Capítulo 1

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ALANA

El líquido ámbar en el vaso de cristal que se mecía a la par con los movimientos de mi mano me incitaba a probarlo. Le di sorbo pequeño, e intenté enmascarar mi mueca ante el sabor de mierda con el cristal de la copa.

Era de suponerse que el trago estaría igual de horrible que el bar de mala muerte en el que me encontraba.

Bufé por lo bajo y acomodé mi trasero sobre el taburete. Mi vestido rojo se alzó varios centímetros, desvelando una buena porción de mis muslos al público masculino de la pocilga barata que se disfrazaba de bar.

—¿Nunca te han dicho que el rojo te hace ver como una arpía asesina?

Formé una sonrisa ladeada, dándole otro sorbo al whiskey para contener mi diversión.

—Bien por mí, porque me hace ver como lo que soy —Volteé mi rostro para encontrarme con una risos rojos alborotados enmarcando unas mejillas bordeadas de pecas diminutas—. A diferencia de ti, que te hace ver como una prostituta barata, cuando ambas sabemos que no has tocado una polla en toda tu vida.

La carcajada no se hizo esperar, tampoco los brazos cálidos que me envolvieron en un abrazo asfixiante.

Odiaba los abrazos, pero eso nunca detuvo a Kiara Valentino de darme uno cada vez que quisiera.

—Carajo, cómo te he extrañado —murmuró contra mi pelo.

—Yo no te he extrañado para nada. Ahora apartate antes de que te pellizque una teta para obligarte.

Otra carcajada más fuerte le siguió a la primera mientras Kiara me dejaba ir y se sentaba en un taburete a mi lado.

—Sabes que no puedes vivir sin mí, solo te estás haciendo la dura porque tu orgullo no te deja admitirlo —dijo con sorna, agregando un guiño cómplice a sus palabras.

Sacudí mi cabeza con exasperación.

Kiara siempre negaba ser la mujer mimada e inocente que todos creían que era, pero ambas sabíamos que era toda una niña de papá y que, al ser la única hija de la Famiglia más importante y poderosa de la Cosa Nostra, su hermano Salvatore la resguardaba como un maldito sabueso sin descanso.

Ella rara vez estaba junto a su padre, lo que me hacía sospechar que había una historia detrás de ese extrañamiento entre ellos porque, por como hablaba de él las pocas veces que lo mencionaba, se podía notar que lo amaba.

Nos habíamos conocido dos años atrás, cuando la había salvado de unos borrachos que intentaban propasarse con ella luego de drogarla en una de sus tantas escapadas a un club. No era una coincidencia que esa anoche estuviera allí, en el mismo club que ella; pero debía admitir que, a pesar de haber estado fuera de mi control, la situación precaria de la que la había salvado me había venido como anillo al dedo.

Desde ese día nos hicimos “amigas” y nos encontrábamos cada vez que ella venía a la ciudad y lograba escapar de las garras de su familia para disfrutar un poco de la vida.

No iba a mentir, le tenía mucho cariño, porque a pesar de que había intentado mantener una distancia emocional de nuestra falsa amistad, me di cuenta más tarde que nadie podía resistirse a los eternos encantos de la pelirroja.

Pero a la misma vez la detestaba, repudiaba lo que significaba su apellido y maldecía una y mil veces la amistad tambaleante que habíamos forjado con mentiras y engaños, y que se acabaría desmoronando como un castillo de naipes nada más saliera a la luz como la estaba usando.

Porque no había duda alguna de que Kiara no me perdonaría nunca si se supiera la verdad.

—¿Y se puede saber por qué me citaste en esta asquerosidad de antro?

Sentí su suspiro golpear un lado de mi cara mientras volteaba a verme.

—Por la misma razón que tú desechaste la peluca de barbie que siempre llevas puesta —dijo, ojeando mi pelo negro lacio que caía hasta alcanzar mis hombros. Me encantaba mi pelo, pero a Matteo siempre le pareció muy peligroso pavonearme por ahí con el mismo color negro azabache y los mismos ojos azules electrificantes de mi padre—. Este lugar es neutral para las familias, y seguro para nosotras.

Tomó mi whiskey y le dio un sorbo, su rostro se contrajo en una exagerada mueca de desagrado, logrando que mis labios se curvaran en diversión.

»¿Qué se supone que estás tomando? Sabe horrible.

Le arranqué el vaso de la mano y lo alcé en un saludo improvisado.

—El mejor whiskey de la casa a su servicio, y horrible es poco para lo que sabe. Chuparle los labios a un cadáver sería más agradable que tomarse esta mierda.

Kiara volteó los ojos en blanco.

—No sé cómo logras que las personas te tomen por una dama cuando no puedes estar más de diez segundo sin decir cochinadas.

Una sonrisa gatuna tomó posesión de mis labios.

—No les pido que me tomen por una dama, simplemente lo hacen porque el dinero y el poder les obliga. De hecho —Le guiñé un ojo con complicidad—, me gustan que los caballeros me alaguen como una princesa y me cojan como una puta. Así es más divertida la vida.

Un rubor profundo recorrió las mejillas de Kiara hasta alcanzar la punta de sus orejas. Era tan fácil avergonzarla, que casi rozaba lo ridículo.

—¿Y a qué se debe el honor de tu presencia en esta humilde ciudad? —cambié de tema, ahogando una carcajada a sabiendas que terminaría lanzándome la primera copa de alcohol que encontrara al vestido solo para hacerme callar.

El mesero puso el vino rojo barato que había pedido al llegar para Kiara en el bar. La pelirroja lo miró con recelo. Podía ver la clara duda en sus ojos, estaba sopesando si debería tomar la copa o dejarla de lado. Al final terminó ganando su lado imprudente como era de costumbre, y se decantó por darle un sorbo insonoro a la bebida.

Sacudí mi cabeza.

—Nunca aprendes —me quejé, claramente decepcionada—. Ni siquiera tuviste el sentido común de preguntar quién había ordenado la bebida por ti.

—Se que fuiste tú. —Pude escuchar el tono defensivo que coloreaba su voz—. Es una versión barata de mi vino favorito. Un desconocido no sabría eso. Ni siquiera mi hermano, que me ha conocido durante toda mi vida, lo sabe.

Me terminé de tomar el whiskey de un trago. El líquido caliente se asentó en mi estómago, un buen incentivo para ahogar esa pequeña parte de mí que se sentía culpable por usar a una inocente como Kiara para alcanzar mi objetivo.

Pero luego terminaba por recordar que era una Valentino y que, sin importar cuantas veces había empuñado un arma o si alguna vez había apretado un gatillo, la sangre que perseguía su apellido siempre terminaría manchándole las manos.

—Ahí es donde te equivocas, Kiara. Que alguien sea un desconocido para ti, no significa que tú lo seas para él. Y creeme, tú familia tiene suficientes enemigos como para que tengas una lista bien larga de acosadores que no solo sabrían cual es tú bebida favorita, sino de qué color es la ropa interior que llevas esta noche.

La vi rodar los ojos como una adolescente rebelde y tuve que contener una sonrisa.

Chiquilla mimada, sino fuera porque me había encariñado con ella yo misma le hubiera pegado un tiro por insolente y descuidada.

»Y todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Qué haces en Nueva York?

Kiara alzó una ceja.

—Tú sabes muy bien que hago aquí. El almacén que se quemó le pertenecía a tu familia y los hombres que murieron eran los Caporégime y los Numerale de tu padre.

Fruncí mis labios en un puchero fingido.

—Una pena sus pérdidas. Eran unos seres humanos increíbles.

La mirada que Kiara me dedicó me hizo entender que no había creído ni una sola de mis palabras. Tampoco esperaba que lo hiciera, cuando realmente quería que alguien se tragara mis mentiras, las endulzaba con miel y las rellenaba de chocolate hasta hacerlas tan irresistible que parecían verdad.

—Escuché a Vincenzo y a Salvatore hablando de ello. Creen que fue una declaración sangrienta de poder. —Achicó los ojos y me apuntó con la copa medio vacía en su mano—. ¿Tuviste algo que ver con eso? Sé por experiencia que no eres la mujer inocente y dulce que todos pintan. Asesinaste a cuatro hombres frente a mis ojos y ni siquiera tardaste quince minutos en hacerlo.

Kiara abrió la boca de repente, luciendo horrorizada por un momento.

»¿Eres el nuevo Don de la Famiglia DeVito?

Una sonrisa de pura malicia curvó mis labios cubiertos de creyón carmín. Sentía el deseo de responderle que sí solo para ver cómo reaccionaría. ¿Aplaudiría que yo, siendo mujer, pude tomar el mando de una de las familias más poderosas del mundo? ¿O iría corriendo a donde su queridito hermano de chismosa a contarle que Alana DeVito había tomado un poder que no le pertenecía?

Me hubiera gustado creer que conocía a Kiara Valentino, pero la vida me había enseñado a dudar hasta de las piedras con las que tropezaba en el camino. Había pocas personas en el mundo en quienes confiaba plenamente y Kiara no era una de ellas.

—No soy yo, obviamente —cedí luego de unos minutos de silencio—. La Commissione nunca permitiría que una mujer se sentara en la mesa, mucho menos si dicha mujer no lleva sangre italiana en sus venas.

La Commissione era el concejo de la Cosa Nostra, formado por los cinco Dons de las Famiglias y sus Conseglieres y liderado por el Capo di tutti capi.

Me giré en el taburete hasta quedar de frente a la pista improvisada justo en el centro del local, mi espalda desnuda reposaba sobre la fría y húmeda madera del bar, enviando escalofríos por mi columna hasta alzar los bellos de mis brazos y piernas.

»Además, Matteo nunca hubiera puesto la responsabilidad de liderar la Famiglia en una niña desconocida que encontró maltratada en un orfanato, sin importar cuanto me quisiera en verdad.

Kiara suspiró. Apoyó su codo en el bar y recostó la cabeza en la palma de su mano derecha, jugueteando con el borde manchado de creyón de su copa con la otra mano.

—Algo turbio está pasando en la Cosa Nostra, Alana. Han sucedido demasiadas incidentes los últimos tres meses. El barco de armamento que fue atacado en Pakistán, los asesinatos al azar de miembros de las Famiglias y ahora esto.

»Parecerían coincidencias a simple vista, pero todos siempre tienen el mismo final: terminan quemados hasta que solo quedan cenizas irreconocibles.

—Puede que sean coincidencias, o puede que no. Eso algo que no sabremos esta noche.

Le quité la copa de la mano, desechándola es una esquina del bar junto a nuestros bolsos. Con mis dedo índice le hice una seña al mesero hacia nuestras bebidas para que las rellenara, y crucé mi brazo con el de Kiara, tirando de ella conmigo hasta la pista de baile, que estaba abarrotada de cuerpos frotándose los unos a los otros al ritmo de una canción de rock.

—Tu y yo vinimos esta noche a divertirnos, no a hablar de las Famiglias. Así que te vas a callar la boca y vas a venir a bailar conmigo, nos vamos a emborrachar y nos vamos a olvidar de hasta nuestros nombres.

Nos adentramos en el tumulto de gente con sonrisas en el rostro, el olor a sudor que nos rodeaba era asqueroso, pero no era nada que unas copas de más no pudiera arreglar. No tardamos en balancear nuestros cuerpos al ritmo de la música sensual que justo había comenzado a retumbar en los altavoces.

Y así pasaron las horas, entre copas, risas y bailes con extraños hasta que el piso debajo de nuestros pies se comenzó a tambalear con la sobrecarga de alcohol en nuestros sistemas. Estaba mareada, pero ni de cerca tan borracha como Kiara, solo estaba pretendiendo estarlo como siempre hacía cada vez que nuestra noche de fiesta se salía un poco de control.

—Sabes que eras la única amiga verdadera que tengo. Es patético la verdad —habló a mi lado después de haber vuelto a nuestros sitios por la última copa, arrastraba las palabras y gesticulaba con exageración.

La sonrisa se me borró del rostro y una pesadez desconocida se instaló en mi pecho.

»Ni siquiera en el colegio tuve amigas, las pocas que se atrevían a relacionarse conmigo solo lo hacían para meterse en la cama de mi hermano. Y lo lograban… porque es un zorro como … ya sabes, la versión masculina de una zorra.

Soltó una risilla irritante, y casi me sentí tentada de cubrirme los oídos con las manos para ahogar el sonido.

—Por Dios, Kiara. Si vuelves a reír así te voy a quitar la borrachera hundiendo tu cabeza en uno de los inodoros del baño de mujeres en el bar.

—Uy, pero que agresiva. Yo estoy aquí, declarándote mi amor, y tú me amenazas. Me parece que esta relación no va a funcionar, cariño.

Rodé los ojos en blanco antes de levantarme del taburete, tomé nuestros bolsos y agarré a Kiara por el antebrazo, guiando nuestros cuerpos tambaleantes a la salida.

—Vete lento mujer que me está dando vuelta todo. Si sigues así voy a vomitar —advirtió cuando la empujé al asiento del copiloto de mi Lamborghini rojo y le coloqué el cinturón. Se hizo un ovillo en su costado derecho, encarando la ventana teñida de negro.

—Si vomitas en mi coche, lo voy a limpiar con tu vestido y vas a tener que entrar al hotel desnuda —amenacé sin malicia al acomodarme en el asiento frío del conductor.

Tampoco era como si me apenara hacerlo, si fuera cualquier otra persona cumpliría mi promesa, pero optaría por arrancarle la lengua en vez de un estúpido vestido, pero había algo en Kiara Valentino que siempre retenía mi lado oscuro; dejaba a la bestia tanteando la superficie, incapaz de cruzar la línea que le permitiría salir.

Un gemido quejumbroso fue toda la respuesta que conseguí antes de arrancar el motor de mi coche. La vibración sensual del cuero bajo mis piernas me arrancó un jadeo, logrando que mordiera mi labio para contener más sonidos de placer.

Maldito whiskey, siempre terminaba poniéndome cachonda cada vez que me emborrachaba. Necesitaba tener sexo, y pronto, antes de terminar matando a quien no debería por culpa de mi temperamento.

Un menos de treinta minutos tenía el coche parqueado frente al Royal Palace, el hotel que en el que siempre se hospedaba Kiara con su hermano cada vez que visitaban la ciudad. El botones que se encontraba en la puerta se apresuró a ayudarme a acomodar el brazo de Kiara sobre mis hombros al salir del coche, quien se tambaleaba medio dormida contra mi costado. Le lancé la llave al muchacho, amenazándolo con cortarle los huevos si le hacía un solo rasguño a mi bebé cuando vi el brillo anhelante en sus ojos.

Entré al recibidor y, sin medir palabra con la recepcionista, me adentré al ascensor exclusivo y presioné el botón de la pent-house de los Valentinos.

El hotel le pertenecía a la Famiglia DeVito, pero cada Famiglia de la Cosa Nostra tenía una pent-house en él, todas localizadas en los últimos tres pisos. Los Valentinos ocupaban el último en su totalidad.

Inserté el código que Kiara me había repetido tantas veces antes en el panel y el ascensor comenzó a moverse, tardando unos cinco minutos en alcanzar su destino.

Las puertas de metal se abrieron a la misma vez que yo lanzaba una maldición. Tomé el pelo rojo del desastre andante que era la mujer frente a mis ojos mientras ella se doblaba en dos, expulsando todos los contenidos de su estómago encima de la alfombra tradicional japonesa del recibidor.

—Esas malditas alfombras son reliquias del Imperio japonés, Kiara, y costaron treinta mil dólares cada una.

Un gesto despectivo con su mano fue toda la respuesta que recibí, seguido de un gruñido apenado.

—Me estoy muriendo —se quejó al enderezarse.

—Quién soy yo para decirte que no cuando apestas a vómito de muerto. —Arrugué la nariz y apreté los labios, asqueada por el olor repugnante que emanaba de su ropa y el suelo—. Mejor vamos a bañarte y a acostarte a dormir antes de que tu hermano llegue y te encuentre así —le dije antes de encaminarnos a su habitación.

La pelirroja lanzó un resoplido divertido, seguido de sus tacones cubiertos de vomito al medio de la sala.

—Mi hermano está en Turquía con papá resolviendo unos asuntos, él no va a llegar hoy.

Las palabras de Kiara me detuvieron en seco, cogiéndome con la guardia baja.

—¿Y con quién carajo se supone que viniste a Nueva York? —siseé con los dientes apretados.

Kiara no respondió, solo se limitó a caminar lentamente hacia su cuarto. Aunque no necesitaba que lo hiciera en verdad, porque solo había una persona a la que su hermano le confiaría su vida, y esa era precisamente la misma persona que yo aún no estaba preparada para ver.

Al final opté por darme la vuelta y dirigirme al elevador, regresaría a mi pent-house personal tres pisos más abajo como tenía que haber hecho desde un principio. Kiara era perfectamente capaz de cuidarse sola, y no me necesitaba a mí como niñera a su lado.

Aun me quedaban cinco nombres que tachar de mi lista antes de enfrentarme a Vincenzo Valentino, pero al perecer la vida o el destino tenían otros planes para mí, porque, cuando los bellos de mi cuello se alzaron en alerta, instintivamente supe de quién se trataba sin siquiera tener que mirar al butacón parcialmente escondido en la sombra de la habitación, cerca de los ventanales de cristal.

—Cuando Salvatore me dijo que Kiara tendía a escaparse por las noches para ir de fiesta, nunca mencionó que trajera a la pent-house a putas consigo.

Inspiré profundo y apreté los puños a mi costados para contener mi molestia ante sus palabras, y utilicé el dolor de mis uñas enterrándose en mi carne como un polo a tierra para centrarme.

—Ya me iba —respondí sin voltearme. Fui a la mesita junto al elevador y tomé mi bolso de donde lo había tirado cuando estaba lidiando con Kiara mientras vomitaba.

—Yo que tú no me molestaría. El elevador está bloqueado.

El corazón se me aceleró en el pecho a un galope poco natural. Tragué en seco y mojé mis labios deshidratados. Llevaba preparándome veinte años para ese momento, pero nunca había creído que tener al asesino de mis padres tan cerca de mí podría afectarme tanto. Borré todas las emociones de mi rostro y me di al vuelta, torciendo mis labios en una sonrisa seductora.

—¿Qué pasa? ¿Quieres una probada de la puta que trajo tu prima?

El rostro de Vincenzo estaba cubierto por las sombras, pero casi podría jurar haber visto el atisbo de una sonrisa en su boca.

—Siéntate —ordenó, indicando al sofá vacío frente a él—. Tu y yo tenemos mucho de qué hablar…

»Alana DeVito.

No pensé que Vincenzo fuera a aparecer tan pronto, pero estaba muy ansioso por conocerlas y no se pudo aguantar las ganas.

¿Qué les pareció este capítulo? Es bastante tranquilo.

Y aquí los dejo porque es tarde y tengo mucho sueño.

Besos,
Deedee.

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