26."Beach Party (Parte I)"

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Nerea
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En los días sucesivos calibré mis neuronas. Derek, sin intermisión, persistió a mi lado ansiando enmendar el distanciamiento vivido. Huí de la anatomía de Alex, de los celos enfermizos de Charlotte y me concentré en mí, en Derek y en mi familia.

Visité el restaurante de mi madre, la chef Lara alcanzaba popularidad entre los transeúntes de la isla; sus brochetas de carne asada tinturada con vegetales eran la revolución gastronómica del momento.

El fin de semana se aproximó y la exaltación de la famosa beach party de la zona Este influyó de manera activa entre mis amigos, iríamos a la fiesta como jóvenes cargados con exceso de hormonas vivaces.

Al anochecer, el sábado retumbó en el calendario. Mi reflejo se impregnó en el espejo dorado de mi solitaria habitación mostrándome automáticamente mi hawaiano aspecto.

Una falda con minúsculas flores amarillas se apoderó de mis caderas, dejando expuestas mis piernas bronceadas por el sol villareño; lateralmente en su costura se apreciaba una especie de volante delicado que se deslizaba hacia abajo, atraído por la fuerza de la gravedad.

Mi torso se hallaba maquillado por un crop top color mostaza con finos tirantes que abrazaban mis clavículas, exhibiendo mi abdomen. Mi cabello permanecía inerte en una trenza bordada por manos de ángeles, mi madre hacía los mejores peinados.

Los accesorios colocados en mis manos procedían de varios suplementos decorativos que nos había proporcionado Atenea a Antonella y a mí. El maquillaje en tonos ocre tostado y neutro agonizaban un look con síndrome de abstinencia de una fiesta.

Continuamente, la sombra de mi hermano invadió el aire de mi habitación, observándome iluminado por una sonrisa de medialuna:

—Aun así, soy más guapo que tú.

—Recuerdas que somos mellizos, ¿verdad? —Agarré mi mini cartera transversalmente—. Lo que quiere decir que si tú eres guapo, yo también lo soy.

Brandon achinó sus ojos acercándose a mi posición.

—Lamentablemente, tengo que admitir que —se preparó físicamente para dejar su ego—, sí... eres una diosa.

—Grabaré este momento.

Reímos carnalmente por nuestra conversación infantil.

—Además —alegó mecánicamente—, si estás así vestida es porque mi poder de persuasión te convenció para ir a la fiesta. Así que me debes una.

—¡Ah! No sabía que aquí el psicólogo eras tú.

—Ya ves. —Estiró sus brazos señalando su cuerpo—. Dame el número de la de "las mechas" y estamos a mano.

—¿De quién? ¿De Atenea?

—Esa misma.

—Brandon, gira tu ventilador para otro lado.

—Suelta el palo de escoba, hermanita —gritó bailando en el puesto—. Relájate y vamos para la beach party.

Entre risas extravagantes abandonamos nuestra casa.

Brandon condujo hasta el Este de la isla. Ocupé el asiento del copiloto, disfrutando de la cálida brisa proveniente del exterior. Desde lo sucedido en el ascensor, no había vuelto a ver a Alex.

Mantuve mi promesa interna de permanecer alejada de él.

Después de una hora de viaje, la música fue el faro de guía que nos indicaba nuestra aproximación a la playa.

La luna llena brilló entreluces.

Brandon estacionó el auto. Las noches en la isla eran una auténtica locura, imitaban a una ciudad bajo el foco intenso de una alta actividad de personas.

Bajamos por una apedreada esclarea, embadurnándonos los pies con arena dorada. Por suerte, mis sandalias atadas a los tobillos eran la prenda perfecta para este tipo de eventos.

—Estaré por aquí, Neri. —Señaló un grupo de personas desconocidas para mí.

La personalidad explosiva de mi hermano le facilitó que en estos pocos meses ya conociera la mitad de la población de Villa del Mar.

—De acuerdo, yo buscaré a Derek.

Brandon asintió besando mi frente. Decidí hallar un rastro de Derek o de las chicas entre la multitud desenfrenada.

La decoración era excelsamente maravillosa. Las palmeras se hallaban rodeadas de luces de colores parpadeantes. Turistas de todas las regiones se encontraban abarrotados entre cocos y bailes caribeños. La medianoche estrellada y profunda conjuntaba perfectamente con la fiesta.

La zona Este de la playa era interminable. Las olas proporcionaban un aroma embriagador de agua salada. Las fiestas al estilo Hawái se hacían presente. Faldas coloridas, chanclas desenfadadas y collares de flores tradicionales.

Posteriormente, continuaba caminando observando toda esa maravilla de choque de culturas. Al instante, un hombre se estrelló contra mi hombro, sin mirar atrás.

Me tambaleé por el impacto, pero no caí.

—Lo s-siento —expresé en vano, el hombre continuó su paso—. Idiota.

Ni siquiera se disculpó.

Detallé su espalda que se alejaba entre el gentío, poseía una camisa blanca y era extremadamente corpulento. Volteé mi cabeza y hallé las mechas rosas de Atenea y el pelo castaño corto de Antonella.

Me acerqué al círculo temerosa de encontrar a Alex, pero para mi suerte, aparte de ellas, solo estaba la presencia de Lans.

—¡Neri! —gritó Antonella captando la atención—. ¡Qué guapa estás! Ven con nosotros.

—¡Nerea, por dios! Es ilegal ser tan hermosa —masculló Lans abrazándome emocionadamente.

—Neri, los accesorios te quedan preciosos. —Atenea sonrió efusivamente—. ¡Estás divina!

—Gracias, chicos. Ustedes también están guapísimos.

Me mantenía inquieta tratando de localizar el rostro de Derek. Las melodías de la música provocó que mi cuerpo se moviera al compás.

—Chicos, ahora vuelvo. Buscaré algo de beber.

Asintieron, animándome a disfrutar del ambiente playero. Divisé una barra perteneciente a un bar al aire libre. El barman preparaba los tragos con una agilidad ofuscaste. Sonreí tomando asiento en las sillas altas de madera rústica.

—Una Caipiroska, por favor.

—¡Marchando!

Este bar era el accesorio perfecto para la playa. Te permitía una vista panorámica del lugar. Las risas, nicotina y alcohol eran el corazón del sitio.

El chico colocó la Caipiroska más alucinante que había visto. El vaso estaba decorado por mariposas fundidas en luces de colores. El sabor era seductor y enérgico.

—No le cobres el trago a la chica. —Una voz ronca y masculina se dirigió al barman que asintió rápidamente.

Rodeé mi cabeza hallando a un hombre sentado en la silla de mi derecha.

Espera... ¡Era el hombre que chocó conmigo!

Su físico asignaba respeto. Ostentaba ojos expresivos bañado con pupilas color miel. Su mandíbula y labios gruesos le tributaban un aura de misterio. El corte de su cabello castaño medio complementaba con su poderosa fisionomía, pintado con una musculatura imponente.

—No es necesario. —Ataqué con enojo.

El idiota ni siquiera me había ofrecido una disculpa y ahora pretendía pagar mi trago.

—Solo es un trago.

—Ya te dije que no es necesario. —Me levanté terminando mi Caipiroska y colocando el vaso y el dinero con fuerza en la mesa—. No necesito que nadie pague mis tragos, yo puedo hacerlo sola.

Percibí como el barman abrió sus ojos seriamente. Moví mis pies largándome del bar, a los escasos metros hallé a Lans que me observaba congelado:

—¿Qué pasó?

—Nada, ese imbécil que quería pagarme el trago.

No permitía que ningún desconocido pagara nada. Comienzas aceptando un trago y ya se creían con el derecho de exigir tu número telefónico o algo más, y menos a ese idiota sin educación.

—¿Cómo? ¿Rechazaste un trago de Cristian Méndez?

—¿Quién?

—Mira —colocó sus manos sobre mis hombros—, ese Zeus es Cristian Méndez, el dueño de todos los bares de la zona Este. Es como el jodido rey de la vida nocturna.

—¿Y?

—¿Cómo qué y? ¿Ya lo viste bien? Las mujeres de esta playa matarían por un trago de Cristian. Él es el dueño de todo esto. Lo extraño es que siempre está en los bares de la ciudad. Rara vez se le ve aquí.

Ya entendía la reacción de asombro del barman, rechacé un trago del dueño.

—Pues para mí puede ser el jodido rey de la isla, igual no le aceptaría el trago.

Lans brotó en una risa incontrolable.

—Neró... Neró, eres una especie en peligro de extinción.

—Lans, ¿se te olvida que tengo novio?

—Por eso digo, eres una mujer en peligro de extinción.

—Lans —toqué su pecho—, voy al baño.

Instintivamente, capté al tal Cristian observándome desde la barra con sus pupilas fijas en mí, bebía de su trago frunciendo su ceño sin dejar de contemplarme.

Aparté mis orbes y caminé hacia el baño de la playa. En esta isla todo tenía que ser extravagante, el interior hacía alusión a un baño de reyes o emperadores. Asalté la segunda puerta, cerrándola inexpugnablemente.

Unas risas femeninas se adentraron al lugar captando mi atención.

—P-Pues... así c-como te lo cuento —arrastraba sus palabras bajo los efectos del alcohol—, él la traicionó conmigo.

Permanecía escondida tras la puerta del lujoso baño. Esa voz me resultó conocida, ¿era Isabella?

—Pero cuéntame más —aludió una segunda chica entre risas.

—S-Sí —alegó Isabella—, Derek traicionó a Nerea conmigo. —Sus risas maquiavélicas me sustrajeron el alma—. S-Se acostó conmigo.

Esas tres palabras me golpearon como un martillo.

¿Cómo? ¿Derek me traicionó?

Mi conciencia me aturdió sin remordimientos. La sangre dejó de fluir por mis venas. El tiempo se detuvo.

Salí corriendo de aquel baño, sin mirar a la rubia alcoholizada.

—¿N-Nerea? —interrogó asustada.

No di tiempo a reaccionar, solo corrí torpemente abriéndome paso entre la multitud, y la segunda bomba de la noche hizo petrificarme.

Visualicé a Alex besando ferozmente a una chica, poseía una botella en su mano derecha e intercalaba besos con tragos.

La chica lo agarraba de la camiseta y él sonreía comiendo sus labios y cuerpo. Sus manos viajaban por la morena tocándola como me tocó a mí.

Las lágrimas fluyeron de mis ojos, ferozmente. Su vista impactó con la mía, como un poderoso volcán. Su botella cayó a la arena, quedando estático:

—¿Nerea?

Me di la vuelta y corrí como nunca.

—¡Nerea, espera!

Todo se derrumbó en segundos. La arquitectura de mi vida estaba fabricada con materiales frágiles.

Solo fui el hazme reír de Derek Harrignton y Alexandre Hilton.

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