19. Marionetista

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Este capi me costó mucho escribirlo en su día, espero que os guste^^

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27


A la mañana siguiente, Nathan había decidido madrugar para entrenar algo antes de las clases. Ya había pasado una hora desde que amaneció, por lo que los rayos de sol ya habrían podido calentar el mundo. No le gustaba la noche, pues ya había notado que cuando hacía calor se sentía mucho más fuerte.

El dulce chapotear del agua invocó su atención. Se acercó sigilosamente al río y se quedó de piedra cuando descubrió a Amarael bañándose completamente desnuda y lavando su ropa. Se sentía culpable de estar allí y, al mismo tiempo, agradecía a Dios su existencia. Su cuerpo no parecía querer reaccionar, por lo que lo único que podía hacer era contemplarla en silencio. 

Parecía el ser más inocente y puro de la creación divina. La chica no era consciente de que la estaban observando mientras tarareaba una melodía parecida a una canción de cuna. Su melena se había vuelto de los colores del arco-iris, arrancando rayos de luz tornasolada que teñían las cristalinas aguas.

Una popular leyenda habla de un ave paradisíaca que tras su vuelo va dibujando un rastro de arco-iris, cubriendo al mundo con su manto multicolor. Los colores sólo existen para los ojos humanos, un obsequio de Dios. Cada color tiene su propia frecuencia y longitud de onda. Tan sólo son luz, tan sólo fantasía. Pero incluso los demonios quieren tener esos ojos para no perderse un espectáculo así.

Nathan se sintió terriblemente sediento. Deseaba con todo su ser sumergirse en aquellas mismas aguas que acariciaban el cuerpo de la joven y beber de ellas. Su embelesamiento le distrajo de la enorme araña que tejía cuerdas negras sobre su espalda. No reaccionó hasta que un escozor en el hombro derecho se hizo demasiado intenso. Al verse obligado a girarse, se encontró cara a cara con uno de los siervos del mismísimo Astaroth: el demonio femenino Zemunín.

El ángel intentó desenvainar su espada rápidamente, pero descubrió que no podía mover el brazo. Lo intentó con el resto de su cuerpo, pero tampoco pudo. Algo pasaba con su cuerpo. Se giró hacia su enemigo con el ceño fruncido y contempló con repugnancia cómo unas enormes y viscosas arañas corrían por el cuerpo de la demonesa y se introducían por debajo de la poca ropa que llevaba entre sus muslos. El elemental lanzó una llamarada y esta vez sí que surtió efecto. El fuego le dio de lleno y profirió un alarido de dolor. Nathan sonrió triunfante, sin embargo, el sabor de la satisfacción no le duró demasiado. Zemunín se había medio incorporado y se reía de forma malévola y ruidosa. Algo tiró del cuerpo del ángel, haciéndole apuntar a Amara que seguía bañándose en el río despreocupadamente.

—¡Amara, cuidado! —le avisó, temiéndose lo peor.

La muchacha se volvió, sobresaltada, para encontrarse con una bola de fuego que surcaba el aire directo hacia ella. Afortunadamente, pudo apartarse a tiempo y el ataque cayó sobre el río, produciendo una gran nube de vapor al enfriarse con el agua. Amara intentó vestirse apresuradamente mientras sufría un ataque de tos por culpa del humo que había tragado. No entendía qué había pasado. ¿Acaso su amigo quería matarla? Eso no podía ser así porque entonces no le habría avisado, aunque también podía haberse arrepentido en el último momento... Entonces fue cuando pudo percibir una presencia maligna muy fuerte y no se trataba de Caín precisamente.

Cuando dirigió de nuevo la mirada al joven ángel, se encontró con una terrorífica mujer muy pegada a la espalda del chico, arañando suavemente sus sagradas mejillas con unas uñas tan largas que se curvaban hacia abajo. Esa criatura no era una mujer, sino una bestia con apariencia semihumana. Algunas partes de su cuerpo estaban recubiertas por un pelaje marrón y brillante, como sus largas piernas. Los pechos descubiertos estaban perforados por diferentes adornos y dos cuernos nacían bajo la superficie de su cabello negro, retorciéndose al igual que sus uñas.

Nathan luchaba contra el aire por volver a ser el dueño de su cuerpo. Sentía una energía oscura introduciéndose en su interior como un veneno que se propagaba rápidamente por todo su cuerpo. Su cabeza se estaba volviendo muy pesada, extremadamente pesada, y se sentía cansado para luchar contra la gravedad. Zemunín seguía jugueteando con sus dedos sobre sus sienes y aproximando demasiado sus gruesos labios pintados excesivamente de carmín.

—¡Déjale en paz! —le pidió Amara.

—¿De veras crees que gritándome vas a conseguir algo? Eres una muchacha bastante estúpida.

Estaba claro que con ella no iba a conseguir nada intercambiando palabras, pero necesitaba tiempo para pensar en algo. Zemunín seguía hablando.

—Tienes un cuerpo muy útil y una cara muy mona. Podría aceptarte entre mis chicas.

Zemunín dirigía todo un harem de súcubos y las prostitutas le rendían culto en busca de protección, ya que los ángeles no se atrevían ni a mirarlas a los ojos.

Amara no se dejó engañar por la charla y no le pasó desapercibidas las diminutas arañas que salían de su pubis, mezclándose con el oscuro pelaje de sus extremidades y avanzando sigilosamente por la hierba. Cargó su mano con energía y les dirigió un rayo de luz que acabó con ellas rápidamente. La demonesa se quedó contemplando a la joven muy seriamente, evaluándola.

—Acaba con tu amiguita —le ordenó, fríamente.

Nathan sólo sentía oscuridad y sueño. A lo lejos percibía vagamente el sonido de unas voces demasiado difusas para prestarles atención. Cuanto más se hundía en ese sopor oscuro, más crecían esas voces. Descubrió que no eran tantas como pensaba, sino solo una, aguda e irritante que no cesaba de reír. Las carcajadas apelaban su mente, confundiéndolo aún más. Eran muy molestas, tenía que librarse de ellas. Descubrió que tenía su espada envainada sobre su cintura. La despedazaría hasta que saliese de su cabeza.

Amara no quería luchar contra él y, sin embargo ahí estaba, defendiéndose como podía de las violentas estocadas que su amigo le dirigía. Ella se protegía con una ligera y corta espada que usaba en el Entrenamiento, pero Nathan era demasiado fuerte. Una espada de akasha normal no podría crearle heridas demasiado graves, pero la hoja brillaba, insuflada por una extraña energía. Amara intentó crear una ilusión de sí misma para engañarle, pero no funcionó. También intentó engañar al demonio, pero Nathan seguía atacándola. Tenía que despertar a su amigo como fuese, si le dañaba no se lo perdonaría nunca. Había algo extraño en todo ello, y eso le inquietaba. La presencia oscura era demasiado fuerte. ¿Quién sería aquella mujer? ¿Qué quería de ellos? Decidió probar de nuevo la misma ilusión, pero esta vez ella se desmaterializaría, aunque sabía que eso la iba a agotar demasiado. 

Pareció funcionar, porque Zemunín no la vio llegar y pudo hundir su espada en el abdomen de la criatura. Más arañas salieron de su interior, trepando por el akasha y Amara soltó rápidamente la empuñadura, retrocediendo hasta que topó con algo.

—Ya es suficiente, Zemunín. Regresa con Aamon a que te cure esa herida —dijo la voz a sus espaldas.

Amara se giró, sobresaltada al sentir el frío clavándose en su cuerpo. Descubrió a un hombre muy delgado, de melena azul eléctrica y con la cara pintada de blanco y adornada por diferentes símbolos púrpuras.

—Como ordene el amo —respondió ella, y obedientemente, desapareció. La espada de Amara osciló en el aire y cayó sobe la hierba.

—Deberías arrodillarte ante mí, chiquilla. No todos los días alguien se encuentra con el gran duque infernal.

"¡Astaroth, el Desdichado!" El tesorero del Infierno. Amara recordó las palabras que una vez le había dicho Caín sobre este demonio. Se trataba del que estaba en la sala V.I.P. del InsanitY. El miedo se clavaba en su akasha.

—No deberías poner esa cara, pequeña. Es injusto todo lo que se ha dicho sobre mí —dijo en un tono de aparente inocencia que a la muchacha le aterró más que si simplemente hubiese rugido—. Para que veas mis buenas intenciones, tengo algo para ti —recitó, quitándose la chistera de forma elegante y haciendo una reverencia—. Sin miedo, meta su delicada mano en el sombrero —le pidió, tendiéndoselo.

Amara asustada, retrocedió unos pasos intentando alejarse lo más posible de él, sin embargo Astaroth seguía insistiendo acercándose aún más a ella. Daba igual cuantos pasos diera ella para alejarse, que él los volvía a andar.

—No soy tan tonta como para hacerte caso.

—Señorita, no tengo todo el día —exclamó fingiendo estar dolido por su rechazo—. Y yo que pensaba que su amigo le importaba...

Amara se giró hacia Nathan, del que su cuerpo seguía allí, inmóvil como un muñeco sin vida, pero ella sabía que en realidad su conciencia no estaba ahí. El demonio comenzó a mover sus dedos dramáticamente, simulando que tocaba teclas de aire matutino sobre un piano invisible de la humedad del rocío. El cuerpo de Nathan comenzó a moverse, formando extraños símbolos con las manos.

—Tu amigo está ahora bajo mi control. Si quiero, puedo hacer que coja su propia espada y hacer que se rebane el cuello, así que por favor, no sea descortés conmigo y meta la mano.

Amara ya había sospechado de que no era Zemunín la que controlaba al elemental, pero ver a alguien tan importante allí le seguía sorprendiendo. No tuvo más remedio que alzar una temblorosa mano e introducirla en la chistera. Tanteó con los dedos, insegura, algo acartonado, para después agarrarlo con más fuerza. Astaroth enarboló una sonrisa de satisfacción y ella sacó la mano. Entre sus dedos sostenía lo que parecía una invitación. En realidad era una entrada al teatro Leroux, según ponía en el panfleto, en Niza. El cartón amarilleaba, dotándole antigüedad a la entrada. En letras púrpuras y doradas venía la siguiente inscripción:

ARS LONGA VITA BREVIS(1)

Cuando Amara alzó la mirada, ya no quedaba rastro alguno ni del archiduque ni de Nathan. Lo único que tenía era esa entrada que la llevaba directa a una trampa. Las experiencias que había adquirido en los últimos días la habían hecho aprender que lo más sensato sería pedir ayuda a los arcángeles. Aún así, esa opción no le convencía. Podía resultar egoísta, pero era ella la que había metido en ese lío al joven ángel. Si de verdad tenía tanto poder como le habían dicho, tenía que ser capaz de rescatarle por su cuenta. Ya había causado bastantes problemas, no involucraría a nadie más. Miró una última vez la misteriosa entrada y la decisión ya la había tomado.

* * *

El primero que lo detectó fue Jofiel. Avisó rápidamente a los demás y en seguida se teletrasportaron a la velocidad de la luz al lugar donde había transcurrido el enfrentamiento. Parte de la vegetación mostraba quemaduras en forma de medialunas negras.

—Es demasiado fuerte para ser un demonio cualquiera —sentenció Serafiel mientras los demás seguían analizando los restos de la batalla.

—¿Pude tratarse de tu hermano? No sería la primera vez que intenta causar el caos entre los estudiantes con sus flechas amorosas —le preguntó Raphael al arcángel Chamuel. Éste negó suavemente con los ojos cerrados.

—No ha sido Kamadeva. Puedo sentir que no ha sido él.

Raphael no quiso insistir más. Sabía que a su compañero no le gustaba hablar de eso.

—Caín tampoco ha sido —señaló Serafiel.

—¿Y quién sino puede burlar las defensas? —cuestionó Jofiel. El diablo ya había penetrado sin más en Shejakim, algo mucho más imposible.

El Gran Médico se inclinó sobre la hierba para examinar más detenidamente los restos del polvo de arañas que Amara había aniquilado. Puso una mueca de repugnancia cuando sus dedos se enredaron en la viscosidad de una extraña sustancia negra. Rápidamente se purificó a sí mismo.

—Esto ha sido obra de Zemunín —concluyó.

El príncipe de los serafines les indicó con un gesto que se cubriesen su rostro con las alas y así lo hicieron. Serafiel comenzó a emitir una luz muy brillante y de sus resplandecientes alas comenzó a caer una lluvia de polvo plateado con la que comenzó a salpicar la atmósfera. Cuando los arcángeles volvieron a destaparse el rostro, una neblina tornasolada cubría la zona. Escudriñaron con la mirada la niebla mágica y apreciaron la sucesión de imágenes que iban recreando lo que había sucedido instantes antes. La preocupación se acrecentó.

—Últimamente la nobleza infernal parece muy interesada en esta chica —señaló Serafiel.

Raphael volvió a desplegar sus alas, dispuesto a marchar a Niza lo más rápido posible.

—No tan deprisa, Raphael. Yo no te he otorgado permiso para que vayas.

—Pero... —protestó.

—Irá Chamuel.

—¿Chamuel?

El susodicho hizo una leve reverencia y desapareció en un haz de perlinas y rosáceas plumas.

—¿Quién es esa joven, Raphael? —le preguntó el serafín acercándose hacia él.

—La encontré en las ruinas de Zevul, cuando su cuerpo material todavía era muy joven. Después la llevé ante Metatrón para que recibiera el bautismo.

—Sabio Jofiel, ¿qué opinas de todo esto?

—Es bastante extraño todo, pero Metatrón la aceptó. Así como con Gabriel no cesaba de repetir su nombre, signo que nosotros malinterpretamos, de Amarael no dijo nada.

El príncipe de los serafines se quedó reflexivo unos instantes hasta que tuvo claro lo que iba a hacer.

—Raphael, vamos a necesitar del anestésico más fuerte del que dispongas.

* * *

Al principio Amara pensó que se había equivocado de dirección, pues el edificio que se extendía ante ella parecía que había caído en desgracia hace tiempo. Aún así el arquitecto había hecho un gran trabajo, pues, en otros tiempos, los grifos que adornaban lo que parecía un palacete habrían resplandecido entre los derruidos edificios del vecindario. La tela de los toldos estaba descolorida por la lluvia, pero no le era difícil imaginarse el brillante púrpura y el sangrante rojo con el que habrían destacado, dotando algo de color a los oscuros callejones. Se asomó por una de las numerosas ventanas. El cristal estaba muy sucio y el interior muy oscuro. Descubrió que uno de los cristales estaba roto. Fue a acercarse a él cuando sintió un chasquido eléctrico y un gato maulló. Se apartó, sobresaltada, para encontrar la causa. Sobre la azotea se había iluminado un enorme cartel, que en luminosas letras recitaban la misma frase que aparecía en la entrada:

ARS LONGA VITA BREVIS

La estaban esperando y así la recibía el teatro Leroux. Las luces funcionaban con electricidad, por lo que tenía que pertenecer sin duda alguna a los demonios. Ahora pudo apreciar unos carteles que antes habían pasado desapercibidos. En ellos estaba impresa la fotografía de un joven que a Amara se le antojó muy hermoso. Sus delicados rasgos se veían resaltados por unos purpúreos cabellos, muy oscuros. Las facciones del joven eran muy agradables e irradiaba una carismática sonrisa. "Denis Allard", venía escrito en letras bien grandes. Seguramente se trataba del que antes había sido la gran estrella del espectáculo.

Se acercó al enorme portón. Era de madera, pero estaba muy bien cuidada, al contrario que el resto del edificio, que parecía que en cuanto soplase el viento se derrumbaría. Con apenas empujarla un poco, se abrió sola. Estaba bien engrasada ya que no rechinó. Por dentro el teatro era más grande de lo que parecía por fuera. Estaba completamente a oscuras y a penas la luz de la calle se filtraba a través de los polvorientos cristales. Olía a cerrado y a madera vieja. El suelo crujía bajo sus pies. En la atmósfera flotaba una nube de partículas corpusculares que hacían el aire más denso. Se encontraba en el recibidor, donde antes debió de haber habido numerosos puestos con comida. Ahora sólo quedaba una vieja freidora de maíz. También había unos extraños bultos de diferentes tamaños tapados por una tela negra, también polvorienta. A cada paso que daba, la madera resonaba y una pequeña nube de polvo se levantaba. Al fondo del todo una habitación tenía la luz encendida. Amara se dirigió hacia allí con el corazón en un puño. Las paredes estaban pintadas completamente de amarillo pastel y en la pared del final colgaba un enorme espejo. Enfrente de dicho espejo una figura de cera, del tamaño de un humano adulto, yacía sentada contemplando su inerte reflejo sobre la reflectante superficie. Su largo cabello del color de las flores de la belladona caía formando perfectos bucles. Iba vestida con un vestido de terciopelo negro. 

La cabeza de la figura se giró, sonriéndole. 

Amara, asustada, salió corriendo de allí. Atravesó un estrecho pasillo que la condujo a una estancia aún mucho más amplia. Allí los rayos de sol no tenían lugar. Estaba en el salón principal, pues varias hileras de butacas se hallaban dispuestas de forma horizontal ante el enorme escenario, que tenía las cortinas echadas. La joven se abrió paso entre los asientos que, para su asombro, estaban ocupados por más muñecos. Algunos eran simples marionetas sin vida, cuyas cabezas colgaban sobre su propio cuello, y otras resultaban estar hechas de cera por el espeluznante realismo. Parecían personas vivas, pero no lo estaban, no eran más que muñecos inertes. Tenía la seguridad de que si su amigo estaba allí, lo encontraría detrás de las pesadas cortinas. Un órgano comenzó a sonar y unas figuras espectrales aparecieron flotando por toda la sala. Adoptaban diferentes figuras: gusanos gigantes, payasos, formas humanoides... pero a ella eso no le asustaba. No era tan ingenua como para caer en un truco de luces y efectos visuales. 

El silencio volvió a hacerse y unos focos de luz blanca la iluminaron. El escenario también se iluminó. Unos engranajes comenzaron funcionar imitando el chillido de varias bestias nocturnas. Una plataforma se fue elevando en el centro del escenario y sobre ella se avistaba la silueta de una figura alta y delgada. Una melodía lenta y pesada, tocada por un desafinado órgano, acompañaba la actuación. Los engranajes cesaron de gruñir y la luz de los focos cambió. Ahora la silueta era algo más que una oscura figura a la que la intensa luz no dejaba ver bien. Esa silueta tenía el nombre de uno de los príncipes infernales. Astaroth sonreía maliciosamente desde lo alto de la plataforma, sosteniendo su sombrero. Tres figuras espectrales, con aspecto de damas lloronas, revoloteaban en torno a él. El volumen de la música bajó para hacer más audible su infernal voz.

—Arte: la expresión del talento. Los hombres siempre han querido complacer a los dioses haciendo gala de su talento, tanto en el arte de matar como en el de pintar, esculpir, tallar o actuar. Las primeras representaciones del teatro en Occidente surgieron como rituales en honor a Dionisio. Yo tengo una definición mejor para el arte que me gustaría compartir con vosotros, querido público. El arte es el intento de imitar a Dios e, incluso, de intentar superarlo porque efectivamente, el mayor artista es él sin duda alguna, y su obra magna, "El Mundo". Todo esto es un teatro, el universo es el decorado y nosotros, los actores a los que nos han entregado un guión en blanco y debemos ir improvisando. Nos está saliendo todo un drama, estará orgulloso de nosotros.

»Yo sólo soy una pobre marioneta interpretando el personaje de Astaroth. Es un papel algo complicado, ¿sabéis? Además es muy triste, pues yo no soy más que un pobre ángel caído en desgracia injustamente. Fui acusado sin prueba alguna y obligado a abandonar mi hogar para vivir en otro sitio mucho más feo y cruel. Pero no os aflijáis, pues algún día Astaroth volverá a su hogar, ocupando el lugar que le pertenece. ¡Oh, claro que volverá! Pero ahora no es momento para hablar de eso. Tenemos una invitada especial y no queremos aburrirla, por eso la representación de hoy va a ser muy especial. Una trágica e intensa historia de amor que estoy seguro que conmoverá al público. Ante todos vosotros: "El ángel al que le arrebataron el corazón".

El pesado telón se abrió, dejando paso a un escenario polvoriento y pobre en decorado. El fondo parecía dibujado por niños pequeños, con un sol amarillo y sonriente y casas con cuatro ventanas cuadradas. El suelo recordaba a un hervidero de serpientes, pero no eran más que cables. Y en medio de todo ello estaba Nathan, cuyo aspecto no distaba mucho del de las figuras inertes. Amara quiso pegar un grito, para despertarle, pero unas manos enguantadas taparon su boca, callándola y reteniéndola inmóvil en el sitio. Se trataba de la muñeca de la habitación amarilla, que ahora estaba detrás de ella, sosteniéndola. La joven forcejeó, pero era inútil. Lo único que podía hacer era seguir mirando.

—Érase una vez un angelito que estaba enamoradísimo de su mejor amiga, pero como era pecado, tenía que hacer penitencia.

Nathan comenzó a moverse, pero sus movimientos eran más propios de una máquina que de un ser vivo. Cogió un látigo con espinas que había en una mesa y comenzó a flagelarse él mismo. El auditorio se llenó con los gritos del joven y el suelo se manchó de retazos de piel arrancada.

"¡No!", quiso gritar Amara, pero no pudo emitir sonido alguno. Intentó morder la mano que la oprimía, pero sólo consiguió que lo hiciese con más fuerza.

—"Tganquilísate" —le susurró una perfecta voz varonil —. Caín me ha hablado de ti.

"¿Caín? ¿Va a venir?", le preguntó mentalmente.

—"Clagó", "pog" eso hay que "estag pegfecto paga" él, pues sus lindos ojos sólo se "meguesen contemplag lo mejog."

Los latigazos cesaron y Astaroth siguió narrando su macabro relato.

—Mientras tanto, ella le ignoraba por completo jugando a seducir y ser seducida por un diablo.

Aparecieron en escena dos marionetas más, una parodiaba el estilo de Caín con los ojos excesivamente pintados de negro y la otra poseía largo cabello rubio y una sonrisa estúpida en toda la cara. Al contrario de las demás, éstas se notaban que no eran más que meros muñecos de madera. Los focos cayeron sobre ellas y comenzaron a girar bajo el ritmo de una música alegre e infantil. Pétalos blancos caían desde arriba en forma de nieve, mientras que el pobre Nathan yacía en un rincón apartado y oscuro.

—El tiempo pasó y no había noticias del encantador diablo, así que ella decidió invocarle, pero para ello necesitaba ayuda, por lo que se aprovechó de su amigo y le utilizó.

—Nathan, vamos a jugar un juego, ¿vale? —prosiguió Astaroth, adoptando un falso tono femenino, como si la marioneta de Amara hablase.

—¡Claro! Sabes que por ti haría cualquier cosa. —Los labios de Nathan se movieron, pero la voz que salía de ellos era la del duque infernal.

—Te voy a vendar los ojos. —La marioneta sacó un pañuelo y con ello le vendó al elemental. Amara se temió lo peor —. Ahora extiende los brazos, así, ¡muy bien! —Y dicho esto, cogió un cuchillo de la misma mesa donde estaba el látigo y cortó las muñecas al pobre ángel. La sangré fluyó, cayendo sobre una flor que habían puesto en medio. Unas sombras macabras aparecieron alrededor de ellos, imitando los extraños espectros que habían danzado alrededor de ellos, haciéndole revivir a Amara aquella fatídica experiencia.

"Por favor, que pare esto. Dile a Astaroth que haré cualquier cosa, pero que deje a Nathan, que se detenga este espectáculo, por favor..."

—Eso no le "gustaguía" al "señog" Caín. Ya me avisó de que "diguías" algo así. —Amara volvió a retorcerse—. Si no te estás quieta, te "dolegá" más —le susurró esta vez, amenazadoramente. Los labios de la muñeca estaban peligrosamente cerca de su lóbulo y sonaban afilados. Besó sus mejillas de akasha, pero no fue un beso tierno ni placentero, sino que le abrasaba. La fría materia oscura estaba destrozándole la piel —. Y sólo ha sido un beso, mis "caguisias" son más "agdientes."

—Pero Caín no iba a permitir que nadie le robase a su víctima, así que se hizo el héroe.

—¡Tachán! Ya estoy aquí, bomboncito.

—Y claro, ella no pudo resistirse a su salvador, por lo que salió corriendo a sus brazos, olvidándose por completo de su pobre amigo, que volvía a quedar renegado a un segundo plano.

—¡Caín! Corro hacia tus brazos, no me sueltes.

—El angelito, cegado por su amor, en vez de ver la realidad que era que había sido utilizado, pensó que esa malvada criatura le había hechizado, por lo que se lanzó al ataque.

El escenario ardió en llamas. Amara agradeció a Dios que el fuego no fuese un peligro para Nathan. Unas marionetas chamuscadas se enzarzaron en un  duelo ridículo mientras seguían ardiendo. La marioneta de Caín lanzaba sablazos a diestro y siniestro ante un Nathanael que apenas se defendía.

—¡No! Caín, olvídate de él y mírame, ¡estoy desnuda! Si quieres tómame delante de él que así sufrirá más.

La verdadera Amara sólo podía distinguir siluetas alargadas y naranjas, pues sus ojos se habían llenado de lágrimas. No se sentía con fuerzas de seguir con los ojos abiertos. El telón volvió a echarse, ocultando el incendio y la música del órgano desafinado volvió a sonar y las luces encuadraron de nuevo a Astaroth.

—Hasta aquí el primer acto, pero ¡no se vayan que queda lo mejor! Tengo el placer de presentarles a continuación: La flecha egoísta, El baile de cristal y el gran final en un teatro abandonado. ¿No estáis deseando conocer el final?

Por supuesto que Amara no iba a permitir que llegase el final.

"Cuidado con el titiritero embustero pues sólo sabe de trucos e ilusiones, mas, si le quieres ganar, a su juego has de jugar."

Eso era lo que Caín le había dicho por última vez. Se trataba de los versos de una canción popular que Amara había podido escuchar varias veces durante su estancia en la Tierra, por eso no le había dado mucha importancia, pero ahora todo comenzaba a cobrar sentido. 

Astaroth llevaba todo el tiempo moviendo los dedos, como si estuviese tocando el piano. Cambió de plano para poder percibir algo más que antes se la escapaba. Para su sorpresa, unos hilos negros salían del cuerpo de su amigo, que seguía al otro lado del telón con el fuego ya extinguido, y que estaban conectados a los largos dedos del demonio. Además, conducían una energía oscura que se introducía en el cuerpo del ángel, anulando su sistema nervioso. Aquellos eran los hilos que tenía que cortar. Las palabras de Caín daban a entender que tenía que conseguir engañar al enemigo. ¡Cómo eso sería tan fácil...! A un príncipe infernal no se le podía engañar tan fácilmente.

Ahora que había conseguido calmarse algo, se concentró en reunir toda la energía posible, como Caín le había enseñado a hacerlo. Su cuerpo comenzó a emitir una luz muy brillante, suficiente para deslumbrar a todos por unos instantes. En cuanto los brazos que la aprisionaban se debilitaron, ella se liberó y aprovechó el tiempo que había conseguido para acercarse a su amigo. La tela que les separaba a ambos era áspera y también estaba bastante descolorida. Se dispuso a abrirse paso a través del pesado telón, pero algo frío y oscuro se clavó en su hombro. Se trataban de los dedos de Astaroth.

—¿Adónde se cree que va? Ahí sólo puede pasar el personal autorizado.

El demonio, satisfecho, cernió sus manos sobre el delicado cuello, desvaneciéndose éste ante sus propios ojos. No le dio tiempo a expresar su furia ante este último hecho, pues algo caliente y afilado se hundió en su garganta, separando de un tajo la cabeza de su cuerpo. La cabeza cayó a cámara lenta hasta impactar con el suelo, levantando una suave polvareda entremezclada con sangre. Amara, aún jadeando, contempló los desparramados cabellos azul eléctrico esparcidos sobre el suelo de madera. Aún tenía la sensación que esos ojos desorbitantemente grandes le seguían mirando, burlándose de ella.

—El único final posible es aquel en el que los malos obtienen lo que se merecen.

Antes de volver a oír esa odiosa risa levantó una vez más su espada y la descargó con toda su furia, librándose de toda la rabia e impotencia que había sentido desde las butacas de los espectadores. Arremetió contra el cráneo las veces necesarias hasta que el sonido de los huesos resquebrajándose se hizo más fuerte que el de sus gritos de furia. 

Contempló, asustada, el estropicio que había hecho. Su vestido y ella estaban salpicados por la sangre infernal. Por un breve instante, sintió la fuerza escurrírsele entre sus dedos. Enfundó su espada aún ensangrentada y se dispuso a retirar de una vez las cortinas. 

Esta vez tampoco le fue posible porque una onda expansiva la expulsó hacia atrás, arrojándola hacia la platea. Desplegó las alas para evitar la caída, pero una lluvia de espadas apareció de la nada, dándole de lleno en sus hermosas alas. Cayó en un hueco que había entre el público y el escenario, que resultó ser una sala oculta equipada con grandes espejos que reflejaban las proyecciones de esos supuestos espectros. 

Amarael había quedado clavada al suelo y no podía moverse. Su reflejo se retorcía intentando liberarse, multiplicado por los diferentes espejos. Cuatro demonios aparecieron amenazantes ante ella. Una era Zemunín, la de antes. Los otros eran dos hombres y una mujer bastante mayor. El más alto tenía un cuerpo fibroso y la mitad izquierda de su cabeza la llevaba completamente rapada, mientras que dejaba que la otra mitad, peinada hacia la derecha, cayese como una cascada de cabello negro y lacio ocultando la mitad de su rostro. El otro demonio no poseía cabeza de humano sino de puma, y en lugar de ojos tenía dos rubíes rojos incrustados en sus cuencas.

—Oh, me da que el gorrión ya no va a poder volar más —se burló el de la cabeza de puma.

—Pruslas, ese chiste no ha tenido ninguna gracia.

Astaroth ya se había recuperado completamente y se asomaba desde lo alto del escenario, luciendo ahora una larga melena de un verde musgo intenso.

—No era un chiste, amo.

Astaroth emitió un gesto reprobatorio con la mano y centró su mirada en Amara.

—¿Lo ves? ¿Ves lo que tengo que soportar cada día de la Creación? El Infierno es tan aburrido...

—La verdad es que ha sido más divertido ver como machacaba tu cráneo —habló la mujer.

—No te he preguntado nada, Barbatos. Por cierto... Aamon —dijo dirigiéndose al de la cabeza rapada—, ¿por qué no me avisaste de esto?

—Ya se lo dije, es un elohim, su destino escapa de los designios de Dios, por lo que sólo puedo leer su vida hasta el presente.

Barbatos era la voz que podía oír el pasado y entender a los animales. Pruslas sentía el futuro a corto plazo y Aamón era el ojo lector de vidas.

—Ya me he divertido bastante, acabemos con esto.

Zemunín asintió y depositó una de sus arañas en el suelo. Era mucho más grande que el resto de arácnidos que habían atacado antes a Amara. Si conseguía inyectarle su veneno, sería el fin. Amara la pisoteó. Al aplastarla, estalló en un líquido negro y pegajoso, dejando su pie pegado al suelo.

—¿Es que nunca te vas a dar por vencida?

—Astaroth, tengo un acertijo para ti —le habló con determinación.

—¿Para mí? ¡Qué simpática! Lástima que ya me conozca todas las respuestas...

—Este es nuevo, lo he inventado yo.

El duque infernal se sentó sobre el borde, dejando las piernas colgando hacia el interior de la cámara espejada. Se inclinó hacia delante, hincando el codo en las rodillas y apoyando su cabeza sobre su mano.

—Cuéntame, chiquilla. A ver si tú eres más divertida que esta panda de idiotas.

—¿Ves ese interruptor de allí? —preguntó señalando la cajetilla de los fusiles de la luz—. ¿A qué distancia está desde aquí?

—¿Ése es el acertijo?

—No. Calculo que está como a unos siete metros. Si ahora voy y los apago, cuando llegue aquí todavía seguirá habiendo luz. ¿Cómo es posible?

—Sigo pensando que me estás vacilando. No voy a soltarte para que "apagues la luz".

—Puedes ir tú si quieres...

—¿Te piensas que el amo es idiota o qué, mocosa? —gruñó Barbatos.

—Sé por donde van los tiros —respondió Astaroth—. Ya te avisé de que me sé todas las respuestas. Es de día, por eso habría luz. Pero te aseguro que donde estamos nosotros no llegan los rayos. Las ventanas están demasiado sucias y aquí dentro apenas se filtran los rayos de sol, por lo oscuro que es el callejón.

—Yo sigo diciendo que sí que seguiría habiendo luz.

—Barbatos, la niña quiere jugar. Apaga el interruptor.

Barbatos, rechistando, obedeció las órdenes. Al apagar el interruptor, tras un fuerte chasquido, las luces del teatro comenzaron a apagarse una a una hasta que, efectivamente, quedaron a oscuras. Cerca de las ventanas había pequeños resquicios luminosos donde se podían apreciar las partículas del aire flotando, pero en el lado opuesto, donde estaban ellos, prácticamente gobernaba la oscuridad. Barbatos regresó a su sitio, ofendida por semejante tontería. Pruslas que había podido ver lo que iba a suceder, aprovechó para abandonar el lugar sin hacer ruido.

—¿Y bien?

Amara emitió una sonrisa cargada de astucia y empezó a resplandecer mucho más intensamente que como lo había hecho antes. Su luz blanca resultaba más radiante aún en la completa oscuridad y los demonios no tuvieron tiempo de protegerse los ojos. Cuando el resplandor cesó, Astaroth se llevaba las manos a la frente, aullando de dolor. Se había encargado de que su luz fuese visible en todos los planos, por lo que le había quemado el tercer ojo, el que otorga visión en el resto de planos. 

Unos aplausos procedentes de la platea comenzaron a hacerse más audibles. Los primeros eran golpes secos y lentos y, después, aumentaron su frecuencia. Caín, que permanecía sentado en una de las butacas del final, se levantó y comenzó a acercarse sin cesar de aplaudir.

—No ha estado mal la representación, aunque el que hacía de Caín no me ha terminado de convencer, le falta el carisma que destila el original. Sin duda lo mejor ha sido cuando Amara toda enfurecida decapita al mono de feria ese. Aunque lo de dejar ciegos a cuatro de los más poderosos demonios tampoco ha estado nada mal.

—¡Caín! —Amara no pudo contener un grito de alegría al saber que él había visto todo lo que había hecho ella.

—Debería darte vergüenza, Astaroth. No sólo desobedeces mis órdenes, sino que dejas en ridículo a la nobleza infernal.

—Oscuro Satanás, ¿cómo osa culparme de traición? —entonó con voz ofendida el aludido, a la vez que hacía una pomposa reverencia y se quitaba el sombrero—. Mira lo que tengo para usted. ¡Aamon! —llamó a su sirviente.

Éste extrajo un pequeño frasco de cristal con un líquido azul en su interior y se lo tendió a Caín.

—Con ello podrá devolverle su estado original a su pobre y desdichado amorcito. Yo mismo lo he conseguido de Samael para mi magnífico rey infernal.

Caín estudió detenidamente el frasco. ¿Sería eso posible? ¿Podría curar a Ireth? Sabía la respuesta de antemano. Apretó con fuerza su mano y el cristal estalló en diferentes pedazos, clavándose en su mano. El líquido, al caer sobre la madera carcomida, se volvió efervescente, provocando un agujero. El ácido también se filtró entre las heridas que se acaba de hacer y goteaba por su empapada mano. Con un simple movimiento de la otra, arrojó a Aamon hacia el otro lado del escenario, destrozando el decorado.

—Astaroth, yo te despojo de todos tus títulos y me encargaré de que recibas el dolor que se merecen aquellos que traicionan al Señor Oscuro.

—En el Infierno reina el más fuerte, desde toda la vida.

—Entonces tendría que hacer príncipe a ella —proclamó señalando a Amara, que seguía forcejeando por liberarse de las espadas y de la sustancia pegajosa que tenía en el pie—. Lucifer no se qué se habría tomado cuando te nombró duque, pero eso no quita que, aprovechando su estado, unos cuantos os nombraseis "príncipes". Ahora el que está al mando soy yo y  reharé el Infierno a mi manera. Ya no eres nada, Astaroth, así que yo de ti iría corriendo a buscar un amo fuerte al que servir.

Zemunín se arrojó con su instinto, pues los ojos seguían ardiéndole, sobre Caín, pero él la cortó por la mitad con su sable, desde la cabeza hasta el pubis, y la arrojó al suelo tras extraer el arma de su interior. Caín le lanzó también un rayo negro. Del tajo comenzaron a emerger miles de diminutas arañas peludas. Barbatos se llevó las manos a los oídos mientras caía de rodillas. Podía oír lo que decían los insectos y esos chillidos taladraban su mente. Las arañas comenzaron a devorar el cuerpo de su propia dueña. 

Amara tuvo que apartar la mirada de allí. Advirtió que Aamon se acercaba por detrás a Caín y le avisó. Cuando Caín se volvió, Aamon había conseguido enrollar su látigo de espinas en el brazo con el que blandía el sable y de un brusco movimiento, se lo dislocó, haciéndole soltar el arma. 

Caín consiguió romper el látigo, aunque las espinas se clavaron más profundamente. Se teletransportó justo detrás de su rival y, con otra descarga de energía, volvió a arrojarle contra la pared. Se acercó hasta su víctima abatida con calma y la levantó, enrollando su cola en torno a su cintura y le estrujó hasta destrozarle las costillas y reventarle las venas. Lo dejó caer sobre el suelo bruscamente. Caín se agachó, apoyando la palma de su mano derecha en la madera y un charco de oscuridad comenzó a tragar al demonio. Éste intentó salir de ahí, pero entre que no veía y el dolor, tan sólo conseguía hundirse más rápidamente. Finalmente su cuerpo fue engullido hasta que sólo la cabeza sobresalía a duras penas.

Te vas a quedar sólo —enunció Aamon con una voz que no parecía suya—. Poco a poco todos te abandonarán hasta que finalmente te pudrirás en tu soledad. Y ella será una de las primeras en hacerlo. Después le seguirá ese ángel que ahora tanto defiendes, Viento, tus sirvientes... Eso es lo que he visto en tu destino. Lo único que podrás hacer es esperar a que la oscuridad te consuma.

La voz se fue extinguiendo hasta que desapareció en esas arenas movedizas. El suelo volvió a la normalidad tras consumirlo. Caín se había quedado muy serio, pues sabía que las lecturas de Aamon siempre se cumplían. En realidad no era más que un dejavu, ya que Metatrón y Brella ya se encargaban de recordárselo. Ireth no le iba a abandonar, no lo permitiría. Ella le quería, había podido sentirlo en esa celda, cuando unieron sus cuerpos definitivamente. Agitó la cabeza para sacarse esos pensamientos inútiles y su cabello se le descolocó momentáneamente, para después volver a su sitio como por arte de magia. Se dirigió hasta donde estaba Astaroth, que seguía lamentándose.

—Maldito traidor de Superbia...

—Aquí el único "tgaidog" que hay "egues" tú. Los demonios "segvimos" a "nuestgo" Satanás.

La muñeca de antes estaba allí, mirando sonriente a Caín. Esa sonrisa Amara ya la había visto antes, en el cartel de Dennis Allard. Entonces era él. No le había reconocido por las ropas que llevaba.

—¡Dennis Allard!

—¿Me conoces? —la preguntó, entusiasmando—. La "vegdad" es que soy bastante "populag". ¿Sabes lo que es el cine? Ahoga estoy "godando" una película. Tú también "egues" muy "hegmosa", "podguía conseguigte" un papel.

Resultaba gracioso y surrealista escucharle hablar de esas cosas con ese falso tono afrancesado, después de todo lo que acababa de pasar.

—Caín, te digo lo mismo que a esos estúpidos ángeles. ¡Yo nunca olvido y siempre acabo pagando mis deudas! —bramó Astaroth antes de esfumarse dejando como único rastro dos palomas grises que se quedaron revoloteando por el salón. El cuerpo de Barbatos también había desaparecido. 

De un salto, Caín se colocó junto a Amara.

—Lo has hecho muy bien —le felicitó mientras extraía las espadas que atravesaban sus alas.

—Gracias... — logró decir tratando de disimular el gesto de dolor— . Así que estuviste pendiente todo el tiempo.

—Adonis me avisó de que Astaroth estaba preparando algo en este teatro —le explicó señalando a Dennis.

—"Segá mejog" que os deje a solas. Le "espego" más "tagde" en mi "cameguino."

Su aura perfumada a lavanda flotaba en la atmósfera aún cuando el extraño ser ya se había marchado. Parecía un demonio, pero tampoco se atrevía a confirmarlo del todo.

—¿Vas a ir?

Caín emitió una suave risa y le dio un golpecito en la frente.

—Él es un Pecado Capital. Estos seres no poseen una vida, están atados al pecado que representan sin poder hacer nada por evitarlo. En el caso de la Soberbia, no puede dejar de contemplar y admirarse a sí mismo. Una vez estuvo a cargo de un país en la Tierra, pero la gente se moría a su al rededor mientras que él solo se centraba en su imagen. Me dijo que yo era lo único que le gustaba admirar más que a él mismo, por eso pasa varias horas solamente mirándome, es una forma de luchar contra la soberbia. Además, no puede tocarme, todo lo que toca con su piel se destruye, incluida su propia cara, por eso lleva siempre guantes y ropa especial.

—En el Infierno hay gente muy rara...

—Hay variedad.

—Así que lo haces todo por ellos.

—No me malinterpretes. Trabajan para Samael, al igual que yo, por lo que a veces hemos tenido que colaborar juntos. Adonis es útil y con Areúsa y Viento me llevo bien, a los demás no les soporto. Bueno, ya está —exclamó cuando hubo extraído la última espada—. Ya eres libre. ¿Qué tal te encuentras?

—¿Dónde está Nathan?

—Seguirá desmayado en algún lugar del escenario.

No había terminado de contestarle cuando Amara ya había emprendido un vuelo hasta donde yacía el cuerpo malherido de su amigo. Amara se agachó junto a él para limpiarle las heridas.

—El veneno de las arañas de Zemunín anula el sistema nervioso de sus víctimas y teje una telaraña especial, a través de la cual, Astaroth transmite sus propias órdenes. Estaba unido a la mente de Astaroth, por lo que en cuanto le has atacado a la cabeza, esa conexión se detuvo.

—Eso supuse, por eso le ataqué a la cabeza —respondió sin mirar a Caín, estaba demasiado centrada en que Nathan reaccionase. Le acarició su  cabello rebelde deseando con todas sus fuerzas que estuviese bien.

"Vamos Nathan, sé que eres fuerte. He sido tan egoísta..."

Fue tan sólo un instante, pero sirvió para esquivarlo a tiempo. Caín percibió por el rabillo del ojo la figura de Chamuel desde el palco y se vio obligado a efectuar un brusco movimiento hacia un lado. Una flecha pasó silbando a unos centímetros de su hombro, clavándose firmemente en el suelo. El diablo se quedó con el corazón sobrecogido al pensar en lo que hubiese pasado si la flecha le hubiese dado de lleno. Sus sentimientos por Ireth... Su luz, la habría perdido. 

El arcángel Chamuel posaba desafiante con el arco tensado hacia su objetivo y las alas desplegadas en un suave resplandor rosado.

—Cuánto tiempo, Chamuel —le saludó, fingiendo despreocupación. 

—Sigues siendo igual de retorcido que siempre, ahora aprovechándote de la gente joven. Afortunadamente no existen más seres como tú.

—No existen porque Metatrón lo ha prohibido.

—No somos nadie para cuestionar las decisiones de alguien tan superior. Por eso mismo no comprendo por qué insiste en dejarte con vida, supongo que tendrá planes para ti. Por eso no voy a matarte, pero te ordeno que te entregues inmediatamente.

—¿Para que me torturéis de nuevo? ¿Qué sugerirás que me hagan esta vez?

Como respuesta, Chamuel le lanzó más flechas. Caín despareció para reaparecer nuevamente detrás del arcángel. Le lanzó un rayo de energía que Chamuel, por poco, no logró esquivar. El cuerpo del Señor Oscuro se desplegó en siete, y seis Caínes atacaron. El arcángel del Rayo Rosa, con un haz de luz, consiguió deshacerse de ellos, pero Caín había aprovechado ese breve lapso de tiempo para trazar unos símbolos en el suelo con su sable. Necesitaba todavía algo más de tiempo, por lo que envió a su cuervo, a Claudia, a distraerle. Terminó rápidamente de dibujar los símbolos mágicos y éstos comenzaron a brillar con el rojo del Infierno.

"Te va a doler, pero si sospechan de nuestra relación tendrás problemas", le dijo mentalmente a Amara. El ángel corrió a cubrir a Nathan con su cuerpo. 

Relámpagos negros cayeron por toda la estancia, destruyendo todo a su paso. No tenían escapatoria porque, con los símbolos que había dibujado, se había encargado de crear una barrera. Más de esos caracteres extraños  empezaron a brillar en la hoja de su sable y susurró unas palabras finales. Los rayos se concentraron en uno solo más potente que todos los demás y lo dirigió hasta su víctima. 

Tras la gran explosión que se produjo, Amara se quitó de encima los escombros que habían caído sobre ellos. Aún sentía la energía oscura rasgando su cuerpo. Buscó con la mirada a Chamuel, que estaba agonizante en el suelo, luchando por levantarse. Caín se acercaba hacia él con ese brillo de locura en sus ojos que a Amara tanto le aterrorizaba.

—Las últimas palabras de Uriel fueron una amenaza absurda, ¿tienes algo más interesante que decir que tu ex-compañero?

—Estás permitiendo que el odio nuble tu corazón. No eres más que un títere de la oscuridad... —Caín comenzó a levantar su arma para darle el golpe de gracia—. Viéndote no me queda duda que yo he contribuido a esto, pero tu existencia siempre estará maldita. Si Metatrón te ha dejado con vida es para que sufras algo peor que la muer...

No terminó su frase porque el unialado se había desplomado sobre el suelo. Chamuel le miraba sin estar sorprendido. Hacía ya un tiempo que había dislumbrado a Raphael entre los andamios. Una vez hecho su trabajo, dejó que los párpados se le cerrasen.

El corazón de Amara dio un vuelco al ver al diablo desmayarse. ¿Qué le había ocurrido? Entonces advirtió un sonido extraño como si se tratase de una fuga de aire. El ambiente se respiraba extraño y, de pronto, sus párpados parecían de piedra. Sin embargo, el resto de su cuerpo lo sentía muy ligero, como si la fuerza de Morfeo llamase a su espíritu. Amara quería ir con él, que la meciera en sus brazos. Nathan cubrió su boca y nariz con su mano.

"¡Nathan! ¿Pero qué?..."

"No respires este aire"

"¿Y qué pasa contigo?"

"No lo respires"

El cuerpo de su amigo cayó, inerte. Aún así, su mano seguía aferrándose a Amara. Ella contuvo sus lágrimas. Buscó a Caín, pero la atmósfera había sido cubierta por una fina capa de niebla. Le pareció distinguir la figura de una enorme pantera negra cargando con el cuerpo del diablo. Después no pudo ver mucho más, porque terminó por perder el conocimiento.

El calor del elemental del fuego seguía reconfortándola cuando abrió de nuevo los ojos. Un pequeño rayo de luz serpenteante le ayudó a recordar todo lo que había pasado. Se incorporó lentamente, pues su cuerpo seguía bastante entumecido. El gas que habían echado no era venenoso para los ángeles, pero estaba tan concentrado que podía sumirles en un sueño eterno. Gracias a Nathan, Amara había respirado menos aire envenenado, por lo que fue la primera en despertarse. Todo el escenario había quedado reducido a escombros, aunque los cristales y paredes parecían intactos.

—Nathan, ¡despierta! —le llamó, sacudiendo su cuerpo. 

El joven ángel estaba muy malherido. Amara no se rindió y siguió insistiendo hasta que, finalmente, los párpados de su amigo comenzaron a temblar. Lo primero que vio Nathan al despertar fue una luz muy radiante. Los increíbles ojos de la chica susurraban su nombre y sentía su tacto y su aliento sobre él. Sonrió. 

La muchacha, al verle feliz, se sintió algo más aliviada.

—Tenemos que salir de aquí, Nathan.

Le ayudó a incorporarse, aunque él estaba demasiado débil para poder mantenerse en pie, por lo que se tuvo que apoyar en ella. Recorrieron unos metros en silencio. Después de todo lo que había pasado, no sabían muy bien cómo reaccionar. Amara quería abrazarle, pero no se atrevía. Él deseaba susurrarle palabras felices y reconfortantes mientras hundía sus manos en sus rubios cabellos, pero el orgullo y la racionalidad no se lo permitían. No podía olvidar el pasado y eso le estaba matando por dentro.

—Nathan, de verdad que lo siento. Otra vez estás herido por mi culpa.

—Te he dicho que dejes de culparte. Tú no tienes la culpa de que lo que tramaban esos demonios retorcidos. —Se detuvieron—. Además, lo que has hecho por mí ha sido muy valiente.

Sus ojos se estaban empañando. Si seguía, sus emociones se desbordarían y no podía perder el control de sí mismo.

—Si algo te hubiese pasado, Nathan... —Las palabras se entrecortaban antes de terminar de nacer en sus labios. Su mente estaba demasiado confusa como para transmitirle nada. Se sentía estúpida, había tantas cosas que quería decirle y, sin embargo, no encontraba la forma de expresarlas. 

Sin querer, le estaba enviando todos esos pensamientos a la mente del ángel malherido. Nathanael suspiró. Él sí que había encontrado la manera de expresarlas. Ya la había perdido una vez, no estaba seguro de poder soportarlo una segunda. 

Extendió una temblorosa mano y acarició con ella el rostro de la joven. Su akasha era muy cálido. Ella cerró sus preciosos ojos turquesa para disfrutar de la calidez de su tacto. Antes de volver a abrirlos, el instinto de su amigo besaba sus labios. Esto la pilló completamente desprevenida y la desarmó con su calor. 

El beso de Nathan era torpe, pues lo único que sabía sobre esto era lo que había oído. Ni siquiera había visto a dos humanos haciéndolo, por lo que se limitó a acariciar la boca de su amada con sus labios  finos e inexpertos. 

Nathan se apartó tan sólo unos milímetros y estuvieron así durante unos instantes, frente con frente, como si se estuviesen besando pero sin hacerlo, con los ojos todavía cerrados. Amara pudo sentirle temblar y, al abrir los ojos, descubrió dos lágrimas que le resbalaban a su amigo por las mejillas. Ella se dispuso a secárselas, pero él la detuvo rodeándola con sus brazos y hundiendo su rostro en su pelo.

—Por favor, Amara. Aléjate de él... —le suplicaba entre sollozos—. No vuelvas a acercarte a ese monstruo, por lo que más quieras.

Todo pasó muy deprisa por la mente de la muchacha: su primer encuentro con Caín, la invocación, la extraña marca en su mano, el ascensor, el alcohol y el limón, el callejón oscuro, el paseo nocturno bajo la lluvia, la lluvia de sangre, el claro del bosque, el cementerio y sus tumbas, la oscuridad... con la melodía de su violín como acompañamiento. Pero esta vez la música no era melancólica ni agradable, sino cada vez más chirriante y estridente. Aquella melodía resquebrajó su corazón.

"¿Qué he hecho?" ¿Qué había hecho? Por primera vez era realmente consciente de todo el daño que estaba causando, no sólo a ella misma, si no a los pocos que la querían de verdad. Se mordió el labio inferior para reprimir el llanto, pero sus ojos no mentían en ese momento.

—Nathan, yo...

—Yo te daré todo lo que necesites, pero no vuelvas a verle.

Su abrazo cada vez le resultaba más reconfortante.

"¡Oh Dios mío, Nathan...! "

—Por favor, prométemelo, prométemelo Amara.

¿Cómo le decía que había hecho un pacto con Caín? El pacto. De pronto, le entró mucho miedo. ¿Cómo había hecho semejante irresponsabilidad? Pero si no llega a ser por Caín, ellos no estarían allí para contarlo. Caín... Sus labios eran tan diferentes a los del elemental... No podía dejarle solo a estas alturas. Él la necesitaba. Pero Nathan siempre había sido mucho más importante. Si no hubiese sido por él, quizás ella ya habría caído en la oscuridad hacía tiempo. Él siempre había estado allí para ella y ella se lo había agradecido aprovechándose de él y traicionándole. Le había clavado una flecha de Chamuel sin su consentimiento, sin preguntarse siquiera si él quería perder esos sentimientos. Con la excusa de que lo hacía por él, había estado actuando egoístamente. Y la flecha del arcángel ni siquiera había funcionado, ¿o acaso sus sentimientos por ella eran mucho más poderosos?

"Lo mejor que te ha pasado se llama Nathan", le había dicho el satán una vez.

Amara se apartó un poco de él para poder mirarle a los ojos. Le secó con las yemas de sus dedos las lágrimas de fuego, que la quemaron, pero fue un ardor agradable. Había pasado mucho frío desde la noche anterior y su alma necesitaba ser reconfortada. Nathan se echó a un lado para toser. Como su temperatura corporal siempre era más alta que la de los demás, era difícil saber si tenía fiebre. Estaba muy malherido pero a él parecía dolerle más que ella siguiera viéndose con Caín que las heridas que tenía.

—No entiendo qué ves en ese monstruo. Te ha tenido que hechizar, Amara.

—¿Puedes ver su verdadero aspecto?

—Como si un diablo pudiese engañarme... La que tiene que verlo eres tú.

—Sé cómo es en realidad. Por eso mismo, me necesita.

—¡Que te necesita! —El chico la miraba, desesperado, sin poder entender nada. Esa mirada la estaba sobrecogiendo. No era el momento de explicarle todo por lo que había pasado el diablo, además que Nathan nunca lo entendería. Él era de ideas fijas y cerrado de mente, por mucho que lo intentase nunca lograría comprender algo que para él carecía de sentido.

—Si no hubiese sido por él, no sé que había pasado, pero no quiero ni imaginarlo.

—¡Seguramente todo esto ha pasado por su culpa, atrajo la atención de Astaroth sobre ti.

Eso no era verdad. Fue ella la que se metió en la sala V.I.P. y deslumbró a todos los demonios que había allí. Caín la había llevado a esa discoteca y la había dejado sola después, pero fue ella la que se metió donde no la llamaban. Nathan proseguía:

—Habrían llegado los arcángeles igualmente. Además, ha actuado por conveniencia. No entiendo por qué, pero quiere algo de ti.

—Si no hubiese sido por él, no habría podido ni aguantar contra Zemunín.

Nathan volvió a abrazarla fuertemente, oprimiéndola contra su pecho.

—No voy a permitirlo. No voy a permitir que te vayas con ese maldito diablo.

—¡Aquí estáis!

Los arcángeles habían llegado. En cuanto oyeron la voz de Serafiel, deshicieron el abrazo rápidamente, sonrojados, tratando de actuar como si ni siquiera se hubiesen mirado. No habrían engañado a cualquier persona, pero los arcángeles no eran del tipo de criaturas que se fijaban en esos detalles.

—Raphael, tiene que curar a Nathan —le dijo la chica rápidamente en cuanto le vio.

—No te preocupes, ahora mismo me encargo de él —la tranquilizó, acercándose al maltratado ángel, que todavía tenía los ojos brillantes y acuosos.

—Y... ¿qué ha pasado con Caín? —se atrevió a preguntar. Ya se lo habían hecho pasar demasiado mal una vez, si le habían vuelto a atrapar... 

El semblante de todos los allí presentes se ensombreció.

—Nuestro Sagrado Chamuel se encuentra bien, gracias por preocuparte primero por el Rey de los demonios —replicó fríamente Serafiel.

Amara agachó la cabeza, avergonzada. De reojo pudo ver a Chamuel, que la miraba indiferente. Raphael había hecho un buen trabajo porque las heridas mortales del arcángel habían desaparecido, aunque su luz no brillaba con tanta intensidad. Sus ropas estaban raídas, pero los adornos dorados seguían resplandeciendo igual.

"El fuego. Ahora ordenará que me purifiquen con fuego, como hizo con Caín."

—Sólo ha preguntado qué ha ocurrido, Serafiel —la defendió el Gran Médico.

—He comprendido perfectamente el tono de sus palabras. A veces pienso que creéis que soy idiota.

El Primer Ministro se acercó con paso decidido a la joven. Levantó la barbilla y clavó sus fríos iris en ella. Amara no sabía si había sentido más miedo al mirar a Astaroth o al príncipe de los serafines. Serafiel marcó una línea recta con el dedo índice desde el esternón de la chica hacia abajo. Para su sorpresa, su dedo no tuvo ningún problema para resbalar por el vestido de la joven que cubría su vientre, completamente liso, son rastro de ningún ombligo. Raphael sonrió satisfactoriamente para sí mismo. Aún así, el serafín no parecía querer rendirse.

—Raphael, ¿recuerdas tu insistencia porque el poder de Selene no era normal? A pesar de que no tenía ombligo, tú seguías insistiendo en que era un elohim, pero no tenías pruebas para demostrarlo. Quizás sí que tenías razón.

—Amara no es Selene.

—Pero, curiosamente, puede mantener a raya por un tiempo a Astaroth y su séquito cuando, según los informes de Iraiael, todavía no está preparada para enfrentarse a uno de bajo rango. Y, curiosamente, parece ser que hay mucha gente importante interesada en ella. Quizás yo también debería interesarme.

—Sagrado Serafiel, yo tampoco entiendo nada. Estoy más confusa que todos vosotros...

Si esa joven tenía alguna posibilidad era la de aprovechar su apariencia inocente. Amarael era astuta...

"Como su madre", pensó Raphael.

—¿Qué te ha dicho ese demonio? —Serafiel le había hecho una pregunta, pero su tono sonaba a mandato—. Tienes que confiar en nosotros, en Dios.

—No me ha dicho nada, no he hablado con él desde que nos enfrentamos por primera vez en la Tierra. Ha aparecido de repente, junto con un Pecado Capital. Han sido ellos los que han derrotado a Astaroth.

—¿Pecado Capital? ¿Y eso qué diantres es?

—Le ha llamado Superbia —contestó, obediente—. Le estoy diciendo que no sé nada más. Si ni siquiera tuvo reparo alguno en hacerme daño, ¡Chamuel pudo verlo!

—Ese bastardo te ha enseñado a mentir demasiado bien. Necesito que te analicen en los laboratorios, pero no en los de Raphael.

El semblante del mencionado arcángel se ensombreció.

—¿Está dudando de mí?

—Ahora mismo desconfío tanto de ti como de Gabriel. Tengo teorías que confirmar, pero si son ciertas, seréis ejecutados los dos a la vez. Tengo que pensar.

Dicho esto, el príncipe serafín se retiró.

El aspecto de Raphael era el de un hombre que acababa de perder todo por lo que había estado luchado toda su vida. Serafiel era frío como el espacio siderial, no se podía razonar con una criatura así. 

—Será mejor que volvamos —les dijo  a los jóvenes aprendices. 

Amara se sobrecogió al notar el abatimiento en la voz del orgulloso arcángel. Nathan apoyó su mano sobre el hombro de su amiga y le hizo mirarle a los ojos.

—Prométemelo —insistió.

—Nathan...

—¿No eres consciente del lío en que te ha metido?

—Era mi destino desde que nací.

—Ya veo lo que te importamos.

Hay palabras que pueden hacer milagros y otras que causan más daño que una bomba nuclear. Lo peor era que Nathan estaba en lo cierto. Ahora Raphael estaba también implicado en un gran lío por defenderla. Poco a poco les iba condenando a todos, hasta que los planes de Caín quedasen complacidos y ella, ¿fuese diosa? Aquello resultaba cada vez más absurdo. Todas sus ilusiones se iban desmoronando. ¿Venganza? ¿Odio? ¿Qué era todo eso? ¿Qué relevancia tenían? No eran más que retazos de luz muerta.

—Apresuraros —volvió a llamarles el arcángel.

—Está bien, Nathan. Dejaré de verme con él.

Desde que había conocido a Caín las cosas se habían complicado y seguirían retorciéndose más mientras siguiera viéndose con él. No iba a cambiar el mundo, la espiral de odio seguiría cobrándose más almas, pero sus seres queridos no sufrirían por su culpa.

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1. El arte es grande, la vida breve

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