Quiero hablaros de un rey

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Quiero hablaros
de un rey.

De su belleza
de Narciso demacrado;

pulcra delicadeza abstracta,
vaga pintura de exánimes luceros
de un impaciente pintor novato.

Del soez hechizo que lo persigue
y profana impíamente
su fortaleza,

hasta marcar la huella siniestra
del infortunio
en sus iris de noches oceánicas,
con la eternidad de un eclipse.

¡Mirad, mirad!
Allí, arriba en la colina.
Allí donde la hoguera arde;

una vieja pira,
que reclama un cuerpo
para que pueda quemarse.

¡Ay,
rey de la desgracia!

Duerme con su negra corona de espinas
en su frente incrustada,

echando raíces internas de sauce llorón,
en tardíos sueños
y sigilosas madrugadas.

¡Ay,
mendigo en pos
de versos piadosos!

No hay prosa
que sacie su condición de mártir
y sane las ardientes astillas
que su piel carbón recubren.

¡Mirad, mirad!
¡Silba la queja del viento,
ruge la voz destronada de la marea!

Llueve éter,
éter al vacío inflamable
por fantasmas
mientras enfermizo canturrea:

—¡Son las 4,
esposa mía!
Hora de acostarse—.

Quiero hablaros
de un rey,
que reposa sobre los escombros
de un lecho ceniciento;

antorcha noctívaga,
viviente de la llama
del jadeo muerto .

Quiero hablaros
de su funeral fogoso,

para purgar el dañino recuerdo
cultivado en largos años,

que acontece cada íngrima
Luna de invierno.

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