23. Sangre y traición

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Vengo con el capi que tenía que haber subido ayer. Lo siento, se me ha roto (de nuevo....) mi ordenador por lo que no puedo contestar reviews ni nada en condiciones, con Di al menos creo que la podré seguir publicando mientras pida un momento un ordenador y me lo dejen unos minutos. Disfrutad al menos del capi.

Éste es el capi de vampiros del libro, a ver si os gusta esta versión de ellos :33

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31

El efecto de la droga empezó a disiparse y yo, a recobrar el conocimiento. Mis sentidos estaban anulados y mi mente aturdida, pero eso no me impidió detectar el peligro que me acechaba. El veneno tal y como había dicho Zadquiel anulaba cualquier signo vital tan efectivamente que era incapaz de defenderme. Probé a mover algún ápice de mi cuerpo, pero todo esfuerzo resultó en vano. Sentía el peso muerto de mi propia masa. Comencé a poder distinguir sonidos furtivos y sombras que ondulaban en la oscuridad, aunque, en esas circunstancias, ya no confiaba ni en mis propios sentidos. A medida que iba recuperando lucidez intentaba pensar en algo sensato. 

El repiquetear del agua procedente de una cascada me envolvió. El sonido provenía desde todas direcciones, rodeándome. ¿Estaba bajo una cascada? No percibía la esencia de naturaleza alguna y aquello me desconcertó casi tanto como descubrir que estaba volando o, mejor dicho, que arrastraban mi cuerpo en volandas. El dolor que sentí cuando mi espalda golpeó sin consideración alguna una áspera losa de piedra me terminó por despabilar. Una luz roja inundó mis pupilas adormecidas. Al fin comprendía dónde estaba y sentiría arcadas si no fuese porque ni siquiera los músculos de mi garganta podían moverse. 

La habitación en la que me encontraba representaba un cuadrilátero perfecto cuyos muros de alabastro negro se hallaban recubiertos por un fino velo de fluido carmesí que caía desde el techo a modo de fuente. La sangre se abría paso por un estrecho canal que se bifurcaba en otros tantos, y todos ellos volvían a juntarse en el centro del cuadrado, justo donde se erguía un altar de piedra con extraños símbolos grabados, precisamente donde me habían depositado a mí. El suelo también estaba cubierto por dos alfombras de terciopelo rojo que también se cortaban en forma de cruz. Aquello sólo podía tratarse de la Habitación Roja, en el podrido corazón del Gehena, y las sombras que había percibido eran vampiros, las mismas criaturas que yo había visto salir del vientre de Lilith.

Desde la posición en que estaba colocado sólo podía ver a Lamia y a su hermana gemela Empusa. Lamia seguía con su aura de magnificencia, con su cabellera rubia y ondulada absorbiendo la oscuridad del lugar, con sus brazos de alabastro cubiertos por anchas mangas que colgaban ampliamente y sus labios teñidos del carmesí de sus víctimas desafiando al silencio. Sin embargo, había algo oscuro que perturbaba aquella imagen de perfección: un segundo cuerpo más pequeño, más endeble y más escuálido brotaba del hombro izquierdo de la vampiresa, como si una niña reposara sentada sobre él. La inquietud aparecía cuando descubrías que sus pequeñas piernecitas no colgaban y comprendías, entonces, el horror de aquella criatura: no estaba sentada, sino que efectivamente surgía del propio hombro de Lamia. Ella y Empusa eran gemelas, habían compartido el mismo útero y habían sido recibidas en este mundo por los mismos rayos lunares. La primera era fuerte y vigorosa, la segunda, débil y enfermiza. Lamia siempre se había tenido que alimentar por las dos hasta que finalmente decidió absorber a su hermana, incapaz de subsistir por sí misma. A los demás no les alcanzaba a ver, pero podía sentir igualmente la intensidad que desprendía Moroi concentrándose en mi nuca, las rizadas pestañas de Alouqua cortando el aire o la risa de chico malo inconfundible de Grendel.

Trece habían sido los hijos malditos de Lilith y el fratricida Caín, aquellos que conformaban la Primera Generación de vampiros, de los que cinco de ellos gobiernan en el Gehena de Infernalia. Cada uno había constituido su propio clan, liderándolo y repartiéndose el primer nivel infernal, salvo Alouqua que había permanecido fiel a Nosferatus siguiéndole y formando parte del clan principal Malacoda. Lamia y Empusa lideraban un clan exclusivo de vampiros femeninos: Calcabrina. Los vampiros más inquietantes y estrafalarios pertenecían al clan Farfarello y seguían a su líder Grendel y, los más libidinosos, pertenecían al clan Libicocco, al mando de Moroi. Aquellas eran las únicas noticias que había tenido de ellos desde que habían abandonado Enoc.

El Devorador de almas no se hizo demorar más y apareció tras atravesar una cortina espesa de humo. Zadquiel le acompañaba. El arcángel de cabellos celestes seguía portando aquella túnica transparente que dejaba translucir sus partes íntimas. Nosferatus también seguía luciendo el mismo porte regio de siempre, con su semblante inalterablede hueso, su indiferente mirada bicolor y su capa de seda perfectamente colocada sobre sus  hombros anchos, bien entrajetados. 

Zadquiel me dedicó una mirada de soslayo, todo un detalle por su parte, que retiró de inmediato en cuanto se percató de que mis pupilas se clavaban en ella. Había recobrado la consciencia, pero seguía sin poder mover ni un músculo. A pesar de ello, Nosferatus no parecía satisfecho y ordenó que me ataran. Sentí las frías garras de Moroi y Grendel aferrando mis muñecas. Hubiese preferido que se encargase de ello Alouqua, así al menos mis mejillas podrían haber rozado su pelo besado por el fuego. Cada vez que me sumergía en sus exóticos ojos no podía evitar el espejismo que me hacía creer que estaba contemplando a Lilith; los había heredado sin duda de su madre, salvo que ahora estaban enrojecidos por la sed. Las ondas cobrizas que caían por sus omóplatos acrecentaban este sentimiento.

Cuando ya me encontraba fuertemente encadenado a lo que pronto sería mi lecho de muerte, Nosferatus extrajo de algún lugar un diamante con los símbolos de la vida y la muerte grabados en sus caras cristalinas y nos lo mostró a todos los presentes. Refulgía con un halo luminoso que deslumbró a varios. Yo trataba de comprender la situación: querían hacer alguna clase de ritual conmigo y el diamante empapado de luz. Mi mente, cansada, divagó entre el recuerdo de varias páginas gastadas y resecas, recreando de nuevo los ríos de tinta en los que en alguna ocasión había tenido la oportunidad de sumergirme. Todo el mundo conocía el mayor punto débil de un vampiro: la luz del sol. En Infernalia no había sol alguno, salvo una pequeña estrella muerta que amenazaba con convertirse en un agujero negro, por ello habían escogido el Gehena como su morada: allí estaban a salvo del fuego divino. Existían rumores sobre hechizos mediante los cuales un vampiro podía permanecer a la luz por un corto periodo de tiempo, pero nada definitivo.

Volví a centrarme en Nosferatus. Él lo notó, pero me ignoró. El motivo por el que me odiaba tanto resultaba ser que me hacía culpable de su maldición. Aborrecía aquello que muchos ansiaban: la inmortalidad. Para ellos, su oscuro don se trataba de una condena que tenían que cumplir ellos por los pecados de sus padres. Estaban obligados a abrazar la oscuridad y a servirla como sus criaturas infernales. Para mí, aquello era una excusa. Podía comprender que sufrieran su eternidad, al fin y al cabo y en contra de los que muchos creían, se trataba de un castigo divino, no de una bendición, pero a él no le lograba entender. Que yo recordara a él le había gustado la oscuridad desde siempre y nunca había anhelado la claridad del día y de sus amaneceres. Por ello no podía perdonarle lo que hizo. 

De alguna forma les había convencido a sus cinco hermanos para que conspiraran a mis espaldas y, en cuanto dejé sola a Lilith, acecharon acabando incluso con sus otros hermanos que sí que apreciaban a su madre. Yo había regresado demasiado tarde, no pude hacer nada... ¡Oh Lilith! Huiste de Metatrón y Adán amparándote en los brazos de Lucifer incluso consiguiendo que diese su vida por ti para que el imbécil hijo de Eva te permitiese acabar así. Hacía mucho que había dejado de verles como a mis propios hijos, ellos mismos lo habían querido así, pero la vívida imagen del pecho ensangrentado de mi ex-mujer y su melena desparramada sobre nuestra cama, aún me torturaba. Si de verdad todo esto formaba parte de un guión y nosotros éramos los actores, me gustaría saber qué se había tomado el guionista para escribir algo así.

Nosferatus compartió al fin sus planes. Mientras hablaba, Empusa me observaba oculta tras una mata de fino y largo cabello blanquecino, tan débil que daba la sensación de que si tus dedos se enredaban en él e intentabas liberarlos, el mechón se desprendería. Lamia sostenía una copa de cristal que llenó con la sangre de la cascada y se la ofreció a su hermana. Los tiros iban por donde yo había creído: pensaban utilizarme para realizar un hechizo que les haría inmunes a los rayos solares. Hundirían aquel diamante especial en mis entrañas, carbonizándome por dentro y, después, beberían mi sangre mezclada con mis cenizas.

—¿Estás seguro de que esto saldrá bien, hermano? Él está tan maldito como nosotros e incluso sobrevivió tras ser atravesado por los tentáculos del Cocytus.

El que había hablado era Moroi, el líder del clan Libicocco. Se trataba de un vampiro tremendamente atractivo que protagonizaba las fantasías eróticas de muchas mujeres rumanas, lugar por donde solía ir de caza. Sus oscuros y suaves rizos se agitaban más vivos de lo que él estaba realmente. Era de constitución muy similar a la de su hermano mayor, salvo que los movimientos de Nosferatus resultaban secos e imponentes, mientras que él se movía de forma hipnotizadora.

—¿Acaso no confías en él? —le acusó Alouqua.

 Moroi no dijo nada hasta que Nosferatus le respondió a su pregunta.

—Precisamente por eso. Ahora estará débil mientras intenta recuperarse. —Me reí por dentro. Areúsa había resultado tremendamente útil—. Además, el poder de Metatrón no es infinito, la Oscuridad es más poderosa que la Luz.

De pronto me percaté de que mi cuerpo volvía a obedecerme. Me agité como pude, mas las cadenas se clavaban en mi piel como aguijones. Grendel rió estrepitosamente.

—Te retuerces como un ratón entre las garras de su depredador. Deberías saber que, a estas alturas, sólo te hace parecer más patético.

Grendel era el más pequeño y el de menor estatura. Resultaba ser el que más se parecía físicamente al yo que había sido una vez. Sus ojos grisáceos y traviesos chispearon con malicia. Le encantaba jugar con sus presas antes de ponerles fin.

—Mamá también se retorció así —añadió con toda la naturalidad del mundo.

Aquello me dolió y todos lo supieron. Lilith había sido tremendamente orgullosa. Ella e Ireth siempre peleaban hasta que conseguían lo que querían. Pude imaginarlas perfectamente forcejeando bajo la fuerza sobrehumana de Nosferatus. Mi odio e ira por el vampiro aumentó. Aquello no era bueno para mí, perder el control en estos casos nunca es bueno.

—¿Sabes, Caín? —La que hablaba ahora era Alouqua que se había acercado a mí y recorría mis facciones con su dedo índice. Desafortunadamente, mi mejilla no alcanzaba su cabello pelirrojo. El gran parecido que guardaba con su madre siempre me desconcertaba—. Ingerir la sangre de nuestra propia madre nos confirió poderes increíbles. ¿Qué clase de poderes obtendremos de la sangre de nuestro padre?

Lamia también se había aproximado a mí y Empusa extendió dos débiles brazos con los que rodeó sin fuerzas mi cuello. Su hermana la ayudó apretando sus manos temblorosas.

—Vosotros sólo sois criaturas poseídas por la sed. Os alimentasteis de lo primero que encontrasteis.

—Hablas de la sed como si supieras lo que es. Quizás deberíamos dejarte aquí atado para que puedas sentir las ampollas de tu reseca garganta ardiendo mientras que la más mínima fragancia azota todo tu ser. —Moroi estaba más serio que de costumbre—. Y cuando te hayas ahogado en tu propia saliva, entonces quizás comprenderías algo de nuestra maldición.

—Me parece buena idea —aceptó Grendel con el entusiasmo del que regalan un nuevo juguete con el que experimentar.

—Puedo comprender el odio que sentís hacia mí, pero no compartirlo. Contra vosotros no tengo nada, sino contra Nosferatus. Sé que fue él quien os incitó y el que atacó a Ireth dos veces.

—¿Sigues con eso? —se burló de mí Nosferatus—. Los poderes de ella se me están agotando, no me vendría mal hacerle otra visita.

—Por muy afilados que estén tus colmillos, no creo que puedas perforar el oro.

Aquella revelación pareció sorprenderle.

—Así que es cierto. Samael me lo había contado, pero no pude creerle capaz de verdad.

—¿Ireth? —pronunció la susurrante e inquietante voz de Empusa.

—La mitad ángel, mitad diablo que tiene como criada. Todavía no entiendo el apego que sientes por ella. Supongo que se debe a tu gusto por la mediocridad...

—Supongamos que seguís adelante con todo esto y os sale bien. ¿Qué ganáis saliendo a la luz?

—Imagínate la cara de nuestras presas cuando descubran que ni la luz de su dios puede protegerles —respondió Lamia animadamente. Por el gesto que hizo parecía que de verdad se lo estaba imaginando.

—Hay algo más que ganaríamos —confesó Nosferatus.

El tono con que lo dijo no me gustó.

—Podríamos por fin beber la sangre de un ángel. —Los ojos de Zadquiel se abrieron de par en par—. Sí, querida. Por fin podré devorarte.

"Si yo poseyera esos desproporcionados caninos también te mordería con fuerza."

—¿Sabes lo que es sentir el deseo de tomar una mujer y no poder hacerlo? —habló de nuevo el Devorador de almas, dirigiéndose a mí.

Claro que lo sabía. Amara e Ireth me hacían sentir eso constantemente. Amara. Su resplandeciente recuerdo volvió a mí como una dulce y pegajosa melodía que no logras sacarte de la cabeza por más que lo intentas. La visualicé en un prado verde, admirando las flores y otros coloridos elementos de La Creación que tanto le gustaban. Nosferatus se acercaría a ella y la muy ingenua, con sus absurdas ideas de que los demonios no son malos sino incomprendidos, se dirigiría a su cazador con su cálida sonrisa dispuesta a preguntarle por su flor preferida... No podía permitir aquello. 

Mientras discutían entre ellos sobre cómo introducir en mi interior el dichoso diamante, yo llevé a cabo mi jugada desesperada. La sangre recorría mi mentón escurriéndose entre las comisuras de mi boca. Las cadenas que me apresaban cayeron cual serpientes flácidas y pude, al fin, desprenderme de ellas.

—¡Se ha arrancado la lengua! —exclamó Nosferatus.

Me sorprendía que alguien como él no hubiese reparado en esta posibilidad. Si se recitaban mentalmente las palabras adecuadas y se arrancaba su propia lengua, un taumaturgo podía liberarse de cualquier atadura y ésta jamás volvería a cerrarse. Quizás me había subestimado al no creerme capaz de hacer algo así. La gente normalmente tiende a subestimarme. La lengua se me regeneraría en unos días, no resultaba un acto tan temerario a fin de cuentas.

Ahora que estaba libre, tenía que buscar la forma de salir de allí. Tras las cataratas de sangre no parecía haber puerta alguna, por lo que decidí hacerla yo mismo. Sin mucho esfuerzo, abrí un boquete en una de las sólidas paredes. Lo malo fue que, antes de que me diese tiempo a escabullirme, los vampiros se arrojaron contra mí. Si alguno de ellos me daba miedo era Lamia que ya había estado a punto de devorarme una vez y no con las fauces de su boca precisamente. El mito de la vagina dentada era cierto y yo podía dar fe de ello.

 Un resplandor violeta nos cegó a todos inesperadamente. Pude notar cómo unos dedos alargados se agarraban a mi brazo tirando de mí. Instantes después, Zadquiel me conducía por uno de los oscuros pasillos del Gehena.

"¿A qué juegas?",  le espeté enroscando mi cola en torno a su cuello del mismo modo que Empusa había rodeado con sus manos el mío.

Al no tener lengua no podía hablar, pero sí comunicarme telepáticamente mientras tuviese contacto visual.

—¡Pensé que no tendrías problemas para escapar de ellos!

"Prueba a entregarte paralizada y drogada a un grupo de vampiros frustrados y sedientos."

—Aparta tu maldita cola de su garganta.

Nosferatus nos esperaba al final del pasaje. Ni que soltase babas.

—Ya le has oído. Mi garganta sólo le pertenece a él.

El royo que se traían esos dos ya me estaba empezando a cansar.

"Cuando te conviene hay que ver lo mucho que quieres a tu marido, pero cuando necesitas esconderte de él bien que acudes a mí."

Y me dirigí a Nosferatus sin soltarla:

"Yo no tengo por qué obedecerte, de hecho fuiste tú quien se arrodilló ante mí frente a miles de demonios."

—Por aquí no veo a ninguno de esos testigos —respondió con una chulería que temía que había heredado de mí.

La luz de los candelabros dibujaba contornos sombríos sobre nuestros rostros. El ambiente estaba tenso y que acabaría estallando, lo sabíamos los tres. La forma en que Nosferatus apretaba sus colmillos, nuestros nervios a flor de piel... Él era mucho más veloz que yo, aunque yo tenía más poder.

—¡Ya basta! —intervino Zadquiel—. Le necesito vivo, Nosferatus. Es el único contacto que tengo con mi hija.

—No sabía que tuvieras una hija, Zad.

Cuando la llamaba por su diminutivo era que algo no iba bien y, a juzgar por la expresión de su esposa, se confirmó que se había ido de la lengua.

—Ni yo estaba muy segura hasta que el propio Caín me lo contó —trató de defenderse.

En aquellos momentos nuestros pies se hundieron en el suelo pedregoso. La atmósfera se solidificó y ninguno de nosotros podía moverse. Aquello sólo podía hacerlo Samael. Así que al final ella le había avisado por si las cosas se ponían feas. Se había abierto un pasadizo secreto en la pared y Samael nos indicaba que nos introdujéramos dentro.

—¿Desde cuándo me meto en tus asuntos, Samael?

—Caín es mi hijo. Pensé que ya había quedado claro que todavía me es útil. Además, tú no eres el más indicado para hablar cuando le cuentas información de más a Zadquiel.

—Es mi esposa y a ella le cuento todo, cosa que ella no hace conmigo, por lo que veo.

La susodicha ni se inmutó.

—Zadquiel, hace tiempo que quería preguntarte algo y, ahora que estamos aquí, voy a aprovechar —inquirió Samael—. ¿Es cierto que Amarael comió del Árbol del Conocimiento?

Zadquiel me miró, acusadoramente.

"¡Yo no le he contado nada sobre ella!"

—No es divertido participar en conversaciones en las que todos entienden de lo que se está hablando menos yo, y no tengo ganas de participar en conversaciones aburridas —protestó el vampiro.

Aunque seguramente era verdad que aquella charla no iba con él, lo cierto es que no se movió de allí y siguió hablando, supongo que porque sentía curiosidad por lo que tramaba la maquiavélica mente de Samael.

—¿Amarael no es aquella mocosa que derrotó a Astaroth?

Aquello le resultaba gracioso. A mí también.

—Todos los que estamos aquí conocemos lo que en realidad son los objetos sagrados, ¿no? —continuó Samael.

Afirmamos.

—¿Te refieres a aquellos objetos que contienen un trozo de la historia de Lucifer? ¿Qué tienen de importante las palabras de una sombra?

—Lucifer es mucho más que una sombra.

¿Así que Samael conocía finalmente lo de Gabriel?

—¿Y, aún así, qué importa?

—Creo que todos nosotros tenemos algo en común: odiamos a Metatrón. A todos nos ha amargado la existencia.

"Los objetos sagrados contienen un fragmento de la historia que Lucifer dejó en el Árbol del Conocimiento y que el propio Metatrón escondió en la Tierra"

Eso ya lo había hablado con Zadquiel. Si Metatrón los había escondido, no debía de querer que nadie supiese la verdad.

—¿La Corona de Espinas posee un fragmento de dicha historia? —le preguntó el ángel traidor a Zadquiel.

—No, a Metatrón no le dio tiempo —respondió ella.

—Por eso utilizaste a Amara. Al hacerle comer del Árbol, pudo ver el fragmento que le quedaba por ocultar —completó él.

—Sigo sin verle mucha emoción al asunto —soltó Nosferatus sin emoción alguna.

—Espera, amigo mío. Si supiese que no te iba a interesar, no me molestaría en contártelo. —El silencio del vampiro significaba que continuase—. La historia está dividida en diez fragmentos, siete de los cuales —en realidad seis—, se hallan ocultos en templos sagrados en el Planeta Azul. Cada arcángel está a cargo de un templo y sólo su Complemento puede entrar en él para obtener el objeto.

—Los Complementos se reencarnan —comentó, pensativa, Zadquiel. En esa pose la verdad era que estaba muy hermosa.

—Hasta que los siete coinciden junto con los siete arcángeles.

—Entonces ya podemos ir pensando en otra forma de derrotar a ese mal nacido. Faltan unos cuantos arcángeles.

Nosferatus expresó lo evidente. Samael seguía sin querer rendirse.

—Aquí presentes hay ahora mismo dos de ellos —manifestó calmadamente mientras concentraba su segura mirada en mí.

Los demás hicieron lo mismo intentando encontrarle sentido a aquello. Yo sabía que con uno se refería a Zadquiel y el otro, al espíritu de Uriel que se hallaba atrapado en mi acero.

—Los otros tres están en el Cielo —prosiguió Samael— y falta Mikael que nadie sabe qué ha sido de él.

Pude observar, gracias a la transparente túnica, cómo se le erizaba la piel a Zadquiel tras escuchar ese maldito nombre. Nosferatus lo notó y no le debió de hacer mucha gracia, puesto que frunció casi imperceptiblemente el ceño.

—Sobre el arcángel del Rayo Blanco, todo el mundo sabe quién es, aunque quieran negarlo precisamente para que no sepamos que el momento ha llegado.

"Entonces las reencarnaciones de los siete Complementos tienen que estar en la Tierra juntos por primera vez."

—Sigo pensando que me quieres utilizar para tus propios intereses, Samael, y yo no soy como tu hijo.

"Claro que no eres como yo, yo jamás le haría daño a Ireth."

Los largos cabellos de Samael titilaron débilmente al mover la cabeza en señal de negación. Se creía elegante y superior haciendo eso.

—Cada vez que un Complemento obtiene un objeto sagrado abre una puerta, una sefirá. El conjunto de sefirás constituye el denominado Árbol de la Vida. Son diez en total y están interconectadas entre sí, de forma que, para llegar a lo más alto, se tiene que pasar por todas las demás. Una vez llegado a la cabeza del árbol, podremos conocer la verdad y, por tanto, la forma de derrotar a Metatrón.

—Samael, todo eso de los Complementos suena aburrido...

—En este mundo, donde quiera que haya luz, también se proyecta una sombra, por eso los demonios existen. Y cuanto más brillante es esa luz, más oscura es dicha sombra. Donde hay una sefirá de luz hay otra de oscuridad. Todo depende si el Complemento abre una puerta o la otra...

—¿Y si se abren las puertas a las sefirás oscuras qué ocurriría? —preguntó el vampiro con el interés ya recobrado.

—Las sefirás oscuras o qlifots constituyen el Árbol de la Muerte. Un terrible poder que haría temblar el mundo de la luz sería liberado.

Parecía que por fin le había convencido. Cuando se trataba de planes malvados para liarla muy grande, el Devorador de almas no podía faltar.

—¿De verdad... de verdad se puede acabar con un ser como Metatrón? —titubeó Zadquiel.

—Escucha, Zadquiel. Lucifer, Metatrón y yo estuvimos una vez muy unidos. Formábamos la Tríada. Metatrón es un ser de luz como todos los ángeles, uno extremadamente poderoso, pero no es omnipotente. El calificativo de "Dios" no es más que un título que recibe aquel que se sienta en el trono de Avarot.

"Y en estos momentos , el que se sienta a sus anchas en el trono es Serafiel",  concluí. Claudia, bajo amenazas, hacía bien su trabajo.

Aquella revelación perturbó a la mujer, seguía siendo un ángel a fin de cuentas. Algún día tendría que enseñarle las ruinas submarinas que yacían bajo el mar Negro, a ver qué pensaría de su dios.

—Pero aunque Metatrón esté muy debilitado, sigue siendo omnipresente, puede ver todo lo que ocurre en el Planeta Azul. Cuando se dé cuenta de nuestras intenciones, no nos lo pondrá fácil.

—Supongo que no. A Serafiel le conviene que no derroquemos a su dios para que pueda seguir abusando de la situación, aunque dudo mucho que conozca si quiera la existencia de esta historia. Los templos para los ángeles son considerados sagrados, no peligrosos.

Si lo que acababa de decir Samael era cierto, qué idiotas eran los ángeles.

—Mujer, eso es lo que lo hará más divertido y satisfactorio, sino no tendría ningún mérito que Nosferatus el Insaciable se hiciese con el control de las diez Qlifots.

"Vale. Sabemos el paradero de siete objetos. ¿Y los otros tres?"

—No tenemos que preocuparnos mucho por ellos. Conseguí que la propia Eva comiera de Árbol del Conocimiento, por lo tanto ella es uno. —Pude percibir cómo sus ojos brillaron de forma extraña—. El otro, si mis apreciaciones son correctas, lo debes de tener tú, Caín.

Y prosiguió a explicarlo:

Lucifer le debió de confiar un fragmento a Lilith y, teniendo en cuenta que tú ya conocías de su existencia y que estuviste casado con ella...

Sus apreciaciones eran correctas.

"Y falta el tercero"

—Tuvo que dárselo a Belial, era hijo suyo.

De nuevo ese idiota de Gabriel salía indirectamente en la conversación.

—Del hijo de Belial te vas a encargar tú, ¿verdad?

"Siempre y cuando Ireth..."

—Sí. Mantendré mi promesa mientras cumplas con tu deber.

—¿Belial tuvo un hijo? —inquirió Nosferatus—. A veces sabes demasiadas cosas, Samael.

—Entonces Caín, te encargarás del hijo de Belial y de Amarael.

—¡De ella no! —saltó Zadquiel—. A ella podríamos dejarla para el final...

El arcángel parecía albergar esperanzas de que fuese Amara quien sustituyese a Metatrón y de salvar al mundo de la oscuridad. A mí también me parecía mejor dejarla de momento al margen. Yo seguía confiando en mi plan inicial de que nombraran diosa a Amara. Me parecía más sencillo que andar persiguiendo templos, reencarnaciones y arcángeles perdidos...No aguanté más e hice por fin la pregunta que me llevaba carcomiendo durante toda la conversación:

"Samael, hace un momento has dicho que Mikael anda en paradero desconocido."

—Así es.

"Entonces, Amara..."

—Es simplemente un elohim, la hija de Zadquiel y Mikael.

Miré a la propia Zadquiel con el corazón desbocado.

—Te dije que no te había mentido —me dijo.

Samael parecía tremendamente divertido. Si no fuese porque él pertenecía al club de los que habían olvidado como reír de verdad se estaría tronchando a carcajada limpia por haber jugado con mis sentimientos de aquella forma.

"Podía hacer el fuego azul..."

—Y el rayo de la vida y no por ello es la reencarnación de Raphael, y el de la transmutación y no es... ¡Vamos! ¿A que ahora que te sientes aliviado te das cuenta de que sí que sientes algo por ella?

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