𝖝. Alistair Dankworth

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


╭────────── ♾︎ ℋ ♾︎ ──────────╮
destiny; acto uno, capítulo diez
🧶 🕯 🪞 🔮 🍂

stephen amell como...
x. ALISTAIR DANKWORTH

╰────────── ♾︎ ℋ ♾︎ ──────────╯

🥕 Louisiana, Estados Unidos
⏳ Julio de 1735

NUNCA PENSÉ QUE AMARÍA TANTO LA VIDA CAMPESTRE. Recuerdo mis días en el pueblo, pocos años atrás, cuando creí que esa era la mayor cantidad de paz que podría obtener. Paseaba por las calles de tierra, tarareando una melodía desconocida y jugaba con mi canasta vacía antes de llenarla de comida o vestidos. Trabajaba de costurera para Catherine Mason, una señora algo mayor que consideraba jubilarse en cualquier momento y me enseñaba todo lo que sabía. Quería que yo heredara su pequeña tienda cuando muriera, ya que no tiene descendientes, pero la rechacé insinuando que podría entregársela a su otra ayudante Elaine. Quedar enredada en promesas de esa índole es imposible para mi naturaleza de nómada por excelencia.

La paz reinaba por las noches en mi casa de las afueras, rodeada de claros árboles y de pájaros cantores, se asemejaba mucho a un bosque encantado, como esos de los cuentos infantiles. Algunas noches, salía y me acostaba en el césped frente a la puerta admirando la luna y las estrellas. Preguntándome si ciertas personas estarían mirándome de regreso.

Hasta que algunos de mis vecinos cercanos comenzaron a hablarme sobre la granja Dankworth y sus excelentes zanahorias. Es mi verdura favorita y debido a las alabanzas que recibieron dichos cultivos, decidí que los probaría para verificar su sabor. No todo salió cómo lo había planeado. Puedo ver el futuro de cualquier humano, del que decida, menos el mío, por eso ahora me divierte pensar en la ingenua Hada del pasado que no tenía idea todo lo bueno que vendría.

Al llegar a la granja había tocado una campana que se halla junto a la cerca, esperando que el tal Alistair Danworth viniera a permitirme el paso. No sé qué era lo que aguardaba en ese momento, tal vez creía que el hombre encargado de la mayor cosecha de zanahorias de Luisina fuera un viejo cascarrabias que me insultaría por haber interrumpido su lectura del periódico. Mi sorpresa fue clara en ese instante al ver a un joven, de la edad que yo aparentaba, sonreírme dándome la bienvenida e invitándome a pasar. Fue extraña la manera en la que nuestras miradas se conectaron con una intensidad nunca antes vista. Fue increíble que su sonrisa permaneciera en su rostro a pesar de mi mueca de incomprensión. Fue inesperado oír mi voz tartamuda como si las palabras salieran tan atropelladamente de mi boca que se chocaran unas contra otras, creando una marea violenta de oraciones sin sentido. Fue preocupante que su risa me haya parecido tan musical, perfecta, armoniosa y vibrante. Y sobre todo, sí que fue desconcertante la manera en la que mi corazón latió con tanta fuerza que me dolió el pecho cuando oí su profunda vez acompañada del más agradable de los tonos por primera vez.

—¿Se encuentra bien, señorita? —me había preguntado frunciendo el ceño. No dejaba de mirarlo algo anonadada.

—Sí... sí, es solo que... que no me... no me esperaba que el señor... el señor Dankworth fuera tan... eh... tan...

—¿Joven? —intentó ayudarme con una media sonrisa tan amable que me derritió el corazón—. Sí, me lo suelen decir bastante seguido, no se preocupe. Mi padre solía encargarse de la granja hasta que murió hace tres años, desde allí comencé a trabajarla yo.

—Oh, lo siento muchísimo, señor Dankworth —respondí en un frágil intento de consolarlo. Él negó con la cabeza, alzando una mano para quitarle importancia.

—Pasó hace mucho tiempo, ya recibí suficientes condolencias, no tiene que molestarse. Aunque muchas gracias, señorita...

—¡Oh! Eeeeh... sí —mi nerviosismo volvió a hacerlo reír y frenó su caminar para mirarme fijo hasta que respondiera. Eso no había ayudado a que las palabras salieran con mayor fluidez de mis labios—. Mi nombre es Ha... ¡Hebe! Hebe Stewart.

—Un placer conocerla, señorita Stewart —me saludó levantando su sombrero y permitiendo que los rayos de sol que se filtraban iluminaran sus ojos verdes.

Los sucesos que ocurrieron en los meses siguientes a ese primer encuentro son repetidos varias veces por mi mente, ya que una y otra vez busco una mínima falla que me ayude a darme cuenta que esto no es real. Que en realidad es una alucinación por mi locura. Debo encontrarme en Bodaurdans, moribunda, desparramada en el suelo de los jardines y no exactamente en la parte bonita, sino en la zona de los flores carbonizadas por el escape que ayudé a procurar unos siglos atrás. Puede que algunas noches, mis gritos no permitan dormir a mis hermanas o hasta hago un coro con los alaridos de los hombres torturados por las sanguinarias dísir. Sin embargo, apenas respiro el fresco aire del campo y admiro la belleza del sol iluminando mi rostro, sin nubes que lo obstruyan, puedo asegurar que me encuentro en la Tierra. Viviendo la vida feliz que jamás creí posible tener.

Visité a Alistair varias veces luego de esa, sus zanahorias son verdaderamente exquisitas y tampoco podía resistirme a estar lejos de su lado. Desde que lo vi, hubo una conexión entre nosotros que nos encadenó y arrojó la llave que podría liberarnos hacia las brasas para que se derritiera. Por un tiempo, pensé que él no sentía lo mismo que yo, hasta que un maravilloso día apareció en la tienda mientras cosía un vestido de novia. Recuerdo a la perfección la expresión pícara de Elaine, excusándose con que debía ir a la parte de atrás a buscar más tela antes de que la señora Mason llegara. Como era de esperarse, lo saludé tartamudeando y farfullando que su traje le sentaba excelentemente bien.

—Gracias, aunque lamento traicionarla —se arrimó sobre el escritorio donde estaba sentada y me susurró con una mueca avergonzada—, lo mandé a hacer en la sastrería del señor Jackson.

Desde esa distancia, sus ojos se asemejaban mucho a las verdes praderas que cubrían sus campos. Si no hubiera estado tan hipnotizada, y por lo tanto estúpida, no habría asegurado haber visto conejos saltando por sus pupilas. Le sonreí, apoyando la aguja sobre el vestido casi listo y me paré frente a él.

—Tranquilo, solo no lo diga cerca de la señora Mason o ella lo echara amenazándolo con su escoba.

Ambos reímos y esperé a que me dijera algo, aunque ninguna palabra salió de sus labios. Su sonrisa permaneció en su rostro y tuve que observar hacia otro lado para que no notara mi sonrojo.

—¿Qué... qué está haciendo aquí, señor Dankworth?

—Oh, puede llamarme Alistair —se apresuró a decir—. ¿Me permite usted decirle Hebe?

—Por supuesto —respondí tan rápido que Alistair abrió mucho los ojos sorprendido por mi reacción. Le sonreí avergonzada y él se rió—. Claro que sí.

—Entonces, Hebe —pronunció mi nombre dedicándome una mirada que no pude interpretar—. ¿Te gustaría ir a la cafetería de Mike algún día? No tienes por qué decir que sí...

—Me encantaría.

Y así siguió todo. Muchas salidas más tarde, visitas esporádicas y halagos que intentábamos aparentar como simples cumplidos, me encuentro aquí. Sentada en la cerca de la granja Dankworth junto a la campana de las que le conté hace rato y saboreando la paz que el campo me ofrece en bandeja de plata. La tranquilidad es asombrosa y permito que el sol de la mañana caiga sobre mí. Amaría poder quedarme para siempre, hasta morir. Pero nada de eso podrá concretarse. Y al faltar pocos años para que las personas comiencen a darse cuenta de mi nulo envejecimiento, la huida es inevitable. Aunque esta vez no creo estar lista para huir.

Alistair grita mi nombre desde el granero y alzo mi mano para saludarlo. Le sonrío a pesar de mis pensamientos. Voy a romper su corazón. Nunca debí permitirme amarlo tanto como lo hago. No hay nada que pueda hacer ahora más que disfrutar y cuando llegue el momento... ya veré de solucionarlo. Hallaré la forma de quedarme, con él, de ser feliz. Una parte de eso es contarle la verdad, decirle que Hebe Stewart no existe. Revelarle que la historia sobre haber quedado huérfana no es cierta en ninguno de sus aspectos. Que soy una mentira con patas. Y un ser inmortal que lo verá morir si no encuentro una forma de remediarlo. Lo que hace más difícil esa tarea es que tengo la certeza de que a él no le importara. Conociéndolo, me dirá que eso no cambia nada y que me ayudará en todo lo que esté a su alcance. Tal vez se moleste por habérselo ocultado, pero es... demasiado bueno. No lo merezco.

—¿En qué piensas?

Me sobresalto al oírlo detrás de mí. Volteo y le sonrío, permitiendo que se siente a mi lado y coloque un brazo en mi cintura. Apoyo mi cabeza en su hombro, respirando su aroma para que me inunde ese tipo de tranquilidad que solo Alistair logra brindarme. Su caricia en mi espalda baja ayuda mucho más y podría quedarme dormida para siempre aquí. En sus brazos.

—¿Hebe?

Su llamado a mi nombre falso me recuerda lo que quiero decirle. ¿Este es un buen momento? Tal vez nunca lo sea.

—Hay algo que debo decirte, Ali —susurro, si no estuviéramos tan cerca él no me habría oído—. Y espero que nada cambie entre nosotros al decírtelo.

—Sabes que puedes decirme lo que sea, amor —ay, no me la estás haciendo fácil—. No ocurrió nada cuando yo te dije que en la cocina eres un fiasco y que creo que me intoxicaste —río, recordando que estuvo descompuesto luego de haberle dado de comer un guiso que había preparado especialmente para él. Nunca estuve tan preocupada por alguien en toda mi vida—. Dime, sin miedo.

Suspiro, preparándome mentalmente para relatarle la larga historia en el orden correcto al oír los cascos de un caballo. Ambos miramos hacia el camino y vemos al señor Denison cabalgando con rapidez en nuestra dirección. No sé si estoy aliviada o no.

—Buenos días —nos saluda quitándose el sombrero y enseñándonos una leve sonrisa—. Tengo este paquete para usted, señor Dankworth.

—Muchas gracias, señor Denison —al tomar el pequeño paquete envuelto en papel color madera intento agarrarlo para observarlo, pero Alistair lo guarda en su bolsillo mirándome con precaución.

—¿Qué haces?

—Quiero saber qué es.

—Es algo personal.

—Alistair, lo más personal que tienes es ese ridículo sombrero gris, no me hagas reír.

—Ya que no te gusta, no te lo prestaré cuando me lo pidas.

Mentira, me lo entregaría de todas formas porque es él y tiene una incapacidad genética que le impide ser egoísta y cruel. Le saco la lengua con los brazos cruzados, olvidándome por completo del señor Denison hasta que este vuelve a hablar.

—Y señorita Stewart, la señora Mason me pidió que le avisara que una mujer que dice ser su tía fue a buscarla a la sastrería ayer —frunzo el ceño—. Parece que se está hospedando en su antigua casa.

—Señor Denison, ¿alguien le dijo alguna característica de esta mujer? Es que tengo dos tías y me gustaría saber de cuál se trata —agrego, ya que sería raro que preguntara eso en otro tipo de situación.

—Por lo que me comentó la señora Mason, posee cabello negro y ojos verdes. Ella estaba más que sorprendida. ¡Es demasiado distinta a usted!

—Oh, nos lo dicen siempre.

No. No puede ser. Debe ser un malentendido. Ella está encerrada en ese calabozo en Bodaurdans, donde la dejé antes de me desterraran. Tiene que ser un error. Ni el sol logra quitarme el frío que se cuela por mis huesos, el temor de que esto sea real. No.

Nos despedimos del señor Denison y me bajo de la cerca. Le digo a Alistair que debo ir a verla, que no es tía sanguínea, es una vieja amiga de la familia. Aunque sea todo lo contrario. Corro hasta el cobertizo junto al granero y me quedo parada allí unos segundos, observando al objeto que se halla frente a mí. Normal, inocente, un simple cinturón. Hasta que lo tomo en mis manos y se ilumina luego de años de haber estado aquí recolectando mugre. Porque había pensado que nunca más lo necesitaría siendo una completa tonta. Mi seda siempre será una parte de mí, recordándome mi eterna lucha contra el mal que asolará a los humanos. Y si ella de verdad está aquí, la raza humana se encuentra en más peligro que nunca.

La ajusto a mi cintura y vuelvo a correr hacia el granero, ensillando con rapidez a Terry, mi cabello. Me subo a su lomo y lo acaricio, elevando una plegaria a las nornas para que nos protejan. No es como si fueran a escucharme, pero al menos lo intento.

Cabalgamos hasta la cerca que Alistair ya tiene abierta para mí y le sonrío agradecida.

—Volveré enseguida, Ali —aunque por las dudas de que no pueda cumplirlo, añado—. Te amo.

—Yo también te amo, Hebe —me sonríe y sé que me besaría si me hallara en el suelo—. Cuando regreses me cuentas lo que ibas a decirme antes.

Asiento y vuelvo mi rostro al frente para que no vea mis lágrimas. En serio, con todas mis fuerzas, deseo que esto no sea nada. Mientras apuro a Terry para que apresure su ritmo, pienso en las diversas maneras en las que la situación podría ir, las alternativas. Uno: tal vez se trate de una mujer loca que escuchó mi nombre y piensa que somos parientes. Dos: tal vez sea una antigua amiga, o la nieta de una antigua amiga mía, y necesita mi ayuda. Tres: la señora Mason alucina y en realidad ninguna mujer se presentó a la tienda. Cuatro: no me permito pensar en otra opción que no sean esas tres.

Mi seda se ajusta con demasiada fuerza a mi cintura al entrar al pueblo. Las personas que me conocen me saludan y aunque me duela, ni siquiera les echo una mirada. Debo llegar a mi antigua casa, a ese lugar que antes veía tan pacífico y de ensueño que ahora podría haberse convertido en una pesadilla. Llegamos al linde del bosque y Terry frena tan de repente que caigo hacia un costado. Me trago mi quejido, ya que comprendo la sorpresiva reacción de mi caballo. Hay algo mal aquí. El ambiente se siente denso, pesado, cargado con algo oscuro. Las aves no cantan y no se oye ningún ruido de otro animal cerca. Acaricio el oscuro pelaje de Terry y le indico que vuelva a la granja. Él me obedece sin mayores miramientos y hasta que su galope no escapa de mis oídos no muevo ni un músculo. Es cierto. A pesar de mis más profundos anhelos, la señora Mason estaba en lo correcto.

Génesis está aquí.

La escucho antes que se abalance sobre mí, dándome vuelta y esquivando la embestida de su espada. Tomo mi seda y abro tanto mis ojos que estos podrían saltar de mis órbitas en cualquier instante. Es ella. Su cabello negro se halla revuelto por el viento, sus ojos verdes poseen una locura y furia que solía ver cada vez que iba a vigilarla y su atuendo... lleva puesta su antigua armadura... y su collar.

—Hola Hada —saluda con una enloquecida voz cantarina, jugando con su espada para parecer más amenazante de lo que ya es—. Me contaron que te hallabas aquí en Midgard, pero jamás imaginé encontrarte en este... pueblecito.

—Al parecer mis hermanas te quitaron la correa, perra —digo queriendo sacarla de quicio. Funciona, su mirada se afila—. O las mataste a todas.

—No, en realidad ocurrió algo mucho más divertido.

Ataca mi flanco izquierdo y utilizo mi seda para interceptar su espada. La envuelvo para quitársela, pero ella hace un rápido movimiento que la libera y me lastima la mano. Muerdo mi labio para no gritar y limpio la sangre con mi camisa. Génesis sonríe y continúa hablando.

—Tantos años de paz te dejaron algo oxidada, Hadita.

—Tantos años de encerrada te quitaron el bronceado —bromeo, parándome de manera defensiva—. Dime qué les hiciste a mis hermanas.

—Oh, nada —contesta alzando los hombros con la genuina diversión de un asesino jugando con su próxima víctima—. Resulta que un siglo luego de que te desterraran, Odín exilió a dís banvæn de Asgard, enviándola a Bodaurdans.

No, Seraphine...

—No te preocupes por la mocosa. Escapó un siglo después porque ustedes las nornir menores son unas estúpidas. Por esa misma razón, asustadas y temerosas de que la Diosa del Fuego regresara a quemarlas vivas tomaron la mejor decisión de sus vidas.

—Te liberaron.

—No, no —trata de atacarme de nuevo y esta vez la esquivo haciendo que su espada se clave en el suelo. Se gira a mirarme mostrándome los dientes—. Yo las libere a ellas. De pensar que tienen que seguir las órdenes de las nornas, cuando la verdadera ama del tiempo ¡soy yo!

—Las nornas poseen un telar en el que cada hilo representa la vida de una persona. Incluidos los dioses, Génesis —enrosco mi seda en su pierna. Ella no se lo esperaba—. Ellas ya debieron haber visto tu caída.

Me apresuro en su dirección, pero la psicópata me arroja su espada como si se tratara de una lanza. Debo agacharme para evadirla y al ponerme de pie, ella ha tomado mi mano derecha. No intenta lastimarme, solo me mira con diversión, sabiendo algo que yo ignoro por completo. Trato de mover la mano, estrangularla con mi seda, matarla de una buena vez para que no interfiera en el futuro, pero ella es mucho más fuerte. Génesis nació para ir directo a los campos de batalla, en cambio, mi único talento en las peleas es por mi arma y mi mínima cantidad extra de fuerza.

—Yo ya fui testigo de la tuya —junta nuestras palmas por unos segundos, sus ojos se tornan de un color opaco que la asemejan a un cadáver y me suelta empujándome hacia atrás—. Todo empieza con la marca de la muerte.

Frunzo el ceño y observo la palma de mi mano. Una mancha negra la cubre en uno de los costados y desaparece un instante después.

—¿Qué hiciste?

—Te maldije.

—Eso no es cierto. Tú no tienes las habilidades para hacer eso.

—¿Ah, no? —se carcajea histérica y arranca la espada del árbol detrás de mí. Aparece cerca mío con un destello amarillo y retrocedo temerosa de que me ataque, pero no lo hace—. Todo lo que toques morirá, nornir Hada. Desde ahora hasta la eternidad. Desde este preciso segundo hasta la muerte del último de tus preciados humanos.

—Estás mintiendo.

—Si tú lo dices —suspira agotada y me vuelve a sonreír—. Este lugar es pintoresco, ya me encariñe con él. Tal vez deba hacerle una visita a tu querido Alistair y preguntarle si puedo quedarme unos días en su granja. Como un favor por tener una amiga en común.

—No te atrevas.

Guiña un ojo y desaparece antes de que mi seda se enrosque alrededor de su pálido cuello. Grito rabiosa, sintiendo un sinfín de emociones agitándose en mi pecho. Frustración, ira, terror. Debo salvar a Alistair. Antes de que sea tarde. Corro desesperada, agitada, respirando tan fuerte que voy despertando a las aves a medida que voy atravesando su territorio. Coloco mi seda en mi cintura y aumento el ritmo. Esto fue una trampa. Génesis quería alejarme de la granja para luego ir allí para... matar a Alistair. No, no, no.

Llego al pueblo con las lágrimas inundando mis ojos e ignoro a las personas que intentan detenerme o gritan mi nombre. Ni siquiera pienso, por lo que no se me ocurre pedir prestado un caballo. Solo corro, con mi vestido arrastrando la tierra y mi peinado deshaciéndose hasta que mi cabello queda suelto y acaba en mi rostro. ¿Cómo es que las nornas permitieron que esta atrocidad ocurriera? ¿Cómo fueron capaces de dejar libre a la Diosa de las Profecías que causó tantos problemas en su reino? ¿Qué males asolarían al universo ahora que Génesis está libre, teniendo la libertad de ir de un a otro sin restricciones? No es mi problema, no, no lo es. Lo único que me interesa es hallar a Alistair sano y salvo.

Sano y salvo. Sano y salvo. Sano y salvo.

No tengo idea de cuántos minutos llevo corriendo, mis piernas ya no resisten, me comienzo a quedar sin aire. Avisto la granja, muy a lo lejos, demasiado. Pero no me importa, no me interesa desmayarme si lo veo allí. Vivo.

—Alistair —mi intento de grito fue no más que un jadeo, por lo que toso y contengo un poco de aire—. ¡Alistair! ¡Alistair!

Una figura emerge de la cerca de la granja Dankworth y caigo de rodillas, agradecida al ver que se trata de Alistair.

—¡Hebe! —grita mi nombre con horror, corriendo hacia mí con tanta rapidez que llega a mi lado en cuestión de segundos. Se arrodilla junto a mí y me observa el rostro, el cuerpo, buscando heridas o algún indicador de que algo terrible me ocurrió—. Hebe, Dios mío. Estaba por salir a buscarte. Terry regresó solo hace unos minutos y temí lo peor. ¿Estás bien? ¿Qué te ocurrió, am...?

Maravillada con tenerlo junto a mí, vivo, sin sentir la presencia de Génesis en mi espalda, apoyo mis manos en sus mejillas y lo acerco a mí. No tengo aire, pero no me interesa perder el poco que me queda besándolo a él. Alistair al principio quiere separarse, ya que piensa que intento distraerlo de lo que me ocurre, aunque finalmente cede y también me besa.

Y así fue cómo de a poco, inició la cuenta regresiva de mi amado Alistair Dankworth.

──────────── ♾︎ ℋ ♾︎ ────────────

LLEVA TRES DÍAS ENTEROS EN LA CAMA. Pálido, transpirando y con una fiebre que no se le quita ni con el mejor de los remedios. El doctor ya me dio su diagnóstico, pero no quiero creerlo. No voy a aceptarlo. No puedo dejar que muera.

Génesis había dicho la verdad. Me había maldecido. Y yo, por dudar de sus poderes, por querer demostrar que la había vencido... Recuerdo haber roto en un llanto descontrolado frente al doctor, quien me dijo que me tranquilizara y que no había nada que pudiera hacer más que pasar con él los días que le quedaran.

Le había rogado a las nornas, les había gritado, las había insultado queriendo llamar su atención. Haría lo que fuera, entregaría mi propia vida por la de Alistair, estaría más que dispuesta en morir en su lugar. Pero nada. Las insulté aún más hasta quedarme sin voz, hasta que me desmayé y desperté al día siguiente en mi cama, ya que el enfermo Alistair me cargó hacia allí en lugar de quedarse en la suya. No lo merezco. Y él se merecía a alguien mucho mejor que yo para compartir sus últimos años de vida.

—¿En qué piensas, Hebe?

Deja de preocuparte por mí. Deberías odiarme. Yo te hice esto. Tomo su mano en la mía, la cual ahora se halla cubierta por un guante de jardinería y le sonrío. Alistair, a pesar de todo, lleva una sonrisa más alegre que la mía.

—Pienso en que voy a extrañarte demasiado y en que nunca debí haberte conocido. Tal vez estarías sano, feliz, no así —las lágrimas aparecen de nuevo y apoyo mi cabeza sobre el colchón, escondiéndome—. Lo siento muchísimo, Alistair. Debería irme y dejarte en paz, pero te amo demasiado como para despegarme de ti.

Mi llanto desesperado regresa, pero Alistair toma mi cabeza hasta alzarla de nuevo. Ojeroso y todo, es el hombre más hermoso que vi en toda mi vida. El más amable, el más gracioso, el más compasivo. Al que más amé.

—Si no te hubiera conocido, habría sido un granjero solitario el resto de mi vida, hablando con mis animales hasta volverme loco —limpia mis lágrimas, aunque siguen cayendo tantas que sus manos acaban húmedas—. Me mostraste lo que es el verdadero amor y jamás agradeceré tanto algo como haberte conocido. El cruce de nuestros caminos fue lo mejor de mi vida, Hebe. Y prometo amarte sin importar qué hasta mi último aliento.

Eso no ayuda en nada a frenar mi llanto y termino abrazándolo con todas mis fuerzas, apoyándome en su pecho y deseando contagiarle toda mi vida. Impregnársela en su cuerpo para curarlo de esta muerte que yo misma causé.

—Hada —susurro y al ver su mirada confusa en sus ojos vidriosos, cierro los míos—. Mi nombre real es Hada. Iba a decírtelo el otro día.

Espero una reprimenda o que me eche de aquí. Más que esperarlo, lo ansío, ya que Ali jamás haría eso. Siento su mano acariciar mi espalda con gran lentitud y me da un beso en la coronilla.

—Entonces, te amo, Hada. Y tu nombre no va a cambiar eso. Además nunca me gustó Hebe, muy aburrido.

No puedo creer que hasta en estos momentos se las arregle para hacerme sonreír.

—Busca algo por mí en el cajón, por favor, Hada.

Sigo su pedido, soltándolo y dándole una última mirada. Le sonrío lo mejor que puedo entre las lágrimas y los cabellos pegados a mi rostro. Busco en su cajón y me quedo estática en mi lugar. Es el paquete que el señor Denison le había dado antes de que fuera a buscar a Génesis. Hay una nota a su lado y al leerla, mi corazón se detiene.

Para mi amada, Hebe Stewart Dankworth. Para bendecir nuestro amor de una vez por todas, te amo.
—Ali

Rasgo el envoltorio del paquete con mis uñas, sin poder creerlo y la cajita que yace frente a mí me inmoviliza. La abro con suma lentitud y me volteo hacia Alistair con un grito atorado en mi garganta. El alarido termina de salir al presenciar su mano colgada en el borde de la cama, extendida hacia mí. Sus ojos verdes siempre llenos de vida cerrados con una sonrisa en el rostro que permanecerá allí eternamente. Y grito con mi corazón desgarrándose en mi pecho, con sus últimas palabras resonando en mis oídos y el recuerdo de su último "te amo" pronunciando mi verdadero nombre. Y mi grito no acaba, sin poder mantener la mirada en otro punto que no sea en su muerto rostro. El anillo de compromiso se resbala de mis manos y yo misma termino tirada en el suelo. Llorando, gritando, rogando para que alguien revierta esta atrocidad.

Tal vez nunca sabré lo que significa morir, lo que uno siente al dejar este plano de la existencia. Pero ese día, ese día maldito por todos los dioses, pude sentir un atisbo. Como si la Muerte hubiera venido por mí y se hubiera arrepentido a la mitad. Porque estoy segura que desde que el corazón de Alistair se detuvo, una parte del mío murió con él.

╭────────── ♾︎ ℋ ♾︎ ──────────╮
HEBE | procede del griego «Ἥβη»
En la mitología griega, Hebe es hija de Zeus y Hera,
y es la Diosa de la Juventud y quien sirve a los
dioses el néctar y la ambrosía que los liberan de
la vejez y de la muerte.
╰────────── ♾︎ ℋ ♾︎ ──────────╯

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro