10. Comienza el entrenamiento

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15

La lluvia caía sobre Enoc como una cortina de cristal. Caín podía ver el rostro de incertidumbre de la semidemonio reflejado como en un caleidoscopio sobre las pequeñas gotas de la ventana. La situación no había podido calmarse tras su regreso.

—¿Por qué has hecho eso?

—Allí estábamos en peligro.

Ireth se volvió lentamente. La pintura de su cara se había corrido dejando lucir fragmentos de piel perlina.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que me llamaba Selene?
—Te vi morir... Vi como susurrabas tus últimas palabras a un ángel que no paraba de gritar tu nombre... ¡No me mires así! ¿Qué importa eso a estas alturas?
—Porque me lo has estado ocultando, ¿cómo voy a poder confiar en ti?
—Con todo lo que he hecho por ti... —Le estaba costando hablar. Estaba furioso y no sabía con quién, pero no quería tomarla con ella—. ...¿Cómo puedes decir eso?
—Es lo que me estás demostrando, Caín.

Él, por toda repuesta, dio media vuelta y se dispuso a abandonar la estancia.

—¡¿Adónde vas?!

Cada vez entendía menos a aquel hombre.

—A dar la orden de que se preparen. Si vienen a por ti, tendrán que enfrentarse a mí.

Fue a extender un brazo para abrir la puerta, sin embargo, descubrió que su cuerpo se había quedado congelado en el espacio-tiempo.

—Si haces eso, llamarás más la atención. Al fin y al cabo ellos no saben quién soy yo. Además, ni siquiera has sido capaz de protegerme, ¿cómo piensas hacerlo ahora? —Esas últimas palabras las pronunció en un tono casi inaudible, como para ella misma, pero él las escuchó igualmente.

Fueron suficientes para derrumbarle. Palabras acusadoras, pero verdaderas. Ireth se percató del error que había cometido. Quizás se estuviese pasando de la raya, pero era lo que sentía y no pudo reprimir sus impulsos.

—Lo siento... En realidad, la única culpa es de Nosferatus que hizo lo que hizo. Es solo que si no me hubieras dejado tanto tiempo sola...


Juntó sus manos y sopló suavemente. Del dulce aliento que desprendía por sus labios, surgió una brisa de polvos azulados y plateados que rodearon a Caín. La parálisis desapareció y el liberado se acercó lentamente hacia ella.

—Ireth... Se lo haré pagar, te lo juro. Ahora que tengo el poder suficiente, haré que se arrepienta por toda la eternidad de haberse atrevido a tocarte.

—Y mientras, me volverás a dejar sola. ¡Yo no quiero que vayas vengándote por mí! Lo que quiero es que estés a mi lado...

Era lo que siempre había querido decirle, pero no parecía entrar en razón. Se lo había dejado claro en varias ocasiones y el insistía en alejarse de ella. Ya no sabía si merecía la pena insistir.

—A veces parece que lo único que te interesa de mí son mis habilidades —Ireth continuó hablando—. Te empeñas en mantenerme encerrada, oculta... como un objeto. Un objeto valioso, pero un objeto.
—¿Cómo un objeto?— "¿Qué he hecho mal? "—. Serías un objeto si me hubiese acostado contigo a la primera de cambio, como con todas las demás.
—¿A la primera de cambio? ¿Cuántos siglos han pasado desde entonces?
—Muy bien, lo que quieres es que te trate como a una cualquiera, ¿verdad?

La alzó sosteniéndola sobre sus brazos y la depositó sobre la cama.

—¿Qué pret...?

No la dejó acabar; Caín le selló los labios con su dedo índice.

Se colocó sobre ella, aplastando su pecho contra el suyo.

 Hay momentos en la vida que simplemente no se van a volver a repetir. Cuando el tiempo deja de existir, cuando todo se torna silencio y lo único que se escucha son los latidos del ser que llevas amando toda tu eternidad, cuando su pulso se sincroniza con el tuyo, lo comprendes. Comprendes que naciste para vivir aquel momento. El problema surge cuando la oscuridad de tu corazón congela esa pasión. Ireth había logrado derretirlo un poco haciendo que las primeras gotas resbalasen por el iceberg. Ella era el foco de calor que ablandaba el hielo. Sin embargo, la humedad empaña los cristales y, a pesar de esa aparente coraza de diamante, el interior de Caín era frágil, frágil como el cristal.

El diablo se detuvo de golp,e permitiendo que su oscuro cabello resbalase sobre su rostro, ocultándolo de la mujer que yacía bajo él.

—¿Caín? —gimió débilmente Ireth.

—No puedo hacerte esto...a ti no...

La voz le temblaba, al igual que su cuerpo. La joven podía sentirlo.

—Caín...
—Tengo demasiadas cosas que hacer. Necesito ver a Amara.

Y dicho esto, se incorporó mientras se recomponía y se marchó, abandonándola una vez más. Ella permaneció inmóvil, tendida sobre el colchón, con el pulso aún acelerado y el nombre de ese ángel resonando en su mente. Pudo apreciar el graznido de Claudia, el cuervo de él, y después un leve aleteo. Su presencia se iba disipando y cada vez era más consciente de que se había vuelto a quedar sola.

* * *

Abandoné Enoc lo más rápido posible. Esta situación ya me estaba inquietando demasiado. Con lo fácil que sería dejarme llevar... 

Lo siento Ireth, de verdad, pero es todo lo que puedo hacer por ti. Cuando vuelva a ver a Areúsa, haré que me dé el poder que obtuvo por comer del cuerpo de Lucifer, y entonces podré transformarte en un demonio completo. Hasta entonces, tendrás que esperar. pero ya queda menos. Y también queda menos para mi venganza. 

Tras repasar todo lo que había acontecido con más tranquilidad, ya me sentía mejor, como que volvía a tenerlo todo controlado. Hasta ahora todo había salido bien. Areúsa lo había hecho perfectamente. Me preguntaba qué pensarían en el Cielo cuando escucharan  el nombre del nuevo Señor Oscuro. No pude evitarlo, aquella situación me hacía recurrir a retorcidas ideas. Pronto dejarían de ser producto de mi imaginación para convertirse en realidad. Ahora solo cabía esperar que Amara hiciese bien su parte y que Samael no se entrometiese demasiado. Con Metatrón derrotado, se acabarían las maldiciones y nadie se atreverá a separarle de Iteth. 

Entonces juro que no me separaré de ti, siempre que quieras que esté contigo... ¡y si no quieres también! 

Después de tanto tiempo esperando, no pensaba dejarla ir. Me daba igual que supiera que se llamaba Selene, eso fue hacia mucho. Selene murió, ¡murió! Aunque lo de Belial. me había pillado por sorpresa.

Hablando de sorpresas, allí estaba Samael en frente mío. Resignado, no me quedó más remedio que aterrizar en el primer tejado que encontré. Claudia se posó sobre mi hombro clavando sus garras sobre mi piel quemada.

—¿Qué quieres ahora? —le espeté a aquel que se hacía llamar mi padre.

—¿Ya has vuelto a dejarla sola?

—¿Y por qué no te vas tú con Brella?

—Créeme que me encantaría...

Le miré con la misma mirada de odio que solía dedicarle siempre. Normalmente, dejaba suficientemente aterrada a la gente como para que me dejasen en paz por el resto de la eternidad, pero a él le daba igual todo lo que hiciese. Siempre con ese aire de que él hacía lo correcto y tratándome como si fuese imbécil.

—¡Ah! ¡Ya lo tengo! Vas a ver a tu ángel. Tienes que contarle que todo ha salido bien...

—¿Para eso has venido hasta aquí?

—¿Qué significa ella para ti? —preguntó Samael, concentrando todo su interés en mi respuesta. 

¿Y a él qué mierda le importaba?

—Samael, tengo cosas que hacer...
—Respóndeme.
—Es un ángel que no está de acuerdo con las normas de su dios. Es una herramienta útil.
—Ahora vas de íncubo...
—Me sirve de contacto para saber qué es lo que pasa en el Cielo —contesté encogiéndome de hombros.
—Así que puedes entrar y salir a tu antojo de allí. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—No había tenido ganas de volver hasta entonces. Además, Metatrón sí que me puede percibir, pero está tan debilitado que no puede hacer nada. De todas formas no me he atrevido a pasar de Zevul...

Esperé que Samael no hubiese percibido lo que pasaba por mi mente en aquellos instantes. No quería demostrar debilidad ante él. Por el gesto que puso, me temí que sí que lo había notado.

—Caín, hijo, ¿aún sigues atormentado por eso? ¿Por eso te da miedo volver? ¿Por eso ocultas tu verdadera apariencia?

El aire agitaba fuertemente sus largos y majestuosos cabellos. A pesar de la tormenta que estaba cayendo, Samael seguía reluciendo, repeliendo el agua como si llevase un escudo invisible que le inmunizaba. ¿Por qué me miraba de esa forma? ¿Por qué me decía esas palabras? ¿No había tenido suficiente ya?

—¡Cállat...!


Pero las fuerzas me abandonaron y las rodillas me fallaron, precipitándome sobe la mojada pizarra. Apenas podía notar los picotazos de Claudia intentando traerme de vuelta, pero yo ya estaba muy lejos, o mejor dicho, la oscuridad me alejaba, sumiéndome en ese abismo que me devoraba lentamente.


—Nunca vas a perdonarme, ¿verdad?

Demasiado lejos...

—Comprende que era la única forma de salvar a tu madre, ¡tú la salvaste!

Tan lejanas...

—Yo odio tanto a Metatrón como tú. Confía en mí, juntos lo lograremos.

Imposibles de percibir...

—Brella está más consumida por la oscuridad que tú. Tenemos que ayudarla... Compréndela. —  Samael guardó silencio por unos ñargos y tensos instantes, después prosiguió—: No me esperaba que la hija de Belial siguiese viva. Me has sorprendido. ¿Qué clase de hechizo usaste?

¿La hija de Belial?

—Me alegro de que por lo menos sus hijos sobreviviesen. Fue el encargo más difícil que me han encomendado.

¿Encargo?


—Cuando me enteré de que había sido ejecutado, me entristeció. Solo estaba enamorado...

Ireth...

—Astartea era muy hermosa. No me extraña que la amara.
—¡¿De qué estás hablando?!
—Por fin reaccionas.

Abrí los ojos lentamente. Los escasos rayos de luz que lograban filtrase a través de la densa capa de nubarrones fueron suficientes para traerme de vuelta a la realidad. Me topé directamente con el rostro de Samael que no cesaba de sonreír. Se había arrodillado junto a mí y me estaba retirando el pelo mojado de mi rostro. A mi lado, Claudia seguía revoloteando.

—¿Qué es todo esto que estás diciendo?

—¿No sabías la historia de Belial y Astartea?

—Sé que huyeron de Infernalia, pero finalmente les encontraron y les ejecutaron.

—Sí, pero tardaron bastante en ser encontrados. ¿A qué no sabes dónde se escondieron?

—El único lugar en el que se puede amar libremente es en el Planeta Azul... 

Seguía lloviendo sin cesar, pero el agua ya no me mojaba.

—Pero sería un lugar demasiado obvio, y es muy pequeña —Samael hizo una pausa antes de continuar—. Decidieron esconderse entre sus enemigos.


—Pero eso no tiene sentido...

—Es una locura, pero Belial siempre ha sido así, muy impulsivo. Claro que los ángeles no les iban a ayudar, así que decidieron hacerse pasar por ellos. Convertir la materia oscura en akasha es el mayor reto de un alquimista. Incluso yo no estaba muy seguro de que fuese a salir bien...

—¿Un demonio puede transformarse en ángel?

—Generalmente no, es un riesgo muy grande y suelen morir, pero ellos lo consiguieron. ¿Te das cuenta de lo importante que es el amor? Gracias a lo que sentían el uno por el otro lo superaron, incluso alcanzaron un buen estatus social. A veces me avergüenzo de lo idiotas que son los ángeles... Tan cerrados de mente que son incapaces de ver la realidad.

—Pero tuvieron que ocultar su relación igualmente...

—Se supieron apañar. Incluso tuvieron hijos. Cuando me enteré que su primera hija había nacido completamente ángel, me sentí más satisfecho que en toda mi vida. Mi trabajo había sido un éxito.

—¿De verdad lo fue?

—Bueno, de vez en cuando necesitaban alimentarse de akasha... Eso era inevitable, pero supieron hacerlo sin llamar la atención. El problema fue su segundo hijo.


Si no tenía que ver con Ireth ya no me interesaba, pero si Samael me estaba contando todo eso, alguna importancia tendría que tener.

—Su segundo hijo resultó un problema, ya que no era un demonio cualquiera. Algunos de nosotros lo notamos también. Belial es descendiente directo de Lilith y Lucifer. Ten cuidado con él. Si te descuidas, perderás ambas cosas: el trono y a ella.

* * *

Todos los aspirantes a pertenecer al coro angelical se encontraban reunidos en la entrada a Vilon, el cielo más bajo. La mayoría estaban bastante nerviosos puesto que llevaban por primera vez una armadura. Algunos presumían de la espada que le había regalado su familia y otros inventaban historias sobre terribles demonios y desgraciados incidentes que les habían ocurrido a los anteriores a ellos. Amara, como siempre, se encontraba apartada del resto y sumida en sus pensamientos. Le había estado dando muchas vueltas a la conversación con Raphael. Por lo que había averiguado, los elohim eran los ángeles que nacían de otros ángeles. La mayoría solían ser exterminados o desterrados a Vilon. También solían ser utilizados en experimentos. Había intentado encontrar algo sobre aquello en los laboratorios de Raphael, sin éxito. Se había sentido aliviada de que esto fuese así, porque tan solo pensar en eso le producía náuseas. Contempló su vientre completamente liso, que relucía tras una fina capa de tejido transparente. Los elohim tenían ombligo y ella no, por lo que todo seguía si cuadrarle.

Las trompetas angelicales resonaron, quebrando aquella atmósfera de nerviosismo. Serafiel les anunció la llegada de la Inquisición y un grupo de humanos desfilaron alrededor suyo. Todos lucían orgullosos el mismo emblema: una cruz atravesando una tríada cubierta en llamas. Era el mismo símbolo que habían llevado los perseguidores en Alemania. Recordar aquello, provocó que volviese a pensar en Caín. No tenía ni idea de qué había sido de él.

Los inquisidores lucían un aspecto impecable con sus uniformes blancos y rojos. No eran humanos cualquiera, sino los mejores, ya que eran los únicos a los que se les había permitido estar en un lugar sagrado. En cuanto terminó aquel desfile, la que parecía la líder —una mujer muy alta, con la melena a juego con su uniforme— se adelantó y comenzó a discutir con Serafiel. 

Lo que Amara pudo entender era que habían estado pasando barbaridades en el Planeta Azul y, por mucho que habían solicitado ayuda, los ángeles les habían ignorado por completo. Serafiel lo único que contestó fue que no podían entender las acciones de Dios. La mujer acabó rezando una breve oración y santiguándose. Después, se dedicó a pasar revisión de los aspirantes. Al ángel no le gustaba nada sentirse tan observada. Aquella mujer le inquietaba demasiado. No era común ver a alguien con la melena tan blanca y esos mechones escarlatas destacando sobre ellos. No era la única que la miraba; pudo apreciar por el rabillo del ojo como algunos humanos se quedaban ensimismados contemplándola mientras intentaban disimular su asombro.

Tras ese examen, que no quedó muy claro si la extraña mueca que la Suma Inquisidora soltó era de aprobación, llegaba el momento de conocer a sus profesores. Desde detrás del grupo de ángeles que habían salido a despedirles, aparecieron los dos ángeles que se iban a encargar de instruirles. Amara pudo reconocer fácilmente a Gabriel y a su novia Iraiael. Nathan y los demás también se habían percatado de ello porque Ancel les había dado un codazo. También se había formado el murmullo con risitas tontas procedentes de los aspirantes femeninos al enterarse de que iban a convivir siete lunas con Gabriel.

Los dos instructores se limitaron a presentarse y después, se dirigieron a Serafiel, a los arcángeles y a la Suma Inquisidora, y juraron que iban dar todo de sí por convertirles en unos ángeles dignos de admiración. Les dieron su bendición y se dispusieron a partir. 

Amara se acercó hacia donde estaban los arcángeles y se despidió de Raphael. Éste trató de animarla y le deseó buena suerte. Todas aquellas adulaciones resultaban vacías de sentido en su mente. Caín y él esperaban grandes cosas de ella. Por eso se había presentado más que nada, porque tras los últimos acontecimientos no estaba muy segura de querer pertenecer al coro celestial. Pudo apreciar como Nathan se despedía de sus padres adoptivos y cómo le pellizcaba tiernamente la mejilla a una niña pequeña que debía de ser su hermana. Después de que Raphael le revolviese el pelo y tras darle un último abrazo, Amara volvió a reunirse con los demás y se pusieron al borde del abismo. 

Ese precipicio recibía el nombre de "El acantilado de Kuiper"(1). Consistía precisamente en un gran abismo sin fin y marcaba los límites de Vilon. Rodeando ese borde estaba la Puerta Celestial y todo aquel que la cruzase, caería al espacio infinito. La atravesaron.

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1. El acantilado de Kuiper es el nombre que le dan los científicos a la parte más alejada del Cinturón de Kuiper.
Es una incógnita que ha dado quebraderos de cabeza durante años. La densidad de objetos en el Cinturón de Kuiper decrece drásticamente, de ahí su nombre de acantilado.
La explicación más lógica sería la existencia de un planeta con una masa suficientemente grande como para atraer con su gravedad a todos los objetos de su órbita. Ese supuesto planeta recibe el nombre de Planeta X.
Hasta la fecha, nadie ha aportado ninguna prueba de la existencia de tal planeta o de alguna explicación para este fenómeno

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16

Buffet libre, SPA, gimnasio, piscina climatizada... Los aprendices leían entusiasmados los carteles del hotel donde se iban a hospedar.

—¿Podemos utilizar todas las instalaciones?

—Claro, en esta isla privada nos vamos a alojar durante las siete lunas que dure el entrenamiento. Pero antes, chicas, vamos a repartir las habitaciones —exclamó alegremente Iraiael—. El edificio blanco es el nuestro.

Todas corrieron hacia la recepción para obtener la llave de la habitación. Los chicos se dirigieron al otro edificio, de brillantes paneles rojos, pero Gabriel les detuvo.


—¿Adónde creéis que vais?
—A dejar nuestras cosas en nuestra habitación...
—¿Apenas nos conocemos y ya estáis deseando deshaceros de mí? —les reprochó acusadoramente. Los alumnos se miraron entre sí sin saber qué responder. Gabriel sonrió de una forma que a Ancel se le antojó sospechosa—. Seguidme.

El complejo hotelero se hallaba cerca de la costa oeste de la isla. Las montañas lo rodeaban destacando la silueta de un inmenso volcán. El profesor les condujo hacia aquellas montañas y se detuvieron en medio de una explanada.

—Aquí está bien — anunció triunfante—. Ya podéis armar el campamento.

—¿Cómo? ¿Aquí en medio?

—¿A qué vienen esas caras? Hemos venido a trabajar duro, no de vacaciones.

—¿Pero y las chicas? —se atrevió a preguntar Yael. Sus compañeros movían la cabeza afirmativamente apoyándole.

—Eso no es asunto nuestro. Éste es un buen lugar —indicó señalando a su alrededor—. Estamos rodeados de la naturaleza, de la creación de Dios. Cerca hay un río y por la noche se pueden contemplar las estrellas del firmamento iluminadas por los cometas de fuego que expulsa el volcán.

—Pero...

—No hay peros que valgan. En el campo de batalla no hay hoteles con SPA —cortó tajante. La discusión había finalizado.

Les tendió unas lonas a cada uno para que se construyeran su tienda de campaña y el resto de los materiales necesarios los tendrían que buscar ellos, apañándoselas con lo que encontrasen. Y así pasaron la mañana.

—En medio del bosque no hay enchufes para recargar la batería — protestó de nuevo Yael—. Maldito Serafiel, si no nos hubiese quitado la cámara de akasha que funcionaba con energía natural...

—Vaya mierda—se lamentaba Ancel—. Si lo hubiese sabido, habría traído una tienda en condiciones. Tendremos que ir a algún mercado. No pienso dormir sobre un montón de hojas durante siete meses...

—No ha dicho nada de que no pudiésemos abandonar la isla, ¿verdad?

—Dejad de quejaros y ayudadme a trenzar esto. Así terminaríamos antes. —Nathan estaba intentando fabricar una cuerda a través de las hebras de unos juncos que había encontrado.

—Podríamos usar las rastas de Ancel —rió Yael.

—O tu estupidez —contestó el aludido.

—¿Qué está haciendo Haziel? —preguntó el elemental de fuego.

El ángel estaba recostado sobre el tronco de un naranjo aprovechando su sombra.

—Lo de siempre: tocarse las p... —Ancel no terminó la frase porque el susodicho había clavado su vista en ellos y se dirigía hacia allí.

—¿Qué tal os va, pringados?

—Más avanzados que tú. —Ancel no se había molestado ni en levantar la vista de su tarea.

—Anda, vete a joder a otros —soltó Yael con el tono más despectivo que pudo.

—Yo tengo una cama asegurada en la habitación de Evanthel.

—Pues muy bien. Si os pillan ya suspenderéis.

—Cuando Gabriel venga le cuentas lo mismo que a nosotros.

—Pero si él va a hacer lo mismo. Su novia le estará esperando con las piernas abiertas en el hotel. ¿Por qué creéis que no está haciendo nada tampoco?

Gabriel había elegido para él una cueva que se encontraba algo alejada del resto, por lo que llevaba todo el tiempo dedicándose a observar a sus alumnos.

—Anda, déjanos en paz, en serio. Nosotros no tenemos la culpa de que no tengas amigos.


Parecía ser que Nathan había dado en el clavo. Esa sonrisa de autosuficiencia desapareció de su rostro y se alejó entre la maleza.

Al medio día, el sol calentaba abrasadoramente y aún así había mucha humedad en el ambiente. Esto se debía a las laurisilvas que abundaban por todos lados. Aunque los ángeles no necesitaban comer, el esfuerzo les había producido un apetito psicológico. Intentaron crear una hoguera, pero la humedad impedía que prendiera. El único que consiguió hacer fuego sin esfuerzo alguno fue Nathan. Sus dos amigos aprovecharon la ocasión y comenzaron a cobrar a la gente por usar ese fuego. Rápidamente se formó una cola entorno a su hoguera. Todos comieron juntos excepto Haziel que había conseguido mucha comida, pero no la repartió con nadie.

—Anda que ya os vale —les reprendió Gabriel al verles haciendo recuento de las ganancias obtenidas.

—En la guerra todo vale —se encogió de hombros Yael.
—Tenéis unos corazones muy avariciosos. ¡Bueno, escuchadme todos! —exclamó alzando la voz —. A estas alturas, creo que ya me conocéis. Soy Gabriel, el Ángel de la Muerte, y me encargaré de supervisaros. Ahora estáis bajo mis órdenes. Os he estado observando toda la mañana y no me gusta lo que he visto, pero tenemos tiempo para solucionarlo si todos ponemos de nuestra parte. Ahora que todos me prestáis atención, os explicaré las normas:

»Las clases empezarán a las diez de la mañana y durarán  hasta el atardecer. Durante el resto del tiempo, podéis hacer lo que queráis, cada uno elige en qué prefiere invertir su tiempo libre. Podéis utilizar las instalaciones del hotel, salvo ir más allá de la recepción en el edificio de las chicas. También podéis ir a cualquier parte de la Tierra que esté controlada por la Inquisición. Queda terminantemente prohibido cruzar el Atlántico en dirección oeste. Tampoco sobrevoléis África, es mejor que la bordeéis porque también está infestada de diablos. Ni qué decir que Enoc está ultra-mega-re-prohibido. No quiero ni que os acerquéis. —Remarcó esto sin apartar la vista de Ancel y Yael que les había podido leer las intenciones—. Si aún así os encontráis con algún diablo, huid inmediatamente y avisadnos a los profesores, pues toda pelea contra demonios, diablos, criaturas infernales, satánicos, cazadores y derivados también está prohibida. No os preocupéis por eso, os vais a cansar de matar diablos. Bueno, pues eso es todo. Nada más queda recordaros que los humanos no están acostumbrados a ver ángeles, así que esconded las alas y no abuséis de vuestro poder. El incumplimiento de las normas conlleva descalificación inmediata y seréis condenados a trabajar en Vilon, el cielo más bajo, eternamente. ¿Os ha quedado claro?

La mayoría estaban en completo mutismo asimilando todas las palabras y otros sí que asintieron con la cabeza.

—Bien, como tenemos toda la tarde por delante, os voy a mandar vuestra primera tarea. Dividiros en grupos de dos. —Gabriel observó como se apresuraban por encontrar pareja todos menos Haziel—. ¿Te ocurre algo?

—Somos impares, así que me ofrezco voluntario para ir solo.


—No, somos pares. Mira, allí también hay otro sin pareja —señaló el grupo de Nathan que estaban discutiendo sobre quién se quedaba fuera del grupo.

—¿Con esos?

—¿Qué pasa? Esta mañana te he visto con ellos. ¿No son amigos tuyos?

El trío seguía a lo suyo hasta que finalmente fue el elemental de fuego el que cedió.

—Venga anda, que tampoco me importa irme a otro grupo. — Nathaniel echó un vistazo a su alrededor en busca de su pareja. Se encontró con un sonriente Gabriel y con un Haziel que no cesaba de refunfuñar.

—¿Con ése? —se le escapó decepcionado.


—¿Tú también? ¿Pero se puede saber qué os pasa? Estamos en una misión, no podéis quejaros por estas banalidades.

No les quedó otra que desistir y aceptar la situación con malas ganas.

—Bien. Hemos tardado seis minutos y treinta y dos segundos en agruparnos por parejas. En una batalla se tiene que hacer en segundos. Veo falta de compañerismo y eso no me gusta. Todos somos ángeles, las creaciones perfectas de Dios. En fin, no quiero sermonearos demasiado el primer día, así que vayamos con lo importante. Tenéis que hacer una buena acción. Iros a donde queráis y haced algo bueno.

—¿Eso es todo? —preguntaron, incrédulos.

—Tenéis toda la tarde para daros una vuelta e ir haciendo buenas acciones.

Sus amigos se compadecieron del pobre Nathan y acordaron ir juntos al mismo sitio para que no tuviese que soportar a Haziel solo.

***

Gabriel puso en marcha la búsqueda de su hermana. Le había estado dando muchas vueltas al tema y todo le parecía carecer de sentido. Todos los ángeles sabían lo que era la materialización. En la atmósfera de la Tierra había algo que producía que el akasha se fuese materializando poco a poco hasta que las moléculas alcanzaban la misma densidad que los objetos del plano material. En otras palabras, un ángel que pasase mucho tiempo en la Tierra, poco a poco iría humanizándose hasta perder las alas y volverse mortal. Y había pasado demasiado tiempo desde la última vez que vio a Selene. Tendría que haberse materializado hacía mucho y, por tanto, ya no tendría que seguir con vida. Y, sin embargo, sí que lo estaba. Por si acaso, había revisado los archivos del Purgatorio y allí no había señal alguna de Selene. Pensándolo bien, ella podía regenerar el akasha sin ningún problema e incluso crearlo. Quizás, gracias a eso había logrado resistirse a la materialización. Tenía que tratarse de eso. Ahora solo quedaba el problema de dónde podía estar.

Había estado repasando el mapa minuciosamente. Enoc estaba rodeada por el mar Negro. Al este se extendían tierras salvajes y una inmensa selva repleta de magia y hechicería. Allí nadie vivía salvo demonios, chamanes y seres así. A ella siempre le había gustado el bullicio, la fiesta, platería y todo tipo de artículos. Lo más seguro era que estuviese en un lugar bastante habitado. Por esas fechas se estaba celebrando el Gran Bazar, uno de los mercados más grandes, y se celebraba anualmente en la capital de Turquía. Allí se reunían todo tipo de mercaderes y comerciantes, y la gente acudía a encontrar objetos de valor o buenas gangas. Además, Turquía era uno de los territorios más próximos a Enoc. La Inquisición tenía allí acampado un buen regimiento militar. Tampoco había nada que le asegurase que, en todo ese tiempo, su hermana hubiese permanecido en el mismo sitio, pero no tenía nada mejor, así que decidió empezar por ahí.

La entrada al mercado estaba compuesta por un enorme arco ojival. Para poder entrar había que pagar una cantidad de dinero dependiendo si ibas a comprar al por mayor o al pormenor. También tenía que presentar la documentación y, si todo estaba en orden, te daban un salvoconducto especial que te permitía el acceso.

Gabriel se acercó a la taquilla. Cuando llegó su turno, un hombre que parecía estar de muy mal humor le pidió sus datos.


—¿Nombre completo?
—Leirbag.

El portero se le quedó esperando a que continuase, pero el joven se limitó a buscar en su abrigo. Sacó una pequeña bolsa de cuero y se la tendió. Al comprobar que estaban repletas de monedas de oro que relucían de lo brillantes que eran, se quedó atónito.

—Es suficiente, ¿verdad?

—Bi...bienvenido, señor Leirbag. Que tenga unas buenas compras.

El ánimo de la gente era contagioso. Las calles del bazar estaban repletas de actividad y de ruido. Aquello parecía un festival del color. Había personas de todo tipo vistiendo las prendas más variopintas y extravagantes. Diferentes fragancias provenían por todos lados, guiándote a un puesto de comida exótica o a uno de aceites aromáticos. La gente regateaba animadamente incluso por las cosas que ya de por sí estaban baratas. Algunas mujeres trabajaban la cerámica y la arcilla. En otros lados se ofrecían a tatuarte la piel. Vendedores ambulantes te mostraban constantemente sus fulares de seda. Los puestos más abundantes eran los de comida y alfombras. Gabriel soltó una sonrisa cuando escuchó a un niño preguntarle a su madre si aquellas alfombras eran mágicas. También había lugar para los carteristas. Gabriel salvó a dos abuelas de ser estafadas. Si Selene estaba allí, tendría que mirar en la zona de platería y joyas. 

La sección de librerías y joyería se encontraba en el Bedastán antiguo. Descendió por las bulliciosas calles disfrutando de los espectáculos y de los diferentes accesorios y no pudo evitar detenerse a echar un vistazo más detallado a un puesto de armas. Decían vender katanas del lejano oriente a un precio orbitante con la excusa de que estaban hechas por maestros armeros artesanalmente y que habían seguido un proceso que se transmitía de maestro en pupilo desde hacía lustros. Le sorprendió que la Inquisición permitiese este intercambio de culturas. Después descubrió que las katanas eran de imitación perdiendo todo interés.

El Bedastán antiguo no tenía nada que ver con el de la Sandalia. Las calles eran más estrechas y los puestos estaban más juntos y desordenados.

—¡Regálale un bonito colgante a su amada!

—¡Compruebe qué signo zodiacal eres y qué piedra es la que le favorece!

—Dientes de tiburón, señor. Uno de ellos en su oreja lucirá increíble.

Le gustaba escuchar los diferentes acentos. Había algunos hombres que hablaban realmente divertido. Los ángeles, como seres inmateriales que eran, carecían de cuerdas vocales. Transmitían lo que querían decir por medio de imágenes mentales. Si practicaban, incluso podían hacerse una voz que es la que se escuchaba en las mentes. Algo parecido a la telepatía, pero solo podían escuchar los pensamientos que uno quería transmitir, por lo que no podían leer la mente. Como se habían acostumbrado a adoptar una forma humana ya que era como más cómodos se sentían, ya sí que disponían de cuerdas vocales. Las utilizaban para salir de su monotonía, ya que el lenguaje oral era muy diferente al mental. Además que les salían solas las palabras. Era como el caso del hambre, su cuerpo material les pedía comer y hablar, aunque en realidad no lo necesitaran. Para comunicarse con las personas no tenían más que ver las imágenes de sus cerebros para entenderles, por lo que no tenían ningún problema con los idiomas. Sin embargo, como con todas las cosas, había personas más fáciles de acceder y con mayor capacidad de comprender ese lenguaje visual que otras. Por eso los ángeles preferían comunicarse con algunas personas más que con otras. Gabriel ya tenía suficiente experiencia tratando a las personas para saber cómo hacer más nítida la comunicación. Transformaba sus ideas en las palabras adecuadas de la forma adecuada. De esa forma, se ganaba la confianza de sus interlocutores. En general, los ángeles usaban las imágenes mentales de las personas para comunicarse con ellos, pero a veces se paraban a escuchar lo que decían. Les parecía entretenido. La voz de un ángel solía carecer de sentimientos, mientras que con los humanos pasaba al revés. Lo que más le sorprendía eran los casos en que pensaban una cosa y luego decían otra. Los ángeles sabían qué imágenes transmitir solamente para no revelar cosas que no querían. Los humanos, como no tenían que preocuparse por ello, descuidaban este aspecto, haciendo realmente fácil el saber cuándo mentían.

Gabriel andaba examinándolo todo, atento a todos los rostros, a todas las imágenes que captaba. Una misteriosa anciana salió de detrás de unas cajas haciendo una señal de que se acercase. Simplemente, por la curiosidad de saber qué tramaba, se acercó. La señora parecía la típica adivina estrafalaria. Una enorme verruga en el párpado izquierdo le daba un toque más siniestro.


—¿Quiere que le lea la buena fortuna?
—No, gracias. Las cosas no me van mal...
—Veo una enorme oscuridad en su corazón.
—Eso funcionará con los ingenuos, pero no conmigo. La Iglesia prohíbe estas cosas, así que yo que usted tendría más cuidado.
—¿Está buscando a alguien verdad?

"Debo parecer ridículo examinando a todo el mundo"

—¿Una amante? ¿Un familiar? No logro verlo claro.
—¡Ya es suficiente! —se había ruborizado. La adivina emitió una sonrisa de comprensión.
—Ahora entiendo porqué no lo veía claro... ¡Espere, joven! ¡No se vaya todavía! Una carta, tome por lo menos una carta.
—Está bien, pero sólo una.


Le tendió una moneda de oro que la mujer examinó, incrédula. Después de hacerse daño al morderla con sus escasos dientes, le mostró una baraja de cartas.


—Mientras barajeo piense en ella.

El aliento le apestaba a aguardiente y los nudillos de sus huesudas manos resultaban desagradables. Tras un rato mezclándolas, se las dispuso en forma de abanico. Gabriel escogió una al azar. Al darle la vuelta pudieron contemplar el dibujo de una catedral.

—¿Y bien?


Como toda respuesta la anciana se dedicó a mirar la enorme mezquita que se alzaba tras ellos.

La mezquita de Estambul era bastante famosa. Era la única iglesia con diseño pagano. Esto se debía a las influencias culturales, ya que antes de estar dominada por la Inquisición, había pertenecido a fieles de su propio culto religioso. La Inquisición había dado su permiso con tal de que el interior estuviese decorado según la doctrina inquisidora. A veces, los humanos construían cosas dignas de admiración. 

Se notaba que no era domingo pues estaba prácticamente vacía a pesar de encontrarse cerca de un lugar tan concurrido como era el Gran Bazar. El eco de sus pasos retumbaba por toda la instancia. Resultaba curiosa la mezcla de vírgenes y figuras religiosas con arcos de herradura, celosías y mosaicos geométricos. Estaba tan ensimismado contemplando la estructura de los arcos superpuestos, que le sorprendió sentir a alguien a sus espaldas.

—Perdone... —entonó la voz de una mujer—. ¿Puede confesarme?
—Claro, hija.

Gabriel miró hacia los lados en busca del confesionario. Para su alivio, no tardó en encontrarlo. 

Intentó examinar el rostro de la joven a través de las rejillas. Llevaba un velo que ocultaba sus facciones. Solo podía ver uno de sus ojos que eran del color del cielo. Por la voz parecía bastante joven, como de unos veintipocos años.

—Verá padre...

"No es ortodoxa. No ha dicho la fórmula que tiene que recitar al principio."

—No tiene nada que temer, no hace falta que oculte su rostro.
—Pero sería más cómodo si...
—No está permitido llevar velo dentro de un recinto sagrado —improvisó.


La joven accedió tras titubear un momento. Su cabello caoba le seguía cubriendo media cara. Aún así se sorprendió de lo hermosa que era.

—En realidad lo que necesito es desahogarme... Hay un hombre que me desespera.

—¿Sueños verdes? Eso es un pecado menor, con venir a misa un domingo es suficiente...
—El caso es que yo no quiero que sean solo sueños, pero él me evade cada vez que saco el tema. Está obsesionado con protegerme, pero yo lo único que quiero es que nos amemos.
—Pues tiene que ser realmente idiota para no ver lo maravillosa que eres. —La muchacha se sonrojó—. Lo digo en serio, ¿cómo te llamas, hija?


Pareció dudar antes de responder.

—Magda.

Gabriel intentaba percibir sus imágenes, pero parecía ser que la chica sabía como ocultarlas.

"No puede ser humana. O por lo menos una normal y corriente"

—¿Has intentado buscarte a otro? Seguro que hay muchos dispuestos a prestarte la atención que te mereces.
—El problema es que él no deja que se me acerque ninguno.
—Él no está aquí ahora.

Se le quedó mirando fijamente. Las rejas le impedían ver el rostro de su confidente, pero aún así parecía alguien bastante atractivo. Extendió uno de sus ágiles dedos en un intento de atravesar la barrera que les separaba. Alcanzó a acariciar un mechón de la larga cabellera de aquel hombre. El tacto de sus cabellos era bastante agradable.

—Quizás tengo un par de cosas que confesarle...

—¡La ladrona! ¡¡Tiene que haber entrado dentro de la ermita!!

Un barullo de voces procedentes del exterior les interrumpieron la sesión.

—¡Me han encontrado! Si me disculpa...
—¡Espere, señorita!

Pero la chica no esperó. Antes de que Gabriel pudiese reaccionar, ya había desaparecido.

—¿Ha visto una joven sospechosa? La muy rata callejera...

"Sabía que era ella"

El ángel no le prestó ninguna atención al coro de vendedores furiosos y se dirigió hacia la salida. Era la misma que la entrada y sólo había dos, ambas con guardias de seguridad que te registraban. Sobornando de nuevo al hombre de antes, consiguió acceder al libro de los registros. Pasó las páginas rápidamente hasta llegar a la letra "M". Como se había temido, no había ninguna Magdalena. Podía haber insistido en buscarla entre los miles de puestos, pero tenía la certeza de que ya no la iba a encontrar en ese lugar.

***

Me desperté con el típico murmullo que hacen las máquinas de los hospitales. Sentía el cuerpo entumecido. Un pitido más molesto que los demás comenzó a taladrarme los oídos. Busqué con la mirada la fuente del sonido y descubrí que provenía de un encefalograma. Había comenzado a trazar líneas de nuevo y no paraba de rechinar para avisar a Samael de que ya estaba despierto. Sin pensármelo dos veces, hundí mis garras en la máquina provocando un cortocircuito y mis oídos suspiraron aliviados. Eché un vistazo alrededor. No había duda de que estaba en el laboratorio de ese imbécil. La estancia estaba formada por numerosos equipos informáticos y otras máquinas que no quería ni imaginarme su función. Unos grandes recipientes con formaldehído se alzaban en el centro, iluminados por unas luces verdosas. En su interior pude distinguir varios cuerpos. Por un momento pensé que uno de ellos podía ser el de Viento, pero enseguida descarté la idea. Ella estaba en el Planeta Azul y era mejor que fuese así, por lo que tenía entendido no les hacía mucha gracia pasar las noches en ese laboratorio tan...artificial. Sentí como alguien se aproximaba hacia mí, así que me giré. Se trataba de Areúsa.

Su cabello escarlata destacaba entre la penumbra, pero había en ella algo diferente. Se movía como un zombi y tenía la impresión de que con cada movimiento que hacía, invertía una cantidad sobrehumana de esfuerzo, como si sintiese cientos de cuchilladas en sus músculos cada vez que se movía. Su cabello estaba despeinado y, en general, no tenía muy buen aspecto. 

Fui a incorporarme del todo cuando noté algo tirante en mi brazo. Me arranqué las vías intravenosas que me estaban suministrando un extraño suero y me cercioré de que ese bastardo no me hubiese hecho nada. Me acerqué a ella.

—Veo que no te ha ido muy bien.
—Quema...—era todo lo que ella alcanzaba a decir.

Al menos Samael me había ahorrado el tener que venir hasta aquí.

—El poder que obtuviste de Lucifer es demasiado para ti.

—Cabrón, tú tan tranquilo y yo...

—Tranquila, puedo ayudarte. De hecho tenía pensado venir a reclamarlo...

—¡Pero si me lo quitas entonces tú lo tendrás y yo no!

—Pero te está haciendo daño.

—Me da igual, si lo tienes tú, yo no lo tengo que es lo que importa.

—Entonces me llevaré solo una parte.

—No, porque tú sigues teniendo otra.

Esto era como tener una conversación con una niña pequeña y caprichosa.

—Está bien, pues quédatelo todo tú. Yo me voy ya...

—¡Espera! ¿Por qué yo tengo que sufrir con esta carga y tú tan fresco, después de que fui yo la que te hizo el favor?

—Haga lo que haga vas a sentir envidia...

—No puedo evitarlo, Samael me creó de esta forma... De verdad que no me gusta ser así. Como tú no eres un experimento de laboratorio, no entiendes lo duro que es, lo que se siente...

Contemplé pensativo los cuerpos que flotaban al otro lado del cristal en un aparente sueño reparador. ¿Cómo podía haber creado algo así? Los Pecados Capitales eran seres muy poderosos y a simple vista parecían perfectos, pero ¿y a qué precio?

—Voy a ayudarte.

La sostuve con una mano sobre su hombro y otra en su cadera para ayudarla a mantenerse en pie. Levanté su barbilla y arrimé mis labios contra los suyos dispuesto a absorber todo ese poder que me pertenecía, al fin y al cabo yo era el Señor Infernal. Mientras se aferraba a mi abrazo, tuve la tentación de terminar con su sufrimiento. Parecía tan frágil... y podía matarla de tantas formas... así su alma sería libre. Después recordé que tenía ADN de fénix en sus células y que eso no serviría de nada y que en caso de que lograse acabar con ella, lo único que conseguiría sería hacerle sufrir los tormentos reservados para los demonios. 

Cuando pensaba en esas cosas, no sabía a qué conclusión llegar, no entendía cuál era la razón de existencia de un alma condenada. A veces pensaba  que no había salvación para mí y, otras, que podía escapar de mi destino y ser yo el dueño de mis riendas. Quizás, a través de mi sufrimiento, podía ayudar a alguien; quizás podía hacer algo útil. Necesitaba ver a Amara.

***

El grupo de Nathan y los demás llevaban callejeando más de una hora por las calles del sur de España. La zona turística era realmente hermosa, pero el barrio bajo dejaba bastante que desear. La verdad era que en esa época no resultaba muy difícil encontrar barrios así. Los ricos vivían en castillos y mansiones mientras que el resto, tenía que afrontar las épocas de hambruna y epidemias, a parte de los fuertes impuestos que les imponían. En el centro de España era donde se hallaba la sede de la Inquisición y donde más autos de fe y crucifixiones se llevaban a cabo. 

Según caminaban por las calles, se podía leer diferentes pasajes bíblicos inscritos en azulejos. En los estantes de las tiendas apenas había productos, sin embargo, unos tarros de cristal destinados a recaudar fondos para la Inquisición estaban repletos de pequeñas monedas de bronce. En las librerías, el libro que más destacaba era la Biblia junto con la frase "la Palabra de Dios" resaltando entre los manuscritos de cuero. Era el único libro que se confeccionaba en las imprentas. La mayoría estaban todavía escritos a mano. También destacaba un pergamino expuesto a la vista de todo el mundo con una lista de lo que estaba prohibido leer.

—¿Os imagináis a Metatrón diciendo esas cosas?
—Este sitio apesta. ¿No conocen que hay una cosa que se llama alcantarillado?
—Se ve que no.
—Deberíamos denunciar a la Inquisición, en serio.

Una rata salió de detrás de unas cajas abandonadas. Se escucharon numerosos gritos al otro lado de la calle. Decidieron ir a echar un vistazo a aquel tumulto. Un hombre que parecía de clase media no paraba de protestar y lloriquear porque le habían robado el dinero con el que iba a alimentar a su familia durante ese mes.

—Quizás podríamos ayudarle. El ladrón no debe de estar muy lejos.

Detrás de un contenedor de basura vieron a un hombre de apariencia bastante sospechosa que intentaba ocultar su rostro.

—¡Pero será imbécil! Si yo fuese él me habría largado corriendo de aquí.

Sus compañeros fusilaron con la mirada a Haziel.

—Yo me encargo de esto —aseguró Yael.

Tras amenazar al delincuente hasta el punto en que dio todo lo que había robado y le suplicó que no le hiciese nada, regresó triunfante junto a los demás.

—Ya está —anunció, complaciente, mientras se frotaba las manos.
—Bien, yo se lo devolveré a su dueño.

Y dicho esto, Haziel le arrebató al joven la cartera de cuero grasienta y se fue corriendo a devolvérsela a su propietario. Las mujeres que habían acudido a consolar al afectado le cubrieron de gloria.

—Esto está tirado.

Cuando ya habían puesto rumbo a otro lugar, las sirenas de la Inquisición irrumpieron en la escena. Iban todos con sus uniformes y en sus vehículos especiales. Arrestaron al hombre al que acababan de ayudar.

—¿Pero qué...?

Aquel hombre resultó ser un traficante de niños que los secuestraba para vender sus órganos en el mercado negro y el dinero que había conseguido lo acababa de obtener tras una de sus ventas.

—Genial. Hemos ayudado a un asesino.

—¿Es una persona, no?

—Esta gente ni son personas ni son nada —replicó Nathan fríamente. 

Se dirigió a un puesto en el que una señora mayor intentaba vender fruta a grito pelado. El ángel le compró todo. La mujer no cabía en su asombro.

—Esta fruta está un poco pasada, ¿no?


Nathan hizo caso omiso al comentario de Ancel y repartió toda la comida entre los mendigos y personas famélicas que poblaban la calle.

—Lo que cabía esperar de mi compañero —soltó satisfactoriamente Haziel—. Anda, será mejor que nos separemos de estos inútiles, nos irá mejor por separado.

Haziel agarró al ángel elemental y lo arrastró consigo.

—¿Acaso esto es una competición o algo por el estilo?

—Déjalo Yael, mira hacia allá.

El muchacho siguió con la mirada hacia donde apuntaba su amigo Ancel. Dos mujeres se estaban peleando con unos hombres. Les espantaron sin problemas. Las chicas parecían muy agradecidas y antes de que se diesen cuenta, saltaron a sus brazos. La que lloraba sobre el regazo de Ancel tenía el caballo castaño y sedoso y una mirada aguamarina que se le antojaba mágica y absorbente. La de Yael iba enfundada en encaje rojo y negro y labios teñidos de carmín. Su pelo olía a jazmín. El corpiño lo llevaba tan ajustado que daban ganas de arrancárselo para que pudiese respirar. Sin darse cuenta, la mujer le había llevado las manos hacia sus senos y se las apretaba con fuerza.

—Por favor... Tengo un hijo que alimentar. Sé hacer de todo.

Yael casi se atraganta con su propia saliva. La temperatura había subido de golpe y el corazón amenazaba con salírsele del pecho. No podía negarse a una mirada así.

***

—Bueno, ¿qué os ha parecido la Tierra? —les preguntó Gabriel una vez de vuelta en el campamento.

—Es un lugar horrible —exclamaban algunos.

—La gente se muere de hambre y padecen enfermedades terribles.

—¡Se matan entre ellos!

—Los fuertes se aprovechan de los débiles.

—¡Sólo piensan en dinero!

—Ya vais comprendiendo la realidad. Bien, contadme qué habéis hecho.


Los alumnos comenzaron a relatar sus experiencias mientras que el profesor lo iba anotando todo en un pergamino.

—Nosotros hemos estado en el norte de Europa. Había una fábrica que vertía sus deshechos en un río. Nos hemos encargado de que no vuelvan a hacerlo...

—Muy bien, la naturaleza hay que respetarla.

—...y para que comprendiesen el daño que estaban haciendo les dimos de su propia medicina.

—¡Sí! Hicimos que el agua de sus tuberías procediera del río al que habían estado contaminando. Seguro que no vuelven a hacerlo.

Gabriel se había quedado petrificado.

—Claro que no, ¡porque morirán intoxicados! Está prohibido hacer daño a los humanos. Tendría que denunciaros ahora mismo y probablemente seríais ejecutados.

Los alumnos se quedaron con la boca abierta.

—Pero es tan injusto que el ecosistema de aquel río...

—Ya basta. Siguiente.

—Pues nosotros le dimos un montón de dinero a muchos pobres.

—¿Dinero? ¿Para que se lo gasten en drogas? Sabía que no ibais a entender a lo que me refería con "buenas obras".

Gabriel siguió escuchando las peripecias de sus alumnos durante un buen rato. Durante todo ese tiempo, Yael y Ancel habían permanecido en silencio, más bien desde que se había vuelto a juntar.

—¿Se puede saber qué os pasa? —les susurró Nathan.

—Bueno, a ver vosotros que tal —les llamó la atención Gabriel.

—Pues... Esto... Le devolvimos el dinero a un hombre que le habían robado... ¡Y ayudamos a mucha gente que se estaba muriendo de hambre! —soltó, triunfante, Haziel.

—No está mal, pero ¿y qué ha pasado con el incendio?

Nathan y Haziel se miraron sin saber de qué estaba hablando.

—¿Qué incendio? — preguntaron al unísono.

—He oído que se ha producido uno muy cerca de donde vosotros estabais. Como Nathan es un elemental del fuego, pensé que habríais ido a ayudar.

—Genial, y nosotros llamando a todas las puertas como si fuésemos vendedores a domicilio...
El profesor negaba con la cabeza en silencio mientras seguía escribiendo.

—Bueno, ¿y vosotros dos?
—Esto... —a Ancel se le atragantaban las palabras todavía con el recuerdo tan vívido de la experiencia.
—Hemos ayudado a unas mujeres que las estaban amenazando y eran madres solteras...
Por el rubor de sus mejillas y la mancha carmín en la comisura de los labios de Yael, a Gabriel no le costó mucho entender lo que había pasado realmente. La pluma con la que estaba escribiendo se le partió por la mitad.

—Lo que faltaba... Vuestras primeras horas solos en la Tierra y ya habéis sido tentados. Muchos de vosotros deberíais plantearos si lo que queréis es pertenecer al coro celestial. —Aunque lo peor para él no era eso, sino que colaboraran con algo tan terrible como la prostitución. Esas mujeres seguro que estaban desesperadas y esperaban más ayuda por parte de los ángeles. No entraba en su concepto de "buena acción" aprovecharse de unas humanas vulnerables.

Gabriel parecía enfadado de verdad. Su rostro ya no inspiraba la confianza y tranquilidad que normalmente solía mostrar. Más bien se asemejaba a un verdugo que en cualquier momento sacaría su guadaña y les decapitaría allí mismo.

—No voy a contarle esto a nadie, pero que sepáis que me la estoy jugando por encubriros. Marchaos y reflexionad sobre esto.

***

Ya habían aparecido las primeras estrellas cuando los estudiantes empezaron a retirarse. Los chicos fueron a reunirse con Evanth, Lisiel y Amara en la recepción del hotel. Ellas parecían bastante entusiasmadas. Habían estado probando su puntería con el arco y estaban bastante contentas con el resultado.

—¿Pero no me vais a contar qué es lo que habéis hecho? —les preguntó Nathan intrigado.

—Déjalo, no lo entenderías.

—¿Cómo que no lo entendería? Ni que fuese corto de entendederas...

—¿Qué tal os ha ido a vosotros? A Gabriel no se le veía muy contento —les preguntó Evnthel, muerta de curiosidad.

—Bueno... Hemos pasado la mañana dando vueltas por el bosque y hemos ayudado a muchas personas.

—¿En serio? —se interesó Amara.

—Pues ya me fastidiaría a mí tener que dormir en una tienda de campaña teniendo este hotel —se rió el elemental de hielo.

—Yo lo que quiero es empezar a luchar ya, que lo de ayudar a la gente está muy bien, pero misiones de éstas secundarias ya hemos hecho varias —se expresó Nathan.

—Pues a mí me gusta más lo que habéis hecho vosotros— respondió Amarael. El chico sintió que había metido la pata—. ¿Yo también podría irme por ahí a ayudar a la gente?

—Seguramente. Pregúntale a Iraiael por si acaso.

—Evanth, lo que no entiendo es qué ves en Haziel...

A Amara le había parecido buena idea. Se levantó y se despidió de ellos para ir a buscar a su profesora. La encontró en los jardines del hotel sentada en un banco junto a Gabriel.

—Esto...
—¿Ocurre algo?
—¿Es posible hacer lo que los chicos han hecho hoy?
—En tu tiempo libre puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando no vayas a algún lugar prohibido y no quebrantes las normas.
—Muchas gracias, profesora.
—Ahora deberías irte a descansar para mañana darle una paliza a los hombres. Mañana toca clase conjunta —su blanca sonrisa destacaba sobre su piel de azúcar moreno. La joven le devolvió la sonrisa.
—Será divertido.

Por primera vez se sentía feliz de ser un ángel. Iba a poder elegir a quién ayudar y cómo. Cuando se hubo separado de ellos, sin pensárselo dos veces, alzó al vuelo.

—Es encantadora, ¿verdad, Gabri?
—Sí, no como los míos...
—¿Tan mal lo han hecho?
—Son jóvenes, así que les entiendo, pero hay cosas... Son vengadores, arrogantes, avariciosos y se dejan tentar con facilidad.
—Pues como uno que yo me sé —le susurró al oído mientras le pasaba coqueta el dedo índice por sus labios—. Cuando apaguen las luces, te espero arriba.
—Iraia, es mejor que durmamos separados. Tenemos que dar ejemplo.
—¿En el Cielo con todos los ángeles vigilándonos no te importaba y ahora que prácticamente estamos solos...?
—Raphael ya me ha amenazado, además, hoy no me encuentro bien. Necesito descansar.

Le dio un beso seco en la mejilla y se marchó con aire apesadumbrado.

*******

N.d.A:  En este universo no existe Jesucristo, por lo que no tiene mucho sentido hablar del  cristianismo ni de sus variantes y las iglesias del judaísmo se llaman sinagogas y cómo desconozco cómo de diferentes son, prefiero no meter la pata y hablar de una especie de religión que adoran a los ángeles, con valores judeocristianos, por lo fácil que resulta que los lectores lo comprendan.

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