[Avaricia]

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La última gota de sangre y vino mezclado abandonó su copa de oro, tenía las mejillas ligeramente rosadas a causa del alcohol. El festín del solsticio se había alargado lo suficiente, hasta que Servando llegó arrebatándole la copa de las manos.

—Majestad —susurró cerca de él—. Esta es una imprudencia —dijo tan bajito para que otros no pudieran escuchar, aunque igual era inútil porque todos estaban en su mundo, bailando y bebiendo.

—¿También quieres mi copa? —respondió Porfirio mirándolo furioso.

—¿Qué? No, no quiero su copa —musitó intentando levantarlo de su lugar.

Porfirio estaba sentado sobre una alfombra de finos hilos de seda, el lugar estaba abarrotado en decoraciones, frutas incomibles para ellos, una cabeza de cerdo en medio del gran comedor estaba lleno de almohadas, tapetes, copas, esclavos de sangre, lianas colgando de una columna a otra.

Servando sabía que había sido una imprudencia divertirse por su cuenta y no estar al pendiente del príncipe, no porque fuese joven sino porque era una príncipe y él tenia que mantener el decoro. Sabía que el título era un gran peso para él, pero era su realidad le gustara o no.

Trataría de ser su amigo, aunque estaba siendo muy difícil, Porfirio no cedía y creí que era él quien le quitaba lo que más quería. Su libertad.

—Majestad— lo llamó en un intento de dirigirlo a su habitación.

—No —respondió Porfirio empujándolo lejos—. Todos se divierten, yo también —la voz de Porfirio salió temblorosa, era notorio que el vino comenzaba a hacerle efecto.

Servando sabía que la sangre era embriagante por sí sola, con el vino sólo hacía que fuera un poco mejor.

Antes de que Servando pudiera tomarle del brazo para arrástralo si era preciso, Porfirio salió corriendo mientras reía alrededor de la multitud quien también le respondía con la misma efusividad.

—¡BAILEMOS! —gritó a todo pulmón mientras salía corriendo del comedor y toda la horda de invitados lo seguían sin chistar.

—El maypole —pronunció riéndose de lo vulgar que se veía apostillado en el jardín.

«Que tontería, festejar una festividad al sol y encima bailarle alrededor a un palo como símbolo de fertilidad», pensó mientras les indicaba a los músicos que procediera a tocar.

No tardó mucho en visualizar a Servando quien ya había abandonado sus intentos de hacerle ver bien delante de la sociedad vampírica, Hernán por su parte le aconsejó que lo dejara ser, después de todo sus padres no estaban y era una festividad para celebrar.

Servando alzó su copa hacía su dirección, lo bebió mientras una joven vampira se le acercó susurrándole cosas al oído. En segundos se comían la boca y Porfirio pudo verlo.

—¡A BAILAR! —gritó aplaudiendo haciendo que los invitados se colocarán alrededor del gran palo.

Esto provocó que la joven vampira arrastrara a Servando junto con ella para bailar con los demás. En cada vuelta que daban, las personas se dispersaban y cambiaban lugares, finalmente Porfirio tuvo a la joven vampira frente a él.

—Vámonos —le susurró haciendo amago de sus poderes reales, la tomó de la mano y la sacó del juego mientras se reían en el interior del castillo donde rápidamente se dirigió a su lugar favorito.

Cuando entraron al lugar, Porfirio tuvo la calma de observar bien a la joven vampira, era muy bonita, de cabello casi blanco y ojos azules, sus pechos pálidos y pequeños se asomaban en su ajustado vestido, y en aquel segundo se preguntó cómo serían sus piernas.

Porfirio no tardó lo suficiente en averiguarlo, al desvestirla completamente notó que la joven vampira poseía un buen cuerpo, pero tristemente sólo serviría para vengarse de Servando y su fallida misión.

—Bésame —le ordenó a la vampira.

Antes de que la acción fuera efectuada, la puerta de la biblioteca se abrió con estruendo.

—Lárgate —le ordenó a la joven vampira quien en un segundo salió de la hipnosis, gritó avergonzada tomando sus ropas y corriendo fuera de la vista de los demás. —¿Te parece gracioso lo que acabas de hacer?

—¿Qué? ¿Estás celoso? —inquirió Porfirio en tono de burla—. Tranquilo, llegaste a tiempo a salvarla, ya puedes ir a buscarla.

Servando no entendía hacía donde iba dirigida aquellas palabras hasta que los ojos de Porfirio brillaron.

—Ah —musitó—. Quieres lo que es mío —añadió en tono burlón.

No pasó un segundo cuando Porfirio se le abalanzó sujetándolo del cuello alzándolo lo suficiente para que Servando sintiera que se ahogaba, aunque no podía morir, podía sentir el dolor y la sensación de la muerte yendo finalmente por él.

—¿Crees que puedes poseer más de lo que yo tengo? —preguntó con la mirada inyectada en odio. —Jamás permitiré tal cosa —añadió soltándole el cuello y dejándolo caer como un saco de papas.

—Mi príncipe, yo jamás tendría más-

Porfirio no le permitió hablar más cuando le lanzó el abrecartas, el artefacto se ensartó en la pared justo a un lado de su perfecto y hermoso rostro.

—Tú y los demás me han subestimado lo suficiente y eso es algo que no permitiré —pronunció Porfirio tomando asiento en su lugar favorito mientras sonreía con malicia—. Tomaré todo cuanto quiera y pobre quien se atreviese en mi camino.

Servando tragó en seco, se acomodó la camisa, quitó el abrecartas de la pared y lo asentó en una de las mesitas del lugar, sin decirle nada abandonó el lugar.

—Que tonto —musitó Porfirio riéndose bajito mientras miraba el relicario que se encontraba en sus manos.

Un relicario cuyo dueño acababa de abandonar la biblioteca sin percatarse de su ausencia.

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