Epílogo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

De un día a otro, estaba llorando en el balcón de un hotel, aferrado a las sábanas de la cama mientras el dolor de consumía.
Y ahora, podía verla a ella, sosteniendo una pequeña criatura en brazos, un trozo del alma de cada uno, combinados en uno solo.
La miró a los ojos y acercó su mano al niño que movía las manitas en busca de una mano amiga que le acariciara el rostro, cuando uno de sus dedos fue atrapado por los de esa pequeña criatura, se sintió el hombre más feliz del mundo y no alcanzó a entender como es que su padre pudo dejarlo solo esperando como una triste mascota.

Él jamás podría hacerle eso a su niño.
A su hijo...

Él tenía la piel blanca, la nariz recta, el cabello negro y rizado característico de los Valencia, los ojos marrones y ligeramente rasgados.
Era una versión masculina de Helena.
Y tal vez esa era la parte que más le gustaba de ese pequeño bebé, que no se parecía en nada a él.

Por fin estaban a salvo.
Su familia era toda suya, su esposa, su hijo. Al fin estaba en paz y eso lo hizo llorar.

Observó a su esposa entre lágrimas de alivio.
Al fin, después de tanto tiempo, estaban juntos, otra vez.

De alguna manera, logró arreglar lo que tenia pendiente, pago deudas que no eran suyas y finalmente la encontró de nuevo.

Ambos habían nacido para conocerse, para estar juntos y eso, tal vez era lo mejor que pudo pasarle a lo largo de su vida. El anillo con tres diamantes brillaba presuntuoso en el dedo anular de Helena, y en el suyo, el oro blanco se sentía frío.
Limpio la inscripción en aquella joya, con el nombre del amor de su vida y agradeció a cualquiera que deseara escucharlo en ese momento.
Especialmente a Gabriel, por haber sido un completo patán y dejarle el camino libre para conquistar a quien ahora era su esposa.
Agradeció a su propia madre por mostrarle como no quería vivir y también pensó en sus suegros, en la familia que le abrió las puertas cuando se sentía perdido pero especialmente sentía que a quién más debía valorar en todo eso, era a ella, a su linda esposa.
Por creer en él y hacerlo el hombre más feliz del mundo.
Helena se puso de puntitas y le beso la mejilla antes de darle a la pequeña criatura que comenzaba a observar el mundo con completa curiosidad, era hermoso, el niño más bonito del mundo y era suyo.

—Gracias a Dios se parece a mi hermana y no a ti—le dijo Lalo en cuanto se asomo para ver al pequeño bebé. Helena arrugó el entrecejo, pero Adrián solo pudo patinar a reírse, pues en realidad, probablemente el más aliviado con toda esta situación era él mismo.
—Si verdad, que bueno que no se parece a mi...
—Es como mi hermana, pero más lindo—esta vez fue Samuel quien intervino en la conversación y se atrevió a acariciar la suave mejilla del recién nacido con la yema de sus dedos.

Lalo ya estaba casado, y tenía un hijo de tres años, Samuel por su parte aún no sentaba cabeza, el ejército lo mantenía tan ocupado que apenas y le quedaba tiempo para su propia vida. Y aunque Adrián noto la forma en la que miraba a su hijo, decidió que lo mejor era tragarse las preguntas y hacerlas en algún otro momento, pues a leguas se le notaba que deseaba convertirse en padre, sin embargo, lo sucedido en el pasado continuaba carcomiendolo, de alguna forma, aunque no precisamente como la figura de un hijo abandonado.

Miraba al pequeño bebé ir de acá para allá en brazos de distintos familiares y no pudo sentirse mejor después de aquello, ya que fue un bebé planeado y esperado, su llegada fue de lo más emocionante y todos estaban muy felices con ello, muy diferente a su propio nacimiento, donde sus padres lo recibieron como un gasto más que como una alegría. Sin embargo, el pequeño no tendría porque sufrir lo mismo, en lo absoluto.

Él no dejaría que eso sucediera...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro