Capitulo V

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Aradihel gritó desesperado, no podía ser verdad. De estar muerto él tendría que haber ido al Geirsholm y beber el hidromiel de los héroes, degustar los frutos del Björkan en lugar de padecer el castigo eterno en el Geirsgarg. Saagah, el poderoso, no lo abandonaría luego de haberle dado gloria y honor en batalla.

Miró al sorcere con suspicacia. Si bien era cierto que lo salvó cuando nada lo obligaba a hacerlo, él era augsveriano y, por lo tanto, el enemigo. Ahora volvía a dudar ¿Debería confiar en él?

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que esto es el Geirsgarg?

Erick bajó la mirada, su voz sonó triste cuando habló.

—Porque es a donde debo ir al morir. Debo pagar mis deudas, por lo tanto, este es ese lugar.

—¡Pues tú tendrás deudas que pagar, pero no yo! ¡Yo soy un héroe de guerra no un asqueroso pecador! ¡Debe existir un error, uno terrible!

El hombre de la armadura negra levantó los ojos y lo miró.

—Tal vez cometiste un pecado que no recuerdas.

El alferi se rio. Él no tenía pecados, su único error fue morir en batalla sin ver a los sorceres de Augsvert caer. Traicioneros sorceres como el que tenía en frente.

—¿No será que tú eres quien ha hecho esta ilusión donde me tienes prisionero? ¡Esto debe ser una trampa!

El sorcere frunció el ceño, lo que lo hizo lucir mucho más taciturno. Se dio la vuelta, indiferente, y avanzó en sentido contrario. Dándole la espalda al alferi dijo:.

—Cree lo que quieras, no tengo por qué convencerte de nada.

El sorcere solo había dado unos pocos pasos, cuando un pozo se materializó frente a ellos. Aradihel al verlo se percató de que aún tenía sed.

El sorcere, a quien él había ofendido, estaba varios pasos más cerca de la fuente de agua que él, si el hechicero quisiera podría no dejarle beber. El alferi se precipitó todo lo rápido que pudo y le pasó por al lado dejándolo atrás. Ahora sentía la garganta más abrasada, los labios más resecos y agrietados, deseaba el agua con todo su ser. Además, era una buena oportunidad para vengarse del hechicero, no lo dejaría acercarse.

Se inclinó en el pozo y miró hacia abajo, oscuridad fue lo que vio. Si había agua, estaba en lo más profundo de esa cavidad. Tomó la cuerda en la polea y comenzó a jalar. El sorcere ya había llegado a su lado para cuando logró sacar el cuenco. Aliviado, observó en el fondo del balde de madera varias onzas de agua clara y fresca.

El alferi lo tomó con manos temblorosas, vigilando de reojo que el hechicero no se le acercara para arrebatarle el agua.

Casi podía sentir la frescura en su boca corriendo por la garganta. Volvió a enfocar de soslayo la figura oscura del hechicero a unos pasos de él. Era su oportunidad de vengarse, pero recordó las manos morenas, quemadas por ayudarlo cuando no tenía que hacerlo. Dudó con el cuenco a centímetros de sus labios. ¿Realmente era culpa del hechicero que estuviera en ese extraño lugar? ¿O también era una víctima, un prisionero como él? Tal vez estaba siendo injusto. Por otro lado, si él tenía sed, el sorcere debía tener más luego de recibir de frente las llamaradas del dragón.

Y como si Erick hubiera visto en su mente su lucha interior, le dijo:

—Bebe con confianza alferi, no tengo sed.

El hombre caminó a su lado con algo de petulancia. ¿Cómo que no tenía sed? ¡Imposible que en medio de ese desierto no la tuviera! ¿Acaso se creía mejor que él? Aradihel arrojó el cuenco dentro del pozo sin beber. Si el hechicero era capaz de aguantar, él también.

«¿Visteis, Saagah? —preguntó Angus echada en el sillón en el Geirsholm—. Estuvo a punto de darle su agua.»

«Tonterías, se la iba a tomar él —contestó Saagah, enojado—, pero el cuenco se le resbaló de las manos.»

«¡Hum! ¡Pongamos otra prueba!» 

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