Merlín ha hecho nada de eso conmigo, y te aviso que los abrazos que nos hemos dado en toda la vida son contados con los dedos de una mano y me sobran dedos –intervino Meliodas convencido.

-¡Eso es inapropiado, capitán! –regañó King.

Escanor miró al rubio con algo de tristeza, porque bien sabían ambos los sentimientos que la chica en cuestión albergó por él en el pasado.

Meliodas captó la mirada apagada del miembro más viejo del grupo y negó sacudiendo la cabeza, seguro del ritmo de pensamientos que llevaba Escanor. Merlín hizo presencia en la cafetería.

La azabache se acercó por la espalda del hombre de ojos azules y al tenerlo a su alcance rodeó los hombros de este y depositó un rápido beso en el pómulo masculino.

-Lamento la tardanza, chicos –se excusó.

-Nada que disculpar, bruja –intervino Ban.

-Iré por tu comida –comentó Gowther levantándose de la mesa- ¿Lo mismo de siempre? –confirmó.

-Sí, por favor.

En lo que Gowther y Merlín intercambiaron esas breves palabras, Meliodas lanzó una mirada al castaño de ojos azules, intentando que notara la diferencia de trato entre él y el resto de ellos.

La situación no cambió durante años. Merlín coqueteaba y Escanor no se daba por enterado.

Al castaño solo le faltaba un año para concluir sus estudios y a Merlín todavía le quedaban tres semestres antes de culminar ambas carreras. Pero las cosas cambiaron drásticamente su rumbo cuando la familia de Merlín empezó a obligarla a tener citas con jóvenes herederos.

Ella no tenía el más mínimo interés en ninguno de sus candidatos a novio, solo asistía a las citas para que su familia no la acusara de poco colaborativa, de todos modos ella tenía la última palabra. En un corto lapso de cuatro meses había conocido a siete candidatos distintos y aunque con todos terminó en buenos términos, siempre hay uno que se diferencia del resto.

Y ese fue Issei Yanagisawa, heredero de una cadena de laboratorios de fármacos experimentales que estaba profundamente obsesionado con Merlín, y que no concebía un no por respuesta. El hombre en múltiples ocasiones había intentado abordar a la azabache llegando a buscar a la universidad, pero en cada uno de sus intentos se encontró con alguno de los pecados que fácilmente lo repelían.

Los pecados capitales eran una unidad, y jamás permitirían que a su único miembro femenino le sucediera algo. Salvo que a pesar de todas las habilidades que poseían, no eran omnipotentes.

Era mediados de octubre y algunas de las clases de Merlín habían sido suspendidas sin previo aviso, y para sumarle a ese día de casualidades excepcionales, la azabache no llegó en su propio vehículo a la universidad por aceptar la invitación de Escanor para llegar juntos. Y por esas circunstancias, la dama de ojos ámbar se encontraba sentada cerca de la entrada principal esperando por su chofer.

Mientras esperaba sacó su celular, para escribirle un mensaje al ojiazul:

"Salí antes, regresaré primero. Avísale al resto"

Merlín no alcanzó a presionar la palabra "Enviar" cuando un vehículo desagradablemente conocido se estacionó frente a ella. Del automóvil se bajó el hombre de ojos grises que tanto la irritaba últimamente. Una parte de ella pensó en huir, pero aquello no era su costumbre.

-¡Señorita Merlín! ¡Justo venía a verla! –exclamó con fingida emoción.

-Lo siento, joven Yanagizawa. Hoy se me han presentado algunos imprevistos y estoy esperando que vengan por mí –explicó la azabache con calma.

-¡No hay problema! Yo puedo llevarla –argumentó.

-No es necesario, el chofer de mi familia viene en camino. Muchas gracias por su ofrecimiento –declinó la invitación tratando de mantener la conversación en un tono cordial.

-Insisto, señorita Merlín. No puedo dejar una dama como usted en tal predicamento –insistió con la voz tornándosele un poco más grave.

-No podría aprovecharme así de usted, por el momento la respuesta sigue siendo un no –aseveró la heredera.

Ante la desdeñosa mirada con la que Merlín acompañó la última palabra el hombre perdió la compostura, por lo que la tomó fuertemente de la muñeca derecha.

Como acto instintivo, la azabache colocó su mano libre sobre la muñeca masculina.

El ojigris empezó a tirar de ella para obligarla a subir en su automóvil.

-¡Suélteme! –exigió la de ojos ámbar.

-No sea tímida, señorita –pronunció entre dientes, fingiendo para los chismosos que veían la escena desde lejos.

-¡Es usted el que no entiende un NO! –aseveró Merlín forcejeando.

Cansada de intentar dialogar con ese espécimen de pseudo hombre, decidió tomar la situación de una manera diferente. Con toda la fuerza que pudo reunir le propinó un rodillazo a la entrepierna.

El heredero se dobló por la cintura por el dolor provocado, sosteniendo con ambas manos la parte afectada. Antes de que la dama huyera, su determinación le permitió erguirse y volver a tomarla de ambas muñecas.

-Necesitas que alguien te enseñe una lección –sostuvo ambas muñecas ajenas con una sola de sus manos y alzó la mano libre con la intención de abofetear a la de ojos ámbar.

Merlín cerró los ojos en espera del impacto, pero este nunca llegó.

Al abrir nuevamente los parpados, se encontró con la figura de Escanor sosteniendo la muñeca libre de Issei.

-Suéltela –exigió el ojiazul.

-No debería meterse donde no lo llaman, Camelot –escupió con sorna.

-Le dí una orden –repitió el castaño ejerciendo más presión sobre su agarre.

Issei creyó que Escanor cedería si no mostraba miedo. Pero el agarre se tornó insoportablemente doloroso con los segundos.

-¡SUELTALA! –gritó Escanor.

Un crujido fue audible para los tres presentes.

El ojigris soltó su agarre sobre Merlín para llevar su mano sobre la muñeca del castaño, dándole manotazos en busca de que lo soltara.

Escanor reparó en la azabache y soltó su agarre.

-¡Esto no se quedará así, Camelot! –exclamó Issei sosteniendo su muñeca herida con la mano sana.

-Por supuesto que no –aseguró el castaño- Te haré pagar por hacerle daño a mi Merlín –amenazó.

-¿Qué? –inquirió desconcertado el ojigris.

Antes de poder dar explicaciones o retirarse, Meliodas llegó junto a Ban. Una mirada rápida bastó para poner en contexto al rubio: la mirada de ira en Escanor, la manera en que Merlín se ocultaba en el pecho masculino y las marcas rojizas de dedos alrededor de las muñecas femeninas.

No había nada que decir.

El puño de Meliodas derribó a Issei sobre el suelo adoquinado.

-¿Qué significa esto, joven Demon? –exigió el herido.

-Que voy a derribarte –escupió Meliodas con la mirada obscurecida en un tono casi negruzco- Ban, llama al personal de seguridad –solicitó a su mejor amigo.

-Considérelo hecho, capitán –respondió con una seriedad inusual plasmada en su rostro.

Meliodas miró a Escanor y Merlín encontrándose con una escena digna de película.

-Así que... ¿Tu Merlín? –inquirió ella burlona.

-Yo...Yo... Señorita Merlín –tartamudeó sonrojado.

-No te disculpes –atajó la azabache- Después de todo no has dicho nada que no sea teóricamente cierto. Te tardaste, Escanor.

-¿Qué? –cuestionó desconcertado con los ojos abiertos como platos.

-Sé que estás enamorado de mi –reveló- Y yo de ti –completó luego de una corta pausa.

El castaño no alcanzó a decir nada más porque la dama selló sus labios con un casto beso, el contacto fue tan sutil, pero igualmente devastador para el ojiazul, por lo que este cayó desmayado.

-Nishishi –se burló Meliodas en cuando el alto hombre se desplomó en el piso al más puro estilo de una princesa Disney.

-Déjate de burlas, Meliodas y levántalo –sugirió Merlín, aunque más bien era una exigencia.

-Ahora estoy curioso. Esto es una anomalía de la naturaleza. Un cerdo que devora a un león –bromeó el rubio ayudando al castaño a levantarse mientras este poco a poco recobraba el control de su propio cuerpo. 

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Aun queda mucho que contar. 

Besos y abrazos: 

Mia_Gnzlz

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