050

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Alekei


Pisé el acelerador aumentando la velocidad sin importar lo legal o no legal que fuera conducir de esa forma, mientras Denis a mi lado vigilaba la aplicación con los rastreadores que le había puesto.

—Alek... —murmuró con la vista aún en la pantalla.

—¿Qué? —respondí disminuyendo la velocidad.

—Lena no... —hizo una pausa en la que trago saliva antes de fijarse en mi. —Ella no está.

Al momento de escucharlo detuve el coche abruptamente derrapando en el suelo de la carretera en un giro brusco.

—¿Cómo dices? —pregunté en un tono bajo pero sombrío, apretando el volante en mis manos como si eso fuera a calmar los latidos de mi atemorizado corazón.

—Mierda, estaba durmiendo. —protestó el Sergey en los asientos de atrás sobándose la frente.

—Ell... —antes de que terminara de hablar le quité el teléfono móvil de las manos.

Después me fijé en los puntos rojos que no dejaban de moverse todo el rato hacia un lugar. No estaba en la casa. Se la ha llevado. Repetí en mi cabeza a la vez que mis manos comenzaron a temblar.

Mi visión se había vuelto borrosa de la ira, incluso podría jurar que veía todo rojo. Llevé ambas manos a mi cabeza y estiré mi cabello en un intento de rescatar lo poco de cordura que me quedaba antes de que fuera demasiado tarde.

—Seguid los jodidos puntos hasta el final. Os enviaré refuerzos. —hablé sin ser capaz de mirar a nadie.

Ahora mismo era capaz de destrozar la cabeza de quien sea que se me pusiera por delante.

Cuando se bajaron del coche en dirección a una de las camionetas que nos seguían detrás arranqué el vehículo hacia la casa.

Le había puesto suficientes rastreadores  como para que a Kristoff no le de tiempo a esconderla demasiado tiempo, y el hombre no contaba con eso. Sólo me harían falta unas pocas horas para que ella volviera a estar a mi lado. El problema eran las cosas que mi padre era capaz de hacerle en esas horas, era capaz de matarla en vida si no llegaba a tiempo.

La casa estaba sumida en un completo silencio y al sol le faltaba un par de minutos para esconderse dejando paso a la noche. Como si no fuera suficiente con eso había comenzado a llover empapando mis ropas en cuanto me bajé del coche dando un portazo.

Los hombres que vigilaban el exterior agacharon la cabeza al verme llegar, siendo conocedores del error que habían cometido.

La puerta principal fue la siguiente en probar una mínima parte de mi ira al ser estrellada con tanta fuerza que se despegó un poco de las bisagras.

—Señor. —dijo un muchacho aproximándose con un fusil en sus manos.

A modo de saludo hizo una inclinación estando a mis pies unos segundos que fueron más que suficientes para recibir una patada en la boca.

Después cogí su cabello color cobre y levanté su cabeza encontrándome con una mirada de pura sumisión y miedo.

—Me harás una jodida lista de todos los que estuvisteis a cargo de la vigilancia hoy. —escupí afianzando mis dedos en su cabellera. —Y si no veo tu nombre el primero le enviaré tu cuerpo a tu madre hecho picadillo.

—S-si. Señor. —musitó con un hilo de sangre cayendo por su labio.

Después lo solté con una mueca que acentuaba mi desagrado por algunos otros chicos que trabajaban para mi. No tenían carácter ni orgullo, eran como simples marionetas que podía manipular a mi antojo y eso me sacaba de quicio.

Yendo al arsenal de armas mi cuerpo se encargaba de destrozar todo lo que se pusiera en mi radar. Mis latidos se habían realentizado hasta el punto de ser casi inexistentes y apenas podía respirar con normalidad sin ese dolor oprimiéndome el pecho o sin las náuseas.

Allí encontré a otros de mis hombres, estos eran de un rango más superior que simples escoltas y lavaperros, listos para recibir nuevas órdenes.

—Coged todo. —hablé cubriendo mis dedos con unos guantes de cuero.

Estando a punto de guardar el anillo que compartía con ella pasé mi dedo por la calavera.

—Lo quiero vivo. —les avisó antes de que salieran.

—Positivo, jefe. —dijo uno de ellos con el dedo pulgar en el aire.

Mi móvil vibró con la notificación del mensaje que me había enviado Denis,. Era la localización de donde estaba ella, en otro jodido estado diferente en el que estábamos. Por lo menos quedaban algunos rastreadores para saber si se movían de sitio.

La idea de imaginar a mi padre o a alguien más poniendo sus manos sobre ella para quitárselos hizo que mis músculos se tensaran resaltando mis venas.

De camino a las camionetas encontré a su hermano discutiendo con uno de los guardias, y no quiso ni mirarlo, porque si lo hacía era capaz de derrumbarme. Recuperarla lo antes posible era lo único que lo mantenía con vida ahora mismo.

—No sé qué mierdas estáis planeando pero voy con vosotros. —replicó detrás mío. —Dadme una puta arma por lo menos.

Sin mirarlo a la cara le lancé una de mis navajas enfundadas y me dirigí a él.

—No me haré responsable de lo que te pase ahí fuera.

—Gracias por la protección. Supongo.




Lena




Abrí los ojos y la boca al sentir que me estaba ahogando. Estaba sentada en algo blando, supe por lo poco que pude ver que mi alrededor estaba sucio, y por las pocas velas que habían pude distinguir a su padre al levantar la cabeza, mirándome de arriba a abajo como si fuera un trozo de basura y un vaso vacío en una mano. Me había lanzado agua para despertarme.

—Buenos días. —habló con una sonrisa de oreja a oreja.

Luego estampó el vaso a la pared que tenía detrás de mí y algunos cristales fueron a caer a mi valle de venus. Posé mi mirada en ese lugar dándome cuenta de que estaba totalmente desnuda y a su merced.

Apreté los dientes aguantando las lágrimas que amenazaban con salir, no podía demostrarles ninguna debilidad. Sabía que en el momento que sucediera las cosas empeorarían para mí.

—Alek te va a encontrar y te va a despedazar. —aseguré en una voz baja.

—No si antes lo hago yo con vosotros dos.

Mi estómago se removió salvajemente cuando lo tuve a unos escasos centímetros de distancia. Apestaba a alcohol y perfume de hombre mayor.

—Mírate, te ha dejado hecha un asco con todas esas marcas. —su vista fue a mi estómago, donde tenía pequeños cortes. —No sirves ni para darte a mis hombres. —eché la cabeza hacia atrás con una mueca asqueada al sentir sus dedos tocar mi mejilla sin ningún cuidado.

Eso me buscó una bofetada que me giró la cara a un lado y me partió el labio inferior.

—Me voy a divertir mucho contigo.
—susurró en mi oído con una voz sombría.

Después lamió la piel de mi cara hasta mi frente. Me tragué el vómito antes de escupirselo en la cara y recibir otro golpe suyo. Para mí suerte tras aquello se marchó cerrando una puerta de metal.

La sala en la que estaba atrapada no tenía ventanas ni ningún mueble aparte del colchón viejo y sucio en el que estaba sentada. Traté de mover los brazos olvidándome de los cortes profundos que tenía mal envueltos y muy seguramente mal curados.

Me sobresalté al escuchar la puerta de metal abrirse de nuevo, mis músculos se pusieron rígidos al verla. Odiaba que me viera así, débil y con la oportunidad de hacerme lo que le diera la gana.

Clavé mis ojos en los suyos siendo no muy amigable, esperaría a que se acercara un poco más para que su cara recibiera un escupitajo mío mezclado con sangre.

—Tranquila. Vengo en son de paz. —dijo con un vaso de agua en una mano, la otra la tenía cerrada en un puño.

Sonreí irónicamente ignorando el daño de mi labio.

—Permíteme que lo dude. —susurré con una voz ronca al tenerla frente a mi de cuclillas.

Un poco más y podría cometer mi objetivo, aunque también podría patearle esa cara de porcelana que tenía.

—Toma esto, te hará falta. —abrió la mano enseñándome unas pastillas que no pensaba beberme ni loca. —Son calmantes. Créeme cuando te digo que no querrás experimentar las cosas que te hará Kristoff.

Tragué el escupitajo que tenía preparado mirando las pastillas como si fueran de otro mundo.

—Estoy arriesgando mi jodida vida para salvarte el culo. Simplemente bébetelos.

—¿Por qué debería confiar en ti? Hace unos meses me querías muerta. —ella apartó la mirada de mi, con sus mejillas sonrojándose un poco.

Si no tuviera la garganta tan mal me hubiese reído en su cara.

—Lo sé y lo siento. No estaba bien.

—¿Y ahora sí? —pregunté ampliando mi sonrisa.

—¿Qué más quieres? Ya te he pedido perdón.

A ti cien metros bajo tierra. Pensé mirándola un rato largo.

—No te caigo bien, y tú a mí tampoco.
—respondí en una voz más calmada.

—No lo estoy haciendo por ti, lo hago por Alek. Si te pasa algo nos vamos todos a la mierda.

Mis entrañas se removieron al escuchar su nombre, lo necesitaba como nunca antes y sabía que era cuestión de unas horas, tal vez días, a que apareciera.

Eso era lo único que me mantenía con la energía suficiente para mantener mis instintos de supervivencia y aguantar.

Abrí la boca dejando que me pusiera la pastilla en la lengua, llevó el vaso a mis labios para que pudiera beber. Luego toco mi cabeza buscando mi herida que ahora tenía costra y sangre seca.

—No es muy grave. —murmuró para ella misma antes de alejar su mano.

—¿Serás mi enfermera? —pregunté con sorna y una fingida emoción.

—Te ayudaré a salir de aquí. Confía en mí. —por un momento creí ver un atisbo de simpatía en sus ojos.

Los calmantes desde luego habían empezado a surgir efecto y me estaban haciendo delirar.

—No le pidas peras al manzano. —ella me dió una mirada cansada mientras se levantaba.

—Joder chica, eres terca.

—Gracias. —fue todo lo que dije con una sonrisa fingida viéndola marchar.

Los minutos después de eso se convirtieron en años. Mi estómago rugía hambriento y tenía la lengua pastosa. Siempre mantenía los ojos cerrados, de esa forma podía verlo en mi cabeza, recordar las veces en las que sus dedos habían recorrido mi piel adorándome como si fuera el ser más preciado de este universo.

Mis párpados comenzaron a arder con la promesa de nuevas lágrimas y en eso la puerta volvió a abrirse, esta vez con tanta brusquedad que me hizo abrir los ojos.

Mi cabeza daba vueltas y no podía ver bien a mi alrededor, pero supe que era Kristoff quien había entrado por su voz. El muy hijo de puta se había puesto a cantar mientras sostenía un látigo de cuero en una mano, en la otra llevaba una herramienta. No quise saber para qué la usaría, solo quería que todo pasara lo antes posible para poder volver a mi refugio.

Jadeé cuando me cogió del pelo y me levantó del colchón con una sonrisa tétrica deshaciéndose de mis cadenas en un abrir y cerrar de ojos. Mis piernas en ese momento eran como gelatinas, a punto de dejar de sostenerme si duraba mucho de pie.

—Bien. Veamos cómo te quedarían mis cicatrices. —soltó al aire dando comienzo a los golpes del cuero contra mi estómago y piernas.

Las pastillas que me había ofrecido Polina habían ayudado en gran manera a que apenas sintiera el látigo sobre mi piel. Aún así mis ojos liberaron las lágrimas que tanto odie soltar y miraron con espanto la sangre que manchaba la tela del mugriento colchón.

Hubo un momento en el que no pude sostenerme de pie, cuando sustituyó mi estómago por mis piernas. Aún así él no se detuvo en ningún momento, azotaba cualquier trozo de piel que se le pusiera por delante incluyendo mi rostro. Hice un esfuerzo por mantenerme fuerte y no llorar más pero de todas formas había acabado sollozando, dándole poder para que aumentara la intensidad de un dolor que no podía percibir.

Lloraba de la rabia, desesperación, y sobre todo, por miedo de lo que fuera a hacerme. Él era un monstruo y era capaz de lo peor. Los latigazos que me dió en aquellos minutos no fueron nada comparado con cómo retorció mis pezones con el alicate o con cómo arrancó las uñas de mis pies después de haberme golpeado hasta el cansancio por haberme resistido a él en un principio.

Poco a poco fui perdiendo la conciencia, yo no podía percibir el dolor, pero era mi cuerpo el que atravesaba todo aquello.
Exhalé una última vez con sus orbes azules arropando mi piel, haciéndome sentir segura a pesar de la distancia.

Al despertar rogué a cualquier santo, demonio o entidad porque fuera Polina la que estuviera atravesando la puerta. Como era de esperarse, no fue así. Esta vez él traía una bandeja con un plato de comida y un vaso con un líquido rojo.

Cuando la tuve en el suelo frente a mi me incorporé lentamente estrechando mis ojos en un órgano que parecía en buen estado, encima tenía unas verduras.

—Aquí tienes tu cena. Riñón de...¿Cómo se llamaba el hombre?¿Leto? Riñón de Leto encebollado, una especialidad de la casa. —llevé una de mis manos a la boca reteniendo el vómito que estuve a punto de echar.

Mis ojos volvieron a tener ese brillo a la vez que apartaba la mirada del plato fijándola en su cara, queriendo decirle que ni muerta tocaría eso. Aquello solo ensanchó su sonrisa enferma.

—No me lo vas a rechazar, ¿No? Si lo haces tendré que romperte los dientes y cortarte la lengua. Entonces la única forma en la que puedas comer será con una pajita, y yo mismo licuaré el puto riñón y haré que te lo tragues. —habló con una mirada amenazante.

Tragué saliva viendo una vez más el plato. Su dedo fue a parar al riñón, palpándolo antes de clavar su mirada en mi.

—No te preocupes si te quedas con ganas de más. —mi cuerpo se estremeció al sentir su dedo manchado de sangre en mi labio inferior. —Tu padre y el bastardo de mi hijo serán los próximos que pruebes. —añadió esparciendo el líquido rojizo por todo mi labio con esa voz alegre que me daba escalofríos.

El sabor metálico que se había implantado en mi lengua hizo que mi estimado se revolviera del asco.

Cuando volví a estar sola no pude evitar acercarme a una esquina y echar todo lo que mi cuerpo me permitió a la vez que nuevas lágrimas empañaban mi vista.

Ahora tenía la libertad para mover mis brazos, él sabía que no iba a ser capaz de hacer nada después de lo débil que había dejado mi cuerpo.

Apoyé mi cabeza en el colchón y pegué mis rodillas a mi pecho quedando en una posición fetal ignorando los rugidos de mi estómago. Seguía estando sedienta, pero prefería eso a volver a probar la sangre de Leto. Él fue el protector de nuestra familia alguna vez y al final acabó de la peor forma solo por protegernos.

Lloré amargamente con mis dientes clavados en mi labio magullado en el intento de no hacer demasiado ruido para no llamar la atención hasta que me sequé por dentro.

Ni siquiera cuando sentí una mano acariciar mi cabello me moví. Era como una muñeca que los guardias de fuera podrían usar a su antojo y nadie les diría nada.

Mi cuerpo siempre se mantenía alerta esperando el momento de que eso sucediera. Sólo bajo mi cadáver lleno de gusanos permitiría que me pusieran una mano encima.

—Te limpiaré las heridas. —habló Polina reflejando eso que comenzaba a odiar.

La lástima de los demás. No necesitaba dar pena, necesitaba que me sacaran de aquí lo antes posible, antes de que comenzara a marchitarme.

—¿Te duele? —preguntó pasando algo húmedo por mi espalda. No me moví ni dije nada. —Supondré que no.

Apreté los dientes al sentir el alcohol arder en las heridas frescas de mi piel, me dolía, claro que me dolía, solo que no podía responder a ningún estímulo externo. Temía que en cuanto reaccionara volviese a romperme otra vez dándole acceso a ese monstruo a herirme de nuevo, disfrutando con mi dolor.

Cada vez que me escuchaba sollozar desde fuera era una paliza nueva asegurada para mí hasta que se le cansaran las manos o hasta que yo perdiera la conciencia.

—¿Tienes hambre? Te traeré algo de comer. ¿Quieres? —hizo silencio esperando una respuesta que no llegaría nunca. —Supondré que si.

Y con eso se largo por quién sabe cuantos minutos regresando con un sándwich y un vaso de leche.

Luego se sentó a mi lado poniendo sus manos en mi cabello otra vez. Me pregunté si contarle lo que ella hacía con mi pelo a Alek haría que él corte sus manos.

—Tienes que comer. ¿Me oyes? Te vas a desnutrir.

Cerré los ojos, como si con eso pudiera hacer desaparecer su presencia. Escucharla decir lo que tenía o no tenía que hacer era lo que menos quería ahora mismo.

Además no había pasado ni un día, dudaba mucho que pudiera desnutrirme por unas horas sin comer.

—Bien, te dejaré sola. —habló después con resignación.

Escuché sus pasos alejarse unos pocos metros hasta que se detuvo y habló nuevamente.

—Si no te lo vas a comer al menos escóndelo. No me gustaría darte más problemas de los que tienes.

Había perdido la noción del tiempo desde que me encerraron. No sé si pasaron horas o días, lo único que hacía todo el tiempo era tratar de mantenerme dormida para evadir mi realidad todo lo posible.

Poco después de haber cerrado los ojos mi yo de quince años apareció sobre una cama con sábanas de seda negra que combinaban a la perfección con mi vestido verde oscuro.

Mi cabello ondulado caía sobre mis hombros mientras que con el cepillo me deshacía de los nudos tirando de mi pelo con saña, como si estuviera enfadada por algo.

Unos pasos a mis espaldas me sorprendieron y me di la vuelta, era él acercándose a la cama el mismo brillo de siempre en sus ojos, fijándose en el cepillo que tenía entre las manos.

—Te vas a hacer daño. —replicó antes de sentarse a mi lado y empezar a masajear mi cuero cabelludo.

—No. Es solo que se me enreda mucho el pelo. Odio mi pelo. —solté arrugando los labios en un mohín. Luego él me sujetó del mentón haciendo que fijara mis ojos en él.

—No vuelvas a decir algo así nunca más. No existe absolutamente nada de ti que debas odiar, Lena. Nada. ¿Lo entiendes? —murmuró muy cerca de mis labios dejando los suyos en una delgada línea y yo asentí despacio, sin quitarle la mirada de encima.

Luego dejó un casto beso en la punta de mi nariz, se echó hacia atrás y me puso entre sus piernas para comenzar a peinar mi cabello de una forma mucho más suave de lo que lo estaba haciendo yo.

—¿Me vas a hacer trenzas? —pregunté con una voz casi aguda haciéndolo sonreír.

—No sé cómo hacerlas, pero lo intentaré. —respondió con un atisbo de sonrisa y yo casi suelto una risita.

—Si quieres puedes dejarlo así. —hablé moviendo mis hombros.

—No. Haría hasta lo imposible con tal de verte sonreír cinco segundos. —dijo antes de apoyar sus labios en mi cabeza y empezar a trenzar con sus dedos moviéndose con más cuidado del necesario.

Al estar de espaldas ignoraba por completo la sonrisa que había dibujado en mis labios. A cada segundo que pasaba las imágenes ante mi se volvían más borrosas sin ser capaz de ver el resultado, pero las voces seguían igual de claras.

Algo se removió en mi estómago al escuchar mi risita de aquel entonces por algo que él había dicho.

—Puedes practicar todas las veces que quieras, pero solo si es con mi pelo y el de nadie más.















Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro