PRÓLOGO

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La oficina de la doctora Candice era bastante amplia y demasiado ventilada para mi gusto. Los grandes ventanales le daban demasiado acceso al sol y mis ojos se irritaban a tal punto que preferí cerrarlos. Hoy no era un buen día, no me habían aceptado en el trabajo que más me gustó de la inmensa lista que me dio mi hermana y solo quería llegar a casa y echarme en mi cama hasta que amaneciera y comenzar de cero, últimamente había reiniciado mi vida en demasiadas ocasiones.

Era un DESASTRE, con letras mayúsculas y en negritas para que se entienda. No como los desastres de las películas románticas que suelen ser chicas torpes y al final terminan enamoradas de un chico super guapo y que es capaz de dar la vida por ellas, no es mi caso. Mi tipo de desastre es de ese al que su familia observa con lástima y todos quieren ayudar salir adelante pero que por mucha ayuda que reciba sigue estancado en el mismo sitio. Porque así me siento, como si alguien me hubiese pegado con cola a este momento de mi vida y mientras el mundo a mi alrededor avanza a una velocidad extraordinaria, yo sigo aquí.

—¿Cómo has estado esta semana Ela? —la doctora interrumpe mis incesantes pensamientos.

La observo, va impecable, como siempre y con esa sonrisa que parece salida de un comercial de pasta de dientes y que estoy segura de que la ensaya todas las noches en su casa para hacernos creer a cada paciente que la vida es toda felicidad, cuando por dentro debe tener miles de problemas y seguro está deseando terminar con esta consulta para irse a descansar.

—Un poco mejor —le respondo y por supuesto también uso mi falsa sonrisa también ensayada—, solo he tenido ligeros dolores de cabeza.

Ella anota algo en esta tonta agenda color amarillo caca y luego vuelve su mirada a mi.
—¿Estás tomando las pastillas que te receté?

Asiento y me recargo del espaldar del sillón mientras ella se acomoda sus lentes y sus ojos cafés me dan un rápido análisis.

—Llevas ojeras. ¿Has dormido bien?

Niego. En lo absoluto, esas tontas pesadillas siguen llegando cada noche, la última fue la peor de todas, desperté en la puerta del edificio donde vivo y el portero me miró como si fuese una loca, cosa que siempre hace, pero esa noche estaba aterrorizado, debo mudarme pronto.

—Mi hermana ha venido a verme y estuvimos haciendo maratón de Gossip Girl hasta tarde.

Candice continúa anotando en su agenda y yo suelto un suspiro, me cruzo de brazos y espero.

—Eso es todo, Elabeth.

Me levanto a la velocidad de la luz del sillón dispuesta a huir directo a mi casa y descansar, pero su voz me detiene.

—Tu hermana no está en tu casa, me ha llamado temprano en la mañana para saber de tus avances, llevamos seis consultas y todo lo que haces es mentirme.

Bufo y vuelvo a sentarme.

—No tengo buena experiencia con los doctores.

Ella sonríe nuevamente, odio que sonría tanto.

—Solo quiero ayudarte, pero tienes que poner de tu parte. Tu hermana es una gran amiga, le debo esto.

Si claro, Elizabeth como siempre, la amiga de todos, la chica dulce, la perfecta.

—Pues entonces que venga ella a la consulta y le devuelve el favor.

Me dispongo a ponerme de pie pero ella toma mi mano y me alejo de inmediato, no me gusta que me toquen, no...no es él.

—Quiero ayudarte Ela, necesitas ayuda.

Bajo la cabeza y mis ojos se humedecen, necesito hacer esto, por mi, no por mi hermana, ni por familia. Tengo que seguir adelante por mi misma.

—¿Qué quieres que haga? —le pregunto y una lágrima se desliza por mi mejilla.

—¿Por qué no me cuentas quien es Jacob?

—¿Está apurada? —le pregunto y ella niega—. Pues póngase cómoda, esta historia es un poco larga.









Hola, Hola
Bienvenidas al mundo de Elabeth.

¿No les pasa que sueñan vidas diferentes?
Pues ella lleva sus sueños un poco más lejos.

Espero les guste esta nueva historia.

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