34."Uno se acostumbra al dolor"

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Derek
~•~•~[•••]~•~•~

—Es hora de dar un paseo, princesa.

—¿D-Derek?

Dos horas antes...

Siempre imaginé que esta isla poseía una magia peculiar, como si dentro de ella habitara un enorme imán que no importara lo lejos que pudieses ir, siempre te atrapaba hacia su centro. Nací en esta tierra, bajo el precepto de la típica familia perfecta, pero la realidad era más cruel, más lacerante.

Mis padres debían atender el negocio familiar.

Quizás, años atrás, no suponía un problema dejar al pequeño Derek en manos de la tía Rose, porque a fin de cuentas, importaba más aumentar los millones en las cuentas bancarias que disfrutar la niñez de un hijo. Y así crecí, bajo la tranquilidad de tenerlo todo económicamente, pero con la disyuntiva de que visitar una heladería con tus padres las mañanas de domingo fuese algo surrealista.

Uno se acostumbra al dolor, se convierte como en ese jarabe amargo que debes tomar para aliviar la fiebre. Sabes que te va asquear su sabor, pero aun así debes consumirlo. Después, las fiestas, las extravagancias y el alcohol se convierten en ese punto de abstracción; al final del día estás solo. Aún peor, es estar rodeado de mucha gente y aun así sentirse solo.

Incluso ahí, cuando crees que estás en el lodo más adherente, se vislumbra ante ti la ramita del árbol que te va ayudar a salir de él.

Nerea O'Connor, la anhelada gema que hallas al final del laberinto. Esa que debes proteger de los ladrones que intentarán quitártela, pero cuando se está tan jodido como yo, quizás el ladrón prefiera sentarse a tomar una taza con café y disfrutar el momento de cómo sin necesidad de hurtarla, la pierdes igualmente.

Eso había ocurrido. Yo fui mi propio ladrón.

—Derek, ¿deseas contarme algo? —El doctor me observó rotundamente.

No respondí.

—Estoy muy orgulloso de tu progreso. Hace seis semanas que no la ingieres.

Continuaba en silencio.

—Estás siendo muy fuerte. Sé que es difícil librarse de una adicción, pero tu voluntad va a lograr que la superes totalmente.

—Quiero cambiar, doctor.

—Imagino que este cambio es debido a esa chica, ¿verdad? ¿Nerea?

Asentí.

—¿Por qué por ella?

—Usted es mi psicólogo, debería saberlo.

Bufó amablemente.

—Pero quiero escucharlo, Derek.

—Quiero recuperarla. Quiero ser un mejor hombre para ella.

Cerró su agenda acomodándose en la silla de su consultorio habitual. Suspiró hondamente y me observó sin titubeos.

—Saca de tu vida a la cocaína, y serás un hombre mejor para ella.

Esa era la verdad, por más que tratase de usar apodos sublimes para catalogarlo, era un adicto, un jodido adicto a la cocaína. Quizás, no era la droga en sí a lo que estaba enganchado, ni siquiera me gustaba su sabor, lo sedativo era lo que me hacía sentir. Evitaba que la sensación de soledad me abrumara en las noches; que el peso de una vida llena de excesos, peleas y alcohol acabara aplastándome por completo.

Y como un cliché desgastado, llegó Nerea. Con esa sonrisa cristalizada y la torpeza que la caracterizaba; era como el rayo de luz que se colaba a través de una grieta de la pared de una celda; o como la luciérnaga en la rotunda oscuridad de la noche.

La lastimé y eso no me lo perdonaría.

•••

No me pareció fuera de lo común que mi coche acabara aparcando frente al departamento de Alexandre. Últimamente, se comportaba de una manera extraña. Minutos después, presioné el timbre por segunda vez. La puerta se abrió mostrándolo con el ceño fruncido al verme.

—¿Qué pasa? —Me colé hasta la sala—. Parece que viste un fantasma.

Se giró y me observó aún con un semblante confino.

—Derek, ¿qué haces aquí?

—¿Cómo? ¿Ahora debo avisar cuando vengo?

Me tiré en uno de los sofás, con la confianza que tenía de años.

—N-No, no es eso. Olvídalo.

Caminó hasta la cocina, con su mirada esquiva. Lo seguí deseando saber que le ocurría.

—Alex, ¿qué ocurre? Desde hace un tiempo estás extraño.

—No pasa nada, Derek.

—¿Seguro?

Asintió.

—Bien. Vine porque necesito de tu ayuda.

Sus pupilas se clavaron en mí mientras tomó asiento en una de las banquetas altas de su mini bar.

—¿Mi ayuda?

—Necesito que me ayudes a recuperar a Nerea.

En ese instante, sus facciones se contorsionaron rígidamente. Como si matices de furia quisieran florecer. Apretó su puño derecho hasta volver blanco sus nudillos. ¿Qué le ocurría?

—Deja a esa chica en paz, Derek.

—¿Cómo? —Solté el aire retenido—. Nerea es mi novia, Alex.

—Era. Ustedes terminaron, ¿no es así?

Sería un cobarde si me escudara en los grados de alcohol y droga que tenía en mi sistema cuando pasé la noche con Isabella, pero fue así. Después, deseé borrar todo rastro de ella con Nerea. Recuerdo como le grité aquella mañana hasta asustarla. No era yo, era mi jodido cerebro haciendo corto circuito. Me apaleé mentalmente después de aquello. Le hice daño y el solo hecho de saberlo, me rabiaba.

—Es imposible desligarse tan fácil de ella —alegué—. Nerea es..., Nerea.

Ambos sonreímos sutilmente en un intento de describirla, pero solo su nombre bastaba para englobar todo lo que ella representaba. Alex retomó su rictus amargo para expresar:

—Nerea no es una chica para ti, no la mereces.

Su frase tembló en mi cabeza.

—¿Por qué siento que no soy el único que está fascinado con ella?

—No eres bueno para ella. —Se limitó a contestar.

—¿Y quién lo es, Alex? ¿Tú?

No deseaba que teorías afiladas ingresaran en mi conciencia, pero fue imposible. Alex bajó de la banqueta y se dirigió hasta al baño. Suspiró abismalmente, sin responder mi interrogante.

—Voy al baño, ahora regreso.

Ya era un hecho, algo estaba sucediendo. Avancé hasta la sala, sin poder sentarme nuevamente. Mi corazón comenzó a latir ágilmente, solía pasarme a menudo. Controlar el síndrome de abstinencia había sido la tarea más difícil que me había tocado experimentar.

A mis padres les fue más factible remitirme a un psicólogo, como si un médico pudiese enmendar años de ausencias. Comencé a chasquear mis dedos como ejercicio de concentración y continué propinando minúsculos pasos. Descuidadamente, mi codo tropezó con una caja que habitaba en una de las repisas del lugar, y la acabé lanzando al suelo.

Recogí todo el contenido, papeles, un encendedor, una caja de chicles y algo brillante. ¿Qué era? Parecía una cadenita. Mis orbes la reconocieron. La sostuve entre mis dedos.

Era el colgante que le obsequié a Nerea.

Mi estómago hizo un intento de devolver la comida que había ingerido. ¿Por qué Alex tenía esto?

«El cierre presentó problemas. Lo llevé a un joyero para que lo arregle»

No podía ser. Esto debía tener una explicación. Mis ojos se sintieron más resecos de lo usual. Mi sistema respiratorio no era el mismo. Lo intuí, lo sentí.

En ese instante, Alex se reveló, clavando sus pupilas en lo que sostenía.

No estaba nervioso, ni ansioso. Le conocía lo suficiente.

—¿P-Por qué tienes esto? —Inhalé como una necesidad—. ¡Dime por qué infiernos tienes el colgante de Nerea!

—¿No puedes deducirlo? —expresó amargamente.

Reí, dolorosamente.

—Dilo, quiero oírlo.

Mi corazón estaba hecho pedazos. Amarrado, apretujado, cortado, como si miles de uñas se clavaran en él. No estaba preparado para oírlo, pero tampoco era tonto para no deducirlo.

—La quiero —dictó.

El karma actuó, implacable como el tiempo; porque él es así. Todo lo que hagas, se devuelve, es la ley de la estabilidad, pero nadie estaba preparado para lidiar con su poder.

Y duele, quema, arrasa.

—¿D-Desde cuándo? —Mis dientes fallaron al hablar.

Su mirada estaba vacía, él no se estaba alegrando con esto.

—No lo sé, solo pasó.

—¿Te acostaste con ella? —Silencio—. ¡¿Te acostaste con ella?!

No hubo respuestas verbales, solo confirmaciones evidentes. ¿Cómo se superaba? ¿Cómo superas la traición de un amigo?

Rabia. Mucha rabia. Impotencia. Incapacidad. Inestabilidad.

Me abalancé sobre él otorgándole un puñetazo. Él no lo esquivó, ni se defendió. Mis nudillos volvieron a impactar en su mejilla, en su labio, en su ceja. El cólera se apoderó de mi cuerpo, y cuando eso sucedía, el razonamiento ya no formaba parte de ti.

—¡Eres un cabrón, Alexandre! —Lo tumbé hasta el suelo—. ¡Eras mi amigo! ¡Ella era prohibida para ti!

Escupió la sangre de su boca. Mi mano dolía. El simplemente no se defendía, ni con uno solo de sus dedos.

—Pégame, lo merezco.

Mi mano estaba ensangrentada. Con cada golpe, la rabia iba en aumento. La adrenalina saturaba las pocas neuronas que estaban activas. Magulladuras, hematomas, su ojo hinchado.

El click se activó en mi cabeza. Podría matarlo en este instante. Me alejé, dejándolo balbuceando, con su camisa blanca manchada de gotas rojas. Tiré de mi cabello con firmeza.

—Lo jodiste todo, Alexandre.

Mis fosas nasales podrían trancarse en cualquier momento si no salía de aquel departamento, lejos de su presencia y de los recuerdos de cada instante vivido.

—Lo jodiste todo —repetí.

Bajé las escaleras de dos en dos, llegando hasta mi coche. Golpeé diez veces el volante, gritando con toda la fuerza que poseía. Mis ojos verdes chocaron con el espejo retrovisor. No pude evitar enojarme conmigo por lo que estaba a punto de hacer.

Arranqué el auto, chillando los neumáticos en el asfalto. La velocidad aumentó y no me importó morir estrellado. Continué vociferando, maldiciendo todo el tiempo. Mi síndrome de abstinencia estaba de regreso y no quería aplacarlo, no debía consumir.

Mi capacidad de razonar se fue a la mierda. Tuve un lapsus de olvido mental. Solo apreté el acelerador hasta el fondo, esquivando cada vehículo.

Hasta que la vi caminando.

No recuerdo nada más. Mi dolor me dominaba como una marioneta. Solo fue un balance de tiempo, sin cordura, ni razonamiento.

La sedé, la rapté.

—Es hora de dar un paseo, princesa.

—¿D-Derek?

Quizás no la merecía. Tal vez, no fui lo suficientemente bueno para ella. Si el monstruo que habitaba en mi interior quería salir.

No lo detendría.

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N/A:

Holaaa, corazones.

Dudé mucho si escribir este capítulo o no. Fue una decisión difícil, lo admito. Al final me decidí, porque creo que es lo más sano.

Soy de la opinión de que cada historia merece ser conocida por ambas versiones. Porque como dicen por ahí: "El lobo siempre será malo si solo escuchamos a la caperucita"

Ya conocen un poco de Derek. Así que esta historia tomará muchos giros a partir de ahora, se va a descontrolar.

Abróchense los cinturones, que nos esperan turbulencias.

Gracias por leer.

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