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Lena


Los días después habían pasado igual o más rápido que mis días al principio del verano. La casa ahora tenía un ambiente más acogedor incluso después de haber cambiado los colores de los muebles y paredes a unos mucho más oscuros a petición mía, simplemente pensé que quedaría mejor.

Por las noches los pasillos tenían ese toque lúgubre que hacía que Jason empezara a imaginarse fantasmas merodeando y otras cosas que solo existían en su cabeza, pero aún así a mis ojos seguía siendo precioso. En parte porque era el hogar que compartía con Alek.

Estaba todo el día a su lado menos cuando tenía que trabajar. A veces no podía aguantar y sucumbía ante mi curiosidad por saber qué hacía. Entonces él me dejaba bajar al sótano y ver cómo usaba sus instrumentos favoritos con los demás.

Aunque no pasaban ni cinco minutos cuando ya me estaba echando porque decía que lo distraía demasiado, una vez casi se corta el dedo. La última vez que bajé a las salas subterráneas fue hace cinco meses.

Si pensé que este año en la universidad sería igual de fácil que el primero me había equivocado terriblemente. Apenas me dejaba tiempo para satisfacer mis necesidades básicas de ser humano e intercambiar algunas palabras con mi familia durante el día, con lo que también me quitaba mi tiempo con Alek.

Él intentaba estar pegado a mi todo lo posible ayudándome con las tareas o tratándome como a una muñeca de porcelana incapaz de hacer nada por ella sola (su cosa favorita de lejos). Incluso había días en los que me acompañaba a clases. Algo que seguía sin agradarme del todo por lo extrañamente violenta que me ponía al percibir a todos, incluyendo mis profesores, poniendo sus ojos sobre él por más de lo necesario. La gente a veces saca lo peor de mí.

Saqué las piernas de la cama con un largo suspiro indagando en qué momento pensé que era buena idea meterme a derecho, y peor aún, en el turno diurno teniendo que perder horas de sueño por madrugar.

Giré la cabeza y sonreí automáticamente al verlo bajar las escaleras que daban a la planta de arriba mientras se ponía una camiseta.

—¿No me acompañarás hoy? —hablé antes de que pueda besarme.

—No, tengo que hacer algo.

—¿El qué?

—Nada importante, amor. —volvió a posar sus labios encima de los míos en un casto beso.

Lo vi marchar arrugando el entrecejo. Él nunca daba vagas respuestas a mis preguntas.

Miré la hora en el reloj y me levanté de un salto comenzando a moverme por todo el dormitorio con rapidez, si no me daba prisa llegaría tarde otra vez. No es como si fuera a afectarme porque la presencialidad no era obligatoria, pero en esos diez minutos que llegaba tarde mi profesora era bastante capaz de empezar y terminar las explicaciones del curso entero sin dar oportunidad a repeticiones.

Una vez lista bajé las mil quinientas escaleras que habían hasta la entrada principal, donde solían estar Sergey y él hombre estatua todas las mañanas esperándome. Me subí en la parte trasera del vehículo y al ver que ninguno de los dos se movía los miré instándoles a entrar.

—¿Has desayunado? —preguntó Sergey levantando una ceja de forma suspicaz.

—No. Comeré algo en la facultad.

—Entonces no vas. —dijo con una mirada severa. Suspiré al aire.

Esa era una de las pautas que me había puesto él. No ir a la universidad hasta que me hubiera comido todos los platos de comida que me preparaba, beber dos vasos de agua y nada de cafeína hasta el mediodía.

Por no hablar del drama que me había montado una mañana al verme beber una lata de bebida energética.

—Comeré algo por ahí. —repetí entre dientes, él solo se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.

—Cuanto antes comas antes nos iremos. —soltó señalando la puerta de la casa con la cabeza.

—Bien, iré en autobús. —respondí bajándome del auto.

Empecé a caminar hacia la puerta metálica con la suela de las botas pisando fuerte el caminito de piedras. Antes de poder tocar el pomo la voz de Sergey me detuvo.

—Sube. —me di la vuelta yendo al coche con una sonrisa ladina.

—Eso pensé. —repliqué al aire cuando estuve cerca suyo.

Por más que le metiera prisa durante los largos minutos de trayecto él no aceleró con la excusa de que era peligroso para mí. Como si no hubiera vivido en carne propia la velocidad a la que iba cuando Alek estaba en el auto.

Aparcó el coche en la plaza del estacionamiento que siempre solía escoger, abrí la puerta y salí corriendo al aula que para mi poca suerte estaba en la tercera planta.

Aún así, Sergey y el otro hombre tardaron poco en alcanzar mis pasos. Siempre se quedaban fuera. Las miradas de los demás eran de esperarse, ellos dos llamaban la atención de cualquiera y no precisamente por sus grandes sonrisas.

En cuanto entré a la clase traté de ser lo más silenciosa posible a pesar de haber captado la atención de la profesora y algunos estudiantes. En una de las primeras filas vislumbré a Grace y a un par de amigas tecleando algo en el ordenador.

Estos meses había intentado buscar la forma de contarles todo lo que había sucedido mientras ellas estaban fuera del país pero me fue imposible sin obviar algunos pequeños detalles.

—Hey. —hablé cogiendo el sitio libre entre Grace y Violeta, una chica de pelo negro como el carbón.

—Casi no llegas. La mujer está a punto de terminar este libro y el de el año que viene. Parece que se ha metido un petardo por el culo. —replicó Grace con una cara nada contenta.

Violeta la secundó con un suspiro sin dejar de mirar a la pantalla del proyector.

—Hey, chica, ¿Dónde te has dejado al bombón de tu novio? Necesito algo que al menos me alegre las vistas. —habló Sofía con una sonrisa divertida. Ella y Violeta tenían una tez trigueña que reflejaban sus lugares de origen.

—Yo tengo al mío esperando fuera. Por si te sirve. —dijo Grace sonriente provocando una mueca graciosa en la cara de Sofía.

—Suertudas algunas. —respondió ella moviendo las cejas.

—Como si no te hubieras puesto hasta los zapatos en las Maldivas. —murmuré a punto de soltar una carcajada.

—Ay no, esa gente la tiene chiquita.

Mordí mi mejilla interior reprimiendo una risita. A mi lado izquierdo Violeta nos regañó por estar hablando de comida en horas de ayuno haciéndonos callar a todas hasta la hora del pequeño descanso. Donde Sofía volvió a sacar el tema volviendo a contar algunas de sus anécdotas en las islas mientras íbamos a la cafetería.

A estas horas no estaba muy llena, así que no fue difícil encontrar un sitio libre. Grace no perdió ni un solo segundo antes de empezar una batalla de lenguas con Sergey ignorando al resto. Dios, ¿Así me veía yo con Alek? Sacudí la cabeza con un escalofrío recorriendo mi piel.

—Iré a por algo de comer. —hablé antes de levantarme y caminar hasta el camarero que estaba detrás de la barra.

Dos trozos de pizza fueron todo lo que me pidió el cuerpo. Justo al ir a pagar Sergey apareció a mis espaldas.

—Pide otra cosa, eso es basura. —lo ignoré entregando el billete de cien dólares al hombre. No era nada raro que los estudiantes usaran billetes de ese estilo o la típica tarjeta negra. —Esa mierda no es comida, cuando Alek se enteré me corta la cabeza por tu jodida culpa.

Bufé y me di la vuelta enfrentándolo con una mirada irritada.

—Tiene queso, verdura, carne, trigo y huevo. Yo creo que aporta bastantes nutrientes.

Cogí los dos trozos de pizza que daban en una superficie triangular de cartón y me senté en la mesa circular junto a las demás.

A cada bocado que daba bajo su mala mirada hacía sonidos con la boca solo para joderlo. Ver la vena de la frente que estaba a punto de explotarle me hacía sonreír.

—Bueno muchachas, hora de volver.

Comenzamos a recoger tras el anuncio de Violeta subiendo al aula más despacio de lo que bajamos a la cafetería.

El resto de la hora, aunque tediosa, se me pasó más rápido escribiendo cosas en el ordenador y echando varios vistazos al móvil revisando si tenía algún mensaje suyo. Hasta que un dolor intenso en el abdomen hizo que me doblara soltando una exhalación.

Respiré varias veces esperando que así se fuera pero solo empeoró. De mis labios escapó un leve gemido mientras me apretaba el estómago.

—¿Estás bien? —preguntó Grace arrugando las cejas. Asentí como pude apartando las manos de mi abdomen.

—Voy al baño. —musité sintiendo mi cara palidecer. Tal vez necesitaba vomitar o cagar.

Mierda, ¿Qué le habían echado a la comida? No me sorprendería que Sergey hubiera intentado envenenarme después de todo para mostrar que tenía razón.

—Iré contigo. —respondió ella recogiendo sus cosas.

Inspiré y exhalé muy despacio haciendo lo mismo sin llamar demasiado la atención.

—¿Qué pasó? —preguntó Sofía con extrañeza.

—La pizza. Me sentó mal.

—Ah no, pues vete. No te preocupes por los apuntes luego yo te los paso.

Sonreí débilmente antes de murmurar un gracias a la vez que ayudaba a Grace a recoger mis cosas. Luego se colgó mi bolso en su hombro y empezamos a caminar conmigo con la voz de Violeta de fondo diciéndome que me mejore.

En el baño me senté en uno de los retretes esperando hacer algo, pero nada. Lo único que había conseguido es que el dolor empeorara hasta empañarme la vista.

—Llamaré a Sergy, ahora vengo. —dijo Grace antes de desaparecer por la puerta.

Esa fue mi señal para levantarme y bajarme la falda, un minuto más tarde lo tenía frente a mi analizanzo mi cuerpo con los ojos buscando alguna herida física.

—¿Puedes andar? —preguntó sacando su teléfono móvil, asentí sujetándome de la encimera del lavabo. —Te llevaré a un hospital.

—Nos llevarás, querrás decir. —replicó Grace moviendo su mano sobre mi espalda de arriba a abajo.

A mitad de camino Sergey me cogió en brazos al ver lo lenta que estaba siendo y una vez en el coche el hombre estatua arrancó con rapidez mientras a su lado Sergey hablaba con Alek por teléfono.

—¿Qué te duele? —preguntó tapando el micrófono del móvil.

—El estómago. Mucho. —musité cerrando los ojos hasta casi exprimirme las cuencas. Cualquier dolor era mejor que esto.

Tras decir algo más en ruso terminó la llamada.

—Te dije que eso no era comida. —dijo moviendo la cabeza de un lado a otro y con una mirada reprobatoria.

—No la regañes, ¿No ves que lo está pasando mal? —recriminó Grace con su mano ahora sobando mi estómago al aire.

En cierto momento del trayecto el dolor trajo consigo unas ganas de querer ir al baño otra vez, ganas que me aguanté a toda costa con un grito amortiguado en mi garganta. Lo último que necesitaba ahora era cagarme en el coche.

Para cuando llegamos al hospital él ya estaba esperándonos en la puerta. En otro momento hubiera indagado más en cómo había aparecido tan rápido pero ahora no podía ni respirar con normalidad sin sentir que me abría por dentro queriendo expulsar todo lo que había comido antes.

Grace apartó sus manos de mi estómago como si éste estuviera en llamas al verlo acercarse a mi lado del coche. Traté de mantener la calma para que no me viera tan mal, y raramente en el instante en que abrió la puerta los dolores habían cesado un poco.

—Estoy bien, solo es un dolor de estómago. —murmuré ante su cara preocupada restándole importancia haciendo que estreché sus ojos en mí.

—No empieces, Lena. —advirtió entre dientes acercando sus brazos a mi cuerpo una vez que estuve fuera del vehículo. Moví la cabeza negándome.

—Creo que prefiero andar. Me duele menos. —él no pareció estar demasiado convencido, pero cedió sin apartar sus manos de mi cuerpo.

Al ir a pisar el último escalón volvió a intensificarse desplazándose a mi espalda baja y volviéndose a apoderar de mi abdomen con un dolor agudo que no había experimentado antes.

Detrás Alek trataba de disminuir la tan desagradable sensación mientras acariciaba mi pelo y me decía cosas al oído que ni siquiera llegaba a escuchar. Respire un par de veces antes de coger su mano y seguir caminando, cuando me dolía más de lo que podía soportar apretaba sus dedos como si quisiera transmitírselo.

Dentro del hospital le dijo a una de las enfermeras que trajera una camilla, lo que me pareció extraño teniendo en cuenta que solo era el acompañante de un paciente. Al subirme a la camilla se me escapó un grito llamando la atención de varias personas que estaban por allí.

—Intenta respirar despacio, lyubov'. —susurró en mi oído apartando algunos pelos de mi cara

Asentí inspirando lo más lento que pude apoyando la espalda en el colchón de la camilla. Pronto estábamos en una sala de hospital sin nadie más. Antes de irse y dejarme con mis alaridos me puso en la camilla más grande que había en mitad de la sala asegurándome que volvía en un segundo.

Casi entré en pánico cuando mi cuerpo empezó a querer arrojar algo al exterior y en eso él volvió con el uniforme propio de los cirujanos.

—Necesito ir al baño. —le musité entre sudores y retortijones en el abdomen dejando su cambio de ropa a un lado.

—Después te llevaré, primero necesito revisarte. —respondió a la vez que me quitaba la falda y ropa interior. —Abre las piernas.

Separé las piernas clavando las uñas en el edredón con fuerza. Él se agachó hasta tener una buena vista de mí vagina, sea lo que sea que hubiera visto lo hizo poner unas facciones más serias.

Mis ojos inquisidores fueron suficientes para hacerlo hablar.

—Necesito llevarte al quirófano. Tienes que... —relamió su labio inferior deteniendo sus titubeos. —Estás de parto.

—¿Qué? —respondí soltando todo el oxígeno de golpe analizando sus palabras mirando a un punto fijo de la pared.

No podía ser. Yo ni siquiera había tenido un mísero síntoma, y tomaba pastillas anticonceptivas. Tenía que ser una equivocación. Tal vez fuera un embarazo psicológico.

Él se acercó a mi cogiendo mi cara en sus manos.

—No tenemos tiempo, necesito que me ayudes. —pidió acariciando mis mejillas suavemente.

Desvié mi mirada hacia él y asentí despacio. Tras besar mi frente fue a coger una bata azul, no hizo falta que me dijera que tenía que comenzar a desvestirme para que lo hiciera con dedos temblorosos y el corazón a mil.

Al ponerme de pie en el suelo observé mi vientre plano como si fuera un alien. Estaba tan impactada que casi podía jurar que el dolor había pasado a un segundo plano si no fuera por los tirones que me daban cada pocos segundos.

Después él me deslizó la bata azul y amarró unos cordones detrás de ésta para volver a colocarme en la camilla.

—Tengo miedo. —murmuré antes de que saliéramos a quirófano. Él inclinó un poco su cuerpo estando cara a cara conmigo.

—Yo también. —las palabras salieron de su boca forzadamente. —Pero estamos juntos en esto, todo saldrá bien. Te lo prometo. —bajé la cabeza a mis manos y exhalé cuando mi abdomen fue arremetido con esa corriente adolorida de nuevo.

—Mierda, esto duele.

—Lo sé. Pasará pronto. —dijo antes de poner sus labios sobre mi frente.



•••



Pronto mis pelotas inexistentes. Había perdido la cuenta de los minutos en los que había estado empujando mi alma entera y solo tenía la mitad de la cabeza fuera. Tampoco había tiempo para la epidural así que ahora mismo el dolor estaba presente en cada célula de mi cuerpo destrozando hasta mis huesos mientras mi útero y vagina se desgarraban.

—Empuja. —volvió a decir esperando a que saliera el cuerpo del bebé junto a los otros enfermeros.

—¿¡Qué crees que hago!? —bramé al aire volviendo a empujar hasta los intestinos.

Tenían suerte de no estar muy cerca de mi, porque más de uno se hubiera llevado un golpe.

—Bien. Sigue así. —alentó bajo la mascarilla.

Cuando levantó su mirada le transmití toda la rabia que sentía. Eso fue suficiente para que volviera a fijar sus ojos a mi entrepierna con rapidez.

Tras un grito que casi destroza mis tímpanos volví a empujar sintiendo que algo se deslizaba fuera de mi cuerpo. Poco después el llanto de un bebé captó toda mi atención haciendo que me olvidara de todo lo demás.

Alek lo sostenía con sus grandes manos susurrando algo que desde aquí no podía escuchar tras cortarle el cordón umbilical, sin importarle que estuviera empapado de sangre. Sus ojos brillaban como si estuviera a punto de llorar pero en ningún momento dejó de hablarle o acercar su boca cubierta a la pequeña frente del bebé.

Luego la limpió con una especie de toalla, y cuando caminó hacia mi con él en brazos casi se me sale el corazón del pecho. No podía dejar de mirarlo con una turbación opacando los pensamientos de mi cabeza. Al tenerlo de cerca pude fijarme más en su cara arrugada y en el tamaño de su cuerpo ligeramente morado. Era horrible.

—Es una niña. —habló después de levantar la bata hasta mi pecho y colocarla en mi torso desnudo.

—Oh. —fue todo lo que pude articular con su pequeño cuerpo calentando el mío.

Puede que se viera como la mierda pero era lo más adorable que había visto.

—¿Puedo? —murmuré asegurándome de que estuviera bien tocarla, él asintió sin apartar sus ojos de la bebé al igual que yo.

Se podría decir que estábamos hipnotizados por aquella pequeña criatura cuya existencia acabábamos de conocer un par de horas atrás. Tal vez más. Fue entonces cuando un sentimiento de culpa apretujó mi pecho.

Había hecho de todo menos cuidarla estos meses, el que no hubiera tenido un aborto espontáneo había sido un milagro.

—Gracias por esto. —habló rozando sus dedos con las finas hebras de su pelo.

—¿Está bien? —pregunté titubeante, él puso su mirada sobre mí con una intensidad mayor de la normal.

—Nació prematura, por lo demás creo que está bien. —mordí mi labio inferior al escuchar lo primero con esa opresión siendo cada vez más fuerte. —No te preocupes lyubov', lo has hecho muy bien. —acercó sus labios a mí rostro besando cada esquina de él. —Estoy jodidamente orgulloso de ti.

No pude evitar esbozar una sonrisa. Solté al aire un poco de la presión que tenía encima con un suspiro antes de hablar.

—Lo siento. Juro que no lo sabía...

—No tienes nada de que disculparte, amor. Tuviste un embarazo silencioso, es poco común, pero pasa. —la observé con unos deseos de apretujarla hasta que volviera a estar dentro de mi otra vez.

—¿Con cuántos meses nació?

—Treinta y dos semanas, eso serían más o menos ocho meses. —arrugué el ceño preguntándome cómo sabía aquello.

Si las cuentas no me fallaban estuve embarazada desde junio. Mi cabeza fue al primer día en que me olvidé la pastilla por ir de noche a visitarle a hurtadillas.

Parece que una sola vez fue suficiente para conseguir eso que había estado evitando sin intentarlo demasiado.

—Quiero que esté bien. —susurré en un hilo de voz sintiendo sus dedos sobre mi cabeza.

—Lo estará. Yo mismo me encargaré de eso. —habló sin apartar sus ojos que ahora tenían un brillo especial de ella.

No estaba preparada para ser madre, ni siquiera tenía una idea de cómo alimentarla, o de si me salía leche de las tetas.

Pero esa necesidad de cuidarla y protegerla estaba antes que cualquiera, incluso de mi, y me aseguraría de darle el mundo entero como compensación por haberla ignorado accidentalmente todos esos meses.


Alekei



Después de haberla dejado dormida en la habitación y asegurarme de que la nueva bebé estuviera lo mejor posible en la incubadora salí a la sala de espera, donde su familia estaba esperando.

—¿Está bien?¿Qué tiene? —su madre fue la primera en preguntar levantándose de golpe del asiento con Ray detrás.

—Tenía, más bien. —murmuró Denis para él mismo con el ceño arrugado y la mirada fija en la pared de en frente.

—Se está recuperando del parto. —solté él al aire moviendo los hombros.

Grace se llevó ambas manos a la boca antes de hablar.

—¡Oh Dios mío!¿Y eso es grave?¿Se va a morir? —gritó haciendo una breve pausa después. —Espera, ¿Qué?¿Soy tía?

Con un resoplido me acerqué a una esquina junto a Denis ignorando las miradas de los demás.

—Necesito que te encargues y me informes de todo lo que suceda en la casa. Yo me quedaré aquí hasta que les den el alta.

—¿Cómo está mi sobrina?

Mi pecho volvió a calentarse como antes y mis labios se curvaron en una sonrisa de orgullo.

—Nació un poco pronto, pero está bien. Y no es tu sobrina.

—Todo gracias a mis genes. Dile que su querido y radiante tío vendrá a verla más tarde. —respondió en una amplia sonrisa. Antes de marcharse le dió un par de palmadas en la espalda a Ray, cuyos ojos estaban a punto de echar fuego. —Felicidades, eres abuelo.

Al darme la vuelta para volver a la habitación lo primero que vi fue a Sergey intentando despertar a la madre de Lena que se había desmayado en los asientos.

—¿¡Te has atrevido a embarazar a mi hija!? —bramó Ray entre dientes provocando un brillo divertido en mis ojos.

—Es una preciosa niña, pero todavía no tenemos nombre. ¿Alguna sugerencia?
—respondí en una sonrisa ladina.

Me eché hacia un lado cuando se abalanzó con el puño levantado. Sergey se interpuso entre nosotros dos evitando una pelea.

Luego los esquivé haciendo oídos sordos a los reclamos de su padre, y antes de dar un paso más la voz de Grace me interrumpió.

—¿Podemos verla? A la niña. —suspiré y asentí con pesadez teniendo primero que esperar a que la mujer se despertara para hablar con ella y llevarlos a la sala de incubadoras.



Lena



Dos semanas después nos estábamos preparando para volver a casa con Eleanor, tiempo que aprovechamos para crear la que sería su habitación, estaría justo al lado izquierdo de la nuestra. Aunque los primeros meses no la dejaríamos dormir sola, así que pusimos una cuna en la nuestra para dormir juntos.

Mi padre seguía sin poder digerir muy bien la noticia y mi madre se ponía pálida cada vez que la mencionaba, pero cuando la veían sus ojos se iluminaban y cuando la cogían lo hacían como si tuvieran lo más preciado del mundo entre sus manos. Con eso me bastaba, era cuestión de tiempo para que lo asimilaran y se enterara el resto de mi familia.

Fue algo complicado meter todas las bolsas de regalos que habíamos estado recibiendo en las camionetas, pero la falta de espacio no era la razón por la que estaba en su regazo bajo su mirada intensa mientras Eleanor descansaba en el mío.

—Se está despertando. —señalé como si fuera lo más increíble del mundo haciendo que su mirada ahora se posara en ella.

Su piel ya no estaba morada y sus ojos eran de un azul muy claro.

—Tiene tus ojos. —él sonrió trazando su mejilla regordeta con el dedo.

—Suelen ser así en los recién nacidos. —alejó su dedo volviendo a clavar sus ojos en mi. —Pero tal vez en un futuro tenga los tuyos.

—¿Eres médico? —pregunté sacando esa duda que tenía atravesada desde hace días.

—Terminé la carrera y aprobé el examen  pero solo ejercí de ello en las cirugías de tus brazos y en tu parto. —lo miré más sorprendida por el leve sonrojo de sus mejillas que por el saber que fue él el que me operó esa vez.

—¿Por qué no?

—Porque es algo que solo hice para poder cuidar mejor de ti. —ladeó la cabeza teniendo un mejor ángulo de mi cara. —Siempre quise saber cómo funcionaba tu cuerpo, cómo debería ser cuidado, pero sobre todo qué hacer si te pasaba algo. Eso incluía embarazos, roturas de hueso o cualquier cosa.

Mordí mi mejilla inferior sintiendo un hormigueo en todo el cuerpo.

—Además, quiero ser yo el que te atienda siempre, no me gusta la idea de tener a alguien más viendo dentro de ti.

No pude evitar soltar una risita.

—¿Te da celos que alguien vea mis órganos? —pregunté con una sonrisa socarrona que se desvaneció al ver la seriedad de sus facciones.

—Muchos. Pensar en eso me hace enloquecer. —respondió en un susurro y la mandíbula ligeramente tensa.

Sacudí la cabeza fijándome en su casi diminuta nariz y sin poder evitarlo la toqué con mi dedo con miedo de hacerle daño. Era como una muñeca.

En un poco más el auto se detuvo y me bajé del coche con su ayuda dejando que la grandeza del castillo se alzara sobre nosotros.

—Bienvenida a casa Eleanor. —dije apretándola más hacia mi pecho.





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