Especial Halloween: Segunda parte

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 El Roble encantado alzaba sus ramas semidesnudas para despedirse del sol un día más en esta larga historia. La cara tallada sobre su ancestral tronco se desperezaba para no perderse la fiesta de aquella noche, porque Halloween es uno de esos espectáculos que nadie quiere perderse. El cuervo graznó y batió sus alas con fuerza, rompiendo el tenso silencio. Amara acarició la rugosa corteza. No podía dejar de pensar que ese árbol desprendía una energía demasiado extraña, además había algo diferente que la inquietaba. El aire sopló con fuerza, arrastrando hojas secas que revolotearon alrededor de ella.  Más aves negras se unieron al cántico espeluznante del ave del pico negro. La carne se le estaba poniendo de gallina y se estaba comenzando a impacientar. No quería ni pensar en el hecho de que el diablo se hubiese rajado al final. El plantón no era una opción y se había estado preguntando cómo sería su reencuentro después de lo que había pasado el día anterior. Sacó su polvera y aprovechó para retocarse el maquillaje de su disfraz. El aire cortado le daba en los ojos produciéndola pequeñas lágrimas que se helaban y corrían la negra pintura. A veces se lamentaba de tener tan poco control de su cuerpo material. Roció con su aliento sus manos, pero el frío aumentaba, el cielo se teñía de gris oscuro y Caín no aparecía. Las ramas arañaban la atmósfera y crujían de forma estrepitosa. Una zarpa con garras afiladas como cuchillos se posaron su hombro, pero no se percató de ello hasta que fue demasiado tarde. Se abalanzaron contra ella y obligaron a besar unos labios que aprisionaban los de ella. La mentolada fragancia que la embriagó la hizo cerrar los ojos y dejarse llevar. Cuando terminaron y los volvió a abrir se topó con dos ojos felinos y unos bigotes pintados con lápiz negro. Amara no pudo reprimir la risa.

 —Así que el lindo gatito quiere jugar con su ovillo.

 —Muy graciosa, reina del Infierno.

 Amara repasó el atuendo de Caín: unas triangulares y enormes orejas peludas de color marrón con manchas negras sobresalían de su oscura cabellera.

 —Te falta el cascabel —proclamó.

 Resignado, sacó una cinta roja con un enorme cascabel incrustado y Amara se lo colocó alrededor del cuello.

 —Ahora sí que estás monísimo.

 —Tú tampoco estás nada mal.

  Caín tampoco dejó pasar ningún detalle del atuendo infernal de ella: Una diadema con pequeños cuernos rojos reposaba sobre una peluca morena, un ajustado corsé negro elevaba su busto desafiando a la gravedad y una falda de volantes rojos y negros revoloteaba traviesa con el viento. Unas medias de encaje negras cubrían sus piernas hasta por encima de la rodilla y una liga roja sugería pensamientos impuros. Un pie iba enfundado en una alta bota de cuero negro, mientras que el otro llevaba una sandalia de negras tiras y fino tacón. Sus ojos azules resaltaban más que nunca sobre su pálida piel enmarcados con la sombra negra y los labios de prostituta brillaban como una mancha de sangre en el pecho de una oveja herida. Una pesada cadena cubría su estilizado cuello y las uñas las había limado y pintado también de rojo sangre, con una letra negra en cada una, que si juntabas las diez podía leerse la frase “FUCK IN HELL”.

 Amara se ruborizó al sentirse observada con la misma intensidad con que la había mirado en la habitación de Raphael.

 —Intenté hacerme también una cola, así los dos podríamos pasear con ellas entrelazadas en forma de corazón, pero no me quedó bien —dijo el ángel sin apartar los ojos de la cola de Caín que se movía igual que la de un felino. La había cubierto con el mismo pelaje que el de sus orejas.

 —Los de la Inquisición son unos cachondos, qué imaginación tienen.

 —Yo he puesto parte de la mía.

 Algo estaba tirando de la media de Amara. La chica se giró y se encontró con una niña pequeña envuelta en un extraño traje de plástico.

 —Truco o trato —le dijo la criatura con una tierna vocecita.

 —¡Oh! Tú debes de ser Sherezade. ¿De qué vas disfrazada?

 —Truco o trato —insistió la niña.

 —Está bien —Amara rebuscó entre sus bolsillos y sacó un puñado de caramelos que puso sobre las diminutas manitas de la niña. Se sentía feliz ya que había traído muchos dulces para darles a todos los niños que encontrase.

 Los ojazos grises de Sherezade centellearon en la penumbra y guardó con celo su botín.

 —Va de medusa —respondió Caín a la pregunta sobre el disfraz de la pequeña.

 —¡Oh! —volvió a exclamar Amara divertida.

 —El otro día estuvimos en la playa y la picó una así que ahora se ha convertido en medusagirl. ¿Verdad? —explicó el diablo revolviendo el pelo de la niña. Ésta se defendió atacándole con sus tentáculos—. Auch. ¡Me has picado! ¿Me convertiré ahora en un meduso?

 —Eso es imposible, Caín —le llevó la contraria Sherezade—. Todos sabemos que los gatos son inmunes a las picaduras medusianas

. —Claro, se me había olvidado. Ahora me siento más tranquilo.

 Y dicho esto se lamió la mano donde le había picado como un gato de verdad. Amara les contemplaba sumida en una especie de trance.

 —¿Es hija tuya? —se atrevió a preguntarle.

 Caín sonrió ampliamente.

 —No, no lo es. Pero como si lo fuera, la he adoptado.

 Cuando llegaron a la primera casa ya había anochecido por completo y el disfraz de Sherezade resplandecía con una luz fluorescente morada.

 —¡Truco o trato! —exclamó Sherezade tratando de poner voz ronca y moviendo los tentáculos cuando una mujer que rondaba la cincuentena les abrió la desgastada puerta.

 —¡Guarg! —rugió Amara doblando los dedos ortopédicamente.

 —Miau —maulló Caín a desgana.

Y así fueron haciendo ronda a lo largo de la tarde. Sherezade estaba contentísima porque había reunido muchísimos dulces y Amara los había repartido prácticamente todos. Caín saboreaba sin prestar atención una piruleta de fresa. Llevaba así toda la tarde, como si tuviese la mente en otra parte, y de vez en cuando movía los ojos como si estuviese atento de percibir algo. Sherezade también hacía esto último. Solamente parecía comportarse como habitualmente cuando les atendía alguna mujer con la que entonces se ponía a tontear tuviese la edad que tuviese. Ahora comprendía lo que había tenido que soportar Ireth todos estos años. Después le comunicaba mentalmente algo a la cría y volvía a sumirse en sus cavilaciones internas.   —La maldición se está debilitando demasiado —le confió una vez. Amara comprendió a lo que se refería: la gente no se alejaba asustada cuando percibían a Caín.

 Aparte del apasionado beso con la que le había sorprendido no volvió a dar más muestras de cariño especiales. ¿Qué había pensado, que algo iba a cambiar entre ellos? Amara en el fondo sabía que no, pero siempre quedaba la ilusión de que sí que algo hubiese cambiado.

 —¿Ireth por qué no ha venido? —les preguntó una vez cansada de tanto silencio.

 El diablo y Sherezade intercambiaron miradas que Amara no supo interpretar y eso la hizo sentirse peor aún.

 —No ha podido venir —dijo finalmente Caín.

 —¡No te metas con ella! —saltó Sherezade—. Ella y Caín se van a casar y tú no lo vas a impedir.

 —No iba a meterme con ella —refunfuñó Amara—. Además la deseo mucha suerte porque con alguien tan idiota la va a necesitar.

 —Eso se llaman celos —la picó Sherezade.

 —¡No estoy celosa! Es sólo que no sabía que los demonios contrajerais matrimonio…

 —¡No voy a casarme! —se sonrojó Caín.

 —¿Por qué no? —insistió la niña— La salvas y después la luna bendice vuestro amor ¡Sería tan romántico! —fantaseó.

 —Sherezade, si sigues diciendo tonterías voy a tener que castigarte. Ireth ahora mismo tiene que odiarme, ni si quiera puedo protegerla… ¿Cómo va a querer casarse conmigo?

 —¿Y tú qué sabrás si no se lo preguntas? Vuestra boda sería la más guay y terrorífica de la historia, en un cementerio con todos los invitados disfrazados y los espíritus también podrán asistir. Anda dí que sí, no seas malo, Caín, Caín, Caín, Caín, Caín, Caín, Ca…

 —¡Ya basta! Ya veré como están las cosas cuando estemos juntos de nuevo —terminó diciendo ante la insistencia de la criatura.

 Amara comprendió que en aquella escena ella sobraba. Ellos habían formado como una familia de verdad y se sentía una intrusa siendo testigo de su felicidad. Sintió una repentina presencia oscura muy fuerte y una silueta encapuchada apareció frente a ellos. Se preparó para atacar, pero el exytaño se bajó la capucha y Sherezade y Caín parecieron reconocerle.

 —¿Has averiguado algo? —le preguntó Caín.

 Adramelech se acercó hacia ellos asintiendo.

 —Por supuesto, amo. La tienen atada y con los ojos vendados en el cementerio, arriba de esa colina —dijo señalando la alta montaña que se divisaba a lo lejos.

 —¿Se encuentra bien? —preguntó Caín casi al borde de la histeria.

 —Tranquilo, ya la conoce. No se calla ni debajo del agua.

 Caín cerró los ojos como si acabaran de quitarle un enorme peso de encima.

 —También he estado vigilando al otro. De momento todo en orden, lo cuál sí es algo preocupante. Los responsables ya están confirmados: Jack O´lantern, el Jinete sin Cabeza y la momia de Atón, los tres fueron los secuaces más cercanos de Yule en la anterior rebelión y fueron encerrados y severamente castigados al igual que su amo, pero alguien que ha estado practicando magia negra muy antigua los ha liberado.

 —¿Un alma en pena, un decapitado y una momia? —repitió Caín vacilante—. Ya sólo falta un espantapájaros con un gancho.

 —¿Los esparpajos pueden andar? —preguntó Sherezade asustada.

 —Espantapájaros —le corrigió Caín—. Normalmente no —añadió para tranquilizarla.

 Adramelech se detuvo a contemplar el extravagante cuadro que formaban y arqueó las cejas cuando Sherezade movió amenazadoramente sus tentáculos. Caín le dedicó una severa mirada para indicarle que ni se le ocurriese hacer ningún comentario al respecto.

 —Esto…Aguardo expectante vuestras órdenes, su señoría —retomó el intendente de nuevo la conversación.

 —¿Órdenes? Voy a irrumpir allí ahora mismo y la voy a liar.

 —Hay un pequeño inconveniente.

 —No me importa.

 —Yo creo que sí.

 Caín estaba perdiendo la paciencia y Adramelech lo sabía, pero aún así prosiguió desempeñando su función a sabiendas de que eso le iba a costar alguna que otra tortura.

 —Han creado una barrera protectora muy poderosa, magia celta, creo.

 —La romperé.

 —No hay duda de que con todo su poder lo lograría, pero quedaría muy debilitado.

 —He dicho que no me importa.

 —¿Cómo va a luchar contra esos tres si se queda sin fuerzas?

 —Me las apañaré.

 —¿La vida de Ireth está en juego y lo único que se te ocurre es un “me las apañaré”?

 Caín estaba a punto de perder los estribos, pero la mirada de Adramelech se mantenía muy seria, por lo que se contuvo como pudo.

 —¿Qué sugieres entonces?

 —Que aguardemos. Para el ritual necesitan sesenta y seis personas así que tendrán que quitar la barrera.

 —¿Sabes lo que me estás pidiendo?

 —Ella se encuentra bien. No hay nada por qué preocuparse. Ni en el caso de que consiguiesen atrapar a Lucifer conseguirían que se diese la condición necesaria, ya me entiende.

 El satán apretó fuertemente el puño. Con tan sólo imaginarse a Ireth con el idiota ése en aquella situación le entraban unas ganas inmensas de asesinar a alguien.

 —Seguiré rondando la zona, pero a medianoche tengo una ceremonia que presenciar —se retiró el intendente. Sabía que Caín no cometería ninguna estupidez, o eso quería creer.

 —Caín, ¿qué está pasando? —le interrogó Amara que se había mantenido al margen todo el tiempo.

 —Se está haciendo tarde. Deberías irt…

 —¿Qué está pasando? —le repitió golpeando su pecho con la punta de su tridente y sosteniéndole contra la pared. El diablo la amenazó con sus afiladas uñas gatunas.   

 Sherezade apartó la vista, aburrida. No soportaba que los mayores se pusieran así. Fue entonces cuando vio algo que le llamaba la atención: una extraña persona con un atuendo más estrafalario aún no paraba de hacerle señas. El extraño llevaba la cara pintada de forma bastante llamativa y un colorido penacho de plumas adornaba su cabeza. Sus plumíferos cabellos se movían al son de una extraña y divertida danza. Sherezade se acercó a él, atraída por su apariencia y el hombre le sonrió.

 —Te estoy diciendo que te vayas. ¿Por qué te empeñas en entrometerte?

 —Sólo quiero ayudar, Caín.

 —¿Quién es ése que está con Sherezade?

 Los dos corrieron a socorrerla, pero el extraño extendió una ala albina que rodeó a la niña y desapareció ante sus narices dejando a Caín atónito.

 —Aquí la tenéis —anunció Ancel quitándose el tocado indio.

 —¿Truco o trato? —les dijo Sherezade desplegando los brazos.

 —Qué simpática. ¿De qué va vestida? —preguntó Yael.

 —Creo que de habitante de E7 —respondió Ancel.

 —¿Truco o trato? —repitió alzando la voz al sentirse ignorada.

Nathan terminó de repasar los pasos que indicaba el antiguo libro, señalando con su dedo índice el camino que sus ojos seguían y lo cerró de golpe tras acabar.

 —Bien, pues entonces empecemos.

 —¿Es realmente necesario? —preguntó Ancel.

 Ya habían discutido bastante sobre este tema y Nathan estaba cansado.

 —Es lo que pone en el libro.

 —¡Pero es una niña humana! El deber de los ángeles consiste en protegerlos, no en sacrificar a sus hijos.

 —La vida de muchas personas está en juego. Si la sangre de esta niña es la única que puede salvarlos entonces merece la pena.

 —Quizás deberíamos probar primero con un corte pequeño, no creo que haga falta desangrarla —propuso Yael.

 —Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato.

 —Cada vez nos parecemos más a los demonios, sacrificando vírgenes en rituales de dudosa veracidad.

—Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato. Truco o trato.

—¡Que alguien la calle! —gritó Yael.

Sherezade le acertó con uno de los tentáculos.

 —¡Escuecen de verdad! —se lamentó el joven ángel.

 —Me estáis poniendo como el malo de la película —exclamó Nathan—. ¿De verdad pensáis que a mí me hace gracia todo esto? Pues claro que no, pero nosotros no somos quién para cuestionarlo. Nos han ordenado que purifiquemos este lugar y para ello tenemos que matar al árbol maldito de la entrada y lo único que le afecta es la sangre de una niña inocente. Vamos a salvar a la ciudad, eso es lo correcto.

 —¡Tiene que haber otros métodos! —Ancel no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Apreciaba a Nathan, pero a veces el concepto del bien le nublaba el juicio.

 —Sabes que lo he intentado y mis llamas no han servido de nada.

Según hablaba sus palabras se condensaban en el aire. La temperatura había descendido notablemente.

 —Demonios —anunció Yael lo evidente.

 —Deben de ser los que estaban con ella —dijo Ancel.

 —Encima tiene relación con esos seres —masculló Nathan preparándose para el combate.

 La luz del candil se apagó y la madera de la cabaña abandonada en la que estaban chirrió. Los tres amigos llevaban sus armas de akasha desenvainadas. Nathan pareció vislumbrar un frufrú rojo  deslizándose entre la oscuridad. El elemental les hizo una señal silenciosa. Yael cogió a Sherezade y la envolvió con su escudo de invisibilidad. Unas cajas apiladas se movieron y Ancel se preparó para retirarlas. Nathan le indicó que estaba preparado y que procediese. Ancel tragó saliva y extendió un brazo. Los dedos le temblaban ligeramente. Un frenesí de tela roja y negra se lanzó contra Nathan por la espalda, sin que éste lo viera venir. Forcejearon, pero rápidamente el ángel logró hundir su akasha en la carne blanda. Para su sorpresa la hoja salió completamente limpia, y el corte se cerró al instante.

 —¡Nathan! —exclamó una voz femenina.

 La peluca negra se había descolocado dando lugar a finas hebras doradas.

 —¡Amara!

 Nathan se había preparado para cualquier cosa menos para eso. Se echó a un lado, confuso y la chica se incorporó como pudo, adecentándose.

 —¿Qué estás haciendo con esas pintas? —le preguntó Nathan horrorizado tras examinar con reproche el disfraz de diablesa.

 —¿Camuflarme entre el enemigo? —probó.

 Las protestas de Yael les interrumpieron. Alguien había abierto un saco de harina y espolvoreado la habitación. La figura blanca de Yael dejó de ser invisible y Caín se abalanzó contra él.

 —¡Detente, Caín! —le pidió Amara instantes antes de que la hoja negra del diabólico sable penetrara en las entrañas de su compañero.

 —Han secuestrado a Sherezade, no pienso tener piedad.

 Sherezade recubierta de harina no paraba de toser, pero logró hablar entrecortadamente:

 —Me querían desangrar.

 —Maldita mocosa —escupió Yael.

 Casi no tuvo tiempo de terminar la frase porque los nudillos de la mano derecha de Caín se hundieron en su mejilla, dejándole la marca. Volvió a levantar su sable y esta vez no lo detendría. Caín estaba preparado para disfrutar viéndole morir, pero una fuerte sacudida estremeció todo su cuerpo. El pecho le dolía arduamente y no se sentía capaz de tenerse en pie.

 —¡Ha funcionado! —celebró Ancel.

 —¡Caín! —gritaron las dos chicas al mismo tiempo.

 —¿Pero qué…?

 Caín seguía retorciéndose de dolor sin comprender qué le estaba pasando.

 —He quemado unas cuantas plumas mías. El aire está impregnado de akasha así que ahora tus pulmones y todas las células de tu cuerpo estarán ardiendo —les contó Ancel.

 —Joder tío, podíamos estar ahora todos teniendo alucinaciones —le reprendió Yael.

 —Pero lo importante es que ha salido bien.

 —Vaya diablo de pacotilla estás hecho —se jactó Nathan que había conseguido desprenderse de Amara—. Por cierto, esos bigotes no te sientan muy bien.

 Amara pidió perdón mentalmente, su intención no había sido humillarle tanto con lo del disfraz. Una bola perfectamente redonda y llameante se formó en la palma de la mano del elemental.

 —Ahora sí que vas a arder.

 —Nathan, tú tampoco le hagas daño —Amara logró interponerse entre ambos.

 —Iba a matar a Yael.

 —¡Y vosotros a Sherezade!

 —¿A quién?

 —¡A la niña!

 Ancel asintió inconscientemente dándole la razón a la chica.

 —Déjalo, Amara —consiguió decir el diablo—. Ya me había dado cuenta de todo antes de entrar.

 —¿Entonces por qué entraste?

 —Tenía que salvar a Sherezade.

 Sus palabras conmovieron al resto. Incluso Nathan se sintió culpable.

 —¡Cuidado! —exclamó Yael a la vez que disparaba una flecha a las vigas del techo, flechas que Caín logró devolver con un simple movimiento de su mano. En el suelo ya no quedaba rastro del diablo agonizante sino que el verdadero estaba allí arriba preparado para arrasarlo todo.

 —¿Era una ilusión? —preguntó una sorprendida y algo decepcionada Amara. Por un momento había llegado a pensar que el muy idiota se había sacrificado por la cría.

 —Caín, sabía que eras el mejor —le animó Sherezade.

 En torno al diablo se arremolinaba un tornado de oscuridad que momentos después hizo saltar por los aires aquel lugar. Caín se teletransportó rápidamente junto a Sherezade y la cubrió con su única ala. Pasada la hecatombe dejó que la niña saliese al aire. Los escombros de madera habían caído sobre las cabezas de todos y los ángeles sentían todo su cuerpo dolorido, incluida Amara.

 —Maldito seas —le maldijo Nathan mientras sus pulmones expulsaban el polvo tragado.

 —El que ríe el último ríe mejor —clamó Caín, triunfante.

—Lástima que no por mucho tiempo —le contradijo Ancel mientras se peinaba sus rastas.

 —¿Y qué me lo impide?

 —Dios.

 Se hizo el silencio. A Caín aquella respuesta le pilló desprevenido, pero en cuanto la asimiló rompió a reír con un matiz desquiciado que a Amara le inquietaba.

 —Los intentos de ese frustrado por amargarme la existencia no van a impedir que disfrute desplumando unas gallinas.

 Todos los ángeles allí presentes elevaron la vista al cielo, como si pudiesen ver algo que los demás no, y cerraron los ojos.

 —Adelante, prueba a desplumarnos —le retó Ancel abriendo nuevamente los párpados.

 Caín extendió sus dedos esperando que su sable se materializase entre ellos, pero no ocurrió nada.

 —¿No te sientes diferente? —le preguntó Yael ahora cargado de confianza.

 “Ahora que lo dices me noto la espalda más ligera”, pensó, pero no lo dijo en voz alta.

 —“Cuando la sangre original cainita se sacrifique en pos de un hijo de Abel, tanto los hijos de la oscuridad como de la luz se harán completamente carne hasta que el sol de un nuevo día vuelva a aparecer” —recitó Nathan con voz mística.

 —Es la primera vez que oigo una profecía semejante.

 —Caín, están en lo cierto. Metatrón acaba de hablarnos por primera vez después de tanto tiempo y ha enunciado esta profecía —le aclaró Amara.

 —¿Entonces ahora somos humanos?

 —Lo que no entiendo es por qué no ha desaparecido la ilusión sobre ti mismo.

 Caín le señaló a un pequeño diamante negro que llevaba a modo de pendiente sobre la oreja izquierda.

 —El otro día guardé un poco de tu energía milagrosa. De todas formas no necesito de poderes sobrenaturales para daros una paliza —anunció dirigiéndose de nuevo a los tres amigos.

 En ese momento el poderoso relinchar de un caballo partió la noche en dos. La enorme silueta de un jinete sin cabeza a lomos de su descomunal montura tan oscura como una sombra se alzaba amenazante sobretodos ellos.

 —¡El jinete! —gritó Ancel.

 —¿Y a él no le afecta la maldita profecía? —les preguntó el diablo.

 —Él no pertenece ni al cielo ni al Infierno—comprendió Yael—por lo tanto no, no le afecta.

 Todos comprendieron la situación en la que se encontraban.

 —Dios es un cabrón, y un sádico. Quiere ver cómo nos descuartizan uno a uno.

* * *

 Ireth no estaba dispuesta a quedarse sin hacer nada, esperando a que Caín la rescatara una vez más. Le demostraría que sabía apañárselas sin él y que no le necesitaba tanto como pensaba. Los vendajes con que la habían maniatado drenaban su energía poco a poco, lo primero por tanto consistía en desprenderse de ellos. La habían dejado sola con un único centinela pues los otros dos habían marchado a hacer algo, era su oportunidad. Se movió y retorció como una sabandija escurridiza y las ataduras comenzaron a darse de sí. Se detuvo un momento, por miedo a que la descubriesen. Podía sentir el pérfido aliento que desprendía su guardián milenario, pero éste no parecía estar atento a ella. Al tener los ojos vedados con una venda no podía ver nada, por lo que no estaba muy segura de su condición, pero no tardaría en averiguarlo. Se concentró y una energía blanco azulada se desprendió de su parte angelical. Los vendajes se distendieron y se desprendieron de su piel. Lo había conseguido, se había liberado. El cuerpo se le había entumecido, pero rápidamente lo desperezaría. Desató hábilmente la venda y tuvo que pestañear varias veces para hacerse al lugar donde se encontraba. Descubrió que habían cavado una especie de tumba en la tierra blanda y allí la habían dejado. Abandonó su fosa sin muchos preámbulos. Una espantosa momia de vendajes putrefactos restaba de espaldas frente a ella, con los brazos cruzados en una postura solemne, pero no parecía percatarse de nada. Se sacudió la tierra de su ropa y emprendió pies en polvorosa, tratando de hacer el menos ruido posible. Pensó que ya lo había conseguido cuando algo tiró de su tobillo y cayó de bruces junto a una tumba cubierta de musgo. Una cinta grisácea se había enrollado a su pie. La cinta venía desde el cuerpo de la momia, parecía ser que no era tan idiota como había pensado. Llamó a su daga para cortarla, pero nada ocurrió. De pronto cayó en la cuenta de que se sentía extraña, como si algo dentro de ella hubiese cambiado de golpe. Cuando entendió lo que estaba pasando no podía creérselo: ya no tenía una mitad de su cuerpo diferente, sino que rosada carne la envolvía desde las puntas de sus dedos hasta su nariz respingona. La momia comenzó a tirar y ella se aferró al suelo como podía, clavando sus uñas, pero la fuerza que tiraba de ella era demasiado para poder resistirse. La momia consiguió atraerla hasta sus pies, momento que Ireth aprovechó para propinarle un rodillazo en lo que tenían que ser sus partes bajas. La momia inexplicablemente comenzó a gritar y se dobló sobre sí misma. Ireth echó a correr como una gacela, sorteando las tumbas con su nueva empeorada visión.

* * *

 Gabriel tenía la mente en un lugar y tiempo muy lejanos, allá cuando Selene seguía metiéndose con él por ser un niño inocente y llorón. Ansiaba verla de nuevo más que nada en el mundo, estrecharla entre sus brazos y pedirle perdón por no haberla podido salvar. Quería que ella viese lo fuerte que se había hecho, que había aprovechado cada segundo de su existencia como ella le había pedido. Por eso las cientos de caras sonrientes que le admiraban al verle desfilando con su traje de un blanco magnánimo, el resplandecer de los ojos de luna que adornaban su peinado cabello, el respeto que imponían las pinturas de su cara, para él tan solo eran pequeños puntos borrosos que se interponían entre su hermana y él. A falta de un arcángel que representase al Rayo Blanco, él asumía el papel de máximo representante y por tanto era el encargado de guiar las almas de los difuntos desde el Purgatorio al mundo de los vivos. El desfile comenzaba el treinta y uno de octubre y el uno de noviembre se les permitía estar junto a sus seres o lugares más queridos. Los vítores y cánticos sagrados le envolvían como ruido de fondo, pero no les prestaba atención ninguna. No había podido dejar de pensar en las palabras de Caín. Confiaba en que ella estuviese bien, pero eso no aminoraba sus deseos de verla. Lo único que consiguió sacarle de su ensimismamiento fue una pequeña luz que le dio de lleno en la cara. Intrigado por la procedencia de aquella luz la siguió con la mirada. Descubrió que pertenecía a un farol que se perdía entre unas callejuelas. El farol se detuvo, dándole a entender que le esperaba para poder guiarle. Gabriel, hipnotizado por aquella misteriosa fuente de luz, se salió de la comitiva. Nadie dijo nada, nadie le detuvo, simplemente tomó un rumbo diferente. El farolillo titiló una vez más en la oscuridad creciente.

* * *

 Amara se lamentó de haber elegido un traje tan ajustado. El apretado corsé no dejaba el aire entrar en su plexo y al llevar más de quince minutos corriendo sin detenerse se estaba resintiendo. Ahora era completamente humana y sensaciones como el cansancio no habían supuesto un problema para ella de forma tan evidente hasta ese momento. Habían probado a arrojarle flechas de akasha, pero de pronto las armas se habían vuelto tan pesadas que no podían ni levantarlas, por lo que no les quedó más remedio que salir corriendo. Se habían introducido en la ciudad pensando que allí sería más fácil darle esquinazo, pero por más que corrían siempre le tenían detrás pisando sus talones.

 —Será mejor que nos dividamos —propuso Nathan.

 Todos asintieron, incluso Caín que lo tuvo que hacer a regañadientes. Él llevaba en brazos a la pequeña Sherezade y por llevar sangre humana entre sus venas no se sentía tan resentido como los demás. Se subió al toldo de una librería y se escabulló entre los tejados con habilidad felina. Nathan tomó del brazo a Amara y tiró fuertemente de ella hacia delante. Yael tuvo que hacer lo mismo con Ancel que era el que iba más rezagado y optaron por una calle a su derecha. El jinete siguió recto.

 —Maldición —farfulló el elemental cuando vio que el caballo todavía les perseguía.

 —Esto no funciona —dijo Amara que ahora corría por su cuenta.

 En esos momentos, la mujer más inoportuna del mundo que vivía en el lugar más inapropiado eligió el momento más inadecuado de todos para arrojar desde su balcón el cubo con agua sucia y desperdicios, que fue a caer justo encima de Nathan, haciéndole resbalar, y al ser la calle cuesta abajo, el chico rodó hacia delante chocándose contra un poste que parecía puesto allí adrede. Amara se apresuró a ayudarle a incorporarse, pero el jinete ya había llegado junto a ellos. Descendió de su montura infernal y elevó su enorme hacha sedienta.

Ancel y Yael se detuvieron a recuperar parte de su aliento. Parecía ser que Nathan y Amara necesitaban ayuda, pero ellos no podían hacer nada. Para su asombro todas las calles por las que pasaban se hallaban cubiertas de vendas como las de la casa que habían examinado antes. Unos gritos pedían auxilio en medio de la noche. Los dos jóvenes se acercaron y descubrieron que se trataba de una joven muy hermosa de llamativa melena anaranjada que se hallaba atrapada y envuelta como una momia hasta el cuello.

 —Ahora no tenemos tiempo para estas cosas—protestó Ancel.

 —Pero es muy bonita, vamos a ayudarla.

 El ángel de cabellos bicolores extrajo un simple puñal de acero normal y corriente y con bastante esfuerzo consiguió cortar los vendajes. La mujer les agradeció la ayuda.

 —¿Cómo puedes ir así vestida con el frío que hace? —le preguntó Ancel tras reparar en la fina bata azul que se ceñía a sus curvas.  

 Un rugido les sobresaltó.

 —Será pesada —bramó la chica.

 —¿Te está persiguiendo algo?

 —Pues claro, la momia esa que no sé como lo hace pero no me la quito de encima.

 —En Europa no existen las momias…

 Pero el ángel se calló. Le dio la razón a la desconocida cuando la momia más fea que podía imaginarse se abalanzó con los brazos extendidos como un zombie.

 —Ya podemos echar a correr —fue lo único que se le ocurrió a Yael.

 Para su sorpresa la pelirroja era más ágil de lo que ellos habían creído y les ayudó a subirse a uno de los tejados trepando por las tiras de tela putrefacta que la momia había ido dejando por toda la villa.

 —Parece ser que aquí no nos sigue —respiró aliviada Ireth.

 —¿No estás asustada?

 —¿Y vosotros?

 —Digamos que estamos acostumbrados a tratar con cosas horribles todos los días.

 —Pues eso me pasa a mí.

 —Estás tiritando, déjame reconfortarte.

 Yael se acercó a ella y le pasó el brazo por encima. Ancel le dirigió una miada de reproche a su amigo, pero éste le ignoró. La verdad es que el calor del chico la reconfortaba por lo que aceptó su interés. Unos gritos procedentes del otro lado de la plaza llegaron hasta sus oídos haciéndoles estremecer.

 —¿Os estaba persiguiendo un hombre viejo y pellejo con una linterna?

 —No, a nosotros era el jinete sin cabeza.

 Ireth sabía que había un tercero, pero no tenía ni idea de cómo era.

 —Tenemos que ayudar a Nathan y supongo que a Amara también aunque estuviese con el demonio ése —proclamó Ancel.

 —¿Amara? —Ireth frunció el ceño—. ¿El demonio era moreno, tenía una cola y aires de grandeza?

 —¿Le conoces?

 —Desafortunadamente sí.

 —¡Eres un demonio! —comprendió Yael que se desembarazó rápidamente de ella—. Te ha sorprendido la profecía y por eso ahora eres humana.

 —Más o menos —contestó comprendiendo que ellos dos eran ángeles—. ¿Conocéis a Gabriel? Tengo que avisarle de una cosa muy importante.

 —¿A Gabriel? ¿Qué tiene que ver él con una fulana como tú?

 —Un poco más de respeto, mocoso —le amenazó cogiendo a Yael por el cuello.

 —¡Suéltale, bruja!

 —Oh sí, soy una bruja. Ahora saco mi escoba mágica y me largo volando de aquí —se burló Ireth justo antes de que su pie resbalase.

 El techo de paja tembló bajo sus pies. La momia trataba de arrancar la casa desde sus cimientos.

 —¡La va a arrancar de cuajo con nosotros encima! —Ancel no podía creerse su mala suerte.

 Tuvieron que aferrarse a las vigas de madera. Yael se agarró a una, pero estaba podrida y se deshizo entre sus brazos, por lo que su compañero tuvo que sujetarle antes de que se precipitase. La momia hizo apócope de todas sus fuerzas inmortales y la cabaña se zarandeó por los aires.

 El hacha cortó el aire y se entrechocó con una espada que se había interpuesto entre su objetivo y ella. Nathan ya estaba preparado para asumir el golpe, pero contempló boquiabierto cómo el ángel más resplandeciente que nunca había visto aparecía heroicamente para salvarle la vida.

  —¡Gabriel! —gritó una aliviada Amara cuando le reconoció.

 —Ahora somos humanos, ten cuidado —le avisó Nathan.

 —Huid de aquí —les ordenó el que los había salvado—. La espada no es de akasha así que no podré retenerle por mucho más tiempo.

 Gabriel se enzarzó en una pelea en las que tenía todas las de perder. El jinete logró acertarle de refilón con su hacha y la herida del brazo le dolió como ninguna otra. Ahora era mortal, cualquier herida podía ser la última.

 Nathan no obedeció inmediatamente sino que le ayudó a derribarlo arrojándole unas cajas de madera que estaban abandonadas en una esquina. Aprovecharon el tiempo que habían conseguido para huir adentrándose en lo que parecía un almacén. Bloquearon el portón de madera lo mejor que pudieron. La herida de Gabriel no cesaba de sangrar. Amara arrancó un volante rojo de su falda y le vendó fuertemente con la esperanza de que la hemorragia cesara.

 —Alguien se está enfrentando a él —les contó Nathan que estaba mirando por la única ventana de la que disponían.

 —¡Es Caín! —exclamó Amara—. Está peleando con una barra de hierro.

 —Ahora me siento mejor —gruñó Nathan irónicamente.

 —¿Qué está pasando aquí? —les preguntó el ángel blanco.

 —Eso me gustaría saber a mí —dijo Nathan mirando seriamente a Amara.

 —¡Le van a matar! —exclamó Amara cuando de pronto Jack O´Lantern apareció entre la niebla mientras Caín peleaba contra el Jinete.

 —¿Qué estás haciendo, Amara? Si sales ahora te pondrás en peligro —la detuvo Nathan cuando ella comenzó a levantar la tablilla de madera que bloqueaba la salida.

 —Es mejor ver cómo acaban con él y después vienen a por nosotros, ¿no?

 —Vamos a ayudarle, tengo una idea —anunció Gabriel que comenzaba a hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo.

 El almacén estaba repleto de barriles con agua. Gabriel cogió uno de los crucifijos que adornaban su cuello y lo sumergió en uno de ellos mientras rezaba una oración.

 Caín jadeaba mientras intentaba desarmar a su oponente. Ese enorme hacha era el principal problema, pero por más fuerte que intentaba asestar los golpes con una barra de hierro no conseguía causarle el daño suficiente. Estaba tan concentrado que no sintió llegar a Jack. El alma en pena agarró sus sienes con sus arrugadísimos dedos. Caín trató de deshacerse de él, pero le estaban destrozando la garganta y no podía respirar.

 Un chorro de agua cayó sobre ellos. Caín simplemente se mojó, mientras que para Jack hervía y pulverizaba su piel. Gabriel arrojó otro cubo de agua y el jinete tuvo que retroceder. Instantes después los dos perseguidores gimoteaban mientras su piel se quemaba y no tuvieron más remedio que retirarse.

 —Caín, ¿estás bien? —corrió Amara a socorrerle.

 Sherezade que había permanecido oculta hasta ese momento también acudió a socorrer al diablo.

 —Ya pensé que no ibais a salir nunca de vuestro escondrijo —les reprochó Caín.

 —¿Y Selene?—le preguntó Gabriel—¿No tendrías que estar protegiéndola?

 —Bueno, ella…ella está…

 Una sombra les cubrió a todos mientras hablaban. Alzaron la vista para ver de qué se trataba. Una casa con su tejado incluido y Ancel y Yael gritando surcaba el aire con destino a caer sobre ellos. Los cristales se rompieron y las astillas de madera saltaron tras el impacto.

 —¡Ancel, Yael! —exclamó Nathan cuando consiguió salir de debajo de los escombros.

 —¡Nathan, Amara! —respondieron ellos al verles.

 —¡Ireth! —gritó la pequeña Sherezade.

 Gabriel sin embargo estaba demasiado absorto contemplando a la mujer que le había caído desde el cielo. Ireth se llevaba la mano a la nuca, dolorida, pero pronto cayó en los ojos celestes que la observaban conteniendo la emoción.

 —Tú… —consiguió decir ella.

 “Ahí la tienes.”

Su reencuentro se vio interrumpido por unos rugidos. Los tres seguidores de Yule estaban de regreso, pero no sólo ellos. Los habitantes de Charmed Oak les habían rodeado. Parecían sumidos en un trance y se movían lenta y torpemente mientras clamaban al mismo son el nombre de Yule.

 —¡Han convertido a los habitantes en zombies! —enunció Nathan que no podía creerse lo que sus ojos veían.

 —Retiro lo que dije de que la gente de este pueblo me caía bien—clamó Yael.

 —Con que iba a pasar una noche inolvidable, ¿eh? —le recordó Amara a Caín.

 —¿A que nunca habías protagonizado una película de terror? —se defendió con su socarronería habitual.

 A Sherezade le atemorizaban aquellos seres tan hostiles por lo que buscó refugio entre los brazos de Caín.

 —Por algo ésta es la noche del año que más odio —se lamentó Ireth.

 Su voz hizo reaccionar al Satán.

 —Gabriel, llévate a Ireth lo más lejos posible. No pueden atraparos o estaremos perdidos.

 —No pienso abandonarte aquí —protestó Ireth.

 —Caín tiene razón —afirmó Gabriel—. Vamos, Selene —dijo tomándola de la mano.

 Los demás se sorprendieron de escuchar ese nombre, pero no dijeron nada. Amara siempre se había preguntado cómo sería la mujer que había logrado conquistar el corazón de Caín. Ahora que la tenía delante sentía que no era lo esperado. Se la había imaginado como la mujer más sensual del mundo y sin embargo desprendía un aura que se le asemejaba a lo que sentía cuando estaba con Gabriel.

 —Pero… —seguía rehusándose la semidemonio.

 —Voy a intentar abrir una brecha —prosiguió Caín—. Marcharos antes de que nos rodeen por completo.

 Caín le quitó la peluca a Amara y con su encendedor trató de prenderle fuego. Nathan completamente resignado a colaborar con el ser que más detestaba del Universo tuvo que reprimir las ganas de ver al diablo pasándolo mal y le arrebató el mechero y se encargó él de hacerlo. Arrojó la ardiente peluca contra el jinete. Cayó a las patas del caballo, que se asustó y tiró a su amo del lomo. Jack también parecía aterrado. La momia por el contrario no parecía haberse enterado de que las llamas se estaban extendiendo a lo largo de sus vendajes, pero los zombies sí que entraron en pánico. Caín se lanzó hacia ellos con la barra de hierro a modo de arma y Amara cogió a Sherezade y le siguió. Nathan incendió una tabla de madera y también se unió a la lucha encarnizada. Yael y Ancel no comprendían nada, pero también decidieron ayudar. Para su desconcierto los zombies que les enfrentaron les resultaban tremendamente familiares. Ambos tenían el cabello negro. Uno era una mujer de rasgos sobrios que enseñaba los dientes desafiante a Ancel, y el otro parecía bastante atractivo y de porte arrogante.

 —¡Haziel! —exclamó Yael, incrédulo—. Estás bastante favorecido.

 Un chico pelirrojo le agarró por detrás clavándole sus zarpas.

 —¡Y Mehiel!

 Gabriel aprovechó la confusión creada para tirar de Ireth y pasar a través de los habitantes hipnotizados. Tuvieron que abrirse paso a base de puñetazos y cabezazos, pero finalmente lo consiguieron.

 —¿Dónde has aprendido a luchar así? —le preguntó Gabriel sorprendido a su hermana.

 —He aprendido unas cuantas cosas durante este tiempo.

 —Yo también. Ahora no me ganarías tan fácilmente en un pulso.

 Se detuvieron un momento a coger aire junto al roble de la entrada. El rostro tallado en su tronco no les quitaba ojo de encima. La bata de Ireth había acabado hecha jirones. Gabriel observaba preocupado el vendaje rojo de su brazo. La herida no cesaba de sangrar y su vista se le estaba nublando.

 —¡Tienes fiebre! —exclamó Ireth al tocarle la frente.

 —Tenemos que encontrar un escondite donde pasar la noche —dijo él restándole importancia y en su interior se sonrojó por cómo sonaba eso.

 —Ya había oído rumores del bombón que te habías vuelto —le contó divertida.

 —¿Solamente rumores? ¿Te parezco un rumor?

 —Ahora resulta que la idiotez de Caín es contagiosa.

 —¿Qué tal te trata él?

 —Pues…bien… Me quejo mucho, pero en realidad le debo la vida.

 Gabriel sabía que tras esas palabras se ocultaban demasiadas emociones y sentimientos entremezclados, pero no quiso ahondar, ése no era el momento.

  —Si tuviese mis poderes te curaría esa herida en un momento.

 —No es nada, no te preocupes —le aseguró.

 El aire se había vuelto denso. Las hojas del roble que el viento agitaba desprendían una fragancia envenenada y los párpados de ambos se volvieron muy pesados. Las raíces se enroscaron alrededor de sus piernas, pero su estado somnoliento no les dejó percatarse de ello y aunque lo hubiesen hecho, ya era demasiado tarde.

* * *

Caín despertó aturdido y con las extremidades entumecidas. Unas vendas le envolvían como un capullo y le iban absorbiendo su energía vital lenta pero incesantemente. Se oían gritos de la gente y explosiones. El ritual había comenzado, pero no podía ser que hubiesen atrapado a Ireth y a Gabriel, ¿o sí? Por una vez se alegró de llevar el disfraz de gato y usó sus garras para liberarse. No se había equivocado: brujas y otros demonios seguidores de Yule bailaban al son de las hogueras mientras rezaban cánticos paganos. En el centro habían formado dos círculos, en un de ellos pudo distinguir a Ireth, y en el otro a Gabriel. Los habitantes seguían controlados por Yule, adorándole de manera inquietante y con voz ecuánime. Uno de ellos le descubrió, porque comenzó a señalarle y todos los demás se dirigieron a él. Había algo en ese zombie que le resultaba tremendamente familiar. Unos cuantos se le echaron encima, pero pudo deshacerse de ellos sin demasiados problemas. No contaba con que uno de ellos poseyese inteligencia. Los zombies se detuvieron de golpe, y dejaron vía libre al demonio hacia el centro donde se encontraba su amada pelirroja. No tenía tiempo como para ponerse a pensar por lo que se apresuró a salvarla. De una de las tumbas surgió una de esas infames criaturas, acechando contra él sin poder impedirlo. Se trataba del mismo que le había descubierto. Mientras forcejeaba contra un tridente de plástico sus dedos se enredaron en su enmarañado cabello rubio y Caín reconoció los dos zafiros que le contemplaban apagados y sin brillo.

 —¡Amara! ¿Qué te han hecho?

  Para empeorar las cosas entre los zombies que le rodeaban descubrió a Nathan y a los otros dos ángeles raros, y lo que menos le gustó: unos tentáculos fluorescentes se agitaban tétricamente sumidos en la misma danza macabra que todos los demás.

* * *

Todo parecía demasiado irreal para Gabriel: el cielo ardía, voces que no parecían de ese mundo ni de ninguno se aunaban en una sinfonía adictiva y contagiosa, y lo más fantástico de todo ello: Tenía delante de él el cuerpo de su hermana. La misma que una aburrida tarde le quitó su inocencia y la misma que exhaló su último aliento sobre sus lágrimas. Varias manos desconocidas le despojaron de su ropa y le obligaron a tomar una extraña poción. Intentó resistirse, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. El efecto del humeante brebaje no tardó en hacerse notar. Todo su cuerpo se estremeció y su energía se reunió en un punto en concreto, perdiendo el control del resto.

 Ireth no comprendía nada. Hace unos momentos lo único que quería era abrazar a Caín y regresar con él a su castillo en Enoc, que todo volviese a la normalidad. Ahora se encontraba rodeada de altos arbustos con una preciosa cascada en el fondo. Las avecillas cantaban sus cánticos paradisíacos y todo resultaba desconcertantemente perfecto en ese idílico paisaje. Ninguna vestimenta cubría su cuerpo y se alegraba de ello porque sólo molestarían en una situación así. En frente posaba para ella el ser más hermoso que jamás había contemplado. Larga melena caoba caía libremente sobre su perfecto cuerpo masculino. Sus músculos vibraban y sus labios tallados con sumo esmero invocaban su presencia, le llamaban a ella. Se acercó sumida en una especie de trance y acarició el torso desnudo que aguardaba a sus caricias. Pudo sentir cómo se le erizaba y bajo la capa de piel se inflamaba.

  —Tengo miedo, Gabriel.

 —No tienes por qué tenerlo. Esto es lo que él quería, enfrentarse a mí. Le daremos lo que quiere entonces a ese maldito traidor.

  Su voz no sonaba como la de Gabriel, pero a Ireth no le importó. Se tumbaron junto el tronco de un árbol de anchas raíces y largas y frondosas ramas. Los fuertes brazos de su hermano la rodearon y bebieron de sus bocas ávidas el uno y del otro. Le sentía sobre sus piernas, más viril, más hermoso y más húmedo que nunca. Las caricias ya no eran suficientes, necesitaba arañarle, clavarle las uñas al igual que él se clavaba en ella. La tierra se mezclaba con el sudor al igual que sus lenguas por entre los diferentes recovecos. Por primera vez se sintieron completos, pues nunca habían estado tan juntos, tan próximos. Por primera vez eran un solo ser: la luz y el sol, luz y oscuridad, fuerza y agilidad, sensualidad y animalismo.

* * *

El enorme caldero comenzó a chisporrotear enormes e hirvientes burbujas. Las llamas de su interior crecieron y los presentes elevaron sus cantos. Las llamas sobrevolaban sus cabezas, tomando una forma amenazante y muy brillante. El dios Yule estaba renaciendo y ellos estaban siendo los testigos. Les recompensaría por su fidelidad con poder infinito. El Infierno iba a ser suyo y después todo sucumbiría a la oscuridad, porque todo lo que nace tiene que morir para volver a renacer y posteriormente repetirse la espiral de muerte y desesperanza. Ellos tan sólo ayudarían a acelerar ese proceso.

  Caín se maldijo a sí mismo seis veces. Tenía que detener aquello como fuese, pero aquellos malditos zombies no le dejaban en paz y Amara le tenía atrapado.

 —Tienes muy mal aspecto, muñeca. Creo que un poco de maquillaje no te vendría mal.

 Como respuesta ella golpeó fuertemente su mandíbula y le pinchó con una de las púas del tridente.

 —No te pongas así, lo decía con cariño, nena.

 Sus palabras sólo lograron enfurecerla más pues le mostró amenazadoramente sus dientes de zombie y apretó con fuerza el arma.

 —Vale, no te gustan que te llamen ni muñeca ni nena, ¿qué tal preciosa?

 Le arrebató el juguete con su cola y rodeó el cuerpo de la chica y ella trató de retorcérsela con su nueva superfuerza adquirida.

 —¿Cómo has podido olvidarte de que tenía dos con todo el placer que te dieron?

 Los vítores procedentes del aquelarre le indicaron que se dejase de idioteces pues Yule estaba a punto de formarse por completo. A Caín le recordó a una especie de dragón, recubierto de escamas y con unos retorcidos cuernos creciendo sobre su cabeza y espina dorsal. Todo lo que echase fuego por la boca no le era de su agrado. Desesperado, rodeó la cabeza de la furiosa Amara y besó sus labios mortecinos. Pareció funcionar porque la piel de la chica volvió a su tonalidad normal y parecía haberse despertado del trance.

 —No me digáis que ahora tengo que besaros a todos vosotros —les dijo a Nathan y los demás que rugían patéticamente para tratarse de unos zombies asesinos y apestosos.

 —¿Qué ha pasado? —logró decir Amara.

 —Te los dejo a ti, preciosa. No soy celoso.

 Antes de que Amara comprendiese el significado de aquellas palabras él ya se dirigía hacia su objetivo. Le salieron al paso la momia y los otros dos secuaces. Contra ellos sí que no podía hacer nada y estaba comenzando a perder toda esperanza. Por muy fantástico que él fuese no iba a poder salvar el Mundo con todos en su contra. El hacha partió el aire en dos y un corte se abrió en la frente del diablo. La sangre le resbalaba por el párpado, pero ya tenía demasiado dolor en su interior como para prestarle atención a aquello. De hecho ni se inmutó cuando una gigantesca espada partió por la mitad al imponente caballo negro. Tras perder a su montura, el jinete ardió en un fuego azulado y sus cenizas quedaron esparcidas por la tierra de aquel cementerio. Caín reconoció al ser de violáceas escamas y ojos rojos que retiró la descomunal arma de las entrañas del animal. Era SQ54LL, el valquirio, un demonio de otro universo. Y no estaba él solo, más seres como él luchaban contra los vasallos de Yule. También había otros seres de escamas azuladas, supuso que debían de tratarse de otros ángeles.

 —Sentimos un gran desequilibrio en vuestro Universo y no nos quedó más remedio que intervenir —le explicó el valquirio.

 Las alas flamígeras de Yule cubrieron el cielo y por un momento parecía que se había hecho de día.

 —¿Cómo le vamos a derrotar? —le preguntó Caín.

 —Eso es cosa vuestra. Como rey de los demonios te corresponde a ti cargar con esa responsabilidad.

Gabriel y Selene detuvieron su ritual regresando a la cruda realidad.

 —¿Qué ha pasado? —sollozó la semidemonio amparándose en el torso desnudo de su hermano.

 —Hemos liberado a Yule —le respondió con una voz que no era la suya.

 Gabriel ya no era Gabriel. Sus pupilas rojas centelleaban amenazantes y un aura de oscuridad le rodeaba. Con un empujón rudo alejó a Ireth de él y contempló minuciosamente su alrededor. Las brujas seguidoras de Yule echaron a temblar pues comprendieron que había llegado su hora. El antiguo Satanás se arrojó contra los traidores convirtiendo aquella fiesta en una sangría. Fue una matanza silenciosa, pues antes de que les diese tiempo a gritar, sus garras se clamaban en sus entrañas y atravesaban sus gargantas. A pesar de que a Lucifer también le afectaba la maldición, se movía con una rapidez increíble para un humano. El baño de sangre llegó hasta los pies de Ireth, quien no podía creerse lo que estaba viendo.

 A Caín no le quedaba más remedio que enfrentarse a él. Ahora los dos eran mortales, era el momento de matarle de una vez por todas, aunque para ello tuviese que matar al cuerpo de Gabriel. El diablo se hizo con una hoz que llevaba uno de los zombies y empezó un combate a muerte contra él. Lucifer esgrimía dos espadas que Gabriel llevaba consigo y los aceros entrechocaron. Lucifer era más alto y corpulento, pero Caín resultaba más ágil y logró esquivar todos los golpes. Además, Lucifer estaba herido en el brazo, podía usar esto a su favor. Como había supuesto, el brazo derecho no se movía con tanta destreza por culpa de la herida. Caín logró enrollar su cola en torno a ese brazo y apretó con todas sus fuerzas, acumulando la circulación sanguínea. Lucifer levantó la espada con la intención de liberarse, pero Caín pudo detener el corte. Su adversario arrojó la espada, clavándose en el suelo, y directamente con sus manos tronchó el mango de madera de la hoz. Caín reunió todas sus fuerzas y lo arrojó contra una tumba. La cabeza de su enemigo se golpeó contra la dura piedra. Caín aprovechó este momento para extraer la espada y dirigirse rápidamente hacia él. La levantó con intención de cortarle la cabeza, pero Yule rugió y el fuego de sus alas se extendió con un resplandor que le cegó. Cuando recuperó la vista, ahora era Lucifer el que se enfrentaba a Yule.

 “Está loco”, pensó Caín pues ningún mortal tenía ninguna posibilidad contra una criatura como ésa.

 —¡Lo va a matar! —exclamó una desesperada Ireth.

 —No puedo hacer nada —le dijo Caín, impotente.

  Yule prácticamente se había formado del todo y escupía un fuego verdoso por sus fauces. Las llamas quemaron parte del otro hombro de Lucifer, pero éste no parecía inmutarse. Lucifer empuñaba ahora el hacha del jinete cuya hoja se había teñido de carmesí. La había bañado con las entrañas de las brujas que había asesinado fríamente, maldiciéndola. Si conseguía acertarle a Yule podría encerrarle en el acero maldito.

Ireth por el contrario no parecía dispuesta a perder a su hermano. Si seguía así Yule tendría para cenar un Lucifer muy hecho. Sin pensárselo se interpuso entre los dos adversarios, intentando detener el hacha.

  —Apártate, zorra. ¿Qué te crees que estás haciendo?

 —Gabriel preferiría morir antes de actuar así. ¡Devuélvelo!

Yule rió guturalmente a sus espaldas.

 —¿Qué pasa contigo, Luci? ¿Ahora una buscona te pone correa?

 Lucifer agarró el cuello de Ireth y lo estranguló con todas sus fuerzas levantándola los pies del suelo. Ireth con mucha dificultad sostuvo una daga y se cortó su propia palma. Con la mano ensangrentada acarició a su hermano. El contacto de su sangre con la piel de él reaccionó y una gran cortina de luz blanco-azulada les envolvió. Cuando todo pasó Yule parecía paralizado durante unos instantes y Lucifer había caído de rodillas, temblando.

 —¿Selene? ¿Qué he hecho? —musitó abrazándose a su hermana.

 Ireth parecía aliviada de que hubiese funcionado. Yule no tardaría en recuperarse y estaba segura de que el próximo ataque sería el definitivo para aniquilarles.  

 Caín estaba bloqueado. No se le ocurría cómo podía enfrentarse a ese ser tan poderoso y la sola idea de volver a sentir el fuego consumiéndole le aterrorizaba, pero nada era comparado a la idea de perder a Ireth.

 SQ54LL hizo que se inmaterializase en su mano una espada de un material que Caín no había visto en su vida.

  —Utiliza esto —le dijo el valquirio tendiéndosela.

 Caín asintió y se dirigió hacia el lugar donde Yule alzaba sus tenebrosas alas con el arma enarbolada. Los ojos rojos de Yule centelleaban como meteoros incandescentes ahora que había recuperado la movilidad. Caín no retrocedió, siguió avanzando con la determinación dibujada en su rostro. La enorme luz le cegaba, pero eso tampoco le amedrantó. Sentía la radiación en su propio cuerpo, en cualquier momento su piel se desintegraría, mas no vaciló. Levantó la espada con todas sus fuerzas y las hundió en la criatura demoníaca. Rayos y centellas se desprendieron y el calor estaba derritiendo a Caín. El alarido desgarrador que pegó Yule le hizo trizas los oídos y por un momento parecía que se había desatado una explosión nuclear. La tranquilidad volvió y Caín jadeante no se explicaba cómo seguía vivo. Las ovaciones hacia Yule habían cesado y los habitantes habían regresado a la normalidad preguntándose confusos qué estaban haciendo tan lejos de sus hogares. Nathan se despertó y se topó con dos zafiros azules que le observaban desesperados.

 —¿Amara?

 El ángel se sonrojó tras verse encima de ella y se apartó rápidamente ayudándola a incorporarse. Todos los demás zombies también parecían haber vuelto a la normalidad; Ancel y Yael se miraban confusos y Haziel no lograba comprender porqué tenía el cabello revuelto con hojas.

Ireth lo había contemplado todo impresionada, sabía lo mucho que a Caín le costaba enfrentarse al fuego. Fue a dirigirse hacia él para felicitarle, pero Gabriel necesitaba ayuda para incorporarse.

 —Todo ha terminado —le dijo para tranquilizarle.

 Caín los miraba en silencio algo más alejado. De entre los árboles apareció Adramelech quien venía acompañado de una mujer joven ataviada con una túnica negra. Caín la leyó la mente y supo que se llamaba Agus.

  —Ha estado fantástico, señor.

 Caín le respondió con una mirada triste. El intendente quería decirle que no se echase la culpa si no estuviesen rodeados de tanta gente.

 —¡Caín! ¡Eres el mejor! —exclamó una vocecita de niña.

 Sherezade corrió hacía él y le abrazó las rodillas, por donde le llegaba. Caín la aupó en brazos y despeinó su cabeza.

 —Me alegro que estés bien, Medusagirl.

.—Caín…yo…lo siento, tendría que haber puesto más cuidado —se disculpó Gabriel cabizbajo; ya había recuperado sus vestiduras, aunque se había dejado el hombro y mitad de la espalda al aire, las quemaduras le dolían demasiado.

 —Si hubiese cuidado mejor de Ireth esto no habría pasado —se lamentó el diablo.

 —No has estado mal para ser un sustituto tan débil —la voz de Gabriel sonó ronca y fría.

 Caín se sobresaltó y todo lo que le rodeaba fue consumido por el fuego. Un círculo de altas y ondulantes lenguas ígneas danzaban en un círculo alrededor de ellos dos. Los ojos de Gabriel habían recuperado el color rojo y dos alas de oscuridad se alzaban sobre su figura y las otras cuatro alas blancas.

 —Lucifer —logró decir Caín. Su cuerpo se había paralizado ante la sensación del calor amenazante.

 —Esta vez no voy a hacer nada, mientras esa perra esté cerca de este cuerpo no puedo liberarme, pero ya he descubierto lo que ata a Gabriel. Un día romperé todas las cadenas y entonces nada me detendrá.

—¿Esto qué es? ¿Un concurso por ver quién la tiene más grande? —la voz de Ireth atravesó el círculo abrasivo y todo regresó a la normalidad, las llamas se extinguieron y volvió a  sentir el frío de la noche acariciando sus sienes.

 —Estás temblando —le dijo Sherezade—. ¿Te encuentras bien?

 —Sí, es sólo que estaba recordando a Yule —se excusó. Miró a Gabriel quien parecía bastante estable para todo lo que acababa de acontecer—. No volveremos a tener alas hasta que amanezca, así que hasta entonces ningún arcángel vendrá a buscarnos. Vosotros dos tenéis muchas cosas de que hablar, aprovechad.

Gabriel asintió con la cabeza e Ireth le dio las gracias mentalmente.

  —¡No le has pedido que se case contigo! —le riñó Sherezade al diablo cuando los otros dos se habían marchado a un lugar más privado.

 —No insistas, ya te dije que ella no quería.

 —Bueno, la noche de Halloween es larga —habló Adramelech. Agus se abrazó a su cintura—. Si me disculpa, señor…

 Caín le indicó con un gesto que podía irse y la pareja se escabulló entre los arbustos. Amara se acercó a Caín.

 —Ahora comprendo lo que sientes —le dijo la chica.

 El diablo se encogió de hombros.

 —Es Halloween y todavía queda mucha noche —respondió repitiendo las palabras de Adramelech—. No me costará encontrar unas hermanas disfrazadas de enfermera y diosa griega respectivamente.

 Amara sabía que las encontraría de verdad. SQ54LL se dirigió hace ellos.

 —Los espíritus campan ahora a sus anchas. Nosotros nos encargaremos de controlarlos.

 —Gracias —respondió Caín con cortesía.

Sherezade se giró hacia Ancel y Yael moviendo sus tentáculos.

 —¡Vosotros querías sacrificarme!

 —¿Nosotros? ¡Eso no es cierto! —negó Ancel.

 La pequeña les enseñó los dientes y echó a correr contra ellos.

 —¡Oh qué miedo! —se burló el ángel de las rastas.

 —Ahora no tenemos poderes, Ancel, y su veneno duele de verdad —le advirtió Yael enseñándole el brazo donde le había picado, que se le había puesto de una fea tonalidad morada.

  Los dos amigos se miraron y salieron corriendo, mientras la pequeña medusa les perseguía.

—¿No podemos volver al Cielo? —refunfuñó Haziel—. Evanth estará preocupada.

 —Ya les hemos informado de vuestra situación —le tranquilizó una valquiria.

 —Yo voy a dar una vuelta, ¿venís? —les propuso Mehiel a sus compañeros.

Haziel resopló.

 —Qué remedio, paso de quedarme toda la noche en este cementerio mugriento. ¿Tú que vas a hacer, Sariel?

 El ángel femenino no parecía estar muy de acuerdo con la idea de pasar tantas horas de ocio, pero finalmente asintió.

 —No tengo nada mejor que hacer, además aquí hace frío —anunció frotándose los hombros.

  —Nos hemos quedado solos —le dijo Nathan a Amara, pues Caín también se había ido ya. La joven estaba nerviosa después de todo lo que había pasado. El elemental de fuego en otros momentos se habría enfadado con ella, pero estaba cansado. Lo importante es que todo había acabado bien y ahora ellos dos estaban juntos.

 —No me puedo creer que estuvieses dispuesto a matar a esa niña.

 —¿Qué remedio me quedaba? Ya sabes que la misión es la misión.

 —¿Sigues con eso?

 —Está bien, de verdad que me siento mal, pero la culpa es tuya por hacerme sentir remordimientos. Sabes que eso es algo muy humano.

 —Bueno…Si de verdad te sientes mal te perdono si tú me perdonas a mí.

 —No hay nada que perdonar, Amara. Tú has hecho lo que creías correcto al igual que yo. Sólo espero que un día de estos no te metas en un problema demasiado grande.

* * *

Los primeros rayos de sol acariciaron con calidez a la pareja. Ella fue la primera en despertarse. Cuando respiró el aliento de su compañero pensó que en realidad era una humana normal y corriente que había dormido felizmente junto a su novio, pero no tardó en sentir nuevamente el peso de sus alas sobre su espalda y la realidad volvió a ella. Había pasado toda la noche hablando con él de tonterías hasta que el sueño les venció, a fin de cuentas habían sido humanos por unas horas.

  —Nathan… —le susurró con dulzura.

 El chico se desperezó lentamente y sonrió felizmente cuando sus ojos se toparon con los de Amara. Él también parecía haberse olvidado de quiénes eran, pero cuando se percató del horrible traje rojo y negro que todavía vestía ella volvió a caer de su ensimismamiento. Se levantó torpemente y estiró sus músculos mientras se adecentaba su rebelde melena. No tardaron en aparecer Yael y Ancel completamente llenos de picaduras y moratones. Sherezade también presentaba varios arañazos y golpes. Lo primero que hicieron sus amigos fue dirigirles unas miradas de curiosidad y susurraron algo entre ellos. Este hecho hizo sonrojar a Nathan quien empezaba a lamentar el haber desperdiciado la única ocasión en la que podría haber hecho algo con Amara sin tener remordimientos de conciencia. El grupo de Haziel tampoco tardó en regresar. El arrogante ángel en lugar de soltar alguna burla como de costumbre también le examinó acusadoramente. Nathan ya estaba empezando a cansarse de que todos pensaran que entre Amara y él había pasado algo. La atmósfera se enfrió y Caín apareció ante ellos. Se había quitado el disfraz de gato, pero por lo demás lucía igual que siempre.

—Una se llamaba Yasury y la otra Tooru. La primera era muy sádica y la segunda muy inocente y castra, aunque no le duró mucho —le contó  a Amara.

 Los últimos fueron Ireth y Gabriel quienes no querían separarse tan pronto.

 —Un arcángel está de camino. Si te ven querrán llevarte con ellos —le informó Caín a la semidemonio.

 —Caín tiene razón —corroboró Gabriel.

  A Ireth no le quedó más remedio que resignarse y se despidió de su hermano con un último abrazo.

 —Adiós, hermanito. Vive la vida siempre al máximo.  

 —Cuídate mucho. Más vale que él te proteja —mencionó con un falso tono amenazante.

 —Cuidar de mí no es fácil —la semidemonio miró a Caín quién negó con la cabeza dando a entender que no lo era— pero me portaré bien.

 —Gabriel… —le llamó Caín recordando las palabras de Lucifer—. Ten cuidado.

Sherezade se acercó hacia Amara y ante la sorpresa de la chica le dio un abrazo.

 —Siento haber sido tan mala contigo. En realidad me caes muy bien, pero estoy enfadada con los ángeles por lo de mi mamá.

 Al ángel aquellas palabras la conmovieron. Le devolvió el abrazo a la niña y ésta volvió rápidamente con Caín, tomándole de la mano. Los tres desaparecieron justo a tiempo de que Raphael irrumpiese allí acompañado por la valquiria YL3N4X.

 —¡Amara! Me has tenido muy preocupado, nadie sabía donde te habías metido —el arcángel parecía que decía la verdad, aunque la reprendió con una severa mirada cuando reparó en los restos del disfraz de la joven. Amara se sonrojó.

 —Tranquila, me he encargado de que se calmase —le contó la valquiria.

 Amara se montó sus propias teorías acerca de las palabras de la valquiria.

—Raphael, menos mal que has venido. Necesito que me cures unas heridas —le dijo Gabriel señalándole el feo corte del brazo con una amplia sonrisa.

 —No parece nada grave, sobrevivirás —le ignoró.

 —Se me ha infectado, ¿y si pierdo el brazo?

 —Te haces un transplante.

 —No seas vago, ¿no me digas que no puedes curar unas heridas tan sencillas?

 —Créeme que un día de estos perderás algo más que un brazo —le espetó a regañadientes examinando su hombro bruscamente—. ¿Se puede saber por qué abandonaste la procesión?

 —Sí, lo sé, me merezco que me castiguen con muchos latigazos, pero tenía que salvar a Nathan y Amara.

 —¿Puedes curarnos también a nosotros? —le preguntó Yael que por culpa de un ojo hinchado no podía abrirlo del todo.

 —Por favor —le rogó Amara.

 Raphael suspiró.

 —Tenéis suerte que esté de buen humor.

 Todos parecían haberse olvidado del roble encantado cuyo rostro centenario reía malévolamente. Los cuervos se posaban sobre sus ramas retorcidas, cubriéndolo de un traje negro. Bajo tierra sus raíces se retorcían y absorbían el agua que le llegaba. La noche de Halloween había acabado, pero otro año llegaría y cada Halloween sería más terrorífico que el anterior.

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No sé qué tenía en mi cabeza cuando escribí este relato tan friki jajajajaj. La semana que viene publicaré el de San valentín que es aún mas friki que éste xDD

Muchas gracias por leer. Si os ha gustado no os olivdeis de votar por el capi y ya sabéis que amodoro leer vuestros intensos comentarios ;)

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