7. Citas

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12

—Llegas tarde.

—Soy un hombre muy ocupado.

Sin añadir nada más, él echó a andar hacia el interior de la torre. Con un gesto de su cabeza, le indicó que le siguiese.

—¿Vamos a subir andando los doscientos ochenta y cinco escalones?

—Yo no puedo volar.

—¡Venga ya! Vi perfectamente tu...

—Viste un ala, ¿acaso tú podrías volar con tan solo una?

El resto del ascenso lo hicieron en silencio. Arriba del todo había un mirador. Aunque a esas horas de la noche estaba cerrado, para ellos no supuso ningún problema saltarse las defensas. Él se apoyó contra uno de los grandes ventanales y se quedó contemplando en silencio la maravillosa vista que se extendía ante ellos. Las luces de la ciudad formaban un torbellino multicolor bajo sus pies. A ella también le gustaba la magnífica vista que disponían, pero tenía demasiadas preguntas en su cabeza que hacerle.

—La Columna de la victoria. Este monumento fue construido en honor a la victoria que tuvieron contra nosotros.

Así que finalmente se decidía a hablar.

—Ya lo sabía —murmuró Amara.

Había tantas cosas que no entendía y lo único que le decía era algo que ya conocía.

—...Desde entonces, Alemania cayó bajo control de la Inquisición.

—Se liberaron de los demonios —le corrigió, pese a que era consciente de que discutir con alguien del bando contrario sobre aquello carecía de sentido.

—Para ser dominados por algo mucho peor. Mira la situación actual. Se están empezando a revelar contra la opresión y la censura. Se han cansado del primitivo modo de vida europeo para comenzar a industrializarse, cosa que la Inquisición no ha visto bien. El número de revueltas se ha multiplicado, incluso ya han intentado derribar varias veces esta torre.

—Eso no lo sabía. ¿Por qué no pueden desarrollarse?

—Porque cuanto más se confía en la tecnología, menos se hace en algo abstracto.

—¿Me vas a quitar la marca?

—¿Qué marca?

—No me vaciles, sabes a lo que me ref... 

Amara había levantado la mano para mostrársela, pero tuvo que tragarse sus palabras al ver que ésta había desaparecido por completo. Él la miró divertido al contemplar su frustración mientras intentaba poner cara de inocente.

—Anda, acompáñame. —Le volvió indicar con el mismo gesto de antes que le siguiese, esta vez escaleras abajo.

Otra vez a bajar más escaleras

—Me gusta como te has vestido hoy.

Amara fingió ruborizarse. Había estado pensando mucho en aquello. Quería insinuar sin llegar a provocar una situación incómoda. Se había decidido por un vestido muy corto y ajustado de estilo oriental. Así lucía sus largas piernas y su figura esbelta. El vestido era de seda blanca con detalles bordados en verde jade. Se abrochaba en el cuello con un par de botones, aunque sobre el escote se abría en forma de rombo dejando piel al descubierto. Se había puesto unas sandalias plateadas con tacón de aguja que no había tenido ocasión de ponérselas hasta ese día y el pelo se lo onduló para darse un aspecto más salvaje, menos dócil.

—No como tú, que parece que no conoces otro color aparte del negro.

El diablo se limitó a encogerse de hombros.

—Así es como me siento más cómodo. Además, el negro absorbe la luz.

—Explícame qué diferencia hay entre un demonio y un diablo. Sé que tú eres esto último.

—Los diablos somos lo que vosotros llamáis caídos. Los demonios de Infernalia nos llaman diablos para remarcar que ellos son superiores.

—Entonces, ¿no es lo mismo?

—Los diablos son almas en pena consumidas por el odio y la oscuridad. La mayoría acaban perdiendo toda la racionalidad y sucumben al dolor, por lo que se convierten en bestias movidas por el deseo de hacer el mal.

—Tú pareces bastante racional...

—Supe encontrar mi luz.

La moto seguía tal y como la había dejado a pesar de lo mal aparcada que estaba.

—¿Alguna vez has montado en una?

—No.

—Agárrate de mi cintura y déjate llevar. En las curvas no hagas ningún movimiento, no intentes volcar el cuerpo hacia ningún lado; de eso ya me encargo yo.

La joven se subió como pudo a pesar de lo corto que era su vestido y que el asiento estaba bastante alto.

—¿Y el casco?

—No me gusta llevarlo. Antes me lo puse solamente para impresionarte más. —El muy descarado introdujo la llave y la hizo girar. El motor se encendió y el vehículo comenzó a vibrar. Amara sintió un cosquilleo. Estaba bastante emocionada. Se agarró fuertemente a él, que pegó un respingo casi imperceptible, pero no se quejó. Tenía la impresión de que no iba a ser precisamente un viaje tranquilo—. Por cierto, me llamo Caín.

***

—¿Adónde me estás llevando?

—¿Quieres dejar de protestar por todo? Si no te callas, nos van a descubrir.

Evanth captó el mensaje al instante y se calló. Lo último que quería era que la viesen con aquel ángel. Ya le había costado demasiado inventarse una excusa para Haziel como para que encima les castigasen. No sabía ni por qué se había molestado en arreglarse para la cita. Bueno sí, para dejarle bien claro que ella era un ser infinitamente más bello y que alguien como él no tenía la más mínima oportunidad con ella. 

Se estiró arrogantemente el grisáceo lino que cubría su hermoso cuerpo. Había elegido un color apagado, frío como su mirada de desdén. Contemplarla era un milagro para la vista, como la más bella escultura de hielo, completamente blanca y gris, con unos destellos azulados en su blanca melena. 

Ancel suspiró. Era la criatura más fría que había conocido, siempre con esos destellos helados en sus pupilas. No le bastaba con ser indiferente con aquellos que ella consideraba inferiores, sino que tenía que congelarles con esa mirada de hielo. A pesar de todo, los ángeles la admiraban, la admiraban como si fuese un hada de cristal.

—Ya suponía que no me llevarías a un sitio como Dios manda... —murmuró ésta, adoptando un fingido tono de decepción.

—¡Claro que no! Para eso ya tienes a Haziel. Esto te va a gustar más.

—¿Y qué puedes darme tú que Haziel no pueda?

—Aventuras, reírte desde el alma, cosas nuevas y originales.

—¡Ja! —Evanthel gruñó escéptica. Entonces se acordó de algo que había estado meditando la noche anterior y se detuvo, avergonzada por lo que iba a decir a continuación. Ancel se la quedó mirando molesto por su parada repentina—. Esto... ¿entonces vas a dejarme probar una de tus plumas?

—¿Cómo?

—Pues eso... Sabes a lo que me refiero. He oído las historias.

Ancel lo comprendió al darse cuenta del cambio en su actitud, cosa que también le llamó la atención. No se esperaba de alguien como ella tener reparos con algo considerado de dudosa legalidad si no tenía reparos en intimidar con Haziel. Se dio cuenta de que había conseguido algo de ventaja sobre Evanthel en esa situación e iba a disfrutarlo.

—Pues no sé... A alguien tan delicada como tú no sé si le sentará bien...

—¿Quién eres tú para decidir lo que me sienta bien o mal?

El chico agitó la cabeza en forma de negación.

—Como sigas tratándome igual que a un animal me parece que no vamos a ir muy lejos.

—¡Lo que faltaba! Después de que me traes hasta donde quiera que estemos ahora, dices que no vamos a ningún lado.

—¿Así que quieres conocerlo?

—¡Solo para confirmar que no me va a gustar!

"Eres increíble"

Ancel estaba empezando a pensar que Yael tenía razón y le había pedido lo peor que podría haber hecho. Por lo menos había conseguido intrigarla, y eso resultaba bastante esperanzador. Percibió que alguien se acercaba, así que tapó la boca de la joven con sus manos. Ésta abrió los ojos sorprendida y comenzó a quejarse. El contacto físico entre ángeles no estaba bien visto. Era algo muy humano, demasiado cálido y carnal. Obviamente no era la primera vez que la tocaban, pero no le hacía ninguna gracia que unas manos regordetas y torpes se posasen sobre sus labios como si nada.

Unos guardias con espléndidas armaduras pasaron frente a ellos ignorándolos por completo. Evanth estaba aterrada, se trataba de los guardias de Metatrón y ellos como si nada ahí, inmóviles como estatuas. Una luz verdosa llamó su atención. Provenía de la muñeca de Ancel. Yael le había prestado la gema de su abuelo como un favor especial. Eran completamente invisibles. Se sintió aliviada al saber esto.

—Pero ten más cuidado, que oírnos sí que pueden.

—¿Dónde estamos? —le susurró cuando los guardias se habían alejado por completo.

—En Majón, el sexto cielo. —Ancel intentó que su voz sonase lo más impresionante que pudo. A Evanth se le encendió el rostro.

—¿Vamos a ver nobles?

—Bueno, viven aquí. Por eso usamos el pasadizo de antes. Lo ángeles de más alto rango lo usan cuando no quieren ser descubiertos haciendo cosas... impropias de su condición.

—¡Quiero ver donde vive Gabriel!

—No te he traído para eso.

—Me da igual, quiero verle. Si quieres que vaya hablando después bien sobre ti...

—Está bien, es por aquí.

A la elemental de hielo le sorprendió que cediera tan fácilmente, pero la emoción ahogaba cualquier otro pensamiento racional.

—Lisiel se va a morir de envidia cuando se lo cuente... 

La mente de Evanth comenzó a fantasear. Ancel se rió mentalmente por la ingenuidad de la chica. Por supuesto que no pensaba llevarla ahí, pero eso ella no lo sabía y ahora tendría que fiarse de dónde él la guiase. Eso era una prueba de que la tenía bajo control.

Majón era enorme. Se encontraba rodeado por los muros de La Rosa Dorada, un inmenso palacio. Y dentro de aquel palacio vivían los ángeles más importantes de los Siete Cielos. Aquel pasadizo era sin duda su mejor descubrimiento. Gracias a él podían infiltrase en las lujosas fiestas y descubrir la verdad sobre su especie. Acercarse a Avarot resultaba imposible, demasiada vigilancia y la cercana presencia de Dios infligía un terror sobrenatural. De todas formas, ellos no querían ir a Avarot. 

Evanthel estaba extasiada admirando toda la belleza que la rodeaba. Las impresionantes pinturas, las blancas paredes sobrecargadas de trazos dorados y plateados, las apaciguadoras voces del Coro Celestial cantado por los largos pasillos... incluso las realistas y espeluznantes estatuas. Se detuvieron frente a un pasillo adornado por un inmenso cuadro que ocupaba toda la pared. Representaba los siete días de la creación, día a día. Ancel se aseguró de que no venía nadie y se acercaron a la parte que representaba al séptimo día.

Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato

y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.

Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho

Génesis 2 (1-3)

—Imítame.

Ancel extendió su brazo y lo introdujo en la pintura atravesándola sin dificultad alguna. El óleo se apartaba como si fuese agua y dejaba ondulaciones concéntricas en torno a él. Evanthel no quería hacer semejante cosa. A saber lo que podía suceder después. Ancel la esperó unos segundos y, al ver que ésta no tenía intención de reaccionar, se limitó a encogerse de hombros y terminar de introducir su cuerpo entero. El elemental de hielo comprendió que sin él le iba a ser imposible salir de ahí, así que resignada, se introdujo también en el cuadro. Al principio puso cara de asco, pero cuando vio que no sentía nada, se dejó absorber.

***

Deslizándose por la carretera, dejando anonadados a los demás vehículos, Caín atravesaba la noche, inalcanzable. A Amara le encantaba cuando había una curva. Las tomaba muy suaves y al inclinarse hacia un lado, ella aprovechaba para agarrarse más fuerte a él. Sorteaban todo tipo de vehículos a pesar de la velocidad vertiginosa a la que iban. Para Caín no parecían existir las prohibiciones. Cuando un camino se acababa, saltaba sobre los tejados. Si el camino estaba cortado, le daba igual, cogía más velocidad esquivando los obstáculos. Si alguien intentaba adelantarles, él les dejaba bien claro quier era el amo de la carretera, además de que se burlaba de ellos gritando fanfarronerías y realizando alguna pirueta, siempre presumiendo. Las cosas parecieron complicarse cuando unos vehículos voladores con el símbolo de la Inquisición, una cruz atravesando una tríada y rodeada de llamas, les empezaron a perseguir. Si les alcanzaban, estaban acabados; él por ser un diablo y ella, por desobedecer las normas. Aún así, el diablo no parecía muy preocupado.

—Parece que esto se anima. Agárrate a mí.

La moto volvió a rugir y comenzó la persecución. Ellos iban más rápido, pero sus perseguidores comenzaron a dispararles.

—Son balas de akasha, a ti no pueden dañarte. Pero si nos dan en las ruedas tendremos que luchar.

—Déjame que haga una barrera.

—Entonces notarán que eres un ángel.

—¿Qué estás haciendo? Eso es un hospital, nos vamos a...

Todavía no había terminado la frase cuando ya estaban escaleras arriba y atravesando la puerta de cristal. Las enfermeras y los pacientes gritaban asustados. Los inquisidores vacilaron un momento, pero decidieron entrar también. Por uno de los pasillos se encontraron de frente una camilla que iba a ser llevada a la sala de operaciones.

—Lánzasela a los de atrás.

—¡Ahí va alguien!

—¡Qué importa! Va a morir igualmente...

—No pienso hacerle eso a alguien inocente.

Caín soltó por un momento el manillar, y arrojó hacia atrás la camilla con paciente incluido. Sus enemigos no tuvieron más remedio que detenerse. Ahora ellos se dirigían hacia los ascensores. Justo en ese momento las puertas de uno de ellos se abrieron y bajó alguien de ahí.

—¡Apártese! —le gritó la chica.

El hombre apenas tuvo tiempo de echarse a un lado, asustado. Caín comenzó a frenar y derraparon hasta introducirse en el ascensor. Las puertas se cerraron tras ellos. Marcaron el último piso y él le dio un puñetazo al espejo, rompiéndolo en varios pedazos. Los fragmentos de cristal se le incrustaron en su carne maldita.

—¿Estás loco? Bueno, visto lo visto es evidente que sí...

—Era una cámara. La he roto para que no te puedan identificar.

—Gracias —era un agradecimiento y una disculpa por haberlo malinterpretado—, pero hay otras formas...

La chica le cogió el brazo herido y comenzó a extraerle los trozos de cristal.

—Sí que tarda este trasto. ¡Europa está demasiado atrasada!

La sangre caía por su mano, brillante y fluida. Al conseguir sacarle los cristales, las heridas se cerraron solas. Amara se quedó un momento repasando todo lo que había pasado y no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa.

—No puedo creerlo. Estoy en el ascensor de un hospital con un diablo pirado y su moto mientras que nos persiguen los de la Inquisición...

—Tiene su morbo, ¿verdad? —Le sonrió con una mirada maliciosa y la empujó contra la pared—. Estos botones molestan. No deben dejarte respirar... —le susurraba mientras se los desabrochaba con la boca.

—Quita tu cabeza de ahí —le ordenó mientras le apartaba de ella, pero lo único que consiguió es que la atrajera más hacia él. Se quedaron un momento en silencio, abrazados, mientras la bombilla del techo tiritaba débilmente y amenazaba con apagarse de un momento a otro. Caín la miraba fijamente con esa mirada abrasadora suya. El corazón le latía de manera alarmante y sus emociones se desbordaban.

"Esto no me puede estar pasando. No es más que un maldito caído..."

Comenzaba a hacer demasiado calor allí y los labios de aquella criatura le parecían demasiado sugerentes. Se puso de puntillas para poder alcanzarlos. Apenas los había rozado, cuando las puertas se abrieron de golpe.

—Móntate, esto no ha acabado aún.

Volvieron a subirse rápidamente en la flamante máquina, todavía azorados por lo que había estado a punto de suceder. Al abandonar el ascensor, fueron recibidos por los disparos de uno de sus perseguidores. Habían conseguido llegar a través de las escaleras. 

La peculiar pareja siguió corriendo a través del largo pasillo hasta que parecía que llegaba el final. La única salida visible era un ventanal. Tras un intercambio rápido de miradas que demostraba que estaban pensando en lo mismo, lo atravesaron sin ningún problema, saliendo al patio exterior. 

Sus perseguidores eran muy persistentes y siguieron persiguiéndoles desde dentro del hospital y disparándoles desde las diferentes ventanas. Amara miró hacia atrás y percibió cómo les apuntaban desde atrás con un enorme bazooka. Desde la ventana de enfrente, también les estaban apuntando con un arma similar. La moto saltó al vacío y, justo antes de que se pusiese a tiro, el diablo cogió a la chica y saltaron de la moto. El rayo de energía procedente de uno de ellos, impactó con el de su compañero, recibiendo ambos sus propios ataques. La explosión iluminó el cielo nocturno por unos instantes.

***

Evanthel tenía los ojos cerrados y no los quería abrir. Se quedó en silencio deleitándose del sonido que producían las olas al romper e impregnándose del olor a sal. Las gaviotas se unieron a aquel recital con sus agudas voces. La brisa marina la rodeaba, dejándole una sensación muy agradable. Finalmente, se atrevió a abrir los ojos. Se encontraban rodeados de incontables flores de colores vivos y llamativos y árboles tropicales, como las palmeras. Ante ellos se extendía un manto de arena blanca, y más allá, el inmenso mar. Los azules del cielo se juntaban con los de las aguas, difuminándose en el horizonte.

—¿Dónde estamos?

—Esto es una playa.

—¿Esto es una playa? Entonces, ¿aquello es el mar?

—¿Nunca antes habías visto una?

Evanth negó con la cabeza y se descalzó. Se adentró lentamente en la arena y dejó que sus pies se hundiesen en ella. En el Cielo no existía el mar. Lo único que sabía era que todo lo que se veía de color azul desde el Planeta Azul era el océano. Había escuchado historias de que la luna producía movimientos en las aguas, pero se había imaginado algo mucho más devastador. Pensaba que el océano era oscuro, sin embargo aquellas aguas invitaban a bañarse. La arena que la rodeaba se tornó hielo. Quería congelar aquella extensión de agua. El sol reflejado en aquel mar de hielo debería de producir un espectáculo muy hermoso. Algún día tendría el poder suficiente para poder hacerlo. De momento, se tenía que conformar con congelar pequeñas cosas.

—Parece ser un sitio muy tranquilo.

—Bueno, la verdad es que cada vez aparecemos en un lugar diferente. Este paisaje nunca lo había visto.

A Evanth le hubiese encantado estar allí junto a Haziel. Sería muy hermoso intercambiar caricias tumbados sobre la arena, fundiendo sus cuerpos con la espuma marina.

—¿Vamos al agua?

—Tiene sal... No es bueno para mi cabello ni para mis plumas.

—No sabes lo que te pierdes.

El joven se aproximó a la orilla, dejando que las olas bañasen sus pies. La verdad era que a él el agua no le gustaba, le daba miedo. Ahogarse tenía que ser una sensación muy desagradable. Pero el oleaje era suave y el mar estaba en calma. Mientras hiciese pie no tendría que haber ningún problema y ella se divertiría. Aún así se empeñaba en hacerlo todo más difícil y él no iba a insistir. Volvió la cabeza hacia un lado y vio que ella se había puesto junto a él.

—Ahora mis pies están llenos de barro —protestó la elemental.

—Yo no te he dicho que vinieras.

—...Pero merece la pena. Dios es increíble, ¿verdad? La de cosas bellas que ha creado.

—El mismo que te castigará por enamorarte —le recordó.

—Pero eso no quita que sea increíble.

Se quedaron en silencio, surcando las olas con la mirada.

—Esto... ¿Me dejarás entonces probar una de tus plumas?

—Ya te avisé de que puede ser peligroso.

—¿Pero vosotros lo hacéis, no?

—Sí, pero sabemos asumir el riesgo. No siempre sale bien... Cada pluma produce un efecto diferente.

—¡Pero son tus plumas! Deberías saber qué efecto tiene cada una.

—Las del ala derecha, producen ataques a tus enemigos; las del ala izquierda, hacen efecto sobre ti mismo.

—Entonces probaré una de tu ala izquierda. ¿Cuánto dura el efecto?

—A veces, minutos; otras, horas.

—Asumiré el riesgo.

La chica le extendió la mano para que le diese una de sus níveas plumas. Él le tendió el ala.

—Coge tú la que quieras, no sea que luego me eches la culpa a mí.

Ancel pensó que ya estaba viendo alucinaciones puesto que le pareció ver en la cara de la joven una especie de sonrisa. Ella escogió una de la parte superior y él se arrancó la primera que pilló. 

A Evanth le fascinaban de siempre las etéreas plumas. Se quedó admirando a trasluz el fino akasha. Finalmente se la llevó a su boca y, sin apenas masticar, se la tragó. Los efectos fueron casi instantáneos. Se sentía como en una nube, pero no estaba muy segura de dónde se encontraba exactamente. Todo lucía completamente diferente. 

La arena eran fragmentos nubosos, mientras que el mar ya no era salado, sino de nieve. Nieve blanca que le invitaba a tenderse sobre ella. Le encantaba el frío. Se sentía más pura cubierta por el helado manto que formaban los copos. Sin pensárselo dos, veces echó a andar. A cada paso que daba, Evanth se sentía más feliz, más ajena de las preocupaciones que le asaltaban cada vez que cerraba los ojos. El agua marina iba purificándola cuanto más se sumergía. Siguió adentrándose más y más, hasta que el nivel de agua le llegaba más arriba de la cintura, sin embargo, para ella solo se trataba de nieve. 

Dejó su cuerpo flotar y se dejó arrastrar por el vaivén de las olas. De vez en cuando se acercaba una más grande de lo normal y se dejaba revolcar. No eran más que una manada de lobos blancos, le encantaba jugar con ellos. Mientras esperaba al siguiente ataque, se quedaba inmersa contemplando el cielo. Éste adoptaba diferentes colores y las nubes iban formando diferentes figuras, como si estuviese contemplando una inmensa lámpara de lava. Y rió. Rió como nunca antes lo había hecho. Las carcajadas salían de su interior liberadas de su opresión, limpiándola por dentro. Rió tanto, que tragó agua sin querer, pero aquello tampoco le importó. Tan sólo quería disfrutar del estado en el que se encontraba.

***

La rebelde pareja había caído sobre el tendedero y Amara aprovechó que ya nadie les seguía para extender sus blancas alas y escapar. Aterrizó donde Caín le dijo. Un enorme edificio se alzaba ante ellos. Parecía una fábrica si no fuese por el cartel luminoso gigante. "InsanitY", pudo leer la chica.

—Es la discoteca más grande que existe. El dueño es un demonio bastante poderoso, por lo que su interior está infestado de demonios haciéndose pasar por humanos. —De repente, se giró bruscamente y le hizo un corte de manga al aire—. Que se jodan. Esos inútiles no se merecían ni que acabase yo mismo con ellos.

—Eres prepotente y un creído. ¿Eres consciente de todos los daños que hemos causado?

—No tantos como ellos.

—Y un egocéntrico.

—Si fuese un egocéntrico, te habría utilizado para escapar más fácilmente.

—No lo has hecho porque me quieres utilizar para tus propios intereses.

—Lo único que quiero de ti es que me des lo que tienes en tu poder y espero que hayas traído...Bueno, y tu virginidad. Cada vez es más difícil encontrar una virgen cuya personalidad me atraiga. Como ves, todo eso lo puedo conseguir esta noche, así que si después te juzgan o no me es indiferente.

—Las personas que hacen lo mismo que tú es porque en realidad son frágiles.

—¿Qué hacen qué?

Era muy probable que estuviera leyendo de más en el diablo, que se estuviera formando una imagen idealizada de él, justificando su estúpido comportamiento. A pesar de ello, quería intentarlo. Todas las apuestas conllevaban un riesgo siempre. Ella se estaba jugando mucho, pero era una oportunidad que quizás no volvería a tener jamás. Si Caín fuese malvado, ya habría visto cosas peores procedentes de él, sin embargo se comportaba como un joven que se hacía el rebelde porque estaba  resentido con la crueldad del mundo.

—Ocultarse tras una falsa fachada. Sé que todas esas fanfarronerías las haces para aparentar ser algo que no eres.

—¿Qué más te da lo que haga o deje de hacer?

Así que ni siquiera la contrariaba. 

—Seguro que ni el nombre que me has dado es el verdadero.

—Lo es, no me gusta utilizar apodos. Todo lo que hago, lo hago con mi identidad.

—¿Quién iba a querer llamarse Caín? Es de mal gusto —se burló.

—Significa lanza, no hay nada de malo en ello. Es el nombre que me pusieron los que me engendraron.

—Vaya una forma de referirte a tus padres.

Quizás conseguía saber un poco más sobre él, si picaba el anzuelo, que lo picó.

—Yo no tengo padres. Nunca he tenido a nadie que se preocupe por mí.

Ese dato resultaba coherente con la idea que se estaba haciendo del diablo. Un malvado demonio no  iría por el mundo diciendo esas cosas, y menos a ella, una vulgar chica ángel.

—No habría nada de malo en ello si no fuese porque Caín mató a su hermano con esa lanza...

—Conozco la historia muy bien. Sí, Caín es una terrible criatura que jamás debería de haber existido. Todo el mundo le odia por esa historia que cuenta un libro anónimo. ¿Sabes? La cultura popular cuenta que es el padre de todos los vampiros. Y los humanos que adoran al demonio, se llaman a sí mismos cainitas porque siguieron sus pasos. Es un nombre muy popular.

Amara se le quedó mirando seriamente. Ése tenía que ser el nombre que habría adquirido al convertirse en un caído. Dios nunca le pondría ese nombre a un ser de su creación. Aún así, había algo raro. Que solo tuviese un ala le parecía sorprendente. La extirpación de alas era el castigo más severo que podía recibir un ángel. Sin embargo, Caín poseía sólo un ala. ¿Podría haber sobrevivido con tan sólo una?

—Entremos dentro.

***

El sol estaba llegando al final de su jornada y el cielo comenzó a llenarse de nubes violetas y llamas de fuego anaranjadas. Los dos jóvenes aprendices se encontraban tendidos sobre la orilla. Sus cabellos bailaban con las olas que conseguían llegar hasta la blanca arena, pero no les importaba. El efecto comenzaba a pasarse y la alterada realidad volvía a percibirse como siempre, sin niveles de contraste ni brillo exageradamente elevados. Les dolía el pecho de tanto reírse. El precioso vestido de Evanth estaba empapado, tenía arena incluso en las zonas más íntimas y el cabello que había peinado con tanto esmero antes de salir, estaba pegajoso. Y no le importó en absoluto. Aquel atardecer perduraría en su memoria hasta el fin del mundo. Había tenido que rescatar a Ancel de morir ahogado y se habían tendido allí a descansar.

—Al final salió bien, ¿no?

—Sí, hemos tenido suerte. Pero imagínate que esto pasa en un combate.

—Oye... —el recuerdo de la conversación del otro día volvió a la mente de Evanth—. ¿Por qué elegiste un cuerpo así?

Ancel fingió que no había escuchado nada. Ella volvió a insistir:

—Cuando un ángel adquiere conciencia, lo primero que hace es elegir en qué cuerpo se va a materializar. Con el color de ojos y pelo no tenemos elección, porque eso depende de nuestra esencia, pero sí podemos elegir el resto.  Incluso hay quien puede decidir cuánto quieren desarrollarlo.

—No todo en esta vida es intentar aparentar ser el mejor. Si no fueses tan superficial, no le darías tanta importancia.

—Aún así tiene que haber un motivo.

El chico se quedó pensativo y ella no se atrevía a hacer ningún ruido. Finalmente, optó por hablar.

—Sí que lo hay. Una de mis primeras misiones fue en el Planeta Azul.

—¿En el Planeta Azul? ¿Tan joven?

—Sí, pero la misión no consistía en enfrentarme a nadie ni nada por el estilo. Tenía que salvar a una niña. A una niña completamente desnutrida y famélica. Sus padres estaban desesperados porque su hija no quería comer. Un humano necesita comer para poder vivir, es una necesidad básica en ellos. Sin embargo, ella por tal de no engordar se negaba.

—¿Prefería morirse de hambre?

—Es algo psicológico. Ella se veía obesa. Estaba obsesionada por su apariencia física, como alguien que yo me sé.

Evanth se ruborizó. Era cierto que le daba importancia a su aspecto, pero no había nada de malo en quererse a una misma, en querer lucir espléndida; así se sentía mejor. En cambio, lo de esa niña era algo exagerado y absurdo.

—Me presenté a ella como su ángel guardián. Le intenté convencer de que tenía que comer si no quería morir y que muerta le daría igual ser delgada. —Su expresión se iba tornando más seria cuanto más avanzaba de la historia— . Ella me dijo que si comía, entonces Dios la castigaría.

—¡Esa niña estaba loca!

—Tú no viste el dolor con que confesaba aquellas palabras. Lo creía de verdad. La explicación que me dio a esas conclusiones es que Dios creó al hombre y a los ángeles a su imagen y semejanza. Y todos los ángeles éramos hermosos y perfectos. Todos lucíamos como seres majestuosamente bellos con cuerpos perfectos. Y si ella no se parecía a los ángeles, es que no se parecía a Dios. Yo sólo empeoré las cosas, se había obsesionado en ser como yo. Su mente estaba completamente enferma, ni siquiera su alma me escuchaba. Aún así, me dijo que comería, que volviese al día siguiente para demostrármelo. —Tragó saliva antes de terminar su relato—. Cuando volví, no era un humano lo que encontré, era un esqueleto que rugía de hambre. La niña murió desnutrida.

—La culpa no fue tuya.

—Sí que fue mía... Además, me hizo recapacitar. Nos quejamos de que son seres completamente materiales, a los que sólo les importa lo artificial. Sin embargo, nosotros somos su ejemplo a seguir. ¿Qué clase de ejemplo damos?

Las olas y la brisa marina respondieron a aquella pregunta retórica.

—Siento lo que te dije el otro día.

—La próxima vez, no juzgues a la gente por su apariencia. Te ahorrarás muchas decepciones.

—Creo que va siendo hora de volver. Todavía no me has mostrado dónde vive Gabriel.

—Es en este mismo pasillo, al fondo. Creo.

Habían conseguido que sus ropas se secasen algo, aunque ya casi no hacía sol. Por lo menos no iban chorreando.

Primero asomó Ancel su cabeza con cuidado. Se sorprendió al ver que todo el pasillo estaba a oscuras.

—¡Vamos! —le susurró.

Salieron del cuadro con la gema de Yael activada. Decidieron ir a comprobar si Gabriel vivía allí.

—¿No me estás timando?

—Las veces que le vimos regresar tarde, iba por este pasillo en esta dirección.

Había algo en el aire que les inquietaba. Estaba más denso de lo normal y esa oscuridad resultaba inquietante.

—Tu pluma no tendrá efectos secundarios, ¿verdad?

—A veces..., pero suele ser pasados unos días.

Anularon la invisibilidad para que la luz de sus cuerpos les iluminase el camino. Al fijarse en suelo de mármol casi exclamaron un grito. Sangre. El rastro carmesí conducía hasta el final de la pared y allí desaparecía.

—Ancel, vámonos de aquí —le susurró, inquieta.

—Aquí hay un notición.

—¿Pero qué dices? Si nos pillan seremos sospechosos.

—Esa de ahí creo que es la casa de Gabriel. Avisémosle.

La joven asintió con la cabeza algo más aliviada. Comenzaron a aporrear la enorme puerta sin obtener contestación alguna. Decidieron llamarle a gritos, pero tampoco contestaba.

—Quizás no esté... 

Ancel ya estaba dando media vuelta dispuesto a encontrar un pasadizo que resolviese el enigma. Evanth, por el contrario, siguió insistiendo. Congeló el manillar y la cerradura y de una patada, los destrozó. La puerta se abrió emitiendo un pequeño quejido.

—¿Estás loca? ¡Sólo faltaba que nos acusasen de allanamiento de morada!

Echaron un vistazo alrededor. Todo estaba completamente a oscuras. La casa parecía estar en orden, salvo el dormitorio. Los objetos de cristal y espejos se hallaban hecho añicos, y las plumas de un maltratado colchón se encontraban esparcidas por los alrededores. El suelo estaba mojado. Descubrieron que un charco de agua salía de por debajo de una puerta que debía ser la del cuarto de baño. Arrimaron la oreja a la puerta y se pudo escuchar perfectamente el agua saliendo del grifo.

No sabían si atreverse a entrar. Si se estaba bañando, no le haría ninguna gracia que le molestasen, pero definitivamente aquel desorden y el agua desbordándose no era normal. 

De un empujón, abrieron la puerta. Evanth emitió una exclamación ahogada. Tendido sobre la bañera se encontraba Gabriel, con la cabeza inclinada hacia atrás y el agua de la ducha cayendo sobre él. La bañera se había desbordado y la larga cabellera caoba flotaba sobre el agua.

***

Por dentro, la discoteca era más grande de lo que parecía. La pista estaba repleta de jóvenes desbocándose y dándolo todo al son de la música, una melodía que hipnotizaba, que les poseía por completo. Amara la sentía adentrándose en su cuerpo y le arrancaba movimientos. Quería bailar, dejarse poseer, olvidarse de todo lo demás. Las luces de colores junto con el humo al principio le mareaban, pero pronto esa sensación desapareció, dando lugar a una euforia que nunca antes había sentido. Observó a los gogós que bailaban en diferentes plataformas con bastante poca ropa y sintió envidia de la forma en que se movían. De vez en cuando los lanzallamas arrojaban, furiosos, llamas de fuego y se notaba la subida de temperatura instantánea. Otras veces, una descarga de humo caía desde los niveles superiores hasta el centro de la pista. La joven estaba deseando probar aquello.

—Vamos primero a la barra —le dijo telepáticamente Caín.

Allí resultaba prácticamente imposible comunicarse hablando, así que su telepatía resultaba bastante útil. Hacerse camino entre la muchedumbre no les fue muy difícil, todos se apartaban aterrorizados al percibir al diablo. 

La nueva estancia estaba llena de sofás de terciopelo rojo y negro ocupados por parejas desbordantes de pasión. 

"Olvidarte de la gente que te rodea, entregarte de esa forma a alguien como si estuviesen en un mundo solo para ellos dos... Los humanos son afortunados."

 De pronto, un joven cayó inconsciente sobre uno de los sofás. La mujer con la que estaba se relamió y Amara percibió cómo miraba lujuriosamente a Caín. Éste simplemente agarró a su acompañante por el brazo y tiró de ella para que avanzase más rápido. La diablesa rápidamente forjó una mirada inculcada de odio y se la dedicó a Amara, la joven de cabellos rubios, blanca piel y vestido blanco que acaparaba todo el interés del joven de cabellos oscuros y mirada eléctrica.

—¿No se puede hacer nada por él?

—Le ha absorbido el alma. Si hiciese más caso de lo que dice su religión, eso no habría pasado.

Muchos hombres se quedaban abobados mirando al ángel. Los más atrevidos incluso le agarraban e intentaban hablar con ella, aunque acababan huyendo despavoridos ante la inquisitiva mirada de Caín.

—Si alguno te molesta, dímelo.

En la barra, uno de los camareros no paraba de sonreírle, pero Caín le ignoró por completo y le susurró algo a una mujer de ardiente cabellera roja. Ésta sonrió y se perdió entre unas estanterías repletas de botellas de los más diversos colores y marcas. Cuando volvió, apoyó fuertemente dos vasos de cristal y acarició descaradamente la cara de Caín. Él simplemente se dedicó a sacar un cigarro y a posarlo sobre sus labios mientras la camarera les llenaba los vasos. 

Amara vio cómo sus ojos verdosos se tornaron, por unos instantes, dorados. El cigarro se encendió y sus ojos volvieron a su tonalidad normal. El ángel se quedó ensimismada contemplando la cocaína consumirse en sus labios. En los labios que había estado a punto de alcanzar antes, en el ascensor. En ese momento no la importaría ser cenizas...

!¿En qué estaba pensando?! Apenas había bebido un trago y ya estaba dejándose caer en su trampa. Si eso era lo que pretendía él, lo llevaba claro. Además, no podía fiarse de esa camarera, a saber lo que le habría echado en la bebida. Caín le ofreció una calada de su cigarrillo. No le atraía lo más mínimo, pero ya que había llegado hasta allí, tenía que probarlo todo. No pensaba dejar nada sin hacer para luego no arrepentirse. Si desobedecía las normas, lo haría bien. 

El humo estaba muy caliente y le irritaba la garganta. Aunque intentó evitarlo, sólo consiguió que sus ojos se humedecieran y al final, acabó en un ataque de tos. La camarera se reía sonoramente mientras que Caín la miraba con una expresión indescifrable. Le dirigió una mirada a la pelirroja y ésta sacó unos vasos de chupitos y unas rodajas de limón.

—Déjame quitarte el mal sabor.

Caín agarró un salero y se dirigió hacia ella con él. Con la otra mano, sostuvo su muñeca y la roció con la sal. Con su negra lengua lamió cada centímetro de su piel hasta asegurarse que no se había dejado ni un solo granito. Después, se bebió de un trago rápido el líquido transparente de su vaso, para inmediatamente después, posar una rodaja de limón sobre los labios de la chica. Caín mordió fuertemente el cítrico, aprisionando sus labios contra los de ella. El ácido resbalaba por sus bocas mezclándose con su saliva. Por una vez, Amara pudo olvidarse de la música, de la gente que había a su alrededor. Solo existían su boca y la de Caín absorbiéndose en cada movimiento.

—Ahora es tu turno —le dijo cuando ya se había separado de ella por completo.

Amara cogió el salero y con decisión, retiró el cabello oscuro de su cuello para poder llenárselo de sal. Caín cerró los ojos mientras disfrutaba del momento y se dejaba hacer. Amara estuvo más tiempo del necesario besando su cuello. Finalmente se bebió de un trago el chupito. Aquello era aún peor que el tabaco, le ardía todo su interior y le dieron arcadas. Tuvo que llevarse rápidamente el limón a la boca y lo exprimió ferozmente.

—No deberías estar aquí. Se acerca la hora —le advirtió la camarera a Caín.

—Tengo derecho a disfrutar de mi últimos momentos de libertad como me dé la gana, Areúsa.

—Pero no los estás aprovechando bien. Acompáñame, me gustaría mostrarte una cosa.

Sus cabellos y su mirada centelleaban bajo la luz de los focos. Él se le quedó mirando fijamente un tiempo hasta que finalmente optó por seguirla.

—Pórtate bien —se limitó a decirle a Amara, telepáticamente.

Ahí la dejó, sola entre toda aquella multitud de personas colocadas de sustancias extrañas mientras se iba con la tal Areúsa a que le enseñase lo que le tenía que enseñar. Cosa que Amara no estaba dispuesta a permitir. No podía olvidarse de ella tan fácilmente después de todas las molestias que le había causado.

Se dispuso a seguirles escaleras arriba. Fue ascendiendo por las diferentes plantas y estilos musicales, pero no tenía ni idea de donde se habían metido y el alcohol comenzaba a nublar su mente. La música martilleaba su cabeza arrastrándola a esa dimensión extraña a la que se estaba transportando. En el cuarto piso no había música ni luces flasheantes. Toda la habitación estaba cubierta de camas. Echó un vistazo al harem, pero no vio ninguna cabellera roja destacando sobre las demás.

Ya había perdido la cuenta de en qué planta estaba, cuando llegó a un tramo que estaba cortado y que ponía "sala V.I.P." Amara hizo caso omiso del cartel y se adentró.

La sala era bastante amplia y había un jacuzzi en medio de aquel maremágnum de lujuria desenfrenada. Se quedó entre aquella orgía sin saber cómo reaccionar. Pronto, fueron depositando su atención en ella. La temperatura había descendido bruscamente. Sentía mucho frío y quería temblar, pero tenía que dominar su cuerpo para no demostrar debilidad. Estaba rodeada de demonios y parecían muy poderosos. Cada uno poseía un peinado bastante llamativo. Sus ojos rojos refulgían bajo la tenue luz color rojizo que proyectaban unas lámparas de diseño exclusivo. Ya se habían tenido que percatar de que ella era un ángel. Tuvo la tentación de decir que Caín le había invitado, pero si lo que éste le había contado sobre él era cierto, no serviría mucho ya que él no era más que un mero diablo. Mientras pensaba cómo iba a hacer para que una aprendiz de ángel pudiese escapar de la nobleza del Infierno, se le vino a la mente la imagen del niño que le había hablado en aquellas visiones.

"Nunca apagues tu luz."

Su cuerpo empezó a emitir una luz violeta muy intensa que los cegó a todos. Ésa era su oportunidad. Salió de ahí lo más deprisa que pudo. No quería inmaterializarse porque Metatrón podría verla. Encontró una salida de emergencia y, sin pensárselo dos veces, salió por allí. El aire nocturno golpeó su cara, despejándola. Sintió una mano fría agarrándole del brazo y tirando de ella. Se trataba de Caín, que la estaba conduciendo hacia un callejón oscuro y sin salida.

—Te dije que te comportaras, pero claro, eso es demasiado para la señorita "hago lo que me da la gana porque soy la más bella y la más lista".

—¿Y qué pretendías que hiciera? ¿Qué me quedase de brazos cruzados esperando a que te apeteciese volver?

—¡Fuiste tú la que me provocó! No pretenderías que fuese por ahí en ese estado...

No podía creer que ésa fuese su excusa.

—¡Lo del limón y la sal fue idea tuya! Además, ¿no decías que me ibas a quitar la virginidad?

—¿Te hubieses dejado por las buenas? —le susurró mientras la acorralaba contra la pared.

—Qué manía con acorralarme... —protestó, irritada— . ¡Claro que no me habría dejado! Pero no ibas por mal camino... De perderla con alguien ¿por qué no iba a hacerlo contigo? —Se sonrojó al darse cuenta del significado de sus palabras—. Al fin y al cabo eres el que más atención me ha prestado y así no metería a ningún ángel en problemas.

El diablo emitió un suspiro muy leve mientras negaba con la cabeza.

—No eres consciente del lío en que estás metida... y pretendes complicarlo más todo... Estás acorralada en un callejón por el rey de Enoc, rey de la ciudad maldita y en apenas unas horas, Señor de los Siete Infiernos. Y se me están ocurriendo seiscientas sesenta y seis cosas que hacerte y ninguna buena. —Su respiración se volvía más entrecortada a medida que la iba acariciando cada vez con más intensidad.

—Si no eres más que un diablo unialado...

—...Y en esa sala estaba Astaroth, uno de los príncipes. Y está piradísimo. Nunca sabes por dónde va a salir, pero nunca suele ser bueno. Y tú lo has deslumbrado con el rayo de la transmutación. A él y a otros muchos más, incluidos tres de los siete Pecados Capitales.

—No estoy en condiciones de seguirte...

Amara sintió como algo viscoso recorría sus hombros y se ceñía en torno a su cuello. De reojo pudo ver que era una cola que le salía a Caín por detrás.

—Ni te imaginas la de cosas que puedo hacer con ella.

Caín hizo el amago de impularse sobre sus labios, sin embargo, se contuvo. En su lugar, se apartó un poco de ella, sólo para que no se sintiera acorralada contra la pared, puesto que eso la asustaba. La miraba con los labios entreabiertos, la respiración agitadísima, casi tanto como la de Amara a quien ya no le bastaba con la cercanía del diablo, quería más. Y Caín lo sabía, pero a pesar de todo, le estaba dando la oportunidad de elegir. Si ella no quería, él no la forzaría. Era la forma definitiva de tentar. Si la forzaba, no contaría cómo que la había hecho caer. Era una decisión que tenía que tomar Amara y sólo ella. 

Amara decidió que no le daría más vueltas. Le rodeó la nuca con sus manos y, mandando al Infierno la poca cordura que le quedaba, unió su boca  a la de Caín.

Aquella unión era lo que siempre había deseado. No porque amara con locura a Caín, sino porque necesitaba de aquel acto de rebeldía. Necesitaba una suave lengua haciendo estragos en ella, ansiaba unirse a alguien de una forma mucho mas explícita, sentir el calor de sus cuerpos, que tenían un corazón latiendo en sus pechos en ese mundo tan gris donde la gente había olvidado lo que era vivir a base de prohibiciones absurdas. 

Habían empezado uniendo sus bocas, pero el resto de sus cuerpos empezaban a reclamar atención también. Así que los labios de Caín fueron descendiendo. Lejos de embriagarla con una pasión enfrebecida, más bien tuvo el efecto contrario y al sentirle cerca delos botones de su escote, recordó  lo que le había pasado al chico de la discoteca y sabía que no quería acabar igual. Sintiéndose muy contradictoria con ella misma, le detuvo.

A Caín le costó comprender lo que pasaba, él se había abandonado a la lujuria mucho más fácilmente que ella. 

  —Caín... Te deseo, pero necesito tener más confianza en ti para dejarme llevar del todo.  

  —Realmente eres muy diferente a cualquier mujer que haya conocido.

—¿Por necesitar confiar en la persona con la que voy a acostarme? 

—...En realidad lo entiendo. Es solo que ya me había hecho ilusiones.    —El silencio se interpuso entre ambos. Era una situación extraña, para ambos. Caín tampoco se había vito envuelto en una situación así antes. Generalmente tomaba cuanto quería, sin respetar demasiado los deseos de las demás personas.  Pero hasta entonces nadie le había importado lo suficiente como para respetarlo. Una justificación muy pobre, pero ya que trnía que sufrir el estigma de ser un diablo, al menos se aprovechaba de ello—. Está bien.. ¿y por dónde puedo continuar para que confíes más en mi?  —inquirió temiendo el acabar arrepinténdose de ello.

Amara sonrió inconscientemente.

—Podrías empezar explicándome lo básico: qué quieres de mi, qué es lo que esa marca me hizo ver, quién eres en realidad y cuáles son tus verdaderas intenciones, por qué has querido que traiga la Corona de Espinas, qué es eso del Señor de los Siete Infiernos, los Pecados Capitales y lo que estáis preparando los demonios para las seis horas y seis minutos de hoy día seis del sexto mes. No sé,  por poner un ejemplo.

Sus miradas volvieron a encontrarse y ardían cargadas de intensidad, pero esta vez por motivos muy diferentes.  

***

—¡Señor Gabriel!

—¡¿Se encuentra bien?!

Habían detenido el flujo del agua. Evanth le zarandeaba para que se despertase, pero no parecía reaccionar. Ancel sacó de su túnica una cajita de madera y de ella extrajo la mitad de una pluma y cortó un pedazo. El trozo extraído se lo metió en la boca a Gabriel.

—Es curativa, ya comprobé sus efectos con el trozo que falta —le explicó a la interrogante mirada de la chica. 

Debió surtir efecto porque el ángel comenzó a recobrar el conocimiento.

—¿Qué...? —su voz sonaba débil y confusa.

—¿Se encuentra bien?

Gabriel no parecía escucharles. Simplemente miraba atónito sus manos. Les llevó un tiempo conseguir que reaccionase.

—Qué hacéis aquí? —El guerrero miraba a su alrededor sorprendido de encontrárselo todo encharcado. Los dos aprendices respiraron aliviados. Su luz había recuperado intensidad y parecía ser que se encontraba bien—. No sé que me pasó, lo siento...

—Algo debió de atacarle. Lo mismo que provocó ese rastro de sangre.

—¿Rastro de sangre?

—Afuera, en el pasillo. El rastro se acaba justo en la pared.

Gabriel se incorporó rápidamente y Evanth, sonrojada, le tendió una toalla. Al final había merecido la pena.

Se vistió rápidamente con una túnica color ocre. Era lo primero que había pillado de su armario y mientras se la abrochaba, salió corriendo. Comenzó a tantear en busca de algo que revelase un pasadizo. Los otros dos le imitaron. 

Fue Evanth la que encontró el lugar exacto donde presionar, y la pared desapareció, dando lugar a unas profundas escaleras. Descendieron por ellas sin pensárselo ni un momento. 

Al llegar a lo que parecía una especie de sótano, se quedaron paralizados al descubrir una estrella de cinco puntas invertida sobre el suelo. Estaba hecha con sangre. Lo peor de todo fue que en el centro de aquel diabólico símbolo, se encontraban unos cadáveres. Cadáveres de ángeles que cuando examinaron, se quedaron horrorizados al contemplar el akasha de sus inertes cuerpos, consumido. Ancel se volvió hacia su compañera, cuando advirtió una enorme sombra alzándose sobre ella y dos terribles luces rojas centelleando malévolamente. Corrió a protegerla, pero lo único que consiguió fue que unos terribles brazos les apresasen a los dos. Forcejearon para poder escapar, mas todos sus intentos resultaron inútiles. La oscura criatura les aferraba con mucha fuerza. Lo último que vieron antes de sumirse en la oscuridad fueron aquellos diabólicos ojos rojos.

La luz volvió a ellos. Esta vez era Gabriel el que los zarandeaba.

—¿Estáis bien? ¿Os hizo algo?

Ancel fue el primero en incorporarse, aún confuso. Evanth hacía unos minutos que había recuperado el conocimiento, solo que al reconocer la voz de Gabriel llamándola, decidió mantener más tiempo los ojos cerrados.

—Tranquilos, ya se fue.

—¿Le derrotaste?

—Huyó llevándose consigo los cadáveres. Pero lo importante es que estáis bien.

—Ya sabemos donde estaban los ángeles desaparecidos...

Ancel lamentaba no haber traído una cámara. Si hubiese hecho alguna foto, se harían famosos rápidamente. Ambos tenían bastantes cosas que contarles a sus amigos. Gabriel les dijo que volviesen a Shejakim, que él se encargaría de todo al día siguiente para encerrarse de nuevo en su habitación, propinando un brusco portazo.

***

Caín se tendió boca arriba contemplando el cielo que se tendía sobre ellos, aunque la contaminación ocultaba el manto estrellado. De pronto, el asfalto comenzó a desvanecerse. Las paredes del callejón, las farolas, todo se desvanecía. Habían sido transportados a una especie de dimensión alternativa.

—¿Lo has hecho tú? No está nada mal para una aprendiz...

—Pero es muy pequeña, no hay nada más allá de donde estamos tú y yo —en efecto, ella podía crear pequeñas dimensiones, pero era la primera vez que introducía a alguien en ella y el esfuerzo le había dejado bastante cansada —. Entonces, ¿me lo vas a contar?

Bueno, Caín decidió que empezaría por lo mas fácil y lo demás, lo dejaría fluir, a ver qué salía, qué era capaz de sacarle esa chica.

—Ya te dije quien soy yo. Es cierto que sólo soy un diablo, pero me han elegido para ocupar el lugar que hasta ahora ocupaba Lucifer.

—Lucifer murió a manos del arcángel Mikael.

—Un ser tan poderoso no puede morir. Simplemente está esperando el momento oportuno de reencarnarse. Pensasteis que con la caída de Lucifer nos habíais derrotado, pero eso es lo que él quería que pensarais. Gracias a ello, su cuerpo pudo ser usado para convertir el infierno que era por entonces Infernalia, en la fortaleza que es ahora. La última voluntad de él fue que no matasen a Lilith, y Mikael se la concedió.

—¿Lilith?

—La primera mujer humana. Huyó del Edén y fue a caer en brazos de Lucifer. Lilith recogió el cuerpo de Lucifer y lo llevó a Infernalia. Desde entonces, gracias a la energía y sangre de nuestro Señor Oscuro, hemos podido desarrollarnos y hacer aquel lugar al que Metatrón había condenado a los demonios, habitable. Pero, poco a poco, nuestro señor se ha ido debilitando y apenas le queda energía. Los demonios más poderosos se han aprovechado de eso denominándose a sí mismos príncipes del Infierno. Son seis y cada uno gobierna en uno de los niveles infernales o infiernos. En el séptimo es donde se haya nuestra majestad. Como consecuencia, los niveles de energía oscura se han disparado y ya nos han llamado la atención, igual que a vosotros, de que este desorden no puede seguir así.

—¿Entonces te han elegido a ti como sustituto?

—¿Entiendes lo que eso significa? Tendré que entregar mi cuerpo y mi sangre para poder mantener Infernalia. Eso es lo que pasará cuando llegue la hora maldita.

—Entonces no dejaré que vayas. Si no vas, impediré que Infernalia se haga más fuerte.

—Entonces buscarán a otro.

—Así no mueres tú.

—Mi alma no moriría. De hecho la idea me gustaba, así podría cambiar de cuerpo ya que de éste estoy bastante cansado. El problema es que ya realicé un conjuro parecido y todavía no me he recuperado. Necesito mucho poder para poder llevarlo a cabo. Por eso quería la Corona de Espinas.

—Está maldita.

—Una maldición más. Las colecciono —dijo con una mueca sarcástica.

—Yo pensaba que a los demonios no les costaba mucho cambiar de cuerpo.

—Yo no soy un demonio. De todas formas, gracias a ti he encontrado una solución alternativa.

—¿Gracias a mi?

—Areúsa, la camarera, es uno de los Pecados Capitales. Areúsa es su verdadero nombre, pero es más conocida como Invidia(1). Resulta que tiene una habilidad muy útil. No se me había ocurrido esa posibilidad, pero ella se ha ofrecido voluntaria. Así que no temas por mí. No voy a quedarme en un cuerpo atrapado, sacrificando mi energía, por esos imbéciles de la nobleza.

—Por la forma en que hablas de Metatrón y los arcángeles, de tus padres e incluso de tus superiores, ¿es que no le tienes aprecio a nada?

—Si eso fuese así no me molestaría en seguir existiendo. Precisamente los que has nombrado son mi objetivo. Contra el resto no tengo nada, bueno, sí, tu amigo el lanzallamas. Pero eso le pasa por ir de arrogante.

—¿Por qué tienes sólo un ala?

—Nací así, era un semiángel. Por eso en el Cielo no me veían muy bien. A tu señor Metatrón se le ocurrió que sería buena idea hacerme completamente inmortal ya que no lo era, pero para ello me marcó con una maldición, de forma que todo el que me viese o me odiase, o huyera de mí por el terror que le causaba. De esa forma estaba condenado a vivir en la soledad eternamente.

—Pues no parece surtir mucho efecto...

—Si te hubieras fijado bien, te habrías dado cuenta de que la mayoría se apartaban de mí.

—Lo que vi fue como te miraban algunas...

—A veces el odio viene acompañado de lujuria y con los Pecados Capitales parece ser que no funciona. A los cainitas, que también tienen la marca, obviamente tampoco les afecta. Sin embargo, a ti tampoco te afecta, por lo que confirma mis sospechas ya que no eres la primera, pero sí de las pocas que parecéis ser invulnerables.

—¿Cómo que los cainitas tienen la misma marca?

—Es hereditaria, vamos, que se la he traspasado a toda mi descendencia... lo que pasa es que estaba en un lugar de mi cuerpo que antes iba al descubierto, pero se ha evolucionado en la forma de vestir.

—¿A toda tu descendencia?

Caín tenia hijos y nietos y seguro que tatara-tatara-tatatara nietos. Eso le perturbó un poco, avergonzándose por lo que habían hecho y con lo que se habían quedado las ganas de hacer.

—Soy de los diablos más antiguos que existen. Cuando huí del cielo hice muchas cosas, pero acabé fundando Enoc junto con Lilith... Fueron buenos tiempos. —Su voz se había vuelto nostálgica.

—Semiángel... Descendencia... —Por la mente de Amara pasaban muchas teorías y cada cual más absurda.

—La humanidad se divide en dos clases: los abelitas y los cainitas. Los primeros adoraron a vuestro dios y se dedicaron a venerarle y constituyeron la Inquisición. Los segundos, trabajaron la tierra y se dedicaron a desarrollar el arte y a mejorar la calidad de vida con la tecnología. Todos estos cainitas tienen la misma marca. Los de la Inquisición se piensan que se la tatúan como parte de un ritual o algo así.

Amara estaba bastante sorprendida. No sabía como encajar toda esa información.

—¿Me estás diciendo que la mitad de los humanos son descendientes tuyos, un semiángel caído? ¿Y qué fue de Lilith?

—... Fue devorada por un vampiro.

—¿Entonces las leyendas que dicen que los vampiros vienen de Caín?

—Los hijos que heredaron mi parte humana y la de Lilith, nacieron humanos. Los otros... De ahí surgieron los vampiros.

—Caín...

—No puedes comprender varios milenios de sufrimiento en una noche. No le des más vueltas. Soy fruto de la unión de un ángel con un humano. Me traicionaron y acusaron de algo que yo no había hecho. Los arcángeles utilizaron dichas acusaciones para poder torturarme. La mezcla de razas es lo que peor visto está. Yo huí y formé mi propia vida. Afortunadamente, no todo fue oscuridad... —Recordó la sonrisa de Ireth evadiendo su tormento—. Por eso aún no he sucumbido al odio. Tengo una razón por la que luchar y resistir. Y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguir mis objetivos.  ¡Tú eres la oportunidad que estaba esperando! Por eso en realidad es mejor que te mantengas pura, en el cielo no pueden sospechar de ti.

Así que al fin y al cabo, había hecho bien en detenerle. 

—No sé que puedo hacer en todo esto...

—Tú que has comido del fruto prohibido lo has visto, ¿verdad?

—Aquello no fue real...

—Tan real como la conversación que estamos manteniendo.

De pronto, sintió la voz de Caín detrás de ella, susurrándole al oído. Al girarse lentamente comprobó, sobresaltada, que en realidad estaba detrás suyo abrazado a ella, con su rostro sobre su cuello. 

—Llevas toda la noche poniendo especial empeño en que no te leyese la mente. Ya sabes, dicen que más sabe el diablo por viejo que por sabio.

Una mano llena de garras se posó sobre su frente. Sintió que algo la golpeaba su tercer ojo y perdió el conocimiento al instante. Caín la recogió entre sus brazos antes de que cayese al suelo. La dimensión que había creado se desvaneció en una lluvia de flores de cerezo.

—Me encantaría pasar más tiempo contigo, pero tengo una ceremonia de coronación pendiente. A mis sacrificios no les gustará esperar. —Extendió una mano sobre el pecho del ángel y una corona de negras espinas y con amatistas incrustadas se materializó ante él. Cerró el puño que había extendido y la corona volvió a inmaterializarse—. De momento me la quedo yo, estará más segura conmigo. Cuando llegue el momento te la devolveré.

Un portal interdimensional se abrió en el suelo. Parecía un agujero negro. Caín se dispuso a sumergirla lentamente en él, como si de un lago se tratara. Cuando estuvo completamente sumergida, la soltó. Un cuervo apareció graznando de entre las sombras para posarse sobre el hombro del diablo. El ave comenzó a brillar transformándose en un ala que se unió a la espalda de él. Liberó su otra ala y desapareció en un tornado de plumas negras.

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